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Descargar - Biblioteca Virtual Universal

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-D. Silvestre -manifestó el padre de Gloria-, se deja atrás a los mejores<br />

barómetros conocidos.<br />

Romero extendió la mano hacia el Noroeste -87- señalando un cerro<br />

aplanado cuya falda tocaba el mar y que tenía por nombre la Cotera de<br />

Fronilde.<br />

-Infalible -dijo-. Hay celaje allí, y no puede fallar la sentencia que<br />

dice: Fronilde nublada, Ficóbriga mojada.<br />

-Pues pica el sol -indicó el obispo.<br />

-Otra señal de próxima lluvia, Ilustrísimo Señor...<br />

-En fin, ¿bajamos o no a la playa?<br />

-¿Quién dijo miedo?... ¿Vienes tú, Gloria?<br />

Esta, durante las observaciones meteorológicas, se había visto precisada a<br />

contestar a varias preguntas del joven del Horro y a oír estudiadas frases<br />

que bajo frivolidad aparente escondían la intención amorosa.<br />

-¿Vienes, Gloria?-repitió D. Juan.<br />

-No- dijo ella vivamente-, tengo que rezar y me vuelvo adentro.<br />

El semblante de Rafael se nubló como la Cotera de Fronilde.<br />

-Se le exime a usted de la obligación por esta tarde -dijo afablemente y<br />

con cierto tonillo de galantería Sedeño.<br />

-No, no; que rece, que rece -dijo D. Ángel-. Sr. D. Rafael, deme usted el<br />

brazo.<br />

Gloria volvió a entrar en la Abadía, y los demás emprendieron su paseo por<br />

una vereda -88- pedregosa que empezaba detrás de la iglesia y<br />

terminaba en la playa. Delante iba D. Ángel, apoyado en el joven orador y<br />

periodista, imagen de la Iglesia sostenida por la entusiasta juventud<br />

batalladora. Desde aquella rústica bajada se veía el mar en extensión<br />

considerable. Dos o tres lanchas corrían tendiendo las blancas alas hacia<br />

la barra, y allá lejos, muy lejos, en el punto en que se confundían cielo<br />

y tierra, una mancha negra ensuciaba el azul del firmamento.<br />

-Un vapor -dijo Su Ilustrísima.<br />

-Pasa de largo -indicó Romero.<br />

En el mismo instante, el sol dejó de iluminar al grupo de paseantes.<br />

-Parece que el señor párroco se va a salir con la suya -dijo D. Ángel-.<br />

Nos quedamos sin sol, aunque más allá sigue descubierto. Esto pasará.<br />

-Tenemos agua -manifestó el barómetro.<br />

D. Ángel miró al cielo, y al mirar le cayó una gota de agua en la punta de<br />

la nariz.<br />

D. Juan extendió la mano, y dijo:<br />

-Caen gotas.<br />

-Ya que estamos aquí -indicó D. Ángel alargando también la mano-, más vale<br />

que sigamos y demos la vuelta por el Resguardo -89- para salir a casa.<br />

Casi se tarda lo mismo.<br />

-Pues adelante -dijo D. Silvestre abriendo su paraguas rojo y dándolo a<br />

Rafael para que cubriese al señor obispo.<br />

D. Juan abrió también el suyo. Las gotas menudeaban. De pronto una racha<br />

de Noroeste sopló con fuerza, levantando remolinos de polvo, pues la<br />

tierra apenas se había mojado, y azotando con violencia suma a los<br />

paseantes, obligoles a detenerse un momento. Las ropas talares del obispo,<br />

del cura y del secretario se arremolinaron silbando en torno de los<br />

cuerpos, como si el viento quisiera arrancárselas para ponérselas él.

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