LAS IDEAS, EL ARTE Y LAS LETRAS - Ateneo de Madrid

LAS IDEAS, EL ARTE Y LAS LETRAS
EN ESTE
NUMERO:
QUINCE
AftOSDEANTE-
GUERRAJUNTOA
QUINCE
DE POSTGUERRA
EN LA MÚSICA,
por Ataúlfo Argenta,
Enrique Franco, Federico
Sopeña y Fernando
Ruiz Coca.
• RESPUESTA SO-
BRE EL PRETERI-
TÍSMO DE LOS CA-
TÓLICOS,
por José María García
Escudero.
» HISTORIA Y
ENERGÍA,
por Rafael Beoítez
Claros.
• MAURA, EL VEN-
CIDO,
por José Alvarez Esteban.
• EDIPO Y EDIPO,
por Leopoldo Eulogio
Palacios.
• «PINOCHO», FI-
GURILLA Y ALGO
MAS,
por José Luis Acquaroni.
• LAS HABITUA-
LES SECCIONES
FIRMADAS POR
José Javier Aleixandre,
Julián A y esta,
Luis Castillo, José María
García Escudero,
Lorenzo Gomis, José
María Jove, Manuel
L i z c a n o, Fernando
Ruiz Coca, José Luis
Vázquez Dodero y «El
Indiscreto».
15 de febrero de 1954
Núm. 52
5 PESETAS

REFORMA DE
ATENEO
40 PAGINAS - 2 COLORES
HUECOGRABADO
TIPOGRAFÍA
5 pesetas -
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—No sé si íiabrá usted notado algo
curioso dentro de nuestro panorsmta literario.
—La verdad, cui ieso, no he notado
ni da.
' —Vo si. Y es ©1 íjecbo de que sean las
Editoriales, y no ios escritores, quienes
lleven ¡hora la pauta y voz cantante en
cuanto hace a la vicisitud de muestras lemas.
—Razones hay para ello. Por lo pronto,
la de que el estrilos- nacional venga
a ser tan interesante para ellos coma el
extranjero. Aquí, el motivo de los concursos,
que, poj otra parte, son uno de
los mejores trucos publicitarios conseguidos.
—Bueno. Aparte de los concursos y de
las Editoriales que ios orya .izan—ruando
no son instituciones oficiales quienes
los convocar—, ei tema de los editores
se msnej-a mucho estos días. ¿No oyó usted
nada?
—iHombre, sí. Pero nada agradable
que digamos. Por un lado, se batoja de
premios fabulosos, y por otro, nos dicen
que si el editor "Tal" lia quebrado, que
*=i el "Cuál" debe tantos 'millones... For
fortuna, esto no influye para nada en el
mimero de libros publicados, cada voz
mayor, y dentro del que abundan cada
vez más también Jas íirmas esprñolas.
# • *
—¿Conoce usted "Cuerda de presos"?
—Conozco esa novela y a su autor,
Tcirnás Salvador. Un joven que ha luchado
bastante y aflora encuentra* Justo
premio. Tomás es policía, como usted
sabe, y muy sordo, lo que aguza sus
dotes de observación.
—Yo puedo decirle dónde encontró
Salvador el tema de su Iflbro.
—Me gustaría saberlo. Porque el autor
no dijo n^Ua de ello en sus decíaraciones.
—Lo sé por pura coincidencia cafetera.
Hace algún tiempo, después de sus
"Historias de Vaícanai^ 1 , Sa'vador pidió
al también policía y escritor, Juan Antonio
Escobar —^utor de "Viaje por el
arrapa"—, que cuando encontrase a'gún
tipo de crimina! iitfrafiumano en s»s investigaciones,
le envíase la fkdta. Escobar
le mandó la del "Sacamantecas" de
Vitoria. Y según me han dicho*, Eduardo
Convin le proporcionó incluso una fotografía
del criminé. Con estos datos y wi
fantasía, Tomás Salvador ha conseguido
su "Cuerda de presos".
—Ptoy atftti se cementsha, como nota
curiosa, que en el Jurado otorgaidor leí
premio figursfce don Luis de Cara'I, editor
de la novela en cuestión- Resultó
asi, en cierto modo, un Jurado también
premiado.
—Eso oo tiene natía que ver. €A prV»
pasado fue una f4>ra ptiMwr^a pt>r Janes;
este sño le na correspondido a Caralt.
—Casi nunca recae sefore obra inédita.
—Alguna vez si. Lo que ocurre es
qsue son mavoria la$ ortoí¡cadas. Hasta
ahora, ei "Ciudad de Bairafcana" es un
premio prestigioso, dado con oastame
justicia. No fue mala competencia la
que tuvo SaSvador.
—¿Conree algunas obras de las con'
cursóles?
—-Cntre ías publicadas están: "Frontera**,
de Darío Ferná-dez Florez; "Mun-
PORTADA:
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dimf eal» tuda «lew
* • fitoartt ****** -*•» " >
do pequeño y ungido", de Paulina Crbsat;
"Juan Pedro el dallador", de Ildefonso
Manuel Gil; "La puerta de pají.",
de Vicente Risco, y "Cuando Hueve en ta
tierra 1 *, de José María
* * *
—A propósito. £n algunos circuios literarios
de Madrid se esperaba que el
premio recayese én el libro de Vic&nie
Risco. Tanto es así, que un equipo de
periodistas, jóvenes e intervitivadore»,
había prepar tío su entrevista con él y
tocto, juzgándolo premio indudable.
—'Pues, c'imo 1 airas veces, se equivocaron
los vaticinadores.
—Además, cuente usted que entre las
ebras inéditas iban novelas tan interesantes
como Ja de Jum Sebastián Arbo,
"Maria Malinari"; "Ei libro de Caín", tíe
Victoriano Crémer, que, según me ha
rfkho uno de lo$ jurados, es soberbia;
'1LOS prados han bebido", de Fonseca, y
"0 fratricida", de María Dassein, una
fie las finalistas del último "Planeta".
" ' " • * * *
—A propósito del "Planeta", ¿usted
sabe que Santkigo Loren teniía firmada
exclusiva de sus obrís con Janes? ¿i£s posible,
así, que Lara «díte "Una casa con
goteras"?
—'No treo que exista incoinveniente.
Hay de por medio un concurso ganado,
y es» significa situación excepcional.
Además, según ms han djidio, esa noveia
la tuvo Janes en su (poder antes de que
Loren la enviara al concursa y no ta
editó entonces.
* # •
—í-e vi a usted en la conferencia de
Marañan.
—Yo a usted no,. ¡Había tanta gente!
Todo el mundo anhelante por esoitcíiar a
don Gregorio.,, y luego, ¡ya ve lo que
ocurrió!: el orador llegó afónico y don
José María de Cossio tuvo que leerle la
conferencia. Wos quedíimos todos con las
ganas de csojrfjar al biógrafo de "Tiberio''.
Y no es que Cossio lea mal, sino
que don Gregario lo sueíe hacer muy
bien.
* # *
—También fue un éxito la lectura de
Agustín (Je Foxá en el Museo Romántico.
—Befísima idea la de Mariano Rodríguez
de llivas, y bellísima comedia
"Otoño del 3006" —^ue éste es su verdadero
titule—. Gustó extraordinariamente,
y -ya se está ensayando en el María
Guerrero!.
—¿Conoce usted el asunto?
—Muy original. Comienza la obra en
el año 1912, durante una .reunión de la
Academia Francesa. Un desengaño amoroso
anima al protagonista a dejarse
congelar para despertar en el atetm del
año 3006. £s un» comedia de anticipación:
con "ndbois", central de delectores,
mineros, ciegos, etc..
—£se tensa fia lerrt?Wo a ambos Foxá.
Recuerde usíed que "Marea verde" es
también un? novela de anticipación que
Jaime Foxá llevó al Pujol.
—'I-acuerdo también que entairces -'aijne
me contó cómo la tentación- del tema
la sintieron ai mismo tkttrtpo Agustín
y él.
— Vr4>os han cunifplidc*, pues, con
aquella solicitación, ixt que puedo 1 decirle
tamfcién en torno a "Otoño del 3006"
es que se está ensayando con todo entusiasarfo,
que Agustín sigue lai ilusionado
como si f.uese su primera c'media.
Y Mantfuerie idea constantemente trucos
"nada rambalescos", como él dice, parí
lograr mejor los efectos acolados en
la obra.
* * #
—Tengo noticias de que Rafael Arberti
acaba de publicar en América un
tibrn significativo en su vWa. Lo tituta
"Recuerdo de lo vivió lejano".
—Es libro poético, y da en él sus recuerdos
de primera Juventud. Como me
ha dicho Juan Antonio Espinosa, que viene
de allí, aparece Meno de nostalgias
sinceras de España. Probablemente es
ATENEO
LAS JDEAS. EL ARTE Y LAS LETRAS
y
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AúMWST&ACfQM.
SOSCRÍPCíONBS
BEVISTÁ DE tOS ATENEOS
ANO III - NUMERO 52
MADRID/ 15 - II - 1954
un libro de regresión y quizá de arrepentimiento.
* • *
—Y ahora, ¿no .va usted por el "Gijón"?
•—'Pues si, sigo yendo. ¡Como no pienso
escribir ningún libro! Ya ihabrá leído
usted esa entrevista a Juan Guerrero Zamora
donde el autor ile "Estiércol" a#irma
que en ei "Gijóti no se escriben
1 ibros.
—Será aflora. Porque aili escribió "igunos,
antes de tener tasa, Pedro de
Lorenzo.
-—Lo que si armó un buen revuelo es
el repaso que hace de algunos escritores.
Juan Guerrero es tajante en s¿is opiniones.
—¿Quiénes son los malparados?
—Escrivá, Elena Soriano, Eugenia Serrano,
Doíores Medio...
—Vam*, ¡que no deja uno!
—A>guno queda, pero siempre con limitaciones.
A otros fes lia negado el
pan y la sal.
—¿Y qué dicen los aludidos?
—'Hombre, quien más, quien menos,
se produce a la reciproca. Exterioriza
1-J5 mismas o ¡parecidas opinicsn£s scíwe
Juan.
* * *
—¿Se confirma la vuelta de Gómez de
la Sema?
—Sí. Hablé coji su Iwrana-no Julio. A
este respecto me reeuewfa que, aj marchar
en su anterior- viaje, le •dijo que
lardaría en volver menos antas que dedos
tiene una mano. Atora se cumpien
cuatro) años de aquello, luego el regreso
está cerca. Por cierto que va a traer
un Jibro que ahora concluye. Se titu'a
"iPiso bajo?* y su tema es Madrid. Un
Madrid de recuerdos y añoranzas al que
Rajnón va a regresar mu* pronto.
* * *
—¿(Y de pesetas literarias, hay algo?
—Por ah'rs, no,, Solamente que el día
5 de este mes ha cobrado Ángel Marrero
Jas cincuenta «vil pesetas de su Premio
San remando, de novela.
—'¡Que se las gaste con salud!
—£«o piensa hacer. Para finalr !e ha
hlaré de una terUdia.
—A ver.
* • #
—Se titula "La tertulia del convenir'*.
Su primera reunión se celebró el
pasado día 11, en el domicilio dea periodista
belga José Miguel Jassens. Allí,
lo infamo que sníes las casas tetnian una
especie de libro de huéspedes donde los
visitantes dejaban escritas sus impresiones,
hay un magnetofón donde los invitartos
dejan grabada su voz y sus opiniones.
—Buena idea.
—Con Jassens se han reunido, ya, Pfriro
Mourlane Miohelena, César González-
Ruano, Federico Muelas, la (pintora ?u$-
Uiaca Elena Fiscfter, Leandro Navarro,
Gsbriel Julia, Ai'bertoi Diaz, !a señora de
Csmpos, José Ramón Zomeño y creo que
h-feta José María Pemán.
—Pues a vfflr si nos inwHan a "grabar**
uno de nuestros "Paliques".
EL INDISUIFIO

EL
DE LOS TERIT
OL
LA carta que me diriges desde ATE-
NEO, no es, efectivamente, carta
de «meterse» con nadie, ni conmigo
mismo: primero, porque es carta
de corrección, o mejor, ni eso, de
reparos fraternales; segundo, porque
ja manifiestas en ella que en mí
buscas principalmente hombro en que
apoyarte para decir unas cuantas
cosas: cosas muy acertadas, la verdad.
«Préstame tu hombro», escribes, y
añades: «Yo te presto el mío; si de
algo puede raler, encantado.» Pues jo
acepto el ofrecimiento, también para
apoyar en tu carta ésta, que no es
tina réplica, porque apenas si tengo
a qué replicar, pero sí algo que matifar
y bastante que completar.
Te apena que, por una vez, haya yo
caído en el pecado de «preteritismo»,
que es el más frecuente de los fieles
en el campo de la cultura; pecado de
anacronismo, de frialdad hacía el presente,
es otra cuestión, a
la que yo no puedo contestar más que
con un «sí». Yo añadiría a tus palabras
un recuerdo para el magno esfuerzo
de Pío XII por hacernos ver que todo,
todo, salvo el pecado, puede y debe
ser asumido por los cristianos. ¿Cómo
voy a replicar a tu carta si pretendo
ser católico, no de una manera abs-
RESPUESTA DE JOSÉ MARÍA GARCÍA ESCUDERO
tracta e intemporal, sino precisamente
en la época en que Dios me ha situado,
y si la gloria del catolicismo actual
es su voluntad de presencia en el
mando, par» espiritualizarlo, como
hace días afirmaba también Antonio
Garrigues, en «A B C», refutando la
Idea de atribuir a un «plus» de catolicismo
la secular indiferencia o desvío
de los españoles por la técnica? ¿No
estamos hoy para hacer esa «Suma
Cristiana» del mundo que se constituye,
que reclamaba el cardenal Suhard?
Todo lo que hoy se dlee sobre
espiritualidad seglar y formas nuevas
de santidad suscitadas por el Espíritu
Santo para las nuevas necesidades,
responde a esa voluntad de encarnarse,
que incluso se refleja en la progresiva
«mund&nízación» de las Ordenes religiosas
hasta desembocar en los Institutos
seculares contemporáneos. jPuedo
sentirme extraño a una corriente
que me lleva con ella y a la que debo,
si no mi fe, sí mí manera de vivir
esa fe?
Todavía esa corriente es, sin embargo,
menos caudalosa de lo que
debería ser. Todavía muchos católicos
escuchan como novedad, y como
novedad «peligrosa», cuanto se refiera
a la encarnación temporal del cristianismo.
Todavía la técnica «les suena»
a cosa diabólica. Por esto tu carta
es, además (le justa, oportuna, porque
puede enseñar a muchos católicos
nuestros la manera de serlo del todo,
siendo de su tiempo. Pero yo me atrevo
a pensar que mi contestación sirva, a
su vez, a los católicos *que ya se enter&ron»
para que se enteren de que
esa gloria del catolicismo contempo,
raneo que es su voluntad de presenciacontiene
a la vez, como su propio
cáncer, la tentación del catolicismo
contemporáneo, que es esa misma
voluntad de presencia. Me explicaré.
• * *
El hombre está sometido a la tensión
de dos fuerzas aparentemente
contrarías. Es, por an lado, criatura;
por otro, señor. En realidad, no hay
incompatibilidad entre dominarlo todo
y saber que no se es nada. En la vida
individual, y a propósito de la santidad
del seglar, se ha señalado cómo cabe
casar la vida de perfección (que exige
el desprendimiento) con el estado de
posesión de las cosas, y más todavía:
cómo nuestro deber puede estar precisamente
en esa posesión, sí la combinamos
con la renuncia interior a
aquello que exteriormente poseemos.
Uno cualquiera puede, así, tener millones
y ser tan pobre espiritualmente
eomo San Francisco. Pero ¿qué santidad
no le hará falta? ¿Sería prudente
en un hombre corriente someterse a
tentaciones superiores a sus fuerzas?
Trasladémonos a un plano más am-
Véase «Sobre el preteritismo de los católicos», por Luis Ponce de León, en nuestro número 48.
plio- La humanidad, en principio, no
tiene por qué temer la técnica, con el
poder fabuloso que pone en sus manos;
pero ¿y «esta* humanidad? jNo
nos revela todo que no está preparada
para manejar ese poder, sin sucumbir
al orgullo?
Claro es que no propugno la vuelta
al burro como medio de locomoción.
Entendámonos; podría ser conveniente,
pero ni sería posible ni constituirá
nunca el remedio definitivo. Este no
puede consistir en' comprimir la envoltura
material de la humanidad,
sino en dar a su alma las dimensiones
de esa envoltura; y si los cristianos
somos el alma del mundo, im hacernos
tan grandes como lo es ya el cuerpo
que tenemos que animar; con lo cual
estamos nuevamente en el cristianismo
de presencia del que hablas en tu
carta, ¿os peligros son: primero, que,
obsesionadas por esa necesidad (lo reconozco:
«necesidad»), lleguemos Insensiblemente
a identificar el alma eon
sn envoltura corporal; el cristianismo
con la vestidura sociológica, contingente
y temporal, que pretendemos
darle; segundo, que el posible fracaso
de nuestra tentativa lo interpretemos
como fracaso del cristianismo, no de
ios cristianos de una época histórica
determinada.
Del primer peligro, jno dan fe
numerosos signos que exigirían para
su análisis y aun para su mera enunciación
mayor espacio del que me permite
esta carta? Mencionaré algunos,
que cita el cardenal Suhard: la subestimación
de las virtudes teologales
con relación a las «ardiñales, una
t-Jerta Incomprensión de la plegaria de
estricta adoración, la disminución de
la vida litúrgica, el debilitamiento del
sentido del pecado, un vago rusonlanismo,
la negación práctica del valor
superior de la virginidad, de la con?
templaeión y de cuanto no sea esa
acción que, falta de la adecuada vida
interior, degenera en Jo qae e! Papa
denomina «la herejía de la acción».
Más qne ponernos en las manos de
Dios, obramos a menudo eomo si
pretendiésemos qoe Dios se pongra en
nuestras manos. Nuestros fines son
nobles, ¡pero an humanos!». Somos
sensibles a 1¡. caridad, y el Mea! de
justicia social es una manifestación de
esa eneara;ay*ón temporal de nuestra
fe q«e ojaiá se realizase en todos los
terrenos. Todo lo que en ése se haga
es precioso; pero ¿no nos convertimos
a. reces en simples competidores del
marxismo en la tarea de proporcionar
bienestar material... y nada más? La
Insistencia de muchos en considerar
la solución del problema social eomo
condición previa de la evangelizaron,
jes mucha caridad o es poca fe, que
nos hace obrar como si no creyésemos
que hay otra vida y tuviéramos que
resolverlo todo en ésta? Nuestro cristianismo,
¿qué será entonces Hiño fraternalismo?
El amor de Dios habrá
sido sustituido por el amor de los
hombres. Tú, amigo, apuntas al peligro
del integrismo, que es desconocer
que el cristiano está en el mondo;
déjame apuntar al peligro opuesto del
modernismo, que es ir al mundo de
tal manera que nos quedemos en él.
De este pecado podría venir el eseándalo
ante el fracaso temporal del
cristianismo, que no es ineludible,
pero con cuya posibilidad hay que contar
precisamente porque las líneas del
plan cristiano, no se cierran en el
tiempo, sino en la eternidad. Pues
bien; ¿estamos preparados para el fra-

caso? Puede ocurrir que otra vez lleguemos
tarde y que no sea Cristo
quien dé la fisonomía definitiva al
mundo de la técnica. Entonces será
aún más difícil que ahora separar en
ese mundo lo que es redimible y lo
que no lo es. Y ante él, ¡qué poea cosa
pareceremos! Unos vencidos, los cristianos
que soñaron demasiado en un
Cristo-Rey, señor del mundo, jle reconocerán
en ese Cristo miserable,
como retoño de raíz en tierra árida,
sin parecer ni hermosura ni belleza
que agrade; desecho de los hombres,
menospreciado, estimado en nada?...
los mismos discípulos que se postraron
ante El en el Tabor le negaron en
el Calvario. ¿Y nosotros? jNo deberemos
insistir desde ahora, más que
lo hacemos, en la constante renuncia
interior a todo lo que esteriormente
vayamos conquistando? En cierta manera,
la renuncia es el modo más rotundo
de conquista. Se dominan tanto
más las cosas cuanto más libremente
sabemos desprendernos de ellas, y por
esto nadie tiene más que el que tiene
menos. Pero es que, por añadidura,
sólo la renuncia anticipada puede impedir
que nos desconcierte la posible
renuncia forzosa. El cristiano no debe
cruzarse de brazos esperando el Apocalipsis,
como si el mundo y su fe no
se pudieran encontrar nunca: pero no
lo olvidemos: en última instancia, el
cristiano es el hombre del Apocalipsis.
atreveré a terminar, amigo
mío, con una apreciación estrictamente
personal? Alguna vez he citado dos
dovelas de R. H. Benson: «Alba triunfante»
y «El amo del mundo». Dos novelas
de anticipación. Dos caminos
posibles; el camino del triunfo temporal
del cristianismo, que se refleja
en una apoteosis esmo la que tú imaginas
de las tres mil naves interplanetarias
recorriendo el espacio en pos
de la astronave «Belén», y el camino
del fracaso temporal del cristianismo y
de las aeronaves de un Poder temporal
que gulef «el que n© tiene parte
alguna en El», concentradas para destruir
lo que nuestra fe nos enseña
que es indestructible. No es que nosotros,
hoy, tengamos que optar. Nada
pueda eximirnos de trabajar desie ahora
mismo en el camino que tú señalas.
Un cristianismo deliberadamente ca-
.tacumbístico me parece monstruoso,
y a eso equivale apoyarse en los defectos
accidentales del cristianismo temporalmente
triunfante, del cristianismo
de Cristiandad, para preconizar
como fórmula Ideal un cristianismo
herido y perseguido. Pero esto no obsta
a que reconozcamos que el segundo
camino (a menudo providencial) puede
sernos impuesto, ni para que, ante
esa posibilidad, mantengamos neta la
distinción entre la vestidura temporal
del mensaje, que puede desaparecer,
y el mensaje mismo, que no puede
perecer.
Y cabe incluso que uno (dejando
aparte sus personales predilecciones)
considere más probable el segundo de
esos caminos y que, desde ese supuesto,
especule sobre los riesgos de un
progreso téenieo que no consigamos
encauzar y sobre las perspectivas de
un cristianismo que ya desde hace
años aparece atravesado por dos corrientes:
una, que le hace relativamente
decreciente en cantidad; otra,
que le hace mejorar absolutamente
en santidad. Y en ese easo, debemos
preguntarnos sf nnestra fórmula puede
ser únicamente la de «presencia en el
mundo». $No es significativo que en
los Estados Unidos haya surgido el
vigoroso movimiento contemplativo
que dan a conocer los escritos del
trapease Tomás Merton? Puede llegar
el día en que u»a humanidad desencantada
de la téenica se vuelva a
los que se conservaron fieles a Cristo,
y no para preguntarles por sus laboratorios
atómicos, ni por sus ciclotrones
o sos astropilotos, ni por sus
construcciones para viviendas, sus
programas sociales o el Orden cristiano,
sino por lo Antro qne en f • i dta
(menos imprevisible acaso de lo que
parece) importará a los hombres; por
Dios. Y no querrán buscarle a través
de las cosas, sino eon la directa intuición
del amor.
y
Por RAFAEL BENITEZ CLAROS
f NTIENOO que el último desou-
•* brimienito de 3a Física, a lo
que a mi poca preparación se alcanza,
es que ila masa es igual a
la energía. Puede que tal creencia
míi3 sea un solemne disparate «n
el terreno de los conocimientos
materiales; pero pensando sobre
todo ello he venado a suponer que
también existe una tmasa espiritual
y una su posible emergía,, que debe
ser la Historia.
Tsrnbién es prewisáible que el resolví
esta eoifiEtdón na nos reporte
los brillantes resultados dinAmicos
psrciibiííos por ciertos ciudadanos
del Oriente cotí motivo de la
conversión de algunos mínf-aks en
fuerza, y hasta es casi seguro que
el entregarse a este problema no
•nos conduzca a ningún siftio.
Pero at ¡míenos, y puesto que se
trata de cuestionies que están aí
cabo de la Físüca (o más sílá de
día, según decía 'Aristá'e'esJ, seanos
licito con-«srs«r a sabie-ri>as de
que hacemos un consumo superfluo
de ¡trabajo y de tiempo.
Sí, me atrevo a sugerir que nuestro
espíritu iuegs el pspeS de una
masa» cuya, paulatina desintegración
—es un decir—^ o cuya transamutación
en «¡ntergia elabora a la
Historia- Y auo jugándome el rostro
llegarla a «mantener que esa
energía htarnana, ya actuada, es tan
ámcorruptrb'e como la que se desprende
, escoplo o
bisturí* fuego o hacha, o teñ a > °
hierro, o cabellos suaves, o tierra,
o «gua, ó todo lo que su aíma. quiere
o su paso pásav cuanto el hanv
bre> surtidor de -energía, líate, en
uina palabra, a¡h| queda, fijo
da, intocable qunda, irmarcesible
Todo supervive en la Historia. No
los perst>n 9 jes más o meno s funestos,
ni los siatntoraJles hachos, ni
la muerte de Napotleón o Virgisva,
n i Benito o Niimanc j a, f p ig ra í i a
c£p¡It«liar, sino ía letra chica, la
historia de aquel hombre que perdió
a su hijo, ahogado en el río, o
la del gozo de -aquel otro qué encentró
a»l suyo, largaimenite perdido»
o >a inmensa congoja-, o la
suerte, o la ducha, o la muerte, ían
intransferible y honda.
ToSO lo que Tnailtrplicado por
millones de mülones de seres arroja
organiza una cifra moral nvaraviJlab'e
y, desde luego, infinitamente
superior a la de los contados
átomos, seen los que sean, que
por ©1 universo anden. Todo, todo
aquello subsiste.
Tú, o yo o cualquiera que a nosotros
se añada, ¿cuánta masa de
espíritu n© ha transformado en
energía, quién podría sumar su
fuerza íüaiborada, convertirla en
trabajo, en ocio, era potencia amorosa,
en dolor, em todo lo que internamente
conocemos? Haga la
cuenta £Bnstein, pero s'm que tan
sólo iwa soto —alomo del espíritu—
se pierda. Venga 4a cibernética,
esos -"rotots" y cerebros mecánicos,
los imitBtipliciac'ores fabulosos,
y trabajen, crujan hasta la consumación
del espacio. La materia
está iotacta. Oíos la conoce toda.
Pero esos hechos están* además,
catalogados. Los hay que nadie
puede recordarlos por dentro, como
el llanto del ¡niño cw su primera
infancia, o los arrebatados por
la amnesia; pero nada evita que.
realizados, eternamente ex islam.
Como el sodio cuando cae sobre el
agua, asi se infama el alma sobre
el cuerpo, y todo su trayecto es
un arder continuo, una reacción
inoesada mientras e1 carburante
dura. La linea de ese faego, energía
hecha historia, es en cada caso
una moncgraftei de fuerza, bien
torrEspamíia! a un suceso aislado, a
una figura ún'ca, a un conjunto de
stres, a una torrentera con cauce.
Pero lo importante es que* nos er,cantrames
ante biografías, arte
trayectos o irradiaciones dirigidas,
frente a una a L tenderán i C3*
que, por aquello del albedrio Ubre,
se dispara apuntando. ASÍ cobra la
historia didl indivÁctuo su prcpia
contextura, del mismo moío que
adquiere la .hisíoria comunal -una
explicación congrua.
Perqué la" historia generar existe
como resultado de aquella configuración
previa del relato soütairio.
No es una mera suma, sino mejor
una función-, una cosa que anda,
que sft mueve como una marioneta
iimputeada por ¡infinitas hilos.
He aquí que llegamos a LÍI trance
difícil del problema, a un momento
deUicaáo en ia fórmula. Ma^a y
energía, espl r ¿tu e h i storia ¿o r.
personalidades simples, entes univocas
en relación primaria incombimable.
Caída uno vi«e su particular
nacimiento, su devenir y su deceso,
y (toda este aventura es un
asunto cerrad» y anular, inaccesible
a la menor interíerencia. Cada
cual verifica su energética propia,
su bombardeo nuclear, en soledad
i nquebriantabEe.
¿Cómo podemos, pues, enlazar
los amatas, sujetar tanta cabeza sobre
un único cuerpo? La historia
general, o bien no existe, o bien
será

