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Nací<br />

en el mero<br />

Saltillo<br />

Jesús de León<br />

Crónica personal de figuras, casos y leyendas<br />

de mi localidad (siglos XVI-XX)<br />

maría elena santoscoy flores


Lee nuestra colección editorial a través de la siguiente página<br />

immcultsaltillo.blogspot.com


Crónica personal de figuras,<br />

casos y leyendas de mi localidad<br />

(siglos XVI-XX)<br />

Jesús de León


Primera edición, julio de 2012<br />

© D.R. Gobierno Municipal de Saltillo<br />

© D.R. Instituto Municipal de Cultura de Saltillo<br />

© D.R. Archivo Municipal de Saltillo<br />

© D.R. Jesús de León<br />

Coordinador de la publicación<br />

Lic. Iván Márquez Morales<br />

ISBN: 978-607-95812-2-0<br />

Diseño: César Augusto Rosas Rodríguez<br />

Ilustración: Paco Leza<br />

Diagramación: Sandra de la Cruz González<br />

Impreso y hecho en México<br />

Printed and made in Mexico


Dentro del Gobierno Municipal de Saltillo tenemos la plena convicción de apoyar<br />

las diferentes manifestaciones del pensamiento de nuestros investigadores e<br />

historiadores. Por ello, impulsamos proyectos especiales que favorezcan la valoración<br />

de los hechos del pasado, para lo cual llevamos a cabo la edición y reedición de<br />

una serie de títulos escritos por distintas personalidades de la localidad, y gracias<br />

a los cuales la riqueza de diversos tópicos de la historia nacional y regional ha sido<br />

revisada por medio del prisma de la inteligencia y el conocimiento especializado,<br />

que desdobla sus argumentos en aras de la divulgación para alcanzar y enriquecer<br />

a todo tipo de público.<br />

En la publicación que tiene en sus manos, amigo lector, titulada Nací en el<br />

mero Saltillo. Crónica personal de figuras, casos y leyendas de mi localidad (siglos<br />

XVI-XX), el destacado narrador Jesús de León corteja a la Historia, acercándola a<br />

nosotros a través de la imaginación recreadora, capaz de volver a contar la vida y<br />

acciones de personajes que nos han dado identidad a lo largo del tiempo. Gracias a<br />

la alegría de su prosa y a su profundo conocimiento, De León nos permite entender<br />

mejor el trayecto vital de nuestra ciudad, por medio de episodios amenos que<br />

son capaces de refundar nuestro interés por la Historia, a través de las pequeñas<br />

y vitales historias de quienes fueron y ahora son en la memoria, entre páginas de<br />

documentos archivados y episodios relatados a viva voz que nos hemos platicado de<br />

generación en generación.<br />

Nos da mucho gusto poner a disposición de los lectores el citado volumen que,<br />

indudablemente, podrá coadyuvar al mejor conocimiento de nuestro pasado, para así<br />

contribuir al justo establecimiento de un orgullo presente que nos haga plenamente<br />

conscientes de la amplitud de miras de nuestro futuro.<br />

5<br />

Jericó Abramo Masso<br />

Presidente Municipal de Saltillo


¿Cómo se hace una ciudad? ¿Cómo nace y crece a través de sus personas, que<br />

al crear vínculos entre sí van haciendo comunidad en el camino andado, en la<br />

defensa de sus ideales, en el trajinar para seguir adelante a pesar de todas las<br />

adversidades?<br />

Saltillo es y ha sido siempre la suma de sus encuentros, de sus afinidades y<br />

acuerdos esenciales entre quienes han sido de carne y hueso, ciudadanos<br />

comunes y sencillos apegados a una tierra que los vio nacer o que los cobijó a su<br />

llegada desde otras latitudes. Gracias a su entrega y capacidad de vinculación,<br />

nuestra ciudad ha podido existir a través del tiempo y, entre cientos de miles que<br />

la han habitado, ha cobrado especial relevancia una serie de personajes que han<br />

devenido típicamente saltillenses, por su manera de ser, de pensar y sentir, y desde<br />

luego que también por su idiosincrasia individual singularísima.<br />

A través de la mano de Jesús de León y su prosa magnífica, siempre divertida y<br />

puntillosa, capaz de distinguir lo significativo y memorable de manera rigurosa,<br />

sin impostaciones ni falsas loas, realizaremos en este libro un viaje primordial por<br />

la vida de Saltillo a través de los siglos, cinco de hecho, que además de ser fruto<br />

de los grandes sucesos permanentemente glosados por los especialistas, también<br />

ha sido resultado de una serie amplísima de vivencias, anécdotas y episodios de<br />

eso que se ha dado en llamar lo microhistórico, y que suele dar a la rememoración<br />

una hondura e intensidad solidariamente humana.<br />

Con una sonrisa permanente que permitirá la lectura fluida de las vidas de un<br />

cúmulo de individuos esenciales para nuestro Saltillo, desde el fundador venido de<br />

lejos, Alberto del Canto, hasta Alejandro Víctor Carmona, una suerte de refundador<br />

de la ciudad por la vía de su cámara-testigo, nuestro autor hace de este trayecto<br />

una aventura apasionante, que sabe explotar las licencias de la imaginación para<br />

beneplácito de la memoria y de la recepción lectora, porque la Historia con<br />

mayúscula será siempre una posibilidad para la interpretación, pues en ella<br />

con todo derecho habrán siempre de encontrar un lugar las historias pequeñas, las<br />

situaciones curiosas y, desde luego, la habilidad seductora de quien sepa contarlas<br />

por el placer de compartirlas.<br />

7


Para el Instituto Municipal de Cultura de Saltillo, institución que me honro en<br />

dirigir, es muy importante cumplir con una labor editorial que permita llevar a<br />

cabo la divulgación de argumentos e investigaciones que favorezcan el siempre<br />

pertinente proceso de repensar el pasado, a fin de atender nuestra realidad presente<br />

con una disposición cultivada y un conocimiento de causa más profundo. Y en este<br />

sentido, la edición de este delicioso libro de uno de los mejores narradores del<br />

norte de México representa un nuevo e importante paso en esta tarea institucional,<br />

para la cual ha sido esencial el interés y la atención permanente que brinda a la<br />

promoción cultural nuestro alcalde Jericó Abramo Masso, a quien agradezco su<br />

gran voluntad para dar un impulso definitivo a todos los programas y acciones<br />

generadas en esta institución.<br />

Asimismo, también doy gracias a la titular del Archivo Municipal de Saltillo,<br />

licenciada Patricia Gutiérrez Manzur, su pleno respaldo para hacer posible esta<br />

coedición, y muy especialmente agradezco al autor, mi admirado y respetado Jesús<br />

de León, por haber confiado la concreción editorial de su nueva obra al instituto<br />

que tengo el honor de dirigir.<br />

Lic. Iván Márquez Morales<br />

Director del Instituto Municipal de Cultura de Saltillo<br />

8


* Parlamento del actor Pancho Córdova en la película Tívoli (1974),<br />

comedia política dirigida por Alberto Isaac.<br />

9<br />

Yo soy del mero Coahuila,<br />

nací en el mero Saltillo;<br />

soy como los gavilanes<br />

…pero no chillo.*


Cortejando a la Historia<br />

PROPÓSITO AMENO<br />

El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. Cuando me<br />

echaron a cuestas el proyecto que culmina de algún modo en este libro,<br />

guiaba mis esfuerzos una intención tan inocente y pura que nunca imaginé<br />

que fuera a meterme en tantos problemas. Quería que la historia de algunos<br />

protagonistas y episodios de mi ciudad resultara accesible, amena; que el<br />

lector los sintiera tan cercanos y familiares como si se tratara de vecinos o<br />

miembros de su familia.<br />

Nuestro acceso a la historia está delimitado por ciertos escrúpulos que<br />

tenemos con la historiografía en general y con la historia de México en<br />

particular. Muchos de esos escrúpulos datan de la escuela primaria y de las<br />

solemnes ceremonias cívicas en las que fatalmente llegamos a participar. Los<br />

héroes se nos presentaban perfectos; sus actos, incuestionables. Sus frases<br />

eran irreprochablemente dignas del mármol; sus nombres, merecedores<br />

de figurar en las calles o sus efigies en los billetes y las estampillas de<br />

correo. No quedaba más remedio que machacar efemérides, responder el<br />

cuestionario de la materia y olvidar el asunto. Se avecinaba el examen de<br />

matemáticas y la maestra podía perdonarnos que confundiéramos a Colón<br />

con la tía Carmela pero no a un numerador con un denominador.<br />

Este libro habla de figuras, imágenes y lugares de Saltillo destacados en<br />

acontecimientos claves de la historia del país o de la región; es decir, que<br />

contribuyeron a conformar el carácter de la ciudad y la pusieron, en algún<br />

momento, en el centro de la atención nacional y la convirtieron en un lugar<br />

localizable, identificable. Así como la ciudad se perdería en el paisaje si no<br />

fuera por la Catedral, si no fuera por ciertos hechos y personajes, tampoco<br />

sería identificable en el panorama histórico.<br />

A diferencia de otros abordajes encaminados a la política y a la economía,<br />

en esta ocasión enfocamos la historia cultural, que hasta ahora no ha sido<br />

exhaustivamente explorada. No se le ha reconocido autonomía a la cultura<br />

y se le ha visto subordinada a otros aspectos. Es el adorno en los eventos<br />

públicos, el entretenimiento de la vida privada o, en el menos malo de los<br />

casos, una de las herramientas del conocimiento académico. La cultura<br />

y las artes operan como adjetivos. No se les ve como algo sustantivo. En<br />

el caso de aquellos que tuvieron que ver con la elaboración y promoción<br />

11


de obras literarias o artísticas, se extraña la ponderación de los méritos<br />

intelectuales (sentido crítico, profesiones liberales, la cultura popular, etc.),<br />

lo cual haría que esta clase de obras perdiera su carácter aristocratizante y<br />

diera una visión más amplia y no se pareciera tanto a una fiesta de etiqueta<br />

en el Casino de Saltillo, a donde la broza nunca será invitada.<br />

Durante mucho tiempo, la historiografía ha sido tomada por legos y<br />

especialistas como una fiesta a la que sólo tienen acceso unos pocos. Esta<br />

situación, que permaneció vigente durante muchos años, puede hallar su<br />

explicación en la idea de que el historiador era una suerte de rara avis y la<br />

historiografía, hasta cierto punto, una actividad subsidiaria de otras tales<br />

como la política, la academia o la mera afición de anticuario.<br />

Es como si escribiéramos para personajes que vivieron hace doscientos<br />

o trescientos años. Convendría advertir que, según José Saramago (1922-<br />

2010), en su novela El año de la muerte de Ricardo Reis (1984), los muertos<br />

no saben leer, aunque de vivos hayan sido unos completos letrados. Esta<br />

imposibilidad es lo primero que le revela al doctor Reis su condición de<br />

fantasma, al querer leer un periódico, sin percatarse que cuadras atrás<br />

había sido atropellado por un coche. Señores, los muertos son analfabetos<br />

y no pueden leer ni sus epitafios.<br />

La musa de la historia no sólo debe pasearse en los salones del vetusto<br />

coleccionista excéntrico. Clío puede ser cortejada por jóvenes entusiastas<br />

que se encuentran terminando sus carreras y por aquellos intelectuales de<br />

otras disciplinas que consideren que tienen algo que aportar.<br />

Mi propósito es muy simple: más allá de tesis, teoría o método, narraré<br />

las historias que están dentro de la Historia. Sí, ya sé que las últimas<br />

corrientes de la historiografía en su afán por acercarse lo más posible al rigor<br />

de las ciencias exactas rehúyen todo lo que huela a ficción, imaginación<br />

o subjetividad. Cada que escuchan la palabra “narrativa” aplicada a la<br />

historiografía, hacen gestos y si pueden salen corriendo. Por lo que he<br />

podido leer (porque ahí donde me ven también leo textos de teoría de la<br />

historia) dicha aversión ha llegado al extremo de rehuir cualquier veleidad<br />

de estilo en la redacción de estudios y hasta la limpieza en la exposición:<br />

el hecho se debe presentar lo más desnudo que sea posible, despojado<br />

de artificios. Esta actitud, que en mi opinión es de un empirismo grosero,<br />

equivale a que alguien hablara de educación sexual teniendo sexo frente<br />

a sus alumnos o que impartiera clases sobre la Revolución Mexicana<br />

invadiendo pueblos, ahorcando ricos, violando mujeres. Y mejor no<br />

hablemos de las atrocidades a las que llevaría exponer de ese modo la<br />

historia de la conquista de México. Tendríamos que llegar a la cátedra<br />

vestidos de armadura y cargando un brasero para quemarle los pies a<br />

12


cualquiera con parecido a Cuauhtémoc. Esos extremos de realismo a mí<br />

me parecen surrealistas.<br />

No revelaré nuevas fuentes documentales ni anunciaré descubrimientos<br />

de tipo histórico o material (balas de cañón, huesos de dinosaurio, puntas de<br />

flecha). Mi meta es presentar una nueva lectura del legado historiográfico<br />

de la región. No pretendo competir con historiadores y especialistas, sino<br />

dirigirme al lector en general. Quiero descubrir argumentos y ofrecer<br />

interpretaciones para renovar el interés sobre tópicos aparentemente<br />

agotados.<br />

OBJETIVO CERCANO<br />

Este recuento abarcará desde los primeros asentamientos hasta 1920. Así<br />

como el desierto enorme apenas tiene unos pocos huizaches, también<br />

este lapso de tiempo es dilatado pero, a no ser que tengamos esa obsesión<br />

genealógica que tienen algunos bien nacidos que escriben ensayos llenos<br />

de listas de nombres, como si en lugar de un tratado histórico quisieran<br />

reescribir el directorio telefónico, bien podemos ocuparnos de lo más<br />

relevante.<br />

En el siglo XVI encontramos fundadores y primeros asentamientos, así<br />

como en el XVII, misioneros, presidios y viajeros; en el XVIII, tropezamos con<br />

las Reformas Borbónicas: impuestos creados por la Corona española y las<br />

muy pocas ganas de pagarlos por parte de los habitantes de las Provincias<br />

Internas de Oriente; en el XIX, resultan de importancia la Guerra de<br />

Independencia, el conflicto Juárez-Vidaurri y el gobierno de José María<br />

Garza Galán. En materia económica, la modernización llegó a Coahuila<br />

con la introducción del ferrocarril; surgieron las grandes industrias y se<br />

produjo, en consecuencia, un gran daño al ecosistema: indiferente a esta<br />

conciencia ambientalista, de la que apenas ahora nos damos cuenta, la<br />

sociedad saltillense del porfiriato bailaba valses en el Casino. En materia<br />

cultural encontramos en el siglo XIX un huizache solitario: Manuel<br />

Acuña.<br />

La tranquilidad duró poco. Un rico hacendado coahuilense, desoyendo los<br />

consejos de su abuelo, encendió la mecha que haría estallar la Revolución<br />

Mexicana y se lanzó a la aventura que lo llevaría a la presidencia de<br />

la República y más tarde a la muerte. Así como un coahuilense dio<br />

inicio al movimiento, otro de nuestros coterráneos, al ser victimado en<br />

Tlaxcalantongo, se encargaría de sellar, en 1920, el periodo más violento<br />

13


de la gesta revolucionaria. México ingresó tardíamente al siglo XX, del<br />

cual saldría prematuramente a causa de otro asesinato político: la muerte<br />

del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio. En vista de tan trágicos<br />

destinos, muchos pensaron en la conveniencia de poner sus barbas a<br />

remojar.<br />

El tema que nos ocupa se subdivide en las siguientes vertientes:<br />

fundadores y primeros pobladores; literatura y bellas artes; expresiones<br />

populares (festividades civiles y religiosas, farándula y toros, etc.); historia<br />

y educación. En varios de estos aspectos se desemboca en política. Saltillo<br />

es tierra de educadores. Muchos políticos, escritores e historiadores<br />

pasaron por la Escuela Normal. No contendrá este repaso ningún personaje<br />

nacido después de 1920, aunque se pueda mencionar de manera indirecta<br />

y sumaria a autores saltillenses o de la región que hayan escrito libros,<br />

ensayos o artículos sobre aquellos que han sido considerados dentro de<br />

esta delimitación temporal.<br />

Espero que este ensayo cumpla con estos tres adjetivos: accesible, ameno<br />

y cercano. Si el lector no se anima a abrirlo y hojearlo, no habré superado<br />

el último y definitivo obstáculo. Podría pasarle a este libro lo mismo que a<br />

ese ejemplar de Saltillo en la historia y en la leyenda, publicado en 1934,<br />

que encontré en una librería de viejo perfectamente intonso —o sea tal y<br />

como fue encuadernado, sin cortar los pliegos. Esperó casi ochenta años<br />

para que alguien decidiera adquirirlo, separara con un abrecartas sus<br />

páginas y, por fin, lo leyera. ¡Y tenía que ser yo!<br />

¿Acaso los libros deben quedar incólumes? Lo digo por aquellos que se<br />

sienten víctimas de fobias. No hay que confundir la fobia por un libro con<br />

la pereza por leer. Esa fobia más que a la lectura en sí va dirigida hacia<br />

un autor, obra o tema específico. Nos imponen una opinión: nos tiene que<br />

gustar. Nos ponen al autor por las nubes y así surge el rechazo. Todos<br />

tenemos en nuestra biografía intelectual un libro que nos resistimos a leer:<br />

no vaya a parecernos aburrido o tedioso. Mejor dejarlo indemne, íntegro,<br />

intacto.<br />

¿Tendré mejor suerte? No lo sé. Si de hazañas heroicas se trata, creo que<br />

la mía, con todo lo modesta que es, también merece figurar en este libro,<br />

donde trato de convertir a los saltillenses de nuestra historia en personajes<br />

de una buena historia.<br />

¿Lo habré conseguido? Quede esto a juicio de los lectores.<br />

14


Un fundador con<br />

problemas de imagen<br />

Alberto del Canto (1547-1611) fue expedicionario, colonizador, esclavista,<br />

temperamental, ambicioso y, en repetidas ocasiones, alcalde de Saltillo.<br />

Habría que agradecer las aportaciones de Sergio Recio Flores (1933-1978),<br />

biógrafo de Alberto del Canto y alguna vez cronista oficial de Saltillo,<br />

quien cuenta entre sus méritos el muy singular de haber fundado el Club<br />

Internacional de Calvos, según lo consigna Arturo Berrueto González (n.<br />

Saltillo, 1930) en su diccionario de celebridades coahuilenses. 1 “Por una<br />

calva sin fronteras”, podría ser el lema de este club que incluía al papa<br />

Paulo VI y al presidente de la república.<br />

¿Qué objetivo perseguiría una asociación de calvos? ¿Conseguir bisoñés<br />

más baratos? ¿Boicotear a los que no tienen la frente tan amplia? ¿Ponderarse<br />

unos a otros como brillantes cabezas? El diccionario del profesor Berrueto<br />

no lo explica y yo nunca me he visto en la necesidad de formar parte de tan<br />

original asociación. Soy hombre de pelo en pecho y algo más en la cabeza.<br />

Tal vez convenga interrogar a algunos conocidos (que no tienen un pelo<br />

1 Arturo Berrueto González, Nuevo diccionario biográfico de Coahuila 1550-2005. Gobierno<br />

del Estado de Coahuila / Consejo Editorial del Gobierno del Estado (2ª. Edición), Saltillo, 2005,<br />

p. 522.<br />

15


de tontos) si han oído hablar o pertenecen a tal asociación. Si se quisiera<br />

hacer una nómina exacta de la cantidad de calvos que existen en Saltillo,<br />

acabaríamos compitiendo con el padrón electoral, acaso por aquello de que<br />

a la oportunidad —como ya saben— la pintan calva.<br />

En un breve trabajo erudito escrito con sencillez, Recio Flores nos<br />

entrega, a propósito de Alberto del Canto, “un personaje polémico para<br />

nuestra historia local en su entorno, en su tiempo, de carne y hueso, con<br />

sus debilidades y grandezas”. Tenía don Alberto sentido del humor, pero<br />

de un humor muy especial, macabro, de espíritu chocarrero: gustaba de<br />

arrastrar cadenas y hierros alrededor de la casa donde alguien había<br />

fallecido para asustar a los vecinos. 2<br />

Si ahora Alberto del Canto arrastrara cadenas nadie lo pelaría, pero<br />

deducimos que, desde esa época, a la autoridad le divertía darle sustos a la<br />

población (aunque actualmente tenga más recursos para hacerlo). Con este<br />

primer saltillense, se prefigura esa tendencia nuestra de querer enterarnos<br />

de las vidas ajenas en busca de esa suculenta botana moral llamada “el<br />

conflicto”, telenovela potencial que tenemos en la imaginación.<br />

María Elena Santoscoy Flores (n. Saltillo, 1943) informa en Aquellos<br />

primeros saltillenses (2012) que el fundador de Saltillo era originario de<br />

Praia da Vitoria, la tercera del grupo de nueve islas que conforman el<br />

archipiélago de las Azores, a mil trescientos kilómetros de la península<br />

Ibérica. Alberto se embarcó hacia el Nuevo Mundo en busca de fortuna.<br />

Fundó Saltillo por encargo de don Francisco de Ibarra (1539-1575),<br />

gobernador de la Nueva Vizcaya. Desde mediados del siglo XVI, Ibarra<br />

había sido comisionado por las autoridades virreinales para que erigiese<br />

un reino, en la parte boreal de la Nueva España, con las tierras que lograse<br />

conquistar más allá del último bastión de la Nueva Galicia, representado<br />

por la zona de Mazapil. Al tiempo de la fundación de Saltillo, Del Canto<br />

tenía aproximadamente 30 años de edad.<br />

No ha sido posible ubicar —según Santoscoy— el sitio para casa, solar<br />

y huerta que debió tocarle a Del Canto en la repartición. Se considera<br />

que debió estar alrededor de la Plaza Real y muy cerca del sitio destinado<br />

a parroquia y casas consistoriales. Del Canto se mercedó parcelas en<br />

Buenavista y otras junto a los predios que tocaron a Juan Navarro (La<br />

Hibernia) y a Santos Rojo (Los González). La hacienda de Del Canto<br />

correspondería a lo que actualmente conocemos como Camporredondo,<br />

lugar que posteriormente ocupó un internado para niños y actualmente<br />

uno de los campus de la Universidad Autónoma de Coahuila.<br />

2 Sergio Recio Flores, La novelesca historia de Alberto del Canto. Fundador de Saltillo. Libros de<br />

México, México, 1983, pp. 44-45.<br />

16


El primer saltillense pasó a la historia como protagonista del primer caso<br />

de infidelidad registrado en estas tierras. Del Canto fue el seductor de<br />

doña Juana Porcallo de la Cerda, esposa de Diego Montemayor (1530-<br />

1613), entonces futuro fundador de Monterrey. Montemayor también era<br />

de origen portugués y llegó tarde al reparto de tierras en Saltillo. Don Diego<br />

residía en 1572 en el mineral de Mazapil. Casó primero con Inés Rodríguez.<br />

Enviudó. Contrajo nuevas nupcias con una mujer de apellido Esquivel y<br />

enviudó nuevamente. Su tercer enlace lo realizó con Juana Porcallo de la<br />

Cerda. Montemayor acompañó a Luis de Carbajal y de la Cueva (1539-<br />

1596) en la fundación del Nuevo Almadén. Al ser éste apresado por la<br />

Inquisición, Montemayor se regresó a Saltillo. En 1588, Montemayor<br />

fue designado tesorero real y en 1596, acompañado de doce familias<br />

saltillenses, se fue a repoblar la villa de San Luis, cambiándole el nombre<br />

a Ciudad Metropolitana de Monterrey. 3<br />

Al descubrir los amoríos de su mujer con Del Canto, Diego de Montemayor<br />

juró no cortarse el pelo ni la barba hasta no cobrar venganza, lo cual<br />

quiere decir que sufría mucho en tiempos de calor y que se tropezaba<br />

continuamente. Mató a la adúltera, pero a su rival, que ya sabemos que era<br />

bastante hábil, era más difícil pescarlo: agarraba camino y se perdía en la<br />

sierra o en medio del desierto. La solución del pleito fue de índole política<br />

y se le ocurrió al pensativo fundador de Monterrey, Luis de Carbajal y<br />

de la Cueva, y contó como mediador con los servicios con alguien con<br />

más apariencia de fiscal que de abogado: Juan Morlete (1557-1597). ¿En<br />

qué pensaba Carbajal montado en su caballo y mirando en dirección a la<br />

sierra? Pensaba en que la Inquisición le podía caer en cualquier momento.<br />

Por lo pronto decidió casar a Estefanía —hija de don Diego y doña Juana—<br />

con el fundador de Saltillo.<br />

Alberto del Canto y Estefanía Montemayor procrearon cinco hijos:<br />

Miguel, Diego, Juan, Isabel y Elvira quienes, de acuerdo al modelo<br />

portugués, llevaron primero el apellido de su madre. Alberto del Canto<br />

en eso fue muy respetuoso. Corre la fama de que en Portugal las mujeres<br />

llevan los pantalones de la puerta de la casa para adentro.<br />

El narrador regiomontano Mario Anteo (n. 1955) trata de ilustrar en una<br />

novela los motivos y las circunstancias para que Alberto del Canto hiciera<br />

crecer los cuernos de la frente de Diego de Montemayor. Mario ofrece<br />

en El reino en celo (1991) sendos retratos de Juana y Estefanía, como si<br />

el autor quisiera ponernos en la situación de Alberto del Canto. Juana<br />

Porcallo es retratada como la mujer fuerte, esposa de un conquistador:<br />

3 Condensado de María Elena Santoscoy Flores, Aquellos primeros Saltillenses, Instituto Municipal<br />

de Cultura / Archivo Municipal de Saltillo, Saltillo, 2012, pp. 16-18, 21 y 24 y 29-35.<br />

17


Juana Porcallo era una mujer robusta, de ojos y cabello que azulaban de<br />

tan negros, pechos vastos y firmes, satinados por una turgencia de plomo.<br />

Las amarguras de una áspera y prolongada estancia en Toluca le habían<br />

conferido un aire de matrona precoz. Cuando se enojaba solía retorcer el<br />

entrecejo con los brazos en jarras; cuando de buen humor amanecía era un<br />

ángel sonriente, ataviada de raso y tafetán, el pelo perfumado. Pues sobre<br />

todo gustaba de lucir bien, así fuera nomás para agradar a sí misma… 4<br />

Estefanía, en cambio, es retratada como una ninfa pubescente, enamorada<br />

de ese fauno sin laberintos (o fauno chocarrero) que era Alberto del Canto<br />

a la hora de tomar la siesta.<br />

Una tarde, Estefanía se desnudó y recostó en la tina de baño. Hacía mucho<br />

calor; por el tragaluz entraba un quemante rayo naranja, pegando en<br />

el cobre de la bañera. Se oían los ronquidos de Alberto en la recámara.<br />

Estefanía descubrió al fondo, tras unas pilas de pieles de cabra, el viejo<br />

tarro de burbujas. Al levantarse para ir por él, su chorreante pubis afiló<br />

un mechón en la punta. Con luz de Salmón brilló su cuerpo de bronce, la<br />

textura de sus caderas, su vientre plano como una moneda. Tomó el tarro<br />

y regresó a la bañera. Recostada de nuevo, lo sumergió, y frotó, lo limpió<br />

con cariño, suavemente, entre las piernas. Enseguida quiso hacer pompas,<br />

pero sólo obtuvo un racimo de grumos que a poco se disolvieron en la<br />

superficie del agua. Al salir del cuarto de baño encontró a Alberto en la<br />

cama, desnudo boca arriba. Dormía plácidamente con los brazos en la nuca,<br />

bajo la ventana. Como un perro echado, su ondulante miembro descansaba<br />

en un muslo. Era de oscuro terciopelo en la base, nervudo, la sonrosada<br />

cabeza de alas anchas. Ella devoraba la visión mientras se vestía despacio,<br />

sin hacer ruido, cuidando de no perturbar el prodigio de estar ahí, junto a<br />

su expuesto hombre. 5<br />

Gracias a la ficción literaria podemos darle color y atmósfera a los escuetos<br />

testimonios de la historiografía. En los hechos nada es totalmente<br />

blanco ni totalmente negro, si lo vemos con detalle; tampoco, totalmente<br />

seguro. Siempre quedarán amplios márgenes de especulación que los<br />

historiadores, por fidelidad a la verdad documental, prefieren dejar al<br />

malicioso albedrío de los lectores o a la desbocada, pero no tan descocada,<br />

imaginación de los escritores (y de algunos autores de telenovelas).<br />

En el caso de La novelesca historia de Alberto del Canto, parece que el<br />

historiador Sergio Recio pensó que bastaba la mera transcripción de las<br />

hazañas del fundador de Saltillo para que el texto automáticamente se<br />

4 Mario Anteo, El reino en celo. Fondo Editorial Nuevo León, Monterrey, 1991 (Colección La Línea<br />

de Sombra), p. 44.<br />

5 Ib., pp. 196-197.<br />

19


volviera novelesco. Eso es tanto como creer que a los velorios sólo se va<br />

a llorar. Si vieran los buenos chistes de pericos que he escuchado en esa<br />

clase de reuniones. Eso sin contar con todo el tejemaneje de herencias,<br />

sucesiones, parientes no vistos o imprevistos, etcétera.<br />

No hay en Saltillo monumento ni avenida que conmemore al fundador<br />

de Saltillo. Me refiero al centro histórico de la ciudad. Con la explosión<br />

urbana, creo que una calle lleva su nombre en el fraccionamiento Saltillo<br />

2000. No ha sido fácil asimilar para la conciencia histórica de la ciudad<br />

que aventureros dignos de una novela de Julio Verne o de Emilio Salgari<br />

puedan ser considerados nuestros nobles fundadores.<br />

¿Cuál es el rasgo de carácter que Alberto del Canto aportó a la ciudad?<br />

Hacerlo con la ajena antes que con la propia (o con la madre antes que<br />

con la hija). Si hay alguno que considere que esta actitud no ha sido<br />

una herencia positiva, le tengo como respuesta tres palabras: Escuela de<br />

Verano (y lo digo por experiencia). Recuerden aquel pastoreo de gringas<br />

y gringos, que empezaba en un aula del Parque Azteca y concluía en un<br />

lecho del Motel El (mal) Paso. El colmo de la pedagogía sentimental.<br />

La figura de Alberto del Canto se abre camino difícilmente a través de<br />

la historia. La fama de aventurero, esclavista, mujeriego, rompe hogares y<br />

bromista extremo no es fácilmente compatible con el edificante concepto<br />

del fundador de una ciudad de importancia. Olvidamos con frecuencia<br />

que muchos de los personajes que ahora vemos representados en cuadros<br />

y esculturas como maduros caballeros barbados y de armadura, llegaron<br />

imberbes a la región.<br />

Los adolescentes no se volvieron rebeldes con el rock and roll. Tal vez en<br />

los tiempos de Del Canto no hubiera rock, pero sobraba con quien rolarla.<br />

20


Urdiñola, el pacificador<br />

Antes de ser de mármol y bronce, los próceres eran de carne y hueso.<br />

Francisco de Urdiñola (1552-1618) recibió durante mucho tiempo más<br />

crédito como fundador de Saltillo que Del Canto, lo cual no significa que<br />

no tuviera cola que le pisaran. Urdiñola nació en la villa de Oyanzún,<br />

provincia de Guipúzcoa. Fue don Francisco explorador, pacificador y<br />

fundador del pueblo de indios de San Esteban de la Nueva Tlaxcala. Era<br />

práctica común que, al lado de la villa de los españoles, se estableciera un<br />

asentamiento de indios. ¿Quién iba a realizar todas las actividades que<br />

los españoles tenían pereza de llevar a cabo? (Eso sí: cada quien en su<br />

pueblo.) San Esteban coexistió con la villa. El pueblo estaba separado de<br />

sus vecinos españoles sólo por una acequia que corría por lo que hoy es<br />

la calle Allende. Los tlaxcaltecas construyeron templo, cultivaron huertas,<br />

trajeron telares. Los indígenas tenían sus autoridades propias y dependían<br />

directamente del virrey, mientras que la villa estaba sujeta al gobierno de<br />

la provincia. Los tlaxcaltecas no pagaban impuestos.<br />

Consumada la Independencia por decreto número 29 del 5 de noviembre<br />

de 1827, se concedió a la villa de Saltillo el título de ciudad con la<br />

denominación de Leona Vicario y se llamó Villalongín al pueblo de<br />

San Esteban. De cualquier manera, con el tiempo, los dos pueblos se<br />

convirtieron, por decreto 170 del 2 de abril de 1831, en una sola ciudad<br />

con el nombre de Saltillo. Posteriormente, por decreto número 262, del<br />

21


4 de mayo de 1834, ambas poblaciones unieron también sus respectivos<br />

Ayuntamientos. 6 La desaparición del pueblo de San Esteban acabó con<br />

241 años de lucha por conservar lengua, identidad, formas de expresión<br />

religiosa.<br />

Teniente de gobernador y capitán general de la Nueva Galicia, alcalde<br />

mayor de Saltillo y gobernador de la Nueva Vizcaya, Urdiñola formó el<br />

mayor latifundio del norte de la Nueva España. Así como a Alberto del Canto<br />

se le adjudica el ser esclavista y meterse con la mujer ajena, a Urdiñola se<br />

le endilgó la sombría sospecha de ser autoviudo y de haber tenido —como<br />

dijera sor Juana— “ruidos” con la Santa Inquisición. ¿Cómo le fue? Pues<br />

como nos va a todos cuando enfrentamos un trance similar. No importa si<br />

eres el fundador de un pueblo: “Saca tu ficha y ponte en la fila”. Acabas<br />

perdido en el páramo de los oficios burocráticos y las antesalas eternas,<br />

como el protagonista de El proceso de Kafka.<br />

Francisco de Urdiñola tiene en Saltillo avenida y monumento. Aunque<br />

la avenida en sus inicios haya sido el antiguo camino al Rastro y se objete<br />

que sea don Francisco ese soldado que aparece en el conjunto escultórico<br />

de la Plaza de San Esteban de la Nueva Tlaxcala. La figura principal<br />

de la escultura que celebra la fundación de San Esteban de la Nueva<br />

Tlaxcala es un indio tlaxcalteca que, con actitud heroica, levanta en uno<br />

de sus brazos la garza, símbolo del señorío de Tizatlán. El indígena se<br />

aferra a un legajo de papeles que certifican la propiedad de las tierras a<br />

colonizar. A sus pies sobresale la punta de un arado que rasga la tierra<br />

de la cual brota el agua. Las otras figuras del conjunto escultórico son un<br />

español y un fraile franciscano. El primero porta un estandarte en una<br />

mano, mientras con la otra señala el lugar de la colonización. El fraile<br />

denota con su actitud que no ha venido tras las glorias de la conquista: una<br />

cruz consigna su misión evangelizadora. Junto a tales figuras, una niña<br />

originaria de estas tierras se yergue cobijada por un manto tlaxcalteca,<br />

otra de las bondades que esa cultura trajo a estas tierras. Si no es Urdiñola<br />

el soldado español de la escultura, puede ser su lugarteniente. ¿O acaso<br />

estamos ante la estatua del conquistador desconocido? Erasmo Fuentes de<br />

Hoyos (escultor del conjunto, n. Monterrey, 1943) nada aclaró al respecto.<br />

No cabe duda que los conquistadores, hasta en la posteridad, no dejan de<br />

tener inconvenientes.<br />

Juan Bautista de Lomas y Colmenares es el rimbombante nombre del<br />

enemigo de Urdiñola, aquel que lo acusó de uxoricidio. La posteridad le<br />

concedería a don Francisco un defensor en la figura del ingeniero Alessio<br />

6 Cosme Garza García, Prontuario de leyes y decretos del estado de Coahuila (edición facsimilar<br />

de la obra publicada por la Oficina Tipográfica del Palacio de Gobierno de 1902), Universidad<br />

Autónoma de Coahuila, Saltillo, 1982 (Biblioteca de la Universidad Autónoma de Coahuila Núm.<br />

11), p. 37.<br />

22


Robles, quien tomó la leyenda negra de Urdiñola y, como si la restregara<br />

contra una enorme piedra bola, la dejó blanquísima e impoluta como<br />

sábana de tálamo nupcial o mantel de La última cena. 7<br />

El latifundio creado por Urdiñola fue productivo hasta el primer tercio del<br />

siglo XVIII. A tal grado que sus sucesivos herederos pudieron desembolsar<br />

importantes sumas como las destinadas a la construcción del convento de<br />

la virgen del Pilar en la Ciudad de México, conocido como Colegio de la<br />

Enseñanza. Pero otorgarle a Francisco de Urdiñola el título de “Marqués<br />

de Aguayo” ha sido grave imprecisión. El equívoco fue muy difundido y<br />

persistió a lo largo de los siglos, al grado de que incluso un autor de la talla<br />

de Esteban L. Portillo acogió esa afirmación en su Anuario Coahuilense<br />

para 1886, sin tomarse la molestia de hacer ninguna aclaración pertinente.<br />

Hasta 1931 don Vito denunció el infundio. Urdiñola murió en 1618 y el<br />

Marquesado de Aguayo no existió como tal sino hasta 1662. Podría decirse<br />

que, si bien oficialmente Francisco de Urdiñola nunca fue Marqués de<br />

Aguayo, ha sido la vox populi, aunada a la inercia de ciertos autores, la<br />

que le ha concedido el privilegio de ostentar semejante título, consenso<br />

del que ya otros quisieran presumir.<br />

7 Véase el libro Francisco de Urdiñola y el Norte de la Nueva España de Vito Alessio Robles. La<br />

primera edición data de 1931.<br />

24


El lugarteniente de Urdiñola<br />

Los indígenas también fueron fundadores. Tenemos el caso del capitán<br />

tlaxcalteca Felipe de Velasco (1573-1634), emparentado con el virrey Luis<br />

de Velasco. Resulta interesante saber de qué modo estuvo Felipe de Velasco<br />

emparentado con el virrey.<br />

Aun cuando llevo título de gobernador de indios tlaxcaltecas, descendientes<br />

de aquellos que con discernimiento singular ayudaron a Hernán Cortés en<br />

el derrocamiento de la sangrienta tiranía azteca, mi bisabuelo era castellano.<br />

Dícese que formaba parte de la compañía de don Íñigo de Sandoval, de<br />

inolvidable fama por haber logrado el primer entendimiento entre los<br />

capitanes de Cortés y Xicoténcatl el Mozo, asegurando de este modo, en tan<br />

crítico momento, la alianza hispano-tlaxcalteca contra los mexicanos. Más<br />

tarde, mi bisabuelo se casó con una hija de Xicoténcatl, y los descendientes<br />

de esta unión pertenecieron a la nobleza tlaxcalteca. Cuando nació mi padre,<br />

en la época del primer Virrey Velasco, le llamaron Velasco para honrar al gran<br />

gobernador. Mi padre convirtióse, por elección y por herencia, en jefe principal<br />

del señorío de Tizatlán, de cuya provincia el segundo Virrey Velasco, hijo del<br />

primero, seleccionó a aquellos que habrían de colonizar esta frontera. 8<br />

8 Philip Wayne [Powell], Ponzoña en Las Nieves. Miguel Ángel Porrúa / Archivo Municipal de<br />

Saltillo (segunda edición), México, 2000, pp. 27-28.<br />

25


Felipe de Velasco fue lugarteniente de Urdiñola y gobernador de San<br />

Esteban de la Nueva Tlaxcala. La figura de este personaje inspiró al<br />

académico estadounidense Philip Wayne (1913-1987) para convertirlo en<br />

protagonista de su novela histórica Ponzoña en las nieves, en la cual Felipe<br />

de Velasco aparece como una especie de héroe de un insólito western<br />

novohispano y norestense.<br />

La primera edición de esta novela data de 1966. Philip Wayne encontró,<br />

sin faltar a la verdad histórica, la manera de convertir al indígena tlaxcalteca<br />

en una especie de Toro sin Llanero Solitario y hasta darse el<br />

lujo de involucrarlo en una historia de amor con una hermosa indígena<br />

huachichil. En la novela encontramos épica y romance. No entendemos<br />

por qué Hollywood no se ha ocupado de llevarla a la pantalla; después de<br />

todo, el territorio coahuilense ya ha servido de escenario para varias de<br />

sus películas.<br />

La novela de Philip Wayne, pese a su rigor historiográfico, no deja de ser<br />

deudora de la tesis rousseauniana del buen salvaje, que a su vez hace eco<br />

de aquella idea de ver al continente americano como tierra paradisíaca, en<br />

la cual los seres humanos estaban libres de los vicios y los prejuicios del<br />

hombre europeo. Se podía atribuir a ellos actitudes desinteresadamente<br />

heroicas, fidelidades a toda prueba, amores ajenos a la lujuria y sacrificios<br />

que contrastan con los mezquinos intereses de quienes los rodean. Eso<br />

es tanto como decir que un buen salvaje, al entrar en contacto con los<br />

civilizados, se convierte en el esclavo perfecto. Me pregunto si el verdadero<br />

