<strong>La</strong> carretera oscura Por: Julio Cevasco
es los ojos. Pero no pue<strong>de</strong>s ver. Entonces te preguntas por qué mientras recuerdas poco a poco que te encuentras muerto. A Se suponía que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>la</strong> muerte todo se terminaba. Se suponía que no existía ni un cielo ni un infierno para juzgar nuestras almas. Pero parece que todos estaban equivocados. El ateísmo era una farsa así como <strong>la</strong> religión, y todo lo que queda es una carretera oscura e interminable. Solo eso. Y tú. También quedas tú. Pero tú te encuentras solo. Solo y con los ojos abiertos. Pero, sin embargo, no pue<strong>de</strong>s ver nada. Te encuentras solo porque solo naciste y, a<strong>de</strong>más, porque solo ibas a morirte. Era lógico. Pues <strong>la</strong> soledad es una característica humana. El final era bastante pre<strong>de</strong>cible. <strong>La</strong> carrera I A lo <strong>la</strong>rgo <strong>de</strong> <strong>la</strong> carretera, el viento sop<strong>la</strong> retorciéndose sobre tu piel. «¿Dón<strong>de</strong> estoy?», te preguntas temb<strong>la</strong>ndo, aunque no consigues dar con <strong>la</strong> respuesta. Te encuentras en una carretera. Pero c<strong>la</strong>ro. ¿Qué esperabas, novato? Te encuentras en una carretera, solo que es una carretera en el medio <strong>de</strong> <strong>la</strong> nada. Una carretera fantasma en un lugar ignoto. Los letreros con el nombre <strong>de</strong> <strong>la</strong>s <strong>de</strong>sviaciones han sido tragados por <strong>la</strong> oscuridad, igual que <strong>la</strong>s luces <strong>la</strong>terales, <strong>la</strong>s rampas y el asfalto. Una ráfaga <strong>de</strong> aire eriza tu piel y, es en ese momento, mientras te encorvas, cuando <strong>de</strong>scubres que estás <strong>de</strong>snudo. Y te avergüenzas… El viento sop<strong>la</strong>. Tu piel se hie<strong>la</strong>. Te arqueas hacia a<strong>de</strong><strong>la</strong>nte mientras tus rodil<strong>la</strong>s tiemb<strong>la</strong>n y, casi por instinto, bajas <strong>la</strong> mano para cubrirte el sexo porque es una reacción natural ante <strong>la</strong> <strong>de</strong>snu<strong>de</strong>z. Pero lo único que encuentras es un pequeño bulto carnoso y, entonces, experimentas nuevamente el miedo. Porque sabes que antes, ahí abajo, había algo. Un algo suave y p<strong>la</strong>centero. Y a veces… hasta jugoso. Sin embargo, no pue<strong>de</strong>s recordar qué. Ni si tenía forma o nombre alguno. Entonces por un instante piensas que todo es una maldita pesadil<strong>la</strong>. Una maldita tormenta. Lo único que sabes es que estás muerto y que en alguna época vivías una vida que ya no interesa. II Te agarras <strong>la</strong> cabeza, <strong>de</strong>spacio, y transpiras al <strong>de</strong>scubrir que nuevamente algo no marcha bien. Tus <strong>de</strong>dos tiemb<strong>la</strong>n sobre el cuero cabelludo. Recuerdas que durante tu vida antigua pudiste ser alguien o muchas personas. Por ejemplo, un motociclista que recorre <strong>la</strong> ruta <strong>de</strong>l averno, un motociclista l<strong>la</strong>mado Él. O El<strong>la</strong>, una puta, una mujer sin miedo. Sin embargo, <strong>la</strong> realidad es que ni Él ni El<strong>la</strong> existen. El motociclista era un fantasma, y <strong>la</strong> puta, <strong>la</strong> fantasía <strong>de</strong> un enfermo. Quizás ambos nunca existieron. Quizás los rostros borrosos <strong>de</strong> los fantasmas en tus recuerdos, los fantasmas que te l<strong>la</strong>man por tu nombre verda<strong>de</strong>ro, tampoco existieron porque vivías <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> una ilusión. Y <strong>de</strong> repente te quiebras… Sientes frío y <strong>la</strong> piel te pica. El sonido se distorsiona a lo <strong>la</strong>rgo <strong>de</strong> <strong>la</strong> carretera y, <strong>de</strong>scubres, <strong>de</strong> repente, que se trata <strong>de</strong> un sonido vibratorio, casi metálico. Porque lo único que recuerdas es el ruido <strong>de</strong> los metales. <strong>La</strong>s tenazas. <strong>La</strong>s cuchil<strong>la</strong>s. <strong>La</strong>s voces que hacían trepidar al infinito en una época en don<strong>de</strong> todo era caos. Un estallido. Una noche <strong>de</strong> pasión. Pero luego sientes un impulso que te obliga a correr. A seguir a<strong>de</strong><strong>la</strong>nte. Así que le haces caso, no te cuestionas y empiezas a correr <strong>de</strong>snudo. ∞ 25 ∞