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—No —dice ella en voz baja—. Soy mucho peor y mejor que tú. Soy
la cosa que los monstruos en la oscuridad temen y ahora soy
incluso la pesadilla del Boogeymam.
Ella se aleja y él se pone de pie. Cuando él está de frente a ella, ésta
le guiña un maldito ojo. Ella está disfrutando cada segundo de
esto.
Está haciendo lo que prometió; le está quitando el orgullo y el
poder, rompiendo el sentimiento inmortal de ser intocable que
tenía.
Él agarra una lámpara y la arroja a la cabeza de ella. Mientras ella
se agacha, riendo, él coge la mesa y se la tira.
Ella la esquiva, usando la velocidad que tiene a su favor. Es como
si quisiera que esto sucediera.
—Ni siquiera puedes levantarla como un hombre de verdad —dice
ella, sonriendo cuando sus fosas nasales se inflaman y la furia
arruga todos sus rasgos—. Tienes que cortar a las mujeres, verlas
sangrar, sólo para conseguir una buena erección. Eres débil —dice,
caminando por la habitación—. Ni siquiera debería molestarme
contigo. Los hombres que mato son hombres fuertes y poderosos
que pueden follar a una mujer sin forzarla. Sólo violan cuando
sienten que una mujer necesita ser puesta en su lugar.
Está diciendo todas las cosas correctas para provocarlo, para
derrumbar la fachada que ha construido y para castrarlo. Es tan
buena perfilando a las personas porque lo ha estudiado. Ha
aprendido a degradar a todas sus víctimas.
La forma en que la degradaron.
Ella es una víctima. O, al menos, lo era.