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Stephen King en el Siglo XXI
Jesús Sánchez
“Vete, pues hay otros mundos aparte de este”.
Popularmente conocido como el
maestro del terror contemporáneo,
la figura de Stephen King ha
sufrido un acelerado proceso de
inserción en la cultura popular
a nivel mundial, bastante
intensificado en los últimos años.
Transcendiendo ya al ámbito
literario, la obra de King es, a
estas alturas del siglo XXI, objeto
de numerosas revisiones de toda
índole. La propia estrella de la
literatura busca esa simbiosis
constantemente. Desde su cuenta
de twitter, King nos habla de los
proyectos en torno a su obra,
y a la vez usa la red social del
pajarito para hablarnos de las
cosas que le siguen gustando, y
no tanto. Lo mismo nos cuenta
como ha disfrutado con el último
concierto de Rancid que le atiza
al presidente Trump. Y su gusto,
mundano pero interesante, es
muy similar al de sus seguidores.
Por poner un ejemplo, King
alababa recientemente la serie
“Stranger things”, como ejemplo
de buen producto del género en
el que él lleva cuatro décadas
reinando. Es sólo un dato, pero
nos da la imagen de un tipo que
sigue vigente, vivo, activo. No
abandona la producción literaria,
sino que además supervisa los
proyectos centrados o inspirados
en su obra.
Si bien este lector se acercó de
manera descreída, hace más
de treinta años, a unas obras
que aun entonces no eran
consideradas más que literatura
evasiva, el desarrollo de la obra
de King, además de convertirlo
no ya en un referente del género,
sino en un tótem literario, ha
alcanzado cotas globales que lo
hacen emerger como el que hoy es:
con toda probabilidad, el mayor
generador de entretenimiento
(ya sea por activa o por pasiva)
del siglo XXI. No hubiera dado
crédito a ello si me lo dicen en los
primeros años 80. En aquellos
días de mi preadolescencia,
y embrujado por la magistral
versión cinematográfica de “El
Jake Chambers, La torre oscura.
Resplandor” (“The Shining”,
Stanley Kubrick), di el salto
desde las novelas de Enyd Blyton
a las de King. Salté, de manera
brusca, de la soleada campiña
inglesa por donde correteaban
Los Cinco, a los oscuros pasillos
del Hotel Overlook. Un peldaño
más en mi educación sensorial;
por un lado, de la mano de
Kubrick, descubrí qué era el cine
grande, con sus travelings, sus
contraplanos, o ese silencio que
no lo es, en el que un ambiente
frio acompañado de música de
Bartòk se convierte en todo un
festín de sensaciones. Por otro
lado, el posterior acercamiento a
la obra original me hizo aprender
una máxima inquebrantable:
una novela no es una película,
y viceversa. Aunque se llamaran
igual, las dos lecturas de las
andanzas de Jack Torrance y
sus fantasmas personales (y no
tan personales) eran dos mundos
diferentes. El de Kubrick, más
centrado en lo visual, el de King,
una clara muestra de literatura
en la que la historia no es sino la
escusa para pergeñar un inmenso
tratado de psicología en torno al
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