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Centurion Mexico Spring 2023

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|Lugares| Interior de

|Lugares| Interior de una villa Ocean; izquierda: una vista al mar enmarcada por palmeras M Un mundo aparte e deslizo en bicicleta por senderos de tierra bruñida, pedaleando entre casas pintadas de color azul menta, cascadas de orquídeas que cuelgan de los aleros de madera, y puestos repletos de galangas aromáticas, tamarindos y albahaca sagrada. Una llamada a la oración resuena a través de las tupidas plataneras mientras dos cálaos entregados al cortejo se lanzan con premura hacia un santuario en la copa de un árbol para continuar con el coqueteo aviar. Es el penúltimo día de mi visita de una semana a Àni, una finca privada situada en la costa oriental de la isla de Koh Yao Noi, de 87 kilómetros cuadrados. El propio viaje es un camino lleno de aventuras, que incluye un vuelo a Bangkok, otro a Phuket, y un trayecto en auto por la isla seguido de una hora en barco, todo ello saboreando aperitivos de anacardos con sabor a sopa tom yum y milenrama seca. Por último, tenemos que Este etéreo resort, ubicado en una isla privada de la bahía tailandesa de Phang Nga, es un manantial de indulgencia, inspiración y encanto. Por Jemima Sissons atravesar la selva en un todoterreno descapotable hasta llegar al que será nuestro hogar durante una semana. Esta tranquila propiedad junto a la playa, diseñada con tejados muy inclinados de varios niveles al estilo de la región tailandesa septentrional de Lanna, consta de ocho suites (dos de ellas con dos dormitorios) dotadas de una intimidad absoluta. También incluye una alberca infinita de 43 metros, dos suites de masaje, un gimnasio, una zona de meditación en la azotea, un salón de yoga y una sala tailandesa. En definitiva, un templo habitable donde nos sumergimos en baños de gong, recibimos clases de pintura batik, jugamos al ajedrez y al backgammon en la alberca e incluso tenemos acceso a un tobogán acuático. La empresa de resorts privados Àni fue creada hace 13 años por Tim Reynolds, uno de los fundadores de Jane Street Capital, y por varios empleados que se forjaron juntos en el grupo Aman. La compañía cuenta ahora con cuatro establecimientos en Anguila, Sri Lanka, Tailandia y República Dominicana, y tiene previsto inaugurar más el año que viene. El de Tailandia pertenece a la nueva ola FOTOGRAFÍAS © ÀNI PRIVATE RESORTS 20 CENTURION-MAGAZINE.COM

de resorts de lujo todo incluido, donde los 13,800 dólares por noche (el precio de partida en todo el complejo) cubren todas las comidas, diez tratamientos de spa al día, ocho horas diarias de cuidado infantil y un servicio permanente de mayordomo tanto en la playa como en la alberca. A aquellos que busquen un reparador descanso con sentido del lugar les resultará difícil encontrar un espacio más cautivador que este. Las habitaciones se asoman a la bahía de color lapislázuli y a una playa semiprivada de 300 metros (si bien no hay playas privadas, en la nuestra no se suele ver ni a un alma). El atardecer se anuncia con el gutural croar de las ranas arborícolas. Pese a tratarse de una isla predominantemente musulmana, en ella coexisten muchas religiones de forma pacífica; la propiedad está salpicada de santuarios budistas llenos de frutas de nuestro chef Yao, así como de antiguos dragones de piedra. Los días transcurren descansando y haciendo excursiones que también forman parte del todo incluido. En una inolvidable ocasión nos llevan en sidecar y moto a los arrozales (incluso nos ponemos unos graciosos lentes), donde nos damos un festín de pegajosos pasteles de arroz negro y coco al tiempo que contemplamos a los búfalos de agua descansar y a las grullas dormitar. En otra, un barco pesquero de cola larga tradicional nos transporta a una isla privada en la que los chefs nos preparan una BBQ de atún con costra de sésamo negro y nos sirven unas generosas copas de Whispering Angel (el «todo incluido» por acá abarca también los vinos de categoría). La comida está exquisitamente preparada. La primera noche nos agasajan con un ágape, donde los melones se transforman en cisnes en cuestión de 40 minutos, la ensalada de pollo con miel y papaya alcanza una altura considerable y el fabricante de roti con más talento de la isla se encarga de elaborar discos esponjosos. Así pues, cenamos rodeados de floreros de orquídeas blancas y lámparas de ratán mientras jóvenes estudiantes de baile interpretan danzas tradicionales tailandesas entre platillo y platillo. Otro día, el chef Yao, deseoso de demostrar sus dotes culinarias multinacionales, nos sirve montañas de delicioso sushi en un auténtico banquete nipón. Las habitaciones, por su parte, están amuebladas de manera sencilla pero elegante: lucen pisos de teca lisos, los cuartos de baño disponen de geles perfumados en frascos grandes (un distintivo ecológico) y la ropa se entrega de vuelta a los huéspedes a diario (su lavado también está incluido), doblada con esmero en muselina. Todos los días aparecen delicias tales como el kum chup, un dulce con forma de fruta que se elabora con frijoles mungos y leche de coco. Al contar con más de dos empleados por huésped, el hotel ofrece un atento servicio constante bajo la supervisión del maravilloso gerente Andrew. Busco refugio en los caminos ondulados, dejando que mi cuerpo se ralentice al ritmo de la isla Yo me decido por unas vacaciones activas. El gimnasio se presenta como una buena opción gracias a sus equipos Technogym, por no hablar de las tablas de paddlesurf, los kayaks y las clases de yoga en grupo. Una mañana, me animo a participar en una clase de muay thai. A las 7:01, las gotas de sudor ya resbalan por mi frente mientras mis piernas se contorsionan para conseguir otra postura imposible. Esto se lo dejaré a los expertos, pero yo ya me he ganado mi montaña de mango y fruta de la pasión en el generoso desayuno. Busco refugio en los caminos ondulados, dejando que mi cuerpo se ralentice al ritmo de la isla. Me deleito con paseos diarios a pie o en bicicleta, deambulando entre puestos de comida y señoras que platican y saborean jugo de papaya junto a la playa. Bebo té con leche y observo cómo los clientes del mercado matutino compran salak —una fruta con piel color café—, manojos de campanillas moradas, frijoles alados y hojas de hibisco. Yo me hago con bolsas de potente pasta de chile para llevármelas a casa. Los gloriosos recuerdos de mis cálidas noches tailandesas inundan mi hogar cuando, cada semana, disfruto de la gastronomía del sudeste asiático al aire libre, evocando el caluroso abrazo de Àni. El comedor en forma de templo se adentra en la alberca CENTURION-MAGAZINE.COM 21

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