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ellos el afecto. Seguramente Polito era buen jinete, excelente tirador, tal vez<br />
un poco mayor que Rosita, fuerte, varonil y, seguramente con todas esas<br />
prendas, logró conquistar a la jovencita de apenas diecinueve años.<br />
Queda la sospecha de que Leopoldo, retenido en Concha por su trabajo,<br />
no captó a tiempo los rápidos cambios que se operaban en la tímida<br />
jovencita que ahora quería vestirse mejor, peinarse con más elegancia,<br />
pintarse y perfumarse y, además, había aprendido a bailar los valses y<br />
las tonadas populares de moda. Polito, que sólo la veía los fines de<br />
semana, no tenía tiempo para eso, siempre montado a caballo, cuidando<br />
mercancías de pueblo en pueblo, a veces desvelado por enfrentar indios o<br />
bandoleros, vestido con sencillez, quizá no tenía tiempo para aprender los<br />
más elementales pasos de baile. Esto seguramente impacientaba a Rosita,<br />
quien prefirió buscarse otras parejas con las cuales asistir a los bailes a los<br />
que era continuamente invitada.<br />
Así se explica el reto temerario a ojos de doña Juana María de que Rosita<br />
se fuera al baile ese domingo, a sabiendas de la presencia de Leopoldo.<br />
Rompiendo su acostumbrado silencio de viuda resignada, juntó todo su aplomo<br />
para cerrarle a su hija el camino a la puerta:<br />
—Esta noche no sales.<br />
Rosita miró a su madre con una mezcla de sorpresa y compasión. La hizo<br />
a un lado suavemente y le dijo con un sarcasmo que sinceramente hirió a<br />
doña Juana María:<br />
—Mamá, no tengo la culpa que me gusten los bailes.<br />
Y dejando en el aire un perfumado olor a rosas cruzó la puerta y salió<br />
a la calle. Leopoldo posiblemente estaba afuera, esperando a verla salir.<br />
No le faltaron amigos o compañeros de su oficio que le informaran de las<br />
frecuentes salidas de Rosita y de su animada vida social. Uno de ellos lo<br />
acompañaba esa noche, aunque éste lo hacía no tanto por complicidad<br />
o solidaridad con Polito, sino por negocios. La caravana de productos de<br />
Rosita se había incrementado y ella había tenido necesidad de contratar<br />
a más escoltas. Leopoldo le pidió ayuda a un amigo suyo, hombre casado,<br />
quien aceptó ese peligroso trabajo en vista de que su familia seguía<br />
creciendo. Le urgía el dinero y Rosita, distraída por el brillo social, no<br />
siempre pagaba a tiempo. Con el pretexto de sacarla a bailar, Leopoldo<br />
no solamente iba a arreglar sus asuntos sentimentales, sino también los<br />
financieros. “La sacas a bailar —le dijo su amigo— y no la dejes hasta que<br />
nos pague”.<br />
Guardando su distancia, la siguieron hasta donde iba a ser el baile. El lugar<br />
era una antigua huerta que tenía una parte protegida por una enramada.<br />
La planilla del baile estaba cubierta por una enorme lona. Alrededor se<br />
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