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Siegel-Daniel-J-Disciplina-Sin-Lagrimas

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muy bien cómo resultaría. Asentí y dije: «Seguro que usted es casi siempre un

padre afectuoso y paciente, ¿verdad?»

«Sí, casi siempre. Aunque a veces, no, claro», respondió.

Entonces intenté utilizar un tono más jocoso y humorístico: «¿Así que usted

puede ser paciente y afectuoso, pero a veces decide no serlo? —Menos mal que

sonrió; empezaba a ver por dónde iba yo. De modo que seguí adelante—. Si usted

quisiera a su hijo, ¿no tomaría mejores decisiones y sería un buen padre todo el

tiempo? ¿Por qué elige ser reactivo o impaciente?» Comenzó a asentir y se le pintó

en la cara una sonrisa aún mayor, acusando recibo de mi tono bromista a medida

que el tema iba quedando claro. Proseguí:

«¿Por qué es tan difícil tener paciencia?»

«Bueno, depende de cómo me siento —dijo—. De si estoy cansado o he

tenido un día duro en el trabajo o algo así.»

Sonreí y dije: «Sabe adónde quiero ir a parar, ¿verdad?»

Desde luego que lo sabía. Tina pasó a explicar que la capacidad de una

persona para resolver situaciones como es debido y tomar buenas decisiones

puede fluctuar según las circunstancias y el contexto de una situación dada.

Simplemente por ser humanos, nuestra capacidad para desenvolvernos no es

estable ni constante. Y, sin duda, este es el caso de un niño de cinco años.

El padre entendió a la perfección lo que le decía Tina: que es un error

suponer que solo porque el pequeño podía controlarse bien en un momento

determinado sería capaz de hacerlo siempre. Y que cuando el hijo no gestionaba

bien sus sentimientos y conductas, ello no evidenciaba que estuviera consentido y

precisara una disciplina más severa. Lo que necesitaba más bien era comprensión y

ayuda, y mediante la conexión emocional y el establecimiento de límites, el padre

podría incrementar la capacidad de su hijo. La verdad es que nuestra capacidad fluctúa

según sea el estado anímico y el corporal, estados que reciben la influencia de muchos

factores, especialmente en el caso del cerebro en desarrollo de un niño en desarrollo.

Tina y el padre siguieron hablando, y quedó claro que él había entendido la

idea. Había captado la diferencia entre «no puedo» y «no quiero», y había

comprendido que estaba imponiendo expectativas rígidas e inadecuadas desde el

punto de vista del desarrollo («de talla única») a su hijo, así como a la hermana del

pequeño. Este nuevo planteamiento le habilitó para desconectar el piloto

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