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HOMENAJE A LA MEMORIA DE JAIME TORRES BODET 295<br />
cultura, los valores morales, la paz, la libertad, los bienes de la sociedad<br />
fraternal de los hombres. Un combate construido ardientemente a cada<br />
instante, y coronado muchas veces por una victoria que acaso no tuvo alas<br />
porque estaba destinada a caminar entre todos nosotros, a nuestra misma<br />
altura, sobre la misma tierra que nosotros, como una hermana capaz de<br />
enseñarnos la felit'idad de conocer nuestras propias luerzas y de<br />
encaminarlas, junto con las de todos los demás, a ia consecución de la<br />
unidad general sin implicar renuncia a lo que de particular hubiera en<br />
cada uno; a que sin pérdida de nuestra conciencia de islas, formáramos ua<br />
continente sin resquicios.<br />
Tal vez el hombre empieza a vivir cuando inicia su capacidad de<br />
recuerdo. Cuando la memoria sube a la conciencia por misteriosos<br />
peldaños, y cobra su materia purísima de iluminadora de caminos.<br />
Alumbrada por el pasado, la conciencia del presente sustenta su ser, y<br />
lo dirige sin vacilaciones hacia lo que debe crear en los días futuros.<br />
y leemos en Jaime Torres Bodet estas palabras, escritas con la<br />
sencillez de un saludo entre iguales: "Mi primer recuerdo es el de una<br />
muerte". Y podemos imaginarnos al niño pensativo en la cámara ardiente<br />
de sombras, la luz de los cirios, las oraciones, las manifestaciones triviales<br />
con las cuales las personas mayores intentan ponerse a la altura de un<br />
dolor que los supera indeciblemente, y cjuicren compensar esa inferioridad<br />
con el llanto v las buenas maneras.<br />
El niño, en su esencia elemental, vive v conoce. Y el conocimiento del<br />
tránsito mortal borra todo conocimiento anterior, y fija en el espíritu ese<br />
5ÓI0. firme como una espada. Como una espada enemiga. "Mi primer<br />
recuerdo es el de una muerte." Ese recuerdo, que fecundará desde su<br />
Drofundidad todas las experiencias por venir, puede ser mirado como una<br />
:lave insustituible.<br />
Jaime Torres Bodet, niño, mira frente a sí los daños de la enfermedad;<br />
presiente, en muchos de quienes lo circundan, la ignorancia que les<br />
impide comprender los alcances del hecho fatal; percibe en otros la<br />
pobreza de bienes interiores; los mira a todos sujetos a una servidumbre<br />
inevitable: la de la "común condición humana" revelada por la igualdad<br />
ante la ley de la muerte. Cercado del aislamiento de quienes pretenden<br />
acompañarse contra el dolor, como el rebaño balante ante el temor de los<br />
dientes rabiosos que lo buscan, conoce y," al conocerla, unifica para<br />
siempre el sentimiento de la soledad.