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Revista Cordillera 1 -L- 1956 1.86mb - andes

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Todavía podría añadirse —y casi no haría falta después de estos dos párrafos— que la<br />

historia es "historia de la libertad": el historiador deberá seguir, a través de todas las vicisitudes<br />

dramáticas de la vida, el advenimiento de la afirmación de las libertades políticas, que son, para<br />

Croce, la verdadera aspiración del hombre y su única meta.<br />

Esa ley individual, ese programa individual como única ley real, es, en fin de cuentas, la<br />

exaltación del individuo, por sobre todas las cosas, dejándole de una manera absoluta librado a<br />

sus fuerzas espirituales, que, como Croce quiere, son las que lo arrastran al bien y a la<br />

cooperación. El hombre no debe esperar nada del exterior, ni del destino, ni de la Providencia, ni<br />

siquiera de una necesidad histórica, que no existe en ningún caso. No debe considerarse<br />

desgraciado ni feliz en sentido pasivo: todo depende de su obra, que es la única actualidad de la<br />

Providencia, y lo que ha de estudiar el filósofo, puesto que a la virtud del hombre se debe. Así<br />

pues, el hombre se encuentra sólo ante el hombre —ante la historia— pero se encuentra<br />

igualmente libre, porque sin libertad no podría actuar en el marco de su humanidad.<br />

El Humanismo para Croce no es sino un regreso consciente —volutivo— a una<br />

comprensión general y más alta de lo que el hombre significa en la historia o, acaso, de lo que el<br />

hombre es, dentro de la historia, para poder definirlo como tal hombre. Lo mismo que<br />

Gianbattista Vico se levanta contra el cartesianismo por amor infinito a una cultura pasada que él<br />

conocía mejor que nadie en la Europa de su tiempo, Croce, siguiendo los pasos de su maestro,<br />

defiende esa cultura pasada, mas no como monumento arqueológico, sino como simple hecho,<br />

independientemente de todo juicio. Para Croce no hay hechos buenos o malos en la historia,<br />

sino ajustados a un .determinado momento y a un específico lugar. Lo imprescindible es que en<br />

este momento, la actividad humana se condiga con esa fuerza hacia el bien, que debe mover al<br />

hombre en su marcha ascendente. Y en este sentido es en el que debe entenderse el<br />

humanismo de Crocé.<br />

Háblase ahora de un "nuevo humanismo". Yo no sabría explicar bien, a pesar de que la<br />

idea ha perdido nada menos que de Thomas Menn, cual pueda ser el concepto de un<br />

humanismo novedoso y extraordinario. Para mí, el humanismo es, precisamente, lo que<br />

Benedetto Croce ha practicado y predicado: un estudio profundo del pasado y un amor infinito<br />

por el presente, para dar ocasión a una gran esperanza por el futuro.<br />

En los tiempos actuales —tiempos excesivamente positivistas por no llamar les de otro<br />

modo más peyorativo— se desprecia la historia, esa historia que Croce amaba y admiraba, para<br />

preocuparse tan sólo de la anécdota histórica, de esas cominerías que en forma de biografías<br />

noveladas sirven de pasto a los pocos amantes actuales de la lectura. En ellas, sin respeto de<br />

ninguna clase a la realidad histórica, al hecho histórico en si, quiere encontrarse una justificación<br />

de las atrocidades presentes, o se busca, hasta encontrarla a contrapelo, una suerte de<br />

escatología histórica muy a tono con la incultura presente o con la inadmisible falta de gusto por<br />

la belleza que preside esta asendereada época actual.<br />

Se ha olvidado por completo que la cultura, la civilización, no nacen en una retorta de<br />

laboratorio, con unos cuantos ingredientes químicos por todo trabajo, sino que es labor de<br />

paciente decantación, de luchas muy apretadas sostenidas por el hombre para elevarse de la<br />

animalidad hasta la espiritualidad. Estamos en una era de técnica, en la que los estudios se<br />

enderezan casi sin excepciones a un fin utilitario, cuando no a una meta inconfesable. Hasta en<br />

disciplinas que se nutren imprescindiblemente de la historia —me refiero al Derecho, por<br />

ejemplo—, se desprecia la historia de las instituciones jurídicas, sus vicisitudes, su génesis, para<br />

dedicarse exclusivamente al estudio de la ley positiva, del simple y vacío articulado de los<br />

c6digos con objeto de poderlos aplicar rápida y mecánicamente. Algo análogo ocurre en la<br />

medicina: los estudiantes de ella aspiran a poseer un recetario milagroso donde se encuentran<br />

recogidas algunas fórmulas con las cuales atender toda enfermedad, despreciando la<br />

individualidad del enfermo, su historia propia, que también es historia general, que también es<br />

humanismo.<br />

No hablemos ya de intentar una vuelta a los estudios clásicos: Roma y Grecia han<br />

dejado de interesar a los hombres corrientes porque les urge más conocer la realidad presente o,<br />

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