nova&snite. Pero entre tma y otra media
una relación orgánica. Toda
energía realizada, '11 ¡tolerada" —como
expresa la física con iaci6n tiene su origen la universail
historia.
Igual que masa y emorgíia son seres
converiiibles, de tal forma que a
un kilo tíe tungsteno, «aliga por
eje.mplo, le correspondería una prudente
explosión de ddiaamitai, de semejante
«ñañería espíritu e historia
hallan una equivalencia ideal en su
área. Y así, un alma medteinamienite
saliudabie podría evaluarse en tantos
grados revcfludonarios franceses, o
en -equis unidades Termidor, o en
alguna cifna de cabellos Lenin, puestos
a elegir patronea de miemonable
eficacia.
El parangón iiwierso es igualmente
váiíildo. Si una gruesa tormenta puede
viailer una determiinaida masa, un
sismo histórico tamibién; engendra
espíritu, y en proporción debida la
proCij» con ecnífpotencia. El espíritu-masa
de nuestro rey Fel ipe,
¿cuánta no debe a los sucesos del
relimado de Carlos, cuánto r.o aideuda
a Worms, a Piavía. ¡apira, a toda
la energía amiteriOT? Así vista, la
monarquiía parece ¿nstiituída- para encadenar
saingwíjie?imi9ni*e un legado
de mayor trascenderte ia que ía
carne.
SóSo «resta añadir que existen almas
car* .velocidad de irradlac'ón
mvty superior >a i& de otras. Debs
de ser cosa de su peso especifico, de
su comcemtación moitecufiar o de a2gún
otro semteiante fenómcano, qut
llega a traditicirse en una potencia
radiactiva imusitada.. Los pueblos que
poseen, estos focos, cuentan con una
his:oria realmente expúosi

HE sostenido alguna vez que todo
el drama del Edipo Rey era una
lenta anagnórisis, un penoso reconocimiento
por el que el encumbrado
señor de Tebas iba entre vislumbres
y sobresaltos reconociéndose
matador de Layo. Voy ahora a explicarlo
con más detenimiento, encareciendo
algunos puntos de la tragedia
de Sófocles para intentar después un
enjuiciamiento de la aplaudida obra
de Peinan.
«El arte consiste en hacer algo de
nada», decía Racine. En el Edipo,
esa nada fue sencillamente esto: retardar
un conocimiento que hubiera
debido existir mucho antes.
Primera retardación: todo el período
que va desde la muerte de Layo
hasta la peste caída sobre Tebas.
Ignorancia de Edipo que Sófocles
hace pasar inadvertida por suponerla
fuera de la acción dramática. Primer
éxito del poeta para hacer algo de
nada. Sin esta inverosimilitud, el Edipo
no hubiera sido posible.
Segunda retardación, ya dentro de
la tragedia: cuando Tiresias, el adivino,
dice a Edipo la verdad entera,
éste no quiere darse por aludido, y la
interpreta como -una confabulación
del vate y de Creante. Segundo éxito
del poeta: sí Edipo hubiera creído a
Tiresias, el drama no hubiera pasado
de! segundo acto.
Tercera retardación en la anagnórisis:
es la escena entre JEdipo y Yocasta.
Aquí el reconocimiento roza los
linderos de la certeza. Pero el poeta
es un maestro: logra separar dos motivos,
el del asesinato de Layo y el
del incesto, haciendo que el espectador
sólo repare en el primero, y sobre
todo hace que Edipo se aferré a un
detalle que puede serle favorable: el
rumor de que Layo hubiera muerto
a manos de unos forajidos. Así logra
el poeta diferir todavía la anagnórisis.
Cuarta retardación: llega el mensajero
de Corinto e informa a Edipo
de que su padre Polibío ha fallecido
de muerte natural, y le esperan allí
para ocupar su trono. Edipo se tranquiliza:
ya no podrá matar a su padre,
pero rehuye marchar a Corinto por
temor de casarse con su madre. Entonces
el mensajero le hace la revelación
definitiva: no debe temer nada;
Polibio no es su padre, y la viuda no
es su madre. La noticia produce el
efecto contrario. Yocasta llega al
pleno conocimiento de que su hijo
mató a su esposo casándose después
con ella, y se retira para suicidarse.
Edipo forcejea aún con la duda, pero
sucumbe ante la evidencia que le
trae Forbas, el pastor tebano, el cual
se resiste también a hablar para
retardar la anagnórisis.
Todos los intentos de rehacer el
Edipo Rey, de Sófocles, variando la
estructura de su fábula han dado mal
resultado. Léanse en prueba de este
aserto los Edipos de Corneille, de
Voltaire o de Martínez de la Rosa.
¿Será el de don José María Pemán
una excepción? Nuestro gran poeta,
que es además uno de los hombres
de criterio más sano y seguro de España,
no ha pretendido quizá tanto.
Leyendo la nota introductoria de su
obra vemos que las variaciones obedecen
al deseo de «acercar el caso de
Edipo al espectador actual». Para
lograrlo se apoya en el elemento sorpresa,
desaprovechado por los griegos.
«También había que aprovechar ante
el espectador moderno —sigue diciendo
Pemán— todo el fondo emocional
de pasión y de amor, tronchados
por los súbitos descubrimientos
de la progenie deí héroe.»
Estos parecen haber sido los motivos
predominantes que han guiado
al'poeta en las variaciones que introduce
en la trama de la mayor tragedia
de Sófocles. Y si ésta es, como
acabo de sostener, un reconocimiento
retardado, las variaciones afectarán
también a la manera eomo se produce
el tal reconocimiento, y habrá que
juzgar del acierto del poeta gaditano
por el resultado a que nos conduce
su Edipo.
Respecto de lo que he llamado
arriba «primera retardación», adviértese
en los reproches que se dirigen
Edipo y Creonte un deseo de justificar
el error de no haber buscado a
tiempo al matador de Layo y de
haberse contentado con decires y
rumores.
Respecto de la «segunda demora»,
hay idéntico motivo en Pemán y en
Sófocles: Edipo atribuye la predicción
de Tiresias a una confabulación
con Creonte, si bien la escena es más
breve.
La tercera y c uarta retardación
son en Pemán diferentes de las del
poeta griego. Se mezclan motivos
amorosos y alusiones a la pasión de
los celos. Falta sobre todo la larga
tirada donde Edipo cuenta a Yoeasta
la causa de sus temores —había matado
una vez a un hombre en una
encrucijada—. En Pemán esta tirada,
esencialísima, tiene su equivalente en
el parlamento de Edipo con un confidente,
Hyparco. De esta suerte
Yocasta, que ya se ha ido de la escena,
no puede enterarse de cuáles
son las verdaderas preocupaciones de
Edipo; a tal punto que, antes de
marcharse, atribuye a celos por su
difunto esposo las preguntas del rey
sobre su parecido con Layo, preguntas
que su actual marido la dirige
con una intención muy diferente.
Pero Edipo mostró deseos de oír
al único superviviente del séquito de
Layo, el pastor Forbas. Este va a ser
llamado, y Yocasta tiene que adelantarse
y prevenirle, pues hay eosee
graves que ocultar. En efecto, en el
diálogo de la reina con Forbas nos
enteramos de que ésta había tenido
un hijo de Layo; y también nos informamos
de que según este fiel

LEOPOLDO EULOGIO PALACIOS
testigo, el matador de Edipo fue
un hombre solo, y ~no tina turba de
forajidos. Ese hombre solo, ¡fdé Edipo?
La reina teme que así sea —con
menos motivos que en Sófocles, pues
carece de la referencia de Edipo sobre
el incidente que le ocurrió a éste en
una encrucijada—. Intima a Forbas
para que mienta, y ella vuelve a
mentir a Edipo desfigurando por anticipado
el testimonio del pastor.
Edipo se queda del todo tranquilo
y manda reunir al pueblo para que
Forbas hable y dé testimonio de lo
que sabe, con el consentimiento de
la apasionada Yocasta, que ya se
había puesto de acuerdo con el falso
testigo. Y todo acabaría bien si no
apareciese el mensajero de Corinto.
En Sófocles el mensajero de Corínto
tiene un papel esencial, ya resaltado
por Aristóteles. Pero como la
Yocasta del poeta griego no BS una
embustera, y como no hay previa
confabulación con Forbas, ni el protagonista
es tan crédulo como el de
Pemán, al que su mujer convence
con una mentira, Edipo no deja de
estar angustiado un solo momento y
el mensajero llega cuando tiene que
llegar: interpuesto entre los deseos
que tiene el rey de-ver a Forbas para
tranquilizarse y la efectiva llegada de
éste para producir la turbación definitiva.
El mensajero es así un eslabón
necesario, unido con arte magistraí
a lo que antecede y a lo que
sigue, según lo requieren la necesidad
y la verosimilitud de la fábula dramática.
En Pemán el mensajero llega cuando
ya Forbas ha venido; éste ha pasado
a descansar al palacio bajo la
hospitalidad interesada de la reina y
vuelve a entrar en escena traído a
empellones por el coro, y entre el
pueblo viene otra voz Tiresias. ¡De
dónde han sacado al pobre Forbas?
Creonte da una explicación: «Asaltaron
mi cámara; sacaron al pastor
a la fuerza.» i Y qué va a hacer ahora
Yocasta con este cómplice, después
de haber oído al mensajero? Le
libera de su promesa de no hablar.
Forbas entonces recorre con la mirada
a los hombres de la plaza, reconoce a
Edipo y le señala como asesino de
Layo. Tiresias se ensaña entonces
con el mísero Edipo, al que no le
bastaba tener dos cicatrices en los
pies para rematar la anagnórisis:
P«mán ie añade otras dos en ios bra-
TEOS. Pero las anagnórisis por medio
de cicatrices han sido consideradas
por Aristóteles como un recurso pobre;
aunque en algunos casos conveniente:
en el Edipo, casi casi inútil,
porque la grandeza de este drama estriba
precisamente en que la anagnórisis
dimana de las entrañas mismas
de los hechos. Por eso las cicatrices
de los pies, únicas que tiene el Edipo
de Sófocles, no son aludidas por éste
sino de pasada y levemente.
En el poeta griego Yocasta sale
desesperada de la escena antea de
que Edipo consume el interrogatorio
fatal. Durante éste y las exclamaciones
del coro se supone que se suicida,
y la noticia de este hecho y de lo que
hace después Edipo la trae en el
último acto el mensajero. En Pemán,
Yocasta se marcha después del interrogatorio
seguida inmediatamente
de Edipo. Y en el mismo acto, en el
lapso de tiempo ocupado por la recitación
de dieciséis versos, tiene que
ocurrir toda la larga escena que narra
Creonte.
Pemán, variando, como se ve, la
contextura de la fábula del Edipo
Rey, ha hecho lo que él llama «versión
nueva y libre». No puede negarse
que ha salvado con verdadera maestría
las dificultades en que le colocaba
su intento. Pero como el Edipo Rey, de
Sófocles, es la obra cumbre de la
dramaturgia universal, y en ella
están ensamblados loa hechos de manera
que no puede quitarse ni añadirse
nada sin perturbar el conjunto,
resulta que todo lo que se haga
después, incluso por un dramaturgo
tan extraordinario como Pemán, tiene
forzosamente que resultar peor, aunque
esto lesione nuestra vanidad de
hombres modernos.
Con todo, el intento del gaditano
poeta está, como he dicho, lleno de
aciertos. Su obra es muy superior a
la versión que han dado algunos autores
recientes a las tragedias griegas:
superior, por ejemplo, a la Antígona,
de Anouilh. Y hay en su final una
ternura y una melancolía que, juntamente
con otros rasgos que no tenemos
tiempo de reseñar ahora, cumplen
a la perfección el intento de
acercar el caso de Edipo al espectador
actual.

de Melibea y sus padres.
Frontera la una de la otra,
c«n el huerto culpable en
medio.
EL MAESTRO «AZO-
RIN» SE HABRÍA
DERRETIDO. FIGíJ-
RINISTAS DE ES-
PANA
en triunfo por toda
| A Celestina» había durado ea Mt-
*-* lán treinta y seis días, todo el
tiempo de la campaña, dieciséis en Genova,
varias semanas en Roma, y se
asomó » Ñapóles. A la_ Exposición de
Ultramar. La Mostra es una joya de
arquitectura, música y jardinería, que
el hombre Mussolini regaló a esa mujer
medio emperatriz griega, medio gitana
haraposa, que es Ñapóles.
y el Piccoto Teatro de la ciudad de
Genova inauguró su campaña en
Ñapóles con «La Celestina». Era de
buen augurio —como dicen por aJli—
para la cabeza femenina de la compañía
Gina Vokraghi.
En el esplendor del teatro, un público
selectísimo. Mejor vestido, mejor enjoyado
que el de nuestros días de estreno.
Ñapóles, con su millón y medio de
habitantes —un día rey, a costa de ser
luego otros cien mendigo—, tiene esas
sorpresas. Ñapóles, la tierra de los mejores
abogados de Italia jurista, poética
e intelectual, se había volcado allí
con lo mejor de ella misma.
INFLUENCIA DE «LA CELES-
TINA» EN EL TEATRO ITA-
LIANO
Se trataba de una compañía profesional.
Había escogido una obra del
teatro clásico español. La primer» obra.
La mejor gema acaso de nuestra tiara
dramática. No le había asesorado ningún
español. En el programa de mano,
un hispanista italiano contaba, punto
por punto, la historia de «La Celestina».
Explicaba la indudable influencia
de nuestra comedia en el teatro 'italiano.
Comenzando por Maquiavelo. El hispanista
del programa sabía, acaso, mas
de* «La Celestina» que nosotros.
El decorado era una maravilla. Primorosamente,
Camilo Pelotto y Gina
Volonghi habían accedido a los deseos
de un decorador inteligente. Y «La Celestina»
se pavoneaba en medio de un
grabado en madera. Sí; uno de los viejos
grabados en madera de la edición
príncipe, con los tejidos poco mas altos
que las personas. Y la escenografía resuelta
_ en dos planos. Arriba, en el
centro, la casa de la vieja Celestina.
A izquierda y derecha, dos rampas que
le servían para haldear; y ya casi en
las candilejas, la casa de Calixto y la
se ahorraría muchos trabajos... De
veras...
UN PUBLICÓ CULTO.
TEATRO PEINADO
Pero actuó la luz negra... Hubo su
poquito de silencio... Y se íué engrandeciendo,
sin este estrépito de toses, de
pisadas que anuncian la entrada de los
Sí, todo parecía escapa- retrasados en nuestro benemérito teado
de la vieja primera imtro nacional—, el silencio, hasta haprenta
española. Toledo cerse maravilloso... No sé si decir Te-
más que Salamanca. Al ligioso —¿el arte como religión?—, pe-
maestro «Azorín» se le haro al menos sí ritual. La gente bebía
bría caído la baba de gus- las palabras de nuestra, muñidora de
to viendo moverse los vie- voluntades. Bebía los pensamientos...,
jos y queridos héroes. la intención... Todo. Hasta esos parla-
Los figurines... No; pamentos que en España se cortan siemrece
que los figurinistas espre. Nuestro teatro está demasiado peipañoles
no tienen nada nado... Demasiado hecho de frases bre-
que envidiar. Benditos y ves y latiguillos. A fuerza de peinarlo,
bien venidos sean estos de esquematizarlo, se ha reducido, si
chicos, tan ásperamente no a la nada, a la nadería... Y nues-
tratados y motejados en la tro teatro, cuando tiene parlamentos
vida arística literaria. Por- largos, vale la pena. Los parlamentos
que los bellos pingajos con de la Celestina lo valen. Silencio apa-
que ellos visten a los hésionado... Silencio terminado en risas
roes de las diablas es lo burlonas, en carcajadas maliciosas...
único que tiene acento uni- Por ejemplo, cuando la vieja habla de
versal de los entresijos y las virtudes del vino, cuando explican
material del teatro español a Sempronio cómo la llaman y con qué
actual. Benditos estos es- alegría, y qué bizarro nombre, las pietupendos
pintores que desdras de Toledo al entrechocarse unas
ahogan su vocación malo- con otras... Silencio pensativo cuando
grada en engrandecer un —un actor extraordinario— el padre de
riNA-,
aspecto del teatro españoL Es difícil
encontrar algo tan graciosamente vestido
como la escena española. Tan genialmente
planteado. Y aunque los figurines
boquiabrieron un poco al público
italiano, nosotros recordábamos con
orgullo los manes de Víctor Cortejo,
de Viudes, de Chausa, de Liébana, de
Comba, qué sé yo..., hasta los de Cornejo,
vistiendo cualquier punto y hora
del teatro que se lleva en España. Lástima
que no se lleve «La Celestina».
Sólo había acierto de verdad en el
vestido de Celestina. Morado y negro,
que ha hecho el morado impopular en
Italia este año —las señoras bien recuerdan
ya este color en unión del
nombre de nuestra tradicional alcahueta—.
Y también en el artístico semidesnudo
de Elicia y Areusa, las alegres
chicas de vida alegre y airada. El semidesnudo,
o semivestido, como ustedes
quieran. Uno de los problemas del
teatro español. Y en unión de aquello,
una especie de aforismo francés:
aDescubre sólo lo que merezca la pena
de ser visto.» No estaría mal como norma
esto en nuestro teatro. La censura
Melibea - canta-el elogio fúnebre de su
hija, las tristezas y maldades del amor,
para terminar pJañiendo —en la versión
italiana no se conserva el latín finalte...
en este valle de lagrimas».
Han explicado puntualmente, en sucesivas
generaciones, todos los catedrátivos
de la Facultad de Filosofía y Letras,
el neoplatonismo de la escena del
huerto, cuando Calixto y Melibea se encuentran
por vez segunda. De «El banquete»,
a León Hebreo. De Améríco Castro
a don Luis Morales. Por una maravilla
de la música concertada—una vieja
canción española con quejumbre y dulzura
napolitana— y de la pureza con
que se conservaron los parlamentos, la
atmosfera neoplatónica se conserva
aquí. Después de esto, tan sólo el huerto
de la Flecha, de Fray Luis. Había
angustia. Y la gente se quedó pensativa,
sin aplaudir. La representación, en
ciertos momentos, era una fiesta par»
el alma y los sentidos.
El refundidor había utilizado, hecho
utilizar, a las huestes de Camilo Pelotto
y Gina Volonghi lo que en la
edición de Cejador se considera como
primitiva «Celestina». Pero sin perdonar
ni una pedantería. Ni un epíteto, ni
una malicia... Ni una queja. Vertido todo
a un italiano que valía casi por el
castellano de Fernando de Rojas. Y la
gente bebía las palabras. ¡Qué orgulloso
se agitaba mi abanico español! En
los entreactos, cómo se pavoneaba, como
le miraban... Cómo se sentía el abanico
negro y oro orgulloso de su patria...
Y de ser modesto, ínfimo exponente
de una cultura, una civilización,
un pueblo que ha hecho «La Celestina».
Llovían las preguntas en el salón, de
ensueño del teatro de la Mostra, teatro
mediterráneo... Según lo que demostraba
la civilizadísima Celestina,
España es un país de ensueño. Si esto
era hace cinco siglos... Los napolitanos
le decían orgullosos al abaniquito español...
«Claro, nosotros lo comprendemos
muy bien... Nosotros también tenemos
cuatro siglos de España en las venas...»
Hubo aplausos de fervor. Aplausos
que quedaron después del escalofrío del
llanto final de Pleberio. Un minuto de
silencio... Ha pasado un ángel, el ángel
de la muerte de Melibea, el ángel
del arte español... Y luego, un torrente
de entusiasmo. Mi abaniquito español
soñaba en ser agregado cultural,
de prensa, de turismo, de lo que sea...
Tenex vos y voto. Y dar una medalla,
una cruz de algo, a Gina Volonghi y
Camilo Pilotto, que hacían España, sí;
prensa de España, turismo, cultura y
propaganda... Porque sí... Por amor al
arte... Sin política.
Me estaba enredando aún en contestar
al último simple. Bienaventurados
los tontos finos, los «snobs» de buena
clase, que se boquiabren con la joya
de nuestro teatro y luego objetan:
—Me hubiera gustado más que se casasen...
Quería saludar a los actores que tan
estupendamente se habían portado. Pero
eran ellos los que querían saludarme
a mí, a la española. Gina Volonghi
quería saber asi estaba tules»...
Yo esperaba encontrar en el camarín
de la primera actriz una mujercita
menuda, casi escuálida... La vieja
y haldeante celestina. Me encontré con
una hermosa y clara genovesa de treinta
y tantos años. Alta, como yo, un
metro setenta y tres, y no precisamente
delgada. Se rió de mi asombro. Yo
la esperaba menuda y esmirriada, y vieja
actriz. Me explicó:
—Desde los dieciocho años estoy soñando
con hacer «La Celestina»... Es
trabajoso... Porque como soy tan alta...,
tengo que hacer toda la escena en flexión,
de rodillas... Como si estuviera
bailando danzas cosacas.
Bueno; aquí, a doña Lola Membrives
le gustaría hacer hoy Julieta... Se
siente con facultades. Y, por favor, no
le pida usted a una joven, plena actriz
española, que haga papeles de carácter,
que sueñe con ellos... Que lea siquiera
«La Celestina».
Después, Camilo y Gina hablaron de
cosas de España. El la conoce. Ella no.
De nuestro gran teatro clasico. Yo dije
que escribiría algo sobre ellos. Y hasta
hoy no he cumplido.
EUGENIA SERRANO

