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mierda seca. Caminaba de costado, abstraído en las plumas y el sonido;<br />
buscaba algún código, alguna conexión entre ruido y color. Sí. O no. El<br />
médico había dicho que podía hacer una interconsulta. Él había tenido<br />
que firmar papeles. Dar su consentimiento, ¿cómo no lo iba a dar? Si<br />
ellos estudian, que estudien. Todo por una estúpida descompensación.<br />
Y Natalia. Tan joven y distinta a su ex mujer; siempre lista, con la sonrisa<br />
en el cuerpo. Alargó un índice por la abertura de una jaula. El canario<br />
se acercó con el pico abierto y torció la cabeza. Latigazo de loco. Loco de<br />
mierda, ¿qué estás por hacer? Retiró el dedo. Se miró los pantalones.<br />
En la vidriera, la cortina de agua hacía resbalar cualquier imagen que<br />
pudiera verse, nítida, de la calle. Como la cascada del hotel alojamiento,<br />
durante los mediodías de junio. La mano de Natalia apoyada en la pared<br />
de agua, haciendo fuerza, sintiendo su fuerza.<br />
La tormenta había acentuado la locura de los pájaros: un sonido que<br />
llegaba a los nervios y traía el ruido de la quinta de sus abuelos en los<br />
días de lluvia, cuando la humedad enloquecía a los animales e hinchaba<br />
las piernas de las tías. Para esa época, su abuelo ya se encerraba a comer<br />
palmeritas dentro del placard y había matado a las palomas al ubicar<br />
dentro de la jaula un nido de mimbre recién pintado con esmalte<br />
blanco ¿Qué haría el viejo con los canarios que se morían? Había visto<br />
una puerta entreabierta, al fondo, de donde había salido con el carro.<br />
Caminó hasta ahí. A su paso, cada pájaro le gritaba su color: naranja,<br />
marrón, rojo, naranja, verde, amarillo. Espió las jaulas vacías de atrás.<br />
En la otra pared, una lámina con canarios. Había uno con flequillo. Al<br />
costado, una pala. La tos del viejo lo sorprendió espiando justo cuando<br />
veía, dentro del cuartito, un catre.<br />
–¿Está haciendo tiempo para entrar a dónde?<br />
La pregunta le enfrió la espalda. Verdaderamente, ¿estaba haciendo<br />
tiempo? O mejor: ¿existía el tiempo ahí dentro?<br />
– Necesitaba salir de la oficina un rato –mintió–, despejarme.<br />
El viejo frunció la nariz. Él miró hacia la calle. Habrían pasado más de<br />
diez minutos, supuso, con un temblor repentino en el párpado. Tener<br />
que llamar a Natalia, un rato después, para decirle que sí, que todo bien,<br />
mi colita hermosa, ¿mentiría?<br />
Para evitar el silencio, frente a la jaula de uno tan oscuro que parecía<br />
negro, preguntó:<br />
–¿Éste está enfermo?<br />
– Un poco. Se puso gordo, como un gato, y ya no canta. No<br />
atrae a las hembras. ¿Ve cómo le tiembla el pico? No es que<br />
esté enfermo, pero, usted me entiende –El viejo hablaba lento,<br />
con un crujido de mueble antiguo.