LAS IDEAS, EL ARTE Y LAS LETRAS - Ateneo de Madrid

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PARA LA HISTORIA DE UN ATENEO: EL DE MALLORCA M EL "GRUPO AZUL" I apellido latino —mascara de tragedia griega que oculta mi segunda salida de Séneca JO Don Quijote al mundillo de Jas letras—se conmueve cuando recuerda los rojos divanes, la lámpara dorada con estalactitas de cristal "made by Uoíriá" y, sobre todo, los kilos de 'papel martirizado —Miómandre estaba de moda—, en singulares dueles del gay saber, que se sucedían crueles en aquel Ateueo Mallor- Ilorqtrin de 1936, en d»nde la opinión política eria blanda en sus principios como la primera ensaimada que gustara don "Jaume", pero que ai ser es TEATRO CIRCO TEATRO "unción para hoy, sábado, 1 de abril La zarzuela en un acio: EL D'JO D5 LA AFRI^ftNA ekcüisrí e¡ acio del ÂÊCíO OSCILAMT5 La zarzuela en un arto: SZUCifliLLOE Y *GU * ROiESTE LX SEGUNP1 TlPl.fi MISS .GIACOMINI en su fantástica y poî-ifir creac-ón ele LA DANZA SERPENTINA La b£• is eieci¡i-rá cuairo bailes. MISS GIACOMINI, 23, scc v.és, ! máore de r¡fle. trujada siempre daba resultados contrarios, o casi siempre contrarios, al sentir y deseos del. orondo bedel perdido para España cuando la Barcelona de Compaoys quiso competir con la Olimpiada germana, cantada en clásicas imágenes por Leni Rienfensthal. Dentro del Ateneo, el "Grupo Azul" —nombre atrevido en rojos amaneceres con olor a sopa maitorquina y a proletariado separatista— tenia sa Versalles y basta su Corral de la Pacheca; tenia sa "Caballero Gato" y al ficficio marqués de San Martin, con su crondaj personalidad d¿ barítono de ópera italiana; tenía al gracioso""tuno Ibérico", que alternaba sus poéticos afanes con los patrios deberes de cabo de Infantería; tenia al buen Luis Segara —maestro de escoda entre almendros floridos—; tenia al excitable Maura, que se unió más tarde a los tercios de MíHán Astray, y al ególatra Cladera, que, como Chateclair, puso fin a su vida Morque jel Liceo de Barcelona le negó el sol cordial del aplauso. El 'trapo Azul** de Palma se alimentaba de la cordialidad de df>n Antonio Pina —Toni Pina para los amigos—, que fue ama de cria del Ayuntamiento mallorquín cerca de una decena, dando con ello lugar a un gracioso proceso. Don Antonio, co!eccionista de autógrafas de cascada voz atenorada, era el personaje más interesante del Ateneo mallorquín de antes de la guerra de liberación; él puso la paloma de paz de sus arrugadas manos —como olivos sarmentosos de Vaidemosa— entre los grotescos du
DOS ORILLAS Y UN PUENTE DE SILENCIOS EN LA MÚSICA ESPAÑOLA crítica. Misión que én Salazar junta escritos, libros fundamentales y tareas de organización. La ilusión de la Orquesta Nacional está ya a la vista en los proyectos inmediatamente anteriores a la República. Con la llegada de la República la música española intenta una organización. Satazar aprovecha la coyuntura para bautizar a toda una generación de músicos jóvenes que pasaría ya a la historia con el título de «generación de la República». Hay en la denominación intención política e intención estética; porque los compositores que en ella militan suelen mostrar republicanismo ferviente e iz~ quierdísmo artístico, manifestado a veces con expresiones de grueso calibre. Dato curioso: Todos, desde el más conservador al más revolucionario, hacen un sitio aparte para don Conrado del Campo, fiel, entonces como en su última obra, a casticismos a lo Bretón-Chapí y a romanticismos modermistas europeos de signo germano, línea Wagner-Franck-Strauss. Quizá fuese la de los jóvenes una postura en la que resonaba la de Falla, bien diferente éh su credo artístico a don Conrado y, sin embargo, apasionado defensor de él cuando llegó el momento. La generación de la República desaparece casi íntegra de la vida musical española cuando la guerra llega y la cruzada termina. «Tras los montes y los mares», queda un grupo de compositores cuya importancia, como ha hecho ver Sopeña, estriba mas que en la valoración individual, en el hecho de constituir una generación entera. , ¿ Qué sucedió c^n la pretendida organización musical? El mismo Salazar cuenta la sucesión de «desastres» que dieron al traste con todo proyecto, serio Uno a uno fueron naufragando en una política partidista y provisional cada mes. Y así ni hubo Orquesta Nacional, ni ediciones, ni reforma de Conservatorios, ni renacimiento vivo del «folklore». Tan sólo unas temporadas de «Teatro Lírico Nacional» trajeron dignidad para el montaje de nuestra mejor zarzuela, incluida dentro de ella alguna ópera española. • * * Con la ausencia de Salazar, con la de Falía, con la desaparición de un Por ENRIQUE FRANCO grupo entero de compositores, «a nadie pudo extrañar —escribe Sopeña— que nos acogiésemos a quien era, sin disputa, el llamado a recluíamos cuando terminó la contienda: Joaquín Turina». De la zona nacional llegaban aires de intentos musicales con más ambición que realidad y cuando se consigue la España una, es Turina el encargado de dirigir y estructurar las nuevas y viejas ambiciones. Hoy no es necesario hablar demasiado, porque algunas de ellas están en la calle, en la piel de España y de América, en el mar que junta las dos orillas. La Orquesta Nacional nace audaz al principio, hermosamente audaz, queriendo recogerlo todo y albergar en sus inmenso brazos nada menos que a las Orquestas anteriores. Un crítico