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La triste historia de la doctora Amelia y otros relatos

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…<br />

Son <strong>la</strong>s luces <strong>de</strong> <strong>la</strong>s linternas, corredor.<br />

<strong>La</strong>s luces <strong>de</strong>l amanecer. Así que no temas. Quítate <strong>la</strong> mano <strong>de</strong> los ojos.<br />

«No tengo miedo», te repites, mientras apartas tus manos tal como se te or<strong>de</strong>na. Entonces<br />

los observas. Son los hombres que corrían contigo. Los hombres que sobrevivieron.<br />

Joe el motociclista y el beso <strong>de</strong> <strong>la</strong> muerte<br />

VI<br />

Fue un beso el que lo mató.<br />

Joe Harrison <strong>de</strong> Bounty, Nevada, manejaba su moto por una carretera solitaria, iluminada<br />

por paneles publicitarios <strong>de</strong> marcas <strong>de</strong> preservativos, anuncios que fal<strong>la</strong>ban a favor <strong>de</strong> <strong>la</strong> legalización<br />

<strong>de</strong>l aborto y, <strong>otros</strong>, que acusaban a los africanos <strong>de</strong> esparcir el virus Número Cuatro. Durante<br />

<strong>la</strong> baja edad media, el mundo había sobrevivido a <strong>la</strong> peste negra, mientras que al virus <strong>de</strong>l Ébo<strong>la</strong><br />

se opuso durante el co<strong>la</strong>pso <strong>de</strong> <strong>la</strong>s re<strong>de</strong>s <strong>de</strong> comunicación. Luego apareció <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ga <strong>de</strong> los tumores.<br />

Pero el mundo lidió con el<strong>la</strong> exterminando a <strong>la</strong>s colonias que vinieron <strong>de</strong>l p<strong>la</strong>neta subterráneo. No<br />

obstante, el Virus Cuatro, el virus <strong>de</strong> <strong>la</strong> sobrepob<strong>la</strong>ción, era un virus que se había esparcido sin que<br />

nadie lo notase y, también, sin que nadie lo notase, los humanos lo estaban eliminando.<br />

Joe Harrison, el motorista <strong>de</strong> Bounty, sentía una comezón en los <strong>la</strong>bios. Sabía que algo andaba<br />

mal con él, porque él no era como los <strong>de</strong>más jóvenes <strong>de</strong> Bounty. Joe Harrison era negro. Era<br />

<strong>de</strong>scendiente <strong>de</strong> africanos y durante los últimos años <strong>de</strong> su vida <strong>la</strong> tasa <strong>de</strong> mortandad <strong>de</strong> sus coterráneos<br />

había subido <strong>de</strong> manera consi<strong>de</strong>rable. En los <strong>de</strong>siertos <strong>de</strong> Arizona aparecían cadáveres <strong>de</strong><br />

niños y madres, músicos <strong>de</strong> jazz morían durante un concierto, cada semana se encontraban cuerpos<br />

<strong>de</strong> cabareteras tras bastidores o una prostituta <strong>de</strong> cabellos zambos, muerta y <strong>de</strong>snuda sobre <strong>la</strong> cama.<br />

Pero Joe Harrison sabía que no se trataba solo <strong>de</strong> <strong>la</strong> violencia, sino <strong>de</strong> una conspiración. Era estúpido.<br />

Pero los gobiernos echaban <strong>la</strong> culpa <strong>de</strong> <strong>la</strong> sobrepob<strong>la</strong>ción a todos los Hijos-<strong>de</strong>l-África. Sobre<br />

todo a los gigolós. <strong>La</strong>s mujeres se acostaban con ellos, pero ya sabes lo que dicen, Joe, que cuando<br />

uno duerme con alguien y luego duerme con otro, ese otro duerme con aquellos con los que uno ha<br />

dormido.<br />

Joe Harrison miró <strong>la</strong> carretera a través <strong>de</strong>l casco <strong>de</strong> <strong>la</strong> motocicleta. El motorista sentía una<br />

comezón en sus <strong>la</strong>bios gruesos, los <strong>la</strong>bios que sus padres le heredaron. Joe Harrison se sentía como<br />

un perseguido por el gobierno, por una conspiración racista. Sentía que lo perseguía el mundo porque<br />

su novia era b<strong>la</strong>nca, y porque antes <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedirse el<strong>la</strong> lo había besado.<br />

VII<br />

<strong>La</strong> policía cercaba <strong>la</strong> carretera con unos conos <strong>de</strong> plástico. <strong>La</strong> carretera era interminable y<br />

oscura, y una moto negra se había carbonizado luego <strong>de</strong> impactar con un camión cisterna. Al parecer,<br />

el conductor manejaba distraído y fue su distracción <strong>la</strong> que lo mató, porque había manejado<br />

recordando un beso.<br />

El goce <strong>de</strong> los muertos<br />

VIII<br />

―En tu otra vida eras Joe ―susurró el corredor―, un motociclista, pandillero y perseguido,<br />

que andaba con una joven menor <strong>de</strong> edad. Su nombre era Lorie Craine, y era hija <strong>de</strong> un político.<br />

Te mataron porque eras negro. ¿Compren<strong>de</strong>s? El<strong>la</strong> te besó sin saber que su lápiz <strong>la</strong>bial estaba compuesto<br />

por ciertos químicos venenosos, y era por eso que te picaban los <strong>la</strong>bios. Mas no te engañes,<br />

muchacho, pues lo que en realidad te mató fue un acci<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> tránsito. Porque entonces eras joven,<br />

estabas enamorado y eras muy estúpido. Manejabas ebrio y distraído. ―<strong>La</strong> voz <strong>de</strong>l corredor cesó.<br />

Era un sujeto calvo con una pisto<strong>la</strong> en <strong>la</strong> mano. Un sujeto que tenía <strong>la</strong> mirada vacía mientras observaba<br />

<strong>la</strong> carretera por <strong>la</strong> ventana <strong>de</strong>l helicóptero.<br />

«Silencio…».<br />

∞ 27 ∞

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