Revista Cordillera 1 -L- 1956 1.86mb - andes
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mechón de cabellos adquiriendo una seducción perversa de mala hembra, y cuando echaba los<br />
cabellos atrás, descubriendo el cuello y entreabiertos los labios, era aún más provocativa. De<br />
todas maneras. También cuando cruzaba violentamente sus piernas de marcha triunfal. ¡Regia<br />
negra!<br />
Lo abandonó por un abogadillo de Cochabamba. Tenía una instantánea de sub-teniente<br />
junto a ella. Toñita con la gorra militar y él, recto y con el pecho abombado. Perdió la instantánea<br />
en La Paz, ya en el curso militar de su aprendizaje, al iniciarse en un burdel de la Locería. Allí<br />
conoció otra mujer: Violeta, pequeñita, enfundada en un traje azul eléctrico que brillaba sobre los<br />
senos minúsculos y que le dijo primero: "Señor Teniente", luego "milico", y más tarde "paco" y<br />
"ñatito".<br />
Un orangután sirio-palestino, de enormes brazos exhibiendo una embriaguez asiática<br />
ofendió la pulcritud de Violeta con ademanes impropios, que estimularon la gallardía del cadete,<br />
ebrio también por haber ingerido dos copas de un whisky fabricado en la casa. Se "trenzaron a<br />
trompadas, siendo derrumbado el orangután, a quien Violeta remató con un magistral golpe de<br />
zapatilla. Y luego, haciendo sentar a Paucara sobre sus rodillas, lo ascendió a Coronel:<br />
—¡Mira, qué hombre! ¡Qué macho! Me gusta el ñato... ¿Serás mi marido, ñatito? Fué su<br />
marido. Ella, al irse a Chile, le obsequió también una gran foto y una gran dedicatoria, que<br />
quedaron en La Paz.<br />
No tenía más recuerdos ni fotos. Todas esas mujeres superficialmente halladas, no le<br />
dejaron huella, y de la más querida e ingrata sólo le llegaba de tarde en tarde .la ilusión sensual<br />
de su carne morena y luciente, en las crisis carnales de la castidad de campaña.<br />
Pero poseía en cambio el retrato de la paraguaya "ausente", y a todas las otras,<br />
superponiéndolas, condensándolas, las fíjó en aquellos ojos negros y en la faz adolescente,<br />
cerrada por la hermética cabellera sonora.<br />
Dejó el sector de Nanawa y fué trasladado a Alihuatá. La fotografía, incorporada a su<br />
intimidad como algo legítimo e inseparable, guardada junto al "detente" bordado en seda que su<br />
madre le había recomendado llevarse siempre en el pecho y que él llevaba en la billetera, fué<br />
una de las pocas cosas que salvó en las jornadas febrífugas del cerco de Campo Vía. Su vida en<br />
incendio admitió, sin sentirlo, el hecho de su romántica relación con esa mujer incógnita y muda,<br />
con la lejana paraguaya alojada en la intimidad de su cartera como única mujer en el vacío que<br />
las otras no habían ocupado con sus imágenes al bromuro ni con su amor. En la billetera<br />
transfundida de sudor la presencia del objeto maravilloso se le hizo natural, como si lo hubiese<br />
obtenido por regalo voluntario de la ausente y no a costa de un homicidio. Se le hizo familiar y<br />
querido como una antigua compañera de tiempos de paz, traída a su árida soledad prisionera de<br />
los arenales ensangrentados. En la inmensa homosexualidad del monte, esa foto era el único<br />
signo de mujer.<br />
II<br />
Mujeres... No las veía desde hacía dos años.<br />
Pero en mayo de 1943 la línea boliviana se había replegado hasta las proximidades de<br />
Ballivián y un día de aquéllos, los teléfonos de campaña llevaron a través del bosque una<br />
sensacional noticia, distribuyéndola de los comandos de División a los Regimientos, de éstos a<br />
las compañías, pasando por los puestos de artillería, de almacenes, de zapadores y sanitarios.<br />
Delegaciones de damas de las ciudades visitaban la línea.<br />
—Aló, aló ¿Paucara?... ¿Qué dices, hijo! Dice que están en Ballivián. ¡Mujeres! Mujeres<br />
en ciertas, con tetas y todo! No esas féculas don nombres de chinos.<br />
—¿Las has visto?<br />
—¿Aló? No las he visto, pero dice que son estupendas. Sobre todo las cruceñas!<br />
—¿Y... son de las nuestras?<br />
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