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PRIMERA<br />

DIVAGACIÓN<br />

IMPRESCINDIBLE<br />

LA VIDA DE PALMERA<br />

4—PALMERA EN PROVINCIAS<br />

La infancia de Palmera —no hay otro remedio que decirlo— ofrecía<br />

menos atractivo que el programa de un festival al aire libre.<br />

Nació en una capital de provincia y creció un metro sesenta y cinco,<br />

estatura que había ya de conservar para siempre, haciéndose los trajes en casa<br />

y bordando escapularios en un convento de monjas pesimistas.<br />

En aquel mismo colegio dio clase de música, y después de seis los de<br />

pasar las negras luchando con los bemoles y de pasar los bemoles luchando con<br />

las negras, consiguió arrancar del piano unos ruidos diversos en los que la<br />

vecindad iba descubriendo sucesivamente los cuplés que se ponían de moda.<br />

Dichos cuplés aparecían todos firmados por Martínez Abades, Palmera<br />

soñó mucho, en las noches de plenilunio con aquel hombre maravilloso que<br />

confeccionaba dulces melodías en Madrid para que ella las interpretase en un<br />

Pleyel vertical instalado en su triste capital de provincia.<br />

Un día no pudo ya más y pidió noticias del autor favorito al dueño de<br />

la tienda de música El <strong>com</strong>pás de espera, donde solía adquirir los "arreglos<br />

para piano" de los cuplés.<br />

El dueño de El <strong>com</strong>pás de espera era un antiguo bombardino que<br />

sufría una amigdalitis crónica. A causa de la nostalgia del bombardino y de la<br />

cronicidad de la amigdalitis, se había afiliado en el escepticismo y no creía en<br />

ningún genio de la edad contemporánea. Por ello su opinión sobre Martínez<br />

Abades fue <strong>com</strong>atosa:<br />

—¿Quién, Martínez Abades? —preguntó—. ¡Ése es un hidráulico!<br />

¿Cómo? —exclamó Palmera, virgen en todo: hasta en la significación del<br />

idioma.<br />

Digitalizado por Elsa Martínez – junio 2006

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