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14 Enrique Jardiel Poncela<br />

¡Y para espetarle esas terribles preguntas de "¿el marido era rubio o moreno?",<br />

"¿cómo conociste al arquitecto?", "¿qué fue lo que te gustó del notario?, etc.!<br />

Hubo varios silencios en nuestra charla.<br />

Fuera, en la calle, el estío apretaba ya <strong>com</strong>o un sostén. Zumbaban<br />

insectos tras las persianas de hierro del balcón, que rayaban con una falsilla de<br />

sol el parquet del suelo, el diván tapizado con zarapes y el deshabillé femenino.<br />

Dos o tres veces estuve a pique de aprovechar uno de aquellos silencios<br />

para decirle, al fin, cómo gracias a su influjo quedaba concluido un nuevo libro<br />

e incluso para referirle algunos episodios, que la afectaban, de ¡ESPÉRAME EN<br />

SIBERIA, VIDA MÍA!, pero logré contenerme a tiempo. Lo celebro ahora. ¿Qué<br />

le importaba a ella todo eso? ¿Qué le importa todo eso a ninguna mujer del<br />

mundo?<br />

Por último, cuando noté que languidecía, me puse de pie para<br />

exclamar:<br />

—Si vas a salir, te dejo donde vayas.<br />

Aceptó y se retiró a vestirse, no sin darme un periódico con el que<br />

entretener la espera (1).<br />

Reapareció al cabo. Salimos. Tomamos un coche y ella dio las señas de<br />

cierta amiga <strong>com</strong>ún que acababa de regresar de América.<br />

En el largo trayecto apenas cruzamos media docena de palabras. Las<br />

puntas de sus zapatitos arañaban la alfombra. El calor de la media tarde se<br />

estrellaba contra el techo del taxi. Y nuestras cabezas, con los rostros enfocados<br />

hacia ventanillas opuestas, nos daban el aspecto del águila bicéfala de las<br />

banderas imperiales.<br />

¿A qué hablar? ¿Para qué esforzarse? En el asiento del auto había un<br />

espacio entre los dos. Y mi imaginación llenaba aquel espacio con el cadáver<br />

triste y yerto de un Cupido enviciado.<br />

La llegada. Un frenazo. Bajé; la descendí.<br />

—Adiós... Y a ver si nos vemos, ¿eh?<br />

—¡Ah, sí! Oye: ¡a ver si nos vemos!<br />

(Lo que se dicen las personas que no van a hacer nada por volver a<br />

verse...)<br />

Alguna vez, sin embargo, he vuelto a verla, ya de un modo superficial y<br />

amistoso; de un modo que hace imposible la declaración de aquello que en<br />

tantos momentos pensé declararle.<br />

Y por eso, precisamente; porque no he podido decírselo nunca de viva<br />

voz, hoy se lo digo en estas hojas impresas que caerán a sus pies en la época<br />

en que caen todas las hojas: a principios de otoño.<br />

(1) Todo aquello debió de suceder un lunes, porque recuerdo que me dio El Noticiero.<br />

Y eso que no puede uno fiarse mucho..., pues es un hecho <strong>com</strong>probadísimo que los<br />

periódicos que se encuentran en los boudoirs de las mujeres de la vida teatral y en las antesalas<br />

de los dentistas son siempre periódicos de fechas muy atrasadas.<br />

Digitalizado por Elsa Martínez – junio 2006

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