STE "sfgnore" Redeü, toscano, cin-
E cuentón y rechoncho, buen alcaide
de Pescia, ha peleado como un iluminado,
y está visto que se sa!e con la suya.
No hace ímiCho consiguió •—medida de
otceJeníe ped?ra tanta obstinación. El algy
sabe de una horrible zarabanda, una
noche en el orfanato de su pueblo, en
que, por igual y confundidos, bailaron
ío animado y lo inanimado, los cuerpos
de los niños y sus ositos de serrín, la
sangre de tos niños y las astillas de las
camas .en que soñaban las aventuras del
muñeco narigón. Noche, durante la última
guerra, en que unos hombres, una
vez más sembradores a voJeo de dientes
de dragón \ "Ahora la noche rueda sebre
el poniente y es sólida la nciohe.—-Nuestros
padres y nosotros sembramos los
dientes del dragón.—Nuestros hijos conocen
y padecen a los hombres armarlos.")
(1), íe "Humanaran", y ero qué único,
y sCbrecogedor» yvpwido color, su: vieja
colección del "GíorniaSe dea Bambini".
Este alcalde Redeti algo sabe —!o aprendió
bien aquella noche, y de ahí su obstinación—
de la vacuidad intelectual y
li estulticia sentimental que encierran
emre sus piedras todos los monumentos
a la paz; algo sabe de cómo los símbotcs
edulcorados y pedantes, hechos con
figuras humanas, están desde el nacer
mismo confundidas por el Infierno, y
que mejor que el énfasis es i» humildad
y la sencillez, y más vale, para las paces
de esté mundo y las del otro, hacerse
cottno niños siquiera por un rato.
Pese a todo, los mayores apenas si
hemos tomado en serio eso det monumento
al muñeco creado por Lorenzini.
Sentimos como sonrojo de encender, pía
y humildemente, una lamparilla al héroe
de palo. Cuando, realidad o fantasía
aparte, sus tiectios y los nuestros, los
unos por enteiequiais, los otros par disparatados,
están casi pudiendo íKbiarse
de tú. Que, por mucho que pudiéramos
corregirnos, esta época nuestra es segu-
{i) De un poema de Stephen Benet.
ro que sea juzgada por la Historia c?mo
de sucesos y verdades inverosímiles.
Y en contraste con nuestra peripecia y
nuestra aventura desordenada, con nuestro
amontonamiento chinesco de locura,''
con nuestro ir viviendo a salto de invento
y descubrimiento, las perfectamente
ordenadas y rabonadas aventuras de
las figurillas míticas de nuestra infancia
van a resultar de una estupenda seriedad
y cordura. Esto lo podemos ver
ya sin necesidad de ninguna perspectiva.
Nadie puede dudar que, en buena, y
sana., y ejemplar lógica de cuento, a
este mundo nuestro, tan metido en engaños
y falsedades corno anda, deberíi
crecerle desmesuradamente la nariz.
También, en buena y sana y ansiada lógica
de cuenta, a los hombres de hoy,
tan perdidos y desorientados como vamos,
nos vendría de perilla que los enanitos
del bosque nos sacaran las castañas
del íuego alguna que otra vez. Y
es seguro que r.unb&s cosas, de suceder.,
mañana serian tenidas por menos disparatadas
que, por ejemplo, los modernos
procedimientos eugenésicos, la súbita devastación
de Hiroshima o las campañas
electorales de las actuales democracias
protoüpos.
¿"Pinoctvot', figurilla? ¡Y qué más da
úgura o figurilla! A la vuelta de cien
artos, más que la condición de ser humano
importa ya la humanística significactóii:.
A la vueila de cien añ^js, sombras
ilustres, solamente sombras. Y hasta
es posible, es seguro, que llegue la
hora en que figura y figurilla —Oeorge
Washington y "Blanca Nieves", Cavour
y "Pinocha", el rey Gustavo y "NÍIs
iiolgerson'*...— se anden, renglón más,
renglón menos, en vecindad por una
misma pagina de la Historia. 0 de la
Leyenda. A! fin y al cabo, la verdad- e¿
como ia flor: vive mientras alienta ia
planta y algunos días mAs. No muchos.
U.u mañana sale ei sai y echa de menos
un. pétaio y la piedrecita delí cascaís
del jardín sobre la que ed peíalo cayó.
¡Y que vengan luego a intentar d¡tererxiar
los átomos de lo que tuvj aliento
y de lo que no lo tuvo! Puede hagia
suceder que sean las partículas ús la
piedra de cascajo las que den eí aram>.
Y puestos a no ceder en lo de querer
ser y parecer adultos, graves y sesudos,
sepamos —^ué menos— acompañar
de corazón ai buen alcr-llde toscano.
¿Por qué ha de merecer títulos de gloria,
veneración y supervivencia tan sólo
lo que es capaz de razó--, de tristeza,
de pecada, de padecer arteríoscierosis o
infarto de máocardio, y no un héroe fabuloso,
del que leen las an/enturas en su
idioma vernáculo hasta los bóers, y que
en aquella edad en que el mundo se nos
aparecí.* sin una mácula, alegre y maravilloso,
vivía en nosotros con la misma
realidad que los dominicales postres
de ajroz con leche o la gorra visera de
Ricardo Zamora? ,
Pero más que tedo importa el que, en
nuestra h$ra, lejos de la ternura no hay
salvación. Mata y miente y siembra la mala
cizaña del odb el hombre, y un día su
atroz y enloquecido corazón, por sólo
unos instantes, y sin por qué ni para
q.ué, se sieme reverter de ternura, y ya
está la flor silvestre ganándole el perdón
a la espi a del zarza!, a la zancadilla
de la raíz, al latigazo de la rama,
a la amenaza des áspid, a la yerta negrura
del bosque-
ES que por un

PARA LA HISTORIA DE UN ATENEO: EL DE MALLORCA
M
EL "GRUPO AZUL"
I apellido latino —mascara de tragedia
griega que oculta mi segunda
salida de Séneca JO Don Quijote al mundillo
de Jas letras—se conmueve cuando
recuerda los rojos divanes, la lámpara
dorada con estalactitas de cristal
"made by Uoíriá" y, sobre todo,
los kilos de 'papel martirizado —Miómandre
estaba de moda—, en singulares
dueles del gay saber, que se sucedían
crueles en aquel Ateueo Mallor-
Ilorqtrin de 1936, en d»nde la opinión
política eria blanda en sus principios
como la primera ensaimada que gustara
don "Jaume", pero que ai ser es
TEATRO CIRCO TEATRO
"unción para hoy, sábado, 1 de abril
La zarzuela en un acio:
EL D'JO D5 LA AFRI^ftNA
ekcüisrí e¡ acio del
^A^ECíO OSCILAMT5
La zarzuela en un arto:
SZUCifliLLOE Y *GU * ROiESTE
LX SEGUNP1 TlPl.fi
MISS .GIACOMINI
en su fantástica y po^i-ifir
creac-ón ele
LA DANZA SERPENTINA
La b£• is
eieci¡i-rá cuairo bailes.
MISS GIACOMINI,
23, scc v.és, ! máore de r¡fle.
trujada siempre daba resultados contrarios,
o casi siempre contrarios, al
sentir y deseos del. orondo bedel perdido
para España cuando la Barcelona
de Compaoys quiso competir con la
Olimpiada germana, cantada en clásicas
imágenes por Leni Rienfensthal.
Dentro del Ateneo, el "Grupo Azul"
—nombre atrevido en rojos amaneceres
con olor a sopa maitorquina y a
proletariado separatista— tenia sa Versalles
y basta su Corral de la Pacheca;
tenia sa "Caballero Gato" y al ficficio
marqués de San Martin, con su
crondaj personalidad d¿ barítono de
ópera italiana; tenía al gracioso""tuno
Ibérico", que alternaba sus poéticos
afanes con los patrios deberes de
cabo de Infantería; tenia al buen Luis
Segara —maestro de escoda entre almendros
floridos—; tenia al excitable
Maura, que se unió más tarde a los
tercios de MíHán Astray, y al ególatra
Cladera, que, como Chateclair, puso
fin a su vida Morque jel Liceo de Barcelona
le negó el sol cordial del
aplauso.
El 'trapo Azul** de Palma se alimentaba
de la cordialidad de df>n Antonio
Pina —Toni Pina para los amigos—,
que fue ama de cria del Ayuntamiento
mallorquín cerca de una decena,
dando con ello lugar a un gracioso
proceso. Don Antonio, co!eccionista
de autógrafas de cascada voz
atenorada, era el personaje más interesante
del Ateneo mallorquín de antes
de la guerra de liberación; él puso
la paloma de paz de sus arrugadas
manos —como olivos sarmentosos de
Vaidemosa— entre los grotescos du

DOS ORILLAS Y UN
PUENTE DE SILENCIOS
EN LA MÚSICA ESPAÑOLA
crítica. Misión que én Salazar junta
escritos, libros fundamentales y tareas
de organización. La ilusión de la Orquesta
Nacional está ya a la vista en
los proyectos inmediatamente anteriores
a la República.
Con la llegada de la República la
música española intenta una organización.
Satazar aprovecha la coyuntura
para bautizar a toda una generación
de músicos jóvenes que pasaría
ya a la historia con el título de «generación
de la República». Hay en la
denominación intención política e intención
estética; porque los compositores
que en ella militan suelen mostrar
republicanismo ferviente e iz~
quierdísmo artístico, manifestado a
veces con expresiones de grueso calibre.
Dato curioso: Todos, desde el más
conservador al más revolucionario,
hacen un sitio aparte para don Conrado
del Campo, fiel, entonces como
en su última obra, a casticismos a lo
Bretón-Chapí y a romanticismos modermistas
europeos de signo germano,
línea Wagner-Franck-Strauss. Quizá
fuese la de los jóvenes una postura en
la que resonaba la de Falla, bien diferente
éh su credo artístico a don Conrado
y, sin embargo, apasionado defensor
de él cuando llegó el momento.
La generación de la República desaparece
casi íntegra de la vida musical
española cuando la guerra llega y la
cruzada termina. «Tras los montes y
los mares», queda un grupo de compositores
cuya importancia, como ha
hecho ver Sopeña, estriba mas que
en la valoración individual, en el hecho
de constituir una generación entera.
, ¿ Qué sucedió c^n la pretendida organización
musical? El mismo Salazar
cuenta la sucesión de «desastres» que
dieron al traste con todo proyecto, serio
Uno a uno fueron naufragando en una
política partidista y provisional cada
mes. Y así ni hubo Orquesta Nacional,
ni ediciones, ni reforma de Conservatorios,
ni renacimiento vivo del
«folklore». Tan sólo unas temporadas
de «Teatro Lírico Nacional» trajeron
dignidad para el montaje de nuestra
mejor zarzuela, incluida dentro de
ella alguna ópera española.
• * *
Con la ausencia de Salazar, con la
de Falía, con la desaparición de un
Por
ENRIQUE FRANCO
grupo entero de compositores, «a
nadie pudo extrañar —escribe Sopeña—
que nos acogiésemos a quien era,
sin disputa, el llamado a recluíamos
cuando terminó la contienda: Joaquín
Turina». De la zona nacional llegaban
aires de intentos musicales con más
ambición que realidad y cuando se
consigue la España una, es Turina el
encargado de dirigir y estructurar las
nuevas y viejas ambiciones. Hoy no
es necesario hablar demasiado, porque
algunas de ellas están en la calle,
en la piel de España y de América, en
el mar que junta las dos orillas.
La Orquesta Nacional nace audaz
al principio, hermosamente audaz,
queriendo recogerlo todo y albergar
en sus inmenso brazos nada menos
que a las Orquestas anteriores. Un
crítico joven, nacido a la profesión
justamente el día en que Manuel de
Falla nos dejaba, Federico Sopeña recoge
la herencia de Salazar con una*
mayor alegría y una especie de locura
juvenil que en cuatro días levanta el
«Retablo», repasa lo fundamental del
ha poco muerto Mauricio Ravel, estrena
«Juego de cartas» y pone al
frente de la Nacional, para darnos a
conocer su música, la figura latina y
europea de Alfredo Caseíla. La Orquesta
se organizaría luego, normalmente,
seria vehículo de la música
nueva de Joaquín Rodrigo, de Halffter,
de Guridi. Desde el otro lado del
mar, manos españolas tienen que haber
aplaudido la realización de lo
tantas veces intentado como —de
grado o con disgusto— tuvieron que^
rendir aplauso y emociones a la presencia
viva del «folklore» en la Ronda
Española de la Sección Femenina de
la Falange. {Emociona leer en el libro
de García Serrano la constante reverencia
de los exilados españoles ante
los Coros y Danzas, el entusiasmo,
por ejemplo, de un coronel Casado
atite la hazaña de la Falange femenina.)
La postguerra española saca al
primer plano el nombre de un compositor,
que ya había estrenado en Madrid,
antes, obras con valor alto de
anuncio. Joaquín Rodrigo, mantiene
—Seguimos a Sopeña—, día a día, el
fuego sagrado del riesgo, de la modernidad,
de la inquietud. Ño es tan sólo
su contribución musical con el «Concierto
de Aranjuez», las «Ausencias»,
o la «Música pava un códice salmantino».
Es su significación como figura
central de todo un movimiento renovador.
Joaquín Rodrigo ha reunido
en torno los más valiosos afanes juveniles;
en gesto altanero y gritón,
como de «gallo mañanero»,
ha sostenido actualidad
y espaf-o ismp, nacionalismo
y universalidad
para nuestra música.,
Ernesto Halffter, con
la «Rapsodia», con
«Dulcinea», con aportacio
nes valiosas en el
campo cinematográfico,
con su última «Fantasía
Española», enlaza a un
ritmo lento con su brillante historia
pasada. Otro tanto podría decirse de
Jesús Guridi, cuyas «D ez m;lodías»
ponen acaso la contribución sinfónica
más valiosa en el terreno de lo
directamente folklórico; de Osear Esplá,
con su «Sonata del Sur» para piano
y orquesta y su «Sonata Española»
para piano, continuadoras a grandes
rasgos de su línea anterior; de Federi*
co Motnpou.
José Muñoz Molleda y Jesús Leoz
hacen hueco en su diaria actividad de
compositores cinematográficos para
darnos obras como el oratorio «La
resurrección de Lázaro» o el «Cuarteto
con piano». Conrado del Campo añade
títulos nuevos a música apasionada y
romántica, de lírica exaltada como fue
siempre la suya. Títulos: «Ofrenda a
los Caídos», «La pradera», «Fantasía
castellana» «Lola la Piconera», música
de cámara.
Falla primero, Turina luego, Conrado
del Campo, García de la Parra,
la Viña, entre los mayores. Inesperadamente,
Leoz, entre los de la que podemos
Hamir generación intermedia,
murieron. Con ellos, otras figuras que
aportaron su quehacer al conjunto
que un día pudo pesar en nuestra música
y del que se destacó el nombre de
Falla para dejar herencia e hilo de
continuidad.
Luego... lo que está ya ahí al lado.
Los que alborotábamos el 39 en el
Conservatorio y lo queríamos todo en
un día, hemos doblado la treintena.
Otros, más jóvenes aún, han salido
ya de las aulas. Otra, vez un Halffter
se alza prometedor para la música española:
Cristóbal, con su «Antífona»,,
su «Concierto» premiado el año paraso.
Calés, catedrático ya de Contrapunto
y Fuga, Carra, Castillo.
La Radio, primero incitada por Rodrigo,
luego por sus continuadores, se
abre de par en par para la música española
y para la música última de
todo signo y nacionalidad. Con Coros,
Cuarteto de Madrigalistas, Orquesta
Cuarteto de cuerda, la Radío Nacional
española es también algo que soñaron
los que están «tras los montes y los
mares» y que no pudieron tocar con
la mano.
La enseñanza musical sufre una
completa reforma; en la Universidad,
Joaquín Rodrigo es catedrático de
Música en la «Cátedra Manuel de Falla»;
en el Bachillerato se tendrá ya
para siempre estudio y compañía musical.
Un director, Ataúlfo Argenta, triunfa
en Europa, después de haberse hecho
en España. Desde París, Lisboa,
Roma o Berlín, desde el Festival internacional
de Granada, Argenta se
yergue como cima de nuestra historia
directorial y es para los más jóvenes
meta ilusionada y solicitado consejo
diario.
¿Y los de fuera? Salazar publicó
cuanto llevaba dentro. Hace alguna
temporada publica libros —como la
«Música de España»— mucho más «fabricados»
y sin mensaje nuevo. Libros,
además, con mucha dosis de
triste amargura que los invalidan un
tanto.
Por distintos países hispanoamericanos,
la generación de la República
ha dejado y deja atrás más días que
positivos hechos. Rodolfo Halffter trabajó
en medida de importancia dentro
de su nacionalización mejicana. Los
menos —como Bacarisse, en París—
se quedaron en Europa, cerca de una
patria cuyos oidos buscan con la mayor
ilusión para la música que escriben.
Treinta años de música española.
Quince de anteguerra y quince de
postguerra. Dos orillas con un puente
de silencios que salva probablemente
la gran sombra unificadora de nuestra
música, la figura y la obra de don
Manuel. Hace treinta años se esperaba
su música y el «Concierto» con inquietud;
hoy, todavía, esperamos sus
últimos pentagramas de «La Atlán.
tida» con ilusionada y temerosa desazón.

