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Infancia y literatura - Revista Grifo

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Por ejemplo, muchos de los textos de Benjamin muestran a<br />

un sujeto intentando cruzar su infancia con una época que<br />

pareciera estar diluyéndose. En este marco, la reflexión sobre<br />

los juguetes de los niños tiene una significancia particular.<br />

Mientras los adultos expresan la infancia a través de los<br />

juguetes de escala industrial que marcan la orientación<br />

de los juegos infantiles (las muñecas, los juegos de té, los<br />

camiones, los soldaditos de plomo) hacia su moldeamiento<br />

para la vida adulta, los niños manifiestan una especial<br />

afición por jugar con cualquier cosa a la mano, lo que<br />

Benjamin denomina los “desechos de la modernidad”:<br />

hilachas de ropa, trapos, plásticos rotos, etcétera –es decir,<br />

aquel objeto capaz de satisfacer la curiosidad, que representa<br />

una infancia que se construye a partir de la ruina, de lo que<br />

la modernidad destruye y bota–. Los restos parecieran ser<br />

símbolo de algo incompleto o destructivo, de una orfandad<br />

en medio de un paisaje lleno, pero vacío a la vez.<br />

Los objetos de infancia, dice Elizabeth Wood, también pueden<br />

ser articulados como una tecnología de la memoria. Los<br />

juguetes son los más obvios, pero no los únicos. Cualquier<br />

objeto puede servir como una tecnología de la memoria:<br />

incluso estos residuos no solo conforman una narrativa<br />

personal de un particular tiempo y espacio, y de las ritualizadas<br />

experiencias de infancia, sino que también permiten<br />

vincular identidad con tiempo histórico, al funcionar como<br />

mediadores de determinadas experiencias y de la memoria<br />

de la infancia a través de esos objetos. La conformación de<br />

la identidad de los sujetos está atravesada, en consecuencia,<br />

por los vínculos que retrospectivamente realizan ellos entre<br />

sus determinados objetos de infancia en contextos, espacios<br />

y tiempos específicos.<br />

Estos objetos de infancia que permanecen vivos en la mente,<br />

son los que proporcionan ayuda para la conformación de una<br />

memoria colectiva y un significado de la infancia, incluso<br />

cuando no forman parte de una conexión personal. Es lo que<br />

sucede, por ejemplo, con el National Toy Hall of Fame en el<br />

National Museum of Play de Nueva York, donde se exponen<br />

de manera permanente treinta y ocho juguetes (Barbie, G. I.<br />

Joe, Lego, osos de peluche, etcétera). Estos juguetes propios<br />

del siglo xx americano ayudan a construir una universal, popular,<br />

y a menudo idealizada, remembranza de la infancia.<br />

La infancia es una experiencia irreemplazable<br />

e insustituible que puede mantener<br />

puntos en común con otras infancias, pero<br />

siempre mantiene una porción de ella que<br />

es refractaria a toda teorización, a toda<br />

homogeneización, a cualquier ortopedia o<br />

disciplinamiento social.<br />

Sin embargo, nunca llega a ser personalizada si no se tiene<br />

una experiencia directa con ellos. En otras palabras, lo que<br />

se entiende por memoria colectiva de infancia es un juguete<br />

descentralizado y fragmentado de nuestra propia identidad.<br />

Wood, como Benjamin, expresan, en resumen, la idea de<br />

que la infancia no puede ni debe ser entendida únicamente<br />

de manera colectiva o epocal. Señalan que cada infancia es<br />

personal, vinculada a tiempos, espacios y objetos concretos.<br />

La infancia es una experiencia irreemplazable e insustituible<br />

que puede mantener puntos en común con otras<br />

infancias, pero siempre mantiene una porción de ella que<br />

es refractaria a toda teorización, a toda homogeneización, a<br />

cualquier ortopedia o disciplinamiento social.<br />

Otro eje que se ha asociado al estudio de la infancia tiene<br />

relación con los espacios destinados a los niños desde la<br />

imposición adulta, que choca con un sistema de valores<br />

sustentado por un mundo donde existen reglas propias. Esto<br />

hace que el niño se sienta a menudo como un reo que habita<br />

un mundo que no le pertenece, que le es ajeno y al cual debe<br />

someterse, desde la pieza que le han preparado hasta el<br />

resto del hogar. De allí la concepción de Benjamin del niño<br />

como “un huésped errante e inseguro” (Escritos 98), cuyos<br />

atolondrados movimientos y su natural disposición al desorden<br />

y a la colección de cualquier tipo de cosa que capte<br />

su curiosidad colisionan con las operaciones hogareñas que<br />

buscan el orden y el disciplinamiento. Ante esto, el niño responde<br />

con su afición a esconderse entre los escondrijos de la<br />

casa, a hacerse invisible, fantasma, porque el espacio que le<br />

toca habitar es esencialmente adulto –ahí nada verdaderamente<br />

le pertenece–.<br />

Benjamin también expresa que escribir la infancia se vincula<br />

con el ejercicio de un tipo de memoria que excava en<br />

su propio pasado enterrado como una “fría tumba”, cuya<br />

bóveda “parece devolver el presente tan solo como un eco”<br />

(Mi infancia 45). En otras palabras, la memoria es un medio<br />

de excavarse a sí mismo para descubrir en el pasado algo<br />

que explique, parcialmente en tanto eco, parte del presente.<br />

Quien recurre al pasado, encontrará una serie de profundas<br />

capas, como un tesoro de imágenes, enterradas en esa casa<br />

de la niñez donde los infantes se esconden. Esto hace que<br />

la infancia sea un “mundo desfigurado” (66), borroso, una<br />

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