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(Matth. 25. 6.) 1 Pero cómo es que
te halles tan fría, tan helada, alma
mía, sin un ardiente deseo de alimentarte
de aquellas Sagradas Carnes
? ¡ Ah , que la abundancia de
las divinas misericordias te debería
encender todo en amor j y tú estás
hecha un hielo! Si una sola vez en
tu vida hubieses de comulgar , con
cuánto fervor comulgarías! Y ahora
que aquella infinita Bondad está
siempre á tu disposición , vas tan
tibia y disipada á recibir á un Dios
tan grande ! Las almas enamoradas
se abrasaban en los mas vivos deseos
de recibirle, y como ciervos sedientos
corrían á aquella divina
fuente. Ea alma mia , dispiértate,
y aviva en tí un ardentísimo deseo
de recibir á Jesucristo. Suspira por
aquel sumo Bien : deséale: llámale
con lágrimas , con suspiros, y con
el corazón encendido de un santo
amor.