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Las Aventuras de Juan Planchard

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grupo de médicos… Cinco profesionales con batas y tapabocas, se pusieron a repartir termómetros,

uno para cada uno, y pidieron que los pusiéramos en nuestras bocas, bajo la lengua.

Scarlet me miró como diciendo “WTF is this?”. Yo tampoco entendía nada. Le pregunté a la

Diputada Endragonada y me explicó que era señal de que el Comandante pasaría a saludar. “El

Comandante se tiene que cuidar –dijo– si uno de nosotros le pega una gripe sería una torta. Hasta a

los treinta y tres presidentes del CELAC les midieron la temperatura antes de que saludaran al líder”.

Me pareció raro ese cuento, no me imagino a Piñera o a Calderón con un termómetro en la

boca… pero qué demonios, había que hacer lo que pedían. El hombre no estaba para juegos, y todos

nuestros juegos se basaban en el hombre.

Le expliqué a Scarlet, animándola con la idea de que a lo mejor vería al Comandante. Nos

pusimos los termómetros bajo la lengua y esperamos un minuto.

Era una escena bastante bizarra. Toda esa gente importante reunida alrededor de una mesa

de Palacio, con un palito de vidrio en la boca. Reinaba un silencio repentino inevitable, que nadie

podía romper. Se me ocurrió que era una especie de minuto de silencio anticipado. Pero rechacé ese

pensamiento. Estaba allí para coronar un contrato enorme y necesitaba que la salud del tipo mejorara,

que me durara vivo un año más.

La verdad es que yo no había visto al Comandante en persona desde que anunció lo de la

enfermedad. Me había pasado meses fuera del país enfocado en otras vainas. Sabía que sería un

encuentro raro, y decidí que tomaría medidas en base al estado en el que lo viese.

La primera parte de la cena se desarrolló con pocos incidentes. Hablé de mi proyecto

carcelario y les pareció muy interesante. Sugirieron bajar un poco el precio de la construcción,

dieciocho millones de dólares (ciento cincuenta billones de bolívares fuertes) para tres mil reclusos

les sonaba exagerado. Pero en general hubo buen feedback.

Vera habló en inglés con Scarlet, para deleite de todos los presentes. Luego Scarlet habló un

poco de español.

Cuando entró el Comandante fue como si cambiaran el aire del lugar. Nos pusimos de pie.

Se acercó y fue estrechando nuestras manos, una por una. Besó a las mujeres y abrazó cariñosamente

a algunos de los hombres a los que conocía mejor.

El cabello le había crecido parcialmente (después de meses de calvicie). Estaba

impresionantemente gordo a causa de los esteroides que Fidel le recetó para que aguantase el año

electoral que estaba por comenzar. Todos los médicos del planeta decían que esos esteroides lo

matarían. Pero Fidel tenía a la medicina cubana de su lado, y la medicina cubana es la mejor del

mundo. Donde manda el capital, no manda el marinero.

El Comandante estrechó mi mano, pero no recordó mi nombre. Fijó sus ojos sobre Scarlet y

ella le ofreció su mano. Él se la tomó, delicado, y la besó con un respeto y devoción que dejó frías a

todas las demás mujeres, y a mí me hizo apretar el culo.

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