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de obras literarias o artísticas, se extraña la ponderación de los méritos<br />

intelectuales (sentido crítico, profesiones liberales, la cultura popular, etc.),<br />

lo cual haría que esta clase de obras perdiera su carácter aristocratizante y<br />

diera una visión más amplia y no se pareciera tanto a una fiesta de etiqueta<br />

en el Casino de Saltillo, a donde la broza nunca será invitada.<br />

Durante mucho tiempo, la historiografía ha sido tomada por legos y<br />

especialistas como una fiesta a la que sólo tienen acceso unos pocos. Esta<br />

situación, que permaneció vigente durante muchos años, puede hallar su<br />

explicación en la idea de que el historiador era una suerte de rara avis y la<br />

historiografía, hasta cierto punto, una actividad subsidiaria de otras tales<br />

como la política, la academia o la mera afición de anticuario.<br />

Es como si escribiéramos para personajes que vivieron hace doscientos<br />

o trescientos años. Convendría advertir que, según José Saramago (1922-<br />

2010), en su novela El año de la muerte de Ricardo Reis (1984), los muertos<br />

no saben leer, aunque de vivos hayan sido unos completos letrados. Esta<br />

imposibilidad es lo primero que le revela al doctor Reis su condición de<br />

fantasma, al querer leer un periódico, sin percatarse que cuadras atrás<br />

había sido atropellado por un coche. Señores, los muertos son analfabetos<br />

y no pueden leer ni sus epitafios.<br />

La musa de la historia no sólo debe pasearse en los salones del vetusto<br />

coleccionista excéntrico. Clío puede ser cortejada por jóvenes entusiastas<br />

que se encuentran terminando sus carreras y por aquellos intelectuales de<br />

otras disciplinas que consideren que tienen algo que aportar.<br />

Mi propósito es muy simple: más allá de tesis, teoría o método, narraré<br />

las historias que están dentro de la Historia. Sí, ya sé que las últimas<br />

corrientes de la historiografía en su afán por acercarse lo más posible al rigor<br />

de las ciencias exactas rehúyen todo lo que huela a ficción, imaginación<br />

o subjetividad. Cada que escuchan la palabra “narrativa” aplicada a la<br />

historiografía, hacen gestos y si pueden salen corriendo. Por lo que he<br />

podido leer (porque ahí donde me ven también leo textos de teoría de la<br />

historia) dicha aversión ha llegado al extremo de rehuir cualquier veleidad<br />

de estilo en la redacción de estudios y hasta la limpieza en la exposición:<br />

el hecho se debe presentar lo más desnudo que sea posible, despojado<br />

de artificios. Esta actitud, que en mi opinión es de un empirismo grosero,<br />

equivale a que alguien hablara de educación sexual teniendo sexo frente<br />

a sus alumnos o que impartiera clases sobre la Revolución Mexicana<br />

invadiendo pueblos, ahorcando ricos, violando mujeres. Y mejor no<br />

hablemos de las atrocidades a las que llevaría exponer de ese modo la<br />

historia de la conquista de México. Tendríamos que llegar a la cátedra<br />

vestidos de armadura y cargando un brasero para quemarle los pies a<br />

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