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2 LAHOMILÍADOMINIC<strong>AL</strong><br />
Del <strong>10</strong> al <strong>16</strong> de Marzo de <strong>2024</strong><br />
Uno de los pecados más<br />
peligrosos es la vanidad,<br />
y la espiritual es la forma<br />
más sutil de vanidad<br />
Mons. José Vicente Nácher Tatay C.M.<br />
Arzobispo de Tegucigalpa<br />
Jn 3,14-21<br />
“La Gracia nos salva de la vanagloria,<br />
la Luz del miedo”<br />
La carta a los efesios<br />
nos presenta<br />
la gracia de Dios<br />
como el don gratuito<br />
de sí mismo<br />
para salvarnos. La insistencia<br />
de Pablo no es exagerada, porque<br />
tendemos a pensar que nos<br />
salvamos por nosotros mismos,<br />
por nuestros actos, méritos o<br />
fama. Esto, que pareciera una<br />
exageración, no deja de repetirse<br />
entre nosotros como sutil<br />
tentación. Si la salvación fuera<br />
un mérito propio caeríamos<br />
en la vanagloria, es decir en<br />
el orgullo personalista de una<br />
autoestima exagerada e infundada.<br />
De ahí la insistencia de<br />
Pablo. Podemos decir que Dios<br />
nos salva -al menos- tres veces:<br />
primero nos salva del no ser, al<br />
darnos la existencia; segundo<br />
nos salva de nuestra desobediencia<br />
por la obediencia de<br />
Jesucristo; y tercero, nos salva<br />
de nuestra supuesta salvación<br />
autónoma, es decir, de nuestra<br />
pretensión de ser dios. Para<br />
que en nuestro mismo intento<br />
de salvarnos no tuviéramos<br />
nuestra condenación, nos hace<br />
ver que solos no podemos salir<br />
del pecado, porque el muerto<br />
no da vida a nada y menos a<br />
sí mismo. Uno de los pecados<br />
más peligrosos es la vanidad,<br />
y la espiritual es la forma más<br />
sutil de vanidad. Deberíamos<br />
agradecerle a San Pablo por prevenirnos.<br />
La primera lectura,<br />
2ª de Crónicas, nos narra el<br />
exilio en Babilonia fruto de la<br />
infidelidad del pueblo, así como<br />
la restauración fruto de la benignidad<br />
de Ciro, rey persa. Y<br />
también hoy, siglos después<br />
seguimos “con culpa para la<br />
esclavitud, sin mérito para la<br />
liberación”. Ante lo cual solo<br />
cabe una actitud: el agradecimiento.<br />
Por ello estamos hoy<br />
“La Palabra de Dios es la<br />
luz segura para guiarnos<br />
a través del desierto a la<br />
libertad”<br />
aquí, dando gracias, celebrando<br />
eucaristía. ¿Nos hace esto ser<br />
menos ante Dios? No, sencillamente<br />
es un acto de realismo,<br />
que nos permite admirar la<br />
misericordia de Dios que nos<br />
ama tanto “que entregó a su<br />
Hijo único para que todo el que<br />
crea en él no perezca, sino que<br />
tenga vida eterna”. Usando la<br />
misma idea del Evangelio de<br />
Juan, diríamos que para condenarnos<br />
no necesitaba Dios<br />
enviarnos a Jesucristo, porque<br />
“perdernos” lo hacemos solos.<br />
Para salvarnos sí necesitamos<br />
a Cristo. Y en eso consiste la fe,<br />
en creer que Él puede y quiere<br />
redimirnos. Y lo contrario es<br />
el pecado, pensar que yo sin<br />
Dios puedo ganar mi vida. El<br />
ejemplo de la serpiente en el<br />
desierto, que en un mismo<br />
signo presenta la muerte y<br />
su medicina, es un signo de<br />
la gratuidad de la cruz de Jesús,<br />
en la cual, por su obediencia,<br />
nos ha salvado a todos. Estamos<br />
en Cuaresma (4°), un<br />
tiempo para renovar nuestra fe<br />
en Jesús. Es cierto que somos<br />
pecadores, Él lo sabe, pero no<br />
se avergüenza de nosotros. El<br />
demonio nos hace sentirnos<br />
apenados de nosotros mismos<br />
y tener miedo de la verdad,<br />
de forma que rehuimos la luz<br />
y preferimos la oscuridad del<br />
mal. La Palabra de Dios es la luz<br />
segura para guiarnos a través<br />
del desierto a la libertad. Pidamos<br />
al Señor que nos inspire<br />
en este tiempo penitencial,<br />
para que iluminados por Él,<br />
podamos volver del destierro<br />
del pecado a la casa del Padre.<br />
Ese es el camino que se recorre<br />
en comunidad, movidos por<br />
su Espíritu.<br />
“Si la salvación fuera un mérito propio<br />
caeríamos en la vanagloria, es decir en el orgullo<br />
personalista”