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¡Espérame en Siberia, vida mía! 35<br />

verdades: procedimiento infalible para que no le crean a uno.)<br />

En aquella primera entrevista, al marcharse, Palmera le dio al<br />

escultor sus labios y un pisotón.<br />

Las dos cosas se las dio junto a la puerta:<br />

El escultor murmuró primero:<br />

¡Oh!<br />

Y gritó luego:<br />

¡Ay!<br />

Y después dijo:<br />

—¿Volverás?<br />

Ella, que estaba ya en el pasillo, replicó vehemente:<br />

—¡¡Sí!!<br />

Y en efecto: volvió. Volvió al despacho y le dio otro beso y otro<br />

pisotón. Enseguida se fue sin que él intentase ya retenerla, porque tenía unos<br />

labios insaciables, pero también tenía un par de zapatos —un solo par de<br />

zapatos— y los cuidaba amorosamente.<br />

Cinco días más tarde, Palmera le envió una carta repleta de<br />

bobaditas y de lugares <strong>com</strong>unes, aunque perfumadísima de sándalo,<br />

circunstancia transcendental para un enamorado de las maderas preciosas.<br />

El lugar <strong>com</strong>ún de mayor bulto que contenía la carta era cierta queja<br />

que Palmera exponía de su marido, queja que terminaba en una larga<br />

hilera de puntos suspensivos (1).<br />

La queja era ésta, situada en el centro de la segunda carilla:<br />

Yo soy muy sentimental, mientras queél<br />

tiene en sus venas la sangre ardorosa, grosera<br />

y sensual de los gitanos......................<br />

Al leer estas líneas anteriores, el escultor —que por cierto se llamaba<br />

Federico, <strong>com</strong>o un emperador cualquiera— se sintió dispuesto a todos los<br />

heroísmos. No era rico, y su arte, todavía en la adolescencia, no podía<br />

proporcionarle ingresos bastantes para soportar los gastos de una mujer de las<br />

que se obstinan en <strong>com</strong>er tres o cuatro veces diarias. Pero eso carecía de<br />

importancia:<br />

—Yo trabajaré en lo que sea —determinó con la generosidad y el<br />

valor privativos de los hombres miopes—. Tallaré imágenes, haré figuritas<br />

para venderlas por las aceras de la calle de Alcalá, esculpiré cabezas de<br />

varones ilustres o cabezas de ganado, que da lo mismo; robaré, asaltaré<br />

Bancos... Y un día llegará indudablemente, en que podré arropar a Palmera<br />

(1) Hay un premio de tres ejemplares gratuitos de esta novela y un fieltro de porcelana para<br />

aquellos lectores que expliquen satisfactoriamente por qué las mujeres se muestran siempre tan<br />

pródigas en puntos suspensivos.<br />

Digitalizado por Elsa Martínez – junio 2006

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