ÜspJá: «CoiifinessK—Manuel de Falla: «
. • .- reísble de Maesé Pedro»*—Jesús Garitü; «Misa'
~ • "dg Ssiv Ignacio*,—.Ernesto Malffter: «Maraiia
alegre». —Joaquín Kedrigó: «Homenaje a u»
»;viejo clavicoráis»,—-Rodríguez Alberí: «GavOta
'"' antigua». • " .
1923 Osear Espía: «Nochebuena dei diablo».—Jesús
Guridi: «Estampas vascas»,—Federico Mompóu:
«Frimerc y segando díáítígíi»^-Joaguía Tari-rina:
«Sanlúear de Barrame&a»,—Joaquín. Ro*
driga: «Berceiise de otoño»; «Gangoaeta».
1924 Manuel de Falla; «Psy che» .—Julio Gómez: «E*
peleie».—Federico Mompou; «Canción y danza
número 2».—Manual Paláu: «Sonata».—-Joaquín
Kodrigo: «Cinco piezas infantiles». — Joaquín
Turina: «Jardines de Andalucía»—K. Kolríguez
Albert; «Tres canciones» (Heme).
1925 Manuel de Falla: «Concierto para clavicémbalo».
— Ernesto Haiífíer: «Sinfonieita», — Osear
Espía; «Don Quijote velando las armas».—
Jesús Guridi: «En un barco fenicio».—Jaime
Pahissa: «Monodia», «Suite íntertonal».—Manuel
Paláu: «Poemas».—Joaquín Rodrigo: «Muy
graciosa es la doncella».
1926 Ernesto Halffter;¿«Dos canciones» (Aibertí),
«Cuarteto».—FederiSo Mompóu: «Canción y danza
núm, 3», — Joaquín Rodrigo; «Preludio al
galio mañanero».—Joaquín Turina: «La oración
del torero», «Fandanguillo» {guitarra), «Trío número
1».—P. Calés Pina: «Poema helénico».
132? Manuel de Falla: «Soneto a Córdoba».—Manuel
Bíancafort; «El parque de atracciones».—Julio
Gómez; «La parábola del sembradorB,—Manuel
Paláu: «Gongoriana», «Cuarteto en estilo popular»,
«Evocación de "España».—Joaquín Turina:
«Canto a Sevilla», «Barrio de . Santa ' Cruaí»,
Pablo Sorozábai; «Variaciones sinfónicas»-.—
R. Rodríguez Alberí: «Tres miniaturas».
1928 Osear Esplá: «Schubertiana». — Julio Gómez:
«Siete canciones infantiles».—Ernesto Halffter:
«Sonatina». — Federico Mompóu: «Canción y
danza núm. 4».~—Joaquín Rodrigo: «Berceuse
de primav'era», «Romance de la infantina de
Francia»—Joaquín Turina: «Danzas fantásticas
».—•Federico Mompóu: «Preludios 1, 2, 3 y
4».—José Moreno Gans: «Pincelabas goyescas».
1929 Joaquín Rodrigo; «Tres Viejos aires de danza».—Joaquín
Turina: «Evocaciones», «Miniaturas».—
Jesús Arámbarrí: «Cuarteto», «Cuatro
impromptus».—Osear Esplá: «La pájara pinta».
Julio Gómez: «Égloga* .-—Joaquín Rodrigo; «Siciliana»,
1930 Federico Mompóu: «Preludios núm. 5 y S».—
Osear Espiá: «Tres movimientos», «Canciones
píayeras».—Jesús Arámbarri; «Preludio orquesta
».-^JoaqUín Rodrigo: «Zarabanda lejana y
villancico*. — Joaquín Turina; «Sonata fantasía».^—R.
Rodríguez Albert: «El cadáver .—
Fernando Remacha: «Cuarteto» (cait
piano).—F. Calés Fina; «Leyenda».—José Mu-
. ñoz Molieda: «Rincones*.
193* Ernesto Halffter: «Sonata re mayor».---Joa^iiíis
Rodrigo: «Cántico de la esposa», «Per la flor
del liirí blau».—Vicente Asencio; «Sonata8 (violín
j piano).—Osear Esplá: «Ámbito de íá'danza»,
«Suite folklórica», núm. 2.—Jesús García
Leoz: «Tres danzas».—JuSio Gómez: .«Seis- poemas
líricos»,~Jesús Guridi: «Cuaeíeío núm, 1».
Xavier dé Montsalv^tge: «Tres impromptus*.^
Joaquín Terina: «Fantasía sobre 5 notas»,
«Danzas gitanas».—E. López Chayaría; «Sonata»
(guitarra).—Salvador' Eacarisse: «Balada
romántica»,
1935 Osear Espiá: «Sosata dei Sur» (1335-43-45),
«La sierra».-—Manuel de Faila: «Homertaje a
Paul Dueas* ¿—Manuel Bíancaíort: «Sonatina
antigua».—Victorino Echevarría: «Preludios—
José Moreno Bascuaaaa: «Evocación castellanas—José
Muñoz McHeda: «Concierto piaao y
orquesta», «Cuarteto» núm. 1.—-Joaquín Rodrigo:
«Sonada de adiós», «Dos berceuses».—Joaquín
Tnrina; «Mujeres de Sevilla»;—R. Bodriguez
Albert; «Cuatro canciones» E. López
Chavarri: «Caacietí^ hispánico». •— SoáQlStt
Halffter: «Sonata de! Éseoríaí»- : : V :|
1938 Joaquín Rodrigo; «Cauciones sobre textos ea?
taíanes», «Cuatro danzas áe España».—Osear
Esplá: «Eyoeations. espagnoíes»v^-José Moreup:
Bascuñana: «Cumbres de Gredoss^-i-Manue! p'&- : ;
láu: «Divertí menta».-.'Fernando' itemáskai
«Cuarteto».—.Joaquín Turma: «Sonata» (guitarra):—Xavier
de M o uí s aív a i ge: «Pequeña'
- suite», ' ' • ' ' ' ' .
En las listas que figuran en "está página no
se han reunido ios autores y ías obras cois intención
de numeración, sino de descripción. Se
trata de facilitar al íeetor un. punto de recuerdo
para formarse una imagen de cada añ©
considerado. Somos conscientes de* rie#jo tíe
omisión y también del riesgo de desacierto al
nombrar la obra no principal del autor Que
se cite.
Ante todos los riesgos, cuéntese con nuestra
buena fe y con ía puerta de la publicación
abierta siempre a los críticos y a los lectores.
1922-36
La música en estos años españolea
puede dividirse,
creo que exactamente, en
dos etapas: una primera en la que el reciente «Retablo
de Maese Pedro», el reeientisimo concierto para clavecín
y las primeras obras de Ernesto Halffter señalan
un punto altísimo en la música española
contemporánea: tan alta es esta cima, que se comienza,
aunque tímidamente, a pronunciar una
frase que siempre es difícil entre nosotros: «escuela
española». Funciona bien la música española entonces
porque va regida exactamente por los creadores.
Cumplida por Falla la última etapa de!
nacionalismo andalucista, comienza la- otra, parecida
y paralela a la de Bartok que hemos venido
en llamar de «nacionalismo esencialista. Ernestc
Halffter es el primer compositor español que nc
ha tenido necesidad de estudiar en París para asi'
milarse el espíritu europeo, ni para ver a España
con esa distancia que es un punto.de equilibrio en
tre el sueño y la cercanía. Algo más importante
todavía: la creación de Ernesto Halffter no necesita
de ese «programa manifiesto» que había sido
indispensable para la generación anterior, ya que
ahora los maestros habían dejado completos y
conclusos no uno sino varios capítulos que venial
exigidos con urgencia por las relaciones de la música
española con la europea. Los maestros: aparte
de Falla. Joaquín Turina proseguía la obra fecunda
que le permitía un nacionalismo convertido en estilo;
Guridi, después de la gran arrancada de
«Amaya» intenta dar altura a la zarzuela, dejand<
un poco al margen sus labores sinfónicas; Oscai
Esplá quedando entre la línea que señalaba lí
«Sonata para violín» y la tentación precedida de
éxito de Falla, casi desempeña un papel de her
mano menor en la encrucijada; Conrado del Camp<
llega a la madurez de su trabajo como creador ;
como maestro de toda una serie de generaoione;
de compositores. Porque la creación está en regí)
es también la^época de la madurez de un gran cri
tico español, el mejor de todos, que es oreado
sirviendo: no puede historiarse este período sí]
colocar en primera fila la labor directora de Adolfi
Sálazar que, con artículos, ensayos y libros, es e
crítico europeo que España exactamente necesi
taba. En el orden «instrumental» la vida música
madrileña y ia de provincias, gracias a los viajes
gira en torno a las Orquestas Sinfónica y Filarme
nica. Si la Orquesta Sinfónica da un empuje fox
midable estabilizando los conciertos matinales.;
multitudinarios, la- Filarmónica, a la par que s
beneficia de parecida multitud, introduce en E
LA MÚSICA ESPAÑOLA EN EL MUNDO
1922-1936
L período musical español de tos
E años 1922-1936 fue moy fecundo.
Falla, en el gran momento de su vida de
compositor, estrena sus obras maestra»'.
«El retablo de maese Pedro» y el «Concierto
para clavicémbalo». Con ellas,
los «Homenajes» y la «Fantasía bética».
La importancia de 1» personalidad de
Falla en el mundo exterior queda demostrada
al estrenarse sus obras en
París ante una expectación inusitada.
Turina es, en estos años, cuando da
su mejor obra: la «Sinfonía sevillana».
Compositor fecundo, Joaquín Tuxiria
hace un gran legado a la música española.
£1 «Canto á Sevilla», canciones,
obras de piano, de cámara, todo de
primera calidad. La obra de Turina
ocupa, por derecho propio, un sitio preferente
en la música universal.
Otro compositor que impone su recia
personalidad en estos años es Osear
Esplá. «Nochebuena del diablo», «Canciones
playeras», «Don Quijote velando
las armas» lanzan y afirman su nombre
en el exterior.
Por ATAÚLFO ARGENTA
Sólo con estos tres compositores, la
música española habría sido impuesta
durante este periodo en el extranjero
de una manera definitiva. Sin embargo,
no eran sólo esos maestros los que componían
obras importantes en
Durante esta época hubo en nuestra patria
un movimiento musical importantísimo.
Así nació al mundo de la música
Ernesto Haífftei con su oSintontetta»
y «Sonatina». En este periodo se
estrenan, en Madrid, continuamente
obras de compositores españoles: Bautista,
Bacarisse, Plttaluga, Remacha,
Rodolfo Halffter, Salazar, etc. Estrenos
con resultados en publico y critica no
siempre favorables, pero si demostrativos
de que, en España, los compositores
tenían sus ventanas abiertas al exterior
y caminaban en vanguardia. Ellos
hicieron posible que en España se celebrasen
congresos de música moderna y
se estrenaran obras de compositores
mundialmente famosos; y también, que
el público que acudía a los conciertos
oyese con un interés y una pasión de
la que tan necesitados estamos ahora.
S
1939-1953
I dijese que nuestra producción musical
entre los años 1939-1953 ha
sido brillante, engañaría a los lectores
de ATENEO. Desaparecidos los maestros
Falla y Turina (aunque en parte
de esta época todavía vivían, pero ya
sin producir nuevas obras), la composición
musical española atraviesa su
punto más bajo desde que España era-
. pezó a contar en el mundo musical con
los nombres de Albéniz y Granados.
En estos últimos catorce años, Ernesto
Halffter, de quien tanto se esperaba,
no ha dado a la música española una
sola obra que pueda figurar dignamente
en el ambiente internacional.
Joaquín Rodrigo, al que se llama en
España «músico representativo de nuestra
época», no ha conseguido en el
mundo un puesto directivo. Yo sé cuánto
cuesta imponer sus obras en el extranjero,
exceptuando el «Concierto de
Aranjuez».
Osear Esplá, con una firme solides
en su prestigio internacional, ha desta-
cado en su producción por dos obris
importantes: la «Sonata^ para piano»
la «Sonata del Sur», para piano y
questa. Las dos han sido distinguida
por la critica y organismos internacfr
nales de música. Puede asegurarse, pe
tanto, que ésta es la única aportacio
seria de un compositor español al mi»
do exterior. ¿Causa de esto crisis? Un
sobre todas. Nuestros compositores
ven de espaldas al movimiento musió
actual. T, por mucho que nosotros qui
ramos aupar ciertos nombres y obra
la verdad es que no resisten el conf m
to con los aires que en el mundo o
ríen. No quiero decir con esto que 1
música que se compone en España se
mala. Si un señor sale a la calle, ahí
ra con levita, chalina y sombrero hoi
go, la gente se reirá de él, aunque esti
prendas estén confeccionadas marsv
liosamente.
¿Nuestro puesto en la produectó
mundial? Por el momento, casi nul
Lo mismo puede decirse en el camj
instrumental. Nuestros procedimiento
son viejos, viejísimos, y sólo queda u
remedio: Renovarse. Y una alternativi
Renovarse o morir.
QUINCE años de anteguerra junto a' QUINCE

TONO PARA TREINTA
MÚSICA ESPAÑOLA
Por FEDERICO SOPEÑA
paña muchísima música nueva, labor, que, a su
vez, influye en la de las otras orquestas que llevan
a cabo la hazaña de montar obras como la «Consagración
de la Primavera» y la «Sinfonía de los
Salmos*.
Este es el resumen que realmente interesa: el de
aclarar exactamente la primera mitad de la etapa
de estos años, porque a partir de 1931, las cosas
cambian de signos y dirección: el silencio de Falla,
la progresiva media meta de las obras de Halffter
que sigue a «Sinfonista» y. «Sonatina»; la llamada
generación de la República, en la que indudables
talentos se malogran diariamente a fuerza de gritos,
riesgos, malentendidos y europeísmo a ultranza,
generación que va -a aprender en el exilio una dura
lección de autodisciplina y soledad; el mismo desengaño
de Salazar respecto a esa generación, el
desequilibrio cada vez más patente entre la creación
y la «escuela»; la ausencia de una generación
de directores posterior a la de los maestros; todo
ello coloca a la música española; en vísperas de la
guerra en un ambiente de interrogación irritada.
Cuando termina la guerra española
comiénzala europea:
esto, que es verdad de Perogrullo,
lo dice todo respecto ala primera mitad de este
período de la música española. En el exilio, o viviendo
lejos, aquellos que en 1936 acaparaban con sus nombres
la música española; también lejos casi todos los
compositores europeos importantes. Por toda Europa
se desata una ola de reaccionario neorromantícismo,
corriente que también hubo dé infhuí* en
España. Después del estreno de la «Rapsodia portuguesa»,
de Ernesto Halffter, obra hecha ©n anos
anteriores, de este compositor no recibimos más
que labores casi al margen. De Osear Esplá ningún
estreno. Sólo Joaquín Turína, fiel a su estilo;
Guridi, con su nueva ilusión por lo sinfónico, y
Federico Mompou, en la- clausura fiel de su piano
por el que asoma alguna vez tina o dos canciones,
mantienen la constancia de los nombres. Nada
nuevo hubiera dicho esta época sin la música de
Joaquín Rodrigo, que viene a llenar todos los
huecos, que perteneciendo a una línea de música
que no reniega del calor humano y la expresión, se
cuida muy mucho de mantener a punta de riesgo
la audacia, hecha lírica, de la música europea. No
necesito insistir en lo que significan obras como
el «Concierto de Aranjuez» o las «Ausencias de Dulcinea»:
es un período que logra, sin duda alguna, su
punto máximo de clamor público y de reconocimiento
oficial con el estreno, de hoy mismo, de
su «música» para un códice salmantino. Jesús Leoz,
compositor un poco más joven que Joaquín Rodrigo
y que sufre la influencia de ese neorromanticismo
por el que tuerce un tanto su línea inicial,
que produce una inmensa cantidad de música cinematográfica,
tenia, en vísperas de su muerte, un
hace? de ilusión .y proyectos, especialmente en el
orden sinfónico y lírico que, partiendo de obras
tan bellas como el -«Cuarteto con piano» y la «Sonatina»
empujaba hacia un sinfonísmo más reconciliado
con la audacia expresiva. Muñoz Moileda,
también; absorto con la música cinematográfica,
que nos daba al comenzar esta' etapa obras tan bellas
o importantes como su oratorio «La resurrección
de Lázaro» y el «Concierto para piano», se encierra
en! un paréntesis de relativo silencio cómo a
la espera de una incitación que acordara su insobornable
andalucismo con una forma sinfónica original.
Lo grave en estos años era no poder señalar
generaciones sucesivas: el músico de los treinta y
cinco años, los músicos de veinticinco años con su
misión de renovar la diaria labor creadora. Hoy
mismo, dos hechos vienen & confirmar la existencia
de una generación que comenzó a aparecer públicamente
hace poco más de dos anos: el Premió Nacional
de Música a Cristóbal Halffter por su Concierto
para piano y orquesta y la ganancia, tras
reñidísimas oposiciones, de la cátedra de Contrapunto
y Fuga en el Conservatorio de Madrid por
Francisco Calés Otero.
Instrumentaimente resumimos un periodo en
verdad extraordinario. Tiene España una Orquesta,
la Nacional, como nunca pudo tenerla, ni
quizá, soñarla: su director, Ataúlfo Argenta, es
normal director de las más importantes orquestas
europeas. Jesús Arambam en Bilbao, y Eduardo
Toldrá en Barcelona. han dado a la vida provincial
un alcance sinfónico igualmente ínsoñable; dos
directores que dan al hacer diario de la música
sinfónica española, tanto la perfección como la
renovada ilusión por el estreno. En el año 1939,
nace la Agrupación Nacional de Música de Cámara:
ella y más tarde el Cuarteto Clásico, hacen «normal»
la audición de la música más difícil. Hacia afuera,
cantantes españoles como Victoria de los Angeles
y María Morales conquistan puestos de rigurosa
excepción: todavía este año en Lausana, Ginebra
y Vercelli, Tony Rosado, Consuelo Rubio y Lili
Berchans conquistan los premios de los certámenes
más difíciles. Gracias a una cantante española, Lola
Rodríguez Aragón, hemos tenido la doble fortuna
de hacer familiar entre nosotros el «lied» y de formar
toda una generación de cantantes salidas del
Conservatorio. Se va a rematar este período con el
empuje decisivo a las obras del Teatro Real. Yo
no puedo resumir objetivamente este período en
el que fui y soy un tanto protagonista. Pero sí
creo que es éste el momento en que empezamos a
recoger P! frut
o de unos
años en los que
tuvimos que
inventárnoslo
todo, de unos
años en los que
había que ponerse
enfrente
de muchísimos
matices de la
música europea,
de unos
años en los que Falla se mantuvo en el silencio, de unos
años en los que muy pocos tenían que hacer todas las
cosas. Me parece que el resumen valedero hasta casi
hoy es éste: en familia se ha dado un paso adelante
sin querer ser nunca iconoclastas. Por eso creo que
hemos merecido el nacimiento de una generación que
comienza por el respeto y no por la protesta.
PROGRAMA DE POSTGUERRA
Mairael /ñs • Faila: «Homenajes» (Debussy, Arbós,
Ba'kas, Petrel!).-rErnesto. íialífter: , «Rapsodia
portuguesa».-—Jasquín Rodrigo: «Concierto
de Aranjuez», «Homenaje a la, Tempranica».
Osear Esplá:: "«Sonata concertante».—J, García
Léoz; «Poemas» (Loréa,, JSÍSK'Ramón).—-Gerardo
Gombáiu «Preludio, y fs.ga», «Sinfonía».-—
Jesús Guridi; «Seis baneioaes castellanas»—
E, López Chavsrri: «Ganíares-> de ..guerra»,-—Javier
Alfonso; «Concierto fantasía».
José Moreno Gañs: «CaneiéríG» (piano y orquesta).—Julio
Gómez: «Maese Pérez, el oj-ga^
•nista»>-^Jesús García Leoz: «Sonatina».-—Victoriña
Echevarría: «Suite f a n t a si a».—Vicente
Ásencio: «€€gtrietü núm.-2».
Jesús Guridi: «Bie?, melodías vascas».—Joaquín
Bodrige: «Tres danzas de España», «Gran marcha
de les subsecretarios», — J u 1 i o Gomes:
«Campo de Galilea», «Cuarteto plateresco».
«Cuartetino», «Variaciones». — Federico- Mompóu;
«Tercer diálogo».-—Xavier de Moatsalvatge;
«Pastoral».—rJesúsArámbarri: «Castilla»,
Joaquín Rodrigo: «Concierto heroico», «El álbum
de Mimina».—Courado del Campo: «Cuarteto
núm, 8».—Osear Esplá: «Tocata y fuga».—
Julio Gomes;: «Concierto Úrico».—Ernesto Halfiter;
«Seis canciones populares portuguesas».—
Federico Mompóu: «Damunt de tu nomes les
flors», «Canción y danza núm. 5»—Joaqsín Turma:
«Círculo».
Federico Mompótt: «Cantar del alma», «Preludio
núm. 8», «Canción y danza núra. 6».—Joaquín
Rodrigo: «Concierto de estío», «Impromptu»,—E.
López Chavárri: «Variaciones».—Osear
Esplá: «Cuarteto núm. 2», «Polifonía».—José
Muñoz Molieda: «Fantasía romántica».
Conrado de! Campo: «Concierto» (violoncello y
orquesta), «Ofrenda a los caídos».—Manual Paláu:
«Sinfonía murciana». — Joaquín Rodrigo:
«Capricho». — Ernesto Halffter: «Dulcinea».—
Federico Mompóú: «Preludio núm. 9».—José
Muñoz Molleda: «Divertimento para, siete instrumentos».—Assíns
Arbór «Concierto piano y
orquesta».—Vicente Asencío; «Sonatina» (guitarras—Rodríguez
Albcri: «Homenaje a Falla».
J. ¿arcía Leoz: «Canciones» (Alberti).
Federico Mompóu: «Canción y danza núm. 7».
Joaquín Rodrigo: «A Tombre de Torre Bermeja»,
«Dos piezas caballerescas» (orquesta de
vioioncellos).—F. Calés Pina: «Sinfonía».—Julio
Gómez: «Elegía heroica». — Carlos Suriñach:
«Sinfonía Passacaglia».— Rodríguez Albert:
«Cuatro preludios». — Gerardo Gombáu: «Don
Quijote».—A. Ramírez Ángel: «Canción y
danza».
Jesús Guridi: «Sinfonía pirenaica».—Joaquín
Rodrigo: «Tríptíc de Mossen Cinto».—Jesús
Arámbarri: «Elegía» (homenaje a Falla).—Vicente
Asencio: «Homenaje a Falla».—Matilde
Salvador: «Plany per la mort de Falla».—Federico
Mompóu: «Canción y danza núm. 8».—
J. García Leoz: «Cuarteto con piano».
Conrado del Campo: «Cuarteta núm. 9», «Fantasía
castellana».—Victorino Echevarría: «Scherzo».—Joaquín
Rodrigo; «Cuatro madrigales
amatorios».—Ernesto Haiffter: «Canción de
Don Quijote».—F. Escudero: «Concierto vasco».
M. Blancafort: «Preludio, aria y giga».—JaVier
Alfonso: «Cuarteto».
1HS Joagaín Rodrigo: «Ausencias de Bulcinea»,
«Romance dei Comendador de Ocaña».—Manuel
Paláu: «Concierto levantino».—Conrado
del Campo; «Cuarteto nüm. 10».—-Osear Esplá:
«Oratorio proíano». — Xavier de Montsálvaíge:
«Canciones negras».—V i c t o r i n o Echevarría:
«Sonata ibérica», «Cuarteto». — Matilde Salvador
: «Ketabío de Navidad».—Javier Alfonso:
«Variaciones sobre un tema castellano» (versión
orquestal).—E. Franco: «Canciones».
1949 Jesús Guridi: «Cuarteto núm. 2».—Joaquín Rodrigo;
«Concertó in modo galante».—J. García
Leoz: «Sinfonía».—Osear Esplá; «Lírica española»,
«Réquiem».-—V. Echevarría; «Obertura
bétíea».—Vicente Asencio: «Suite» (orquesta).—
Gerardo Gombáu: «Variaciones sinfónicas».—
Julio Gómez: «Sonata».—Xav'ier de Montsalvatge:
«Sinfonía mediterránea»,—F. Calés Otero:
«Sonata». — Martínez Lluna: «Romance en
Oran». — E. Franco; «Música para entremeses
cervantinos».
1950 Jesús Guridí: «Escuela española de órgano»,
«Amaya» (síntesis sinfónica). — Julio Gómez:
«Apolo».—V; Echevarría: «Quinteto».—Osear
Esplá: «Tres canciones».—José Muñoz Moileda:
«Quinteto».—M. Blancafort: «Sinfonía mi M.».
A. Dúo Vital; «Suite montañesa».—Asíns Arbó:
«Seis canciones» (A. Machado).— J. García
Leoz: «Sinfonía», «Canciones», «G. Diego».—.
Cristóbal Halffter: «Sonatina».—F. Calés Otero;
«Tres pastorales».—E. Franco: «Retablo de
Navidad».
Í951 Conrado del Campo: «Los músicos de Alcora».
José Muñoz Molíeda: «Trío».—Joaquín Rodrigo:
«Sonatas de Castilla». «Doce canciones populares».—Rafael
Ferrer: «Concierto de violín»;—Fernando
Remacha: «Sonatina», «Cantatibus
organis».—A, Dúo Vital; «Trío».—Manuel
Castillo: «Sonatina»,— Cristóbal Halffter;
«Canciones».—E. Franco: «Los troyanos», «El
burlador de Sevilla».
1952 Conrado del Campo: «Cuarteto núm. 12», «Evocación
de los molinos de viento».—Rodríguez
Albert: «Cuarteto con guitarra».—Joaquín Rodrigo:
«Dos melodías sefarditas».—José Muñoz
Moileda: «Cuarteto núm. 2».—-Xavier de Montsalvatge:
«Cuarteto indiano». — Gerardo Gombáu:
«Sonata» (orquesta de cámara), — Osear
Esplá: «Tonadas».—V. Echevarría: «Impresiones
sinfónicas».—F. Remachí: «Vísperas».—José
Moreno Gans: «Sinfonía».—Cristóbal Halffter:'
«Antífona Regina Coeli». — J, García Leoz;
«Canciones» (Machado).
1953 Conrado del Campo; «Quinteto».—Joaquín Rodrigo;
«Música para un códice salmantino».—-
Rafael Ferrer: «Suite mediterránea». — Jesús
García Leoz: «Sonatina» (versión orquesta!),—
Jesús Guridi: «Tríptico del Buen Pastor»,~-Javíer
Alfonso: «Suite estilo antiguo» (guitarra y
orquesta).—F. Calés Otero; «Cantata a Sa'nta
Cecilia».—Elena Romero: «Títeres»,—A. Ramírez
Ángel: «Cinco canciones».—F. Ember; «Burlesca».—
P. Miguel' Alonso: «A\ ! ¿ María».—
E. L. Chavarri Andüjar: «Sonata a dos pianos».—Cristóbal
Halffter: «Concierto para piano
y orquesta». — Joaquín Rodrigo: «Villancicos».
anteguerra junto a QUINCE de postguerra