Felipe de Velasco estaría de acuerdo con la visión que de él presenta Wayne<br />

Powell.<br />

“¿Y por qué nomás una huachichil? —tal vez pensaría—. ¡Los indios<br />

somos polígamos!”.<br />

Se cuenta que Xicoténcatl el Viejo tuvo quinientas esposas y quinientas<br />

concubinas. 9 Nietos suyos eran todos los tlaxcaltecas que arribaron con<br />

Urdiñola en 1591 para repoblar Saltillo. Había endogamia por todos lados.<br />

No nacían con cola de marrano nomás porque ya eran judíos conversos (a<br />

los que se les llamaba “marranos”) y porque no eran personajes de García<br />

Márquez.<br />

9 Xiconténcatl el Viejo tenía quinientas esposas y quinientas concubinas para que las esposas<br />

se pelearan con las concubinas y no lo distrajeran de sus importantes ocupaciones. Eso me lo<br />

imagino. Carajo. Estamos hablando de mil mujeres a las que había que complacer. ¿Cuántas<br />

veces hacía el amor al día? Tal vez el secreto de su longevidad fue que sólo tenía sexo, pero no<br />

les aguantaba el carácter. Que se aguanten ellas que para eso son legión.<br />

26


El porqué de las leyendas<br />

Zapalinamé fue un caudillo regional que se convirtió en parte de nuestra<br />

geografía. Era un guerrero huachichil. Su tribu habitaba el valle junto con<br />

las tribus de los borrados o rayados. Tenían costumbres e indumentaria<br />

semejantes, pero diferían en la lengua, la pintura del cuerpo y el tocado.<br />

Los ataques de los indios a la villa de Saltillo eran constantes, según la<br />

leyenda; los más encarnizados se dieron entre 1580 y 1586. En el último,<br />

dejaron en ruinas un convento de franciscanos recién construido.<br />

La colonización no fue fácil para los españoles porque los huachichiles<br />

preferían luchar y mantener su libertad. Zapalinamé trató de vivir en<br />

Saltillo, a petición de Urdiñola, pero le resultaba indignante ver cómo<br />

trataban a su gente. Los españoles se adueñaban del agua y las tierras.<br />

Un día organizó a los suyos. Salieron por la noche y se remontaron a vivir<br />

en las serranías. Cuenta la leyenda que Zapalinamé murió en la cima y<br />

lo tendieron con la cara al sol. Conmovidos los dioses por su orgullo, lo<br />

agigantaron y su figura tomó la forma de la montaña. Se aprecia su cabeza<br />

con penacho, sus pies, su brazo derecho y su cuerpo tendido, en la cadena<br />

montañosa que limita el sur oriente de la ciudad. 10<br />

10 Esta montaña recibe varios nombres de la voz popular: del Cuatro, del Muerto, del Dormido.<br />

La leyenda sobre Zapalinamé fue tomada de Cuentos tradicionales del Saltillo antiguo de Juan<br />

Marino Oyervides Aguirre, opúsculo editado por Bernardo Mellado, Saltillo, 1991.<br />

27


Aunque la historia de Zapalinamé termina, su legado de rebeldía continúa<br />

en la sierra que lleva su nombre. Este intrincado territorio sería a lo largo de<br />

los siglos el refugio de todo rebelde que se alzara y combatiera a la autoridad<br />

establecida: los indios nómadas, los bandoleros, los revolucionarios. Alessio<br />

Robles nos habla de que la serranía de Zapalinamé se hizo famosa por varios<br />

célebres bandoleros, en realidad contrabandistas y abigeos. Un personaje<br />

paradójico de esta galería es don Santiago González, alias el Gringo, que<br />

en la última parte del siglo XIX rondaba con su banda por las sierras de<br />

Galeana y Arteaga, conocido por sus ojos azules y sus cabellos rubios.<br />

Era perseguido lo mismo por la justicia mexicana que por los rangers<br />

norteamericanos. Célebre por su audacia y su astucia, aunque no dejaba<br />

de tener un punto débil: las mujeres.<br />

Santiago González fue ultimado por los rurales (1886) y estos hechos<br />

inspiraron un corrido muy famoso a finales del siglo XIX. Los restos del<br />

Gringo fueron sepultados a la entrada del panteón de San Isidro, en la villa<br />

de Arteaga, para que todo aquel que entrara al cementerio pisara su tumba.<br />

Aunque a nosotros nos parezca ahora una figura mítica o de ficción, hay<br />

que aclarar, en aras de la verdad histórica, que su descendencia ha llegado<br />

hasta nuestros días. Tengo el honor de conocer a un nieto del Gringo.<br />

La figura de Santiago González inspiró una novela ponderada por intelectuales<br />

tan notorios como Vito Alessio Robles.<br />

José Lobatón, en un bello libro, El Gringo, ha novelado maravillosamente<br />

aquellos episodios de la sierra de Zapalinamé, que muchos llaman de<br />

Arteaga, en donde se producen los mejores trigos del mundo y también las<br />

mejores manzanas, como lo atestiguan los bellos valles los Lirios y de Jamé.<br />

En su novela, nos pinta, con gran colorido, la vida de Santiago Rodríguez,<br />

“El Gringo” […] La obra es encantadora. Allí se reproducen muchos modismos<br />

del norte, en que se comen las “elles” es algunas palabras, y en otras,<br />

se ponen innecesariamente. La capital de Coahuila llámanla Saltío y los<br />

aledaños de la misma los designan sus orías; en cambio, a la oficina postal<br />

le llaman corrello. Es una obra que debe leerse. 11<br />

Esta novela recurre a un tópico muy frecuente en la tradición oral: el del<br />

bandido generoso o místico, cuyo antecedente más remoto se encuentra<br />

en la leyenda de Robin Hood o Robin de los Bosques, héroe legendario<br />

inglés de los tiempos de Ricardo Corazón de León, con los matices<br />

nacionales o regionales exigidos en cada caso. Santiago González es un<br />

11 Fragmento tomado de “Gajos de historia”, de Vito Alessio Robles en Excélsior, 10 de mayo<br />

de 1951. En el mismo texto habla de la sierra de Zapalinamé, de abigeos y contrabandistas y<br />

de un boticario raptado por una osa.<br />

28


hombre valiente y audaz que se hace de una banda con la cual asalta,<br />

roba y desafía a las autoridades; a veces por un sentido de justicia, otras<br />

simplemente por demostrar su astucia o su arrojo. En El Gringo, tenemos<br />

a un personaje fronterizo de varias maneras. No sólo porque trafica con<br />

mercancías de un lado a otro de la frontera entre México y Estados Unidos,<br />

sin pagar los correspondientes impuestos o permisos, burlando a veces a la<br />

Acordada o a los rangers y a veces teniendo que enfrentarlos directamente,<br />

sino porque también oscila entre dos estados, Nuevo León y Coahuila, y<br />

entre dos serranías, la de Galeana y la de Arteaga. Esta situación le otorga<br />

cierta ambigüedad que le permite moverse con libertad en el territorio<br />

que conoce, pero que lo vuelve altamente vulnerable cuando se encuentra<br />

lejos de sus dominios y de la gente de su confianza. 12<br />

Como señala Alessio Robles, uno de los logros de José Lobatón radica<br />

en el fino oído con que registra el habla coloquial de sus personajes. En<br />

tal sentido, su novela es un detallado catálogo de las hablas, la sabiduría<br />

popular y cierto léxico específico de la región. Durante mucho tiempo se<br />

pensó que su autor era originario de Nuevo León, hasta que gracias a la<br />

Gazeta del Saltillo pude entrar en contacto con familiares del autor de El<br />

Gringo, quienes me aclararon el equívoco. 13<br />

José Lobatón nació en Saltillo, el 29 de septiembre de 1899. Fue hijo<br />

de Aurelio Lobatón Azuela y de Luz Garza Martínez. José Lobatón Garza<br />

vivió en nuestra ciudad hasta el mes de octubre de 1904. Posteriormente<br />

se trasladó a Puebla y a la Ciudad de México. Regresó de nuevo a Saltillo,<br />

donde permaneció hasta 1921. Aunque estudió para contador privado,<br />

siempre se dedicó a explotar ranchos. Vivió en La Lagunita, un rancho de<br />

Galeana a las faldas del Cerro del Potosí, en Nuevo León. Ahí permaneció<br />

hasta 1927. El 1 de octubre de 1926, José Lobatón contrajo matrimonio<br />

con Soledad Martínez Flores, mujer de Galeana, familiar de Mariano<br />

Escobedo. José Lobatón murió en el estado de Puebla el año de 1969.<br />

El injusto olvido en el que ha caído esta novela no ha dejado de afectar<br />

el trabajo de los críticos e historiadores de la literatura regional. A Federico<br />

González Náñez (1919-1994), para las musas de la poesía Federico<br />

Leonardo y para los avatares de la docencia el célebre Nibelungo, le<br />

debemos un libro cuyo lapidario título amenazaba con convertirse en una<br />

condena: Coahuila: novela sin novelistas… hasta 1959.<br />

Podría objetarse a la afirmación del Nibelungo la existencia de tres<br />

12 José Lobatón, El Gringo, Márquez editor, México, 1950.<br />

13 Véase “El Gringo: una olvidada novela de la sierra” en Gazeta del Saltillo, Órgano de<br />

Difusión del Archivo Municipal, Año IX, Núm. 4, Nueva Época, Abril de 2007, pp. 8-9.<br />

29


novelas escritas por saltillenses: El Gringo (1950) de José Lobatón y<br />

Vainilla bronce y morir (Premio Miguel Lanz Duret, 1949; publicada al año<br />

siguiente) de Lilia Rosa (n. Saltillo, 1926), novela que tuvo el privilegio<br />

de ser llevada al cine en 1956, cuando la productora Clasa Films solicitó<br />

los derechos. La película, dirigida por Rogelio González, se estrenó en<br />

1956 con Elsa Aguirre, Ignacio López Tarzo y José Gálvez en los papeles<br />

protagónicos. Las tres hermanas de José García Rodríguez fue escrita antes<br />

que las anteriores, pero esta novela de vida y costumbres de Saltillo de la<br />

primera década del siglo XX se mantuvo inédita hasta 1981.<br />

González Náñez señaló el año de 1959 como el punto de partida de<br />

quehacer novelístico saltillense. Fue precisamente en ese año cuando se<br />

publicó La casa de mi abuela de Óscar Flores Tapia (1913-1998). Flores<br />

Tapia, a través de algunos de sus más cercanos colaboradores, intentó<br />

establecer por decreto que él era el primer novelista del estado. ¿Acaso<br />

porque le funcionó establecer por decreto la fecha de fundación de la<br />

ciudad de Saltillo? Sea como fuere, falló la estrategia. Ciertamente hubo<br />

novelistas antes de 1959. El mérito de ser la primera novela saltillense<br />

publicada con tema de la región recae en El Gringo.<br />

Otros bandoleros de la región mencionados por Alessio Robles son<br />

“Caballo Blanco”, llamado así a causa del corcel que montaba, y un<br />

individuo apodado “El Coyote”, quien a la postre fue nombrado por el<br />

gobernador de Nuevo León, general Bernardo Reyes (1850-1913), como<br />

jefe de la Acordada. El Coyote batió a sus antiguos compañeros de fechorías<br />

(con el mismo entusiasmo con el que un poeta joven de provincia, recién<br />

adoptado por el stablishment literario chilango, le da la espalda a sus<br />

antiguos compañeros de taller y a sus primeros maestros).<br />

Volviendo a la sierra, recordemos que no solamente los hombres se robaban<br />

ahí a los animales, sino también los animales a los hombres. Alessio<br />

Robles recrea una estampa de su infancia y narra una conocida leyenda<br />

sobre el secuestro de individuos feos y aventureros que se arriesgan a<br />

introducirse por las agrestes alturas.<br />

La Boca de San Lorenzo está consagrada por una leyenda. Allá por el año<br />

de 1870 muchas familias de Saltillo celebraron ahí una fiesta campestre. Se<br />

comió a la sombra de los árboles y, en la tarde, las parejas jóvenes danzaron<br />

alegremente. Un viejo boticario, moreno y feo de encargo, abandonó el<br />

grupo y con su fusil en la espalda fue a buscar osos, venados o liebres. Llegó<br />

la noche. Las familias regresaron a Saltillo después de buscar inútilmente<br />

al viejo cazador. La serranía fue explorada minuciosamente en toda su<br />

extensión. ¡Ni el boticario ni sus restos ni siquiera sus huellas fueron<br />

encontradas! Brotaron las conjeturas. Unos pensaron que había caído en un<br />

30


abra. Los más disertaron sobre las costumbres de los osos que, a veces, se<br />

raptaban a los hombres, agregando que mientras más feo fuera el raptado,<br />

más rendido era el enamoramiento de los plantígrados femeninos. 14<br />

En casi todas las culturas aparecen esas leyendas, que van de lo fascinante<br />

a lo aterrador: seres humanos tienen sexo con animales y engendran<br />

monstruos. La mitología griega nos habla del centauro, del minotauro; de<br />

mujeres que se convierten en vacas, de hombres que se transforman en<br />

bestias (y eso que no estamos hablando de la vida conyugal).<br />

Nuestra región no es ajena a esa clase de consejas. He de observar que<br />

nosotros le hemos aportado un matiz simpático al indicar que es la fealdad<br />

y no la belleza la que vuelve a los hombres proclives de ser raptados por<br />

una osa. No nos hacemos responsables del producto de tales himeneos,<br />

porque en los epitalamios hay demasiado jaleo o rejuego, así que si usted<br />

llega a ver en Saltillo un niño feo, peludo y que, cuando lo regaña, gruñe<br />

o quiere tirarle un zarpazo, no olvide lo que se dice: en toda leyenda hay<br />

un cierto grado de verdad. 15<br />

14 Siguiendo una costumbre que también tenían otros escritores de la época, como Alfonso<br />

Reyes (1889-1959) o monseñor Joaquín Arcadio Pagaza (1839-1918), don Vito solía interpolar<br />

el mismo pasaje a propósito de un tema en otro libro donde apareciera el mismo tema o un<br />

tema afín. Hábito seguramente surgido de la dificultad que existía entonces para reeditar<br />

completos libros anteriores. Un curioso precursor del copy-paste que existe en los programas de<br />

computadora y que se ha convertido en la salvación de los articulistas faltos de inspiración y<br />

en la pila de agua bendita de los estudiantes perezosos, con la desventaja para don Vito y los<br />

escritores de su época de que en aquel entonces sólo había tijeras, papel y engrudo. El pasaje<br />

sobre esas personas feas raptadas por los osos y llevadas a lo más escondido del monte fue<br />

incluido por Alessio Robles, con ligeras variantes, en la columna periodística de Excélsior y en su<br />

libro Saltillo en la historia y en la leyenda, pp. 36-38.<br />

15 Sin contar con aquellos que hacen el oso y tratan de pasarse de listos o caen en lo más bajo<br />

por andar en estado burro. Aunque ese animalero no tiene nada de extraordinario y, en ciertos<br />

lugares de la ciudad, resulta harto frecuente, no nada más en la sierra.<br />

31


El Cristo de Santos Rojo<br />

Veamos el caso de otros personajes que tal vez nos resultarían desconocidos<br />

si no fuera por las leyendas que se les atribuyen. El comerciante, agricultor<br />

y ganadero Santos Rojo (1557–1610) era dueño de la hacienda de San Juan<br />

Bautista, conocida como Los González y Torrecillas y explotó el molino de<br />

Belén, ubicado al sureste de la ciudad por la actual calle Francisco de<br />

Urdiñola. Don Antonio Malacara, en “El Correo de hoy”, esa columna que<br />

él sostuvo durante mucho tiempo para después dejárnosla caer encima,<br />

resaltó que Santos Rojo fue uno de los fundadores de la chismografía en<br />

Saltillo. “Hombre muy religioso. Estaba casado con doña Beatriz de las<br />

Ruelas, originaria de México, o sea que fue la primera chilanga que llegó<br />

a Saltillo, dicho sea todo esto con el mayor respeto”. 16 Rojo vivió en el<br />

callejón que, trescientos años más tarde, se llamaría del Truco. ¿Por qué se<br />

llamó así? Froylán Mier Narro (1898-1970) cuenta la leyenda.<br />

Partiendo de la calle Real, ahora de Hidalgo, y terminando en la empinada<br />

calle del “Cerrito”, llamada actualmente de Bravo, como un desafío a las<br />

reglas de la estética y geometría, está el callejón del Truco, formando<br />

manzana con el de la Capilla del Santo Cristo, manzana que fue propiedad<br />

y morada de uno de los primeros pobladores de la Villa de Santiago del<br />

Saltillo, don Santos Rojo.<br />

Hace poco más de cien años, un individuo de origen francés y de oficio<br />

pastelero, se estacionaba en la esquina norte de la calle de Hidalgo y la<br />

Plaza para vender su mercancía. A la hora de las ánimas exactamente<br />

llegaba con los menesteres de su puesto: un brasero; una mesita de madera<br />

rústicamente terminada, para colocarlo; una canasta de palma “petateada”,<br />

llena de pasteles de varias clases, pero todos para ser horneados por el<br />

mismo procedimiento y servirlos calientes; un arpillera con carbón vegetal;<br />

una tinaja de barro que servia de horno ambulante y que se colocaba sobre<br />

el brasero, y un velón de hojalata, sobre un pie de lo mismo, con depósito de<br />

sebo y su mecha de borra de algodón.<br />

Muy buenas ventas hacía el pastelero, y llegó a hacerse tan popular su<br />

mercancía, que hasta de los lugares más apartados de la ciudad, venían a<br />

comprar los exquisitos pasteles que vendía a cinco por un real.<br />

Ya estaba muy acreditado el “punto” del hábil pastelero, cuando el Alcalde<br />

ordenó que se quitara de allí y se pusiera en otra parte, porque daba mal<br />

aspecto con su cocina ambulante a la principal plaza de la ciudad.<br />

El pastelero se fue con sus menesteres, pero no a lugar por distante, pues<br />

se instaló en la esquina de la misma calle real y el callejón que hoy se llama<br />

del Truco.<br />

16 Antonio Malacara Martínez, “Aquel Saltillo (3)”. Tomado de Vanguardia. 23 de febrero de<br />

1995.<br />

33


Este nombre nació del pregón del pastelero: “Pasen, marchantes, pasen;<br />

aquí hay ricos pasteles y trucos a cinco por un real”.<br />

Los trucos consistían en una especie de tubos de harina con alguna<br />

preparación especial que, al ponerse al fuego, se rellenaban por sí solos<br />

de una pasta melosa con natural sabor a frutas que era muy gustada y<br />

apetecida.<br />

Alguien preguntó al pastelero que por qué le llamaba trucos a aquellos<br />

panes.<br />

—¿Le parece a usted poco el truco —le contestó— de que meta yo un pedazo<br />

de harina dentro de la tinaja y resulte lo que usted está saboreando? 17<br />

En su último viaje, a fines de 1607, Santos Rojo compró una escultura<br />

de un Cristo crucificado, moreno y de cabello oscuro, de 1.68 metros y<br />

regresó en marzo de 1608. Había enviado la escultura a Guadalajara, pero<br />

ocurrió el prodigio: el 6 de agosto detuvieron frente a la Plaza una robusta<br />

mula que traía una caja. 18 Al abrirla encontraron la escultura que Santos<br />

Rojo había enviado con otro destino. El enérgico comerciante conservó la<br />

imagen en su casa hasta que tuvo el permiso y fabricó a sus expensas en<br />

1608 una capilla muy reducida que llamaron de Las Ánimas. Ahí colocaron<br />

la imagen del Santo Cristo y destinaron un lugar para el entierro de Santos<br />

Rojo y su prole. En 1690, los descendientes de Rojo reedificaron la Capilla<br />

de las Ánimas construyéndola de piedra. 19<br />

Los dueños de algunos bares y centros culturales de Saltillo organizan<br />

en la actualidad un festival cultural al que pusieron el nombre de Santos<br />

17 Tomado de Froylán Mier Narro, “El Callejón del Truco”. Leyendas de Saltillo, Impresos Mier<br />

Narro (4ª. edición), Saltillo, 1990, pp. 71-73. Floylán Mier Narro nació en Viesca y falleció<br />

en Saltillo. Fundó en 1943 la XESJ, Radio Saltillo, y en 1958 publicó parte de sus conocidas<br />

leyendas en un pequeño volumen titulado Leyendas de las calles de Saltillo y biografías sintéticas<br />

de hombres ilustres de Saltillo. Dirigió el periódico El Diario del Norte en 1935 y, además de ser<br />

cronista deportivo, fundó y presidió la Liga Municipal de Beisbol Amateur y promovió el boxeo.<br />

Fue dueño de la imprenta Mier Narro. Múltiples personas ponderan a Mier Narro como uno de<br />

los fundadores de la prensa y la radio en la ciudad.<br />

18 Muchos no se ponen de acuerdo si el animal en cuestión era burro o mula. Si me permiten<br />

aventurar una hipótesis, opino que era un burro, pero de una índole tan obstinada y cerril que<br />

muchos sin duda concluyeron que, para ser burro, era demasiado mula. Seguramente de ahí vino<br />

la confusión, porque no creo que parte del milagro haya sido que el animal pudiera cambiar<br />

de sexo. ¿O sí?<br />

19 Óscar Dávila (†) y Sergio Recio, La Catedral de Saltillo y La Capilla del Santo Cristo, Saltillo,<br />

1975, edición de Sergio Recio, p.18. En esta edición no se sabe cuál de los dos autores escribe<br />

sobre la Catedral y quién lo hace sobre la Capilla. Esperanza Dávila Sota aclara el enigma<br />

en nota al pie del texto “Catedral santo y seña” de Óscar Dávila, del volumen Catedral de<br />

Saltillo… por los siglos de los siglos, Saltillo, 2001, p. 111. Óscar Dávila escribió sobre la<br />

Catedral y Sergio Recio se ocupó de la Capilla.<br />

34


Rojo. Dicho festival sólo pudo conservar tal nombre un año, después se<br />

denominó “Festival de Arte Arriesgado”. ¿A qué se debió el súbito cambio<br />

de opinión de los organizadores? Tal vez haya sido porque el nombre de<br />

Santos Rojo no le dice nada al saltillense promedio. ¿O acaso se les habrá<br />

aparecido el burro-mula con otra imagen o el burro a secas? Eso es un<br />

misterio. Ignoramos qué los hizo cambiar de opinión.<br />

35


Las campanas de doña Josefa<br />

Pasemos de personajes etéreos a mujeres sólidas. A Josefa Báez Treviño<br />

(1694-1771), tataranieta de Santos Rojo, hija del general Francisco Báez,<br />

gobernador del Nuevo Reino de León, se le recuerda como la mujer que<br />

mandó construir la Capilla del Santo Cristo y como la fundadora de la<br />

Cofradía (agosto de 1743) de la que fue mayordoma hasta su muerte.<br />

Para quienes ignoren el significado meramente operativo de las cofradías,<br />

podría decirse que su funcionamiento era parecido al de los Bancos. Se<br />

solicitaban dinero de los feligreses a cambio del compromiso de que, a la<br />

muerte de éstos, su generosidad sería recompensada con misas y rezos.<br />

Otra de sus semejanzas con las instituciones financieras radica en que el<br />

dinero recibido por la cofradía podía ser prestado con el correspondiente<br />

interés. 20 Así que en términos puramente económicos, una cofradía era<br />

algo así como una compañía de seguros, mezclada con una institución<br />

de préstamo. A diferencia de los modernos Bancos, el dinero circulaba<br />

menos y en una sola dirección. De otro modo no se explica que, para<br />

cuando Juárez propuso las Leyes de Reforma, la Iglesia católica haya sido<br />

dueña de casi un tercio de la riqueza nacional y por qué, en tiempos de<br />

Plutarco Elías Calles, el gobierno intentó hacer un inventario de los bienes<br />

manejados por la Iglesia y eso haya sido uno de los detonadores de la<br />

rebelión cristera.<br />

Dejemos de lado el aspecto económico. Elevémonos a los sublimes y<br />

nobles propósitos que alegaban defender las cofradías. Volvamos a la señora<br />

Báez de Treviño. El Santo Cristo permaneció en la capilla reedificada por<br />

los descendientes de Santos Rojo hasta 1762, fecha en que la imagen se<br />

trasladó a la nueva capilla de bóvedas con una bella torre construida con<br />

fondos de Josefa Báez Treviño, aunque en realidad esos fondos habían<br />

salido de las profundidades de una mina y del esfuerzo de los indígenas<br />

que trabajaban en ella. “Los mineros de La Iguana, mina de plata situada<br />

en la Boca de los Leones entre Lampazos y Candela, aportaban para la<br />

construcción toda la plata que era extraída los sábados. El importante<br />

donativo —según lo narra el historiador José de Jesús Dávila Aguirre—<br />

ascendió a más de 100 mil pesos de aquella época”. 21<br />

20 Gabriela Román Jáquez, “El Santo Cristo de la Capilla: caminante del Camino Real”, Gazeta<br />

del Saltillo, Órgano de Difusión del Archivo Municipal de Saltillo, Año VIII, Núm. XII, Nueva Época,<br />

diciembre de 2006, p. 4.<br />

21 José de Jesús Dávila Aguirre, “El Santo Cristo de la Capilla de Saltillo”, Cuaderno de Cultura,<br />

Núm. 2, Dirección General de Promoción Social y Cultural del Estado, Nueva Imagen, Saltillo,<br />

1976, p. 153.<br />

37


Sobre las campanas de la Capilla hay otra leyenda. Cuando las estaban<br />

fundiendo en el atrio, se abrió paso una dama vestida de negro, solemne<br />

y silenciosa, seguida por cuatro sirvientes que portaban barras de oro y<br />

plata. Era doña Josefa quien, al llegar al crisol ardiente, depositó en él<br />

sus riquezas. Por eso la sonoridad extraordinaria de esas campanas: están<br />

hechas para que la capilla tuviese voces de oro desde el campanario. 22 Es<br />

un misterio hasta dónde llegó realmente la generosidad de doña Josefa.<br />

Así presentada, esta mujer da la impresión de ser una especie de Diosa<br />

de la Fortuna, inspirada por un enorme fervor religioso, en un alarde de<br />

altruismo y generosidad. Hasta que de pronto recordamos un significativo<br />

detalle. Donó los bienes que heredó de Bacilio Lizarrarás y Cuéllar, su<br />

esposo. Así son las mujeres. Nadie sabe para quién trabaja. (Cómo no,<br />

diría ella, ¿y Dios?)<br />

En materia del culto al Santo Cristo existen dos imágenes. La ciudad, que<br />

en sus orígenes estaba dividida en la villa española y el pueblo de indios,<br />

parece que así sigue espiritualmente. El culto instaurado por Santos Rojo,<br />

que data del siglo XVI, es castizo; mientras que el relacionado con el Santo<br />

Cristo que se venera en El Ojo de Agua, que data de la época porfiriana,<br />

tiene rasgos que son evidentemente indígenas, como lo demuestran las<br />

danzas tlaxcaltecas que no se parecen a otras danzas, también indígenas,<br />

pero dirigidas a devociones diferentes. Vale la pena hacer notar cómo los<br />

indígenas se volvieron a posicionar de sus cultos, a pesar del tiempo que<br />

ha transcurrido de que llegaron a la región y del acoso que padecieron,<br />

primero, de sus vecinos españoles y, después, al perder la protección del<br />

rey de España con el surgimiento del México independiente.<br />

Su persistencia admirable se compara a la de otras comunidades<br />

indígenas del país, aunque principalmente en la zona Centro Occidente el<br />

culto sea mariano. Resultaría interesante que los etnólogos, los sociólogos<br />

y los antropólogos investigaran por qué en algunas zonas del país el<br />

culto religioso se apoya en imágenes femeninas y en otras regiones en<br />

imágenes masculinas. En el caso que nos ocupa, predomina el afán por la<br />

construcción de imágenes desmesuradas. Al final de la película Cabeza de<br />

Vaca (1990), de Nicolás Echeverría, una enorme cruz de plata es cargada<br />

por un contingente de soldados españoles de casco y armadura que<br />

avanza con lento y solemne paso marcial en mitad de la gigantesca nada<br />

del semidesierto coahuilense.<br />

22 Vito Alessio Robles, Saltillo en la historia y en la leyenda, Talleres Tipográficos de Alfredo del<br />

Bosque, México, 1934, pp. 115-124.<br />

38


Los indígenas prefirieron expresar su feligresía con elementos más<br />

telúricos, más naturales. El templo se alza cerca de un ojo de agua y<br />

las danzas inevitablemente nos remiten a los rituales de fertilidad. Son<br />

imágenes más llevaderas. Nada de abrumadoras procesiones, pesados<br />

viáticos o lentos papamóviles.<br />

39


La copa del padre Larios<br />

Sigamos con otro personaje afín a lo eclesiástico. Fray Juan Larios (1633-<br />

1675), sacerdote franciscano considerado “el fundador de Coahuila”, nació<br />

en Sayula. A la edad de 18 años ingresó al convento de San Francisco de<br />

Guadalajara. En 1669 fue nombrado predicador del Convento Grande de<br />

esa ciudad y en 1671 se le designó guardián del santuario de Amacueca.<br />

Hasta 1673, el padre Larios inició su labor en Coahuila. Cuando llegó<br />

a Saltillo, permaneció 51 días y los vecinos se asombraron con la gran<br />

cantidad de chichimecas que visitaron al fraile. Aseguraban que cerca de<br />

diez mil “indios de arco y flecha, sin contar a las mujeres y a los niños”, lo<br />

esperaban en la entonces Coahuila. Cuenta Alessio Robles que fue tal la<br />

afluencia de indios que fray Larios hubo de pedir limosna en Saltillo para<br />

poder sustentarlos.<br />

No puedo evitar preguntarme: ¿los chichimecas siguieron a Juan Larios<br />

o el fraile fue llevado? ¿Bajo qué circunstancias se encontraron Larios y<br />

los chichimecas para que el jalisciense llegara a Saltillo y abogara por<br />

ellos? No quisiera ser mal pensado, pero sospecho que el pobre Larios<br />

fue el primer “levantado” que hubo por estas tierras y que, como ocurre<br />

actualmente, también tuvo que pedir dinero para sus captores so pena de<br />

acabar repartido en varias bolsas de supermercado o en su equivalente<br />

huachichil de entonces.<br />

En 1674, fray Larios fue a Parral, capital de la Nueva Vizcaya, para<br />

gestionar la libertad de unos prisioneros indios. Escribió otra amplia<br />

carta donde reveló cómo Coahuila sufría por los “litigios que sobre su<br />

jurisdicción trabaron los gobiernos del Nuevo Reino de León y la Nueva<br />

Vizcaya”. Señaló además la necesidad de establecer cuatro pueblos de<br />

indios en Mapimí, en San Lorenzo, en San Pedro y en Cuatro Ciénegas”.<br />

Con ayuda de otros franciscanos, Juan Larios fundó misiones que después<br />

cambiaron de sitio. ¿Si cambiaron de sitio puede decirse que las fundó?<br />

Al respecto de este religioso jalisciense existe una curiosa anécdota<br />

narrada por fray Nicolás de Ornelas y de la que da noticia Juan Bautista<br />

Iguíniz Vizcaíno (1881-1972) en su libro Los historiadores de Jalisco (1918),<br />

retomada después por Alessio Robles en Coahuila y Texas en la época<br />

colonial. Según Ornelas, el fraile de Sayula fue uno de los primeros trofeos<br />

deportivos que se disputaron en estas tierras durante un juego de pelota<br />

que se realizó entre indígenas cotzales que acompañaban y protegían a<br />

Juan Larios y los bárbaros indios tobosos que encontraron en un paraje<br />

41


donde después se estableció la misión del Santo de Jesús. Para proteger<br />

al fraile, que estaba amenazado de perder la cabeza, ya que los tobosos<br />

querían utilizarla para hacer un mitote (nótese: usaban el cráneo a manera<br />

de copa y bebían en él). Suponemos que Juan Larios era un hombre de<br />

gran cabeza. La estrategia utilizada por los cotzales para salvar la vida del<br />

religioso fue proponerles participar en un juego de pelota con el que se<br />

ganaran dicha copa.<br />

En vista de que todavía no se inventaban el futbol ni el beisbol y los<br />

cronistas de entonces, que no tenían la autoridad de “Sony” Alarcón ni<br />

las pintorescas metáforas de Ángel Fernández, no entraron demasiado en<br />

detalles sobre las características de este juego. Lo único que se detalla<br />

es que cada equipo estaba compuesto por cinco integrantes, lo cual nos<br />

da el indicio de que a lo mejor pudiera incluso tratarse de un partido de<br />

básquetbol o de volibol y eso nos llevaría a otras preguntas: ¿qué hubieran<br />

utilizado a modo de canasta o de red? ¿Quién fue el árbitro? Porque los<br />

cotzales perdieron como le ocurriría actualmente a cualquier equipo<br />

visitante que se enfrentara a un equipo local con buena porra y todas las<br />

apuestas a su favor.<br />

Como ocurre actualmente con los malos perdedores, cuando se acaba el<br />

deporte empieza la bronca. Los cotzales, en vista de su derrota, decidieron<br />

defender al fraile usando sus arcos y flechas. Aquí volvemos a toparnos con<br />

otro de esos casos que ya hemos visto en los cronistas de la conquista o la<br />

evangelización en que las cifras nomás no cuadran. ¿Cómo es posible que<br />

los indios tobosos (que según la crónica eran trescientos) no hayan podido<br />

atinarle con ninguna flecha a cinco cotzales y, en cambio, éstos pudieran<br />

matar a cien tobosos y poner en fuga al resto? Me pregunto: ¿Qué clase de<br />

tobosos eran esos indígenas? ¿Acaso unos dulcineos?<br />

Juan Larios llegó a nuestras tierras cumplidos los 40 años y murió a los<br />

46, tal lapso duró su incansable labor y ciertamente pocos podrían presumir<br />

de ser padres de tan extenso territorio en poco más de un lustro. Tampoco<br />

ninguno de los conquistadores y misioneros de la época puede presumir<br />

de haber sido la primera copa deportiva disputada en un partido y, aunque<br />

no provocó un mitote, de que hubo trifulca la hubo.<br />

42


¿Un viudo inconsolable?<br />

Juan Landín Gómez (1720-1796), originario del reino de Galicia, vecino<br />

de la Villa de Saltillo desde 1741, fue propietario de una casa, ubicada<br />

entre el Callejón de Propios (tramo de Juárez a un costado del Palacio de<br />

Gobierno) y la calle de San Juan Bautista (actual Allende al sur), con tienda<br />

y trastienda, a media cuadra del parián. El comerciante tenía aparte una<br />

hacienda donde se encontraba la capilla de la Purísima Concepción, situada<br />

al suroeste de Saltillo, y conocida por todos como la capilla de Landín, que<br />

aún se conserva como una de las reliquias coloniales más importantes de la<br />

ciudad.<br />

Don Juan estaba casado con doña María Josefa de la Zendeja con la cual<br />

procreó un hijo. Una epidemia de cólera terminó con la vida de su mujer y<br />

de su hijo. El comerciante se refugió en su hacienda para guardar el luto<br />

43


y dejó sus negocios en manos de Rafael Antonio Martínez de Abal, su<br />

administrador. La leyenda cuenta que diariamente don Juan escuchaba<br />

misa auxiliado por un fraile franciscano que lo ayudaba con sus oraciones<br />

a sobrellevar sus penas. Jamás se le volvió a ver en un acto público. La<br />

hacienda quedó en ruinas y comenzó a correr la voz de que un fraile se<br />

aparecía a la entrada de la capilla de la Purísima Concepción y que llevaba<br />

en sus manos una imagen de Cristo crucificado. Quienes llegaban a ver<br />

la aparición corrían horrorizados al ver que la figura del fraile no tenía<br />

cabeza. 23 Así surgió la leyenda del fantasma de Landín.<br />

Este fantasma sólo se le aparecía a los borrachos, quienes a la hora de<br />

confesarse contaban que se les había aparecido el espectro y, después, para<br />

tratar de combatir el recuerdo de tan espantosa imagen, volvían a agarrar<br />

la jarra y a contar en la mesa de cantina que se les había aparecido el<br />

fantasma de la Capilla de Landín, mientras en la rocola sonaban las notas<br />

de “Amor perdido”. (Ése es otro cantar, aunque se trate de otra Landín:<br />

doña María Luisa.)<br />

La pregunta obligada es por qué sólo a los borrachos se les aparecía<br />

el decapitado. Una posible explicación tal vez esté en el hecho de que,<br />

en el mismo lugar donde estaba la capilla en la hacienda, había existido<br />

una destilería, lo que de manera un tanto sesgada explicaría que se les<br />

apareciera un fantasma sin cabeza a hombres que ya habían perdido la<br />

cabeza por culpa del alcohol y de que cuando la recuperaban a la hora de<br />

la cruda envidiaban al fantasma descabezado que no tenía que soportar la<br />

gigantesca jaqueca de cabeza olmeca que les dejaba la resaca.<br />

La modernidad llegó al barrio donde se encontrara la próspera hacienda<br />

del gallego, la construcción del anillo periférico destruyó parte de los<br />

cimientos de la misma, pero no se pudo evitar que esporádicamente el<br />

fantasma siguiera asustando a los vecinos. 24<br />

José de Jesús Dávila publicó en otro texto la verdad histórica sobre el<br />

comerciante Juan Landín, del cual desaparece el detalle romántico del<br />

dolor del viudo ante la pérdida de su mujer y de su hijo en la epidemia de<br />

cólera que azotó a Saltillo a mediados del siglo XVIII. Después de enviudar,<br />

el hombre guardó luto por la pérdida de su familia, pero se volvió a casar<br />

23 La leyenda de fantasma de Landín fue tomada de Ricardo Dávila (compilador), Leyendas de<br />

Saltillo. Antología, Consejo Editorial del Gobierno del Estado, Saltillo, s/f de edición, pp. 243-<br />

246. Esta antología reúne a los más destacados autores de leyendas saltillenses: José García<br />

Rodríguez, José de Jesús Dávila Aguirre, Froylán Mier Narro, Juan Marino Oyervides, Eduardo<br />

Valverde Prado, Óscar Flores Tapia y Federico González Náñez, aparte del compilador.<br />

24 Informes no muy fidedignos aseguran que las últimas veces que se apareció el fraile llevaba<br />

como cabeza el busto de Julio Torri.<br />

44


con una señora de nombre Catalina Sánchez con la que tuvo descendencia.<br />

Juan Landín murió a los 75 años en la ruina y una de sus hijas demandó<br />

a su administrador por los malos manejos que hizo de la fortuna del<br />

comerciante. 25<br />

Una de las formas narrativas preferidas por la vox populi es la leyenda.<br />

Conviene detenernos un poco en su estructura narrativa para ver en qué<br />

consiste su atractivo. Aunque la leyenda parte de hechos históricos, posee<br />

un punto de inflexión, de quiebre, en el que la veracidad de los hechos cede<br />

su lugar a un elemento fantástico sobrenatural o misterioso. La leyenda<br />

renuncia a lo veraz, a lo verosímil: sucumbe en un punto a esa irresponsable<br />

licencia de la imaginación. 26<br />

En las leyendas nos encontramos con ese recurso de la tragedia griega<br />

antigua, conocido como Deux ex Machina. 27 Quienes critican este recurso<br />

afirman que el autor lo utiliza cuando la trama llega a un punto de crisis<br />

en el que no existe una solución que pueda ser del agrado del lector o del<br />

espectador y entonces el autor tiene que recurrir a la intervención divina,<br />

lo cual hace bajar del cielo (en medio de rayos crepusculares y nubes<br />

algodonosas, en un carruaje tirado por pegasos) al vengador o desfacedor<br />

de entuertos (entonces Supermán es el propio Deus ex Machina de los<br />

gringos, sobre todo porque no es neutral).<br />

Si no fuera por ese elemento fantástico, sobrenatural y enigmático, el<br />

efecto las leyendas sobre el receptor o escucha sería decepcionante. ¿Qué<br />

atractivo tendría la leyenda de Zapalinamé si no se convirtiera en montaña,<br />

la del Santo Cristo sin ese burro con complejo de mula o la del fantasma<br />

de Juan Landín sin la aparición de ese monje sin cabeza? Tendríamos<br />

sólo un indio muerto, un crucifijo extraviado y las ruinas de una hacienda<br />

arrasada por el desarrollo urbano. ¿A quién le interesa eso? Nada más a los<br />

historiadores. Entre los cuales, como ya sabemos, hay algunos capaces de<br />

volver aburrida hasta la Casa de la Risa.<br />

25 José de Jesús Dávila, “Landín”, Cuadernos de Cultura, Núm. 1, Dirección General de Promoción<br />

Social y Cultural del Estado, Nueva Imagen, Saltillo, 1976, pp. 60-64.<br />

26 Jorge Luis Borges, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” en Nueva Antología personal, Club Bruguera,<br />

