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Dado que el ojo no puede verse a sí mismo,<br />
la fotografía ha hecho que podamos ver aquello<br />
que no vemos en nosotros.<br />
Tal vez esta frase pueda parecer abstracta.<br />
Trataré de explicarla. Hemos empezado el<br />
otoño leyendo en todos los diarios, ojeando<br />
por doquier, aunque sea en el resbalón de<br />
la mirada ante el televisor, que la violencia<br />
es el ambiente en el que crece el pobre seto<br />
de nuestra actualidad política internacional.<br />
Lejos de cometer el error de expresión que<br />
diría, como tantas otras veces se oye decir,<br />
“violencia injustificada”, dando por sentado que<br />
hay violencia que se justifica, que se explica<br />
por algún otro motivo difícil de entender,<br />
hablaremos aquí de violencia a secas, sin<br />
eximentes gramaticales.<br />
Sólo así podemos calificar aquello que no<br />
tiene adjetivación posible a no ser que sea la<br />
de la más pura repulsa y el necesario asco<br />
que deberíamos sentir todos desde nuestra<br />
cómoda posición si nos paramos un momento<br />
y reflexionamos sobre el ataque continuado<br />
que está llevando Israel contra los refugiados<br />
palestinos en la franja de Gaza. Según dicen<br />
los números que constantemente nos lanza<br />
la ONU, que demuestra cada vez más que lo<br />
suyo sólo es la contabilidad en cuanto que<br />
adición de muertos, nunca en cuanto que<br />
resta de los mismos, el balance (provisional,<br />
claro) de la primera semana de Octubre es<br />
de 90 palestinos muertos, 24 de los cuales<br />
corresponden a menores de edad. Niños.<br />
Me invade particularmente en esa retina que<br />
no se ve a sí misma la imagen, por un lado,<br />
Opinió<br />
de un niño que observa, desde unos escasos<br />
metros, como los tanques del Ejército israelí se<br />
le aproximan. O la imagen de ese anciano que<br />
llora desesperadamente (en la desesperación<br />
sin movimiento del papel impreso), la muerte<br />
de su hijo adolescente. Pero al final, yo (y<br />
también vosotros) cierro el periódico o apago<br />
la televisión. La ONU cierra su asiento contable<br />
dado que cualquier resolución para restar<br />
muertos inocentes es totalmente imposible<br />
debido al veto de los EEUU. No hay modo<br />
posible, el sistema contable no funciona: falta<br />
siempre el asiento de cierre de tan macabro<br />
recuento, volver a contar siempre con el signo<br />
“+” en el teclado.<br />
Detrás de semejante aberración, de<br />
semejante ceguedad perversa, de semejante<br />
miopía que sólo ve aquello que se acerca a<br />
los ojos, a “sus ojos”, a la vez tenemos que<br />
escuchar constantemente actos que rememoran<br />
a “nuestros mártires”. Constantemente<br />
alimentamos nuestra falsa compasión de raíz<br />
cristiana en la que padecemos con los muertos<br />
del 11-S, con los muertos de rememorados<br />
de Hiroshima y Nagasaki, volvemos a reeditar<br />
y utilizar que el mal es banal, nos ocupan la<br />
cabeza con reflexiones sobre el mal pasado,<br />
para tener una memoria selectiva que por un<br />
lado nos niebla la mirada actual con miradas<br />
al pasado. Cierto que quien no recuerda su<br />
historia está condenado a repetirla. Pero<br />
cierto también que quien no vive su presente,<br />
no vive en ningún sitio. O en todo caso, vive<br />
en un paraíso artificial en el que sólo piensa<br />
en cambiar de ventana constantemente si<br />
el paisaje que ve se le indigesta a los pocos<br />
agost-setembre novembre 2004<br />
ISRAEL Y OCCI<strong>DE</strong>NTE:<br />
LA CIEGA PERVERSIDAD<br />
Montse Crespín<br />
minutos.<br />
En esta sociedad hiperinfantilista, en<br />
esta sociedad más que nunca eurocéntrica,<br />
ciegamente perversa, los muertos siguen<br />
siendo moneda de cambio de distinto valor. Ya<br />
no sólo tiene un valor distinto nuestra vida en<br />
relación de la suerte, del azar y la casualidad<br />
por la cual nacemos en un sitio u en otro, en<br />
ese Norte o Sur marcado por la riqueza o la<br />
pobreza. Lo que más horror produce es el<br />
pensamiento de poder constatar diariamente<br />
que también los muertos son valorados. Un niño<br />
palestino es esa cifra de la ONU que se suma<br />
diariamente. Nadie habla de él en los mismos<br />
términos en los que nosotros los afortunados<br />
hablamos de la infancia. Un niño que muere<br />
independientemente de su lugar de nacimiento<br />
es una pérdida completamente irrecuperable.<br />
Pero constantemente caemos, conscientemente<br />
algunos, de modo inconsciente casi todos,<br />
en la trampa de la clasificación. Segregamos<br />
constantemente, nos diferenciamos en la<br />
clasificación de modo que siempre nos ponemos<br />
en el lugar de los ganadores. De aquellos que<br />
tienen suerte.<br />
La hipocresía, la ciega perversidad, nos define<br />
desde nuestras tan laureadas democracias. La<br />
absoluta ineficacia de la legislación internacional<br />
no demuestra nada más que un hecho<br />
irrefutable: que el pueblo real parece no existir,<br />
que no hay voz del pueblo que se escuche<br />
ni oídos dispuestos a escucharla; que nada<br />
más se escucha al oscuro Leviathán de las<br />
multinacionales, el sonido metálico de la riqueza<br />
en cada ius hominis (derecho del hombre) que<br />
en realidad no es nada más que un ius belli<br />
(derecho a la guerra). Y el contable de la ONU<br />
que tiene prohibido restar, sigue sumando en<br />
el asiento que se corresponde a los “otros”<br />
muertos....