E
L Premio Nacional de Música, que
Ernesto Halffter obtuvo, apenas
cumplidos los veinte años, con su «Sinfonietta»,
en 1925, acaba de serle concedido
a Cristóbal Halffter, también
joveneísimo, por el «Concierto para piano
y orquesta». Dos compositores de la
misma familia —y no sólo por la sangre—
unen, así, a través de treinta
años de cultura española, su juventud
en una misma esperanza. Hoy, Ernesto
Halffter, con la blanca serenidad de
los años, es una de las figuras ejemplares
de nuestra música; pero no es a
éste —ya maestro— a quien ahora queremos
encontrar para colocarle al lado
de su sobrino. Es a aquel Ernesto adolescente
de la «Süifonietta» que, para
pasmo de Europa, oso tejer una guirnalda
en la helada arquitectura —razones
sin sentires— de los mas severos
sismos».
Nos ha enseñado Max Scheler que el
ámbito del amor nos está de antemano
delimitado por nuestro mundo posible.
Si el mejor arte será el que trate de
romper esta frontera, nunca deberá olvidarse
el punto de partida para poder
adivinar, ante la obra lograda, cuál fue
el propósito soñado, y, hasta qué punto
se alcanzó. En este sentido, y superando
el mero historicismo a lo Taine, creemos
de interés yuxtaponer las figuras de
los dos jóvenes compositores —Ernesto,
de 1925, y Cristóbal, de 1954—, trazando
las coordenadas de cada época en un
intento de explicación reciproca.
El año 1925 es muy importante. Manuel
de Falla dice en él su palabra definitiva
por cuanto crea una frontera
insuperable: el «Concierto para clavicémbalo»,
sin posible continuación, es
un punto final. Otras obras —«Don
Quijote», d e Esplá; «Monodia», de
Pahissa— colocan hitos referenciales en
otras tendencias. En la posguerra, estallada
por aquellos años, hay como un
ansia impaciente de sinceridad; de vivificar
las formas o romperlas; de revitalizar
la vida a costa de los más
absurdos —entonces necesarios— sacrificios.
La juventud se abre paso en el
arte con violencia. Cocteau y Satie la
capitanean en Parts, flanqueados por
el bárbaro Strawinsky. Ante la indiferencia
del hombre de la calle, que no
comprende nada de lo que sucede, la
«inmensa minoría» asiste, con apasionamiento,
a la batalla que, aun sin delimitar
bien los campos, se entabla. Se
lucha contra el impresionismo, es decir,
contra la última evanescente consecuenciao
del romanticismo, trasladan-
A
do a la música la hazaña
de Picasso. El arte ya
no es confesión, ni proyección
sentimental; pero
tampoco es simple apariencia
o atmósfera cambiante.
No es ya el artista
el centro indíscutido
de la obra: Esta obedece
a leyes propias, objetivas,
independizándose de su
creador hasta la deshumanización.
Precisamente,
en 1925, Henri Bremond
pronuncia en París su célebre
conferencia sobre la
«Poesía pura». El arte ha
puesto su fin en sí mismo, liberándose
de toda extraña tutela. La consecuencia
de todo esto son los gamados «retornos».
Se trataba de volver a la raíz de
las supuestas formas clásicas para
reanudar en ellas la tradición. Así, se
revisa a J. S. Bach, a los clavecinistas,
etc. Ya Manuel de Falla se había
dado cuenta de la necesidad de ello, y,
por su gran prestigio, había recibido de
Diaghileff el encargo de poner al día
a Pergolesse, en «Pulcinella», trabajo
que no llegó a realizar. En España, entretanto.
Ortega es el portavoz de esta
Europa de última hora. Entre nosotros,
el problema ofrecía gran interés. Nuestra
superación de lo impresionista, que
aquf, además, era nacionalismo pintoresco,
suponía nuestra inserción en la
tradición europea a través de la forma."
Nueva civilización para una música
que no había conocido el romanticismo.
El «Concierto de clavicémbalo» apuntaba
a lo universal, mas allá de nuestras
fronteras; pero, además, lo hacía en
una de las formas de más vieja raigambre
en la historia de la música: el concierto
de un solista con la orquesta.
Esta es la situación que encuentra
Ernesto Halffter, el discípulo de Falla.
Discípulo que halla en el excepcional
maestro todo lo necesario para la música
más exigente, que ya puede ser
calificada plenamente de española desde
las primeras obras. Podemos ver
ahora qué sentido tiene el «retorno» en
la «Sinfonletta», que se nos aparece
viva y fragante, bien distinta de loa
habituales «pastiches». En ella, el tenguaje
adoptado no es problema, ni fin
en sí mismo: es simple medio para/expresar
el músico sus propias ideas. Y
hay un matiz que interesa subrayar,
porque vamos a encontrarlo como nota
constante de la mejor música que por
este camino nos ha de llegar: la ternura
graciosa, que, a las veces, linda con
la ironía, sin llegar a ella. Pero, sobre
todo esto, de valor instrumental, está
la voluntad de equilibrio; la adecuación
de la forma al contenido; la serenidad
reposada de quien ha encontrado un
orden superior y a él se somete gozoso.
En una palabra, la vocación de clasicismo,
que hace del «retorno» un hallazgo
feliz, y del árido lenguaje de
quienes confunden lo clásico con las
fórmulas vacías un medio natural de
expresión. Ya lo ha dicho D'Ors: «en
todo neoclasicismo sincero, late una vocación
clásica».
Así, Ernesto es la excepción ventutosa
en la desesperanzada Europa de
aquellos años. A través de los escritos
de Salazar se encuentra como un regusto
de desilusión ante las mismas cosas
que defiende. Es como si resultara de
HALFFTER
ALFFTER
Por
FERNANDO RUIZ COCA
muy distinta manera en los atriles lo
archidemostrado en los ardientes manifiestos
o en los doctos tratados. En
ocasiones, la crítica va por delante de
las obras, o bien éstas tienen en su haber
demasiadas «razones» para poder
gustar. En estas circunstancias, la aparición
de Ernesto, sencilla y sin problema
aparente, causa una agradable sorpresa.
Desde luego, nuestro músico es,
en la generación de la posguerra de
las tres H —Honneger, Hindemith y
Halfíter—, el que trae una música más
espontáneamente feliz. En él está la reconciliación
del público con las últimas
tendencias. Gracias a la Sociedad
Nacional de Música, Madrid está bien
al tanto de lo que ocurre en Europa,
con lo que la valoración de la «Sinfonietta»
es justa, y, por ello, de enorme
éxito, que, después, se corrobora cuando
en 1931 la incluye en sus programas
del festival de Oxford, la S. I/M. C.
El triunfo es claro; pero el joven
compositor tiene ante sí el problema
del futuro. Para ir hacia él, la mano
de Falla —la del «Retablo» y del «Concierto»—
le ayuda. Nunca será infiel
al maestro. Hay un orden que crear.
Un orden, ya intuido en el mundo que
se ama, en el que la canción y la flor,
la forma y la propia voz tienen un
valor exacto, absoluto —y, por ello,
trascendente—, y a este orden hay que
atenerse para que la obra salga de las
manos como paloma limpia, desnuda y
verdadera: como de mármol antiguo,
vivo y sereno, seguro y rotundo. Sobre
este mármol perfecto y frío coloca sus
leves rosas Ernesto Halffter.
Cristóbal Halffter también vive una
posguerra. Una doble posguerra. Ese
tiempo, que ya nos va pareciendo fabuloso,
en que, según palabras conmovedoras
de Federico Sopeña, «cada mañana
todo nos parecía posible». Y,
como todo parecía posible, lo largamente
deseado, quizá sin saberlo, se acometía
con una como gula de hacer,
nacer. Y una de estas primeras cosas,aquella
memorable exposición de Arte
Sacro de Vitoria, que, con el alto pilotaje
de Eugenio p'Ors, descubrió tantas
inesperadas tierras vírgenes en la
hosca alma española. Esto y el redescubrimiento
de la liturgia —los libros
Romano Guardini -se hicieron populares
por aquellos días— habían de
crear una constante, no siempre atendida
en nuestro arte, de preocupación
por lo religioso. En Cristóbal Halffter
la encontramos.
Por otra parte, la presencia del P. Sopeña
en el Conservatorio aseguraría el
puente levantado —su «Historia de !a
Música» está dedicada al grupo universitario
fundador de «Alférez»— entre
la música y la Universidad. Este es
el momento en que aparece Cristóbal
en el grupo organizador de la Asociación
Musical Universitaria, que pronto
se convertiría en las Juventudes Musicales
Españolas. El joven Halffter, con
un buen oficio aprendido con Conrado
del Campo, se sitúa en la línea familiar
de sus tíos, bien atento a la fecunda
madurez de Joaquín Rodrigo.
Sobre sus antecesores tiene una ventaja
y un peligro: su obra es recogida y
aupada —por encima de la masa neo-
¡romántica— por el amplio sector universitario
que hoy hace comunidad en
torno a la música. El Ateneo, las Ju-
ventudes Musicales, los Colegios May>>
res hacen comprensivo eco a toda obra
nueva importante. En cambio, nuestro
compositor carece de la espuela de la
soledad, tan valiosa para la exigente
autocrítica.
Recoge, pues, Cristóbal, su herencia
—de nieto espiritual de Falla— en un
ambiente favorable. Junto' a él trabajan
otros jóvenes músicos con ilusión:
Manolo Castillo, Odón Alonso, Bonet,
en Barcelona. Algún contacto tignen,
incluso, con las otras artes: pintores de
la escuela de Madrid; algún poeta;
pero sin la frecuencia deseable para
romper la clausura tradicional de nuestra
música, y, desde luego, sin adquirir
conciencia de generación. Así las cosas,
han llegado las- últimas novedades
de Strawinsky —«Sinfonía en tres
tiempos», «Misa»— y se «descubre» lo
más importante de Bartok. Ambos constituyen
el centro de la atención de los
aficionados madrileños y, no digamos,
de los jóvenes compositores. El primero
trae el ejemplo —ya lo fue para Ernesto
Halffter— de sus valores formales
inaccesibles a lo extramusical. El
segundo, procedente de muy distinto
campo —expresionismo surrealista, con
base en la filosofía existencial—, aporta
el sangrante testimonio de un desgarrado
corazón humano actualísimo.
Uno y otro son para nuestra joven generación
de músicos, ejemplo incitante.
Sin embargo, para Cristóbal creo que
no tendrán una influencia decisiva.
Bien afincado en su estética —ha recibido
lo importante a través de Falla,
los Halffter, Rodrigo—, la leve rosa
sobre el frío y perfecto marmol podría
ser también símbolo de su hacer. Un
templado barroquismo parece ser el
viento que hoy orienta la brújula de
nuestro arte. Humano barroco que
transparenta sin empacho la sólida arquitectura
clásica en que se apoya y
justifica. La pintura de Capuleto y
Lara, de Vaquero Turcos y Villaseñor
es buena muestra de lo que queremos
decir y que también encontramos en
la joven poesía.
Para Cristóbal soñamos una mas alta
empresa: que encuentre para la obra
el justo lugar geométrico en que las razones
del corazón y los sentires de la
razón se fundan en una unidad superior:
la medida del hombre exacto. Hoy
ya sabemos —¡y Dios sabe cuánto nos
ha costado aprenderlo!— que sólo cuando
el hombre SÍ; trasciende adquiere
su plenitud humana. Para este hombre,
prisionero de nuestras miserias, pedimos
a Cristóbal su obra. Esa obra liberadora
que en la «Antífona Regina Coeli»
nos fue prometida y anticipada,
como prüner fruto verdaderamente sincero
y, por eso, fidelísimo a su tiempo,
de la preocupación por lo religioso que
señalábamos al principio de estas notas
para constante de nuestro actual
arte:
Hemos visto unida la esperanza de
dos jóvenes compositores a través de
treinta años de cultura española. Pronto
podremos oír el estreno del «Concierto»
de Cristóbal Halííter. La esperanza
—esa virtud del tiempo— tendrá en él
impuíso para un nuevo vuelo. Que la
música —esperanza del alma— no puede
d
QUINCE años de anteguerra junto a QUINCE de postguerra
14

INDEL
nuestro saloncillo
Í9*l
En la misma casa del Ateneo de
Sisaría, pero con entrada por Santa
Catalina, 10; junto a nuestra Redacción,
pegado a la; Revista física
y ^sentimentalmente» está nuestro
SaloneiUo de exposiciones.
Se abrí* por primera vez con los
«Chi^stmas* premiados y seleccionados
éñ nuestra concursa de Navídafl
y hoy cuelga én él sus fotografías
Joaquín del Palacio.
Después se pondrás sus paredes a
disposición de un pintor, de un dibujante.
Se ofrecerá su último espacio
a ím escultor. Y queremos tertulia
en nuestro saloncillo. inquietudes.
Conversaciones, Como si ¡se tratara
de a n» ¡fagina gráfica más de
ATENEO a la que entre todos, de
dentro y de fuera, vayamos poniendo
eí texto.
ES emocionante ver cómo Joaquín del
Palacio procura y logTa encasillar,
casi a mordiscos, su arte de máquina
entre las más puras manifestaciones del
espíritu. Es alijo semejante a presenciar
cómo uu tullido voluntario se proclama
campeón de «marathón» haciendo el recorrido
—e incluso saltando obstáculos—
con su cochecillo de inválido, en
el que se va tan requetebién.
¿Que Joaquín usa de la máquina no
por falta de. sensibilidad, sino por «obra
de comodidad? ¡Qué duda cabe! Tanto
y tan elegido espíritu tiene! que no logra
escamoteárselo la terrible cámara
oscura y sale, pimpante y protagonista,
en todas sus lotos.
Puede que también juegue en ello la
suerte, porque !a verdad es que todos
nos creemos capaces de hacer lo que él
hace. Yo mismo lo he intentado por primera
y única vez recientemente y he logrado
algún cliché que le preocupa. Y
eso que no tengo su práctica.
Los versos y la fotografía son, generalmente,
salpullidos juveniles. Solamente
aquellos contumaces que, incluso alcanzadas
edades de seriedad, perseveran en
su empeño, logran 1 catalogarse entre los
genuinos poetas y fotógrafos. Ya se que
es inadecuado parangón alguno entre la
poesía (arte puro, inventivo, sin más
instrumento que las meninges y el cora-
•"•*--•--' " „ _n± .—•—"-.- ¿^^tf^"
J-J A r* (J 1 O (jr H A r 1 A i
arte con revelación
LA OBRA DE JOAQUÍN DEL PALACIO
zón, todo ello «made» en el cielo) y la
fotografía, que, como su antipático nombre
indica, es artificial, imitativa y un
verdadero abuso de confianza por parte
de la mecánica. Pero si circunstanrcialmente
establezco esta correlación entre
poetas y fotógrafos, es porque Joaquín
es un muy querido amigo.
Una añeja colaboración entre nosotros
(1) me permite discernir con conocimiento
su valía. Y vale. Su maestría, y
lo siento, no puede atribuirse solamente
a la costumbre de hacer, ya que alguna
de sus obras mejores datan de sus comienzos,
y ya desde entonces, algo superior
y distinto a lo que el fabricante había
puesto en la máquina, contaba y
concurría en los asombrosos resultados.
Como esos propietarios de caballos resabiados
que ellos solos dominan, podía
dejar a cualquiera su instrumento de trabajo
en la seguridad de que no le darla
el mismo juego.
Joaquín enfoca y todo él se transfigura,
como en trance; la máquina —que
en manos de los demás es como un' pequeño
ataúd de tantas cosas— cobra en
las suyas, la apariencia de un brillante
tallado en el aire, y que siempre tendrá
la faceta adecuada para recoger lo insospechado,
lo importante, lo digno de quedar,
lo que nosotros, a su lado cuando
dispara, nunca veremos. ¡Ah ¿i las cosas
fuera» como las retrata Joaquín! Pero
quién va » sospechar que allí pued^a eslar
todo eso.
Nadie cree que la fotografía llegue a
ser considerada nunca un arte por sí misil)
Ver "Momento:", de }. del [pala-
cio y A. fiartalcimé. Editorial Dossaí. i945-
(Agotada «i librerías. Toda 3a edición en
casa.)
ma; Lo que alguna vez —como ahora- -
ocurrirá es qne habrá artistas que se hagan
fotógrafos, y eso tendrán que agradecerles
quienes profesen en otras regiones
del arte; porque quien es capaz de
imprimir sensibilidad, armonía interna,
inquieiod, a algo tan aparentemente fr/o,
concreto e inmodifieahle, como es el reproducir
lo que ya está hecho, ¡que sepuesto
a inventar, a imaginar, a dejar
ría puesto a inventar, a imaginar, a
dejar suelta la lantasía,
como requiere el arte militante!
De aquí que Joaquín
sea —pese a todo lo ífue
él intenta enmascararlo—
un puro y verdadero artista,
que se arroba con la
obra de Dios, que se extasía
ante el orden y la
elegancia con que están
dispuestos por su mano
divina ese grupo de árboles,
esta senda soleada,
aquella nufce que se va.
Reverente no intenta componer
sus modelos; lo?
acata tal como son y destata
en ellos todo el
amor con que fueron hechos
por su Creador. ¡Oh
exaltador del pequeño detalle
que cuenta de la heimana
brizna, del hermano
reflejo, de la hermana
vida!
Sí, no hay duda. Alpe
que él posee, algo que él
aplica y conoce, es lo que
determina que la curiosidad
de ver fotos •« con-
vierta en el goce de oír música interna
en blanco y negro. Da rabia, pero es así.
Sí. ya sabemos que si usted dispusiera
de una buena máquina y mucho tiempo
de sobra, cree, honradamente, que haría
lo mismo. Pero no. Es como si pensase
que por disponer de una buena voz para
nacerse entender por teléfono podría usted
ganarse la vida haciendo gorgoritos;
que los hay.
No. Hay algo más, hay algo más.
ALVARO BARTOLOMÉ

NORTEAMÉRICA Y EUROPA
Papini levantó una buena polvareda
al negar importancia a ía aportación
de América a 13 cuitara orcítícata!.
Podría decirse que su afirmación
verdad era si ia viéramos
exclusivamente desde el lado europeo,
e igualáramos previa y totalmente
los términos cultura europea
y cultura occidental, ío que no resultaría,
demasiado justo. Si planteáramos
el problema en términos
musicales, veríamos que la írQBtera
de esta música «occidental» se extiende
desde los pantos de nuestras
misiones o de ios corajes protestan*
íes —en el origen de la música norteamericana—
hasta la indudable
infidencia del «jazz» en muchos de
ios mejores compositores actuales
europeos. Aunque no podamos señalar
fisruras verdaderamente daiinitorias
americanas, lu cierta es que
existe indudablemente un intercambio
de ideas y propósitos entre ias
¿os orillas deí Mare "Vos-irum moderno.
Qui2á ocurra que esto determine
un ?iru en la orientación de
nuestra cultura, que nú nos resane* &
los europeos, muy grato; pecu ese
es otro asunto.
Resulta,, pues, de interés, toda información
objetiva y clara sobre las
realidades del otro lado del mar, que
tan deformadas nos llegau con demasiada
frecuencia. (Algo an¿log«
les centre a ellos con nuestras cosas.)
Eb esta linea, la conferencia
que Enrique Franco ha pronunciada
en el Ateneo sobre la música norteamericana
ha tenido gran importancia,
tanto por el tema infrecuente
como por ta riqueza de datos con
que el joven critico de «Arriba» ío
abordó. Los ejemplos cameristicost
primorosamente expuestos por «s
Cuarteto Clásico de Radio Nacional,
tuvieron brillante broche de oro es
el concierto de sala que, bajo la di*
reeción de Jesús AráRibam, y con
la colaboración de José Cecúia Tordfsillas,
se celebró en el teatro María
íí
•SONATA BEL SCR»
La «Sonata. de¡ Sur» es una
maestra. En etla se nos muestra Tin
Osear Esslá que, siendo igual 3 «i
mismo, ha Itegado a un grado &£
Verdad, de autenticidad, que íuejWÍ
&l respeto y la admiración. Se M§
' acusado a esta obra de exceso ¿üéu
• cerebrslismo y falta ae emoción, No
creo que esto sea exacto; más bien
quiero suponer que el mérito principal
estriba en el equilibrio lograda
entre cabeza y corazón. El ísroblcma,
uno lo enfocaría desde otro
ángulo. Este corazón y esta cabeza
—a los que se accede por caminos
de verdad y autenticidad—, ¿qué vigencia
tienen en nuestro mundo se»
tnal? ¿No se tratará, en realidad,
de que se nos plantean cuestione*
qoe hay no nos interesan, y de ani
la apariencia de eereferalismo ínjustificade?
¿No contendrá la obra una
emoción que hoy no nos emociona'.'
Figurémonos un Ricardo Strauss
de 19S4 que tuviera bien presente
toda la música francesa de los úl>
timos años. ¿Qué nos mantendría
alejados de su obra, por perfecto qse
ésta friera? probablemente, la línea
estética, que, forzosamente, encontraríamos
extraña a nosotros: !ejsna
sia remedio.
Repito: La «Sonata dei fc.. • vuna
obra maestra. Una de las más
importantes de nuestra múetea «
lo que va de siglo; pero ere» h% liegado
demasiad?
£ FEKKANDO 3RUÍZ COCA
José y Ramón Lapayese,
en el Museo de Arte
Contemporáneo
Pintura, escultura y dibujos. José
Lapayese es el pintor: óleos sobrios,
graves en los tonos y el motivo, empaste
largo y extendido a espátula,
muy al día, con algunos toques de
pincel.
Casi nunca se asoma la figura a sus
telas y hay una gran desolación en
estas calles desiertas, fachadas agujereadas
de ventanas a las que nadie
se asoma y ciudades arqueológicas de
atmósfera posada como una naturaleza
muerta. Y anotamos el dato porque
de tiempo acá comienza a ser una
constante esta soledad y desnudez
del paisaje y el apunte urbano frente
al abigarramiento de figuras en la
composición de otras épocas. La anécdota
y el título con literatura (mala
literatura), bases de la antigua composición,
hace tiempo que se han perdido
y suenan a mala pintura.
Roma, París, Toledo, son tres buenos
lienzos. Ante el último recordamos
cada uno de los pintores que
del Greco aquí lo han tratado. Pocas
ciudades han sido vistas a travéa de
tan distintos temperamentos. Ella es
JOSÉ LAPAYESE: "San Juan, de los Panches"
OSICIOI
siempre la misma. 1 Retratar?, isubjetivizarí
Cualquiera sabe ante un
caserío así qué es lo que importa.
En Bahía de Ñapóles cambia el
color y pasta, y difumina la ciudad,
cristalizada, casi acuarelizada al fondo.
Su Venecia salva el escollo de la
postal y resulta bonita y bien pintada.
El monumental bodegón ibérico
es un desacierto. El lienzo titulado
Italia es superior a todo el resto.
Ramón Lapayese es el escultor.
Obra abundante y distintas lo mismo
en material que en estilo. Piedra.
bronce, mármol, madera. Junto al
retrato con canon, la figura estilizada,
esquematizada, elementalizada, cerca
ya de la abstracción (esa arpista, ese
esquiador,..), o la tocada con desgaire
y en la que todo se ha fiado a
la gracia. A veces la calidad es desigual
y, al lado de trozos bien moldeados,
saltan otros abandonados,
trabajados con descuido.
Hay eso que se llama inquietud,
no se ata a la repetición, no cae en
monotonía, se busca aquí y allá, tiene
oficio, sentido de lo que ha de hacerse
y buen conocimiento de los volúmenes.
Tiene, sobre todo, obra amplia
y no viene con la media docena
de bibelots y figurillas para mí'
norias. RAMÓN LAPAYESE:

Presenta, también, unas cuantas
esculturas del planeta de los toros
que nos recuerdan lejanamente al
gran Manolo Huguó. Floja la cogida
del torero, mejor el grupo del pioador.
De sus dibujos —toques de color
y contornos subrayados en negro—
apuntamos un desnudo de mujer sentada
en silla y otro con un escorzo de
espalda.
Mejor escultor que dibujante, nos
hace pensar en ia frase de Rodín:
«Esculpir es dibujar por todas partes».
«Cíest ta verité» en media docena
de palabras.
Su mejor obra, sobresaliente, preciosa,
inesperada, es un bronce de
niña bebiendo por un botijo. Con el
cuadro antes citado, Italia, han sido
adquiridas por el Museo de Arte Contemporáneo
y nos agrada resaltar que
lo oficial ha acertado realmente esta
V Exposición anual de la
agrupación española de
acuarelistas( en «Dardo»
Lo de siempre. La aguada tiene
aquí un hato de aficionado, de diletante,
un poco de muchacha que
asombra con su acuarela a Jas tías.
Nada de interés, nada que no sea
receta y refrito de multitud de acuarelas
anteriores* Todo lo más, y ya
tirando a lo alto, destreza en alguno
y mañas.
La exposición es muy floja, bastante
vulgar y un tanto ñoña. Algunas
de las expuestas son malos cromos.
Hace falto más soltura en las
tintas, mas valentía en el color. Insinuar
y no insistir, pasar y tocar
y no relamer y recalentar. Frescura
y originalidad en el motivo y no reiterar
con tan concienzuda tozudez el
tema de todos los días.
("Suerte de Varas 1
FREDDY SZfKULU: "Composición"
Ceferino Olivé, ya encasillado en
maestro del género, presenta una vista
del Rastro con la misma habilidad,
los mismos brillos y el mismo cartelíto
de Adquirido encima del marco.
«Nihií novum».
Barcas en el Mar Menor, de José
Valenciano, es de las pocas que sé
salva. Al menos, se ha desamarrado
de tanto perifollo y se ha atrevido
con los tonos.
Bodegón y Caballos, de López Montenegro,
emergen de toio lo sudado
y sobado; son interesantes y en gran
parte logrados.
Y poco más queda. i
Eduardo Cobos y Juan
Cascajares, en «Macarrón»
Pintura