Barcelona, 1980 (Colección de Literatura Universal Bruguera), pp. 94-115.<br />

27 Un Dios (bajado) por medio de una máquina, expresión que designa en una obra de teatro<br />

la intervención de un ser sobrenatural que baja al escenario o la intervención feliz e inesperada<br />

de una persona que resuelve una situación trágica. La expresión se usa cada que un autor<br />

dramático o un novelista emplea el azar. En narrativa se le conoce como una solución sacada de<br />

la manga o simplemente una salida en falso.<br />

45


Un cura de pocas pulgas<br />

En Saltillo no tuvimos un cronista colonial o historiador de esa época. Por<br />

lo mismo, don Vito tuvo que esclarecer después (con algunas omisiones)<br />

el pasado colonial de Coahuila y Saltillo. 28 Algunos adoptan como cronista<br />

colonial de Saltillo a Juan Agustín de Morfi (1720-1783), fraile franciscano<br />

que acompañó a Teodoro de Croix (1730-1791), gobernador de las Provincias<br />

Internas de Tierra Adentro, en un viaje de inspección por el territorio de<br />

las provincias. La crónica de Morfi (1777) en su Derrotero por lo que hoy<br />

es Coahuila resulta fundamental para nuestra historiografía. Morfi exalta<br />

la laboriosidad y el amor a los árboles del pueblo de San Esteban de la<br />

Nueva Tlaxcala, así como la indolencia de los habitantes de la villa, no<br />

sólo ante la falta de vegetación, sino por el poco cuidado y arreglo de<br />

sus viviendas. ¿Miedo al color? ¿Tristeza del adobe? Según la crónica de<br />

Morfi, el saltillense vivía hundido en lo gris. Yo diría que hasta la fecha<br />

subsisten en nuestra conciencia esas carcomidas paredes de adobe.<br />

La villa [del Saltillo] es grande, de mucha poblazón y con poca regularidad;<br />

las casas de adobe y muy mezquinas, que faltándoles aun el sencillo<br />

exterior adorno del blanqueo, hacen un efecto muy triste en quien las mira.<br />

La única que tiene alguna comodidad y apariencia es la de Irazábal donde<br />

paramos. 29<br />

Tal vez Morfi fue el primero en notar la enorme desproporción que hay<br />

entre la apariencia de las casas pobres, descuidadas, hechas con materiales<br />

perecederos y la impresionante fábrica de la Catedral, como si se pensara<br />

que, al hacer una iglesia tan grande y suntuosa, la población aspirara con<br />

el tiempo a edificar una ciudad digna de semejante construcción. 30 A pesar<br />

del crecimiento de la mancha urbana y de la construcción de algunos<br />

edificios modernos, la Catedral sigue siendo imponente. La fe logró<br />

levantar ese monumento que prevalece a lo largo de los siglos. Ninguna<br />

otra motivación, llámese patriotismo, afán emprendedor, aspiración a la<br />

modernidad o simple lucro, ha logrado crear algo que apenas se le acerque.<br />

28 Sergio Recio Flores, Historia de nuestros historiadores, Consejo Editorial del Estado de<br />

Coahuila, 1997 (Serie Coahuila en la Cultura), p. 39.<br />

29 Juan Agustín de Morfi, Viaje de indios y diario de Nuevo México (introducción biobibliográfica<br />

y acotaciones por Vito Alessio Robles), Librería Robredo de José Porrúa e hijos, segunda edición,<br />

con adiciones a la impresa por la Sociedad “Bibliófilos Mexicanos”, México, 1935, p. 158.<br />

30 Ib. pp. 158-159.<br />

47


No sé si sea cierto ese dicho de que la fe mueve montañas pero, en el caso<br />

de la Catedral de Saltillo, puso a trabajar a todos los padres de familia de<br />

la villa.<br />

En relación a nociones relativas al mundo exterior, la ignorancia<br />

estimulaba en forma imprevista la imaginación. El padre Morfi introdujo<br />

en su Derrotero algunas notas de color. Un pasaje retrata la inocencia de<br />

las cándidas señoritas de Saltillo que, cuando supieron que iban a pasar<br />

por la ciudad los dragones, en lugar de pensar en el así llamado cuerpo<br />

de militares que acompañaba al gobernador, ellas fantasearon con míticos<br />

reptiles gigantes que lanzaban fuego y, acaso con la intención de dedicarle<br />

una buena tanda de rezos a San Jorge, santo que si no es patrono de<br />

los bomberos merecería serlo, se refugiaron horrorizadas en el templo y<br />

preguntaron: “¿Es cierto, señor cura, que vienen los dragones?”. 31<br />

Cuando las damiselas descubrieron que lo que creían bichos lanza fuego<br />

era un grupo de apuestos uniformados a caballo, ya no hubo cura que impidiera<br />

que las más jóvenes y agraciadas echaran lumbre por los ojos. Así<br />

como a todo dragón le llega finalmente su San Jorge, toda mujer de Saltillo<br />

sucumbe al síndrome de princesa en apuros. Pero como esto nos llevaría a<br />

los conocidos tópicos del cuento de hadas, prefiero mejor sentirme Shrek<br />

y arrancar esa página antes de bajarle al baño.<br />

Imaginen las escandalizadas reacciones de muchas respetables damas y<br />

nobles caballeros saltillenses ante algunas afirmaciones del padre Morfi.<br />

¿Cómo que aquí teníamos chinches? 32 ¿Cómo que vivimos hundidos en la<br />

grisura? ¿Pues a dónde se metió ese frailecito que nos trata tan mal? Lo<br />

que este fuereño viajero escribió no resultó de nuestro agrado. Nos dejó<br />

mal parados ante la opinión pública. Alguien tenía que agarrar la pluma y<br />

defender a los coterráneos y al solar nativo.<br />

31 Ib. p. 160.<br />

32 María Elena santoscoy Flores, en su tesis (inédita) La vida cotidiana de don Juan Landín y otros<br />

gallegos. Saltillo durante la última etapa de la Colonia, cuenta que el franciscano señaló que en<br />

la vivienda del inmigrante don Manuel Ignacio de Irazábal, aunque era de las mejores en la<br />

villa, sus colchones tenían chinches. Esto no lo consigna la edición que cito de Porrúa. Santoscoy<br />

Flores da como fuente del curioso dato el documento incluido del Diario y derrotero en Ernesto<br />

Torre Villar, Coahuila, tierra anchurosa de indios, mineros y hacendados, colección de manuscritos<br />

históricos, SIDERMEX, México, 1985. ¿Por qué hay datos en una edición que no se encuentran en la<br />

otra? Según Vito Alessio Robles, del Diario del padre Morfi se hicieron dos ediciones modernas,<br />

la de los Bibliófilos Mexicanos, en 1935 y la de José Porrúa e Hijos del mismo año. Hay quienes<br />

señalan que Orozco y Berra localizó y publicó una versión anterior en 1856.<br />

48


Crónica y panegírico<br />

del bachiller Fuentes<br />

Nuestro primer cronista fue Pedro Fuentes (1742-1812). De acuerdo a su<br />

partida de bautismo, su nombre real fue Pedro Francisco de la Fuente y<br />

Fernández (más conocido como el bachiller Fuentes). Vito Alessio denuncia<br />

sus fallas: “inexactitudes notorias que no han podido resistir el análisis<br />

de la crítica histórica” y el hecho de que no se basara en documentos y<br />

estuviera únicamente fundado en tradiciones, 33 con lo cual confirmamos<br />

que la principal ocupación de los historiadores saltillenses no es tanto<br />

escribir como estarse corrigiendo (no cada quien a sí mismo, sino unos a<br />

otros).<br />

33 Vito Alessio Robles, Coahuila y Texas en la época colonial, Porrúa (segunda edición), México,<br />

1978 (Biblioteca Porrúa), pp. 70-73.<br />

49


Fuentes fue cura de la villa de San Fernando y Presidio de San Antonio<br />

de Béjar (1771-1790), cura del pueblo de San Esteban de la Nueva Tlaxcala<br />

(1790-1795) y cura de la parroquia de Santiago del Saltillo de 1795 hasta<br />

su muerte. A él cupo el honor de terminar, el 21 de septiembre de 1800,<br />

la obra de la parroquia de Santiago, hoy Catedral, aquella gran obra que<br />

pese a estar inconclusa provocara el asombro del padre Morfi. El templo<br />

había sido iniciado por el cura don Felipe Suárez Estrada en el año de 1745<br />

y el bachiller Fuentes, cura párroco en la fecha de su consagración, dejó<br />

constancia de tiempo y costos de la obra en su Noticia sobre la bendición<br />

de la iglesia parroquial de Santiago Apóstol, redactada en 1800. 34<br />

En la nómina de la construcción de la Catedral figuran 275 personas.<br />

La ciudad tenía entonces mil habitantes. ¿Quién podría en el presente<br />

convocar a todos los jefes de familia para realizar una empresa semejante?<br />

Los políticos, no; los empresarios, tampoco; los sacerdotes… Nadie tendría<br />

actualmente esa capacidad de liderazgo y de organización. ¿Los medios?<br />

Pienso que aquí el problema no es de medios, sino de fines: Ad majorem<br />

gloriam Dei. 35<br />

Pese a estar traspapelada, la Historia de la Villa del Saltillo (escrita en<br />

1792) fue reproducida en sus imprecisiones por historiadores posteriores.<br />

Los saltillenses tuvieron que esperar hasta 1976 (un año antes de la<br />

celebración por decreto del aniversario de los 400 años de la ciudad) para<br />

que apareciera publicada junto a una serie de artículos de muy desigual<br />

valor. 36 Sergio Recio afirmó que la aportación más perdurable del bachiller<br />

Fuentes a nuestra historiografía fue esa costumbre de que “como buenos<br />

saltilleros, que amamos a nuestra ciudad”, acostumbremos elogiarla “a<br />

veces con desmesura”. “Fecundísimo manantial de esos y muchos otros<br />

floridísimos ingenios”… 37 No se medía el padre Fuentes con los elogios<br />

34 María Elena Santoscoy Flores y Esperanza Dávila Sota (coordinadoras), “Noticia sobre la<br />

bendición de la iglesia parroquial de Santiago Apóstol” del Bachiller Pedro Fuentes (versión<br />

paleográfica y notas de María Elena Santoscoy) en Catedral de Saltillo …por los siglos de<br />

los siglos, Universidad Autónoma de Coahuila / Secretaría de Educación Pública de Coahuila,<br />

Saltillo, 2001, p. 51.<br />

35 Para mayor gloria de Dios.<br />

36 “Crónica del Bachiller Fuentes sobre la Historia de la Villa del Saltillo e Historia del Santo Cristo<br />

de la Capilla” (versión paleográfica de Javier Guerra Escandón), Cuadernos de Cultura. Número<br />

2, Editorial Nueva Imagen, Dirección General de Promoción Social y Cultural del Gobierno del<br />

Estado, Saltillo, 1976, pp. 131-148. El encargado de la paleografía del documento, Javier<br />

Guerra Escandón (1919-1996), fue jefe del Archivo Judicial del Tribunal Superior de Justicia,<br />

director de los archivos Histórico del Estado y del General de Gobierno, director del Recinto de<br />

Juárez y miembro y secretario del Colegio Coahuilense de Investigaciones Históricas, amén de<br />

colaborador de la Revista Coahuilense de Historia.<br />

37 Historia de nuestros historiadores, p. 22.<br />

50


al terruño y a los saltillenses: “dichosa villa, de aguas dulces, cristalinas,<br />

frescas y hermosas”. 38 Usaba demasiados adjetivos y muy pocos sustantivos<br />

(para no hablar de los nombres propios).<br />

Una copia del documento con la Historia de la Villa del Saltillo se encontró<br />

entre los legajos del doctor José Eleuterio González (Guadalajara, 1813-<br />

Monterrey, 1888) y lo posee actualmente el Tecnológico de Monterrey.<br />

Israel Cavazos Garza (n. Guadalupe, N.L., 1923) aseguró que el manuscrito<br />

que guarda el Tec no es el original. El historiador José Eleuterio González<br />

sí utilizó el original que le facilitara el padre Manuel Flores Gaona (1821-<br />

1889). El mismo “Padre Flores” cuyo nombre lleva una calle céntrica de<br />

la ciudad. ¿Usted sabe dónde queda la calle Padre Flores? ¿No? Pues<br />

debería. Porque le aseguro que usted pasa por ahí varias veces cuando va<br />

al centro. Es una de las calles que flanquea la plaza Manuel Acuña. Una<br />

calle pequeña. Muy pocos la toman en cuenta y menos saben por qué<br />

lleva ese nombre. Manuel Flores Gaona fue presbítero. Destacó por su<br />

labor pedagógica y por su bondad (nada más). Volviendo al manuscrito del<br />

padre Flores, tal vez ése sí haya sido del siglo XVIII. El doctor José Eleuterio<br />

González mandó hacer una copia de ese documento y esa copia fue a parar<br />

a manos del licenciado Antonio Sepúlveda, casado con Josefa González,<br />

hermana de Gonzalitos. Los descendientes del licenciado Sepúlveda<br />

regalaron la copia del texto del bachiller Fuentes a la Biblioteca Cervantina<br />

del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey. Don<br />

Israel declaró que no conoce el documento del Tec, pero vio ilustraciones<br />

del texto en el libro Catedral de Saltillo… por los siglos de los siglos y, como<br />

Cavazos Garza está familiarizado con la caligrafía antigua, puede afirmar<br />

que la del documento del Tec no es del siglo XVIII. 39<br />

Don Israel aseguró que, sin ser lingüista, consideraba que la palabra Saltillo<br />

es totalmente española, diminutivo de salto. En el Diccionario heráldico de<br />

apellidos españoles de Julio de Atienza (Aguilar, 1959) se registra el título<br />

nobiliario de Marqués de Saltillo, otorgado en 1712 a don Martín Rodríguez<br />

de la Milla Barba Tamariz y Góngora. En la Enciclopedia Espasa-Calpe se<br />

registra un lugar de ese nombre en el municipio de Arjona en la provincia<br />

de Jaén, mientras que en el Atlas de Nacional Geographic hay cuatro<br />

lugares con el nombre Saltillo, uno en Missouri, otro en Tennessee y otro<br />

38 Evidente paráfrasis de Garcilaso: “corrientes aguas, puras, cristalinas”.<br />

39 Israel Cavazos Garza, “Historia e historiadores de Saltillo. Un comentario”, conferencia<br />

impartida por el neoleonés el jueves 24 de julio de 2003, en el auditorio del Archivo Municipal<br />

de Saltillo, con motivo de la inauguración del “Jardín de Clío”. El interés de don Israel por<br />

nuestra historia local está más que justificado: casó con la profesora saltillense Lilia Eunice<br />

Villanueva López (1930-2008).<br />

51


en Texas; con el nuestro, son cuatro. Don Israel dejó como tarea que algún<br />

historiador saltillense vaya y busque al último poseedor del título Marqués<br />

de Saltillo, que debe residir en España, para que aportara mayores detalles.<br />

“Yo ya no podré hacerlo”, dijo poniendo punto final.<br />

Hagamos una reflexión sobre los primeros trabajos historiográficos en<br />

estas tierras y sus autores. Rara vez la historiografía se escribe por gusto.<br />

El autor de una crónica, de una biografía, de la historia de un lugar o de<br />

un país, acomete estas tareas porque se lo ordenan o forma parte de sus<br />

obligaciones. No son trabajos que destaquen por su amenidad o en los que<br />

luzca la elegancia de estilo (aunque hay excepciones). Es algo que se tiene<br />

que hacer porque nadie lo ha hecho y hay que empezar por algún lado.<br />

Suele ocurrir que ese primer historiador local surja como una reacción a<br />

lo que algún viajero o fuereño radicado temporalmente en la ciudad haya<br />

escrito. Ahí tienen ustedes al bachiller Fuentes poniendo a los saltillenses<br />

por las nubes, al grado de que todos los historiadores que abordan el tema<br />

después de él se la pasan regañándolo, no tanto por sus inexactitudes,<br />

sino porque de tantos elogios como nos endilgó ya no dejó a sus sucesores<br />

serpentinas, flores ni azahares. Tuvieron que resignarse a multiplicar los<br />

elogios del padre Fuentes, como Jesucristo los panes y los peces.<br />

52


El anuario de Portillo<br />

No podemos reprocharle al padre Fuentes sus inexactitudes. Los<br />

historiadores posteriores cometieron las propias (o padecieron las ajenas).<br />

Esteban L. Portillo, autor del Anuario coahuilense para 1886, es nuestro<br />

primer cronista que publicó sobre nuestra historia en un momento nada<br />

propicio. En 1884 se hizo cargo del gobierno del estado de Coahuila el<br />

general Julio M. Cervantes (1839-1909), quien sustituyó al coronel José<br />

María Garza Galán (1841-1902). Cervantes era de Guadalajara y trajo<br />

como colaboradores a Esteban López Portillo y al editor Amado Prado.<br />

Esteban López Portillo era jalisciense de origen y debió nacer hacia 1859,<br />

en el pequeño Real de Minas de Pinos, hoy Zacatecas. López Portillo inició<br />

los estudios sacerdotales en San Luis Potosí, los cuales tuvo que suspender<br />

al morir un tío que lo becaba. En San Luis cursó, sin concluir, la carrera de<br />

Derecho. Entre los cargos que ocupó don Esteban, en los años que vivió en<br />

Saltillo, figuran el de jefe de Sección Estadística del Gobierno del Estado<br />

en 1881, maestro de latinidad en el Ateneo Fuente en 1883 y miembro<br />

correspondiente de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Casó<br />

con Elvira Zertuche en Parras, de donde era oriunda la madre de Portillo,<br />

el 15 de agosto de 1892. Procrearon dos hijas. El cronista e historiador<br />

murió en Parras, a la edad de 38 años.<br />

53


López Portillo hurgó e investigó acuciosamente en archivos y bibliotecas,<br />

en aquellos tiempos en los que no había teléfono y, por lo tanto, no había<br />

directorios telefónicos; tampoco, carreteras. Por lo tanto, no había guías roji.<br />

Las oficinas gubernamentales no tenían departamentos de Comunicación<br />

Social y nadie informaba quiénes estaban a cargo de la administración<br />

pública. Tampoco existían los servicios metereológicos ni los bancos de<br />

datos computarizados ni otras herramientas de consulta. Todo eso hoy es de<br />

fácil acceso. ¿Cómo le hacía entonces la gente para obtener la información<br />

básica?<br />

La obra más interesante de don Esteban, por los datos raros y curiosos que<br />

aporta sobre Saltillo, es el Anuario coahuilense para 1886. En 562 páginas<br />

muestra, con más de 100 anuncios, cómo era el comercio, el ambiente<br />

social. El lector podía consultar los itinerarios de trenes, las principales<br />

leyes y códigos y hasta encontrar curiosas piezas literarias y brevísimos<br />

compendios históricos en un solo libro. Publicado en primera edición por<br />

Amado Prado e impreso por la Tipografía del Gobierno en Palacio, dirigida<br />

por Juan Molina, este libro fue reeditado, en forma facsimilar, por el<br />

Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y el Gobierno de Coahuila. 40<br />

Los anuarios fueron una curiosa mezcla de directorios, agencias<br />

de publicidad, bibliotecas básicas y guías de viajeros. No hacía falta<br />

consultar ningún otro libro para enterarse de lo que tuviera que ver con la<br />

localidad durante ese año. Acaso los anuarios, expliquen aquella curiosa<br />

anécdota que contara en cierta ocasión el historiador, sociólogo y novelista<br />

sonorense Gerardo Cornejo Murrieta (n. Tarachi, 1937) quien, al visitar a<br />

unos parientes que vivían en un remoto poblado de la sierra Madre, les<br />

obsequió un libro suyo. El más viejo de sus familiares, tocando el libro con<br />

cierta extrañeza y muy poco interés, preguntó: “¿para qué nos das otro<br />

libro si ya tenemos uno en la casa?” Más que un desprecio por la cultura,<br />

hay que ver esto como la actitud —hoy anacrónica, pero razonable hace<br />

un siglo— de que bastaba un libro para saber todo lo que fuera necesario<br />

para vivir. Por eso se editaban e imprimían en el siglo pasado los anuarios<br />

que, si nos atenemos a la etimología del término, eran una especie de<br />

Biblia del hombre práctico: un libro que es al mismo tiempo una pequeña<br />

biblioteca.<br />

La lectura del Anuario coahuilense para 1886 presenta sorpresas desde<br />

el punto de vista actual. En tamaño pequeño, pero casi tan grueso como<br />

un diccionario de bolsillo, trata de temas diversos. Presenta una galería<br />

40 Esteban L. Portillo (compilador), Anuario coahuilense para 1886, edición facsimilar, Consejo<br />

Nacional para la Cultura y las Artes / Gobierno del Estado de Coahuila, México, 1994<br />

(Biblioteca Básica del Noreste).<br />

54


de coahuilenses ilustres y las leyes del estado, desde la constitución hasta<br />

las ordenanzas municipales. Incluye las tarifas de mercancías, directorios<br />

estadísticos e históricos, la división política, la lista de los gobernadores<br />

y los nombres de los obispos y las iglesias. Contiene los directorios de<br />

políticos y profesionistas, los establecimientos de las principales ciudades<br />

del estado y las notas cronológicas del primero al último día de ese año.<br />

Finalmente hay anuncios que ofrecen al público toda una serie de productos<br />

y servicios de personas establecidas, tanto en Coahuila como del otro lado<br />

de la frontera (razón por la cual muchos de esos anuncios vienen en inglés<br />

y español). El libro fue planeado para ser la lectura obligada de cualquier<br />

persona que viviera en el estado y sus alrededores. El autor no tenía por<br />

qué preocuparse por veleidades de estilo o de tema. Esta obra respondía<br />

al interés de la comunidad. Todo el que quisiera comprar, vender, trabajar,<br />

salir o entrar al territorio coahuilense, necesitaba —de un modo u otro—<br />

consultar alguna de las páginas del Anuario.<br />

Portillo en sus obras incurre ciertamente en inexactitudes como la de<br />

referirse a dos Urdiñolas: Francisco de Urdiñola el viejo y Francisco de<br />

Urdiñola el otro, error que pulverizó Vito Alessio Robles. Portillo repitió<br />

los errores del padre Fuentes sobre algunas fechas, pero sus abordajes<br />

son los primeros sobre la materia. La bibliografía de Portillo no es<br />

extensa. Se limita a tres títulos que han sido duramente criticados por<br />

diversos escritores e investigadores. Vito Alessio Robles, el omnipresente<br />

historiador-escritor saltillense, menciona la obra de Esteban López Portillo<br />

en su Bibliografía de Coahuila. “Esta obra contiene —dice de Apuntes para<br />

la Historia Antigua de Coahuila y Texas— documentos muy importantes<br />

para la historia de Coahuila. Inserta íntegros los autos de las fundaciones<br />

de pueblos y misiones […] En las páginas 25-28 transcribe extractándolos<br />

de un romance publicado por el poeta coahuilense José Tomás Viesca,<br />

sin comentario de ninguna clase, sobre un crimen cometido por Urdiñola<br />

‘Marqués de Aguayo’, sin recordar que los pintores y los poetas tienen<br />

facultad de inventar, pero a los historiadores les está vedado apoyar sus<br />

estudios históricos en fábulas”. 41<br />

En descargo de Esteban L. Portillo podemos decir que es mejor meter todo,<br />

aunque sea en desorden, a escamotear algunos datos o hacer perdidizas<br />

las fuentes. Hay muchas formas de hacer fábulas.<br />

41 Vito Alessio Robles, Bibliografía de Coahuila Histórica y Geográfica, Imprenta de la Secretaría<br />

de Relaciones Exteriores, México, 1925 (“Monografías Bibliográficas Mexicanas”. Director:<br />

Genaro Estrada), pp. 164-165.<br />

55


Ramos Arizpe<br />

y sus dos constituciones<br />

Una de las formas más convincentes y efectivas de expresar el amor por<br />

el lugar de origen es abogar porque reciba un trato más justo de parte<br />

de las autoridades y un mayor reconocimiento ante propios y extraños.<br />

“Obras son amores”, reza el dicho. Descargar el aluvión de elogios floridos,<br />

pomposos y en algunos casos totalmente vagos sobre nuestro terruño lo<br />

hace cualquiera. Pensemos en quienes han hecho realmente algo concreto,<br />

específico, indiscutible a favor de nuestra ciudad. Para empezar, hablemos<br />

de aquel prócer gracias al cual Saltillo dejó de ser una villa y alcanzó la<br />

dignidad de ciudad.<br />

Como diputado en las cortes de Cádiz, Miguel Ramos Arizpe (1775-<br />

1843) fue un defensor de la libertad de imprenta. La consideraba la más<br />

preciosa de todas las libertades. El hijo de la estancia de San Nicolás de la<br />

Capellanía, después de haber sufrido prisión por Fernando VII, regresó a<br />

Saltillo en 1822. “El terco capellanero” gestionó para que viniera a nuestra<br />

ciudad el norteamericano Samuel Bangs (1794-1854) con la imprenta.<br />

Nativo de Boston, Bangs puede ser considerado el primer impresor del<br />

México independiente. Llegó en plena guerra de Independencia con fray<br />

Ser-vando (1765-1827) y Francisco Javier Mina (1789-1817) y en su equipo<br />

se imprimieron las primeras proclamas. La prensa de Bangs fue confiscada<br />

junto con su operario en 1817. Ambos fueron llevados a Monterrey por<br />

el primer hombre fuerte del noreste, el general Joaquín de Arredondo y<br />

Mioño (1775-1837). En Monterrey le cambiaron el nombre a Samuel por<br />

el José Manuel María y le enseñaron español. El operario de prensa se<br />

estableció en Saltillo (llamada entonces Leona Vicario) en 1828. El hombre<br />

de Boston realizó una importante labor en nuestra ciudad, dentro de la<br />

cual conviene destacar la publicación de la primera gaceta. En el Archivo<br />

Municipal de Saltillo he visto un ejemplar de esa primera gaceta impresa<br />

por Bangs y he apreciado la calidad que tiene tanto en el cuidado de su<br />

edición como de su contenido, por lo que sospecho que en su redacción y<br />

vigilancia tuvo mucho que ver Miguel Ramos Arizpe.<br />

Basta pensar en la suerte que corrió este hombre surgido de las<br />

blanquecinas tierras del Valle de las Labores, después conocido como<br />

San Nicolás de la Capellanía. Ahora que se celebra el bicentenario de la<br />

Pepa (no piensen mal, así le dicen los españoles a su primera constitución,<br />

57


jurada en Cadiz en 1812, el día de San José) no está de más recordar<br />

que don Miguel fue uno de los diputados de las colonias americanas<br />

que participó en la elaboración de esa carta magna, así como diez años<br />

después lo haría con la primera constitución mexicana. Este personaje<br />

cuya elaborada genealogía se encargó de desplegar el infaltable Vito<br />

Alessio Robles, desciende en línea directa de Santos Rojo, a quien se<br />

debe el culto del Santo Cristo de la Capilla que, como se sabe, llegó desde<br />

Xalapa a lomo de mula. Ramos Arizpe tuvo que ser tan sufrido como el<br />

Santo Cristo y tan obcecado como la mula. No le quedaba de otra: cayó en<br />

desgracia desde muy joven por ganarse la inquina del obispo de Linares,<br />

don Primo Feliciano Marín de Porras (¿?-1815), un español cuya aversión<br />

a los criollos del noreste novohispano resultó tan evidente como puede<br />

apreciarse en el hecho de que, a pesar de que Ramos Arizpe siempre fue un<br />

alumno brillante y ganó por unanimidad todos los concursos para obtener<br />

cargos importantes dentro de la jerarquía eclesiástica, el obispo siempre<br />

lo castigó mandándolo a oscuros y apartados pueblos, en donde el joven<br />

clérigo nunca podría sobresalir.<br />

La gran oportunidad de Ramos Arizpe llegó cuando, en 1810, las Cortes<br />

de Cadiz solicitaron que, en vista de que España, invadida por las huestes<br />

napoleónicas, preparaba una constitución que reemplazara al rey depuesto<br />

por Napoleón y le devolviera a los españoles su soberanía, se solicitaba que<br />

para las futuras cortes se designasen 26 diputados que representaran a las<br />

provincias de América. Ramos Arizpe, que ese mismo año (1810) había<br />

obtenido su título de doctor en Leyes, se hizo elegir por el Ayuntamiento<br />

de Saltillo representante por Coahuila en las Cortes de Cadiz, pese a que<br />

la capital de la provincia en ese entonces era Monclova.<br />

La historia de la participación de Ramos Arizpe en las Cortes, así como<br />

su encuentro con otros representantes de Nueva España (José Antonio<br />

Joaquín Pérez, de Puebla; José Miguel Guridi y Alcocer, de Tlaxcala; y,<br />

por supuesto, con su amigo y rival el regiomontano fray Servando Teresa<br />

de Mier) ha sido narrada de varias maneras por diferentes historiadores<br />

contemporáneos y anteriores, pero quizá ningún texto hable mejor del<br />

desempeño de Ramos Arizpe que su célebre Memoria presentada en las<br />

Cortes de Cadiz, uno de los pocos testimonios escritos que dejó este parco y<br />

reservado clérigo, quien pese a ello sabía ser elocuente y hasta escandaloso<br />

en el momento oportuno.<br />

Su Memoria, leída actualmente, impresiona por su claridad, concisión,<br />

abundancia de datos y, al mismo tiempo, orden y capacidad de síntesis.<br />

58


También impresiona por señalar con mucho tino problemas de la región<br />

que, aunque parezca insólito, siguen sin resolverse a dos siglos de haber<br />

sido señalados por primera vez, gracias a este documento. 42 Otra cosa<br />

que hay que agradecerle a Ramos Arizpe es que en su Memoria abogara<br />

porque se le diera el título de ciudad a Saltillo, Parras y Monclova. Con<br />

el tiempo esto desembocaría en el traslado de Monclova a Saltillo de la<br />

capital del estado. Pocos personajes surgidos de esta región han hecho<br />

tanto por Saltillo como el fuerte, austero y tenaz hombre de la capellanía.<br />

El paso de Bangs por la ciudad tampoco estuvo exento de inconvenientes<br />

y complicaciones. Para empezar, como ocurre a los editores o impresores,<br />

no le pagaban bien y pese a sus méritos, no dejó de pasar trabajos y<br />

penalidades. Al final, tuvo que marcharse de la región y regresar a su país<br />

de origen, dejando en Saltillo la imprenta. No nos duró mucho el gusto.<br />

Los regiomontanos se la llevaron cuando Santiago Vidaurri (1808-1867), el<br />

segundo hombre fuerte del noreste, decretó, en 1856, con aprobación del<br />

Congreso Constituyente, la anexión de los estados de Coahuila y Nuevo<br />

León.<br />

Así como hay tipógrafos cuidadosos también hay tipos de cuidado.<br />

Cuidado con los tipos, aunque sean de imprenta, no sea que a las primeras<br />

de cambio no nos quedemos ni con letras de cambio.<br />

42 Miguel Ramos Arizpe, Discursos, memorias e informes (notas biográfica y bibliográfica y<br />

acotaciones de Vito Alessio Robles), UNAM, México, 1942 (Biblioteca del Estudiante Universitario),<br />

pp. 23-100.<br />

59


Los dos nacimientos de<br />

Antonio Juárez Maza<br />

Benito Juárez (1806-1872) fue recibido en Saltillo con honores y en<br />

Monterrey con cajas destempladas. Aunque el héroe de la resistencia<br />

haya dicho que los grandes hombres deben ser recordados por sus hechos<br />

no por sus dichos, a él se le conoce por “El respeto al derecho ajeno es<br />

la paz”, frase que estaría mejor si se nos hubiera aclarado, como dice<br />

Ibargüengoitia, donde termina el derecho ajeno y empieza el nuestro: “En<br />

lo que nadie está de acuerdo es en cuál es el derecho ajeno”. 43<br />

La efigie del Benemérito es la más socorrida dentro de lo que podríamos<br />

llamar la estatuaria de los espacios públicos. ¿Alguien sabrá cuántas<br />

estatuas o bustos de Juárez existen en el país? Don Benito, con sus rasgos<br />

indígenas, su ceño adusto, su gesto imperturbable y su postura firme e<br />

inconmovible deja la impresión de que, desde que estaba vivo, parecía un<br />

hombre esculpido en piedra. Sólo de ese modo pudo desafiar a las potencias<br />

europeas que amenazaron a nuestro país en el siglo XIX, la instauración del<br />

Segundo Imperio y la encarnizada pugna entre liberales y conservadores.<br />

¿Qué hubiera sido de muchos espacios públicos, del mármol, el bronce, sin<br />

su monolítica figura y su rotunda sentencia?<br />

Los saltillenses veneran a Juárez porque devolvió la soberanía a Coahuila<br />

en 1864. En sus Apuntes históricos, el doctor Santiago Roel (1885-1957)<br />

señala que “el día 13 de junio de 1864 nació en Monterrey un hijo del<br />

Benemérito y su esposa Dña. Margarita Maza, siendo registrado con el<br />

nombre de Antonio”. 44 Según otros autores, el mismísimo José Eleuterio<br />

González (el célebre Gonzalitos) atendió el parto. Pero ni el maestro Roel<br />

ni nadie nos dice en qué se basan para afirmar que la señora Maza parió<br />

en Monterrey un día de San Antonio a su hijo Antonio.<br />

Existen evidencias que refutan la aseveración de Roel. La historiadora<br />

Martha Durón Jiménez (coautora del Diccionario Biográfico de Saltillo<br />

y vecina de la ciudad desde 1987) posee la fe de bautizo del supuesto<br />

hijo “regiomontano” del ilustre benemérito. La genealogista obtuvo del<br />

Archivo Parroquial de la Catedral de Saltillo el microfilm, que a la letra<br />

43 “Natalicio del Benemérito. Difamaciones, viejas y nuevas”, en Jorge Ibargüengoitia,<br />

Instrucciones para vivir en México, selección, edición y nota de Guillermo Sheridan. Editorial<br />

Joaquín Mortiz, México, 1990 (Obras de Jorge Ibargüengoitia), pp. 42-44.<br />

44 Santiago Roel, Nuevo León. Apuntes históricos, ediciones Castillo, Monterrey, 1985, p. 185.<br />

61


dice: “A los 13 días del mes de junio de 1864 se presentó vivo al niño<br />

Antonio Juárez Mazza [sic], hijo legítimo de don Pablo Benito Juárez<br />

García y doña Margarita Eustaquia Mazza [sic] Parada”. Este documento<br />

da lugar a varias preguntas. ¿Cómo es que Antonio Juárez Maza nació<br />

en Monterrey si su fe de bautismo se encuentra en Saltillo? ¿De qué base<br />

documental partió el historiador Roel para afirmar que Juárez tuvo un hijo<br />

regiomontano? Lo más lógico sería deducir que Toñito nació en Saltillo<br />

y aquí fue bautizado. Así tendríamos que reconocer que Juárez honró al<br />

estado de Coahuila convirtiendo en originario de la ciudad de Saltillo a<br />

uno de sus hijos.<br />

¿Por qué no disputar ese honor a los regiomontanos? ¿Por qué no ponerle<br />

a una de nuestras calles el nombre de Antonio Juárez Maza (1864-1865) le<br />

pese a quien le pese? En todo caso, papelito habla.<br />

62


Dos gobernantes y un aviador<br />

Saltillo y Monterrey parecen estar continuamente arrebatándose la una a<br />

la otra los próceres y otros méritos históricos. También en estos temas priva<br />

ese régimen de escasez que los norteños padecemos en otras materias<br />

como el agua, las tierras cultivables y el talento literario. No tenemos<br />

la suerte que tienen en el Centro Occidente o en el Sur donde detentan<br />

próceres para dar y prestar (aunque ni los dan ni los prestan). Razón por<br />

la cual nosotros preferimos presumir que tenemos próceres que han sido<br />

los primeros en algo y a veces hasta los únicos en su tipo. Vayan tres casos<br />

de muestra.<br />

Saltillo prestó al primer presidente municipal de Torreón. El 25 de febrero<br />

de 1893, por decreto del gobernador de Coahuila, José María Garza Galán,<br />

63


el rancho del Torreón se convirtió en la Villa de Torreón y, para el efecto,<br />

el 3 de octubre de ese mismo año, de Saltillo llegó el señor Antonio Santos<br />

Coy (1840-1910), con el nombramiento de primer presidente municipal de<br />

Torreón, para que en un espacio de tres meses preparara unas elecciones<br />

para un nuevo presidente de la Villa del Torreón para el año de 1894 (las<br />

funciones eran solamente por un año).<br />

Don Antonio Santos Coy ya había sido presidente municipal de Saltillo<br />

por dos ocasiones y una vez por Parras. Lo primero que se procuró como<br />

alcalde de Torreón fue establecer un local para Presidencia Municipal,<br />

en la que estuvo atendiendo todos los asuntos durante los tres meses<br />

que duró su mandato. Situado junto al Hotel de Francia, siendo en ese<br />

entonces un muy modesto local frente a la estación, el inmueble fue<br />

facilitado gratuitamente por el señor don Andrés Eppen. En el caso de la<br />

hacienda del Torreón (frente al Mercado Alianza) funcionaba ya en 1893<br />

una escuela de niños, bajo la iniciativa y sostenimiento económico de don<br />

Andrés. Antonio Santos Coy le pidió que se diera cabida a las niñas y la<br />

presidencia se hizo cargo de los gastos.<br />

Gracias a los impuestos, se dispuso que se hiciera el apalancamiento y<br />

empedrado de algunas calles de las más transitadas. Todas eran de pura<br />

tierra suelta y en tiempos de lluvia se formaban unas charcas enormes. La<br />

gente que tenía que pasar le pagaba a los muchos que a eso se dedicaban<br />

para que los pasaran cargados de una acera a otra. 45<br />

Conviene ponderar el trabajo de estos cargadores, gente que suponemos<br />

joven y fuerte, pues como es de pensarse, tenían que cargar de todo, desde<br />

delicadas damiselas hasta robustas matronas, sin olvidar a los frágiles<br />

ancianos, a los inquietos niños y a uno que otro pisaverde presumido que<br />

no quería ensuciarse las polainas.<br />

Los saltillenses no toleraríamos semejante práctica en nuestra ciudad y<br />

por eso mandamos a nuestro coterráneo a que pusiera piedra donde antes<br />

los charcos reflejaban lo que pudiera verse debajo de las faldas.<br />

64<br />

***<br />

Asimismo, el principal mérito de Roque González Garza (1885-1962)<br />

—según las referencias de Álvaro Canales Santos— fue ser el primero y<br />

hasta ahora único saltillense en ocupar la presidencia de la República.<br />

45 Tomado de http://www.elsiglodetorreon.com.mx/lacomarca/pID/75/@2004, Compañía<br />

Editora de la Laguna, S.A. de C.V. Publicado en la sección “Rumbo al Centenario de Torreón”<br />

de la Gazeta del Saltillo, Órgano de Difusión del Archivo Municipal de Saltillo, Año VIII, Núm. V,<br />

Nueva Época, Mayo de 2006, p. 10.


