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Descargar - Biblioteca Virtual Universal

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formada por las vergas se doblaba como un báculo roto. Entonces las olas<br />

avanzaron triunfantes sobre el cadáver de la nave que ya era un cuerpo<br />

inmóvil, y se posesionaron de él ebrias de feroz gozo. Una entraba<br />

frenética y se metía hasta las bodegas; otra pasaba por encima de la<br />

cubierta robando cuanto hallaba al paso; una subía, salpicando, por las<br />

escalas de las jarcias hasta tocar las cofas; otra se estrellaba sobre la<br />

convexa armadura negra; y otra, la más fatua de todas, daba un salto hasta<br />

la chimenea y entraba por la boca de ella para inundar las máquinas.<br />

-¡Hijos míos! -exclamó el obispo en tono grandioso, alzando la mano<br />

bendecidora de los pueblos-. No sois cristianos, no sois españoles, si<br />

dejáis perecer a esa pobre gente.<br />

Los marineros gruñeron. Se miraron unos -120- a otros buscando entre<br />

ellos al más valiente. Pero el más valiente no parecía.<br />

-No se puede, Ilustrísimo Señor, no se puede -dijo al fin Germán<br />

encogiéndose de hombros.<br />

-Parece que se aplacan las olas -manifestó D. Juan que trataba de<br />

convencer a dos marineros amigos suyos.<br />

-¡Ánimo, muchachos!<br />

-En nombre de Nuestro Señor Jesucristo -dijo Su Ilustrísima con exaltación<br />

evangélica-, os suplico que salvéis a esos pobres náufragos. ¡En nombre de<br />

Nuestro Señor Jesucristo!...<br />

Profundo silencio. Alguno se rascaba la oreja. Alguno se escabulló<br />

bonitamente, subiendo a Ficóbriga.<br />

-Señor, que nos vamos a ahogar todos -exclamó Germán-. ¿No ve usía esos<br />

mares como montañas?<br />

-Fuera de aquí cobardes -gritó una voz enérgica, terrible, única voz digna<br />

de alzarse entre la espantosa música de los mares.<br />

Era la voz del cura.<br />

-¿Qué, se atreverá el señor cura?...<br />

-¿Pues no me he de atrever? -vociferó don Silvestre arrojando manteo,<br />

canaleja, paraguas, inútil carga de fastidiosos dengues. Su impetuosa<br />

-121- naturaleza, su indómito valor, hecho a los combates con la<br />

Naturaleza, mostrose en sublime cuadro.<br />

-¡Bien, bien por el soldado de Cristo! ¡Bien por el sacerdote!...<br />

¡Aprended, hombres sin fe! -exclamó el obispo derramando lágrimas de<br />

piedad y admiración.<br />

D. Silvestre se arremangó los brazos, mostrando las musculosas manos de<br />

oso, aquellas manos que lo mismo tomaban la hostia que el reino. Quitada<br />

también la sotana, se encajó una camisuela de lana.<br />

-¡Venga la trainera3, un cable, dos!... A ver quiénes son los bravos que<br />

me van a acompañar.<br />

-Yo, yo, yo...<br />

Y todos querían ir.<br />

-Tu, tú, tú, tú... -dijo rápidamente el cura, escogiendo su escuadrón.<br />

-122-<br />

- XVIII -<br />

El cura de Ficóbriga

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