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mucho—, yo todavía tengo un medallón que me regaló mi tía abuela,<br />

más antiguo que el que usaba sor Juana. Un medallón de las jerónimas<br />

del siglo XVI. Está bordado en hilos de plata y de oro. La carita de la<br />

imagen es pintura. Lo demás es plumería, fijada por los indios, que eran<br />

extraordinarios en hacer figuras pegando plumas de ave”. Le llamó mucho<br />

la atención al padre Tapia, es una verdadera curiosidad.<br />

Pero ya les digo, todas las jerónimas usaban el medallón con la imagen<br />

de su devoción. No una imagen igual todas. En el México antiguo, hasta la<br />

Colonia, y luego en los años de la Reforma y probablemente en las grandes<br />

familias del profiriato, se conservaba esa costumbre. Yo escuché eso de las<br />

devociones cuando era pequeño. Las señoras que tenían dinero mandaban<br />

hacer sus imágenes a escultores o las conseguían ya hechas, pero así se<br />

llamaban: las devociones. Y la devoción de sor Juana era La Anunciación.<br />

La virgen María recibiendo la anunciación del ángel.<br />

—Don Gustavo —le pregunté— ¿qué significó para usted entregar ese<br />

cuadro a los mexicanos?<br />

—Comprenderá usted que yo no tenía la intención de vender una<br />

pintura de esa índole. Consideré lo que mi padre no les había dicho a las<br />

autoridades, sobre todo en las circunstancias dramáticas aquellas. Yo no sé<br />

qué les confesó mi padre, porque a nosotros no nos entregaron el cuadro,<br />

luego yo lo anduve buscando. La única pintura del convento que fue a dar<br />

a la casa fue la Inmaculada.<br />

Cuando las monjas regresaron, mi tía Ana me pidió que buscara a una<br />

familia de condición modesta, cuyo nombre ya ni recuerdo, que vivía en una<br />

casa de Santa María. Para entonces ya se habían cambiado de domicilio<br />

unas diez veces. Cuando los localicé, me dijeron: “Sí, nosotros la tenemos.<br />

Está en el sótano enredada en un palo de cortina”. Milagrosamente se<br />

salvó de la humedad y las ratas.<br />

El Instituto de Restauración de Arte Colonial y Prehispánico, en los<br />

jardines del Convento de Churubusco, quedaba enfrente de mi casa. Yo<br />

conocía, además, a muchos especialistas de arte. Les llevé el cuadro. Gentes<br />

que han tomado cursos en Venecia, en Florencia, en París, donde están las<br />

mejores instituciones de arte del mundo se ocuparon de restaurarlo. Uno<br />

de ellos, Julio Camas, hijo de un refugiado español, se encargó de restirar<br />

la tela y de tratarla con aceites especiales. Este cuadro ha participado con<br />

lo mejor del arte mexicano de la Colonia y la Precolonia en exposiciones de<br />

Nueva York, los Ángeles, Barcelona, Madrid, París, Londres, etcétera.<br />

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