Lo hizo por un período de seis meses en el año de 1915. 46 En esa época,<br />

a diferencia del largo periodo presidencial de don Porfirio, los periodos<br />

presidenciales duraban lo que dura un suspiro, y a veces terminaban con<br />

el último aliento del gobernante. La gestión del saltillense Roque González<br />

ni siquiera llegó a sietemesina, aunque él sí dejó el cargo vivito y coleando,<br />

a diferencia de otros gobernantes de la época, como su rival el Varón de<br />

Cuatrociénegas y caballero de las barbas floridas.<br />

Cambiemos de contexto y dejemos las cuestiones terrenales. Miremos un<br />

poco al cielo. El piloto aviador Antonio Cárdenas Rodríguez (1903-1969),<br />

nuestro primer héroe de talla internacional, es toda una figura en Saltillo,<br />

aunque haya nacido en la hacienda La Trinidad del municipio de General<br />

Cepeda. Su acción más relevante no la realizó en Coahuila (ni siquiera en<br />

México) sino en el Pacífico, combatiendo, como parte del escuadrón 201,<br />

a los japoneses. 47<br />

46 El saltillense Roque González Garza sustituyó a otro coahuilense, en la Presidencia de<br />

la República. Nos referimos al general Eulalio Gutiérrez Ortiz (1881-1939), cuyo período<br />

provisional duró noviembre de 1914 a enero de 1915.<br />

47 Álvaro Canales Santos, Saltillo, su historia, sus personajes. Editora el Dos, Saltillo, 2004<br />

(Club del libro coahuilense 1). Referencias a Roque González Garza (pp. 47-48) y a Antonio<br />

Cárdenas Rodríguez (p. 53).<br />

65


Historiador de historiadores<br />

(no es elogio)<br />

Tomás Berlanga García (1858-1936) quiso destacar con un libro y se le<br />

recuerda por una frase que terminó convirtiéndose en una emblemática<br />

aposición del nombre de nuestra ciudad. México es la Ciudad de los<br />

Palacios; Guadalajara, la Perla de Occidente; Monterrey, la Sultana del<br />

Norte y Saltillo… ¿Cómo se le llama a Saltillo?<br />

Don Tomás nació en Potrero de Ábrego, Nuevo León, ahora perteneciente<br />

a Coahuila. Para otros llegó al mundo en Doctor Arroyo o quizá en Galeana.<br />

Berlanga estudió en el Ateneo. Posteriormente se trasladó a la Ciudad de<br />

México donde continuó sus estudios de Derecho en la Escuela Nacional<br />

de Jurisprudencia. Abrió como abogado su bufete en el estado de Coahuila<br />

en el año de 1879. Su tío, el entonces coronel don Victoriano Cepeda<br />

(1826-1892), encabezaba el partido cepedista en contra de los partidos<br />

maderistas, charlistas y acuñistas que postulaban respectivamente a<br />

los señores Evaristo Madero, Ismael Salas y Pedro Acuña. Berlanga se<br />

afilió al partido cepedista, cuyo candidato era Jesús M. Gil y emprendió<br />

importantes trabajos por la causa que defendía.<br />

El primer periódico que dirigió Tomás Berlanga en Coahuila fue La<br />

Penumbra, órgano de la Sociedad Literaria “Juárez”. Fue redactor en<br />

jefe del Periódico Oficial de Coahuila hacia la penúltima década de mil<br />

ochocientos. “Cabe destacar su trabajo como editor. No se limitó a dar<br />

a conocer leyes, decretos y demás disposiciones superiores. Berlanga<br />

convirtió al Periódico Oficial en un verdadero medio de comunicación<br />

—nos recuerda Víctor S. Peña— donde, quienes pudieran pagar medio real<br />

por edición, se enterarían del quehacer de la clase política, pero además<br />

podrían leer en la edición alguna crónica teatral o algunas otras notas con<br />

tema de interés general”. 48<br />

Tomás Berlanga escribió El ciudadano perfecto (1915); De hombre a<br />

hombre, (1920); pero lo más destacado es su Monografía histórica de la<br />

ciudad de Saltillo, publicada en 1920, donde el autor busca “en aras de la<br />

verdad, desvanecer los errores en que han incurrido la mayor parte de los<br />

escritores que se han ocupado de esta materia”. 49<br />

48 Víctor S. Peña, “Tomás Berlanga y el Periódico Oficial”, en Gazeta del Saltillo. Órgano de<br />

Difusión del Archivo Municipal de Saltillo, Año IX, Núm. 2, Nueva Época, Febrero de 2007, p. 9.<br />

49 Tomás Berlanga, Monografía histórica de Saltillo, Imprenta y Litografía Americana, Monterrey,<br />

1922, p. 9.<br />

67


Sus críticos han señalado que el estilo de Berlanga no es directo, que a<br />

través de las citas que convienen a su criterio, su Monografía se parece al<br />

monstruo de Mary Shelley pero, en lugar de miembros muertos, palabras<br />

de otros autores. Se le acusa prácticamente de transcribir a Regino F.<br />

Ramón (1859-1921). En la conferencia impartida por don Israel Cavazos,<br />

en el Archivo Municipal de Saltillo, el historiador señaló que la Monografía<br />

de Berlanga más bien es una colección de documentos con brevísimos<br />

comentarios (esto lo convierte en el ideal de los nuevos historiadores).<br />

Don Israel destacó que habría que tomar en cuenta que el autor de la<br />

Monografía histórica de Saltillo fue el primero en llamar a Saltillo “La<br />

Atenas de la República”. 50 A partir de ahí, también se conoce a Saltillo<br />

como La Atenas de México, La Atenas del Norte o la Atenas del Noreste,<br />

según el grado de orgullo que tengamos por nuestra herencia cultural.<br />

50 Ib. p. 139.<br />

68


Los empeños de don Vito<br />

Vito Alessio Robles, el más esclarecido exponente de la historiografía de<br />

Coahuila, advertía que su carácter era “huraño y reconcentrado”. Pero<br />

lejos de ser como esa estatua grandilocuente y seria que le dedicaron en el<br />

Ateneo, Alessio Robles fue dotado de un ágil y elegante humor negro. Era<br />

un gran observador que podía detectar si algo fallaba, si alguien mentía<br />

o quería aprovecharse de la situación. En sus Memorias, menciona que<br />

le tocó enfrentar riñas, maestros violentos o convenencieros, compañeros<br />

déspotas y escuelas públicas de pésima calidad. Como niño, Vito siempre<br />

tuvo el apoyo de sus padres. Buscaron para él la mejor educación, dentro<br />

de sus posibilidades. No le gustaba la música. “Casi puedo asegurar que la<br />

detesto —escribió el historiador saltillense—. Nunca he podido distinguir,<br />

cuando toca una orquesta o una banda, las piezas que ejecuta y si lo hace<br />

bien o mal. Solamente podía discernir en aquella época, entre todas las<br />

piezas musicales, las muy conocidas y trilladas: el Himno nacional, La<br />

golondrina, La paloma, y el vals Sobre las olas”. 51<br />

51 Vito Alessio Robles y Miguel Alessio Robles, Los Alessio de Saltillo, Universidad Autónoma de<br />

Coahuila, Saltillo, 2004 (Siglo XX Escritores Coahuilenses), p. 56.<br />

69


Sus Memorias sólo han sido publicadas en parte. En ellas escribió del<br />

Saltillo de su época, quiénes eran los maestros del Ateneo (los que eran<br />

doctos y los que no) y qué se hacía en el tiempo libre. Realizó algunas<br />

denuncias. José María Garza Galán (1841-1902) era un “cacique funesto”<br />

de “ignorancia crasa” y su mala administración perjudicó gravemente al<br />

estado. Alessio Robles se queja de que los charlatanes se hagan pasar por<br />

historiadores y, en obras que se reputan de serias, sigan prohijando burdos<br />

embustes.<br />

La prosa de don Vito es hábil y directa, pero no por eso descuidada.<br />

Elige las palabras, el adjetivo que logra darle rectitud a sus sentencias.<br />

Tampoco cae en el insulto vulgar o en los juicios iracundos. Cuando ejerce<br />

la crítica lo hace con argumento y gracia. Resultó muy interesante para mí<br />

encontrar en las páginas de El Ateneo, revista estudiantil que publicaba<br />

cada mes la Sociedad Juan Antonio de la Fuente, la polémica que se dio<br />

entre el poeta saltillense Jesús Flores Aguirre (1907-1961) y el historiador<br />

Vito Alessio Robles, surgida a partir del comentario crítico que Flores<br />

Aguirre hizo sobre el libro Francisco de Urdiñola y el Norte de la Nueva<br />

España de Alessio Robles. Aunque el poeta elogia en términos generales a<br />

don Vito por su rigor de investigador y su lúcida crítica de los historiadores<br />

que lo precedieron, también se las ingenia para acusarlo de narcisista, de<br />

ser injusto con algunos escritores, particularmente con José T. Viseca, y<br />

por incurrir en un lenguaje demasiado violento que refleja “las tormentas<br />

que en él ha dejado la política, que en nuestro medio es ruin y baja”. 52<br />

La respuesta de don Vito no se hizo esperar. En el siguiente número de<br />

El Ateneo acusó de crítica mezquina el comentario del vate sobre Francisco<br />

de Urdiñola y el Norte de la Nueva España y aprovechó el artículo que<br />

le sirve de respuesta para poner en evidencia a don Mardonio Gómez,<br />

quien publicó un libro de historia que a juicio del ingeniero Alessio Robles<br />

estaba por un lado lleno de obviedades y por el otro “constituía una sarta<br />

de solemnes disparates”.<br />

Quizá lo que más le molestó al ingeniero Alessio Robles fue que don<br />

Mardonio se presentara en el domicilio de don Vito y le soltara de viva<br />

voz la lectura de “más de setenta indigestas cuartillas” para luego de una<br />

pausa rematar leyéndole “otras setenta apretadas cuartillas”. El caso es<br />

que después de írsele encima a Mardonio Gómez se le va encima a Regino<br />

F. Ramón, a Tomás Berlanga y, por último, se le va a la yugular al licenciado<br />

Flores Aguirre y a su reseña publicada, argumentando que él no tenía por<br />

52 Jesús Flores Aguirre, “Un comentario sobre Francisco de Urdiñola y el Norte de la Nueva<br />

España”, El Ateneo, revista mensual estudiantil órgano de la Sociedad Juan A. de la Fuente, Año XI,<br />

Núm. 87, Saltillo, Coahuila, julio y agosto de 1931, p. 9. Hemeroteca del AMS. 22 (cs-013-Ed.)<br />

70


costumbre responder a las críticas, haciéndose la reflexión de que si el<br />

trabajo es malo para qué defenderlo y si es bueno para qué defenderlo y,<br />

siendo coherente con esa actitud, el ingeniero no se dedica en efecto a<br />

defender su libro, se dedica eso sí a atacar con una saña espectacular a don<br />

Mardonio Gómez y al licenciado Flores Aguirre, sacándole a este último<br />

los trapitos al sol de su vanidad literaria, de su “erudición barata” y hasta<br />

de sus injustificados cambios de bandos políticos, reprochándole que en<br />

1928 hubiera firmado un manifiesto antirreeleccionista y en el momento<br />

de publicación de la nota fuera un fiel servidor de la administración de<br />

Nazario S. Ortiz Garza, lo cual consideraba Alessio Robles convertía a<br />

Flores Aguirre en un “pastor que ya no persigue a los lobos, sino que pace<br />

con ellos”. Y de veras que don Jesús debe haber aullado al leer las líneas<br />

de esta respuesta.<br />

Yo no imité la conducta que siguió mi censor en la obra “Once Poetas de<br />

Nueva Extremadura”, presentados por Federico Berrueto Ramón y Jesús<br />

Flores Aguirre, en la que los presentantes se auto elogian, llamándose<br />

“valores literarios inéditos”; dan a conocer los lugares y fechas de sus<br />

respectivos nacimientos y los puestos públicos que han ocupado; señalan<br />

sus iconografías y dan a conocer los juicios críticos elogiosos de sus amigos,<br />

entre ellos uno del culto poeta don José García Rodríguez, cuya bondad<br />

es proverbial; lo mismo elogia al licenciado Flores Aguirre que a don<br />

Mardonio Gómez. Sale sobrando la pedante y pedestre censura que me<br />

endereza el licenciado Flores Aguirre, achacándome falsamente que yo<br />

censuré al poeta José T. Viesca por haber acogido una leyenda y agregando<br />

campanudamente que Viesca no estaba obligado a servirnos la verdad<br />

histórica. Sírvase el licenciado Flores Aguirre leer atentamente mi libro y no<br />

encontrará motivo para la censura. Lo que él sostiene, con la cita de erudición<br />

barata del Cantar del Mio Cid, lo sostengo yo también en la página 213 de<br />

mi libro, esto es, que los poetas no están obligados a cantar las cosas como<br />

fueron realmente. Censuré a Portillo, historiador, porque adoptó crédula y<br />

ligeramente la versión de un poeta y censuré a Viesca, no porque cantó una<br />

tradición deformada, sino porque la cantó en malos versos. 53<br />

Don Vito había contendido como candidato a la gubernatura de Coahuila<br />

al mismo tiempo que José Vasconcelos se postulaba como candidato a la<br />

presidencia en contra de Pascual Ortiz Rubio. Vasconcelos fue derrotado<br />

por Ortiz Rubio y don vito por Ortiz Garza. Gracias a los buenos oficios<br />

de Calles, el Jefe Máximo, tanto Vasconcelos como don Vito perdieron las<br />

53 Vito Alessio Robles, “Cómo se ha escrito la Historia de Coahuila. Una crítica mezquina de la<br />

obra Francisco de Urdiñola y el Norte de la Nueva España”, El Ateneo, Revista mensual estudiantil<br />

órgano de la Sociedad Juan Antonio de la Fuente, Año XI, Núm. 88, Saltillo, Coahuila, Septiembre<br />

y Agosto de 1931, p. 24. Hemeroteca del ams. 22 (cs-013-Ed.)<br />

71


elecciones y partieron rumbo al destierro, lo cual sugiere en el fondo que<br />

Alessio Robles le reclamaba a Flores Aguirre primero que lo dejara solo en<br />

la lucha política y segundo que, varios años después, tuviera el cinismo<br />

de reprocharle ser víctima de sus fallidos afanes políticos, como si él no<br />

fuera en parte responsable de su derrota. Era algo así como un “no me<br />

defiendas, compadre”.<br />

A la luz de los comentarios de don Vito, éste hubiera preferido mil veces<br />

quedarse en México a gobernar su estado en lugar de evitar morir de<br />

aburrimiento visitando los archivos texanos, de donde extrajo gran parte<br />

del material para su libro sobre Francisco de Urdiñola. No entiendo por qué<br />

reprocharle a Alessio Robles que desahogara en su libro sus frustraciones<br />

políticas. ¿Acaso no hizo lo mismo y de manera más directa Vasconcelos<br />

en el Ulises criollo (1936) y sus otros volúmenes de memorias? ¿Por qué<br />

negarles esta mínima satisfacción a estos dos personajes? Si revisamos<br />

otros casos de la historia de México, el destierro voluntario o forzoso de<br />

nuestros políticos e intelectuales ha producido grandes obras históricas<br />

y literarias. Acaso a eso se deba que Vasconselos, al ser entrevistado por<br />

Emmanuel Carballo, afirmara con el desparpajo que lo caracterizaba:<br />

“Eso del amargo pan del destierro es falso: sabe muy sabroso”, así como<br />

sabe sabroso hacer que los ahora críticos y antes aliados se traguen sus<br />

palabras.<br />

Vista esta polémica a la distancia se impone una pregunta: Por qué de<br />

pronto a don Vito se le ocurre escribir sobre Urdiñola cuando había tenido<br />

tanto éxito escribiendo sobre la historia reciente, específicamente sobre<br />

Vasconcelos en Mis andanzas con nuestro Ulises (1938). Este libro tuvo<br />

mucho éxito porque Alessio Robles se tira con todo a matar y muchos de<br />

sus seguidores esperaban que en sus siguientes libros continuara con esa<br />

atractiva línea temática. ¿Por qué después del destierro dio tan imprevisto<br />

giro a su escritura? La respuesta tal vez se encuentre en lo que ocurrió con<br />

otro célebre desterrado, el novelista Martín Luis Guzmán. Después del<br />

escándalo provocado por su novela La sombra del caudillo (1929), mero<br />

trasunto ficcional de la masacre de Huitzilac en la que falleció el general<br />

Francisco Serrano con su comitiva por órdenes del general Obregón. El<br />

chihuahuense tuvo que abandonar el país no sin antes verse obligado<br />

a firmar un documento en el que se comprometía a no abordar en sus<br />

próximos libros ningún tema histórico posterior a 1910, razón por la<br />

cual, una vez desterrado en España, Martín Luis dedicó sus esfuerzos a<br />

la elaboración de un libro sobre el caudillo insurgente Francisco Xavier<br />

Mina.<br />

¿Y si antes de partir al destierro, don Vito hubiera sido forzado a firmar<br />

un documento afín que lo obligara a desviar sus miras del panorama<br />

72


político contemporáneo y centrarlas en un personaje del pasado? Quizá no<br />

haya constancia, pero sea como fuere, tanto Alessio Robles como Martín<br />

Luis, a través de estos personajes de la Conquista y la Independencia,<br />

encontraron una metáfora que, de algún modo, les permitiera —así fuera de<br />

manera indirecta— seguir diciendo lo que querían, aunque, por supuesto,<br />

los lectores no quedaran tan satisfechos. Sin duda esta prohibición atentó<br />

considerablemente contra el prestigio y respeto que inspiraron sus primeras<br />

obras. Xavier Mina, héroe de España y de México (1932) no es un libro tan<br />

atractivo como El águila y la serpiente (1928), pese a compartir la maestría<br />

de estilo que caracterizaba a este novelista y que destaca hasta en sus<br />

textos más breves, como El ineluctable fin de don Venustiano Carranza<br />

(1938). En cuanto a don Vito y su libro sobre Urdiñola, resulta un poco<br />

decepcionante si lo comparamos con Mis andanzas con nuestro Ulises,<br />

libro que tiene más balcones que nuestro egregio Palacio de Gobierno.<br />

Ustedes me dirán que eso ocurría en el pasado, que el país ha cambiado,<br />

que la literatura y la historiografía han evolucionado porque a los escritores<br />

ya no se les destierra ni se les prohíbe escribir sobre ciertos temas. No<br />

estoy tan seguro. Si hago un repaso en mi experiencia, descubro que en<br />

efecto a los escritores ya no se les destierra, sólo se les beca y se les manda<br />

a estudiar al extranjero; no se les prohíbe escribir sobre ciertos temas,<br />

pero se les estimula a tratar otros o a retomarlos con un enfoque diferente,<br />

de ser posible, tan sobrecargado de teorías que el resultado sea un libro<br />

prácticamente ilegible, aunque eso sí muy lujosamente editado. De esos<br />

libros que se ven tan, pero tan bonitos, así como adornos de recibidor, y que<br />

nomás no dan ganas de abrirlos. Dicho de otro modo: antes se desterraba a<br />

los autores, ahora se les encierra en un cubículo. ¿Y los temas? Sepultados<br />

en kilos y kilos de tesis académicas absolutamente ilegibles. ¿Que cómo<br />

lo sé? Soy el editor de una gazeta historiográfica. ¿Cómo carajos no podría<br />

saberlo?<br />

Destaco estos dos artículos de la revista El Ateneo porque son unas de<br />

las muy pocas muestras de crítica literaria auténtica publicada en nuestra<br />

ciudad. Muy distintas, por cierto, del tipo de notas sobre libros de autores<br />

locales a los que durante mucho tiempo nos tuvieron acostumbrados los<br />

periodistas saltillenses de tiempo completo: textos que por lo general<br />

hablan en términos muy vagos y siempre elogiosos de la obra y se dedican<br />

a exaltar cuidadosamente la vanidad del autor. Quién se iba a imaginar<br />

que la reseña de un libro pudiera dar lugar a textos tan acalorados y<br />

apasionantes en donde los involucrados dicen hasta de lo que el otro se va<br />

a morir y, bueno, meterse con don Vito era arriesgarse a eso y a algo más.<br />

Ese señor en un descuido hasta se la cantó a San Pedro.<br />

73


Pereyra en cuadro,<br />

María Enriqueta en círculo<br />

El historiador Carlos Pereyra (1871-1942) y su esposa, la poetisa María<br />

Enriqueta Camarillo (1872-1968), no eran sólo una buena yunta, eran la<br />

carreta entera: Pereyra por cuadrado y María Enriqueta porque inspiró<br />

círculos. Rara vez la historiografía y la literatura han rendido tan patente<br />

homenaje a la geometría.<br />

En una vieja casona de la calle Real de Arriba —hoy Hidalgo—<br />

nació Carlos Pereyra. Hizo sus primeros estudios en el Colegio de San<br />

Juan Nepomuceno y la preparatoria en el Ateneo Fuente. Sus estudios<br />

profesionales de licenciado en Derecho los realizó en la Facultad de<br />

Jurisprudencia de la Universidad Nacional de México. Después de haber<br />

ocupado diferentes cargos públicos y administrativos, fue catedrático de<br />

historia y sociología de la Escuela Nacional Preparatoria y diputado en<br />

el Congreso de la Unión. Se dedicó después a la investigación histórica,<br />

específicamente a la de América. Abandonó la carrera diplomática poco<br />

después de estallar la guerra europea. En septiembre de 1914 salió de<br />

Bélgica con su esposa y se dirigió a Suiza, donde permaneció durante dos<br />

años. Viajó por Francia, Mónaco, Alemania, Italia y Portugal y, por último,<br />

fijó su residencia en la capital de España. Murió Pereyra en Madrid,<br />

donde las autoridades y el pueblo tributaron una gran manifestación de<br />

duelo. En marzo de 1947 regresaron a su patria sus restos, para reposar<br />

definitivamente en la Rotonda de los Hombres Ilustres del Panteón de<br />

Santiago, en su ciudad natal. Carlos Pereyra casó en 1898 con María<br />

Enriqueta Camarillo y Roa, autora de los siguientes versos:<br />

PAISAJE<br />

Por la polvosa calzada<br />

va la carreta pesada<br />

gimiendo con gran dolor.<br />

Es tarde fría de enero<br />

y los bueyes van temblando...<br />

Mas de amor<br />

van hablando<br />

la boyera y el boyero.<br />

Yo voy sola por la orilla<br />

donde la hoja difunta,<br />

que el viento en montones junta,<br />

pone una nota amarilla...<br />

75


Mientras tanto, en el sendero,<br />

bien unidos van la yunta,<br />

la boyera y el boyero.<br />

Acompañante no pido,<br />

que alma huraña siempre he sido.<br />

En mi desdicha secreta,<br />

en mi dolor escondido,<br />

bien me acompaña el gemido<br />

de la cansada carreta. 54<br />

Esa carreta sigue gimiendo gracias al Círculo Literario “María Enriqueta”,<br />

que aún existe en Saltillo, y que es algo así como la quinta rueda del<br />

carro de la literatura local. Este círculo cuadrado lo conformaron damas<br />

como Alicia Müller de Trelles (1890-1987), Carmen Aguirre de Fuentes<br />

(1903-1993), Guadalupe González Ortiz (1911-2007) y María L. Pérez de<br />

Arreola (1910-1999). Ellas fueron en 1949 las socias fundadoras. Podemos<br />

mencionar también a Manuelita Villanueva de Puig (1906-1993) entre las<br />

más destacadas.<br />

Resulta significativo que la imagen de María Enriqueta haya influido<br />

menos como literatura que como modelo de conducta. Puede decirse que<br />

la biografía de María Enriqueta estableció un paradigma de cómo debían<br />

vivir las mujeres que se dedicaron a la literatura entre finales del siglo<br />

XIX y principios del XX. Estudiaban por lo general para ser maestras de<br />

pintura o de música. Se casaban con un profesionista de buena familia (no<br />

necesariamente de dinero) que tuviera también inclinaciones intelectuales<br />

(aunque no literarias) y también políticas.<br />

Estas parejas formaban matrimonios de pocos hijos. Por las actividades<br />

políticas del marido, inevitablemente salían del país, ya fuera por exilio,<br />

estudios o en misiones diplomáticas y, después de muchos años, las<br />

escritoras regresaban viudas a su tierra, a disfrutar de la gloria obtenida en<br />

la capital o en el extranjero o a hundirse en el olvido, algunas sobreviviendo<br />

difícilmente con la modesta pensión que les dejó el esposo muerto, apoyadas<br />

por algún hijo triunfador o una hija bien casada o, como le sucedió a María<br />

Enriqueta, pasando los últimos años de su vida hundida en la miseria.<br />

54 De Álbum sentimental, 1926. Tomado de José Emilio Pacheco (introducción, selección y notas),<br />

Antología del Modernismo (1884-1921). UNAM / Ediciones Era, México, 1999 (Biblioteca del<br />

Estudiante Universitario 90-91), p. 264.<br />

76


Nunca pudieron ser vistas por los escritores varones como sus iguales<br />

y hasta en la literatura reflejaron su condición de esposas y madres.<br />

Se dedicaron a la literatura infantil, elaboraron florilegios de lecturas<br />

edificantes sólo para mujeres y exaltaron en sus poemas la fe religiosa más<br />

tradicional, la dicha y los sufrimientos de la maternidad o los anhelos y<br />

congojas de las jóvenes enamoradas, las esposas abnegadas y las viudas<br />

solitarias.<br />

Los tonos predominantes de estas poetas fueron la ensoñación, la<br />

resignación, la ternura y la tristeza callada. Nunca la rebeldía: imposible<br />

alzar la voz; jamás el reproche directo, aunque existiera la confrontación<br />

en la vida cotidiana. ¿Cuántos sartenazos no esquivaría don Carlos<br />

Pereyra? Eso no debía reflejarse en la delicada retórica de la poesía<br />

femenina. Después llegó el feminismo y las mujeres se desbozalaron.<br />

Aunque todavía quedan algunas, como las damas que integran el Círculo<br />

María Enriqueta de Saltillo, que siguen rindiendo anacrónico homenaje al<br />

Álbum sentimental.<br />

77


Villarello y hablar “en saltillense”<br />

Ildefonso Villarello Vélez (1905-1973) hizo estudios de humanidades,<br />

filosofía y teología en Fort Worth, Texas. Estudió en la Universidad Obrera<br />

de México y en la Universidad Vasco de Quiroga, en Michoacán. Villarello<br />

era poblano. El Congreso del Estado le concedió la Carta de Ciudadanía<br />

Coahuilense por Nacimiento en 1943. Fue maestro en el Ateneo Fuente y<br />

en la Escuela Normal Superior. De 1961 a 1967 se hizo cargo de la Rectoría<br />

de nuestra Universidad. Cultivó la poesía e hizo traducciones del arameo<br />

al inglés y más tarde del inglés al español para una editorial bíblica de los<br />

Estados Unidos.<br />

Roberto Orozco Melo (n. Parras de la Fuente, 1931) evoca las reuniones<br />

informales con Villarello en Saltillo como alegres y amenas, pues siempre<br />

llevaba cantantes para amenizarlas. Orozco Melo fue alumno de<br />

Villarello en el Ateneo y rememora la claridad de su voz, la buena lógica,<br />

la contundencia de sus argumentos: “Provocaba que las clases se fueran<br />

volando y aprovechaba cuando los alumnos llegaban tarde o incumplían<br />

con la exposición para poner a prueba la sagacidad oral y la capacidad de<br />

evasión. De los grandes maestros —señala don Roberto— se aprende hasta<br />

de los regaños”. 55<br />

No sé si el vaquero norteño Martín Corona haya sido saltillense, pero no<br />

cabe duda que en la película Ahí viene Martín Corona (1951), de Miguel<br />

Zacarías, el modo de hablar de Eulalio González el Piporro (1921-2003) es<br />

inconfundiblemente saltillero. 56 Pareciera que quien elaboró los guiones<br />

de estas películas hubiera leído antes El habla de Coahuila (1970), obra<br />

de Villarello Vélez, un lexicón que contiene toda una serie de palabras y<br />

expresiones populares de uso común entre la gente de las zonas rurales<br />

del estado y hasta de la gente de ciudad.<br />

55 Roberto Orozco Melo, “Ildefonso Villarello Vélez, Rector”, Cincuenta, Órgano conmemorativo<br />

del cincuentenario de la Universidad Autónoma de Coahuila, Núm. 3, Año 1, Saltillo, 2006,<br />

pp.19-20.<br />

56 Alfredo Galindo Gómez (n. Saltillo, 1967) en su libro Coahuila y sus protagonistas en el cine<br />

asegura que Martín Corona, interpretado por Pedro Infante, es “un popular héroe saltillense” (p.<br />

39). Galindo incluye el dato en el capítulo “Coahuila… en la ficción”, donde todas las películas<br />

citadas tienen qué ver en su argumento con personajes o lugares de Coahuila. Galindo asegura<br />

que en Saltillo transcurre la acción de Ahí viene Martín Corona. No sé si creerle a Galindo<br />

porque también afirma que “para fines de nuestro libro (el de Galindo, no el nuestro) con saber<br />

que Andrés Soler fue coahuilense ya estamos del otro laredo” (p. 90). ¿Acaso no es más bien al<br />

revés? ¿Qué es más importante: que don Andrés haya nacido en Coahuila o que Coahuila esté<br />

en nuestro cine? (Y hasta en el cine gringo, que conste.)<br />

79


Recorramos esta lista de términos, de voces, de palabras que nos obligan<br />

a cuestionarnos como saltillenses.<br />

Algunos vocablos se utilizan para calificar el carácter de la gente o su<br />

apariencia: amosomado (de cara hosca, sañudo), angurriento (que padece<br />

poliuria, meón), apergatado (más que tonto, muy cerrado de mollera),<br />

apergollado (preso, sometido), argenudo (flojo, perezoso), arrecholado<br />

(arrumbado, escondido y olvidado), arriado (lento, despacioso, pachorrudo),<br />

avetarrado (envejecido), baquetón (desvergonzado, disimulado), bisbirindo<br />

(muy listo o muy despierto), cacarañado (cacarizo), cábula (que gusta<br />

de bromas), carrascaloso (enojón, cascarrabias), chípil (el último de los<br />

hijos; está chípil: celoso por la venida de otro hijo), chirriona (mujer que<br />

no se ocupa de nada útil, coqueta), charchina (persona o cosa vieja o poco<br />

servible), enjetado (mal encarado), entelerido (enfermizo, débil), espichado<br />

(avergonzado), fruncido (melindroso para la comida), guzgo (que se come<br />

todo con apetito voraz), huevonazo (muy perezoso), improsulto (non plus<br />

ultra, el mejor), íntico (idéntico), jolino (sin cola), jorra (estéril), norteado<br />

(perdido el rumbo), ñango (flaco, débil, enclenque), orondo (satisfecho,<br />

complacido consigo mismo).<br />

Otras palabras sirven para distinguir objetos, animales o partes del<br />

cuerpo: arca (axila), belduque (cuchillo para destazar), birloche (carruaje<br />

viejo y desvencijado), blanquillo-blanquío (huevo), borcelana (bacinica)<br />

cacalina (cosa muy pequeña), cachirul (peineta), carrancista (pajarillo<br />

conocido también como saltapared o chilero), castaña (baúl), clavijero<br />

(perchero), cócono (pavo, guajolote), colaseca (serpiente de cascabel),<br />

colguijes (lo que pende o cuelga), cotense (lienzo de tela que se usa en las<br />

cocinas para asear trastos o para poner las tortillas), cuacha (excremento),<br />

chinchorro (ganado de cabras u ovejas, de pocas cabezas), chiquiador<br />

(parche para las sienes), guaripa (sombrero de palma), güichol (sombrero<br />

de palma), gurguñate (gaznate), jorongo (poncho, sarape).<br />

También existen esos adjetivos o verbos poco usuales o de un uso<br />

exclusivamente regional, los cuales no están exentos de contar con<br />

equivalentes en otras regiones: bornear (voltear una cosa), columbrar (ver<br />

desde lejos, descubrir a la distancia), cocorear (molestar a alguno para<br />

enojarlo), cuerear (azotar), chacotear (charlar con mucha bulla), chacualear<br />

(agitar ruidosamente el agua), despelucar (robar), empelotarse (enamorarse<br />

perdidamente), desconchavado (fuera de quicio), descuacharrangado<br />

(descompuesto), desguangüilado (desaliñado), engerido (de apariencia<br />

triste), malencachado (con cara fosca), girimiquiar (llorar), jurguniar<br />

(manosear mucho una cosa), lambiache (adulador), lampando<br />

(desfalleciendo de hambre), pichicato (tacaño, piedra), pinchurriento<br />

(mezquino, despreciable), pipilisco (de ojo chico), sagaz (astuto), lebrón<br />

80


(retobado, irrespetuoso, respondón), reborujar (revolver varias cosas entre<br />

sí), súpito (sin sentido, profundamente dormido), surumbato (tonto, zonzo),<br />

tatemado (asado en las brasas), testerear (atropellar), tilichento (que anda<br />

lleno de cosas inútiles), trascuerdo (desmemoriado), trochiloso (persona<br />

descuidada en el arreglo de la casa), turnio (tuerto, viriolo o bizco), rufiano<br />

(grosero, que no respeta a los mayores).<br />

Frases y exclamaciones: ¡carancho! equivale a caray; persona que se<br />

porta mal o hace daño es un carancho), brete (tentación, idea persistente;<br />

estar en un brete: estar apurado), buir-bullir (mover, provocar, excitar,<br />

molestar fastidiar; búyete: apúrate; no le buigas: no lo provoques), cala<br />

(prueba: dar la cala), ¡coche! (exclamación para espantar al cerdo), color<br />

de hormiga (algo no muy claro y peligroso), combiliado (desasosegado,<br />

que no para: habla como un combiliado), ¡cuela! (vete, sigue adelante,<br />

apártate), ¡demontre! (diantre, eufemismo por diablo), encartado (de dos<br />

razas, mezclado el animal y por extensión la persona: encartado de gringo),<br />

malacanchoncha (juego que consiste en dar rápidas vueltas sobre sí mismo:<br />

lo trae a la malacanchoncha), ¡chino! (exclamación suave para llamar al<br />

cerdo y darle el alimento; chino: peine), que conque (no importa). 57<br />

Oímos esas palabras o esas expresiones e inevitablemente agarramos<br />

carro en el tren de la nostalgia, aunque nuestro boleto tenga regreso.<br />

¿En qué contexto escuchamos esas palabras consignadas en El habla de<br />

Coahuila? ¿De quién o contra quién? ¿Cómo podríamos hoy utilizar esos<br />

giros del lenguaje? ¿En qué momentos? Dos años antes de la aparición de<br />

texto de Villarello, la televisión llegó a Saltillo y con ella el consecuente<br />

declive del habla local. La radio no había sido tan efectiva, pero la tele<br />

terminó estandarizando el idioma. A partir de entonces, en el único<br />

momento en que oímos hablar en saltillense, es cuando pasan por la<br />

televisión las películas del Piporro.<br />

57 Ildefonso Villarello Vélez, El habla de Coahuila, Ediciones Mástil, Saltillo, 1970, pp. 45-74.<br />

81


La hotelera y el beisbolista<br />

¿Quiénes fueron los primeros en fundar lugares de descanso, placer<br />

y diversión, sin los cuales el trabajo sería un agobio sin sentido y sin<br />

término? ¿Quien inauguró en Saltillo el primer bar? ¿En qué rincón<br />

apareció el primer prostíbulo, la primera casa de juego o —para no vernos<br />

tan sórdidos— el primer campo deportivo? Seguramente los historiadores<br />

batallaron para hallar fuentes documentales dónde consultar estos tópicos,<br />

pero no ha faltado quien encuentre algunas noticias de interés.<br />

El historiador parrense Gildardo Contreras ofrece la primera noticia<br />

aceptablemente documentada de quién podría ser considerada la primera<br />

“madame” saltillense, una norteamericana llamada Sarah Borginnis (1812<br />

ó 1817-1866), apodada la “Great Western” (o la Grande del Oeste), quien<br />

llegó a tener un hotel muy concurrido en la ciudad. “Sus biógrafos la<br />

describen como una mujer corpulenta de 1.83 metros de estatura y de 91<br />

kilogramos de peso, de ojos muy negros, enormes pechos y de una figura<br />

de reloj de arena”. 58<br />

Esta singular mujer llegó con las tropas del general Taylor, cuando el<br />

ejército norteamericano ocupó la ciudad. Incluso se dice que participó<br />

como vivandera en la Batalla de la Angostura, donde atendió a muchos<br />

soldados norteamericanos heridos. Ella permaneció en Saltillo hasta<br />

1848, año en que decidió casarse con un soldado y marchar con el ejército<br />

norteamericano a California. Se cuenta que ella murió a causa de la<br />

mordedura de una tarántula, cuando estaba de regreso en Yuma, Estados<br />

Unidos, donde administraba un restaurante.<br />

Otro participante de la Batalla de la Angostura fue el soldado<br />

norteamericano Abner Doubeday quien, además de su desempeño en el<br />

ámbito castrense, es considerado por muchos como el inventor del béisbol<br />

y el introductor de este deporte en Saltillo y posiblemente en todo México.<br />

Doubleday nació en Nueva York en 1819 y se graduó en la Academia Militar<br />

en 1842. Sirvió al ejército estadounidense en la guerra contra México de<br />

1846 a 1848 y comandó a las tropas armadas al principio de la guerra civil.<br />

Recibió el grado permanente de coronel en 1867 y se retiró en 1873. En<br />

Saltillo su función militar fue muy precisa: se desempeñó como teniente<br />

del primer regimiento de artillería que llegó a Saltillo la madrugada del 24<br />

de febrero de 1847 para reforzar a los norteamericanos en la Batalla de La<br />

58 Gildardo Contreras Palacios, “Sarah Borginnis: la primera ‘madame’ de Saltillo”, Gazeta del<br />

Saltillo. Órgano de difusión del Archivo Municipal de Saltillo, Núm. 6, Año XII, Nueva Época, junio<br />

de 2010, pp. 4-5. Existe una pintura de Samuel E. Chamberlain sobre Sarah Borginnis.<br />

83


Angostura. Doubleday permaneció en Saltillo hasta mediados de 1848. Se<br />

dice que durante su estancia en Saltillo convivió con algunos niños a los<br />

que les explicó las reglas y bases del juego, creando un par de novenas y<br />

realizando varios juegos amistosos. Abner Doubleday murió en 1893. 59<br />

Abner Doubleday es una referencia menor en la historia de la Intervención<br />

Norteamericana en México, pero debería ser el primer capítulo (o uno de<br />

los primeros) de la historia del beisbol en nuestro país. Este invasor que<br />

fue el primero en entrenar jóvenes peloteros en el noreste de México tal<br />

vez no llegó a imaginarse el arraigo que este deporte tendría en particular<br />

en Saltillo, al grado de que llegó a influir considerablemente en la manera<br />

como nuestros gobernantes ejercían el poder en la entidad. Arturo Berrueto<br />

González, en su reseña del besibol en Saltillo, relata la anécdota de que<br />

en tiempos del gobernador Benecio López Padilla (1890-1969) 60 no podía<br />

iniciarse el partido de beisbol hasta que el señor gobernador y su esposa<br />

Carlotita hicieran acto de presencia. Desafortunadamente ocurrió en varias<br />

ocasiones que el ejecutivo estatal llegó diez o quince minutos tarde. “A<br />

las dos o tres tardanzas del ejecutivo —apunta Berrueto González—, una<br />

ronca y mezcalera voz, la de La Chuyeta, localizado en la tribuna de sol,<br />

ensordecedoramente gritó: ‘levántese temprano, viejo bolas’. Medicina<br />

infalible. Jamás volvió a llegar tarde la autoridad superior del estado”. 61<br />

