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¡Espérame en Siberia, vida mía! 47<br />

—Que tengan los pechos bonitos.<br />

Un nuevo silencio. En plena irritación, Palmera arguyó destilando<br />

veneno, <strong>com</strong>o las serpientes "cobra" y las boquillas de ámbar:<br />

—Por lo que veo, pertenece usted a esa clase de personas que tienen a<br />

gala parecer ingeniosas.<br />

—Son preferibles a esas otras que tienen a gala parecer vulgares. Y el<br />

diálogo —ante la actitud atónita de la doncella— se convirtió en un duelo a<br />

muerte, en el cual la espada era la agilidad mental de cada adversario y la<br />

decisión de Palmera "llegar" pronto al corazón del contrincante y el propósito<br />

de Mario no dejarse "tocar".<br />

ELLA.—¿Dónde ha aprendido usted a contestar así?<br />

EL.—En la Universidad de Cambridge.<br />

—¿Estuvo usted allí mucho tiempo?<br />

—Tres regatas.<br />

—Y de Cambridge, ¿adonde saltó usted?<br />

—A1 adulterio, con una rubia.<br />

—¿Al adulterio? ¡Pero si es usted soltero!<br />

—Bien, pero eso no impidió el que la rubia fuese casada.<br />

—¿Y cómo acabó su amor?<br />

—Como siempre: engañándome ella con el marido.<br />

—Las casadas que vuelven sus ojos hacia el marido demuestran<br />

haberse hastiado de mirarse en los ojos del amante. ¿Acaso le ocurrió a<br />

usted eso?<br />

—¡Bah!... No. Por el contrario, ser un buen amante es más que ser<br />

un buen marido.<br />

—¿Por qué? ¿Porque se goza de una <strong>com</strong>paración que beneficia?<br />

—Claro; y porque resulta mucho más fácil decir cosas espirituales de<br />

vez en cuando que decirlas a todas horas.<br />

—Pero, ¿usted piensa seriamente que las mujeres necesitamos que nos<br />

digan cosas espirituales?<br />

—Sí. Por lo mismo que suelen ustedes carecer de espíritu<br />

—¡Espíritu, espíritu!... ¿A qué llama usted espíritu?<br />

—A todo lo que los demás han dado en llamar materia, señora.<br />

Palmera sonrió, dejando deslizar el cuello de su visión a lo largo de<br />

la espalda.<br />

—Le he advertido antes que me diga señorita; soy soltera.<br />

—Eso es una razón demasiado poderosa. También yo soy soltero y,<br />

sin embargo, no le exijo que me llame señorita.<br />

—Eso puede que tenga gracia, pero a mí no me ha hecho reír.<br />

—Hay muchas cosas llenas de gracia con las que no debe uno reírse.<br />

—¿Por ejemplo?<br />

—Dios La gracia de Dios, de la que no se ríe ningún corazón noble.<br />

—Me parece mal la manía de mezclar el corazón en todo.<br />

—El corazón no se mezcla nunca.<br />

Digitalizado por Elsa Martínez – junio 2006

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