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que, en 1983, Armando Fuentes Aguirre “Catón” publicó un extraño texto<br />

de García de Letona titulado Capítulos de un plan de defensa nacional<br />

contra una posible invasión norteamericana. En el prólogo, Fuentes Aguirre<br />

apunta que este texto circuló originalmente como una hoja volante impresa<br />

en un pliego grande de papel de china color rojo y que está fechado el 28<br />

de febrero de 1914. Sabemos que fue precisamente en ese año cuando los<br />

norteamericanos invadieron el puerto de Veracruz. El texto de Letona, al<br />

parecer, fue publicado cuando dicha invasión parecía inminente.<br />

En una primera lectura, el texto da la impresión de ser una propuesta<br />

delirante, muy semejante a aquellas soluciones que, según cita Quevedo<br />

en El Buscón, los llamados “Arbitristas” le proponen al rey para resolver los<br />

urgentes problemas del reino: atacar a Holanda por tierra secando el mar<br />

con esponjas, por ejemplo. Entre las estrategias de García de Letona para<br />

defendernos de una invasión de nuestros vecinos del norte, propone hacer<br />

grandes cultivos del mosquito propagador de la fiebre amarilla para soltar<br />

enjambres sobre los campamentos del ejército invasor y también vacunar<br />

contra la rabia a todos los habitantes de los poblados por donde pasara<br />

dicho ejército y, al mismo tiempo, inocular de rabia a los perros para que,<br />

cuando los soldados güeros tengan que meterse al campo a calzonear,<br />

estos perros les mordieran patrióticamente el trasero.<br />

García de Letona no expone sus originales argumentos con el mostrenco<br />

y pedestre estilo que, en aras de la brevedad, debo utilizar aquí. Por<br />

supuesto que no. Lo que García de Letona escribe tiene el exaltado tono<br />

de una exhortación que debiera decirse desde lo alto de una torre mientras<br />

se echan al vuelo las campanas.<br />

Desgraciadamente para los ardientes afanes de este insigne maestro<br />

y orador, no fue necesario ni que los intelectuales de los dos países<br />

intercedieran a favor de una solución incruenta (o pacífica) al conflicto<br />

(recuérdese que la invasión de 1914 obedeció en apariencia a que varios<br />

marinos norteamericanos fueron “injustamente” encarcelados en México)<br />

ni tampoco fue necesario volver a organizar las huestes de Pancho Villa<br />

ni pedirle a los japoneses que nos enviaran a los veteranos de su guerra<br />

contra Rusia ni electrificar las defensas de las principales ciudades del<br />

país ni propagar la fiebre amarilla ni la rabia ni, mucho menos, comprarle<br />

dirigibles al Conde Zeppelin. Lo único que se requirió para que los<br />

norteamericanos abandonaran Veracruz fue la renuncia del general<br />

Victoriano Huerta a la presidencia de la República.<br />

Pero, claro, algo tan anodino como la firma de un documento no estimula<br />

los resortes de la elocuencia como una flota de globos del Zeppelin sobre<br />

el limpísimo cielo veracruzano.<br />

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