Conviene reflexionar en esta pintoresca anécdota. Es uno de los pocos<br />

casos documentados en los que un ciudadano común y corriente le hace<br />

un reclamo directo al gobernador del estado, recordándole los deberes que<br />

le impone su investidura, pero es aún más notorio que el gobernante haya<br />

acatado esta elocuente manifestación de la voluntad popular. ¿Cuántos<br />

gobernantes actuales responderían del mismo modo a un reclamo<br />

semejante? ¿Cuántos ciudadanos, después de soltar ese exabrupto, verían<br />

cumplido su justo anhelo, si no de justicia, de puntualidad?<br />

59 Debemos esta información a Reynaldo Rodríguez Cortés, quien investigó referencias sobre<br />

Doubleday en la Encyclopedia Encarta y en la Encyclopedia Britannica.<br />

60 El general Benecio López Padilla fue gobernador de Coahuila en el periodo de 1941-<br />

1945.<br />

61 Reynaldo Rodríguez Cortés, “Abner Doubleday. Vino como invasor, se fue como entrenador”;<br />

Berrueto González, “El beisbol en Saltillo”, tomados de la Gazeta del Saltillo. Órgano de<br />

difusión del Archivo Municipal, Año III, Núm. 3, Nueva época, Marzo de 2001, pp. 4 y 5-8,<br />

respectivamente.<br />

84


Los triunfos de<br />

Armillita y Valdés Leal<br />

El tan celebrado Fermín Espinoza Armillita (1911-1978) nació en Saltillo,<br />

pero se consolidó afuera. En el libro Armillita el maestro. Recuerdos y<br />

vivencias (1984), de Mariano Alberto Rodríguez (1915-1997), se reproduce<br />

una autobiografía escrita por el matador que así lo confirma. El torero sólo<br />

pasó en Saltillo su primera infancia. La necesidad económica obligó al<br />

padre de Armillita, zapatero de oficio y torero aficionado, a desplazarse<br />

con su familia a la ciudad de San Luis Potosí, donde Fermín ingresó a la<br />

escuela primaria y estudió con muchas dificultades hasta el tercer grado,<br />

después de lo cual su padre optó por trasladar a su familia a la Ciudad<br />

de México, donde Armillita adquiriría su destreza con reses del rastro de<br />

Tacuba. Participaría en su primera novillada, el domingo 3 de agosto de<br />

1924, toreando un becerro de San Mateo, con lo que inició la brillante<br />

carrera en los ruedos que muchos conocen. 62<br />

62 Mariano Alberto Rodríguez, Armillita el maestro. Recuerdos y vivencias, edición del autor,<br />

México, 1984, pp. 253-277. (La edición contiene valioso material fotográfico y la autobiografía<br />

escrita de puño y letra por Fermín Espinoza Armillita, reproducida en facsímile.)<br />

85


Armillita chico llevó el nombre de su ciudad natal por toda América y<br />

Europa, a pesar de que sólo vivió en Saltillo siete años. ¿Si se hubiera<br />

quedado le hubiera ido tan bien? Por algo el padre tuvo que emigrar.<br />

Clavetear zapatos no se lleva con poner banderillas y, aunque Armillita<br />

confiesa que no fue muy bueno para el estudio, hay que reconocer que su<br />

modesto apunte autobiográfico no carece de interés. Al menos no tenemos<br />

que sufrir para leerlo aduladoras frases rimbombantes ni exaltados<br />

halagos escritos en rebuscado estilo, porque ahí el que recibe los pases y<br />

las banderillas es el lector. ¡Olé!<br />

Es forzoso reconocer que la fiesta brava ha perdido la popularidad que<br />

tuvo en otras épocas. Ahora las plazas de toros se utilizan con mayor<br />

frecuencia para realizar conciertos y cada vez menos para el espectáculo<br />

de los astados, los trajes de luces y la apasionada entrega, que no graciosa<br />

huida de la que hablaba el barroco cronista llamado José Alameda (1917-<br />

1990), para no hablar de ese otro carrasposo y carismático locutor que<br />

era Paco Malgesto (oiga usted). Pero también oigan esto: si hablamos de<br />

espectáculos en los que un ser humano se enfrenta a un animal, dejando de<br />

lado a la lucha libre y el box (donde ahí el único que más o menos parece<br />

un ser humano es el réferi), lo más cercano en popularidad a la fiesta<br />

brava serían las peleas de perros que ya sabemos que son clandestinas y<br />

que, sospecho, muchos las ven para sublimar de ese modo sus problemas<br />

conyugales o de violencia intrafamiliar.<br />

La única vez que fui a una corrida de toros, el primero en correr fui yo y no<br />

regresé. Las corridas de toros son legales actualmente en sólo ocho países<br />

del mundo. Mientras que en Inglaterra y Bélgica se prohíbe la cría de toros<br />

de lidia, en México ninguna entidad federativa o municipio ha prohibido<br />

la realización de estas prácticas con animales. En España, el éxito de la<br />

iniciativa legislativa popular emprendida hizo posible la abolición de la<br />

tauromaquia en Cataluña, ley que entró en vigor a partir de enero del 2012.<br />

Con base en encuestas hechas por empresas especializadas, así como en<br />

los sondeos efectuados por diversos medios de comunicación, más del 80%<br />

de la población mexicana se manifiesta en contra de la tortura perpetrada<br />

hacia los animales, y apoyaría la prohibición de las corridas de toros. 63<br />

Armillita tiene una calle con su nombre y tendría —como su colega<br />

neoleonés Eloy Cavazos (n. Guadalupe, N.L., 1949)— hasta una estación<br />

del metro (pero en Saltillo no hay).<br />

63 En realidad los analistas ven difícil cambiar una forma cultural tan arraigada. En su columna<br />

“Paisajes de la Memoria”, del periódico Milenio del 27 de octubre de 2011, Juan Gerardo<br />

Sampedro comenta, en “Acabar con la tauromaquia”, un boletín enviado por uno de sus contactos<br />

de Animal Naturalis Prensa.<br />

86


Volvamos con ese entretenimiento que al parecer permanecerá vigente<br />

un poco más: el cine, donde también los saltillenses hemos dejado nuestra<br />

impronta. Me enteré que la película Pueblerina (1948) de Emilio<br />

Fernández (1904-1986) tomó su título de una de las canciones del<br />

compositor saltillense Felipe Valdés Leal (1899-1988) quien llegó a través<br />

de su música al pueblo de México y trascendió al ámbito internacional. La<br />

cinta obtuvo en 1949 el premio a la mejor música en Cannes.<br />

¿A qué se deberá que el nombre del compositor saltillense no aparece<br />

en los créditos? Perdonen mi maquiavelismo, pero sospecho que en el<br />

fondo hay como siempre un problema de dinero. Mencionar a Valdés Leal<br />

implicaba que él podía reclamar que le pagaran por autorizar el uso de su<br />

música en la película. Al no mencionarlo o al mencionar sólo al responsable<br />

de musicalizar la cinta (el arreglista Antonio Díaz Conde), el problema de<br />

los derechos se sacaba de la cinta y se volvía más complicado para el autor<br />

reclamar un posible pago.<br />

¿Quién se acuerda de los compositores de los temas de las películas?<br />

Se dice que hasta el mismísimo Charles Chaplin (1889-1977) hizo suyo lo<br />

ajeno. Desgraciadamente es difícil tener la suerte de Padilla y Montesinos,<br />

compositores españoles que demandaron a Chaplin por haber plagiado en<br />

Luces de la ciudad (1931) el tema “La violetera”. El cineasta cayó en un<br />

insólito acto de humorismo involuntario al fingirse aquejado de amnesia y<br />

responder ante los tribunales que él creía que la canción era suya porque<br />

la tocaba al piano y hasta la cantaba todas las mañanas a la hora de bañarse.<br />

“Es decir que usted considera que una canción es suya nada más<br />

porque la puede silbar”, concluyó el juez y Chaplin tuvo que pagar una<br />

considerable suma. 64<br />

“Sabe bien el Diablo a quien se le aparece”. ¿Ustedes creen que Valdés<br />

Leal le iba a reclamar al Indio? ¡Por supuesto que no! Ése era de los que<br />

pagaban con plomo.<br />

Valdés Leal trabajó en su juventud como burócrata en el Palacio de Gobierno.<br />

Afortunadamente para nuestra música, emigró a los Estados Unidos (1923)<br />

y se hizo famoso. ¿Qué hubiera logrado si se hubiera quedado trabajando en<br />

Saltillo? Para empezar, su música no hubiera llegado a Cannes y él, cuando<br />

mucho, se hubiera convertido en un jubilado con medio sueldo.<br />

64 Véase Guillermo Cabrera Infante, “Goodbye Charlie”, revista Vuelta, No. 155, octubre de<br />

1989, pp. 62-65.<br />

87


Elena Huerta:<br />

historiadora con pincel<br />

No me habría echado a cuestas la tarea de hacer este libro si me hubiera<br />

enterado antes de lo que le pasó a la pintora Elena Enriqueta Huerta<br />

Múzquiz (1908-1997). Elena Huerta fue discípula de Rubén Herrera<br />

(1929-1933). Posteriormente estudió en la Academia de San Carlos en la<br />

Ciudad de México. Viajó por Europa donde permaneció hasta 1950. Entre<br />

1973 y 1975, pintó 400 años de historia de Saltillo, los murales de nuestra<br />

antigua Presidencia Municipal donde están plasmados los episodios y<br />

los personajes más importantes de la historia de la ciudad. Con más de<br />

quinientos metros cuadrados, el mural es el más grande realizado hasta<br />

hoy por una mujer en la historia del arte mexicano. 65<br />

Elena escribió sus memorias: El círculo que se cierra (1990). Pocos<br />

saben que La Nena Huerta de Saltillo fue una telefonista explotada en la<br />

Ciudad de México. En 1929 fue designada profesora de artes plásticas en<br />

la Secretaría de Educación Pública Federal. En 1939 trabajó como artista<br />

huésped en el Taller de Gráfica Popular y, en 1941, se desempeñó como<br />

profesora de dibujo del Teatro Guiñol de México. Viajó posteriormente por<br />

Europa e hizo estudios en Rusia. De regreso a México, pintó en 1952 dos<br />

murales en el auditorio de la Escuela Superior de Agricultura “Antonio<br />

Narro”. El director de la Narro de aquel entonces, advirtió:<br />

—Si pintas monos feos te los borramos.<br />

—Descuide. No pintaré su retrato.<br />

A Diego Rivera también se le criticó porque en sus murales pintaba<br />

puros monotes, aunque Diego sí se dio el lujo de caricaturizar en ellos a<br />

artistas y escritores a los que consideraba sus enemigos, como es el caso<br />

de los poetas de la revista Contemporáneos, lo cual provocó que, a su vez,<br />

Salvador Novo lo ridiculizara acusándolo de cornudo. ¡Salvadota que se<br />

dio el director de la Narro!<br />

El Instituto Nacional de Bellas Artes designó a Elena Huerta como<br />

directora de la Galería de Artes Plásticas “José Guadalupe Posada” y luego<br />

de la “José Clemente Orozco”. Fue cofundadora de la Liga de Escritores<br />

65 El Centro Cultural Vito Alessio Robles, inmueble conocido en otro tiempo como la casa de<br />

la familia Sánchez Navarro, expone en sus muros este resumen plástico de la historia de la<br />

ciudad. Cuando Elena Huerta realizó 400 años de historia de Saltillo (1973-1975) el recinto era<br />

ocupado por la Presidencia Municipal y la Comandancia de Policía.<br />

89


y Artistas Revolucionarios (LEAR). Viajó a Asia en 1957, litografiando los<br />

apuntes que allá tomara. Publicó en 1960 un breve volumen ilustrado<br />

por ella y dedicado a la mujer campesina. Participó en exposiciones en<br />

México, Praga, Moscú, Leningrado, Kiev, Varsovia, Bucarest, Budapest,<br />

Pekín, Chinkin, Nankín, Shangai, Hong Kong.<br />

En 1973, Elena Huerta fue invitada por el alcalde de Saltillo, Luis<br />

Horacio Salinas Aguilera (n. México, D.F, 1938), para realizar el mural de<br />

la Presidencia Municipal. Se pretendía dotar al edificio de una obra gráfica<br />

que narrara en imágenes la historia de la ciudad desde sus orígenes hasta<br />

1975, año en que Elena debía entregar la obra, pues terminaba el período<br />

de Luis Horacio como alcalde. 66 La pintora cuestionó que “Saltillo ya<br />

estaba crecidito y no cabría en un muro”. El ingeniero Salinas le dijo: “Le<br />

doy todos”. A revestir los muros de adobe con ladrillo y manos a la obra.<br />

Para el trazo del plan la pintora se basó en Historia de Coahuila. El<br />

profesor Villarello, su buen amigo, había tenido la costumbre de enviarle<br />

sus libros cuando salían y ella, aunque tenía mucho trabajo, los había<br />

leído. Ahora ese material le servía para el caso. 67 Elena se propuso incluir<br />

a la mayor cantidad de personajes ilustres de la localidad, labor sin lugar<br />

a dudas desmesurada y que la señora Huerta acometió a los 65 años, una<br />

edad en la que debería estar pintando acuarelas en mecedora y no murales<br />

trepada en un andamio. Elenita se bajó de ahí víctima de un infarto, pero<br />

no escarmentó y, en cuanto se repuso, ahí va para arriba otra vez. Puede<br />

decirse que estuvo a punto de exhalar el último suspiro inmediatamente<br />

después de dar el último brochazo. No fue así, pero quedó muy enferma.<br />

Tal vez Elena Huerta debió pensar en la actitud que han tenido otros<br />

pintores de la localidad con respecto al tema saltillense. Desde Thomas<br />

Benson, que no se sabe en dónde ni cuándo nació, aunque el crítico<br />

Mario Herrera (n. Saltillo, 1923) jure y perjure que se suicidó en 1810<br />

frente al lago República de la Alameda. ¿Cómo pudo el pintor suicidarse<br />

frente a un lago ocho años antes de que ese lago fuera construido? Hasta<br />

pintoras como Piedad Valerio Rodríguez (1884-1991), Elisa de la Peña<br />

de la Fuente (1903-1998), Carmen Harlan Laroche (1909-1984), sólo por<br />

mencionar algunas colegas de Elena Huerta, quienes sólo ocasionalmente<br />

66 La fecha inscrita en el mural fue modificada posteriormente para que coincidiera con las<br />

celebraciones del IV Centenario de la Fundación de Saltillo (1977). Lo cual quiere decir que esa<br />

fecha puede ser nuevamente retocada, no en función de nuevos descubrimientos historiográficos,<br />

sino para cumplir veleidades y caprichos de un futuro gobernante. Lo que no fue en tu año, no<br />

fue en tu daño. ¿Y en tu sexenio? ¡Ya se fue al caño!<br />

67 Elena Huerta, El círculo que se cierra, Universidad Autónoma de Coahuila, Saltillo, 1990, p.<br />

183.<br />

90


se ocuparon de Saltillo y retrataron algunos paisajes, uno que otro edificio<br />

y algunas escenas. Nada de murales ni de cambiar el pincel por la brocha<br />

gorda ni el caballete por el andamio.<br />

¿Cómo está eso de pintar todo Saltillo y toda su historia? Tendríamos<br />

que resucitar a Urdiñola, a Del canto, al Padre Larios y hasta al mismísimo<br />

Rubén Herrera para justificar semejante empresa. ¿Cómo se le ocurrió a<br />

Elena Huerta pensar que ella sola iba a hacer lo que todos sus predecesores<br />

no hicieron? Pues lo hizo. Tal vez no se imaginaba al principio la tarea<br />

que se echaba a cuestas. Quizá en algún momento del desarrollo de su<br />

trabajo pensó que aquello era una locura, pero que si llegaba a morir sin<br />

concluirla no faltaría quién la continuara.<br />

Y aquí me tienen ustedes, escribiendo sobre ella y sobre muchos de los<br />

personajes que la pintora retrató en su mural.<br />

91


Pancho Coss recibe a las poblanas<br />

No todas las socias del Círculo “María Enriqueta” se dedicaron únicamente<br />

a cultivar el verso. En el caso de Victoria von Versen, quien publicara en<br />

Saltillo el poemario Onyx (1978), cabe destacar la paciencia que tuvo para<br />

escribir un anecdotario como La sonrisa de la historia. Anécdotas de la<br />

Revolución y de la política (1983), cuando —como ella dice— ya casi en las<br />

postrimerías de su existencia fincó sus raíces en Saltillo, donde la autora<br />

recogió en largas charlas las narraciones de Alberto Murguía (padre de<br />

Mercedes, “Nea”, pintora que ayudó a Elena Huerta en la realización del<br />

mural 400 años de historia de Saltillo). Alberto, el hijo menor del general<br />

Francisco Murguía, nació en Sabinas, Coahuila. De niño le tocaron<br />

balaceras, combates y presenciar fusilamientos y ahorcamientos. Conoció<br />

a todos los jefes y oficiales de la División de su padre, a quienes frecuentó<br />

siendo adulto en la Ciudad de México. Así formó Alberto su acopio de<br />

datos.<br />

Para ilustrar lo anterior, consignaré una anécdota, tomada de La sonrisa<br />

de la historia, que nos habla del valiente defensor de Saltillo, el general<br />

Francisco Coss (1880-1961), gobernador de Puebla, en el momento<br />

en que se nos cuenta cómo enfrentó a un grupo de damitas poblanas<br />

preguntonas.<br />

De Coahuila fue también el señor general Francisco Coss, de elevada<br />

estatura, joven, de prestancia norteña, muy de a caballo y muy hombre, era<br />

sin lugar a dudas un tipo de cierto atractivo viril.<br />

Entre sus batallas, ocupa lugar preponderante la toma de la ciudad<br />

de Puebla. Habiendo ocupado esta ciudad, instálase desde luego en el<br />

Palacio de Gobierno, para desde ese lugar, despachar los asuntos que se<br />

presentasen.<br />

Dispuso desde luego que se aplicase un impuesto a todos los ciudadanos<br />

pudientes de la localidad, con el fin de rehacer y restaurar, en forma<br />

inmediata, el erario gubernamental. Para tal efecto tuvo numerosas reuniones<br />

con empresarios, comerciantes, industriales, agricultores, y también<br />

con algunos otros ricos cuyas fortunas eran de una misteriosa procedencia.<br />

Pronto corrió la voz de que era el señor general Coss un tipo accesible<br />

y simpático, así que además de las personas que él citaba para tratar<br />

los asuntos inherentes a la ciudad y a la administración, se presentaban<br />

diferentes ciudadanos o grupos de ellos, con una infinidad de peticiones,<br />

solicitudes y propuestas, algunas de las cuales pudieron ser resueltas en<br />

forma favorable.<br />

Un día se presentó, en solicitud de audiencia, un grupo de ocho damas<br />

de la localidad, las cuales desde luego fueron recibidas por el general Coss.<br />

93


Eran ocho señoras de las más distinguidas de Puebla, algunas muy jóvenes,<br />

otras de una mediana edad; todas ellas guapísimas y elegantemente vestidas,<br />

pues pertenecían a lo más granado de la alta sociedad. El general<br />

las saludó correcta y amablemente y las invitó a sentarse en los mullidos<br />

sillones del amplio despacho en donde se encontraba. Ellas, acostumbradas<br />

al trato social, pronto iniciaron una cordial conversación, en la cual también<br />

el general Coss tenía caballerosas intervenciones y muy pronto la plática se<br />

hizo general. Animada por la cordialidad y confianza del ambiente, alguna<br />

de las damas le preguntó al general de dónde era él originario, pregunta a la<br />

cual contestó cortésmente. Otra de las damas se aventuró a preguntarle cual<br />

era su estado civil, a lo cual contestó, sonriente, con la verdad, haciendo una<br />

referencia amable a su señora esposa.<br />

Menudearon entonces las preguntas. Las damas todo lo querían saber del<br />

general. Que dónde había estudiado. Que cómo se inició en el movimiento<br />

revolucionario. Que cuántos hijos tenía. Bueno, indagaban las damas hasta<br />

las edades y sexos de los hijos del general. Pero Francisco Coss estaba de<br />

buen humor y contestaba, divertido y sonriente, a cuanta pregunta le hacían<br />

las damas. El asunto de referencia aún no se trataba, pues la reunión era tan<br />

amena que todas reían y charlaban animadamente.<br />

En un momento oportuno y advirtiendo el general Coss que aquella reunión<br />

se prolongaba y que él tenía algunos asuntos pendientes y no queriendo ser<br />

descortés, recargó su recia y elevada humanidad en el respaldo del sillón y<br />

con una expresión de cortés curiosidad, exclamó:<br />

—Creo, señoras, que ya ustedes me confesaron a su entera satisfacción<br />

—todas rieron alegremente y esperaron con ansiedad las palabras del<br />

general—. Ahora yo les haré a ustedes solamente una preguntita. Una preguntita<br />

sencilla, pero de mucho interés para mí, por lo que deseo que me<br />

digan la verdad…<br />

Todas las miradas se dirigieron hacia él, sonrientes y atrevidas, tratando de<br />

adivinar la pregunta, para lograr una mejor respuesta, ya que todas querían<br />

ser las participantes de aquel diálogo. Damas inteligentes y perspicaces,<br />

estaban listas para dar la contestación adecuada.<br />

Después de unos instantes de silencio, el general agregó:<br />

—¿Cuál de todas ustedes es la “queridilla” del señor obispo de Puebla?<br />

Obvio es decir que en esos mismos instantes terminó la agradable<br />

reunión y todas las damas abandonaron el despacho sin despedirse y con la<br />

indignación reflejada en los bellos rostros. 68<br />

Pudiera decirse que la anécdota es a los libros de historia lo que el cuento<br />

es a la novela. Hay quienes se atreverían a asegurar que algunas anécdotas<br />

son tan redondas y están tan bien narradas que podrían pasar por cuentos.<br />

Cuidado con caer en este cómodo engaño. Eso de que la anécdota casi<br />

puede ser un cuento es puro cuento. En la anécdota hay una calculada<br />

68 Tomada de “Un general en Sociales”, Victoria von Versen, La sonrisa de la historia. Anécdotas<br />

de la Revolución y de la política (Narraciones de Alberto Murguía), Grafo Print Editores,<br />

Monterrey, 1983, pp. 57-60.<br />

94


mezcla de ingenuidad y de ambigüedad, no sólo en el comportamiento<br />

de los personajes que protagonizan las anécdotas, sino en la forma como<br />

las exponen sus narradores. Más que solicitar mi credibilidad —como le<br />

ocurriría al lector de una novela o de un cuento—, la anécdota solicita mi<br />

complicidad, como si me dijeran entre líneas: “Tú sabes por qué pasaron<br />

así las cosas y, si no lo sabes, no mereces saberlo”. Tengo el contexto que<br />

me permite entender esa y otras anécdotas relativas a la vida pública de<br />

mi ciudad y de mi estado. Pero si yo tuviera que escribir eso mismo como<br />

un cuento no podría apelar ni a esa aparente ingenuidad ni a esos sutiles<br />

sobrentendidos. Tendría que escribir la historia de manera que fuera<br />

comprendida por todos los lectores, fueran o no fueran saltillenses. No<br />

podría refugiarme en esa causalidad incompleta o parcialmente inconexa,<br />

tan característica de la estructura de la anécdota ni podría apelar a la<br />

aparente ingenuidad del narrador o los protagonistas. La complicidad<br />

tendría que ser reemplazada por la imaginación y la perspicacia crítica.<br />

No hay sobrentendidos. O se comprende todo o mejor no se dice nada.<br />

95


Un educador convertido en escuela<br />

Hay otras formas de beneficiar a la sociedad. Miguel López (1845-1905)<br />

fue un educador y patriota potosino que vivió en nuestra ciudad por más<br />

de cuarenta años. Cuando nuestra patria fue invadida por el ejército<br />

francés, dejó sus trabajos escolares y se alistó a las tropas que hicieron la<br />

defensa nacional. Concurrió a diversas batallas en su carácter de capitán,<br />

entre ellas al sitio de Querétaro, que dio por resultado feliz el término del<br />

imperio del archiduque Maximiliano (1832-1867). Al terminar la guerra,<br />

Miguel López volvió a sus ocupaciones habituales. Escribió algunos<br />

tratados de enseñanza que fueron aceptados como libros de texto en las<br />

escuelas oficiales. El profesor López pasó una vida de excesiva modestia<br />

sin haber sacado provecho alguno de sus servicios militares.<br />

En 1893, según Vito Alessio Robles, Miguel López era prefecto del<br />

Ateneo. “Era a la vez un excelente profesor de español, y confieso en estas<br />

líneas que lo poco que aprendí de reglas gramaticales, que a mí se me<br />

antojan tan ilógicas, tan absurdas y tan disparatadas, se las debo a este<br />

buen maestro, digno por todos conceptos de respeto y de estimación”. 69<br />

Imaginen un hombre de su cultura, con una carrera militar, alguien que<br />

podía considerarse al mismo tiempo un prócer y un sabio, desempeñando<br />

el modesto cargo de prefecto. ¿De cuántos prefectos actualmente se<br />

puede decir lo mismo? Don Miguel para nada era un hombre arrogante o<br />

prepotente, como pudiera temerse. Por el contrario, sus alumnos hallaron<br />

en él a un hombre sencillo y accesible, siempre dispuesto a compartir<br />

generosamente sus abundantes conocimientos.<br />

El gobierno nacional le envió algunas condecoraciones que no usó durante<br />

su vida. Don Miguel fue preceptor de Venustiano Carranza (apenas habría<br />

en Coahuila en esa época algún profesionista notable que no hubiera sido<br />

su alumno). En su honor se construyó una escuela, que hasta la fecha lleva<br />

su nombre, en tiempos del gobernador Gustavo Espinosa Mireles (1892-<br />

1940). A través de un compungido y grandilocuente discípulo suyo, nos<br />

enteramos de la verdadera causa de la muerte del profesor Miguel López:<br />

una mordida de perro. 70<br />

69 Los Alessio de Saltillo, p. 52.<br />

70 Datos tomados del semanario El orden, jueves 8 de junio de 1905. Hemeroteca del Archivo<br />

Municipal de Saltillo. Véase también “Muerte de un patriota” en Gazeta del Saltillo. Órgano de<br />

difusión del Archivo Municipal, Núm. 9, Año VII, 15 de Mayo de 1996, p. 3.<br />

97


Los maestros de los maestros<br />

Hasta hace poco más de un siglo, los profesores fueron los grandes<br />

ausentes. Si alguien sabía medio escribir y medio leer, medio les enseñaba<br />

a quienes pudieran aprender. Cuando los niños tenían doce o trece años,<br />

los adultos elegían a los más aplicados y los convertían en los nuevos<br />

maestros. Así fue hasta que Francisco Arizpe y Ramos, un comerciante<br />

que gobernó interinamente a Coahuila en varias ocasiones, fue autorizado<br />

en 1894 por el Congreso estatal para la instalación y sostenimiento de la<br />

Escuela Normal para Profesores del Estado.<br />

Se rentó una casona para el plantel y llegó de Jalapa Luis A. Beauregard<br />

(1872-1918), el primer director y organizador de la Normal de Coahuila.<br />

Sólo ocupó tres años la dirección, pero Beauregard sentó las bases<br />

filosóficas y pedagógicas de la institución y los saltillenses recuerdan a<br />

este educador en el nombre que lleva el jardín de niños más antiguo de<br />

la ciudad (hay quienes aseguran que es el decano en todo el país, porque<br />

a los saltillenses nos encanta decir que lo que tenemos es más viejo que<br />

andar a pie).<br />

Después de Beauregard, ocupó la dirección de la escuela el maestro de<br />

música del plantel, Eduardo Gariel (1860-1923), para entregarlo un año<br />

más tarde al maestro tamaulipeco Andrés Osuna Hinojosa (1872-1957).<br />

Fue el gobernador porfirista Miguel Cárdenas (1855-1930) quien, en 1904,<br />

apoyó decididamente la construcción del inmueble de la Normal frente<br />

a la Alameda (inaugurado en febrero de 1909). La iniciativa de que la<br />

escuela contara con edificio propio había surgido del maestro Andrés<br />

Osuna. Según una historia no muy oficial, antes de ir a hablar con el<br />

gobernador sobre el proyecto de construcción, Osuna iba preparado contra<br />

cualquier negativa. Tenía los bolsillos listos para donar una cantidad en<br />

caso de que no procediera su petición por falta de recursos. El entonces<br />

director de la Normal había hecho una colecta entre sus maestros y simpatizantes<br />

del proyecto. Miguel Cárdenas aceptó con gusto y le pidió que<br />

devolviera el dinero.<br />

Egresado de la Normal de Monterrey, Osuna realizó una gran labor<br />

pedagógica en Coahuila. Cabe destacar que incluso escribió libros de lectura<br />

que se usaron a nivel nacional. 71 Después de 1909, el maestro Osuna vivió<br />

71 El Libro 2º de Lectura de Andrés Osuna, editado por la Sociedad de Edición y de Librería<br />

Franco-Americana en Mexico, 1923, consigna el dato: Andrés Osuna, ex director general de<br />

Educación Primaria del Distrito Federal. (No debemos olvidar que la campaña vasconcelista<br />

comenzó en 1921.) El volumen de Osuna cuenta con pasta dura y tiene 136 páginas.<br />

99


y estudió una temporada en Estados Unidos de donde regresó, en 1916,<br />

convocado por Carranza para hacerse cargo de la educación pública en<br />

la capital del país. En 1918 fue gobernador interino de Tamaulipas. Junto<br />

con otros Osuna (Carlos y Gregorio), generales de la Revolución, fundaron<br />

en Monterrey el periódico El Porvenir. Con el título de Por la escuela y por la<br />

patria, el Gobierno de Coahuila reeditó, en 2008, las memorias del maestro<br />

Osuna.<br />

¿Quiénes serían los maestros de los maestros? Para tener un personal<br />

mejor preparado, miembros de la primera generación de maestros<br />

normalistas viajaron a Massachusetts a instruirse en las últimas novedades<br />

pedagógicas. Lo misterioso es que tres de los cinco elegidos no tenían<br />

la voluntad de dedicarse a la docencia. Apolonio M. Avilés (1876-1930),<br />

Rubén Moreira Cobos y Leopoldo Villarreal Cárdenas (1874-1956) habían<br />

sido alumnos becados del Ateneo que no tuvieron otra opción. El primero<br />

aún no se decidía por una profesión. El segundo quería ser ingeniero.<br />

El tercero deseaba convertirse en médico. Pero la Normal los necesitaba<br />

para la formación de maestros y ellos destacaban en inteligencia. Los<br />

viejos tiempos del Ateneo le brindaron a Saltillo gran parte (o casi todo) su<br />

esplendor intelectual con grandes personajes, entre ellos el maestro y doctor<br />

Dionisio García Fuentes (1893-1895), quien dirigió la institución en dos<br />

ocasiones y es merecedor del título “Padre del Positivismo Coahuilense”.<br />

Acompañados del ilustre Osuna, los jóvenes viajaron a Estados Unidos<br />

para realizar una especie de posgrado en docencia. 72 Aparte de los tres<br />

mencionados habría que agregar a Anastasio Gaona Durán y a Gabriel<br />

Calzada. 73 Regresaron entusiastas, dispuestos a iluminar el compacto mundo<br />

saltillense.<br />

72 Saltillo, 1896. Viajarán a Bostón alumnos normalistas, AMS, DC, c 8, e 584.<br />

73 Gabriel Calzada Espinoza (1872-1917), nacido en Parras, además de educador fue<br />

revolucionario, seguidor de Madero, con quien colaboró en la redacción de La sucesión<br />

presidencial.<br />

100


Misionera en bicicleta<br />

Lelia Roberts (1861-1950), fundadora del Colegio Inglés, también<br />

colaboró con el grupo de ilustrados. El Colegio Inglés surgió en 1887 y<br />

formó maestras antes de que las mujeres fueran aceptadas en la Normal.<br />

“En el año de 1895, la Normal solamente admitía varones. Por esa razón<br />

solicitaron a Miss Lelia que abriera en el Colegio el Curso Normal para<br />

señoritas”. 74 Después de que las mujeres pudieron ingresar a la Normal, el<br />

Colegio Inglés continuó formando maestras.<br />

Lelia Roberts tuvo problemas. Llegó a Saltillo en 1886, compró un<br />

terreno en el centro de la ciudad. Todo iba de maravilla hasta que en una<br />

parte del terreno se construyó algo que tenía más forma de templo que<br />

de escuela: la Iglesia Metodista Episcopal del Sur. Los habitantes de la<br />

ciudad se quejaban de que el jefe político, liberal y masón, promoviera a<br />

gringas protestantes. 75 En ese momento la población estaba afectada por el<br />

74 María Rosario Dávalos de Cabello, El desierto también florece. Historia del Colegio Roberts,<br />

S/ editorial, México, 1973, p. 35.<br />

75 J. W. Grimes pide se registre el Templo Metodista construido en terrenos del Colegio Inglés<br />

conforme a la ley del 14 de septiembre de 1874, AMS, PM, e135/2, e57.<br />

101


fanatismo y los cambios radicales que propusieron las Leyes de Reforma.<br />

Algunas veces los saltillenses apedrearon la institución. No concebían<br />

que una iglesia formara parte de la escuela, en vista de que el gobierno,<br />

desde tiempos de la Reforma, había instaurado una rígida división entre<br />

escuelas e iglesias, cosa que en la cultura de origen de la señorita Roberts<br />

no sucedía.<br />

Leila Roberts supo salir adelante. En 1887, la misionera norteamericana<br />

recorría en bicicleta la ciudad y hablaba con la gente para interesarlos<br />

en los planes y programas del Colegio Inglés. Para 1893 otras formas de<br />

concebir el cristianismo habían cobrado cuerpo. Personas incrustadas en<br />

los altos peldaños del gobierno opinaban que, para progresar, había que<br />

volverse protestantes, además de acabar con los indios.<br />

El colegio adquirió tal fama que atrajo a personas de distintas partes<br />

del país. A pesar de las dificultades iniciales, formó por 43 años a la niñez<br />

y a la juventud de Coahuila. Aparte del curso Normal estaban el curso<br />

Comercial y los departamentos de Ciencias y Artes Domésticas, para<br />

Educadoras y Clases especiales (canto, inglés, pintura, corte y confección,<br />

ciencias y artes domésticas). El año de 1922 se estrenó el nuevo edificio en<br />

la calle Cuauhtémoc, frente a la Alameda, que habría de sustituir al antiguo<br />

Colegio Inglés de la calle Victoria. Desde entonces cambió su nombre por<br />

el de Colegio Roberts, decisión tomada por la junta de maestros en honor<br />

de su fundadora.<br />

102


La porcelana y el papel de china<br />

Necesitaremos unir a la imagen que nos proporciona el intelectual con<br />

apariencia de viudo prematuro y simpático, cargado de anécdotas apócrifas<br />

sobre personajes famosos, con el paradigma complementario de la mujer<br />

saltillense. Me permito una sugerencia. ¿Qué les parece la imagen de una<br />

inspectora de escuela primaria? Alguien como Dorotea de la Fuente (1914-<br />

1998), una de las más ameritadas maestras del sistema educativo estatal,<br />

comparable únicamente con Candelaria Valdés Valdés (1907-2008),<br />

inspectora de la primera zona escolar federal.<br />

La imagen de Dorotea de la Fuente con su impecable traje de falda y saco<br />

gris; el cabello blanquísimo, corto y esmeradamente peinado; los ojos azul<br />

celeste, enmarcados en unos lentes de mariposa, y una voz perfectamente<br />

timbrada y de dicción impecable que se le podía oír hasta el otro lado del<br />

patio de recreo (y sin micrófono). No puede dudarse de su absoluta entrega<br />

al magisterio: toda su vida permaneció soltera y llegó a ser diputada.<br />

¿Quieren más perfecta y acabada muestra de la feminidad saltillense que<br />

esta inexpugnable dama de hierro del sistema estatal de maestros?<br />

—Lo que diga Dorotea, y punto —podríamos responder con esa frase que<br />

decían todos los que la conocieron.<br />

¿Quién no recuerda a sus profesores? Son seres imborrables. Lo contrario<br />

de esas imágenes petrificadas, grises, que a veces colocan en los anuarios.<br />

Cada maestro produce la sensación de estar siempre adentro de un libro.<br />

103


Quizá olvidemos con el tiempo sus nombres o sus rostros, pero jamás<br />

una frase. Aunque la leyenda no siempre corresponda con la verdad. Los<br />

profesores fueron de carne y hueso. La alumna Lucía Teissier (1917-2011)<br />

trae a la memoria a su maestro Rubén Moreira Cobos (1875-1954) en la<br />

siguiente estampa:<br />

Era irónico, hasta sarcástico. Las agarraba al vuelo, como dicen. Recuerdo<br />

una ocasión en clase de Etimologías —Raíces Griegas y Latinas, se llamaba<br />

entonces—. Para cuando el maestro llegaba, las palabras que habían de<br />

estudiarse ese día debían estar escritas en el pizarrón. Siempre había<br />

alguien que lo hacía. “A ver, Menganita, qué tenemos para hoy”, dijo el<br />

maestro luego de pasar lista de presentes. Menganita fue al pizarrón y dijo:<br />

“Tenemos cauda, maestro”. (Cauda, ae, era la voz latina que encabezaba la<br />

lista.) “Tendrás tú, que yo, no”, replicó. Claro, las carcajadas retumbaron en<br />

todo el piso, mientras la chica se ponía como un tomate. El maestro le había<br />

dicho que tenía cola, nada menos. 76<br />

Durante 75 años, la Escuela Normal pudo mantener la mística que le<br />

infundieron sus miembros fundadores. Pero las cosas comenzaron a cambiar<br />

después de que dejó la dirección del plantel el profesor Ramón Garza de<br />

la Rosa (1914-1999), por cierto director de la escuela y mi maestro en la<br />

época en que estudié la Normal. Era un hombre particularmente culto.<br />

Publicó varios libros, entre ellos un tratado filosófico. Dueño de la librería<br />

Excélsior, que sobrevivió durante mucho tiempo por la calle de Aldama<br />

casi a la altura de Manuel Acuña. Quizá el único defecto del profesor<br />

Garza de la Rosa, según algunos de sus malquerientes, era que, pese a su<br />

extensa cultura, el buen maestro seguía una vieja filosofía. Casado en dos<br />

ocasiones con dos mujeres muy hermosas, fue un padre prolífico que tuvo<br />

más de doce hijos.<br />

No olvidemos que los primeros estudiantes de la Normal tuvieron<br />

que viajar a los Estados Unidos para completar sus estudios. Durante la<br />

dirección del profesor Garza de la Rosa se volvió a esta vieja práctica. En<br />

el libro citado de Lucía Teissier se puede encontrar una fotografía de varios<br />

maestros de la Normal que, en el verano de 1970, se fueron a estudiar a la<br />

Universidad de Carolina del Norte.<br />

La mística del magisterio que representan estos maestros y maestras ha<br />

ido desapareciendo con el paso del tiempo. No existen ya esos maestros<br />

que todavía me tocaron y para los cuales su trabajo lo era todo. Ellos no<br />

veían su desempeño en el aula como un mero escalón para ascender a<br />

76 Lucía Teissier de Galindo, Benemérita Escuela Normal de Coahuila 1894-1994, Secretaría de<br />

Educación Pública de Coahuila, Saltillo, 1994, p. 45.<br />

104


otras actividades más importantes o más lucrativas. Para ellos la educación<br />

y la cultura no eran cosas diferentes: podría decirse que una no podía —y<br />

de hecho no puede— funcionar sin la otra.<br />

Recuerdo en tal sentido algo que le escuché decir a Lucía Teissier de<br />

Galindo, mi maestra de la Normal. La profesora Teissier ofreció en cierta<br />

ocasión a una alumna a la que estaba reprendiendo —la maestra era una<br />

mujer muy estricta— una metáfora muy elocuente sobre el tema: “La<br />

educación —le dijo— es como el papel de china, aparentemente no sirve<br />

para nada, pero evita que la porcelana se rompa”. Es decir que, para la<br />

maestra, la educación en principio parecería algo frágil e innecesario, hasta<br />

que descubrimos que sirve para preservar cosas muy valiosas. Retomando la<br />

imagen, podríamos concluir que, así como la educación es el papel de china,<br />

la cultura es la porcelana valiosa. ¿Qué ocurre cuando las separamos? La<br />

educación se vuelve inútil. La cultura no se preserva. Ése es ahora nuestro<br />

problema.<br />

105


Rosita estaba de suerte<br />

Dejemos entrar un poco de aire fresco, aludiendo a los personajes<br />

populares. Rosita Alvírez fue una hermosa y coqueta muchacha asesinada<br />

durante un baile por un novio celoso. Según algunos historiadores, Rosita<br />

no era saltillense sino potosina; otros dicen que no murió a balazos, sino<br />

acuchillada; otros más aseguran que los hechos ni siquiera ocurrieron.<br />

Acaso sin darse cuenta coquetean con el realismo mágico a la hora de intentar<br />

establecer la verdad histórica de la señorita Alvírez. Su falta de perspicacia<br />

incluso deja pasar ciertos rasgos de humor negro que logró captar y<br />

aprovechar con bastante ingenio el Piporro, como aquello de que Rosita<br />

estaba de suerte y de tres tiros que le dieron sólo uno era de muerte. Esto<br />

sirve al Piporro para improvisar que el mecánico de la esquina llegó y le<br />

puso treinta libras, en una época en que todavía no había automóviles en<br />

Saltillo y mucho menos mecánicos.<br />

Quienes reúnen en la actualidad el cancionero del corrido norestense<br />

siguen preocupados por estar derivando nuestros corridos del romance<br />

castellano. 77 Esto ha desatado, con sobrada razón, la furia el compositor<br />

tapatío Pancho Madrigal.<br />

Según los eruditos en cuestiones de música popular tradicional, el corrido<br />

mexicano es un descendiente directo del romance español (¡otra vez la<br />

patria potestad!). Pero yo, para mí tengo que, dado el carácter comunicativo<br />

de nosotros los mexicanos, aunado a nuestra capacidad narrativa, nuestra<br />

inagotable inventiva, nuestra gran disposición a venerar a nuestros héroes<br />

populares y a divulgar a voz en cuello lo que se sabe y lo que no… Con o sin<br />

romance español, lo más seguro es que el corrido tarde o temprano hubiese<br />

surgido en nuestro país por generación espontánea. La más confiable forma<br />

de historiar en México ha sido el corrido. 78<br />

Observación inteligente y muy cierta. El romance y el corrido comparten<br />

la forma poética: versos octosílabos asonantados (aunque a veces se<br />

77 Armando Hugo Ortiz, Vida y muerte en la frontera. Cancionero del corrido norestense, segunda<br />

edición, Universidad Autónoma de Nuevo León, Monterrey, 2010 (Colección de los Centenarios),<br />

pp. 11-34. El volumen de esta segunda edición ampliada y corregida integra un acervo de 274<br />

temas divididos para Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas y Texas.<br />

