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Siegel-Daniel-J-Disciplina-Sin-Lagrimas

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situación partiendo más de nuestro estado de ánimo que de las necesidades del

niño en ese preciso momento. Es fácil olvidar que nuestros niños son solo eso —

niños— y esperar conductas impropias de la capacidad derivada de su desarrollo.

Por ejemplo, de un niño de cuatro años no cabe esperar que controle bien sus

emociones cuando está enfadado porque su mamá sigue frente al ordenador, como

tampoco podemos esperar que uno de nueve no se ponga frenético de vez en

cuando por culpa de los deberes escolares.

Tina vio hace poco a una madre y una abuela de compras. Habían sujetado a

un niño pequeño, al parecer de unos quince meses, al carrito. Mientras ellas

curioseaban, mirando zapatos y bolsos, el niño no paraba de llorar, sin duda

porque quería bajarse. Necesitaba moverse, andar y explorar. Las cuidadoras le

daban distraídamente cosas para entretenerlo, lo que lo contrariaba todavía más. El

pequeño no sabía hablar, pero su mensaje estaba claro: «¡Estáis pidiéndome

demasiado! ¡Necesito que veáis lo que necesito!» Su conducta y sus emocionales

lamentos eran totalmente comprensibles.

De hecho, hemos de asumir que a veces los niños experimentan y exhiben

reactividad emocional amén de conducta «oposicional». Desde el punto de vista

del desarrollo, todavía no están actuando a partir de un cerebro plenamente

formado (como explicaremos en el capítulo 2), por lo que son literalmente

incapaces de satisfacer nuestras expectativas en todas las ocasiones. Esto significa

que cuando imponemos disciplina, hemos de tener siempre en cuenta la capacidad del niño

en cuanto al desarrollo, el temperamento particular y el estilo emocional, así como el

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