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los padres competitivos no tienen conciencia de las razones de tales sentimientos, pero sabenque eso es lo que les movilizan sus hijos.Durante la adolescencia, las niñas comienzan a convertirse en mujeres y los niños en hombres.La adolescencia del hijo es una época especialmente amenazante para un padre o madreinseguro. Las mujeres tienen miedo de estar envejeciendo y perdiendo su belleza, y quizá vean asus hijas como competidoras y sientan necesidad de rebajarlas, especialmente en presencia desu marido. Los hombres pueden sentir amenazados su virilidad y su poder. Y como en la casasólo hay lugar para un hombre, se valen de la humillación y el ridículo para que los hijos varonessigan sintiéndose pequeños y desvalidos. Muchos adolescentes exacerban la situación almostrarse francamente competitivos, como manera de probar a navegar en las aguas de la edadadulta.Con frecuencia los padres competitivos también han sido víctimas de privaciones en su niñez, yase trate de escasez de alimentos, de ropa o de amor. Entonces, por más que tengan, siguenviviendo en el temor de no disponer de lo suficiente. Muchos padres así repiten con sus hijos lasituación de la competencia que vivieron antes con sus propios padres o con sus hermanos. Yesta competición injusta somete a un niño a una presión enorme.Vicky simplemente renunció al intento de lograr algo: Durante muchos días dejé de hacer unmontón de cosas, incluso cosas que realmente me gustaban, inclusive tenía miedo (le decía aella que ya no me humillara.Los mensajes del inconsciente son poderosos: «No puedes tener más éxito que yo», «No puedesser más atractiva que yo» o «No puedes ser más feliz que yo». Dicho de otra manera: «Todostenemos nuestros límites, y el tuyo soy yo».Como estos mensajes tienen una trabazón tan sólida; si los hijos adultos de padres competitivosconsiguen arreglárselas para destacar en algo. Cuanto más éxito tienen, más desdichados sesienten, y es frecuente que eso los lleve a sabotear sus propios éxitos. Para los hijos adultos deeste tipo de «incapacitados», el precio que pagan por mantener cierta paz interior es quedarseeternamente por debajo de sus potencialidades. Controlan su sentimiento de culpa autolimitándose inconscientemente para no ir más allá de donde llegaron sus padres, y así, en ciertosentido, cumplen las profecías negativas de aquéllos.MARCADO POR LOS INSULTOSAlgunos padres que se valen de la agresión verbal no se molestan escudándose enracionalizaciones, sino que bombardean a sus hijos con insultos, arengas, acusaciones ycalificativos sumamente crueles. Son extraordinariamente insensibles, no sólo para el dolor quecausan, sino para el daño perdurable que están ocasionando. Esas formas vociferantes demaltrato verbal pueden marcar a fuego la autoestima del hijo, lo mismo que si fueran una marcapara ganado, y dejar profundas cicatrices psicológicas.Carol, una mujer de cincuenta y dos años, es una modelo sumamente hermosa que últimamentese ha dedicado a la decoración de interiores. En nuestra primera sesión me habló de su últimodivorcio, el tercero, una dolorosa experiencia que había terminado más o menos un año antes deque ella viniera a consultarme, y que la había dejado con una penosa sensación de miedo alfuturo. Al mismo tiempo, el hecho de estar pasando la menopausia la ponía al borde del pánicoante la amenaza de perder su belleza. Se sentía indeseable, y me contó que esos miedos se lehabían intensificado a causa de una reciente visita a sus padres.Es algo que siempre termina de la misma manera. Cada vez que los veo es volver al mismo dolory a la misma decepción. Lo peor de todo es que sigo pensando que si esta vez al volver a casales cuento que me siento desdichada, que algo no anda bien en mi vida, quizá por esta única vezme digan: «Oh, cariño, cuánto lo sentimos», en vez de «Pues tú te lo has buscado». Desde quepuedo recordarlo, la respuesta ha sido siempre: «Pues tú te lo has buscado». Le señalé quedaba la impresión de que los padres seguían manteniendo un poder tremendo sobre ella, y le48 De 147

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