78 Pancho Madrigal, Corridos pendencieros 2. Compact disc digital audio, Pentagrama, la<br />

alternativa musical de México, 2003. En este álbum, el compositor de “Jacinto Cenobio” ofrece<br />

a los musicólogos e investigadores de los géneros tradicionales el “Romance de don Hernán<br />

Arjuta e la paloma que non quiso complacelle porque eya non era dessas… (mensajera)”, pieza<br />

que —según él— intenta ser el eslabón perdido entre el romance español y el corrido que tanto<br />

les ha preocupado encontrar a los estudiosos.<br />

107


interpolan otras formas como décimas); ambos son poemas narrativos.<br />

Si acaso podríamos agregar que son letras para cantarse. Eso es todo.<br />

Lo demás es diferente: el tipo de narración, el tipo de sentimiento. El<br />

corrido es predominantemente épico. ¿Acaso no fue el periódico de los<br />

revolucionarios? En el corrido puede entrar el humor satírico. Véase el<br />

caso del “Corrido del mión”, de Luis Julián, donde un tipo sale a orinar en<br />

la noche y lo agarran sanchito.<br />

El romance puede ser lírico, de tema amoroso, filosófico o religioso; 79 el<br />

corrido, en cambio, habla de acciones bélicas, de bandoleros o de la nota<br />

roja. Afortunadamente, investigadores como el citado Armando Hugo Ortiz<br />

empiezan a mostrar interés por tópicos como el contrabando, la memoria<br />

del corrido, el corrido como producto comercial, el fenómeno de nuestros<br />

músicos de cantina que andan “taloneando el sustento” sin la más leve<br />

aspiración de alcanzar el éxito internacional. Además del tema mayoritario<br />

y polémico del narcocorrido que nos lleva a la narcoglobalización.<br />

Bienvenidas todas las composiciones de corte humorístico relativas al<br />

género. Yo escucho por las mañanas los corridos de Pancho Madrigal<br />

y salgo a la calle tan campante a explicar a mis alumnos del taller de<br />

narrativa sutilezas técnicas: el narrador olímpico, el narrador en primera<br />

persona; el plano del discurso y el plano de la historia; la escenificación de<br />

las acciones; diferencias entre los elementos dramáticos y los puramente<br />

narrativos… Para aplicar tan sesudas herramientas del análisis, propongo<br />

leer a Kafka, a Faulkner o ya de perdido a Carlos Fuentes y, en medio de<br />

tanto rollo doctoral, pienso qué pasaría si aplicara todos estos conceptos al<br />

análisis de un corrido.<br />

¿Quién era realmente Rosita Alvírez? Si tomamos en cuenta lo escrito<br />

por Óscar Flores Tapia en su libro Herodes. Semblanza de Saltillo, nos<br />

llevaremos varias sorpresas. Resulta que la tal Rosita era hasta vecina mía:<br />

vivió por la calle de Múzquiz, antes de llegar a Centenario (yo vivo en<br />

Centenario, antes de llegar a Múzquiz). El papá de Rosita, don Atenógenes<br />

Alvírez, era comerciante y la mamá de la muchacha, doña Juana María,<br />

en un descuido sale mi pariente, porque se apellidaba De León. Don<br />

Atenógenes viajaba constantemente a Concepción del Oro por negocios y<br />

“muchas veces lo acompañaba Rosita quien, por ser muy bonita, atraía la<br />

atención de los compradores”. 80 Cuando Rosita andaba por los dieciocho o<br />

79 A mis soledades voy, / de mis soledades vengo, / porque para andar conmigo / me bastan<br />

mis pensamientos, “Romance” de Lope de Vega (1562-1935). No creo que este romance se<br />

parezca en nada a “El Zorrillo”, corrido coahuilense recopilado por Armando Hugo Ortiz y que<br />

nos habla de un caballo que corrió en Ramos Arizpe y ganó más de 200 mil pesos.<br />

80 “Así era Rosita Alvírez” en Óscar Flores, Herodes. Semblanza de Saltillo, Provincia, Saltillo,<br />

1950, pp. 75-81.<br />

108


diecinueve años, don Atenógenes murió, pero la joven “lejos de apesararse<br />

o guardar luto encerrándose”, retomó el negocio de su padre y siguió<br />

viajando a Concha. En uno de esos viajes conoció a Leopoldo, quien se<br />

convertiría en su novio y acabaría quitándole la vida.<br />

“El Polito” (de ahí la confusión que se dio más tarde en el corrido al<br />

llamarle Hipólito) tomó la costumbre de visitar a Rosita los domingos<br />

en Saltillo con tal constancia que entre los conocidos de la joven llegó a<br />

hablarse de una posible boda.<br />

Hagamos una pausa a este resumen del relato de don Óscar por una<br />

importante consideración. ¿Qué le sucede a una joven cuando por<br />

necesidad tiene que viajar constantemente y dedicarse al comercio? De ser<br />

tímida y reservada, como cualquier muchacha de la época, al interactuar<br />

con diferentes tipos de personas y moverse continuamente por diferentes<br />

lugares, no solamente desarrolló un carácter más extrovertido y aumentó<br />

su confianza, se volvió una mujer codiciada.<br />

Al parecer conoció a Leopoldo cuando apenas empezaba a reemplazar a<br />

su padre en esos viajes de comercio. Acaso lo hizo para sentirse protegida<br />

como mujer joven y desamparada que era en ese momento y aceptó la<br />

protección que le brindaba El Polito, quien después de todo era originario<br />

de Concha. Pero al volverse una mujer más conocida e ir fortaleciendo<br />

su carácter con el trato diario a sus clientes y proveedores, no resultó<br />

extraño que comenzara a ver muy poca cosa a Leopoldo y más aún si, en<br />

vista de su propia prosperidad, empezaba a ser cortejada por los hombres<br />

pudientes de la sociedad de Saltillo. Es fácil imaginar que la adolescente<br />

tímida que no se separaba de la sombra de don Atenógenes se volviera<br />

una hembra de recio carácter, completamente dueña de sus encantos y con<br />

todos los recursos de la seducción al alcance de su mano. Sólo de ese modo<br />

se explica que haya incurrido en el desafío de irse a un baile en domingo<br />

a sabiendas de que era el día en que su novio la visitaba.<br />

El corrido por un lado y el texto de don Óscar por el otro no nos dicen<br />

mucho sobre quién era El Polito, pero si vemos un poco el contexto de la<br />

época (fines del siglo XIX) no es difícil sacar algunas deducciones. Antes<br />

del auge de los ferrocarriles, eran comunes las largas caravanas que<br />

atravesaban las principales rutas de comercio del país llevando y trayendo<br />

mercancías. El bandolerismo abundaba y las caravanas tenían que ser<br />

custodiadas por jinetes bien armados, ya sea que los proporcionara la<br />

compañía de diligencias que ofrecía sus servicios a los comerciantes o se<br />

tratara de parientes, amigos o socios de estos mismos comerciantes. Es<br />

fácil deducir que Leopoldo le ofreciera a Rosita al principio sus servicios<br />

como escolta y, en el cotidiano trajín de un pueblo a otro, naciera entre<br />

109


ellos el afecto. Seguramente Polito era buen jinete, excelente tirador, tal vez<br />

un poco mayor que Rosita, fuerte, varonil y, seguramente con todas esas<br />

prendas, logró conquistar a la jovencita de apenas diecinueve años.<br />

Queda la sospecha de que Leopoldo, retenido en Concha por su trabajo,<br />

no captó a tiempo los rápidos cambios que se operaban en la tímida<br />

jovencita que ahora quería vestirse mejor, peinarse con más elegancia,<br />

pintarse y perfumarse y, además, había aprendido a bailar los valses y<br />

las tonadas populares de moda. Polito, que sólo la veía los fines de<br />

semana, no tenía tiempo para eso, siempre montado a caballo, cuidando<br />

mercancías de pueblo en pueblo, a veces desvelado por enfrentar indios o<br />

bandoleros, vestido con sencillez, quizá no tenía tiempo para aprender los<br />

más elementales pasos de baile. Esto seguramente impacientaba a Rosita,<br />

quien prefirió buscarse otras parejas con las cuales asistir a los bailes a los<br />

que era continuamente invitada.<br />

Así se explica el reto temerario a ojos de doña Juana María de que Rosita<br />

se fuera al baile ese domingo, a sabiendas de la presencia de Leopoldo.<br />

Rompiendo su acostumbrado silencio de viuda resignada, juntó todo su aplomo<br />

para cerrarle a su hija el camino a la puerta:<br />

—Esta noche no sales.<br />

Rosita miró a su madre con una mezcla de sorpresa y compasión. La hizo<br />

a un lado suavemente y le dijo con un sarcasmo que sinceramente hirió a<br />

doña Juana María:<br />

—Mamá, no tengo la culpa que me gusten los bailes.<br />

Y dejando en el aire un perfumado olor a rosas cruzó la puerta y salió<br />

a la calle. Leopoldo posiblemente estaba afuera, esperando a verla salir.<br />

No le faltaron amigos o compañeros de su oficio que le informaran de las<br />

frecuentes salidas de Rosita y de su animada vida social. Uno de ellos lo<br />

acompañaba esa noche, aunque éste lo hacía no tanto por complicidad<br />

o solidaridad con Polito, sino por negocios. La caravana de productos de<br />

Rosita se había incrementado y ella había tenido necesidad de contratar<br />

a más escoltas. Leopoldo le pidió ayuda a un amigo suyo, hombre casado,<br />

quien aceptó ese peligroso trabajo en vista de que su familia seguía<br />

creciendo. Le urgía el dinero y Rosita, distraída por el brillo social, no<br />

siempre pagaba a tiempo. Con el pretexto de sacarla a bailar, Leopoldo<br />

no solamente iba a arreglar sus asuntos sentimentales, sino también los<br />

financieros. “La sacas a bailar —le dijo su amigo— y no la dejes hasta que<br />

nos pague”.<br />

Guardando su distancia, la siguieron hasta donde iba a ser el baile. El lugar<br />

era una antigua huerta que tenía una parte protegida por una enramada.<br />

La planilla del baile estaba cubierta por una enorme lona. Alrededor se<br />

110


distribuían las mesas iluminadas a tramos por lámparas de petróleo. Las<br />

mujeres iban vestidas de largo y los hombres de traje con polainas. Había<br />

una orquesta que tocaba valses y corridos populares. Leopoldo y su amigo<br />

tuvieron algunas dificultades para entrar, pues no tenían invitación. Polito<br />

fue reconocido por algunos amigos de Rosita, quienes identificaron en él al<br />

novio de la muchacha y así los dejaron entrar, pese a que no iban vestidos<br />

para la ocasión. También por eso mismo no les pidieron que dejaran sus<br />

armas: eran gente de confianza. Tomaron asiento en una mesa cercana a la<br />

planilla del baile. No tardaron en reconocer a Rosita. Bailaba un vals con<br />

el señor Arizpe, un hombre maduro cargado de anillos y fistoles, quien la<br />

pretendía y le había hecho generosos regalos. Al terminar la pieza, Rosita<br />

volvió a su asiento. Polito se le acercó y le dijo:<br />

—Rosita, ¿me concedes la siguiente?<br />

Ella lo miró en silencio sin levantarse de su lugar. Su rostro estaba muy<br />

serio. Clavó su mirada en los ojos del muchacho con una carga de desprecio<br />

que ninguna mula arriera se atrevería a cargar. Lo barrió de arriba abajo.<br />

—¿Y tú qué haces aquí? —preguntó.<br />

Como una ola que se levanta o un amenazante zumbar de abejas,<br />

Leopoldo escuchó a sus espaldas el murmullo de la gente que los veía. El<br />

hombre se encorvó un poco para decir en voz baja:<br />

—Rosita, no me desaires. La gente lo va a notar.<br />

Rosita recorrió el lugar con la mirada y confirmó que en efecto los demás<br />

murmuraban. Se levantó de golpe, encarando a Leopoldo.<br />

—Contigo no he de bailar.<br />

Se dio la media vuelta al momento en que empezaba a tocar la orquesta<br />

a la señal de uno de los anfitriones para distraer a los invitados de la<br />

incómoda escena. Rosita, indignada, iba caminando hacia la salida cuando<br />

de pronto el señor Blázquez, uno de los hombres más ricos de Saltillo, se<br />

levantó de su asiento para tratar de tranquilizarla. Le obsequió su pañuelo.<br />

Rosita hizo el ademán de limpiarse un par de lágrimas y aceptó bailar.<br />

Leopoldo regresó con su amigo, quien lo esperaba impaciente.<br />

—No permitas que te haga eso. La última vez que una vieja me desairó<br />

si vieras la chinga que le puse. Nos debe dinero, que no se haga ahora la<br />

elegante.<br />

—¿Qué hago? —preguntó Leopoldo.<br />

—Vuelve a sacarla a bailar y si no quiere hacerte caso, le haces lo que le<br />

hice yo a mi vieja: le arrié de cachazos.<br />

La pieza terminó y Rosita regresó a su silla. Leopoldo se le acercó.<br />

—Rosita…<br />

Ella se volvió a levantar y haciendo como si no lo hubiera escuchado<br />

111


entabló una plática muy cerrada con un joven elegante que era miembro<br />

del Casino de Saltillo y que estaba ofreciendo llevarla de paseo. Polito<br />

le grito, pero ella siguió ignorándolo. Volvió la orquesta y Leopoldo se<br />

quedó hecho un estúpido en medio de las parejas de baile. Su amigo<br />

también irritado se levantó de su asiento e hizo con las manos el ademán<br />

de quien agarra una cabeza a cachazos. Polito indeciso sacó la pistola, la<br />

miró, miró a Rosita que bailaba muy alegre con el catrincito. Ella se dejaba<br />

decir cosas al oído y soltaba la carcajada. Leopoldo no lo pensó dos veces.<br />

Caminó hacia donde bailaba Rosita y de un empujón separó al catrín. Con<br />

pistola en mano la encaró. Los crueles ojos de Rosita lo miraron, pero aún<br />

así era muy hermosa. Leopoldo no se atrevió a arruinar la perfecta imagen<br />

desfigurándola con la cacha de la pistola.<br />

Retrocedió unos pasos. Hizo el ademán de devolver el arma a su funda,<br />

cuando escuchó que Rosita le dijo:<br />

—Estúpido. Ni siquiera sabes bailar.<br />

Y el pecho de Rosita recibió tres impactos de bala.<br />

112<br />

* * *<br />

Durante el funeral, doña Juana María conversaba con el cura:<br />

—Mire lo que son las cosas, padre. Acabo de hablar con el médico y<br />

según ese sabio varón mi hija estaba de suerte.<br />

—¿Cómo, doña Juanita? Rosita está en el cielo dándole cuenta al Creador,<br />

mientras Polito está en la cárcel rindiendo su declaración.<br />

—Sí, padre, pero ya sabe cómo es el doctor. Me dijo que Rosita estuvo de<br />

suerte porque de tres tiros que le dieron nomás uno era de muerte.<br />

—Sí, ¿verdad? —agregó el señor cura—. Y pensar que Polito presumió<br />

siempre de tener tan buena puntería.


Un “dormido” muy despierto<br />

Como todas las grandes gestas históricas, la intervención norteamericana<br />

tuvo curiosos episodios y personajes pintorescos. Nuestro siguiente<br />

personaje saltillense es Braulio (o Melitón) Flores, alias el Rey Dormido,<br />

bravucón y juerguista. De día este personaje estaba al frente de un pequeño<br />

puesto de dulces, ante el cual, en vista de sus excesos nocturnos, echaba<br />

de vez en cuando una pestañeada. De estas cabeceadas algunos derivan<br />

su célebre apodo. Él decidió combatir al ejército norteamericano, durante<br />

la ocupación de Saltillo, de una manera muy original.<br />

113


En aquella época el alumbrado público de Saltillo se limitaba a la Plaza<br />

de Armas y a las calles inmediatas, y eso, por dos o tres horas a lo sumo,<br />

mientras se consumían las velas de sebo puestas en los faroles. Más<br />

tarde, todo quedaba en tinieblas, que sin embargo, no incomodaban a los<br />

vecinos honrados, pues nadie salía de casa después de la queda, y menos<br />

en aquellos tiempos de inquietudes y peligros. Y la oscuridad era más<br />

profunda, naturalmente, en las torcidas callejas de los barrios, cruzadas por<br />

los arroyos del Ojo de Agua, de la Tórtola y del Muerto, y en la calle de<br />

los Sauces, donde vivían las mozas del partido. En tales sitios, y a favor de<br />

las sombras, desarrollaba sus tragedias el Rey Dormido. De acuerdo con<br />

amigos de confianza, y empleando el señuelo de mujerzuelas pintadas y<br />

rabicortas, atraía a los yanquis hacia lugares convenidos, y en medio del<br />

amor y del vino, los mataba a puñaladas, los enterraba en las fosas abiertas<br />

de antemano, y él y sus amigos continuaban alegremente la juerga. 81<br />

De ese modo Braulio (o Melitón) Flores mató soldados gringos hasta que fue<br />

capturado, escapó y después fue nuevamente aprehendido por la justicia<br />

mexicana al cometer un homicidio en un pleito de cantina. Hasta aquí su<br />

historia no sería muy diferente de la de muchos juerguistas pendencieros<br />

si no fuera por la original forma como cumplió su condena: plantando y<br />

cuidando los árboles de nuestra Alameda. 82<br />

Corresponde al historiador Carlos Recio Dávila (n. Saltillo, 1961)<br />

descubrir que nuestro saltillense Rey Dormido también tuvo sus andanzas<br />

en Francia, gracias a que la escritora francesa Germaine Boué lo convirtió<br />

en personaje de un relato que publicó en la revista decimonónica Le<br />

Monde lllustré (El Mundo Ilustrado). El texto fue publicado en París, en<br />

1862, cuando las tropas francesas de Napoleón III invadían México para<br />

establecer el imperio de Maximiliano de Absburgo. Recio Dávila, traductor<br />

de la escritora francesa, hizo algunas observaciones sobre el relato y los<br />

distintos tratamientos, posteriores al de Tomás Berlanga en 1922, que el<br />

personaje ha tenido por varios autores saltillenses. 83<br />

81 “El Rey Dormido” en José García Rodríguez, Entre historias y consejas. Anécdotas de la vida<br />

en Saltillo. Editorial Stylo, México, 1949, pp. 69-70.<br />

82 Tomás Berlanga, Monografía histórica de la ciudad de Saltillo, edición del Gobierno del Estado<br />

dedicada por el general D. Arnulfo González al VII Congreso Médico Nacional celebrado en<br />

Saltillo, Imprenta y Litografía Americana, Monterrey, 1922, pp. 131-132.<br />

83 Tomado de “El Rey Dormido, un saltillense en Le Monde Ilustré” (traducción y nota de Carlos<br />

Recio Dávila de una serie de cuatro entregas del relato de Germaine Boué publicado en París el<br />

6 de diciembre de 1862) Gazeta del Saltillo, Órgano de difusión del Archivo Municipal de Saltillo,<br />

Año IX, Núm. 2, Nueva época, Febrero de 2007, primera entrega de una serie de cuatro.<br />

114


La esquina de Agustín Jaime<br />

Quedamos en que el corrido es épico, a ratos dramático, pero siempre es<br />

sintético y ágil, al mismo tiempo afín al periodismo, en su modalidad de<br />

crónica, y de nota roja, sin desdeñar algunos inevitables ribetes líricos.<br />

Inmortalizado en otro corrido que hizo famoso Lalo González el Piporro,<br />

Agustín Jaime (1913-1931) fue víctima de una intriga, que ahora podría<br />

pasar por detectivesca y de la cual el célebre corrido ofrece claves para<br />

quienes las sepan interpretar. 84 A los 18 años de edad, Agustín Jaime se<br />

convirtió en elemento de la policía y, en cumplimiento de su deber, desarmó<br />

84 El corrido de Agustín Jaime se atribuye a la inspiración de los hermanos Bernardo y Estanislao<br />

Molina, vecinos del barrio Topo Chico. Al parecer Bernardo laboró como locutor en Monterrey<br />

y Estanislao radicó en San Luis Potosí. En diversos cancioneros el corrido aparece simplemente<br />

como del dominio público. Acaso porque no todos los compositores se preocupan por registrar<br />

sus obras ni creen que puedan obtener de ellas regalías. Esta actitud resultaba muy provechosa<br />

para las compañías disqueras, antes de que el Internet permitiera bajar música gratuitamente<br />

de la red (otra forma novedosa e imprevista de cómo Agustín Jaime sigue bajando).<br />

115


a un militar borracho que amenazaba con su pistola a un compañero de<br />

parranda. Esto fue en la cantina denominada “El Columpio”, propiedad<br />

de don Francisco Cepeda Gil, ubicada en la calle de Múzquiz, entre<br />

Centenario y Matamoros, y que era atendida por el mismo don Pancho: un<br />

hombre alto, de ojos claros y tez blanca. La barra de “El Columpio” era de<br />

color verde agua marina.<br />

¿Homicidio calificado? ¿Homicidio en riña? No se ha encontrado el<br />

expediente que aclare si fue Pedro Arredondo o Antonio Ballesteros el autor<br />

del crimen. 85 Por el alboroto que había en la cantina, el comandante de la<br />

policía municipal, Genaro Gutiérrez, comisionó al policía Pedro Arredondo,<br />

alias “el Chícharo”, para que fuera a calmar los ánimos. Personas que<br />

todavía hace algunos años radicaban por la calle de Múzquiz narraron a<br />

la Agencia SIP que Agustín Jaime fue asesinado por Antonio Ballesteros,<br />

quien después huyó por la calle Matamoros hacia el sur, escapando por<br />

una vecindad que también tenía salida de por la calle Centenario. Otras<br />

versiones aseguran que el asesino fue Pedro Arredondo, contratado por<br />

Ballesteros, quien al parecer tenía grado de teniente y, por contar con<br />

influencias, ordenó al comandante de la policía, Genaro Gutiérrez,<br />

que despachara a Agustín Jaime. No faltó quien afirmara que Arredondo<br />

esperó a Agustín afuera de la cantina y desde su caballo le disparó por la<br />

espalda. El joven policía quedó tendido sobre un charco de sangre.<br />

Visto el caso con la perspectiva que dan los años —y a la luz de otros<br />

muchos sucesos similares ocurridos con posterioridad, para no hablar de<br />

los que actualmente nos aquejan— Agustín Jaime padeció la paradoja<br />

de ser víctima de su propia gente. Ya lo decía uno de los presocráticos:<br />

“Nos cuidamos de los enemigos, pero no de los amigos”. Quien mejor te<br />

conoce es quien más fácilmente te puede chingar (esto proviene más bien<br />

de la sabiduría conyugal). La noche del 25 de diciembre de 1931, Agustín<br />

Jaime caminó herido por la calle de Múzquiz y cayó frente a otra cantina<br />

que se denominaba “El Huizache”. De ese lugar fue trasladado al antiguo<br />

Hospital de los Ferrocarriles, ahora edificio del Archivo Municipal de Saltillo.<br />

Jaime fue velado en casa de sus padres y no “en case Joaquina”,<br />

como lo menciona el corrido, lo cual nos llevaría a otra clave pendiente de<br />

solución.<br />

“Ah, que pelao tan borracho. Le decían el Corcho. Agarraba la botea y zas<br />

a’i se quedaba, pegao”, apuntan Óscar Pulido y Eulalio González Piporro<br />

85 Juan Vázquez Ruiz y Juan Bosco Tovar Grimaldo, “Agustín Jaime hizo del amor tragedia y<br />

muerte” en Reportaje SIP (Director: Carlos Robles Nava), Año 8, Núm. 89, Saltillo, Noviembre de<br />

2005, pp. 6-9. Hemeroteca del Archivo Municipal de Saltillo.<br />

116


en un célebre dueto del corrido de Agustín Jaime. 86 Pulido comenta que<br />

a Jaime, como era muy paseador, lo mataron en “La Paseada”, dando a<br />

entender que ese era el nombre de la cantina. Como podemos ver, la vox<br />

populi sigue trabajando sus obras en forma indefinida. Para quienes no<br />

conocieron la verdadera historia de Agustín Jaime, el corrido deja la idea<br />

de un típico borracho norteño enamorado y fanfarrón y no de un modesto<br />

policía que murió por cumplir con su deber. En la calle de Nicolás Bravo,<br />

casi esquina con Juan Antonio de la Fuente, hay una placa en azulejo que<br />

le rinde homenaje.<br />

Sobre la María García mencionada en el corrido no se sabe gran cosa.<br />

Hay quien asegura que la novia de Agustín Jaime se llamaba Guadalupe.<br />

Agustín efectivamente bajaba por calles de Bravo —según el reportaje<br />

de la Agencia SIP—, pues llevaba a su novia a cenar a un restaurante<br />

denominado “La Ciudadela”, que se ubicaba en la esquina de Matamoros<br />

y Múzquiz, donde Jaime se hacía notorio depositando monedas en la<br />

radiola. Su canción favorita era “Mi Ranchito” del compositor saltillense<br />

Felipe Valdés Leal.<br />

El caballo “entendido que a señas le hablaba” era yegua. La conducta<br />

obediente del equino corresponde a lo que se menciona en el corrido,<br />

según lo confirma un testimonio otorgado por Aurora Jaime, hermana de<br />

Agustín. Paradójicamente, a los treinta días de la muerte de Agustín, un<br />

hijo de Pedro Arredondo murió atropellado por un vehículo del ejército en<br />

la calle Victoria. 87<br />

86 Dueto de Óscar Pulido y el Piporro en la película Cuidado con el amor (Miguel Zacarías,<br />

1954).<br />

87 Francisco Ramos Aguirre, Rosita Alvírez, Agustín Jaime y sus corridos. Sin lugar de publicación,<br />

1997 (Serie “Folletos”) p. 23. Francisco Ramos Aguirre (Saltillo, 1953), escritor y maestro<br />

investigador, autor de 21 libros de distintos géneros. En crónica escribió Memorias de esos<br />

tiempos (1994) y Allá por el Norte (2003). Rosita Alvires, Agustín Jaime y sus corridos forma<br />

parte de sus folletos sobre la cultura de México. Al parecer este autor radica en Tamaulipas<br />

donde estudió Medicina Veterinaria (1977), Licenciatura en Español (1991) y la especialidad<br />

en Historia de México (2002).<br />

117


Un loco muy sensato<br />

Notemos la diversidad de estos personajes pintorescos. Acaso uno de los más<br />

singulares sea Adrián Rodríguez, a quien le tocó vivir en su adolescencia la<br />

Revolución Mexicana. Fue masón en su juventud, rector de la Universidad<br />

Universo, fundada por él mismo y —cercano en su manía de idear planes,<br />

dentro de una especie de locura con método a lo García de Letona— 88 se le<br />

conocía como “El loco de los manifiestos” y se autonombraba presidente<br />

vitalicio de la República Mexicana. Siempre conservó su ansia por mejorar<br />

el mundo y sacarlo de su ingenuidad. “Yo ya no quiero hablar —decía<br />

Adrián— porque van a plagiar mis descubrimientos. Ya ves lo que pasó la<br />

otra vez, yo fui el que inició en mi casa reuniones de gente interesada en<br />

ayudar a la paz mundial y me copiaron los gringos la idea, y fundaron la<br />

cosa esa de las Naciones Unidas; el Himno de la Paz que usa el Vaticano<br />

también me lo copiaron a mí”. 89<br />

En esta actitud, Adrián cuenta con la involuntaria solidaridad del ex<br />

gobernador Óscar Flores Tapia, quien acusó a García Márquez de copiarlo,<br />

actitud que por cierto es más frecuente de lo que pudiera sospecharse.<br />

¿Cuántos saltillenses con pretensiones intelectuales no tienen por ahí una<br />

idea a la que resguardan con el mismo celo que un padre autoritario la<br />

virginidad de sus hijas? 90 Si las ideas son manoseadas por otros pierden<br />

para los saltillenses todo su valor, aunque los otros —duela reconocerlo—<br />

les saquen mejor provecho. ¿O no, don Óscar?<br />

Volviendo a Adrián Rodríguez, este personaje fue encarcelado varias<br />

veces acusado de anárquico: Líder Único de Ciudadanos no Votantes<br />

(mientras el abstencionismo siga siendo mayoría) que encabezó desde<br />

1929 en que se dice que desató su locura el fraude electoral del PNR. Se<br />

consideraba a sí mismo un economista non. Publicaba periódicamente<br />

88 José María García de Letona, cuya historia citamos en otro lugar de este libro. No confundir<br />

con José María de Letona (1779-1882) gobernador del estado de Coahuila y Texas.<br />

89 “Adrián Rodríguez y su… ¿pensamiento?”, entrevista de Martha Guadalupe Cárdenas con el<br />

personaje en ABC, Periódico Semanal Independiente. Editado por estudiantes de la Universidad<br />

Autónoma del Noreste (UANE), Año I, Núm. 6, Saltillo, 8 de noviembre de 1976, p. 8.<br />

90 Y con los mismos decepcionantes resultados, me temo.<br />

119


volantes y los distribuía entre la clase intelectual. 91 Decretaba “Urbi et<br />

Orbi” 92 extravagantes postulados en sus famosos axiomas “Niño farolito”,<br />

“Columna universal de la paz” y “Banco público”. En este último exhortaba<br />

a cada habitante de la ciudad para que depositara en su acera 40 centavos:<br />

“Aquel a quien le sobre el dinero, que lo tire a la calle; aquel que lo necesite<br />

simplemente que lo levante”.<br />

Además de la Universidad Universo, Adrián postuló la “Ciudad Lux”, un<br />

conjunto urbano que abarcaría Saltillo, Arteaga y Ramos Arizpe. Remito al<br />

lector al libro Universidad Universo de Ángel Sánchez. Ese libro más que<br />

un testimonio histórico parece un síntoma póstumo de la locura de don<br />

Adrián. 93<br />

El cadáver del Economista Non amaneció en 1990 junto a las puertas<br />

del Palacio de Gobierno. Podemos considerar que ese acto fue la última y<br />

más contundente de sus proclamas: su cuerpo como ofrenda en la Plaza<br />

de Armas de Saltillo. La plaza de los cuatro poderes del cielo y de la tierra,<br />

según la nombraba: la Catedral, al Este; el Palacio de Gobierno, al Oeste;<br />

y, además, en aquel tiempo se encontraban un Banco al Norte y las oficinas<br />

del Partido Revolucionario Institucional al Sur. “Saltillo era otro. Hoy sus<br />

locos son anónimos y carecen de ambiciones universales”. 94<br />

91 Cuenta la leyenda que uno de estos manifiestos plagados de incoherencias y absurdos<br />

deliberados llamó la atención y fue comentado por Carlos Monsiváis en su sección “Por mi<br />

madre bohemios”.<br />

92 “A la ciudad y al mundo”.<br />

93 Ángel Sánchez, Universidad Universo, Archivo Municipal de Saltillo, 1992.<br />

94 Carlos Fernando Garza Dávila (Saltillo, 1972), “Don Adrián” Gazeta del Saltillo. Órgano de<br />

difusión del Archivo Municipal, año III, número 2, nueva época, febrero de 2001, p. 10.<br />

120


Nacen actores, mueren teatros<br />

LOS SOLER, SALTILLENSES TANGENCIALES<br />

Víctor Arámbula (1942-1997) compartió conmigo la siguiente anécdota<br />

en 1991. En un arrebato de sinceridad norteña, Andrés Soler (1898-<br />

1969) refirió en una entrevista al actor saltillense que la experiencia más<br />

desagradable de su carrera se presentó cuando su compañía tuvo que<br />

actuar en una ciudad del norte del país, a cero grados y en un teatro de<br />

mala muerte. A la tercera función, el público dejó de asistir y la compañía<br />

tuvo que suspender sus presentaciones. Ese teatro se llamaba Obreros del<br />

Progreso, local que en Saltillo sigue ostentando el mismo nombre, pero<br />

ahora se dedica al apasionante deporte de los costalazos.<br />

Los hermanos Fernando (1896-1979) y Andrés Soler nacieron en Saltillo<br />

con dos años de diferencia, pero no residieron en la ciudad. Por azares<br />

de las giras, la madre de los Soler acabó pariéndolos en el mismo lugar,<br />

pero en cuanto los tuvo en brazos agarró camino. Eso no fue un obstáculo<br />

121


para que en las películas, a la hora de interpretar tipos norteños, los Soler<br />

adoptaran el modo de hablar y un léxico más característicos del saltillense<br />

que del regiomontano o de cualquier otro habitante de la frontera norte.<br />

Véanse La oveja negra (1949), de Ismael Rodríguez, en lo que atañe a<br />

don Fernando, y Los tres alegres compadres (1952), de Julián Soler, con<br />

respecto a don Andrés.<br />

Hay personalidades de la escena cuya relación con Saltillo ha sido más<br />

bien tangencial o fortuita como en este caso.<br />

EL LOCO DIOS Y OTROS LOCOS<br />

Dejemos de lado la opinión de sicoanalistas, siquiatras, similares y conexos<br />

y tomemos el término “loco” desde el punto de vista de la vox populi. Si<br />

somos observadores, encontraremos que el término, más que referirse<br />

a lo que se conoce como “enfermedad mental”, se utiliza en realidad<br />

como esa especie de cajón de sastre o desván lleno de trebejos donde la<br />

sociedad echa aquellas conductas que contravienen, critican o denostan<br />

convenciones sociales de una determinada época o lugar.<br />

Esa “dorada medianía”, que tanto halagaba al poeta latino Horacio, tiene<br />

también su lado hostil. Todo lo que rebasa los modestos alcances de su<br />

escala no es visto como el nuevo punto extremo que obligaría a reformular<br />

los parámetros convencionales y admitir que la tierra no es el centro del<br />

universo, sino que gira alrededor del sol. Imagínense la quemadota que se dio<br />

Copérnico en su época al postular semejante idea ante sus contemporáneos,<br />

quienes veían con toda tranquilidad salir y ponerse el sol todos los días.<br />

No hablemos de cómo le fue después a Galileo hablando de quemadas,<br />

y Colón insistiendo ante los reyes Católicos en que la tierra no era plana<br />

y que los huevos (los de gallina, se entiende) se podían parar sin quedar<br />

estrellados. “Están locos”, les respondían, a pesar de que no faltó quién les<br />

creyera y los apoyara en sus empresas. Hasta nuestro Panchito Madero,<br />

con sólo declarar que don Porfirio ya estaba muy viejo para seguir en la<br />

silla, fue declarado loco (y loco rematado, pero por Victoriano Huerta).<br />

Aquí me refiero a esa persona que es juzgada como demente por su<br />

excepcional talento o su sobresaliente inteligencia. Al individuo que ha<br />

tenido la mala suerte de surgir en un contexto poco favorable o francamente<br />

122


adverso, donde su mensaje no sólo no es comprendido, sino que llega a<br />

ser ridiculizado, atacado y censurado o, en el menor de los casos, visto con<br />

una compasiva indiferencia.<br />

Esta última actitud parece haber sido recurrente entre los habitantes<br />

de Saltillo, ciudad que presume de tener muchos locos y algunos incluso<br />

podrían presumir de cultos y hasta económicamente productivos. No<br />

necesariamente son locos de camisa de fuerza. Podrían hasta llevar traje de<br />

casimir e incluso tener un trabajo común y corriente (es decir, mal pagado)<br />

como cualquier otro individuo considerado cuerdo.<br />

¿En qué consiste entonces que a alguien se le califique de loco? ¿Cuál<br />

es el rasgo de su conducta que hace que los demás pinten su raya y lo<br />

señalen con dedo flamígero?<br />

Encontré una respuesta de las muchas posibles en una obra de teatro<br />

titulada El loco Dios (1900). Esta pieza es una presencia recurrente en la historia<br />

del teatro saltillense. Según el testimonio de varios cronistas locales, cada<br />

que se anunciaba El loco Dios en la capital de Coahuila los teatros ardían.<br />

Desde el Acuña, hecho enteramente de madera, hasta el García Carrillo,<br />

que se creía a prueba de incendios. 95 La mayoría de los cronistas saltillenses<br />

exponen la hipótesis de que el contenido de la mencionada pieza era a tal<br />

punto herético que los espectadores terminaban improvisando su propio<br />

auto de fe. Me llamó la atención el detalle de que ningún cronista de estos<br />

deslumbrantes siniestros explique el argumento de la obra, cuyo autor,<br />

José Echegaray (1832-1916) fue un español que tuvo incluso el honor<br />

de recibir uno de los primeros premios Nóbel otorgados por la Academia<br />

Sueca. 96<br />

A pesar de la factura de la obra no faltó quien insinuara que era tan mala<br />

que el público expresaba su inconformidad con antorchas encendidas.<br />

Siempre me llamó la atención que en todas las menciones a la obra por<br />

parte de los cronistas locales éstos se abstuvieran de entrar en detalles<br />

sobre el texto teatral. ¿Qué tanto sabrían sobre él? ¿Acaso solamente<br />

95 El teatro Acuña estuvo en la calle de Abbott. Se inauguró el 5 de Mayo de 1886 con la<br />

representación del drama El pasado de Manuel Acuña. Fue destruido por un incendio el 24 de<br />

agosto de 1902. El teatro García Carrillo fue inaugurado en 1910 y ardió el 3 de septiembre<br />

de 1918. En ambos casos El loco Dios estaba en cartelera.<br />

96 Echegaray compartió en 1904 el Nóbel con el poeta provenzal Frédéric Mistral (1830-<br />

1914). Se han creado confusiones con respecto al autor del drama que provocó “disgustos y<br />

reclamos entre los saltillenses”. Incluso en libros como Saltillo insólito, de Jorge Fuentes Aguirre,<br />

se atribuye la autoría de El loco Dios al dramaturgo español Manuel Linares Rivas (1878-1938).<br />

Este dramaturgo es posterior y, aunque también es autor de dramas de chistera, ya pertenece<br />

a la escuela de Jacinto Benavente (1866-1954) y por lo tanto no pudo haber escrito El loco<br />

Dios.<br />

123


estaban influenciados por la crítica posterior a Echegaray? No hay que<br />

olvidar que tanto los modernistas, como los autores de la Generación del<br />

98, consideraron a Echegaray como un imitador de Calderón y sus obras<br />

fueron tildadas de “estupendos mamarrachos”.<br />

Me di a la tarea de buscar en las bibliotecas locales para ver si algún<br />

acervo guardaba tan siquiera un ejemplar de El loco Dios. No encontré<br />

rastro alguno en mi exhaustiva revisión de ficheros y anaqueles. ¿Qué<br />

había sido de El loco Dios? De tanto que pregunté a las bibliotecarias por<br />

ese título, en cuanto me veían entrar de nuevo, murmuraban: “Miren, ahí<br />

viene el loco que busca a Dios”. Y aunque ustedes no lo crean, y ellas<br />

mucho menos, lo encontré. ¿Dónde? En la biblioteca de la Universidad de<br />

California. 97<br />

¡Bendito Internet! Me ahorró el trabajoso viaje al otro lado de la frontera<br />

y pude descargar el texto, imprimirlo y leerlo. ¿Y qué creen? Ese loco Dios<br />

ni era Dios ni estaba loco. Era Gabriel, no el arcángel, sino el señor de<br />

Medina, un gachupín extravagante y lúcido que cortejaba a una viuda<br />

adinerada llamada —oh, López Velarde— Fuensanta.<br />

La obra pertenece a lo que podría considerarse teatro costumbrista, con<br />

algo que los críticos actuales recalificarían como una “pieza de tesis”. Un<br />

hombre presume de ser Dios para manifestar su superioridad intelectual<br />

y también para burlarse de la mediocre sociedad que lo rodea. Corteja y<br />

martiriza a la joven viuda que se sabe consciente de haberse casado muy<br />

joven con un hombre mucho mayor por simple y mezquino interés. Ahora<br />

ella tiene dinero y sus conocidos (el círculo que la frecuenta y de algún modo<br />

la protege) argumentan que Gabriel la corteja porque ella tiene dinero.<br />

Gabriel entonces decide emigrar a América para hacer fortuna. Regresa<br />

años más tarde, poseedor de una riqueza que supera a la de Fuensanta y<br />

se casa con ella. Nada de esto basta para eliminar la hostilidad que sienten<br />

hacia él los amigos de Fuensanta. Antes les irritaba y escandalizaba, ahora<br />

lo tratan con burla y desprecio porque está cediendo y quiere ser aceptado.<br />

El rechazo afecta inevitablemente la relación de pareja entre Gabriel y<br />

Fuensanta: ella cree haberse casado con un hombre, él insiste en que ella<br />

se ha unido a un Dios.<br />

Conforme iba leyendo, pensaba: “¿Así que esta pieza conturbaba a los<br />

saltillenses de principios del siglo XX?” Un loco que se crea Dios resultaría<br />

polémico y escandalizaría a más de cuatro incluso en esta época. ¿Hay<br />

distancia entre los espectadores saltillenses de entonces y los de ahora?<br />

97 José Echegaray, El loco Dios, drama en prosa en cuatro actos. Sociedad de Autores Españoles<br />

(octava edición), Madrid, 1907, 118 pp. Rescatado de la página de Internet de la Universidad<br />

de California http://www.archive.org/bookreader/ el 15 de febrero de 2011.<br />

124


La obra, aparte de compleja y densa, es larga. La escenificación, si he<br />

de juzgarla por el texto, podría durar alrededor de dos horas y media, sin<br />

contar los intermedios. ¿Qué teatrero local se atrevería a poner algo como<br />

esto y meterle una buena tijera? Eso para no hablar de que a los actores<br />

últimamente les da pereza memorizar parlamentos.<br />

Comparada con El pasado de Manuel Acuña, considerada todavía como<br />

la obra de teatro más importante escrita por un saltillense, las diferencias<br />

son enormes. La historia que cuenta Acuña es melodramática, sensiblera<br />

y teatralmente mucho más sencilla que la de Echegaray. Es una obra para<br />

hacer llorar a las señoras decentes y damiselas púdicas y exaltar en los<br />

varones el amor desinteresado y nada lujurioso. Las buenas conciencias<br />

la aceptan pese al sobresalto que provoca el tormentoso pasado de la<br />

protagonista. Nada de qué preocuparse. Por eso, Salvador Novo, quien la<br />

montó en Saltillo durante el centenario de Acuña, consideraba a El pasado<br />

como una sucesión de daguerrotipos de la época.<br />

Echegaray parece más moderno comparado con Acuña. Incluso anticipa<br />

algunos rasgos del teatro del absurdo, como ese personaje que habla<br />

mucho y no dice nada a la manera de Cantinflas o los de La cantante calva<br />

de Ionesco o esas encarnaciones extremas y, al mismo, tiempo cargadas de<br />

una tesis original, del teatro pánico que introdujo en la escena mexicana<br />

Alejandro Jodorowsky.<br />

El loco Dios me sorprendió gratamente. La obra termina con la novedad<br />

de que Gabriel, de tanto escuchar que se le tilda de loco, ha terminado por<br />

sucumbir ahora sí, al grado de que —en su divina misericordia— se apiada<br />

del ser más despreciado que conoce: el Diablo, razón por la cual condena a<br />

la casa de la viuda a ser purificada por el fuego terrenal y a la propia viuda<br />

con el fuego eterno.<br />

Los mediocres amigos de Fuensanta tratan de salvarlos, pero su esfuerzo<br />

es inútil. La pareja sucumbe y así termina la obra, pero el desastre no<br />

termina. ¿Eso quiere decir entonces que cada que en Saltillo se intentaba<br />

simular un incendio, a la hora de querer apagarlo no podían? ¿Pues a<br />

quién contrataban para encargarse de tales efectos especiales? A lo mejor<br />

ocupaban a algún personaje con una experiencia muy original en esos<br />

menesteres que padeciera en el fondo una anomalía muy común en<br />

nuestras tierras: la piromanía.<br />

Dudo mucho que el empresario teatral, el director de la compañía o el<br />

propio Echegaray insistieran en que el incendio con el que termina la<br />

obra fuera de verdad. Imagínense que en lugar de una quemazón el autor<br />

hubiera optado por un naufragio o por una avalancha. No creo que en<br />

aquella época, a falta del refinamiento tecnológico que ofrecen ahora el<br />

125


cine y la televisión, el público exigiera del teatro tan riguroso realismo.<br />

Tal vez a esto se deba la reserva de los antiguos cronistas con respecto<br />

al asunto. No resulta prudente andar difundiendo malas ideas y menos<br />

cuando los empresarios teatrales se negaban a pagar el seguro contra<br />

accidentes.<br />

Una última observación: decir que un autor, un director o una pieza<br />

están muy quemados, ¿no vendrá de la época de El loco Dios?