"LA LUZ DE LA VÍSPERA"
OECIENTEMENTE oí .comentar
•*•!• a un escritor —-ni íam viejo
que íe cuadre la prudencia como
virtud alcanzada por .necesidad, ni
lan joven que se deje arrebatar ya
por la icono-olasia literaria-— que
en José Ma-ría Pemán hay que considerar
ante todo una cosa: es un
hombre trabajador, Y esta cualidad.,
por sí misma —añadía mi
anónimo interlocutor—, recaba ía
admiración y el justo elogio para
este hombre de pluma incansable.
Tanto más cuanto que en España
(•so de da constancia ¡iterarla, .hasta
la consecución se
convenza de que su hijo es feo
hasta que pase un poco de tiempo.
Y tú aun así. Acaba acostumbrándole.
Tres
% •
JOSÉ JAVIE.R ALEIXANDRE
Una escena de "Ua luz de la víspera", día J- M. D Pemán
"EL RIO"
PL director de «El río» es Jean Re-
^" noir. No sé dónde he leído que es
nieto de Kenoir el pintor. Se le nota
muchísimo. ¿Cómo ha logrado ese tecnicolor?
Hay planos *mt los firmaría su
aboelo. Sobre todo los del paisaje del
jardín con el césped verde y soleado
en primer término y los árboles orondos
y soñolientos al fondo.
«Jardín», «soñolientos», éstas son las
palabras clave. «El río» es un jardín
soñoliento arrullado por el Ganges. Una
isla occidental en la inmensidad de la
India. Flautas de encantadores de serpientes
en la lejanía de una siesta inmensa;
carnoso chapoteo de remos

culas extranjeras
son incitación al infanticidio con premeditación
y alevos®.
Los niños de «El río» son los niños
auténticos e interesantes. Sánchez Mazas
podría soltar en este jardín a su
Pearíto de Andía, Soroyan a cualquiera
de los sayos, Katherine Mansfield a si
misma, yo a mi Helena.
Jamas podrán comprender nada de
esto los cretinos. Para ellos, la seriedad
es la pedantería y el ahuecamiento de
voz. Viven de preámbulos, de actitudes
insoslayables,- de raptaras de la anidad
medieval, de sandeces. Nacieron redactando
su tesis doctoral y no la han
terminado todavía.
Hubo un crítico que escribió que era
una lástima que no se hubiera aprovechado
«El río» para mostrar los estragos
del hambre en 1» India. ¿Y por qué
no para instalar un» central hidroeléctrica?
"QUO VADIS?"
UO vadis «Quo vadis?»? No se sabe.
Q Pero, por lo menos, llega a algo: a
elevar Jo cursi 9 la monumentalidad.
Película anticristiana, porque a la salida
simpatizamos con Nerón y, sobre
todo, con Petronio, que es la única persona
normal de la película.
De los cristianos primitivos se nan
dicho muchas cosas y algunas contradictorias.
Pero jamás se les había llamado
imbéciles, como se hace en este
«Quo vadis?» Estoy seguro de que todos
los domingos, en los locales de las Juventudes
Sin Dios de la Union Soviética,
ponen esta película como propaganda
atea.
El «cristianismo primitivo» ha sido,
desde hace macho tiempo, ana especie
de «antes de la guerra» para los herejes.
Todos los heterodoxos han pretendido
volver «al cristianismo primitivo».
Esta manía es antiquísima. En uno de
los Evangelios apócrifos —en «1 más
apócrifo de todos— se cuenta que, cusodo
Judas fue a vender a sa Maestro,
uno de los fariseos —el más fariseo de
todos— le preguntó: «¡Oh Judas Iscariote!,
¿por qué vendes a tu maestro?»
«Lo vendo —contestó Jadas— porque
hay que volver al cristianismo primitivo
.»
(Esta bonita historia me la contó uno
de los secretarios de la Embajada francesa
en Bogotá, a la salida de ver
«Quo v&dis?» Por cierto que me dijo
que se la había contado a Maritain —a
quien conoce y detesta— y que Jacques
se había puesto furioso. No sé.)
Sin embargo, los cristianos primitivos
de esta película no corresponden
exactamente al modelo prerrafaelista y
demagógico que tu* o tanto éxito en la
Inglaterra victoriana y en la F. A. I. de
Barcelona. No. Estos son cristianos primitivos
de buena sociedad.
«Qao vadis?» es una novela rosa del
Cristianismo, como «Fabiola» y «Ben
Hur». Sólo que aquí Ligia es la mecanógrafa,
Vinício el conde joven, Petronio
el tío simpático que vuelve de París,
y Nerón la severa y orgullosa madre
de LUÍ» Xavier Mendoza, el condesito
enfermo de amor,
"RASHOMON"
T O mejor de «Rashomon» es la leja-
*-" nía. Una lejanía extraña, que es, a la
vez, nítida y descaída. He visto «Rashomofi»
hace ya un año —en América—
y en japonés, Qaiero, en vista de esto,
escribir en japonés mi comentario. Va.
Desde que I. G. Farben nos puso ante
la ineludible disyuntiva de aceptar una
periclitada concepción del sentido esotérico
de la ucronía o precipitarnos en
un reprobable relativismo hipodérmico,
ha sido postura cómoda entre nosotros
rehuir el bulto y entregarnos a la insípida
cantilena del gerundio. Hoy Occidente
sufre en su propia carne las consecuencias
de este apriorismo de raíz
cartesiana y, sin embargo, se obstina
en despreciar la radical inocuidad de
un metaloide no por ensayado menos
riguroso. Porque lo que, en definitiva,
determina nuestra postura, no es, como
proclaman los sempiternos malintencionados,
un torpe rechazar en «Rashomon»
lo que hay de válido en su entraña
más entrañable, sino la ineluetible
conciencia de nuestro sentido generacional.
«Más sino menos», escribía
Gracián hace ya siglos, y sería signo
de imperdonable torpeza parodiar a los
ciegos de «La Híada». Porque si en ciertas
circunstancias son lícitas —y permítasenos
que lo dudemos— actitudes
como la «Rashomon» en su loca filantropía,
no es muy aconsejable extender
pasaporte ilimitado a cada explorador
que solapadamente nos exima del lauro.
Hora es, pues, de aclarar que «Rashomon»
nos ha complacido y rogamos que
tomen buena nota de esta complacencia
los que, sin más razón que su incurable
miopía, quisieran vernos alzando
horcas en los campos de rosas mañaneras.

MAHON.—Pórtico de fa pl*za de España (Foto Delfín Serra)
MENORCA
Exposiciones, conciertos
y publicaciones
OS artistas menorquines no suelen pro-
L digarse siquiera en su contacto con el
público. Vives Uull no permite que se le
obligue a vencer sus largos silencios; Roberto
Torrent apenas ha expuesto tres o
cuatro veces desde el final de la Cruzada
española; Alejandro Monjo, dedicado ahora
al retrato, se reconcentra cada día mas en
su estudio. Las exposiciones son escasas.
Pero su parquedad queda generosamente
compensada por los ecos que despiertan.
Pocos, pero afortunados, los expositores
tienen la virtud de remover el ambiente y
suscitar apasionados comentarios.
Tal es el caso de Luis Portella, otro de
esos anacoretas de! arte, que llega a la
acuarela y al óleo después de un pleno
magisterio en el grabado. En este aspecto,
Portella fue para Menorca un innovador.
A él cabe toda la gloría de haber intentado
una forma de expresión no cultivada en la
isla. Manejó el buril y lo manejó bien.
Sus grabados le otorgaron un prestigio que
conserva incólume, qne le colocó en la
avanzada de nuestros más exquisitos artistas
y que se afirma ahora con la delicadeza
de los qtte expone en el Palacio de Bellas
Artes de Mahón. Inquieto, con nervio,
que sujeta con firmeza, la posesión de tan
valiosa base encauza rectamente sus pasos
en esa que llama pintura intuitiva hasta
constituir otra filigrana en las facetas de
su arte, porque antes ha sabido domar
con finos perfiles la dureza de las planchas.
Al par de Portella, Adrover Canelas
expone en el Ateneo sus óleos, una sinfonía
de claridades, donde luchan la sinceridad
del pintor con su anhelo impresionista.
Adrover Canelas tiene los ojos llenos
de ia luz radiante del Mediterráneo y sus
cuadros están saturados de esta luz. Por
esto sus tonos son de un claro optimismo
y hay una espléndida fuerza plástica en
las delicios&s transparencias que revelan
las aguas.
Con idénticos elogios a los que mereció
la acogida de. Adrover Canelas en Salón
de Exposiciones deí Ateneo, se ha comentado
ía presencia en la Sala Augusta de la
Orquesta de Cámara del Grupo Filarmó-
• T a.'-*!»ft,,'*j;,
nico. Esta entidad musical, formada poco
tiempo ha con la ampliación de los componentes
del Grupo Filarmónico mediante
a colaboración de artistas no profesionales,
pertenecientes a las más distinguidas
familias mahonesas, bajo la dirección
del inspirado compositor José Cardona
Mercada! ha salido circunstaacialmente
de su residencia ateneísta para tomar
parte en el estreno de «La estrella de Nazareth»,
delicado ramillete de estampas de
la Natividad, cuya inteligente interpretación
por an núcleo de escogidos artistas
ha encontrado justo complemento en la
apasionada labor de la Orquesta de Cámara.
Y mientras del mismo seno del Ateneo
se nos anuncia la inmediata aparición de
un número de «Revista de Menorca* dedicado
al centenario de Fort de l'Eau, la
floreciente población argelina que a mediados
del siglo pasado fundaron unos
menorquines colonizadores, y en tanto
que la Sección de Estudios de Cindadela
prepara la publicación de una interesante
de monografías isleñas, el infatigable José
Mascaró Pasarius acaba de lanzar un «Nomenclátor
de Menorca* en que cataloga
los accidentes de la costa menorquina y
sus fincas rústicas, reuniendo cerca de tres
mil topónimos y situándolos sobre el mapa
de la isla, obra del mismo autor y de la
cual es adecuado complemento y notable
auxiliar. Unas cincuenta fotografías de
lugares y paisajes isleños contribuyen a la
valía de esta obra en el doble aspecto
histórico y artístico.
MARRUECOS
Andrés CASASNOVAS
Iniciamos hoy. en esta sección de «Las
tierras de España», una periódica información
del acontecer cultural de nuestra
Marruecos. La Zona de Protectorado español
y las plazas de Soberanía son también
—espiritualmente la Zona, materialmente
Melilla y Ceuta—- tierras de España. Marruecos
tiene una vida intelectual nada
despreciable. Y justo es que en esta sección
de ATENEO quede reflejada.
Los grupos poéticos
Dos son los grupos de poetas más destacados
de Marruecos: el de Meülla y el
de Tetuán. En Melilla residen Miguel Fernández,
Francisco Salgueiro, el cordobés
Manuel Alvarez Ortega —hermano del
conocido dibujante Rafael, cuyas ilustraciones
del «Platero y yo»., editado por
Aguitar, tan grande éxito están obteniendo—
y Pío Gómez Nisa, todos ellos asiduos
colaboradores de las principales revistas
españolas de poesía. Hasta hace poco
residió también en Melilla Jacinto López
Gorgé, que hoy vive en el interior de la
Zona., dedicado a ¿a enseñanza, musulmana.
Desaparecidas las dos revistas poéticas que
en Melilla se publicaban —«Manantial» y
«Alcántara»—, sólo sigue en pie la colección
para bibliófilos «Mirto y Laurel», que
lleva editados cuatro volúmenes: unos
poemas de Gerardo Diego, una nov«la
corta de Cela, un ensayo de Pedro Caba y
una narración de María 'de Gracia Ifach.
Residen en Tetuán Trina Mercader,
Francisco Espinar Lafuente y los musul-,
manes Mohamed Sabbag, Ibrahim el Ilgu
y Ahmed el Bakali. Trina Mercader dirige^
la revista poética hispanoárabe «Al-Motas»i

Los premios "África"
Cinco de los premios «África* de Periodismo,
recientemente otorgados, han correspondido
este año a escritores residentes
en Marruecos. El primer premio lo obtuvo
Enrique Arques, viejo periodista marroquí
que, además de miles de artículos, ha
escrito diecisiete libros sobre África. Los
otros premios fueron logrados por Fernando
Valderrama, arabista y pedagogo;
Tomás Segado, director de «El Telegrama
del Rif*. de Melüla; José María Gómez
Salomé, redactor de «El Día», de Tetuán,
y F. Mir Berlanga, cronista oficial de Melilla.
Dejamos para otra ocasión las actividades
de los Institutos de Investigación
«Muley el Hasam y «General Franco»,
Dirección de Archivos y Bibliotecas y
Museo Arqueológico, asi como la reseña
de conferencias, exposiciones y conciertos,
que son aquí casi continuos y de los que
hablaremos a medida que se sucedan.
j L. Lr.
~.~.* BARCELONA—Vista parcial d«sde «I puerto '
EL T I E M P O Q U E P A S A
Febrero
Decir febrero, es decir frío. Febrerillo
loco, dicen. Loco por sus locuras, por sus
nevadas, por su furiosa manía de comprimir
el mercurio en el termómetro-
Febrero quiere la calle para él solo. No
se la disputemos. No se la disputamos.
Hace demasiado frío para estar en la calle
más tiempo que el indispensable. Dejémosle
a febrero la calíe para que la nieve
a su gusto. Es suya. Al loco y al aire —el
refrán Jo dice—, darles calle.
Decir forero es, también, decir prisa.
No se quisiera, en general, que los meses
pasaran tan rápidos. Que el tiempo se nos
escurriera así entre las manos. Pero con
febrero es distinto. Es «n mes corto, y
sin embargo, más corto todavía lo quisiéramos.
Cuando venga la primavera, decimos.
Cuando pasen los fríos...
Febrero breve y loco, que pase. Que
pase corriendo. Abridle calle todos. Al
loco...
SXMK415 ROHtV
CRONISTA GOMIS
LAS
^Catarata de premios
Mucha, mucha gente se congregó en el
Pájacio de la Virreina, la noche del 26 de
enero, para ver, casi para tocar esa catarata
de premios que cae desde la altura municipal!
sobre nuestra vida literaria y artística.
Premios de novela, teatro, poesía
castellana, poesía catalana, cine, música,
fotografía y ensayó.
El de ensayo (para el estudio de algunos
temas concretos de la obra de Verdaguer)
quedó desierto. También quedó de-
"sierto el de música. Pero en cambio, en el
caso de la música, se concedieron dos premios
extraordinarios: uno de música para
orquesta de cuerda (lo ganó Luis Benejam)
y otro para música de cámara (lo
ganó Fernando Ardévol). También la fotografía
tuvo dos premios, nno ordinario y
otro extraordinario.
Hubo premio de cine. Se lo llevó la película
«Hay un camino a la derecha*, de
Rovíra-Beíeta. Todos (los miembros del
jurado, se entiende) estuvieron de acuerdo
en que la película merecía el premio. En
lo que no estuvieron de acuerdo fue en si
estaban autorizados para concedérselo. Y
es que las bases hablaban de «tema barcelonés.
¡Ai, las interpretaciones! Porque
realmente ¿qué debe entenderse por tema
barcelonés? ¿Basta con que la acción
transcurra em Barcelona? Sea como sea,
la decisión última del jurado (a través de
la correspondiente votación y discusión)
fue la de conceder el premio. De lo cual
nos alegramos mucho. La función de las
bases es permitir que sobre ellas se edifique
algo de altura. Que es el caso, al parecer,
de esta cinta.
Y vamos ya con los premios más populares.
Que son —¿quién lo había de decir?—
los literarios. El de novela, el de
teatro y los dos de poesía.
La «Cuerda de presos«, de Tomás Salvador,
hizo una buena carrera en las votaciones
y se colocó, al final, en cabeza, venciendo
a los favoritos Risco y Axbó. Esperemos
que las tres novelas (dos están pu-
blicadas ya, y la tercera a punto de publicarse)
se vendan y se lean. Y felicitemos
a Tomás Salvador, que ha coronado con
este premio su sólida carrera literaria.
El de teatro lo ganó Antonio Tarré con
una obra en catalán; «Café del Teatre», un
saínete sobre la vida barcelonesa de principios
de siglo, según la ha descrito un
miebro del jurado.
El de poesía catalana se lo llevó Juan
Perucho, con «El Médium». De la obra anterior
de Perucho nos ocupamos recientemente,
con ocasión de su libro de prosas
«Diana i la mar morta». Finalista en este
premio fue María Beneyto, con «Ratlles
a l'aire».
También del ganador de! premio de poesía
castellana, Jaime Ferrán, nos habíamos
ocupado recientemente. El libro que
le ha valido el premio, en competencia con
«Testigo de excepción*, de José Luis Prado
Nogueira, se llama «Poemas del viajero».
Los premios —casi ni hay que decirlo—
se concedieron con arreglo al espectacular
sistema Goncourt, de votaciones sucesivas.
Parece que la gente le va tomando afición
a la carrera de votos y eliminaciones.
Como en esta carrera salen muchos nombres
(unos a gusto y otros no, claro) y
como el factor numérico parece indicar,
a los ojos del público, cierta ponderación,
cada ves! son mas los que hablan de votación
nominal. Es decir, se trataría de conocer
la primera quiniela de cada miembro
del jurado. Esta, con su orden de preferencia
correspondíante, nos diría muchísimo
más que todas las sucesivas listas
numéricas. No es lo mismo un voto que
un señor coloca a la cabeza de su lista, que
otro voto que otro señor coloca al final de
la suya. Una vez conocido el criterio inicial
de cada señor, interesaría ya únicamente
el resultado final. Porque en cuanto a las
peripecias y alternativas intermedias, todo
el que haya sido miembro de un jurado
sistema «Goncourt», sabe perfectamente que
no significan nada. Para los concursantes,
el criterio de que la primera votación fuera
nominal tendría, evidentemente, muchas
ventajas. Puesto que se airean tantos nombres,
bueno sería también que aparecie-
(Continúa en la pág. siguiente.)
21

f Viene de la pág. anterior.)
rail en su sitio. Para el público, que tanto
interés parece tener, resultaría una información
más ponderada. Y también par?.
ios jurados tendría algunas ventajas verdaderamente
sólidas. Por una parte, tendería
a evitarles múltiples e innecesarias
explicaciones posteriores. Por otra, clarificaría
la atmósfera en materia de recomendaciones.
Y por fin, facilitaría muchc
las deliberaciones entre ellos, porque cada
uno salvaría automáticamente su criterio
inicial.
La cosa —¡por qué no?— parece viable
Salinas, en una taberna
Pedro Salinas escribió una pieza en un
acto, «La Estratosfera». La Estratosfera es
el nombre que Salinas quiso poner a la
taberna en que transcurre la acción de su
obra.
Y he aquí que ahora la obra se ha representado
en una verdadera taberna (que
iio se llama La Estratosfera).
Como si «Hamíet» se representase en un
castillo o «Cocktail Party» en una casa
particular o «Escuadra hacia la muertes
en una choza en el bosque. Pero con la
ventaja que una taberna tiene ya por sf
misma un ambiente más acumulado, más
trabajado (no digamos más cargado).
—Es aquí donde hacen una cosa de teatro,
¿no?—preguntamos al hombre del
mostrador.
—¿Teatro? No.
—Me habían dicho que abajo...
—¡Ah! Abajo hay una sesión artística.
Y abajo había en efecto, una sesión artística.
La fábula dramática de Salinas
despertaba, y se abría a la comprensión
de un público devoto y apretado.
—Muy año 34—dijo un amigo, a mi espalda.
—Y muy 54, de paso—apuntó otro, al
lado.
Los temas del quijotismo, el donjuanismo,
el cine, la miseria, la ilusión...
Los tipos del ciego que vende lotería,
la muchacha que lo acompaña., el galán de
cine, el enciclopedista de taberna, el poeta
(también de taberna)...
Y el ingenio, la finura —y la pasión— de
Pedro Salinas.
La obra gustó.
También la representación gustó. Bajo
la dirección de Ángel Carmona, todos pusieron
en el empeño corazón y cuidado.
Lo que importaba. Citemos especialmente
—porque se lo merece— a la única intérprete
femenina, Isabel Campillo, que dijo
su papel con el ilusionado desvarío que su
papel requería. Y con un empuje y seguridad
de espléndida actriz.
Salimos. Acabábamos de ver una obra
española.
Estradera
L ARTE
Ante los cuadros que Estradera expone
- en «Selecciones Jaimes», hay que preguntarse
algo. Esto: ¿qué deja el hombre en
los lugares que habita cada día? ¿Qué
pone el hombre?
En la pintura de Estradera las figuras
humanas apenas parecen contar. Unas rápidas
siluetas en negro o en blanco. Un
simple recordatorio que sitíSe someramente
la actividad^humana en la emoción
violeta y esmeralda de esas barracas de
Montjuich o de esas calles de algún barrio
pintoresco.
¿Qué deja, qué pone el hombre? Porque,
aunque las figuras humanas estén tan someramente,
tan púdicamente apuntadas,
todo es humano, humanísimo, en esas visiones
de los lugares —extraños y fascinantes
lugares— en donde el hombre vive
cada día.
Y es que, a fin de cuentas, cada una de
estas pinturas de Estradera es un escenario.
Un sutil y poético boceto para una escenografía
cotidiana. Estradera ha sabido
ver cada rincón, cada calle, cada camino,
como un escenario preparado, dispuesto,
tembloroso. Un escenario donde el hombre
actúa —de verdad— cada día.
Sobre las declaraciones áe O J. C.
Crítica y chismorreo son dos cosas
diferentes; criticar es complemento
placentero de tertulias de Ateneo «
ingrata labor periodística no recononocida.
Chismorreo concíbese; Reunión
familiar. Granada, Jaén, Lugo,
Ferrol del Caudillo, brasero, humedad
y solicitud materna con esperanzas de
posible casorio; el piano y la sonrisa
furtiva bajo el pálido fantasma de
doña Juanita encuadrado en dorada
cornucopia. Criticar justamente es difícil
trabajo que debe de tamizarse
eon sutiles ironías aceptando lo que
le pueda venir a uno por anticipado.
Situado en el epicentro de Europa
—convulsión geológica inmovilizada repentinamente
en su orgullo ascensional—
y muy cerca de donde rindieron
guardia fronteriza los voluntarios de
la Cohors III Hispmiorum, mis letras
retorcidas como las pezuñas del discutido
"diábolo'' de Papini. jugarán de
vez en cuando con la indiscreción de
los eligidos al ampaio de una sabia y
acomodaticia neutralidad.
Enciendo las luces de mi casa —que
me recuerda siempre horas misticua
de Luis Rosales— frente al lago, y mi
máquina se alegra como perro fiel a
la caricia nicotinica de los dedos; hay
niebla de Europa central tras tos cristales,
y un mirlo noctámbulo juguetea
con una rama de almendro sobre la
balaustra del balcón antiguo. Escribo
desde un Zurich medieval, y he decidido
que mi primera carta a los
"nuestros", sea réplica amistosa a las
rápidas declaraciones que él autor de
la "Familia de Pascual Duarté" hiio
últimamente a una gentil colaboradora
de Ateneo a su vuelta de América.
Buen Señor Camilo José de Cela:
Entre Gallegos y en Año Santo, hócese
difícil el arte rencoroso de la polémica;
por eso mi carta —aporte de lo
que de lección tiene— es sólo curiosa
como la sépiima, mujer de Barba Azul.
y en el fondo cordial cual vaso de vino
duro en llanura manchega al declinar
la tarde de un día invernal. Mi saludo
y mi crítica vienen desde un Zurich
antiguo y reformista, en donde las
"vieiras" de nuestra Galic : a lloran lágrimas
de salsa mahonesa importadas
para menesteres de servidumbre, una
vez absorbida su carne temblona de
fruta marina por labios costeros frente
a las Américas colmadas de emigración.
Reconozo, don Camilo José de Cela,
sus méritos literarios; sé que es usted
bueno (porque si no no sería mimado
amigo de quien al muerto considera y
oí vivo le abre Catón Moderno de sinceras
verdades); lo que no me gusta
—ventanilla, revolver, banda, munición
en provocante defensiva de retorno—
es esa posición difícil, muy poco
europea que en nada concuerda con el
espíritu y sutilidad del autor de "I-a
familia de Pascual Ouarte"; la considero
casi, casi, como una provocación
al cristal y al paisaje, y merecería figurar
en el cuidatlo álbum turístico de
un hijo cualquiera de ¡a verde Virginia.
Puede ser que usted no me dé beligerancia
—lo qpie en crítica amistosa
tampoco cabe—, aunque ambos
, seamos "netos dos celtas", y tengamos
ingenuas medallas que hubieran hecho
las delicias del buen San Francisco de
Asís, y del acomodaticio médico sueco
Axel Munthe.
lie leído sus declaraciones de recién
llegado —en las que los dioses nu
se inclinan imitando a Dalí-—, y debo
decirle "by Air Mail" que mi pluma
un tanto novicia me fuerza a contestarte,
aunque yo no quisiera, pues
comprendo perfectamente que éstas son
fruto de un natural deslumbramiento,
de un exceso de horizontes vírgenes y
exáticos.
Considero sumamente curioso que
apenas recién desembarcado, el nombre
de don Pío Baraja, con el que
tantas analogías literarias le unen, se
asome como una contradicción a sus
labios. Pío Baroja significa para nosotros
norma y tradicional sentido de
"aquí" —boina calada, gato, brasero,
pluma temblona y tribulaciones económicas—,
mientras que su posición se
define al lado de los novelistas de
"allá", considerantio que el timón de
la novela está en la lengua inglesa y
norteamericana, a mi modo de ver, en
auge propagandístico, pero en franca
decadencia espiritual.
Si usted se refiere al tipo de novela
falsa puramente comercial, en la que
los norteamericanos son maestros, estoy
de acuerdo con sus aseveraciones;
pero al final hay que reconocer que la
verdadera esencia espiritual se extrae
del venero siempre rico de nuestra vieja
Europa. El antiguo continente —cora
añosos limos en la bota de Italia y
claros reflejos de historia en los Fjords
noruegos —prevalece indudablemente
sobre la sana inconsciencia de la juvenil
América, con sus ideas, su Prado y
su Versalles, con el poema de sus muchas
tradiciones y de su continua enseñanza.
Nosotros importamos soldados, economía
y armamento de, les tierras descubiertas
por nuestros antepasados, y
exportamos genio y hasta castillos para
capricho de nuevos ricos; todo ello
porque tenemos un déficit creado por
exceso de historia de espíritu y conocimientos,
en el plan puramente económico
y defensivo.
Nosotros, don José Camilo de Cela,
somos la idea germinal frente al misticismo
del número, del "robot" y del
hormigón armado; el paso que huella
la selva virgen y la conquista con la
cruz y la espada, el problema ojival
de lo gótico resuelto, la armonía
nacentista con sus clásicos defectos y
cualidades, y el verso real que da lecciones
de ritmo y de sentencia al cuajerón
de cal y al grito en estallidos
de la máquina.
Hay que saber retornar, saber volver
a la Patria sin exprimir defectos
posibles o reales en el primer encuentro
con su cordialidad; hoy los saltos
¿obre el Atlántico de América a España
crean un cúmulo de equivocadas
posiciones en las que casi siempre se
olvida que el dulce acento de los indígenas
es castellano puro, limado por
el roce de las aguas del mar. Todo en
la vida es un retorno hacia la eterna
verdad, por eso el saber volver es una
ciencia dúctil que debe expresarse serenamente.
Perdón, mi buen don Camilo José
de Cela, gallego como yo —campanas
de Compostela, almíbares de Cuntís y
Celanova, ojos azules de las rías bajas,
polifemos con la cosquilla perenne
del pinar fémine; todas estas cosas
y muchas más, confundiéndose con
nuestro alto sentido de emigrantes—,•
Perdón, estamos en Año Santo y hay
olor de incienso y de reconciliación
desde la raya de Portugal hasta las
primitivas pallozas del Cebrero.
SINCERO VER1TAS
Zurich, 1-195Í,
Sobre nuestros "Quine* años"
de teatro
Leí ligeramente su carta y no me
enteré de que lo que me pedía era
mi opinión sobre la obra más significativa
estrenada entre ¡922 y 1954,
y contesté teniendo en cuenta únicamente
las estrenadas en el año pasado,
De no ser así no sé lo que hubiera
contestado, pues de preguntarme por
las obras que me habían gustado más
hubiera hablado de "Para ti es el
mundo", de "Bodas de sangre", de "La
mujer asesinadila", de "Celos del aire''
y de la 'Historia de una escalera", y
hubiera nublado también de "El baile",
que me gustó muc)% y, tal vez,
la encuentre yo más significativa que
ninguna, Pero como lo que se pide es
una obra significativa, la cosa resulta
mucho más delicada.
Las obras son significativas cuando
reflejan el estado de un público, y
por eso las significativas de los años
22 y 23 no son las mejores que se
estrenaron por entonces. Hoy ya es
otra cosa, el público ha mejorado- mucho
y las obras pueden ser, a la vez,
significativas y buenas. Pero ya es taide
para decir esto.
í-e ruego imprima esta aclaración
para los que no se hayan dado cuenta
de mi error.
EDGAR NEVILLE
PRÓXIMO NUMERO:
QUINCE AÑOS DE ANTEGUERRA JUNTO
A QUINCE DE POSTGUERRA, EN EL CINE

