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en Texas; con el nuestro, son cuatro. Don Israel dejó como tarea que algún<br />
historiador saltillense vaya y busque al último poseedor del título Marqués<br />
de Saltillo, que debe residir en España, para que aportara mayores detalles.<br />
“Yo ya no podré hacerlo”, dijo poniendo punto final.<br />
Hagamos una reflexión sobre los primeros trabajos historiográficos en<br />
estas tierras y sus autores. Rara vez la historiografía se escribe por gusto.<br />
El autor de una crónica, de una biografía, de la historia de un lugar o de<br />
un país, acomete estas tareas porque se lo ordenan o forma parte de sus<br />
obligaciones. No son trabajos que destaquen por su amenidad o en los que<br />
luzca la elegancia de estilo (aunque hay excepciones). Es algo que se tiene<br />
que hacer porque nadie lo ha hecho y hay que empezar por algún lado.<br />
Suele ocurrir que ese primer historiador local surja como una reacción a<br />
lo que algún viajero o fuereño radicado temporalmente en la ciudad haya<br />
escrito. Ahí tienen ustedes al bachiller Fuentes poniendo a los saltillenses<br />
por las nubes, al grado de que todos los historiadores que abordan el tema<br />
después de él se la pasan regañándolo, no tanto por sus inexactitudes,<br />
sino porque de tantos elogios como nos endilgó ya no dejó a sus sucesores<br />
serpentinas, flores ni azahares. Tuvieron que resignarse a multiplicar los<br />
elogios del padre Fuentes, como Jesucristo los panes y los peces.<br />
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