Jacobo M. Aguirre<br />

o cómo empedrar el cielo<br />

Hablemos de literatos del terruño. La aportación más célebre de Jacobo<br />

M. Aguirre (¿?-1910) a la literatura saltillense es algo que tal vez no se<br />

debiera considerarse digno de figurar en su obra literaria: ese epigrama<br />

que dijo entrado en copas. Cayó en un bache de la esquina que forman<br />

las calles de General Cepeda y Juárez. Se levantó —según lo consigna<br />

Pablo M. Cuéllar Valdés (1907-1981) en su Historia de la ciudad de Saltillo<br />

(1975)— y, después de sobarse la rodilla, don Jacobo exclamó:<br />

Mientras sea presidente Díaz<br />

y gobernador De Valle<br />

primero empiedran el cielo<br />

que esta maldita calle.<br />

Este no es el único desplante etílico atribuido a Jacobo M. Aguirre, a quien<br />

al parecer el alcohol le exaltaba el ingenio de manera muy caprichosa.<br />

Don José García Rodríguez cuenta como Jacobo M. Aguirre y su amigo<br />

Victoriano Ayala frecuentaban la Feria de Saltillo en una época en que<br />

127


tal feria estaba ya en decadencia y ellos acudían para embriagarse y<br />

participar en juegos de azar. Cierta tarde que estaban jugando a la ruleta,<br />

Jacobo ya muy ebrio y ante la indiferencia de Victoriano, quien escuchaba<br />

imperturbable los insultos que su compañero de farra le dirigía, decidió<br />

improvisar una nueva grosería.:<br />

—Tú eres un pa-ra-le-le-pí-pe-do —dijo Jacobo a Victoriano.<br />

Santo remedio. Ayala le rompió una silla en la cabeza a Jacobo. Conviene<br />

hacer aquí una observación. Este texto que podría haber figurado en el libro<br />

Entre historias y consejas. Anécdotas de la vida en Saltillo, obra de José<br />

García Rodríguez, publicada en 1949 por la editorial Stylo, no se encuentra<br />

incluido en ese volumen, pese a que no desentonaría con el conjunto.<br />

¿Qué motivos llevaron a don José García Rodríguez a no incluirlo en la<br />

colección? Misterio. Pero al final todo sale a flote. Este texto con el título de<br />

“La mayor injuria” se publicó en la revista cultural Casa de Coahuila, Año<br />

IV, Núm. 20 de marzo-abril de 1965. Acaso algún día alguien subsane esta<br />

omisión y lo reintegre al conjunto donde pertenece y del que seguramente<br />

llegó a formar parte en un principio. Porque independientemente de las<br />

simpatías y diferencias que don José y don Jacobo hayan tenido, el texto<br />

vale mucho la pena y de él se puede concluir que a veces tus enemigos, sin<br />

darse cuenta, te hacen los más grandes favores. El personaje Jacobo M.<br />

Aguirre es retratado en “La mayor injuria” con toda su gracia e ingenio.<br />

¿García Rodríguez trató de atacarlo? Quizá. Pero no importa.<br />

Por acuerdo de Praxedis de la Peña García (1848-1928), gobernador<br />

interino del estado, Jacobo M. Aguirre fue nombrado, en 1909, archivero<br />

general del estado, con objeto de que ordenara dicho acervo y recabara<br />

los datos conducentes para la formación de la historia de esta entidad<br />

federativa. 98 También fue diputado, secretario particular del gobernador<br />

Jesús de Valle, director del Periódico Oficial y, además, presidente del Club<br />

Reeleccionista Saltillense (1909-1910) en pro de Porfirio Díaz.<br />

José García Rodríguez (1872-1948) fue cronista de Saltillo, poeta,<br />

narrador, educador. Si enfocamos su labor como cuentista, tenemos que<br />

consignar que su libro Entre historias y consejas fue reseñado y celebrado<br />

ni más ni menos que por Salvador Novo y Mauricio Magdaleno. Sus<br />

restos descansan en la Rotonda de los Hombres Ilustres de Coahuila en el<br />

Panteón de Santiago.<br />

Más que por sus impecables trayectorias, estos dos hombres están<br />

relacionados por imágenes que parecieran sacadas de los cuadros de<br />

Magritte y Mondrian: unas piedras en el cielo y un paralelepípedo.<br />

98 Nombramiento de Jacobo M. Aguirre. AMS, PM, c 152/3, l 10, e 5, 1f.<br />

128


Las utopías de García de Letona<br />

¿Cuál es la actitud que tiene Saltillo frente a la historia y la cultura?<br />

La concepción de cultura e historia que tiene la ciudad la vuelve muy<br />

exigente. Se trabaja con mucho contexto. No cualquiera puede navegar<br />

en Saltillo con bandera de historiador o de gran escritor. Además de ser<br />

un intelectual, quien se pondere como hombre de letras tiene que ser un<br />

personaje público. Los saltillenses todavía respetamos y admiramos la<br />

decimonónica figura del orador.<br />

Artemio de Valle-Arizpe (1884-1961). Escritor con tema colonialista y de<br />

estilo barroco que podría considerarse por temperamento más un escritor<br />

del siglo XIX que del siglo XX. Fue hijo del gobernador Jesús de Valle de la<br />

Peña (1853-1938) quien, como ya sabemos, no empedró oportunamente<br />

las calles de Saltillo, pero sí incurrió en el prodigio de conseguir para su<br />

hijo el título de abogado, pese a no existir propiamente una carrera de<br />

Leyes en la ciudad, razón por la cual, según registra Vito Alessio Robles en<br />

sus Memorias, se debe considerar que Artemio de Valle-Arizpe ha sido el<br />

primer abogado que ha obtenido su título por decreto (y yo me pregunto:<br />

¿será el último?).<br />

A pesar de que Valle-Arizpe se formó intelectualmente fuera de Saltillo y<br />

escribió la mayor parte de su obra literaria en la Ciudad de México, por su<br />

129


temática, su estilo y su visión de la historia y de la sociedad mexicana, sólo<br />

pudo haber sido saltillense. Su prosa barroca, su gusto por la historia del<br />

virreinato, incluso su forma deliberadamente anacrónica de vivir lo ubican<br />

como un personaje más afín a la manera en que vivieron los saltillenses<br />

durante mucho tiempo.<br />

Hay que admitir que el arte de la oratoria, lo mismo que uno de sus<br />

sucedáneos, el arte de la conversación, es una de las joyas más apreciadas<br />

por los escritores saltillenses. Véase, si no, la caudalosa y rebuscada obra<br />

de Artemio de Valle-Arizpe. De la misma manera podríamos decir que<br />

“Ante un cadáver” de Acuña es una obra maestra de la oratoria fúnebre.<br />

Desafortunadamente no creo que haya un cadáver que aguante en buenas<br />

condiciones si se recita durante el funeral tan magistral serie de tercetos.<br />

Sobre todo en verano. El orador fúnebre debe ser breve y conciso: lo que<br />

realmente quieren escuchar los deudos es la lectura del testamento.<br />

En sus escritos, Artemio de Valle-Arizpe ha rendido homenaje a algunos<br />

de sus maestros, sobre todo a aquellos que destacaron como grandes<br />

conversadores y potentes oradores. Entre ellos vale la pena citar al escritor<br />

jalisciense Victoriano Salado Álvarez (1867-1931) y a don José María<br />

García de Letona (1860-1915), quien fuera maestro del joven Artemio en<br />

el Ateneo Fuente, en cuyas aulas el maestro García de Letona impartía las<br />

materias de Historia Universal y Literatura. Valle-Arizpe, entre otras cosas,<br />

apunta que los modelos de Letona tanto en la elocuencia como en el vestir<br />

eran Cánovas (1828-1897), Leopoldo Alas (1852-1901) y Castelar (1832-<br />

1899), personajes muy apreciados en su época. No en balde en saltillo una<br />

calle lleva el nombre de Emilio Castelar.<br />

El autor de La Güera Rodríguez (1949), al hacer el retrato de su maestro,<br />

señala que era un hombre fino y exquisito, de hablar terso, manos largas y<br />

cuidadas, vestido por lo general con un jacquet bien entallado y que podía<br />

conversar durante horas y horas porque, como padecía dispepsia, tenía<br />

que espaciar lo más posible el desayuno de la comida. También el maestro<br />

Letona era un apasionado del ajedrez, afición que, lo mismo que el estudio<br />

de las matemáticas, le provocaba jaqueca a Valle-Arizpe.<br />

En su texto sobre García de Letona, que originalmente prologó el volumen<br />

Estudios literarios (1934) de su maestro, don Artemio compendia cuál era<br />

la estética del discurso, según Letona. “¿Sencillez, simplicidad? ¡No, no!<br />

Mientras más riqueza y más ostentación, mejor, mucho mejor”. 99 Como<br />

dato curioso con respecto a este maestro del Ateneo, conviene recordar<br />

99 José García de Letona, Estudios Literarios (con juicios sobre el autor por sus discípulos don<br />

Miguel Alessio Robles y don Artemio de Valle-Arizpe), México, 1934, pp. 55-56.<br />

130


que, en 1983, Armando Fuentes Aguirre “Catón” publicó un extraño texto<br />

de García de Letona titulado Capítulos de un plan de defensa nacional<br />

contra una posible invasión norteamericana. En el prólogo, Fuentes Aguirre<br />

apunta que este texto circuló originalmente como una hoja volante impresa<br />

en un pliego grande de papel de china color rojo y que está fechado el 28<br />

de febrero de 1914. Sabemos que fue precisamente en ese año cuando los<br />

norteamericanos invadieron el puerto de Veracruz. El texto de Letona, al<br />

parecer, fue publicado cuando dicha invasión parecía inminente.<br />

En una primera lectura, el texto da la impresión de ser una propuesta<br />

delirante, muy semejante a aquellas soluciones que, según cita Quevedo<br />

en El Buscón, los llamados “Arbitristas” le proponen al rey para resolver los<br />

urgentes problemas del reino: atacar a Holanda por tierra secando el mar<br />

con esponjas, por ejemplo. Entre las estrategias de García de Letona para<br />

defendernos de una invasión de nuestros vecinos del norte, propone hacer<br />

grandes cultivos del mosquito propagador de la fiebre amarilla para soltar<br />

enjambres sobre los campamentos del ejército invasor y también vacunar<br />

contra la rabia a todos los habitantes de los poblados por donde pasara<br />

dicho ejército y, al mismo tiempo, inocular de rabia a los perros para que,<br />

cuando los soldados güeros tengan que meterse al campo a calzonear,<br />

estos perros les mordieran patrióticamente el trasero.<br />

García de Letona no expone sus originales argumentos con el mostrenco<br />

y pedestre estilo que, en aras de la brevedad, debo utilizar aquí. Por<br />

supuesto que no. Lo que García de Letona escribe tiene el exaltado tono<br />

de una exhortación que debiera decirse desde lo alto de una torre mientras<br />

se echan al vuelo las campanas.<br />

Desgraciadamente para los ardientes afanes de este insigne maestro<br />

y orador, no fue necesario ni que los intelectuales de los dos países<br />

intercedieran a favor de una solución incruenta (o pacífica) al conflicto<br />

(recuérdese que la invasión de 1914 obedeció en apariencia a que varios<br />

marinos norteamericanos fueron “injustamente” encarcelados en México)<br />

ni tampoco fue necesario volver a organizar las huestes de Pancho Villa<br />

ni pedirle a los japoneses que nos enviaran a los veteranos de su guerra<br />

contra Rusia ni electrificar las defensas de las principales ciudades del<br />

país ni propagar la fiebre amarilla ni la rabia ni, mucho menos, comprarle<br />

dirigibles al Conde Zeppelin. Lo único que se requirió para que los<br />

norteamericanos abandonaran Veracruz fue la renuncia del general<br />

Victoriano Huerta a la presidencia de la República.<br />

Pero, claro, algo tan anodino como la firma de un documento no estimula<br />

los resortes de la elocuencia como una flota de globos del Zeppelin sobre<br />

el limpísimo cielo veracruzano.<br />

131


“Este que ves engaño colorido”<br />

Aquella mañana de 1999, don Gustavo Espinosa Mireles, 100 hijo del precoz<br />

gobernador carrancista del estado de Coahuila, se levantó temprano de su<br />

suntuso tálamo hecho con auténticos palos del Brasil (sin alusiones pícaras,<br />

por favor). Se acicaló, tomó un ligero desayuno, leyó algunas páginas en<br />

el solemne atril en el que rezara ni más ni menos que el virrey Palafox y<br />

Mendoza, obispo de Puebla y arzobispo de la Nueva España. Más tarde,<br />

se santiguó rápidamente ante el crucifijo hecho con huesos de un mártir<br />

sacrificado por los itzaes en Guatemala, regalo de Francisco de la Maza, y<br />

tomó café con un amigo suyo que había venido directamente de la Ciudad<br />

de México a visitarlo: José Luis Martínez, director de la Academia Mexicana<br />

de la Lengua.<br />

Conversaron amenamente de sus años de juventud, de cuando José Luis<br />

y Gustavo, entonces jovenzuelos imberbes, acudían con Alí Chumacero al<br />

Café París a discutir sobre literatura con los intelectuales españoles del exilio.<br />

Otro de los que acudían a esa célebre tertulia era un joven poeta que se<br />

dedicaba en aquellos días al ingrato trabajo de quemar billetes maltratados<br />

y mugrosos en el Banco de México y que llegaba siempre acompañado de<br />

su mujer, “una güerilla hablantina, flaca y bastante insignificante”, que<br />

se llamaba Elena. Quién se iba a imaginar que, con el tiempo, ese joven<br />

escritor pobrísimo, aunque inteligente, iba a ser nuestro primer premio<br />

Nóbel de literatura.<br />

En esas remembranzas estaban enfrascados don José Luis y don Gustavo,<br />

cuando fueron abruptamente interrumpidos por la criada.<br />

—Ay, discúlpeme, señor. Me da una pena. Pero fíjese que en la puerta está<br />

un señor barbón, con pinta de camionero, acompañado de un montón de<br />

muchachos que parecen una banda de rateros. ¿Llamo a los gendarmes?<br />

—No, no, mujer de Dios. Hazlos pasar. ¿Qué no ves que son el maestro<br />

100 Gustavo Espinosa Mireles Rodríguez (1917-2009), aunque nació en Saltillo, estudió<br />

Economía y Ciencias Políticas en la UNAM y Sociología en las universidades de Georgetown<br />

en Washington y Columbia en Nueva York. Se desempeñó como docente de Economía en la<br />

Universidad Autónoma de Coahuila, donde también fue director de la Facultad de Filosofía y<br />

Letras de Saltillo. Fue miembro del Colegio Coahuilense de Investigaciones Históricas. Incursionó<br />

en el periodismo. Fue secretario particular del general Lázaro Cárdenas (entonces secretario de<br />

la Defensa Nacional), director de la Comisión Nacional de la Industria Azucarera y consejero<br />

de la Presidencia de la República. Rescató y durante mucho tiempo fue propietario del célebre<br />

cuadro de sor Juana Inés de la Cruz pintado por Juan de Miranda, obra que actualmente se<br />

encuentra en la Torre de Rectoría de la UNAM.<br />

133


Jesús de León y sus alumnos de la Escuela de Letras? Y ya te dije que no te<br />

preocupes. Nadie viene a visitarme sin haber hecho antes cita. Ah, pero eso<br />

sí, diles que se limpien los tenis y las botas vaqueras antes de entrar.<br />

Así fue como mis alumnos y yo fuimos recibidos en “La Casa de las Lilas”,<br />

que está en Arteaga. Casi me caigo de un desmayo al descubrir, después<br />

de un momento de vacilación, a quien estaba despidiendo don Gustavo<br />

antes de atendernos. ¿Y para qué habíamos llegado nosotros a aquella<br />

casa? Mis alumnos no me querían creer que don Gustavo Espinosa Mireles,<br />

quien fue uno de los directores de nuestra Facultad cuando yo estudié la<br />

carrera, había sido propietario del célebre retrato de sor Juana Inés de<br />

la Cruz, pintado por Juan de Miranda. Ellos me había dicho al unísono:<br />

“¿Pero cómo es posible que tengamos a semejante figurón al alcance de la<br />

mano? ¿Por qué no lo vamos a ver?” Y ahí me tienen arriando a mis alumnos<br />

muertos de curiosidad, como si los llevara al circo a ver un fenómeno. ¿O<br />

eso creerían?<br />

Don Gustavo nos guió por su casa, mostrándonos sus reliquias y<br />

ponderando su genealogía. Fue realmente difícil centrarlo en el tema del<br />

retrato de sor Juana, pero lo conseguimos.<br />

Lo que nos dijo en síntesis, fue lo siguiente:<br />

Sor Juana Inés de la Cruz profesó como monja jerónima gracias a un<br />

donativo de una de las hermanas Hurtado de Mendoza, antepasadas mías.<br />

Así lo dejó escrito el investigador Edmundo O’Gorman, quien dice haber<br />

encontrado unos papeles que lo afirman, los cuales yo no conozco ni he<br />

visto. El padre Tapia repite esa afirmación.<br />

El célebre retrato de sor Juana siempre estuvo en el convento de San<br />

Jerónimo. En el lienzo, ella aparece de pie, de tamaño natural. Ese retrato<br />

pertenecía al convento y está extraordinariamente conservado. Explicaré<br />

por qué. Cuando la persecución religiosa del gobierno de Calles, las<br />

monjas jerónimas tuvieron que salir del país, como el resto de las órdenes<br />

religiosas. Había comenzado la Guerra Cristera que, como todos saben, fue<br />

muy sangrienta. Alguna vez el general Cárdenas, de quien yo fui secretario<br />

particular durante doce años, me dijo: “Ese fue el error político más grande<br />

del general Calles: haber provocado las condiciones que iniciaron la Guerra<br />

Cristera”.<br />

La hermana menor de mi abuela materna era la segunda de las<br />

superioras del convento y la ecónoma era la madre Consuelo, hermana<br />

de José Vasconcelos. Ellas repartieron lo que había en el convento entre<br />

diversas familias, porque dadas las gravísimas circunstancias, ellas no te-<br />

134


nían dinero para irse a España.<br />

Mi tía, la monja Ana Hurtado de Mendoza, le pidió a mi padre que la<br />

ayudara económicamente. Le dijo: “Nosotras no tenemos en el convento<br />

más que unas cuantas cosas de valor, Gustavo, pero te dejamos en pago<br />

la pintura de sor Juana y una inmaculada bellísima, firmada por Andrés<br />

López y fechada en 1794”. Así llegó el retrato a poder de mi familia (estos<br />

datos los da el padre Tapia, quien vino desde Monterrey a entrevistarme<br />

para ratificar eso, después de haber pedido, incluso, datos a las monjas<br />

jerónimas en España).<br />

Tiempo después, cuando yo vivía enfrente del convento de Churubusco,<br />

en Coyoacán, todos los sorjuanistas me pedían permiso para ir a ver la<br />

pintura a mi casa y tomarle fotografías. Coincidieron en que aquel era el<br />

único retrato auténtico de sor Juana, o sea el único que le fue tomado del<br />

natural. Sabían ellos que de México había salido otro retrato. Ya las monjas<br />

viejas no me pudieron decir cuándo, no lo recordaban. Ni mi tía abuela que<br />

luego fue la superiora en Madrid y en México, una mujer inteligente, ni la<br />

madre Consuelo Vasconcelos. Hubo una americana, Dorothy Schons, que<br />

se llevó esa pintura de sor Juana, muy probablemente también propiedad<br />

del convento de jerónimas. Parece que está actualmente en un museo<br />

de Estados Unidos. Es el retrato más pequeño, busto solamente de Sor<br />

Juana.<br />

Estos son los dos retratos conocidos, pero la idea de las monjas y de los<br />

sorjuanistas es que el que se llevó Dorothy Schons es una copia del de<br />

Juan de Miranda. En una ocasión, desayunado con el gobernador Flores<br />

Tapia, invitó al señor Pompa y Pompa, director del Museo de Antropología<br />

de Chapultepec. Pompa y Pompa nos contó al gobernador y a mí que estaba<br />

colaborando con Margarita López Portillo, que estaba enamorada de la<br />

figura de sor Juana y que iba a escribir sobre ella. Entonces le pregunté<br />

si en su libro iba a aparecer el retrato de sor Juana. Pompa y Pompa, con<br />

toda su pompa, no tenía la menor idea de la existencia de aquella pintura,<br />

menos aún la señora López Portillo, pomposa como era. Pero tomó nota<br />

inmediatamente y por eso en el libro de esa mujer ya aparece fotografiado<br />

el cuadro de sor Juana.<br />

Margarita López Portillo inventó luego que en la excavación que había<br />

mandado hacer en el Antiguo Convento de San Jerónimo, siendo su<br />

hermano presidente, habían encontrado un cuerpo con el medallón y que<br />

era sor Juana, enterrada allí. Mentira. A todas las monjas las enterraban<br />

con sus medallones. Nada que pudiera identificar el cuerpo aquel<br />

precisamente como el de sor Juana.<br />

Aquí en mi casa, le dije al padre Tapia: “Mire, padre —y se sorprendió<br />

135


mucho—, yo todavía tengo un medallón que me regaló mi tía abuela,<br />

más antiguo que el que usaba sor Juana. Un medallón de las jerónimas<br />

del siglo XVI. Está bordado en hilos de plata y de oro. La carita de la<br />

imagen es pintura. Lo demás es plumería, fijada por los indios, que eran<br />

extraordinarios en hacer figuras pegando plumas de ave”. Le llamó mucho<br />

la atención al padre Tapia, es una verdadera curiosidad.<br />

Pero ya les digo, todas las jerónimas usaban el medallón con la imagen<br />

de su devoción. No una imagen igual todas. En el México antiguo, hasta la<br />

Colonia, y luego en los años de la Reforma y probablemente en las grandes<br />

familias del profiriato, se conservaba esa costumbre. Yo escuché eso de las<br />

devociones cuando era pequeño. Las señoras que tenían dinero mandaban<br />

hacer sus imágenes a escultores o las conseguían ya hechas, pero así se<br />

llamaban: las devociones. Y la devoción de sor Juana era La Anunciación.<br />

La virgen María recibiendo la anunciación del ángel.<br />

—Don Gustavo —le pregunté— ¿qué significó para usted entregar ese<br />

cuadro a los mexicanos?<br />

—Comprenderá usted que yo no tenía la intención de vender una<br />

pintura de esa índole. Consideré lo que mi padre no les había dicho a las<br />

autoridades, sobre todo en las circunstancias dramáticas aquellas. Yo no sé<br />

qué les confesó mi padre, porque a nosotros no nos entregaron el cuadro,<br />

luego yo lo anduve buscando. La única pintura del convento que fue a dar<br />

a la casa fue la Inmaculada.<br />

Cuando las monjas regresaron, mi tía Ana me pidió que buscara a una<br />

familia de condición modesta, cuyo nombre ya ni recuerdo, que vivía en una<br />

casa de Santa María. Para entonces ya se habían cambiado de domicilio<br />

unas diez veces. Cuando los localicé, me dijeron: “Sí, nosotros la tenemos.<br />

Está en el sótano enredada en un palo de cortina”. Milagrosamente se<br />

salvó de la humedad y las ratas.<br />

El Instituto de Restauración de Arte Colonial y Prehispánico, en los<br />

jardines del Convento de Churubusco, quedaba enfrente de mi casa. Yo<br />

conocía, además, a muchos especialistas de arte. Les llevé el cuadro. Gentes<br />

que han tomado cursos en Venecia, en Florencia, en París, donde están las<br />

mejores instituciones de arte del mundo se ocuparon de restaurarlo. Uno<br />

de ellos, Julio Camas, hijo de un refugiado español, se encargó de restirar<br />

la tela y de tratarla con aceites especiales. Este cuadro ha participado con<br />

lo mejor del arte mexicano de la Colonia y la Precolonia en exposiciones de<br />

Nueva York, los Ángeles, Barcelona, Madrid, París, Londres, etcétera.<br />

136


Ahora se encuentra en la Rectoría de la UNAM. Este cuadro jamás ha<br />

entrado al territorio coahuilense. 101<br />

—¿Por qué regalar el cuadro de sor Juana y no cualquier otro?<br />

—Por el valor nacional del cuadro. No hay figuras de mujeres en las<br />

letras españolas comparables a sor Juana. Ninguna. Un crítico español<br />

había pretendido que una mujer de las letras españolas, para ellos muy<br />

famosa, era de mayor estatura que sor Juana. No es posible. Ésos ya son<br />

nacionalismos absurdos. Como aquí el localismo. De gentes nuestras de<br />

este tamaño queremos hacer figuras gigantescas. Eso no se vale, pero es<br />

irremediable. Cuando no hay manera de comparar no hay manera. Uno lo<br />

siente viniendo de la capital y es peor cuando alguien como yo se precia<br />

de haber estado varias veces en Europa y en las grandes universidades. Ve<br />

uno la enorme ventaja que nos llevan, el peso de 400 años. La cultura no<br />

se hace a saltos.<br />

101 “Hacia 1940 se supo que el señor Gustavo Espinosa Mireles lo había adquirido. En enero<br />

de 1944, en el número 16 de la revista Papel de Poesía (Saltillo), el poeta Jesús Flores Aguirre<br />

publicó una descripción del cuadro, acompañada de una reproducción fotográfica. Después,<br />

en 1951, el cuadro se mostró al público en una exposición bibliográfica e iconográfica de sor<br />

Juana. La Universidad Nacional, hace unos pocos años, lo adquirió y hoy se encuentra en la<br />

Rectoría de esa institución”. Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe, Fondo<br />

de Cultura Económica, México, 1982 (Lengua y Estudios Literarios), p. 308.<br />

137


El mártir de Huitzilac<br />

Otilio González (1885-1927) vio prematuramente interrumpida su<br />

carrera literaria, no por culpa del mal de amores como Acuña, sino por<br />

esa otra tentación que también ha seducido a los literatos: el demonio de<br />

la política. Se convirtió en el orador oficial de la campaña presidencial<br />

del general Francisco Serrano y, precisamente, andando como parte de<br />

su comitiva, fue una de las víctimas de la masacre en Huitzilac, Puebla,<br />

una de esas tragedias a través de las cuales Álvaro Obregón y Plutarco<br />

Elías Calles pretendieron alternarse en la silla presidencial. El hecho de<br />

haberse convertido en mártir de la Revolución triunfante ha oscurecido<br />

considerablemente el conocimiento y la valoración de su obra. ¿Qué<br />

escribió y publicó Otilio González? Aprovechamos esta circunstancia para<br />

asomarnos a su obra.<br />

A Otilio González le ocurrió lo mismo que a Manuel Acuña. Ambos<br />

manejaron desde muy jóvenes de manera impecable los tópicos y la<br />

retórica de la poesía de su época, pero ninguno logró ir más allá. No hay<br />

una aportación personal que indique en un momento dado un avance o un<br />

nuevo giro en la estética dominante. Acaso no hubiesen trascendido de no<br />

sufrir una muerte prematura y trágica.<br />

Quizá no deba sorprendernos que tanto Acuña como Otilio sean más<br />

conocidos por sus muertes que por sus obras. En el caso del mártir de<br />

Huitzilac, releerlo actualmente deja una impresión más positiva que la<br />

relectura de los versos del frustrado amante de Rosario de la Peña. En<br />

Otilio González puede rescatarse esa parte de su poesía que alude de<br />

manera más directa a su solar nativo. Poemas como “Bardas de adobe”,<br />

“Las lavanderas”, Hermanita, sé justa” y “Tras las tardas carretas” dan una<br />

imagen del Saltillo de fines del siglo XIX y principios del XX que agregan<br />

a su valor literario el valor de testimonio histórico, ciertamente indirecto,<br />

pero no carente de interés.<br />

De un extenso poema dedicado a su madre, extraemos esta breve estampa<br />

del poeta Otilio González, quien rescata algunas costumbres y gustos<br />

típicamente saltillenses, así como una imagen de las relaciones madrehijo<br />

acaso menos anacrónica de lo que pudiera aparentar. Madre sólo hay<br />

una, pero imágenes del cariño maternal puede haber muchas, como la que<br />

presenta este poeta y mártir revolucionario.<br />

139


Y allí mismo en la humilde cocina<br />

tenderás tu mantel deshilado,<br />

sacarás tu vajilla de china<br />

y el juego de vasos con filo dorado;<br />

y al estar junto a ti, mamacita,<br />

aunque a veces soy grave y señor,<br />

ya verás que la ausencia y la cuita<br />

devuelven al niño que busca tu amor. 102<br />

Pareciera que su obra, publicada en su mayoría póstumamente, no tuvo la<br />

misma resonancia que la de su contemporáneo, también prematuramente<br />

fallecido, Ramón López Velarde. Al revisar las antiguas ediciones de los<br />

versos de Otilio no podemos negar que contó con editores de buen gusto y<br />

una sensibilidad a la altura de las obras que imprimían. Sólo por citar un<br />

caso están las ediciones que hizo Miguel N. Lira de sus libros Triángulo<br />

(1938), De mi rosal (1948), Luciérnagas (estampas bíblicas) (1947). Este<br />

último volumen nos habla de que Otilio no fue un poeta que supiera<br />

narrar. Constituyen el libro prosas anodinas con un horroroso prólogo de<br />

Bernardo Ortiz de Montellano. Otilio se dedica a dar lecciones morales.<br />

El diseño, el tipo de letra y el tipo de papel nos hablan de una época<br />

muy anterior a las computadoras en que la edición de libros de poesía<br />

podía realizarse casi como un trabajo artesanal, con el mismo cuidado,<br />

dedicación y atención a los detalles de buen gusto. No como ahora que los<br />

libros parecen hacerse tan rápido, tienen una apariencia tan llamativa y,<br />

sin embargo, los textos como tales se reproducen con tanto descuido. Ay,<br />

Otilio, te salvaste de la modernidad.<br />

Del poemario Triángulo, reproduzco un soneto: divertimento pícaro<br />

urdido en versos de tres sílabas.<br />

LA ENAGUA<br />

Gozosa,<br />

riente,<br />

la fuente<br />

rebosa.<br />

La moza,<br />

crujiente,<br />

tangente<br />

la roza.<br />

102 Otilio González, Triángulo, Imprenta de Miguel N. Lira, México, 1938, pp. 28-29.<br />

140


Y el agua,<br />

quebrada,<br />

refleja<br />

la enagua<br />

que alada<br />

se aleja. 103<br />

Otilio González participó junto con Federico Berrueto Ramón y Jesús<br />

Flores Aguirre en la antología Once poetas de la Nueva Extremadura<br />

(1927). La posteridad parece depender más de una muerte trágica y no de<br />

una obra sólida (y si no digo que esto es irónico, es para no escribir tres<br />

esdrújulas o cuatro).<br />

103 Ib, p. 31.<br />

141


Torri: miniaturas de orfebrería verbal<br />

Hablemos del maestro Julio Torri (1888-1970). De este escritor también se<br />

puede argumentar que salió muy joven de Saltillo y que buena parte de su<br />

formación y toda su carrera literaria se hicieron en la Ciudad de México.<br />

Tiene con todo algunos rasgos, tanto a nivel personal como de su obra<br />

literaria, que lo retratan como emblemáticamente saltillense. En primer<br />

lugar, el haber sido maestro de extranjeros en Escuelas de Verano con el<br />

consecuente riesgo que ello implica, que una solterona gringa de religión<br />

protestante se enamore de su maestro y quiera llevárselo a vivir a uno de<br />

esos apartados pueblos tejanos donde no se paran ni los zopilotes.<br />

Otro rasgo en el que Torri puede considerarse como emblemáticamente<br />

saltillense, aparte del hecho de que existan diversos testimonios de que<br />

era el maestro más soporífero del mundo, está en su vasta erudición que<br />

él prefirió aprovechar para asesorar a otros escritores y elaborar bellas<br />

ediciones, en contraste con su escasísima obra de creación literaria<br />

compuesta por textos en los que lo humorístico y lo irónico congenian sin<br />

problemas con la poesía.<br />

Hay un contraste muy marcado entre la caudalosa obra de Valle-Arizpe<br />

y la muy escasa de Torri, pero ese contraste se matiza cuando descubrimos<br />

que tiene el mismo origen: ambos eran lectores curiosos y muy exigentes.<br />

Con ese nivel de exigencia que siempre ha hecho que los escritores<br />

saltillenses de importancia sean figuras solitarias y aisladas que destacan<br />

en medio de un mar de gris mediocridad, del mismo modo en que la torre<br />

de la Catedral de Saltillo destaca en medio de las casas de adobe que la<br />

rodean.<br />

Cuando un gran artista surge en Saltillo, marca una pauta de tipo<br />

estilístico de la que después es muy difícil salir; sobre todo porque, como<br />

siempre ocurre, los seguidores, más que aprovechar los logros, exageran<br />

los defectos del original. Basta con pensar en la sensiblería lacrimógena<br />

de los seguidores de Acuña, el rebuscamiento pedante de los sucesores<br />

de Valle-Arizpe y la parquedad seudo ingeniosa de los sucesores de Torri,<br />

para no hablar de cosas peores.<br />

Conviene advertir que el surgimiento de estos grandes escritores está<br />

relacionado con un movimiento literario importante al que ellos supieron<br />

vincularse y del que se convirtieron en exponentes notables: Acuña, del<br />

Romanticismo; Valle-Arizpe, del Colonialismo; Torri, del Ateneo de la<br />

Juventud y Otilio González del Nacionalismo Literario, surgido con la<br />

Revolución Mexicana y cuyo exponente más importante fue Ramón López<br />

Velarde.<br />

143


La celebración de Acuña<br />

Dejamos para el final al escritor que es más fácilmente identificable y<br />

reconocible como saltillense no sólo por sus coterráneos sino por la gente<br />

de afuera. Manuel Acuña (1849-1873) nació en nuestra ciudad el 27 de<br />

agosto. Fue instruido en primeras letras por sus propios padres. En el<br />

colegio Josefino cursó los estudios secundarios. En 1865, un viaje a la<br />

Ciudad de México lo condujo al colegio de San Ildefonso, donde cubrió las<br />

asignaturas de latín, matemáticas, francés y filosofía. En 1868 se inscribió<br />

en la Escuela de Medicina la cual, en ese entonces, se encontraba ubicada<br />

en el edificio que antes perteneciera al convento de Santa Brígida. Acuña<br />

residió más tarde en el número 13 del corredor bajo el segundo patio de la<br />

escuela, allí donde una tarde de julio de 1872, algunos de los poetas del<br />

grupo escribieron sobre un cráneo, como sobre un álbum, pensamientos<br />

y estrofas. No puede ser más reveladora esta imagen, que señala la<br />

estética del movimiento romántico. La calavera grabada con pensamientos<br />

demoníacos y angélicos versos. Esto sucedió durante una de las reuniones<br />

de la Sociedad Literaria Netzahualcóyotl, fundada por el poeta quien,<br />

inspirado en el triunfo de la República, creó, en 1868, la Sociedad Filoiátrica<br />

y de Beneficencia cuando contaba con escasos diecinueve años. En 1872<br />

fue estrenado en el Teatro Principal, con gran éxito de público y crítica, su<br />

drama El pasado.<br />

Manuel Acuña se suicidó en la Ciudad de México un mediodía del 6<br />

de diciembre. 104 Sin negar que haya otros versificadores con alguna<br />

aportación valiosa o relevante, la posteridad literaria ha entronizado los<br />

fallidos amores de Acuña con Rosario de la Peña (quien dicho sea de paso<br />

fue la musa de muchos otros poetas) y por alguna razón ha olvidado u<br />

omitido mencionar a aquellos otros amores que sí lograron consumarse,<br />

como por ejemplo su relación con la poetisa Laura Méndez (1853-1928)<br />

quien al parecer tuvo un hijo de Acuña, aunque no se casó con él sino<br />

con el poeta Agustín F. Cuenca (1850-1884), razón por la cual en algunas<br />

antologías e historias de la literatura aparece mencionada como Laura<br />

104 El narrador jalisciense Juan José Arreola expuso como hipótesis de este cuento el hecho<br />

de que el vate saltillense no se suicidó por amor, sino porque no quería quedar con el tiempo<br />

convertido en un poetastro decrépito y anacrónico. Decidió morir joven para asegurarse así la<br />

fama. Véase “Monólogo del insumiso” en Juan José Arreola, Estas páginas mías. Antología, FCE<br />

