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artemio cruz

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abierta y entró acariciada, rodeada del pulso ansioso, coronada de huevecillos jóvenes,<br />

apretada entre ese universo de piel blanda y amorosa: reducidos al encuentro del mundo,<br />

a la semilla de la razón, a las dos voces que nombran en silencio, que adentro bautizan<br />

todas las cosas: adentro, cuando él piensa en todo menos en esto, piensa, cuenta las<br />

cosas, no piensa en nada, para que esto no se acabe: trata de llenarse la cabeza de mares<br />

y arenas, de frutos y vientos, de casas y bestias, de peces y siembras, para que esto no se<br />

acabe: adentro, cuando levanta el rostro con los ojos cerrados y el cuello se estira con<br />

toda la fuerza de las venas hinchadas, cuando Regina se pierde y se deja vencer y<br />

contesta con el aliento grueso, frunciendo el ceño y con los labios sonrientes que sí, que<br />

sí, que le gusta, que sí, que no la deje, que siga, que sí, que no se acabe, que sí, hasta<br />

darse cuenta de que todo ha sucedido al mismo tiempo, sin que uno haya podido<br />

contemplar al otro porque ambos eran la misma cosa y decían las mismas palabras:<br />

«—Ahora soy feliz.<br />

»—Ahora soy feliz.<br />

»—Te quiero, Regina.<br />

»—Te amo, mi hombre.<br />

»—¿Te hago feliz?<br />

»—No termina nunca; cómo dura: cómo me llenas»<br />

mientras en las calles sonó un cubetazo de agua sobre el polvo y los patos silvestres<br />

pasaron graznando junto al río y un chiflado anunció las cosas que nadie podría detener:<br />

las botas arrastraron el ruido de las espuelas, los cascos volvieron a sonar y los olores de<br />

aceite y manteca corrieron entre las puertas y las casas. Él alargó la mano y buscó los<br />

cigarrillos en el parche de la camisa. Ella se acercó a la ventana y la abrió. Permaneció<br />

allí, respirando, con los brazos abiertos, sobre las puntas de los pies. El círculo de<br />

montañas pardas avanzó con el sol hacia los ojos de los amantes. Ascendió el olor de la<br />

panadería del pueblo y, de más lejos, el sabor de arrayanes enredados con la maleza de<br />

las barrancas podridas. Él sólo vio el cuerpo desnudo, de brazos abiertos que querían,<br />

ahora, tomar las espaldas del día y arrastrarlo con ella a la cama.<br />

—¿Quieres tu desayuno?<br />

—Es muy temprano. Déjame acabarme el cigarrillo antes.<br />

La cabeza de Regina se recostó en el hombro del joven. La mano larga y nervuda<br />

acarició la cadera. Los dos sonrieron.<br />

—Cuando era niña, la vida era bonita. Había muchos momentos bonitos. Las<br />

vacaciones, los descansos, los días de verano, los juegos. No sé por qué cuando crecí<br />

empecé a esperar cosas. De niña no. Por eso empecé a ir a esa playa. Me dije que era<br />

mejor esperar. No sabía por qué había cambiado tanto durante aquel verano y había<br />

dejado de ser niña.<br />

—Lo eres todavía, ¿sabes?<br />

—¿Contigo? ¿Con todo lo que hacemos?<br />

Él se rió y la besó y ella dobló la rodilla, en la posición de un ave de alas cerradas,<br />

anidada en el pecho de él. Se colgó al cuello del hombre, entre risas y lloriqueos<br />

fingidos:<br />

—¿Y tú?<br />

—Yo no recuerdo. Te encontré y te quiero mucho.<br />

—Dime. ¿Por qué supe, en cuanto te vi, que ya no iba a importar nada más? Sabes:<br />

me dije que en ese mismo momento tenía que decidirme. Que si tú pasabas de largo,<br />

perdería toda mi vida. ¿Tú no?<br />

—Sí, yo también. ¿No creíste que era un soldado más, buscando en qué divertirse?<br />

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