Sentados en nuestro despacho,
escribimos sobre España.
Pero, ¿y si la hemos reeorrido
antes a pie de infantería?
La vida cultural m desenvuelve
en una tertulia angular. Sabemos
4o que dice éste, «1 otro, aquél.
Conocemos a ik>s demás t-ertutlia-
COLECCIÓN
O CRECE O
MUERE
Dire«or:.FLORENTIN"O PÉREZ EMBID
-Jacintt> ¥er$3güert goefe jépfe
42.~~£j
i/a, por Federico Sciaccs,
Í-3 Ks&Mad en la poesía españo-
45-
-¡.aOi *» l tf* y-tos territorios dé*,
mmtíeñíes* por Jí^é jtutó"
p ia
ción de España, por José Ma^
na Fontana.
47.-¿a oirá de WUUani Faulkncr*
a.
49.—iesíís ^a enf-ermedad del gran
escritor a, tía posesión que de su
cuerpo ha tomado ya Satanás. De
ahí sus manos como garras, sus
pies -encorvados con HQS terribles
zapatos de refuerzo metálico que
ha de calzar. Tanto má>s cuanto
que etí .reuma inició sus «taques,
como «un aviso,, cuando estaba
empezando a escribir su ruidoso
libro, que sólo con un extraordinario
'esfuerzo de voluntad ha
conseguido terminar, dictando a
•sai sobrina Arana, q-we actúa como
secretaria.

1 vi
r\OC era uu poblado de gente senei.
lia. Su alguacil, Itzig, no se diferenciaba
casi nada del resto de la población:
se levantaba temprano, reñía
con su mujer, se peleaba con sus amigos,
iba con frecuencia a la única
taberna y casi nunca se le encontraba
en la oficina. Se llamaba Itzig como
su padre y como el padre de su padre
: buena gente que llegó un día
huyendo del viento y de los ladronea
de más allá del río. Ocuparon la penúltima
casa de adobes de la calle
Mayor, que bordea la plaza y termina
en la iglesia de ios monjes.
Junto a la casa había un pequeño
jardín, pero Bethl tenía demasiado
que hacer en la cocina, y sólo sembró
jazmines amarillos, Itzig no tenía
hijas. Las cuatrp que Bethl le dio
se murieron una primavera que llegó
demasiado tarde. Tan sólo, Sadko vivió
tranquilo.
Sadko comenzó a trabajar siendo
muy niño. Fue recadero de Hamad,
el judío; empleado en la botica de
Uriel y mozo de cuerda en los muelles
de Tohú. Al final entró en el
negocio de Baelí. Baelí llevaba el correo.
Iba todas las mañanas de casa
en casa repartiendo cartas y recogiendo
paquetes; por la tarde —a eso de
las cinco— tomaba una troifca pintada
de un color pajizo y bajaba al
valle por el que pasaba el ferrocarril.
-Sadko le ^acompañaba siempre.
-Baelí eonocía a todo el mundo y todos
le querían, porque en Navidad no
mendigaba quejumbrosamente el aguinaldo.
Sadko supo entrar en un-mundo
distinto, casi irreal, con sólo mirar las
estampillas de correo. Los sellos le
hacían olvidar su corta vida de siean-
: pre, jjara transportarlo a ese lugar
donde reposan todas las fantasías. Una
vez sonó con praderas y montañas
agrestes,-y otras con costas de mares
profundos, como en aquel sello que le
llegó a Sarvia, la mujer del alcalde.
Sadko vivía contento, ajeno a la edad.
alrededor de sus álbumes. Tan aparte,
que no sabía cuántos años hacía desde
que nació.
Todos los años se celebraba en Doc
una fiesta. Coincidía con la vendimia
y se sacaba al Santo y la gente bailaba
alrededor del icono. En esa fiesta
todos los niños que querían ser
hombres llevaban una ofrenda de lirios
al Santo y unas monedas de plata.
Luego, en la plaza, se hacían unas
pruebas y, si vencían, un tribunal de
ancianos dictaminaba si los niños podían
ser ya hombres o quedar sie,ndo
niños para toda la vida. Eran unas
pruebas de las que todo el mundo
salía con facilidad, al menos eso decían
los que ganaban. Por eso un día
Itzig, el alguacil, llamó a Sedko. Le
dijo que ya era mayor y que tenía
que entrenarse para ser hombre. Sadko
se despidió de Baelí, y sin que
él lo notara se llevó en los bolsillos
de su abrigo de pieles una carta
con matasellos de Noruega y «na postal
con una vista del Mediterráneo.
Sadko acompañó desde entonces a su
padre, que le enseñaba a ser hombre:
tenía que aprender a injuriar y a empuñar
el cuchillo, a fumar en pipa
de cerezo rosado, a dejar de sonreír
y a beber sin respirar una jarra de
vino. Itzig era famoso en Doc por
sus borracheras y quería que Sadko le
aventajase. Por eso tenía interés en
que Sadko levantara con garbo la jarra
de vidrio y que, sin mover los
ojos, apurase de un sorbo el contenido
de color morado. ASadko no le
gustaba beber. Para él, el vino tenía
un sabor extraño y desagradable. Además,
le hacía desviar la imaginación,
amodorrándola. Nunca tuvo tanto sueño
como entonces, ni siquiera aquella
vez que Baelí, el cartero, le llevó a
su casa, y juntos estuvieron admirando
la piel de un chacal que mató, Tohú
la noche de Pascua.
Agosto alcanzó a septiembre, y los
viñedos, puntuales como xm cumpleaños,
-se prepararon para tener pronto
los racimos para la vendimia. Sadko
se resistía. La fiesta le repugnaba,
porque tendría que ser hombre, y
él prefería ser como era. Además le
agradaba ayudar a Baelí en el nego-
CUENTO POR
FRANCISCO DE PAULA SOLANO
•9$»
cii de correos y coleccionar sellos y
admirar., sobre todo, las estampillas
venidas de tierras lejanas, donde el
sol era más rojo y más brillante» las
estrellas en el firmamento. Si vencía
en la fiesta tenía que ser alguacil, como
su padre y como el padre de su
>adre, y levantarte temprano, y reñir
con la gente, y entrar en la única
taberna, y beber, y fumar y trabajar.
El día de la fiesta amaneció nublado.
Hacía viento; un viento norte huraño
y frío. Aquella mañana Sadko se
levantó torpemente. Estaba triste y le
dolían los hombros Comenzó a vestirse.
Se puso un traje color almendro,
con un pañuelo rojo alrededor
del cuello y un amplio efod de pieles.
Mientras se vestía entró Bethl, su
madre. Traía en la mano la cesta de
lirios de la ofrenda y cinco monedas
de plata. Bethl miró a su hijo tristemente,
con pena. Con esa pena reprimida
que hace desviar los labios en
"u gesto que parece una sonrisa. Bethl
fue a decir algo, pero se reprimió
ante la llegada de Itzíg. Itzig estaba
de buen humor, miró a Sadko y le
gritó:
—Vamos, arriba. Que hoy vas a empezar
a ser hombre.
Salieron Itzig y Sadko, y Beth! los
siguió despacio. Itzig, mientras saludaba
a la gente, iba tarareando una
canción sin sentido. Sadko también se
alegraba en el" fondoypero era una
alegría de la que uo se encontraba
satisfecho. Temblaha, Temblaba como
tiembla en los lagos la noche. Por eso
su saludo resultaba pequeño y sus
ojos demasiado brillantes. Como ya era
un poco tarde, la plaza estaba casi
llena. Entre la gente, Sadko reconoció
a Micol, el hijo del tabernero, y. a
Jeiel, su amigo, los dos elegantes con
sus trajes nuevos y sonrientes, con una
sonrisa abierta a los cuatro vientos.
Sadko fue el último que entregó al
anciano la cesta de lirios y las cinco
monedas de plata.
A las doce en punto, Efeq, el anciano,
dio la señal de la fiesta. Los
niños que querían ser hombres tenían
que beberse cuatro jareas de vino,
doblar una barra de hierro y hacer
tres blancos seguidos fon el cuchillo.
Cuando le llegó el turno a Sadko, él
ya había dejado de. temblar. Se bebió
el vino casi sin molestarle el mal
sabor y la cantidad. "Fue fácil, tan
fácil que se extrañó de que su padre
le gritara:
— ¡Bravo, Sadko; se nota que eres
mi hijo!
Sadko iba detrás de Jeiel, que había
bebido mal, pero dobló la barra
con mucha facilidad. A Sadko le costó
trabajo. Se lastimó un dedo y se
partió una uña. El dedo se le puso
rápidamente morado. De un color
cereza madura. Le dolía, pero no dijo
nada. Ni siquiera miró a Itzig
para que le animara.
La última prueba era después de
la comida. Un anciano llamó uno a
uno a todos los niños que querían
ser hombres, y aun cuando no habían,
terminado las pruebas les felicito.
Sadko estaba junto a Micol, que le
apesadumbraba con sus temores con
el cuchillo. Micol tiraba maL ¥ con
la honda ni siquiera llegaba al reloj
de la torre. Cuando el vino blanco
del Sur se terminó, Sadko encontró
a su lado a Baelí, el cartero. Sadko
no le esperaba y se sobresaltó, sin
saber qué decir. Baelí sonreía lenta,
muy lentamente, como si saborease la
risa pequeña ó le costase el sonreír.
Baelí miró a Sadko, y Sadko sostuvo
la mirada.
—Sadko, hijo de Itzig, ha venido
una postal de Dinamarca. También
tengo una piel de marta que cacé el
domingo. Deja esto. Yo te enseñaré
a reunir sellos azules y postales venidas
de lejos. Y si quiere» veremos
correr a las gacelas en la Montaña
Desnuda.
Sadko se levantó. Se puso al lado
de Baelí, y los dos, en silencio, dejando
la plaza, caminaron calle abajo.
Luego, a eso de las cinco, bajaron
al valle a recoger el correo.

NUMERO 19 REVISTA ATENEO MADRID, 15 DE FEBRERO DE 1954
GARCÍA LEÓN Y PIZARRO, JOSÉ:
Memorias. Ed., prólogo y notas de
Alvaro Alonso-Castrillo. Madrid, «Revista
de Occidente», 1954. 2 volúmenes.
Las memorias del primer titular de
la cartera de Gobernación tienen un
gran interés como documento histórico
de Una época tan agitada como el
reinado de Fernando VII. Embajador
en Praga y en Prusia, exilado durante
la década absolutista en Londres, su
biografía es un ejemplo típico de un
político con ideas liberales en aquellos
años del fin del antiguo régimen. Su
carrera política no terminó sino con ¡a
muerte, que le sorprendió en el edificio
del Estamento de Proceres, cuerpo
legislativo del que formaba parte.
CLARKE, A. C; Vuelos interplaneterios.
Madrid, «Alhambra», 1954, 188
páginas.
El autor del libro es presidente de
la Sociedad Británica Interplanetaria.
A exponer el estado actual de los progresos
humanos para que tal Sociedad
pueda cumplir algún día sus fines,
se dirige esta obra, donde se nos habla
de los conocimientos actuales sobre
otros planetas, del desarrollo de los
cohetes, proyectadas estaciones cósmicas,
etc. Una mezcla de fantasía y rigor
matemático ameniza la lectura de
este libro, prologado por el ingeniero
Tomás Mur Vilaseca.
NARRACIÓN
G. SLAUGHTER, PRANK: En un jardín
oscuro. Editorial Planeta. Barcelona,
1953. 439 páginas. 60 pesetas.
En un jardín oscuro se desarrolla en
los días de la guerra civil de los Estados
Unidos. La acción no deja de
tener interés y se centra en Julián
Crisholm, cirujano que lucha por abrir
camino a los entonces nuevos procedimientos
quirúrgicos. No falta, como e;i
corriente en esta clase de novelas, la
tradicional historia amorosa y romántica.
GUEVARA, MIREYA: La siembra humana.
Madrid, 1953. 126 páginas.
Mireya Guevara, escritora venezolana,
ahora en España, recoge en un
pequeño volumen algunas narraciones
breves en las que refleja, generalmenmente,
la vida de los humildes en tie j '
rras americanas. Estos cuentos de Mireya
Guevara tienen un fondo amargo,
dramático. No nos gusta la frecuente
supresión del artículo a lo largo de
estas narraciones. Expresiones como
«brotaba hilillo rojo» o «si encontraba
grupo de hombres en su camino» no
nos parecen muy naturales.
KNITTED, JOHN: El comandante.
José Janes, editor. Barcelona, 1953.
Quizá lo más importante de esta
novela de Knitted sean las descripciones
del Marruecos francés. La historia
que cuenta es la de dos mujeres muy
amigas y enamoradas del mismo hombre.
No falta dramatismo en estas páginas,
escritas de forma vigorosa. Vera
Foster es el personaje central y en el
que John Knitted acumula el interés
de su narración. Vera Foster, enamorada
del comandante Igor, ve desbaratados
su sentimiento de la amistad
y sus propias convicciones por un
amor que al fin se le escapa. La penetración
psicológica de Knitted es
muy laudable.
MINZLOV, s. R.: La gran taiga siberiana.
Colección Ancora y Delfín.
Ediciones Destino, S, L. Barcelona,
1953. 252 páginas. 45 pesetas.
La gran taiga siberiana es una novela
de aventuras; pero fundamentada
en un hecho real, deformado por
el novelista, el ruso Minzlov, escritor
de la época zarista. Lo mejor de esta
novela, aparte del interés episódico
que suelen tener todas las del género,
son las descripciones de la «taiga»,
o selva virgen siberiana. El ambiente,
vivido por el escritor, está magnificamente
reflejado. Los caracteres son
todos iguales. Si el escritor hubiese
sabido diferenciarlos, y no tan sólo
servirse de ellos como piezas necesarias
para construir la narración, es posible
que nos hubiésemos encontrado
ante un gran novelista; pero Minzlov,
que sabe lograr interés y reflejar e¡
ambiente, se despreocupa de los caracteres.
SAGI-VELA, LUIS: Siete pasajeros.
Madrid, 1954. 212 páginas 35 pesetas.
El famoso barítono Luis Sagi-Vela
toca ahora por segunda vez su violín
de Ingres al publicar su segundo á-
• bro: Siete pasajeros. El autor ha denominado
novela a una serie de breves
narraciones independientes unidas hábilmente
al modo bocacciano. Los pa~
sajeros de un avión que se ve forzado
a aterrizar a causa de una avería,
entretienen su tiempo contando diversas
historias mientras llega el nuevo
aeroplano en el que deben continuar
su viaje. Dichas historias no carecen
de interés, especialmente las tituladas
El encargo y La ventana aoierta. La
más floja quizá sea La cruz del pastor,
muy recargada de acción, sin que
sea necesario. En cuanto a la prosa,
la obra es correcta, aunque a veces peque
de excesiva «literatura». La obra
lleva un prólogo de Sassone.
DOS PASSOS, JOHN: Un lugar en la
tierra.
La característica de esta obra es el
desasosiego. No hay un momento de
quietud, de calma, de reposo. No saben
los personajes detenerse, aquietarse,
callar. Se atrepellan los unos a Jos
otros; se precipitan con sus problemas,
con sus charlas, con sus risas y con
sus desvergüenzas.
Sus estudios, sus ambiciones, sus empresas
y sus fracasos se entremezclan
en confuso y fatigoso tropel. Para
ellos el mundo es pequeño; no en-
cuentran «un lugar en la tierra». Viajan
incesantes en busca de guerras, de
revoluciones, de necesitados, de obras
de arte, de mujeres... Y es su paso
tan fugitivo y raudo que apenas el
lector guarda de ellos clara imagen.
No, no hay aquí, en las páginas de
este libro, nadie para solicitar la amistad
del lector.
Nada permanece. Ni la familia, ni la
religión, ni la Patria, ni el Estado, ni
la fraternidad revolucionaria. Todo es
motivo de controversia; todo es circunstancial
y accesorio.
El lector no se ensimisma en esta
obra; no le entrega su intimidad; no
se abstrae en su lectura.
El lector, ante esta novela, es un
espectador, nunca un protagonista. Por
esta vez el lector no dialoga; escucha,
ve, atiende y, al fin y a la postre, se
fatiga.
Restalla la acción con ritmo cinematográfico.
Confirma el autor su hábil
técnica novelística y su singular
maestría en la narración. No se busque
en sus páginas la virtud.
OTROS LIBROS
ANDRESCO, VÍCTOR: Historia del
«ballet» ruso, Madrid, Ed. Alhambra,
1954. Colección Enciclopédica Alhambra.
256 páginas.
La apasionante historia del «ballet»
ruso aparece relatada en este pequeño
libro con amenidad y sencillez, y acompañada
de abundantes fotografías. Son
interesantes las noticias relativas a varios
pintores españoles —Gris, Picasso.
Dalí—- que han tenido relación, como
decoradores, con las grandes compañías
de «ballet», y también los datos biográficos
de figuras de primera magnitud,
como Diaghilev.
DONATO: El camino ignorado. Escelicer,
S. L. Cádiz, 1953. 71 páginas.
7 pesetas.
El camino ignorado es una comedia
dramática en tres actos y un prólogo