/ CREA, México, 1985 (Biblioteca Joven 33), pp. 58-60.<br />

145


Méndez de Cuenca. Su obra, aunque no desmerece en calidad de la de sus<br />

contemporáneos varones, es muy poco conocida. 105<br />

Quién me iba a decir, cuando ingresé al Taller Literario de la Casa de<br />

la Cultura de Saltillo, que le debería esta dorada oportunidad de afilar<br />

las armas de mi creación ni más ni menos que a Manuel Acuña o, mejor<br />

dicho, a su memoria. Pero, antes de entrar en consideraciones de índole<br />

personal, hagamos un poco de historia. En 1949 (yo ni para cuándo naciera)<br />

se conmemoró el centenario del nacimiento de Manuel Acuña. Ignacio<br />

Cepeda Dávila (1904-1947) debió ser el gobernador coahuilense a quien le<br />

hubiera correspondido celebrar este acontecimiento, pero el buen hombre<br />

murió el 23 de julio de 1947, sucumbiendo al desplante acuñesco de<br />

suicidarse, víctima también de un desaire amoroso: el presidente Alemán<br />

no lo quería y Cepeda Dávila por lo visto tenía una visión muy romántica<br />

de la política.<br />

Todo lo anterior es lamentable no sólo por la imposibilidad de participar<br />

en el Centenario, sino porque hubiera sido el primer gobernador en<br />

mantenerse seis años en el poder (antes los gobernadores duraban sólo<br />

cuatro años en el cargo). Su periodo debió durar de 1945 a 1951, pero<br />

Cepeda Dávila ocupó la más alta magistratura del estado sólo por 18 meses,<br />

después de que Alemán, en una entrevista en Palacio Nacional, le dijo a<br />

don Ignacio que si no le gustaba, que se fuera. Cepeda Dávila regresó a<br />

Saltillo, se metió a su casa, se encerró en su cuarto y a falta de un buen<br />

mecate usó una pistola. Lo demás, como dijera Hamlet, es silencio.<br />

El señalado (por Alemán, se entiende) para suceder a Cepeda Dávila en<br />

Coahuila habría de ser el senador Raúl López Sánchez (1904-1957), pero<br />

la clase política estatal no estaba de acuerdo con la exigencia de López<br />

Sánchez de gobernar por un período completo de seis años y, después<br />

de un turbulento lapso de cerca de un año en el que se sucedieron los<br />

interinatos de Vicente A. Valerio, Ricardo Ainslie, Paz Faz Riza y Jesús<br />

Rodríguez de la Fuente, López Sánchez se resignó, antes de que no le<br />

quedara nada, a ocupar el cargo del 6 de julio de 1948 al 30 de noviembre<br />

de 1951.<br />

Así fue como al llevado y traído López Sánchez le tocó organizar las fiestas<br />

para celebrar el Centenario de Acuña, quien vio la primera luz en nuestra<br />

ciudad el 27 de agosto de 1849. Cien años habían pasado y se realizó<br />

un magno y multitudinario homenaje al bardo en Saltillo. Participaron,<br />

105 Puede verse alguna muestra de su talento en la antología de poesía mexicana Dos siglos de<br />

poesía mexicana. Del XIX al fin del milenio de Juan Domingo Argüelles. Editorial Océano, México,<br />

2001. Poemas de Laura Méndez de Cuenca: pp. 119-121.<br />

146


entre los foráneos, José Gorostiza, Gabriel Méndez Plancarte, Margarita<br />

Paz Paredes, Mauricio Magdaleno, Agustín Yáñez, Miguel N. Lira y<br />

Elías Nandino. Por los coahuilenses participaron los distinguidos literatos<br />

Salvador Novo, Vito Alessio Robles, Julio Torri y Óscar Flores Tapia, entre<br />

otros. En La vida en México en el periodo presidencial de Miguel Alemán,<br />

Novo consigna que ya era tarde —era abril del 49 y el programa de las<br />

fiestas para Acuña arrancaba en agosto— para que se convocara a un<br />

concurso y conseguir que alguien escribiera una buena biografía del poeta<br />

de Saltillo en busca de ángulos inéditos e interesantes. El autor de La<br />

estatua de sal (esas memorias que Novo había iniciado entonces y que<br />

dejaría inconclusas para siempre) llevaba una traqueteada vida llena de<br />

compromisos como director del departamento de teatro del INBA y recibió<br />

el encarguito de llevar a escena la obra El pasado, de Acuña.<br />

Fue algo así como una petición de cuates: el gobernador de Coahuila y<br />

Novo habían sido compañeros en el Colegio Modelo de Torreón, pequeña<br />

ciudad que Novo describe en el tercer volumen de La vida en México<br />

como un lugar “jaloneado por ejércitos de los que no comprendíamos<br />

la adscripción, y que solían encerrarnos en nuestras respectivas casas<br />

durante los sitios”. De muchachos, Novo y el gobernador solían jugar al<br />

teatro, como después terminaron actuando en política, y aunque la obra de<br />

Acuña se había estrenado en el Teatro Principal de la Ciudad de México<br />

el lejano 19 de mayo de 1872 con un éxito excepcional y hasta había sido<br />

llevada a la pantalla más tarde. Novo aceptó el encargo de su antiguo<br />

compañero de escuela, no sin cuestionarse seriamente sobre el proyecto.<br />

¿Qué fue lo que se cuestionó Novo antes de acometer la empresa de<br />

desenterrar el drama? En primer lugar, si la había leído ya no la recordaba<br />

y, ante la flojera de buscarla entre los tres mil doscientos metros de<br />

escondites de su biblioteca, envió a su criada para que le comprara la<br />

edición Maucci, esa que aparte de contener un sinfín de erratas, también<br />

contenía El pasado. Después de leerla le entraron serias dudas.<br />

Es una inexperta, de tantas como ella desató por el mundo ingenuo de casi<br />

todo el siglo pasado, versión de La dama de las camelias —sin camelias, y<br />

a la modesta medida de una buena chica que dio un mal paso, y su marido<br />

(artista pintor que ha triunfado nada menos que en Florencia y con un cuadro<br />

que representa el tormento de Cuauhtémoc), se lo perdona y se hace de la<br />

vista gorda sobre “el pasado” de una Eugenia arrepentida de haber sido<br />

una Margarita. Pero ella no se lo perdona a sí misma ni la austera, cruel<br />

sociedad de San Cosme (las Lomas o el Anzures de entonces) se lo perdonan.<br />

De un baile a que la invitan, y al que tiene la debilidad de asistir, la corren.<br />

Y humillada, heroica, resuelta a no seguir perjudicando la reputación de<br />

147


David, se marcha de casa mientras él… —Yo te adoro a pesar de tu pasado<br />

—exclama, se encamina vacilante hacia la puerta como para correr, y al<br />

hacerlo se desploma. María (amiga y confidente, hermana de Eugenia-<br />

Margarita), acercándose: —¡Pobre mujer! —Manuel (amigo y confidente de<br />

David, señalando a David): —¡Sí, y pobre mártir! —Telón rápido. 106<br />

Pero Novo se pregunta si los dramas “sociales” del XIX (los de Dumas hijo,<br />

los de Augier, los de Pinero, aun los de Ibsen) tenían mayor sustancia y se<br />

recrimina su juicio exigente y comparador y ya no lo disuaden ni siquiera<br />

los patentes defectos de un dramaturgo de 23 años. Tampoco había tiempo<br />

ya de escoger por concurso una obra que escenificara la vida de Acuña, con<br />

bohemia, Rosario y todo lo demás y, aunque el Banco Cinematográfico ya<br />

exigía un guión para llevar a la pantalla la vida de Acuña, con María Félix<br />

en el papel de Rosario, así como se había hecho ya lo propio con El pasado<br />

que, como película, Novo no recuerda haberla visto, aunque menciona<br />

a la actriz que interpreta a la protagonista, una tal Ligia de Golconda, la<br />

celebración de nuestro más grande poeta romántico ya estaba en puerta<br />

y Novo, seducido por el atractivo arqueológico, reunió fuerzas y apoyó<br />

esfuerzos para devolver el drama acuñesco a Saltillo.<br />

Visitar Saltillo fue toda una jira (en el sentido de banquete o merienda<br />

campestre y no en el moderno de gira de trabajo) que Novo bautizó como<br />

la “jira de agosto”. En la exhumación de El pasado, una obra de 1872 en<br />

1949, Novo se tomó bastantes libertades, pero respetó en lo posible el texto<br />

de Acuña y trató de entregarle al público un álbum de daguerrotipos que<br />

contara la sencilla historia. Previamente viajaron a la capital los enviados<br />

del gobernador (el diputado Federico Berrueto Ramón y los poetas Rafael<br />

del Río (preceptor de la poeta Enriqueta Ochoa) y Héctor González Morales<br />

(hermano de Otilio González), editores ambos de Papel de poesía).<br />

Al profesor Berrueto, secretario del gobernador, de lentes maliciosos<br />

y alertas, como lo describe Novo, le interesaba ver como había quedado<br />

finalmente el montaje. Novo habla en La vida en México de las reticencias<br />

de los coahuilenses sobre el éxito a la hora de resucitar la obra de Acuña.<br />

Eduardo L. Fuentes, corresponsal saltillense de El Universal, anunciaba<br />

que la gente en Saltillo no iba a ver El Pasado de Acuña sino El presente<br />

de Novo. Después de presenciar el ensayo, sin embargo, a los visitantes<br />

les volvió el alma al cuerpo. El profesor Fuentes más tarde también se<br />

retractaría de su comentario en la prensa.<br />

106 Salvador Novo, La vida en México en el período presidencial de Miguel Alemán. Empresas<br />

editoriales, México, 1967, p. 359.<br />

148


Dieciocho días duró “la jira de agosto” (¿acaso homenaje involuntario<br />

a los 18 meses de gobierno de Cepeda Dávila?). La troupe llegó por tren<br />

con técnicos, vestuario y utilería de Bellas Artes. Novo habla abiertamente<br />

sobre la problemática para presentar teatro en provincia. Como los teatros<br />

funcionaban como cines, los tramoyistas tenían que trabajar sólo por la<br />

mañana. Había que traer todo de la capital: telones, decorados, cortinas,<br />

etcétera. En nuestra ciudad, el gobierno había reparado el viejo teatro<br />

Saltillo y había vendido abonos para las cuatro funciones que se darían de<br />

El pasado. Novo tuvo que sufrir la terrible acústica al ensayar con su grupo<br />

en el auditorio de la Normal del Estado y por las tardes en la Sociedad<br />

Manuel Acuña, esa sociedad recreativa con billares, gran salón con foro y<br />

“patio español” que todavía hoy podemos visitar casi intacta.<br />

Salvador Novo voló de la capital a Monterrey el domingo 14 de agosto<br />

y se trasladó en coche a Saltillo, luego de las clásicas copas con amigos<br />

regios en el bar del Ancira. Allí tuvo noticias de que Carlitos Pellicer,<br />

quien estaba de regreso en México, había ganado el segundo premio en el<br />

concurso poético de Acuña. Más tarde, ya en Saltillo, siguieron los tragos<br />

con la farándula en el bar del Arizpe, donde estaban instaladas las mujeres.<br />

En el hotel de enfrente, el Urdiñola, estaban alojados los hombres. Novo,<br />

como es lógico, dudó en cuál de los dos quedarse. La arteaguense Beatriz<br />

Aguirre, quien encarnaba a la Eugenia-Margarita de El pasado y a quien<br />

Novo le propondría matrimonio posteriormente, no tuvo tanto problema:<br />

se fue a casa de unas tías y punto.<br />

De los restaurantes de la época, que no eran abundantes en Saltillo,<br />

Novo menciona el Guadalajara, que abría toda la noche con expendio de<br />

menudo; los merenderos frente al panteón, que funcionaban temprano;<br />

el Manhattan, en la esquina de la plaza Acuña y el Eno’s, que operaba<br />

dentro de la antigua terminal de los autobuses Monterrey-Saltillo por<br />

Padre Flores y Abbott, en pleno corazón de la ciudad. Hasta antes que se<br />

abriera la nueva Central de Autobuses, todo mundo acababa en el Eno’s<br />

con sus tristes huesos al final de un viaje o después de una borrachera,<br />

para volver a la vida con un inevitable plato de menudo.<br />

Novo habla de su amor a primera vista por Saltillo. Aparte de decir que<br />

la Alameda es hermosísima nos habla de esa fuente rodeada por bancas de<br />

azulejos, que se llamaba “de las ranas”, pero que tenía patos y el mismo<br />

origen alessiorróblico, ignoro lo que habrá querido decir con esto último,<br />

pero no importa. ¿Y después de la representación de El pasado? Siempre<br />

los brindis con sidra de El Álamo, el viñedo de Nazario Ortiz Garza, para<br />

rematar con la mise en escène en el teatro-cine Palacio, con Manuel<br />

Bernal, el célebre declamador de “El brindis del bohemio”, como Maestro<br />

149


de Ceremonias y el premio para Novo en un sobre con cuatro billetes de a<br />

mil y el baile en el “Patio Español”.<br />

Dentro de los Juegos Florales Nacionales con motivo del Centenario<br />

de Acuña, hubo dos temas para el verso: “Estampa del siglo XIX”, primer<br />

tema; y “Laudanza de la provincia”, segundo tema. Fueron premiados un<br />

corrido atroz de Miguel N. Lira y un poema soporífero de Salvador Novo<br />

y, cosa curiosa, surgió de allí la idea de fundar la Casa de la Cultura de<br />

Coahuila con sede en la capital del estado, proyecto que no se llevó a<br />

cabo de inmediato. Tuvieron que pasar aproximadamente veinticinco años<br />

para que Óscar Flores Tapia, ya flamante gobernador de Coahuila, fundara<br />

la Casa de la Cultura de Saltillo y muchas otras más en todo el estado.<br />

En cambio, el novelista Agustín Yañez, quien más tarde fungiría como<br />

gobernador del estado de Jalisco (1953-1959), ni tardo ni perezoso fundó<br />

en Guadalajara la Casa de la Cultura Jalisciense, en la cual se crearon<br />

dos talleres literarios, uno de ellos dirigido por Elías Nandino, otro de<br />

los asistentes al centenario acuñesco y uno de los decanos de los talleres<br />

literarios en México. Juan José Arreola, por su parte, también coordinaría<br />

talleres literarios.<br />

En fecha muy posterior, el escritor ecuatoriano Miguel Donoso Pareja<br />

fundó en San Luis Potosí el taller piloto de coordinadores, de donde<br />

saldrían los coordinadores del Taller Itinerante Pedro Garfias, que funcionó<br />

simultáneamente en Saltillo, Torreón y Monterrey. Para mí la importancia<br />

de estos talleres está en que representan la lucha contra el esfuerzo de los<br />

eupátridas, la llamada gente de abolengo, por volver a cerrar un camino<br />

que debiera ser libre para todos. Hagan de cuenta, y si me permiten la<br />

comparación excesiva, que los talleres literarios fueron para muchos<br />

escritores salidos de todos los estratos sociales, lo que David fue para<br />

Eugenia, el protector que reivindica a la mujer caída. Y nunca faltará el<br />

literato nice, santoleado por chilangos, recién llegado del extranjero (o<br />

prófugo de La Laguna), que nos lo reproche. Y no en un baile, sino en un<br />

Encuentro de Escritores.<br />

Los restos de Manuel Acuña han estado en peligro de correr la misma<br />

suerte que los de su vecino neolonés fray Servando Teresa de Mier. Para no<br />

ir muy lejos, cuando Manuel Acuña fue trasladado de México a la Rotonda<br />

de los Hombres Ilustres de Saltillo, a su calavera se le cayeron dos dientes<br />

y no faltó quien quisiera guardarlos como reliquia. Incluso repartiendo el<br />

botín con alguien más, como si se tratara de las muelas de Santa Apolonia<br />

(vulgo: dados).<br />

Federico González Náñez, en su obra Crónica de la Cultura de Coahuila,<br />

acusa a Héctor González Morales de haberse robado un diente del poeta.<br />

150


Pieza que después engarzó en oro. González Morales, es aquel muchacho<br />

que junto con el profesor Berrueto y Rafael del Río, visitara a Novo en la<br />

Ciudad de México para presenciar el ensayo de El Pasado. “No me consta<br />

—señala en el mencionado libro “El Nibelungo”, pero Héctor siempre<br />

ha amado la poesía, los objetos bellos, las cosas amables y los recuerdos<br />

gratos”. 107 ¿Qué tan grato puede ser un diente incrustado en oro en lugar<br />

de, como sería lógico, un diente tapado en oro? Afortunadamente para la<br />

posteridad, y desafortunadamente para la curiosidad odontológica, creo<br />

que los dientes fueron restituidos a su dentadura original y el caso no<br />

pasó a mayores. ¿Se imaginan al bardo de Saltillo, aparte de flaco, ojeroso,<br />

cansado y sin ilusiones, molacho? ¡Qué agravio para el último romántico<br />

de las letras mexicanas!<br />

En La vida en México, Novo resalta otro hecho importante. El autor de<br />

Sátira dejó en el granito de la tumba de Acuña una huella pedestre (la de<br />

su pie). 108<br />

107 Véase sobre el asunto a Federico González Náñez, Crónica de la cultura de Coahuila.<br />

Colección Nueva Imagen, Saltillo, Coahuila, 1975. Capítulo VII, pp. 119-138.<br />

108 La vida en México en el período presidencial de Miguel Alemán, pp. 409-411.<br />

151


El Saltillo de Carmona<br />

Después de este repaso un tanto informal, el texto que presentamos podría<br />

verse como el equivalente en palabras de una exposición de reliquias en<br />

un museo de historia y, al mismo tiempo, como una galería de retratos. No<br />

le pidan a este modesto curador de la posteridad local que sea exhaustivo<br />

y detallado. Las reliquias son las que conocen todos y los retratos no son<br />

pinturas al óleo ni murales, son apenas trazos esenciales, figuras dibujadas<br />

con líneas muy sencillas y de trazo rápido: el gesto y el ademán necesarios<br />

para saber quién es, qué hizo y en qué época vivió cada personaje. Mi<br />

esfuerzo está a mitad del camino entre los monumentos de los parques<br />

y las estampitas didácticas que adquieren los niños de primaria en las<br />

papelerías. He querido agregar —como una modesta aportación personal<br />

a nivel de estilo o de dato— un rasgo de simpatía, de solidaridad con el<br />

hombre de la calle y la vida de todos los días.<br />

En síntesis, la evolución histórica de la ciudad de Saltillo puede dividirse<br />

en varias etapas. La primera de ellas, como ya dijimos, se cerraría en 1920.<br />

Después de esa fecha y hasta los años setenta del siglo pasado su imagen<br />

se mantuvo inalterable, al grado de que propició la aparición de las<br />

imágenes fotográficas de Víctor Carmona Flores (1890-1958) quien acaso<br />

sin proponérselo se ha convertido con el paso del tiempo en el fotógrafo de<br />

la ciudad. Los mexicanos que viven en el Otro Lado se rehúsan a comprar<br />

postales recientes y prefieren aquellas del Saltillo viejo, capturadas por<br />

la lente de Carmona. En Estados Unidos las muestran a sus amigos y<br />

conocidos quienes al ver en el extremo superior de las fotos el nombre del<br />

edificio, seguido de la leyenda AV Carmona, cuando visitan nuestra ciudad<br />

lo primero que preguntan es dónde queda la Avenida Carmona y muestran<br />

las postales, porque quieren ver los edificios. Desafortunadamente esos<br />

edificios ya sólo existen en los negativos en vidrio que los hijos y nietos de<br />

AV Carmona guardan celosamente como herencia personal de la memoria<br />

colectiva de Saltillo.<br />

Carmona, hijo de un relojero y joyero que entre otras cosas se encargó<br />

del mantenimiento del reloj de Catedral, tuvo once hijos y convirtió el<br />

negocio de su padre en estudio y tienda de artículos fotográficos. Resulta<br />

significativo que en sus vistas la ciudad aparezca casi deshabitada, o con<br />

un solitario habitante: él mismo. Sus descendientes comentan que esto tal<br />

vez se deba a que él intentaba descansar de su rutina de estar retratando<br />

personas en su estudio y prefería salir con su cámara los días posteriores<br />

153


a la lluvia o aquellos en los que el cielo mostraba nubes blancas, cielos<br />

tranquilos, calles con pocos transeúntes. La ciudad convertida en el patio<br />

de un monasterio.<br />

AV Carmona murió en 1958 y la fecha resulta significativa porque<br />

marca también el fin de una estampa arquitectónica que Saltillo había<br />

mantenido aproximadamente durante 200 años. Después llegaron los<br />

afanes de progreso y desarrollo y con ellos la demolición de muchos de los<br />

edificios que Carmona plasmó en sus placas fotográficas. Es triste pensar<br />

que, después de la muerte de este fotógrafo, la ciudad empezó a perder<br />

imagen, personalidad. Pero también es de agradecerse, por eso mismo, el<br />

trabajo de AV Carmona quien, precisamente por esta labor de preservación<br />

y rescate, es considerado el fotógrafo de Saltillo.<br />

Carmona captó fotográficamente paisajes, edificios y calles, material con<br />

el que logró la edición de una colección en tamaño miniatura que se conoció<br />

como Álbum Saltillo en el Bolsillo. Dejó un legado de 315 fotografías de<br />

gran contenido histórico y cultural, colección llamada Saltillo Antiguo. De<br />

1921 a 1950, Carmona fue fotógrafo oficial del Gobierno del Estado.<br />

Aunque Carmona también fue fotógrafo de estudio trascendió por sus<br />

fotos de exteriores. Caso contrario al de Alfonso Sánchez Sosa (1914-1975),<br />

cuya aportación más importante está en haber inmortalizado en sus placas<br />

a personajes importantes o famosos. Sus padres fueron los fundador en<br />

1908 de la fotografía Sánchez, en la calle Victoria. En su trabajo familiar<br />

aprendió el retoque de negativos cuando el trabajo se hacía en blanco y<br />

negro.<br />

Estos dos fotógrafos de algún modo fraguaron la imagen turística de<br />

Saltillo. Después de esto llegó el sexenio de Óscar Flores Tapia y los<br />

primeros afanes modernizadores para sacar a la Atenas del Norte de su<br />

sopor provinciano. Algo parecido a lo que sucedió recientemente con el<br />

gobierno de Humberto Moreira Valdés.<br />

Admitamos que la construcción de puentes ha sido el más evidente afán<br />

de progreso desde mucho tiempo atrás. ¿Qué ha pasado con aquellos<br />

primeros puentes construidos hace cien años o más? Se construyeron para<br />

evitar los accidentes provocados por la crecida de los afluentes. Siguen ahí,<br />

sepultados por las nuevas construcciones que a su vez serán sepultadas<br />

por construcciones más recientes. Estos puentes pueden verse como una<br />

metáfora de lo que ha ocurrido con la historia y la cultura de nuestra<br />

ciudad. Debajo de los sucesivos estratos de modernidad y cosmopolitismo,<br />

persiste todavía esa quintaesencia de adobe laberíntico, rematada por los<br />

arabescos barrocos de la Catedral.<br />

154


Los que están son<br />

(aunque no sean todos)<br />

Vito Alessio Robles elaboró una Bibliografía de Coahuila donde se conduce<br />

con el escrupuloso amor a los detalles y a los datos precisos que caracteriza<br />

su disciplina de historiador. Procede en riguroso orden alfabético de<br />

autores y, en algunos casos, si le es posible, incluye una breve reseña del<br />

contenido de la obra. En algunos casos, cuando su conocimiento del libro<br />

a registrar es más extenso y detallado, se da el lujo de incluir reseñas<br />

un poco más extensas. Pero en la mayoría de los casos se limita a anotar<br />

los datos bibliográficos de rigor, incluyendo a veces una descripción del<br />

tamaño y forma del ejemplar. Es admirable la forma tan cuidadosa como<br />

don Vito compiló y organizó los datos en una época en la que no existía esa<br />

enorme facilidad llamada computadora.<br />

¿Cómo procedió don Vito? Pues como se hacían antes esta clase de<br />

trabajos: llenando cajas y cajas de fichas en papel o cartoncillo en las que<br />

se apuntaba —con todo cuidado y con mucha paciencia y quemándose las<br />

pestañas— una ficha tras otra. Y después de haber fichado por días, meses<br />

o hasta años, había que organizar todas esas fichitas, vaciar los datos y<br />

elaborar índices, hasta que aquel mamotreto salía allá a las quinientas,<br />

después de que uno acababa echando humo por las orejas y con los ojos<br />

como fundillos de gallina y el trasero más plano y cuadrado que la tabla<br />

donde estuvo sentado por meses, arrinconado en un cubículo (o ahí donde<br />

las investigadoras del Archivo te dejaran un lugarcito para trabajar).<br />

155


Don Vito es muy claro: dada su naturaleza, esta clase de obras siempre<br />

estarán incompletas y siempre estarán expuestas a las críticas fáciles.<br />

Por eso debemos diseñar la bibliografía no sólo de modo que permita<br />

consultarse fácilmente, sino también dando pie a que futuros investigadores<br />

puedan continuar con nuestra labor. Indicar lo que no se tiene o no se<br />

pudo consultar, pero dejándole pistas al investigador del futuro para que<br />

sepa dónde buscar.<br />

ALESSIO ROBLES, Vito, Francisco de Urdiñola y el Norte de la Nueva<br />

España. Editorial Porrúa (segunda edición), México, 1981 (Biblioteca<br />

Porrúa 76), 336 pp.<br />

— — Saltillo en la historia y la leyenda, Talleres Tipográficos del maestro<br />

impresor saltillense don Alfredo del Bosque, México, 1934, 256 pp.<br />

(Contiene 52 páginas de anuncios, portada de Fernando Bolaños, 5<br />

planos dibujados por Domingo Alessio Robles y algunas fotografías.)<br />

— — Coahuila y Texas en la época colonial, Porrúa (segunda edición),<br />

México, 1978 (Biblioteca Porrúa), 754 pp.<br />

— — Bibliografía de Coahuila Histórica y Geográfica, Imprenta de la<br />

Secretaría de Relaciones Exteriores, México, 1925 (“Monografías<br />

Bibliográficas Mexicanas”. Director: Genaro Estrada), 452 pp.<br />

— — y Miguel Alessio Robles, Los Alessio de Saltillo, Universidad Autónoma<br />

de Coahuila, Saltillo, 2004 (Siglo XX Escritores coahuilenses), 190 pp.<br />

ANTEO, Mario, El reino en celo. Fondo Editorial Nuevo León, Monterrey,<br />

1991 (La Línea de Sombra), 224 pp.<br />

BERLANGA, Tomás, Monografía histórica de la ciudad de Saltillo, edición<br />

del Gobierno del Estado dedicada por el general D. Arnulfo González<br />

al VII Congreso Médico Nacional celebrado en Saltillo, Imprenta y<br />

Litografía Americana, Monterrey, 1922, 140 pp.<br />

BERRUETO GONZÁLEZ, Arturo, Nuevo diccionario biográfico de<br />

Coahuila. 1550-2005. Gobierno del Estado de Coahuila / Consejo<br />

Editorial del Gobierno del Estado (2ª. Edición), Saltillo, 2005, 712 pp.<br />

CANALES SANTOS, Álvaro, Saltillo, su historia, sus personajes. / Editora<br />

el 2, Saltillo, 2004 (Club del libro coahuilense 1), 60 pp.<br />

CUÉLLAR, Pablo M., Historia de la ciudad de Saltillo, Biblioteca de la<br />

Universidad Autónoma de Coahuila, Saltillo, 1975; 1ª. Reimpresión,<br />

1982; 1ª. Edición facsimilar, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes<br />

/ Instituto Coahuilense de Cultura, 1998; 2ª. edición facsimilar, 2011, 328<br />

pp. (La anécdota de Jacobo M. Aguirre se consigna en la p. 195).<br />

DÁVALOS DE CABELLO, María Rosario, El desierto también florece.<br />

Historia del Colegio Roberts, S/ editorial, México, 1973, 91 pp.<br />

156


DÁVILA, Ricardo (compilador), Leyendas de Saltillo. Antología, Consejo<br />

Editorial del Gobierno del Estado, Saltillo, s/f de edición, 370 pp.<br />

DURÓN JIMÉNEZ, Martha e Ignacio Narro Etchegaray, Diccionario<br />

biográfico de Saltillo, Archivo Municipal de Saltillo / Fondo Editorial<br />

Coahuilense, Saltillo, 1995, 224 pp. (Incluye ilustraciones, diagramas<br />

genealógicos y glosario.)<br />

ECHEGARAY, José, El loco Dios, drama en prosa en cuatro actos. Sociedad<br />

de Autores Españoles (octava edición), Madrid, 1907, 118 pp. Rescatado<br />

de la página de Internet de la Universidad de California http://www.<br />

archive.org/bookreader/ el 15 de febrero de 2011.<br />

FLORES, Óscar, Herodes. Semblanza de Saltillo, Provincia, Saltillo, 1950,<br />

174 pp.<br />

FUENTES AGUIRRE, Jorge, Saltillo Insólito, Instituto Coahuilense de<br />

Cultura, Saltillo, 2008, 182 pp.<br />

GALINDO, Alfredo, Coahuila y sus protagonistas en el cine, Consejo<br />

Editorial del Estado, Saltillo, 2006, 226 pp.<br />

GARCÍA DE LETONA, José María, Capítulos de un plan de defensa<br />

nacional contra una posible invasión norteamericana, prólogos de<br />

Armando Fuentes Aguirre y Artemio de Valle-Arizpe, edición de<br />

Armando Fuentes Aguirre “Catón”, Saltillo, 1983 (Biblioteca del<br />

Cronista de la Ciudad), 64 pp.<br />

— — Estudios Literarios (con juicios sobre el autor por sus discípulos don<br />

Miguel Alessio Robles y don Artemio de Valle-Arizpe), México, 1934,<br />

298 pp.<br />

GARCÍA RODRÍGUEZ, José, Entre historias y consejas. Anécdotas de la<br />

vida en Saltillo. Editorial Stylo, México, 1949, 252 pp.<br />

GARZA GARCÍA, Cosme, Prontuario de leyes y decretos del estado de<br />

Coahuila (edición facsimilar de la obra publicada por la Oficina<br />

Tipográfica del Palacio de Gobierno de 1902), Universidad Autónoma<br />

de Coahuila, Saltillo, 1982 (Biblioteca de la Universidad Autónoma de<br />

Coahuila Núm. 11), 796 pp.<br />

— —, Crónica de la cultura de Coahuila. Colección Nueva Imagen, Saltillo,<br />

Coahuila, 1975. Capítulo VII, pp. 119-138.<br />

GONZÁLEZ, Otilio, Triángulo, Imprenta de Miguel N. Lira, México,<br />

1938, 70 pp.<br />

— —, De mi rosal, Papel de Poesía / Imprenta de Miguel N. Lira 2ª ed.<br />

México, 1948, 100 pp.<br />

HUERTA, Elena, El círculo que se cierra, Universidad Autónoma de<br />

Coahuila, Saltillo, 1990, 204 pp.<br />

157


IBARGÜENGOITIA, Jorge, Instrucciones para vivir en México, selección,<br />

edición y nota de Guillermo Sheridan. Editorial Joaquín Mortiz, México,<br />

1990 (Obras de Jorge Ibargüengoitia), 304 pp.<br />

LOBATÓN, José, El Gringo, Márquez editor, México, 1950, 156 pp.<br />

LÓPEZ PORTILLO, Esteban (compilador), Anuario coahuilense para<br />

1886, edición facsimilar, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes /<br />

Gobierno del Estado de Coahuila, México, 1994 (Biblioteca Básica del<br />

Noreste), 556 páginas con más de 100 anuncios.<br />

MIER NARRO, Froylán, Leyendas de Saltillo. Impresos Mier Narro,<br />

Saltillo, 1937, 96 pp.<br />

MORFI, Juan Agustín de, Viaje de indios y diario de Nuevo México<br />

(introducción biobibliográfica y acotaciones por Vito Alessio Robles).<br />

Antigua Librería Robredo de José Porrúa e hijos, segunda edición, con<br />

adiciones a la impresa por la Sociedad “Bibliófilos Mexicanos”, México,<br />

1935, 307 pp.<br />

NOVO, SALVADOR, La vida en México en el período presidencial de<br />

Miguel Alemán. Empresas editoriales, México, 1967, 816 pp.<br />

OROZCO MELO, Roberto, Saltillo, gobierno municipal 1900-2005,<br />

Gobierno del Estado / Secretaría de Educación y Cultura / Instituto<br />

Coahuilense de Cultura, Saltillo, 2010, 216 pp.<br />

ORTIZ, Armando Hugo, Vida y muerte en la frontera. Cancionero del<br />

corrido norestense. Segunda edición, Universidad Autónoma de Nuevo<br />

León, Monterrey, 2010 (Colección de los Centenarios), 430 pp.<br />

OYERVIDES AGUIRRE, Juan Marino, Cuentos tradicionales del Saltillo<br />

antiguo, opúsculo editado por Bernardo Mellado, Saltillo, 1991, 102<br />

pp.<br />

PAZ, Octavio, Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe, Fondo de<br />

Cultura Económica, México, 1982 (Lengua y Estudios Literarios), 660<br />

pp.<br />

[POWELL] Philip Wayne, Ponzoña en Las Nieves. Miguel Ángel Porrúa<br />

/ Archivo Municipal de Saltillo (segunda edición), México, 2000, 400<br />

pp.<br />

RAMOS ARIZPE, Miguel, Discursos, memorias e informes (notas<br />

biográfica y bibliográfica y acotaciones de Vito Alessio Robles), UNAM,<br />

México, 1942 (Biblioteca del Estudiante Universitario), 144 pp.<br />

158


RECIO FLORES, Sergio, La novelesca historia de Alberto del Canto.<br />

Fundador de Saltillo. Libros de México, México, 1983, 108 pp.<br />

— —, Historia de nuestros historiadores, Consejo Editorial del Estado de<br />

Coahuila, 1997 (Serie Coahuila en la Cultura), 54 pp.<br />

RODRÍGUEZ, Mariano Alberto, Armillita el maestro. Recuerdos y<br />

vivencias, edición del autor, México, 1984, 290 pp. (La edición contiene<br />

valioso material fotográfico.)<br />

ROEL, Santiago, Nuevo León. Apuntes históricos, ediciones Castillo,<br />

Monterrey, 1985. 364 pp.<br />

SÁNCHEZ, Ángel, Universidad Universo, Achivo Municipal de Saltillo,<br />

Saltillo, 1992, 116 pp.<br />

SANTOSCOY FLORES, María Elena, Aquellos primeros Saltillenses,<br />

Instituto Municipal de Cultura / Archivo Municipal de Saltillo, Saltillo,<br />

2012, 112 pp.<br />

— — y Esperanza Dávila Sota (coordinadoras), Catedral de Saltillo… por<br />

los siglos de los siglos, Universidad Autónoma de Coahuila / Secretaría<br />

de Educación Pública de Coahuila, Saltillo, 2001, 320 pp.<br />

TEISSIER DE GALINDO, Lucía, Benemérita Escuela Normal de Coahuila<br />

1894-1994, Secretaría de Educación Pública de Coahuila, Saltillo, 1994,<br />

192 pp.<br />

TORRI, Julio, El ladrón de ataúdes (prólogo de Jaime García Terrés;<br />

recopilación y estudio de Serge I. Zaïtzeff), Fondo de Cultura Económica,<br />

México, 1987 (Cuadernos de la Gaceta 44), 80 pp.<br />

VERSEN, Victoria von, La sonrisa de la historia. Anécdotas de la<br />

Revolución y de la política (Narraciones de Alberto Murguía), Grafo<br />

Print, Monterrey, 1983, 220 pp.<br />

VILLARELLO VÉLEZ, Ildefonso, El habla de Coahuila, Mástil, Saltillo,<br />

1970, 78 pp.<br />

He intentado hacer una lista que no sea exhaustiva, aunque sí le deje al<br />

lector una idea clara de los territorios de papel y tinta (y a veces también<br />

de pantalla de plasma) donde tuve que moverme. Pude haber agregado<br />

más títulos, pero para qué cansar de antemano al lector. Principalmente<br />

porque muchos de los autores que se ocupan de la historia de Saltillo y de<br />

la región Noreste en general hacen más o menos las mismas afirmaciones<br />

159


y tienen opiniones muy parecidas con respecto a hechos y personajes (con<br />

el estilo mejor no me meto). Así que para qué abundar. Como algunos<br />

de los autores están todavía vivos, no sé si salga bien librado. No tengo<br />

el aguerrido estilo de don Vito Alessio Robles para enfrentarme a mis<br />

detractores.<br />

Como quiera que sea, espero que esta somera información bibliográfica<br />

sea útil para aquellos lectores que sientan curiosidad por ahondar en algo<br />

de los temas, aunque les anticipo que, en estas andanzas, el problema no<br />

es tanto hacer pozos como salir del peladero. He dicho.<br />

160


Presentaciones<br />

Cortejando a la historia<br />

Un fundador con problemas de imagen<br />

Urdiñola, el pacificador<br />

El lugarteniente de Urdiñola<br />

El porqué de las leyendas<br />

El Cristo de Santos Rojo<br />

Las campanas de doña Josefa<br />

La copa del padre Larios<br />

¿Un viudo inconsolable?<br />

Un cura de pocas pulgas<br />

Crónica y panegírico del bachiller Fuentes<br />

El anuario de Portillo<br />

Ramos Arizpe y sus dos constituciones<br />

Los dos nacimientos de Antonio Juárez Maza<br />

Dos gobernantes y un aviador<br />

Historiador de historiadores (no es elogio)<br />

Los empeños de don Vito<br />

Pereyra en cuadro, María Enriqueta en círculo<br />

Villarello y hablar “en saltillense”<br />

La hotelera y el beisbolista<br />

Índice<br />

Los triunfos de Armillita y Valdés Leal<br />

5<br />

11<br />

15<br />

21<br />

25<br />

27<br />

33<br />

37<br />

41<br />

43<br />

47<br />

49<br />

53<br />

57<br />

61<br />

63<br />

67<br />

69<br />

75<br />

79<br />

83<br />

85


Elena Huerta: historiadora con pincel<br />

Pancho Coss recibe a las poblanas<br />

Un educador convertido en escuela<br />

Los maestros de los maestros<br />

Misionera en bicicleta<br />

La porcelana y el papel de china<br />

Rosita estaba de suerte<br />

Un “dormido” muy despierto<br />

La esquina de Agustín Jaime<br />

Un loco muy sensato<br />

Nacen actores, mueren teatros<br />

Jacobo M. Aguirre o cómo empedrar el cielo<br />

Las utopías de García de Letona<br />

“Este que ves engaño colorido”<br />

El mártir de huitzilac<br />

Torri: miniaturas de orfebrería verbal<br />

La celebración de Acuña<br />

El Saltillo de Carmona<br />

Los que están son (aunque no sean todos)<br />

89<br />

93<br />

97<br />

99<br />

101<br />

103<br />

107<br />

113<br />

115<br />

119<br />

121<br />

127<br />

129<br />

133<br />

139<br />

143<br />

145<br />

153<br />

155


Se terminó de imprimir en julio de 2012.<br />

La impresión estuvo a cargo de<br />

Coordinación Editorial Dolores Quintanilla.<br />

En su composición se utilizaron los siguientes tipos:<br />

Candida BT, Geometr706 Md BT y Tw Cen MT<br />

La edición estuvo al cuidado de<br />

Jesús de León Montalvo.

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