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ticiado por el indio Rangel. Las pasiones habían montado
hasta el extremo de lo inopinado. Zamora es condenado a
muerte. Paula Correa se mueve y logra salvar a su hijo. Monagas
lo condena a presidio perpetuo en el castillo de San
Carlos, en Maracaibo. Aquella vetusta cárcel era el preludio
de la muerte por sus condiciones de insalubridad. La idea
de la godarria era darle muerte a Zamora en la cárcel de
Maracay. En primera instancia se le intenta envenenar con
una hallaca untada con «Solimán», un veneno activo. Se le
paga a un sicario para que lo asesine en una visita donde
se desarrollaría un motín en la prisión. La intervención de
un honesto custodio detuvo la intención de ese asesinato.
La huida de Zamora es preparada por su cuñado Juan Casper
y se sospecha que por Bibiana López, una compañera
campesina con quien tuvo un hijo de nombre Nicolás que
no sobreviviría en aquella Venezuela insalubre.
Finalmente, en momentos de peligro para su gobierno,
Monagas lo llama a formar parte de su ejército; fue rescatado
en El Hatillo, donde vivió años con una identidad falsa
y con el pelo y el bigote pintados de negro. La mística y preparación
militar de aquel hombre pronto se harían sentir y
por esfuerzo propio ocuparía los altos estrados que logró en
la política en el siglo XIX. En 1859 usurpa la Primera Magistratura
Julián Castro, oscuro militar petareño que comienza
a perseguir a los liberales. Esa persecución se lleva a cabo
contra Juan Crisóstomo Falcón y contra Ezequiel Zamora.
En la parroquia de San Pablo un militar de nombre Jorge
Michelena, provoca a Zamora y le escupe la cara para que
los sicarios que estaban apostados en las esquinas lo asesinen.
Zamora, consciente de la situación, se limpió el rostro
y prosiguió su camino. El 10 de diciembre de ese mismo
año, luego de la derrota de Santa Inés y huyendo el ejército
centralista hacia el Bostero, Zamora vence nuevamente a
los que huían, encontrándose entre ellos a Jorge Michelena.
Como lo ha referido Román Martínez Galindo, el General
del ejército soberano le perdonó la vida a aquel fanfarrón;
en aquella épica batalla los federales destruyeron al ejército
constitucionalista. En la refriega en el Trapiche de Santa
Inés, el General del Ejército Soberano encuentra herido
a su maestro de la Academia Militar, Olegario Meneses, a
quien también le dispensa la vida y le acota: Maestro ¿qué
pasó con sus matemáticas? Inmediatamente le ordena a
sus edecanes que lo protejan y le salven la vida.
Arde la Guerra Federal
El 20 de febrero de 1859, Coro es tomado por el comandante
Tirso Salaverría, había comenzado ese día la Guerra
Federal en Venezuela. Días después Ezequiel Zamora hace
presencia en el lugar y se decreta el estado de Coro. Los Federales
luchaban por resarcir las tierras a los campesinos.
Se peleó por la justicia social, un sector de la propia clase
pudiente había sido mancillado por el capital comercial. La
«Ley de espera y quita» había quebrado a muchos dueños
de tierras. Los precios del café y el cacao habían caído en
el mercado internacional. Los prestamistas se valían de esa
condición para arruinar y expropiar a los dueños de tierra.
Los propietarios insolventes, para pagar las hipotecas, sucumbían
ante la voracidad del capital privado. Los bancos
Lámina cartográfica de la batalla de Santa Inés,
donde el 10 de diciembre de 1859 libró su magistral
batalla el General Ezequiel Zamora.
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