joven, nacido a la profesión justamente el día en que Manuel de Falla nos dejaba, Federico Sopeña recoge la herencia de Salazar con una* mayor alegría y una especie de locura juvenil que en cuatro días levanta el «Retablo», repasa lo fundamental del ha poco muerto Mauricio Ravel, estrena «Juego de cartas» y pone al frente de la Nacional, para darnos a conocer su música, la figura latina y europea de Alfredo Caseíla. La Orquesta se organizaría luego, normalmente, seria vehículo de la música nueva de Joaquín Rodrigo, de Halffter, de Guridi. Desde el otro lado del mar, manos españolas tienen que haber aplaudido la realización de lo tantas veces intentado como —de grado o con disgusto— tuvieron que^ rendir aplauso y emociones a la presencia viva del «folklore» en la Ronda Española de la Sección Femenina de la Falange. {Emociona leer en el libro de García Serrano la constante reverencia de los exilados españoles ante los Coros y Danzas, el entusiasmo, por ejemplo, de un coronel Casado atite la hazaña de la Falange femenina.) La postguerra española saca al primer plano el nombre de un compositor, que ya había estrenado en Madrid, antes, obras con valor alto de anuncio. Joaquín Rodrigo, mantiene —Seguimos a Sopeña—, día a día, el fuego sagrado del riesgo, de la modernidad, de la inquietud. Ño es tan sólo su contribución musical con el «Concierto de Aranjuez», las «Ausencias», o la «Música pava un códice salmantino». Es su significación como figura central de todo un movimiento renovador. Joaquín Rodrigo ha reunido en torno los más valiosos afanes juveniles; en gesto altanero y gritón, como de «gallo mañanero», ha sostenido actualidad y espaf-o ismp, nacionalismo y universalidad para nuestra música., Ernesto Halffter, con la «Rapsodia», con «Dulcinea», con aportacio nes valiosas en el campo cinematográfico, con su última «Fantasía Española», enlaza a un ritmo lento con su brillante historia pasada. Otro tanto podría decirse de Jesús Guridi, cuyas «D ez m;lodías» ponen acaso la contribución sinfónica más valiosa en el terreno de lo directamente folklórico; de Osear Esplá, con su «Sonata del Sur» para piano y orquesta y su «Sonata Española» para piano, continuadoras a grandes rasgos de su línea anterior; de Federi* co Motnpou. José Muñoz Molleda y Jesús Leoz hacen hueco en su diaria actividad de compositores cinematográficos para darnos obras como el oratorio «La resurrección de Lázaro» o el «Cuarteto con piano». Conrado del Campo añade títulos nuevos a música apasionada y romántica, de lírica exaltada como fue siempre la suya. Títulos: «Ofrenda a los Caídos», «La pradera», «Fantasía castellana» «Lola la Piconera», música de cámara. Falla primero, Turina luego, Conrado del Campo, García de la Parra, la Viña, entre los mayores. Inesperadamente, Leoz, entre los de la que podemos Hamir generación intermedia, murieron. Con ellos, otras figuras que aportaron su quehacer al conjunto que un día pudo pesar en nuestra música y del que se destacó el nombre de Falla para dejar herencia e hilo de continuidad. Luego... lo que está ya ahí al lado. Los que alborotábamos el 39 en el Conservatorio y lo queríamos todo en un día, hemos doblado la treintena. Otros, más jóvenes aún, han salido ya de las aulas. Otra, vez un Halffter se alza prometedor para la música española: Cristóbal, con su «Antífona»,, su «Concierto» premiado el año paraso. Calés, catedrático ya de Contrapunto y Fuga, Carra, Castillo. La Radio, primero incitada por Rodrigo, luego por sus continuadores, se abre de par en par para la música española y para la música última de todo signo y nacionalidad. Con Coros, Cuarteto de Madrigalistas, Orquesta Cuarteto de cuerda, la Radío Nacional española es también algo que soñaron los que están «tras los montes y los mares» y que no pudieron tocar con la mano. La enseñanza musical sufre una completa reforma; en la Universidad, Joaquín Rodrigo es catedrático de Música en la «Cátedra Manuel de Falla»; en el Bachillerato se tendrá ya para siempre estudio y compañía musical. Un director, Ataúlfo Argenta, triunfa en Europa, después de haberse hecho en España. Desde París, Lisboa, Roma o Berlín, desde el Festival internacional de Granada, Argenta se yergue como cima de nuestra historia directorial y es para los más jóvenes meta ilusionada y solicitado consejo diario. ¿Y los de fuera? Salazar publicó cuanto llevaba dentro. Hace alguna temporada publica libros —como la «Música de España»— mucho más «fabricados» y sin mensaje nuevo. Libros, además, con mucha dosis de triste amargura que los invalidan un tanto. Por distintos países hispanoamericanos, la generación de la República ha dejado y deja atrás más días que positivos hechos. Rodolfo Halffter trabajó en medida de importancia dentro de su nacionalización mejicana. Los menos —como Bacarisse, en París— se quedaron en Europa, cerca de una patria cuyos oidos buscan con la mayor ilusión para la música que escriben. Treinta años de música española. Quince de anteguerra y quince de postguerra. Dos orillas con un puente de silencios que salva probablemente la gran sombra unificadora de nuestra música, la figura y la obra de don Manuel. Hace treinta años se esperaba su música y el «Concierto» con inquietud; hoy, todavía, esperamos sus últimos pentagramas de «La Atlán. tida» con ilusionada y temerosa desazón.
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