que no creemos estrenada. Ei autor se
ha sentido tentado por la comedia .ie
enredo, y nos presenta un conflicto
en el que juegan importante papel
dos hermanas gemelas. Técnicamente
la obra está lograda. El asunto, muy
artificia], es, a grandes trazos, el siguiente:
Una familia pobre se ve forzada
a casar a una de sus hijas con
un millonario al que la muchacha no
quiere; pero Cecilia, que éste es ei
nombre de la novia, accede por bondad
al sacrificio. Cariota, su hermana
gemela, viuda, le propone casarse
con el millonario en lugar de ella.
Consiente esto Cecilia y la boda se
celebra. Más tarde aparece el primer
marido de Carlota, que había quedado
ciego y al que todos creían muerto.
Cecilia, para evitar el primer choque,
hasia que las cosas se puedan aclarar,
se hace pasar por Carlota, atendiendo
al que se supuso muerto y
como si ella tuese la esposa, con la
que no se llevaba muy bien el «resucitado».
Lo más grave resulta cuando
Cecilia se enamora del ciego; pero éste
renuncia a todo y a todos abandona.
DONATO: Eclipse. Escelicer, S. L. Cádiz,
1953. 64 páginas. 7 pesetas.
Eclipse, comedia dramática original
de Donato, se centra en un problema
psicopatológico. El tema, ya muy gastado
por el cine, no presenta ninguna
novedad. Sin embargo, la comedia 3S
entretenida y pudiera gustar a un público
no muy exigente. Reduciendo ti
asunto a lo más esquemático, vamos
a contarlo: Jorge es un médico que
asiste en sus últimos momentos a una
pobre mujer cuyo esposo, celoso, mata
de un balazo. Cuando Jorge regresa
a su casa encuentra a su esposa intentando
defenderse de Alberto, galán
que la abrazaba a la fuerza. Jorge enloquece
en el acto y confunde su yo
con el del asesino de la mujer que
viene de auxiliar como médico. Para
que recobre el juicio, otro médico hace
que se repita la escena que enloqueció
al desventurado Jorge. Este, al ver
tal escena de nuevo, sana por completo,
y ya todo se arregla a las mil maravillas,
así como los conflictos de los
personajes secundarios.
FERNANDEZ SALCEDO, LUIS: Veinte
toros de Martínez. Editorial Mon.
Madrid, 1954. 598 páginas. 75 pesetas.
Fernández Salcedo nos cuenta, como
el título indica, la accidentada y corta
vida de veinte toros de la desaparecida
ganadería de Martínez, que perteneció
a su familia. Tienen ínteres
estas historias, rio sólo para el aficionado
a los toros, sino para cualquier
persona que desee conocer el ambiente
de las ganaderías de reses bravas.
Numerosas anécdotas alegran estas páginas
o las tiñen de dolor. Fernández
Salcedo, aunque poco preocupado de
su prosa, descuidada a veces, sabe dar
deliciosa amenidad al libro. La obra
está bien prologada por Julio de
Urrutia-
P O E SI A
VILLARTA, ANGELES: La taberna de
Laura. Angeles Villarta, editora. Madrid.
1953. 39 páginas.
La taberna de Laura es un libro de
versos del mar. Su autora, Angeles
Villarta, se nos muestra en la línea
del gusto neopopular lorquíano en algunos
de sus poemas:
Caravaneros del mar
opio de prisas jumaban,
y una espuma de recuerdos,
lúbrica, verde y salada,
ponía secas las bocas
y vidriosas las miradas.
Pero no desdeña tampoco la poetisa
la gracia verbal del modernismo rubeníano:
Pensé en la carabela que hizo reídondo
al mundo,
en ríos febricientes y calas primorosas
del canoro archipiélago, portentoso y
[fecundo;
los pálidos nenúfares, las selvas rumo-
Irosas.
La imagen suele ser luminosa, colorista,
y no carece de gracia poética-
La taberna de Laura es un libro sencillo,
.sin pretensiones, que se lee con
agrado.
CEPEDA ADÁN, JOSÉ: «El
Madrid del 98». Ediciones del
Instituto de Estudios Madrileños.
Madrid, 1954-
Desde su fundación al momento presente,
viene el Instituto de Estudios Madrileños
llevando a cabo una interesante
tarea bibliográfica sobre Madrid. En
folletos de grato aspecto tipográfico,
los mejores especialistas en los temas
madrileños han tratado de éstos, ya en
lo que se refiere al pasado o al presente.
Ahora, dentro de esta serie de referencia,
José Cepeda, madrileño de cuna
y estudioso de su ciudad, ha publicado
un interesante y anecdótico «Madrid
del 98».
En las páginas, demasiado breves, de i
su folleto, José Cepeda se detiene como
erudito, unas veces; como hombre
amante de la anécdota, otras, ante el
año crucial que fue en nuestra Historia
el 98, con respecto a la capital de
España.
Es lástima que estas páginas con noticias
históricas y curiosas sean tan breves;
de desear sería que su autor —documentación
y pluma tiene para ello—
nos diera una gran obra —me refiero
a sus páginas— sobre este tema lleno
de interés y sugerencias, como ha puesto
de relieve en el folleto que ahora
publica.
J. S.
ARMAS MEDINA, FERNAN-
DO DE: «La cristianización del
Perú (1532-1600)», Escuela de
Estudios Hispanoamericanos. Sevilla,
1953. Un tomo en cuarto.
Interesan los relatos de conversiones.
La prueba de ello está en. que, con
relativa frecuencia, de cuando en cuando
asoman en los escaparates de las
librerías libros de este género. Para el
católico tienen un fundamental interés
religioso: asomarse a un nuevo camino
hacia Dios. Para el lector habitual
la conversión tiene también un
positivo valor: advertir un cambio radical
en una personalidad humana. La
idea del giro súbito y total es una idea
cara al hombre. Y he aquí que el converso
presenta la más interesante experiencia
en este sentido. El Hecho extraordinario,
de García Morente, donde
el propio protagonista narra la personal
peripecia que le lleva a redescubrir
el cristianismo, ha sido publicado
íntegro en el estudio que no hace
mucho le consagró el P. Iriarte. La
conversión del famoso rabino de Roma
constituyó uno de los primeros volúmenes
de la colección Patmos. Esta
misma serie editorial ha lanzado, reunidos
en un solo libro, los relatos
de los conversos más importantes del
.siglo.
Estas distintas historias tienen un
gran interés. En todas ellas, aun en
las más divergentes, hay un fondo común:
son seres que se mueven dentro
de la cultura occidental. Muchos de
ellos, hombres dedicados al estudio,
han estado durante toda su vida manipulando
con conceptos de elaboración
cristiana, lo hayan o no querido.
Algo soterraño, como el mismo sentido
de las palabras, les ha estado latiendo
siempre en su inteligencia y en su co-
razón. En el recodo de cada pensa-i;
miento, la poderosa omnipresencia del t
cristianismo, que ha empapado toda s
nuestra mentalidad, les ha salido ai <
paso. Han estado sometidos a la per- a
secución sistemática de la forma y deijg
fondo. |Ki
El eiemento sorprendente y efectista. t¡
que cuenta siempre en todo cambio, ,x!c
hace aún más intenso en otro tipo de a
conversiones: en la de los pueblos no <
civilizados. El hecho de que gentes queu
parecen incapaces de comprender núes- Sl
tras concepciones demasiado abstracta£in¡
se conviertan, es una experiencia de|sc
un mayor interés aún. Una conversión
de esta naturaleza ha merecido un reciente
y detenido estudio: la del Imperio
de los Incas. En 1948, y en Quito,
Fray José María Vargas ha estudiado |fc
esta conquista espiritual. El título de
su obra es eco del que Ricard utilizó
al estudiar la misma cuestión en Méjico.
En el último mes de 1953 ha apa-jic
recido un estudio español sobre la Cn.o¡if
tianizacíón del Perú, debido al joven nü
profesor de la Universidad de Sevilia[n.
doctor Fernando de Armas. Nos pare- 3
ce expresiva la misma elección del tí-Pa
tulo, que responde a una distinta pos-fe
tura en el contenido Que la que tuvo
Ricard y ha continuado Vargas. El
doctor De Armas, historiador, ha he-
-\ho un estudio histórico, pero no sfi
ha limitado sólo a dejarnos marcadas 10
EUGENIA SERRANO: "PL
A pluma agilísima -de tan brillante
airosidad periodística—
de Eugenia Serrano se acerca otra
vez al género narrativo y acredita
en él dotes ya probadas en libros
anteriores. Pero en «Perdimos la
primavera» hay una novelista de
superior desenvoltura y, cualesquiera
que sean sus limitaciones,
una escritora de auténtica fuerza
para contar. Quede esto sentado
desde un principio, y conste que ap
ningún reparo de ios que le haga- se¡
mos deberá desvirtuar tal afirma- Ca
ción. qi
«Perdimos la primavera» es de lie
algún modo una novela histórica, no
ya que en ella se retrata la vida de el
un grupo de niñas - -adolescentes y dij
mujeres luego y de muchachos, sa!
en el concreto ambiente histórico es- reí
pañol de los años de la Dictadura esi
y la República. Mas no toda la rea- qu
lidad social juvenil está reflejada po
en el cuadro que Eugenia Serrano sol
nos pinta, por cierto con técnica la
realista muy viva y en algunos ex-ta
tremos próxima al viajo y renacien- co¡
te naturalismo. (Y a propósito de
escuelas y técnicas artísticas. Caro- mt
la, una de las figuras más importan- va
tes de la novela, ironiza en su día-roí
rio, no muy a tono con la atmósfera pal
intelectual que respira: «El arte ese
puro es dar el campo con tres espi-po:
gas, el mar con unas redes, unapre
mujer con veinte nalgas y cinco go,
senos y una sirena con una peluca coi
y una raspa de sardina.») No toda no
la adolescencia española, sino másBa
bien una parte parte apreciable—~<
de ella tuvo los problemas del co-baí
pioso grupo que anima las páginas aoi
de «Perdimos la primavera»; y si fe;
los tuvo, supo resolverlos de otra;oli
forma, como lo prueba ei extenso ;or
núcleo juvenil universitario que enot
la trágica sazón de 1Q36 estaba 10

isa- jas etapas de la infiltración del crisdel
tianismo entre las íribus del Tahuanti-
)& suyo, ni a la tarea de estructurarnos el
ai sistema de funcionamiento misional, ni
»er- a la de apuntarnos los resultados lo
de;¡grados. Con ello hubiera cumplido con
¡ta
su misión de historiador que aborda el
ema. Pero el señor De Armas ha prodar
un paso más: ha intentacomprender,
a través de testimonios
noíde primer orden, los sentimientos de
¡uejunos hombres diferentes de nosotros,
es "!su manera de reacionar ante unas
tas nuevas enseñanzas que les debieron
sonar a extrañas. Nos ha hablado de
'¡iridaciones, de misioneros, de arzobisre-
»s, de concilios, de breves, de reales
¡édulas, de encomenderos, de colegios,
condición de historiador ha queda-
do
patente en la manera de enfrense
con el tema, pero lo que en él
debatía como fundamental —el pro-
Ic-jiio proceso de la conversión— no ha
'a-sido rehuido. A lo largo de sus seis-
''•s-lientas páginas, asistimos a la cristiaenhización
del dilatado Imperio de ios
Ua facas.
re- En 1925, Raoul Allier publicaba en
íí-parís, en dos tomos, la Psychologie de
Js-a conversión chez les peuples nonvotwüisés.
Con la publicación de ¿u
Eljbra coronaba un trabajo emprendido
te-|n 1886. Cuando ya llevaba varios
sfjños trabajando en el tema, se limias
¡ó intencionadamente a estudiar sólo
e apercibido para morir por firmen,
- segurísimas, inequívocas razones.
.- Cabría, por tanto, ¿scribir un relato
que reflejase ¡a otra parte de la reae
lidad española y tuviese por lo mei,
nos tanta veracidad histórica como
e el de Eugenia Serrano. Y no se
y diga que en la seguridad de los que
i, sabían lo que querían no hay inte-
- res psicológico o novelístico, porque
a eso valdría tanto como acotar mez-
- quinamente el campo de! arte sua
poniendo que las certidumbres no
0 son materia poética y que «ganar
a la primavera» no brindaría al artis-
- ta tan ricos motivos de creación
- como perderla.
e Eugenia Serrano piensa acertada-
- mente que «de las faltas, titubeos y
- vacilaciones» de los personajes fue-
- ron sus mayores los principales cul-
1 pables. «Perdimos la primavera» es
s esencialmente una novela; tiene,
-por consiguiente, ante todo, una
i pretensión artística; y, sin embar-
Jgo, tras la cruda realidad, descrita
3 con dolorido acento, palpita una
i noble preocupación trascendental.
s Bastaría leer el capitulo VIH
•—«Culpas graves»—- para compro-
- bar en páginas conmovidas cómo la
s novelista no desdeña acercarse a la
i fe y hacerla desempeñar en fas psíuologías
que estudia el papel que le
corresponde. Sobran por eso pasajei
-os aforismos en que Eugenia Serraaio
se expresa de ligero sobre pun-
la psicología de la conversión en las
misiones protestantes del XIX. De las
católicas, de las que había recogido
gran cantidad de datos, prescindió. La
razón era lógica. Tenía que guardarse
de confundir en un mismo estudio hechos
que, salvadas algunas apariencias,
tenían un origen diverso. Inspiradas
en principios diferentes, cada
una de estas misiones pone en práctica
distintos métodos.
No es éste el lugar de entrar en
detalle, pero un primer desacuerdo
arranca de la propia noción de Iglesia.
Aun antes de tener un único convertido,
el misionero católico, desde ei
mismo momento en que se instala °n
un país, introduce en él, con él mismo,
la Isiesia y su autoridad. El profesor
De Armas se da cuenta también
de esta circunstancia y recoge cómo
los teólogos, al enfrentarse con el objeto
formal de las misiones, dan «la
supremacía a la implantación de la
Tglesia, relegando a este fin especifico
y primordial el de la conversión de
los infieles». En definitiva, estas diferencias
arrancan de las distintas posturas
que católicos y protestantes tienen
ante la gracia. En la administración
del sacramento del Bautismo se
advierte también este sesgo distinto.
Sostenido por su fe en la gracia y en
la acción del sacramento, el misionero
ios íales como santidad y amor, deformidad
y conformidad.
El detenido estudio ds adoíesce -cia
qua abarca la primera mitad del
libro es, para nuestro gusto, b nr>jor
de la novela. Cuando ésta tiens
por fondo la realidad histórica del
Alzamiento, ei interés humano d¿
la narración decrece; y aunque son
frecuentes los aciertos de estilo, el
parangón de los diálogos del capítulo
IX, por poner un ejemplo, con
los del capítulo XX, es suficiente
para revelarnos la superioridad ds
los primeros en naturalidad y viveza.
El poder de observación que
Eugenia Serrano acredita en sus retratos
de adolescencia femenina recuerda
a veces, por la finura y penetración,
la primorosa «Fermina
Márquez», de Valery Larbaud, y
sobre todo revela una gran capacidad
para esta clase de exploraciones.
Sucede a veces que un lector
imagina lo que el autor hubiera logrado
si tropezara con el tema que
fuese capaz de hacer rendir a sus
facultades de modo plenario. Pues
bien; en «Perdimos la primavara»
ocurre eso. Hay no pocos capítulos
inteligentes, bellos, de verdadera
agudeza, que nos muestran, además
de su propio valor, las extraordinarias
posibilidades de Eugenia
Serrano como novelista y escritora.
J. L. VÁZQUEZ DODERO
católico es llevado a franquear más
rápidamente las etapas de la conversión.
Todas estas consideraciones brotan a
menudo mientras se lee el libro de
Fernando de Armas. En el lado católico
falta todavía, pese al cultivo que
de la Misionología se ha hecho, un
estudio similar al abordado por Allier
en el protestante- Fernando de Armas,
al estudiar la cristianización del Perú,
nos ha dejado una contribución inapreciable
a tan importante tema. El
misionero, preocupado de la mejor forma
de misionar, de la operancia de
su labor, con sus temores respecto a
su tarea, ha quedado entre sus páginas.
Y ha quedado también su esperanza
en Dios, su arraigado y hondo
providencialismo. Ha recortado un trozo
de una historia maravillosa, de una
historia que se nos escapa de entre
los dedos y se nos queda en el alma :
la historia de la huella de Dios en eJ
sendero enmarañado de los hombres.
JOSÉ MUÑOZ PÉREZ
OLIVAR BHRTRAND, RA-
FAEL: «Confidencias del Bachiller
de Osuna». Editorial
Castalia-Madrid.
En Cttle lihro, de excelente impresión
\ ¡u.-emlrado gu,«t

THE TWEINTIETH Í-IÍN-
TURV»: Algunas fuentes de
la liuropa Moderna
t, Si torno al problema de la posible íi-
•- 1 liaeión cultural de Occidente, y en
general de cualquier eultura, que Toynbee
íia planteado al superar la dísgregadora
visión spengleriana de la historia. Franz
Borkenau expone algunos resultados de SIÍJ*
inteligentes investigaciones, en un estudio
publicado en el número de diciembre de
la antigua revista londinense, cuyo título
originario, desde 1877 hasta fin de siglo,
fue «The Nineíeentb Ccntury».
El ponto central de] estudio lo consti-
Luye el examen de las influencias culturales
patentes en algunas pinturas de la
Europa meridional, een lera p oran eas de
SÍL Corte earlovingia y de los Papas
I..eóii IV y Nicolás I. BII ploim siglo IX. y
.te modo especial, en la Ascensión de la
Virgen representada en ia iglesia de San
Clemente, en Romít. Resulta sugestivo ••[
pormenor con que el señor Borkenau lia
sabido captar los finos matices de transición
que en esta obra marcan la ruptura
de. Roma eon la sensibilidad bizantina, y
eí impresionante redescubreniento de AH
propia esencia cultural a través* de la asimilación,
definitivamente querida, ile hi
vitalidad de los pueblos nórdicos, instafados
ya con presencia radical en las esiructoras
culturales de "(vidente.
El «sursuin», v.l denso patetismo aswnsionaí
que cu la «Assunta» de San Cleluente
({enuncia c!. señor Borkenau, quebrando
bajo hi inüueiicia escrutadora del
Papado la hierálica tradición bizantina
que aun dominaba en lodos los ríneor^s
de h¡ Europa naciente, emerge de lorio
un complejo mundo intelectual, de expresión
fundamentalmente teológica, en
cuyo proceso dialéctico, cerrado en ¡a
inamovible definición dogmática de las
dos naturalezas y las dos voluntades en
Cristo, se expresa el afina colectiva de
Occidente, al mismo tiempo que se libera
de fas concepciones desbumanizadoras
de Cristo que empujaban siglo tras siglo
desde las herejías orientales.
El concienzudo amiHáis del profesor
Borkenau permite atisbar, en una zona
limitada y regional, es cierto, pero tan decisiva
come poco estudiada, de nuestro
mundo cultura!, algo de. la íntima configuración
de esa realidad apasionante que
f?s nuestro propio acto de presencia colectivo
en el gran campo de la historia.
«KEVUE FRANgAISE DE
SCIENCE POLITIQUE»:
Los sistemas políticos y el
problema do su difusión.
Una ideología es un conjunto coherente,
integrado de ideas y de creencias (o
de ideas tiansfomiadas en creencias) destinadas
a explicar la actitud del hombre
hacia la vida en sociedad, y a establecer
una línea de conducta conforme a estas
ideas y & estas creencias. Así define las
ideologías políticas Karl Loewenstein en
>u trabajo «Los sistemas, las ideologías,
las instituciones políticas y el problema de
Por MANUEL L1ZCAN0
MÍ difusión», publicado en el número du
octubre-diciembre último de la «Revista
Francesa de Ciencia Política».
Distingue después conceplualmcnio este
autor los «sistemas políticos» de las «foimas
o regímenes políticos» y caracteriza ¡i
aquéllos como fenómenos que ño constituyen
un «tipo ideab) o la «mejor» forma
de gobierno, sino la expresión institucional
concreta del poder y de los intereses
de la clase de los gobernantes, necesariamente
condicionada en todo caso ¡i
la «receptividad); de los gobernados.
En torno de estos Lemas, de creciente
importancia política y práctica, quedan
rigurosamente expuestos en el. artículo citado
algunos matices de verdadero interés
sociológico, en torno a las característica*
tic las ideologías políticas coníeiy.poráncas;
a su génesis, fines y funcione-;
a *tis relaciones con la estructura social
y n ¡a sociedad de masas; a las instituciones,
técnicas y procedimientos políticos
y a la «movilidad» o «circulación» de
los sistemas e ideologías políticas, dinámica,
en la que éstas cumplen la función
de servir de intermediario esencial para
Ja propagación de aquéllos y de sus inslilucirnes.
«THETABLET>: ¿Hasta que
punto es católica Italia?
La sincera revisión a que están sometiendo
su actual realidad católica las viejas
cristiandades latinas, va ganando terreno,
después del implacable examen de
conciencia que iniciaron hacia 1946 algunos
grupos católicos de Francia.
En la nota presente sólo no? limitaremus
a dar referencia de la serie de artículos
con los que a !a vista de dalos
recogidos de fuentes italianas autorizadas.
«The Tablet», viene bosquejando un estudio
de la situación efectiva en que «r
encuentra el catolicismo de la vecina república
mediterránea. El segundo de dichos
artículos ha aparecido en el número
del 23 de enero del semanario londinense.
Según se deduce de algunas de las referencias
mencionadas, las dificultades internas
que encuentra el catolicismo para
llenar la vida del pueblo italiano son
enormes. En todos loa ambientes públicos,
populares y no populares, se acusa
la laguna de formación religiosa que pesa
sobre toda la población, privada desde
1877 hasta 1923 de instrucción religiosa
en las escuelas y universidades, y reducida
sólo a la capacidad de formación espiritual
de las propias familias. Los porcentajes
de asistencia a Misa son bastante
bajos, en término? generales.
La natalidad italiana ha disminuido
bastante respecto al período de antes dr
la guerra. Los porcentajes de crecimiento
fueron de 23,3 por 100 anual en 1936;
de 21,6, en 1948. y en 1951, de 18,3: Lo<
últimos datos arrojan un total de 32.000
nacimientos ilegítimos anuales: ofreciendo
a este respecto los índices más altos
Campania. con 3.751. la Emilia comunista,
con 3.311, y Sicilia, con 3.309.
Entre otros aspectos interesantes se destaca
la táctica comunista de atacar sólo
públicamente, al alto clero, evitando, en
cambio, igual que en los países sovietizados.,
eí ataque directo al clero parroquial,
generalmente pobre, para no estimular
posibles reacciones religiosas defensivas
) Acreditar su condición de
escritor (ensayista, novelista o poeta),
de artista plástico (pintor, escultor
o dibujante) o de compositor
o profesor de Conservatorio en la
forma prescrita en los apartados
5.". 6.°. 7.° y 8.°, respectivamente.
c) Ser mayor de veinte años y
menor de treinta y cinco.
4. a Las solicitudes se cursarán
a la Delegación Nacional de Educación,
Departamento Nacional de
Cultura, Alcalá, 44, Madrid, bien
(¡¡rectamente, bien a través de los
Delegados Provinciales de Educación;
a estas solicitudes honran de
acompañarse, además de los documentos
mencionados en los apartados
5.". 6.°. 7." y S.", certificación
de nacimiento y un informe de la
Delegación 'Provincia! de Educación
sobre sus actividades profesionales.
5. a Los escritores presentarán
preceptivamente a concurso lo siguiente:
a) Historia profesional, acreditada
rioeumentalmente, con !as certificaciones
correspondientes a los
estudios que hayan realizado.
b) Kelación completa de trabajos
publicados^ inéditos y en preparación
inmediata.
c) Un ejemplar de cada uno de
los libros publicados y selección de
recortes de trabajos aparecidos en
periódicos y revistas.
d) Mención de premios literarios
obtenidos, debidamente acreditada
por medio de fotocopia o
certificación oficial del documento
en que conste.
6. !l Los artistas plásticos piesentarán
preceptivamente o concurso
lo siguiente:
a) Historia profesional, acreditada
(¡ocumentalmente con las certificaciones
correspondientes a ios
estudios que hayan realizado.
b) Kelación de exposiciones a
que han concurrido, documentalmente
acreditadas, y relación de
obras ejecutadas y compradores
más importantes fie las mismas.
c) Dos obras plásticas de tema
libre.
d) Mención de premios obtenidos,
debidamente acreditada por
medio de fotocopia o certificación
oficial del documento en que conste-
7. a Los compositores presentarán,
preceptivamente a concurso lo
siguiente:
a) Historia profesional, acreditada
documentalmente, con las certificaciones
correspondientes a los
estudios que hayan realizado.
b) Relación completa (le obras
estrenadas, terminadas o en preparación
inmediata.
e) Mención de premios obtenidos,
debidamente acreditada por
medio de fotocopias o certificación
oficial del documento en que conste,
8. :L LOS profesores de Conservatorio
presentarán preceptivamente a
concurso lo siguiente:
a) Historia profesional, acreditada
documentalmente, con las certificaciones
correspondientes a los
estudios y oposiciones que hayan
realizado.
b) Informe del director del ('en.
tr».
c) Memoria sobre los tía bajos
pedagógicos que piensan realizar.
ÍK' 1 Los aspirantes remitirán, en
unión de sus instancias y documentación
pertinente, una exposición
comprensiva del plan de trabajo
que pretenden desarrollar, así como
relación de las localidades y centros
que se propongan visitar.
10. Las Bolsas de Viaje serán
adjudicadas, a la vista de las solicitudes
que se presenten, por un
Tribunal, presidido por el jefe del
Departamento Nacional de Cultura
y compuesto por un catedrático de
ia Escuela Superior de Bellas Artes
de IVladriiJ; un escritor galardonado
con Premio Nacional; un catedrático
del Real Conservatorio de Música,
designados por el ministro, y
el Secretario técnico de la Delegación
Nacional de Educación.
11. El plazo de entrega de las
solicitudes y documentación finalizará
el 15 de marzo del corriente
año, debiendo estar en la tarde de
dicho día todas las obras que concurran
a la convocatoria y exposición
entregadas en el Departamento
Nacional de Cultura de la
Delegación Nacional de Educación,
Alcalá, 44, 5. a planta, Madrid.
Del 20 al 25 de marzo se mantendrá
abierta la exposición, siendo
adjudicadas las Bolsas el 1 de
abril, Día de la Victoria.
12. Al regreso del viaje de estudios
y en el término de un mes
a partir de! mismo, los beneficiarios
de las Bolsas presentarán al
Departamento Nacional de Cultura
una memoria detallada dei resultado
de su viaje,
13. El importe de las Bolsas se
satisfará en dos plazos. El primero,
de 0.000 pesetas, en el momento de
la adjudicación; el segundo, de
j.000 pesetas, después de recibida
en el Departamento Nacional de
Cultura, la Memoria y trabajos a
que se hace referencia en el apartado
anterior.