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Las Aventuras de Juan Planchard

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me impediría tener lo que merezco.

Agarré las fichas que me quedaban sin siquiera contar cuánto había perdido. No importaba.

En esa mesa, esa noche, yo había sido el ganador.

Me alejé, sonriendo a la mujer de mi vida. Ella guardó mi tarjeta en el bolsillo de su denim

y me miró con una complicidad que no dejaba dudas: Ella también sentía que nacimos el uno para el

otro y que el tiempo que pasamos separados había terminado para siempre.

La Brasileña y yo nos montamos en una Hummer Limo, a la salida del casino, y nos fuimos

para el Palms. Ella se quejó, juguetona, de que la tarjeta no pasó. Dijo que yo lo había hecho a

propósito y que era un pichirre. Pero yo no la escuchaba. Solo pensaba en mi amada… Miraba a

través de mi ventana un mundo nuevo que celebraba mi felicidad.

El Caesars Palace de Las Vegas… con su coliseo romano… en el que se había hecho grande

Muhammad Ali…

El Hotel Mirage… con su volcán entrando en erupción cada quince minutos…

El Hotel Bellagio… con su gigantesca fuente que echa agua a cien metros de altura al ritmo

de Beethoven u otro por el estilo…

El Aladdin verdadero… no la imitación balurda de El Rosal…

El Monte Carlo… igualito al que escondía a Lady Di con Dodi Al-Fayed en el primer

triunfo del Islam sobre la realeza británica…

El MGM… con el león enorme adornando su fachada…

El NEW YORK - NEW YORK… que tiene una réplica del Empire State y una montaña rusa

que circula entre los rascacielos y pasa por el propio lobby…

El Luxor… con la pirámide iluminando al cielo…

El Mandalay Bay… que parece una jaula de oro y tiene tigres que se comen a sus

entrenadores alemanes homosexuales…

Toda Las Vegas se rendía a mis pies, no porque tuviese dinero sino porque la tenía a ella…

cualquiera que fuese su nombre. Con sus ojos verde marihuana y su sonrisa calmada, nacida para

vivir a mi lado, en eterna sabiduría, rasguñando mi alma con sus largas pestañas…

Llegamos a The Palms y tuve que hacer un toque técnico en la vende-paga que compré hace

un año. Es un point espectacular, con sesenta televisores que pasan en vivo carreras de todos los

hipódromos importantes del mundo. El que quiere apuesta contra nosotros.

El negocio me lo maneja un español que se parece a Fernando Carrillo y al que llaman El

Duque. Es un buen tipo. Lo conocí hace un par de años en casa de Miguel Ángel Moratinos, el

representante del Comandante en España, y desde entonces nos hicimos amigos.

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