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DE GEORGE BUSH - PSUC viu

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8<br />

Hace unos días, algunos veteranos de la<br />

resistencia contra el franquismo asistieron<br />

en San Sebastián a una proyección del<br />

documental Rejas en la memoria, de Manuel<br />

Palacios, uno de los meritorios esfuerzos con<br />

los que, tantos años después, se intenta que<br />

las huellas del horror franquista no queden<br />

sepultadas para siempre entre las mentiras<br />

de la modernidad.<br />

A la presentación del documental<br />

acudió, entre otros, Santiago Carrillo, que<br />

admitió ante la prensa que, en los años que<br />

siguieron a la muerte del dictador, “hicimos<br />

muchas concesiones. La del olvido fue la<br />

más terrible, pero si no la hubiéramos<br />

hecho no viviríamos hoy en democracia.”<br />

Más de veinticinco años después de la<br />

entronización de Juan Carlos de Borbón,<br />

impuesta por el dictador y nunca sometida<br />

a la aprobación popular, es revelador<br />

que Carrillo se exprese así. Admite las<br />

concesiones: no puede hacer otra cosa,<br />

porque son una evidencia histórica, y,<br />

para salvar su propia responsabilidad<br />

política, afirma que, de no haberlo<br />

hecho así, la dictadura continuaría, hoy,<br />

viva; juicio, que, como mínimo, resulta<br />

discutible. En la ciudad vasca, en el aire,<br />

quedó la sospecha de que la izquierda<br />

hizo entonces demasiadas concesiones,<br />

y la derecha, apenas ninguna. Una<br />

consecuencia de ello fue el olvido de las<br />

víctimas, la voluntad no declarada, pero<br />

explícita, de abandonar a su suerte a la<br />

España del exilio, y el entierro apresurado<br />

del recuerdo y la reivindicación de la<br />

digna república española. Toda la derecha<br />

Memòria Histórica<br />

REJAS EN LA MEMORIA<br />

Higinio Polo<br />

política, hija del franquismo, defendió el<br />

olvido y la monarquía. Los franquistas<br />

que, obligados por la nueva coyuntura,<br />

se estaban reconvirtiendo en reverendos<br />

demócratas en aquellos días, querían<br />

imponer, en lo que se ha denominado la<br />

transición democrática, sobre todo, tres<br />

cuestiones, sobreentendiendo algunas o<br />

escribiendo otras a fuego en el articulado<br />

de la Constitución de 1978: la primera,<br />

que no se exigieran responsabilidades por<br />

cuarenta años de dictadura fascista y miles<br />

de crímenes y asesinatos; la segunda, que<br />

se suscribiese el mantenimiento del sistema<br />

capitalista en el texto de la Constitución, y,<br />

junto a ello, que se aceptara por todas las<br />

fuerzas políticas del país que las fortunas<br />

construidas por décadas de latrocinio y<br />

explotación, a veces incluso de trabajo<br />

esclavo, eran legítimas; y, finalmente, que<br />

se restableciese la monarquía. Todo ello,<br />

a cambio de no entorpecer la creación del<br />

sistema democrático, aun con las limitaciones<br />

evidentes con que nació, de las que la ley<br />

electoral es una de ellas.<br />

La izquierda se equivocó, aunque no<br />

todos los protagonistas tienen la misma<br />

responsabilidad. Santiago Carrillo, como se<br />

sabe, impuso sus decisiones en el PCE, en<br />

un cálculo que ha supuesto una enorme<br />

hipoteca histórica, y lo hizo, ahogando de<br />

forma antidemocrática y autoritaria las<br />

críticas crecientes de la esforzada militancia<br />

comunista, y ello tuvo un enorme coste<br />

para su partido y para el país, pese a las<br />

loas interesadas a la actual democracia<br />

española, y al propio Carrillo, que hacen<br />

sus beneficiarios, empezando por Juan<br />

Carlos de Borbón. En la trastienda, el grupo<br />

agost-setembre novembre 2004<br />

dirigente del PSOE, con Felipe González y<br />

Alfonso Guerra, apoyados discretamente<br />

por Bonn y por Washington, que apostaban<br />

por la misma opción con la que transigió<br />

Santiago Carrillo. Es probable que Carrillo<br />

creyese entonces que era lo mejor para el<br />

país: podemos concedérselo, pero eso no<br />

anula su enorme responsabilidad. Las rejas<br />

en la memoria se construyen en esos años.<br />

El empeño con que, hoy, los comunistas<br />

españoles intentan recuperar la memoria y<br />

levantar de nuevo la razonable exigencia de<br />

la república, encuentra dificultades en ese<br />

vergonzoso pacto de silencio que amordazó<br />

el país y le puso las rejas en la memoria.<br />

En los mismos días, en una humillante<br />

coincidencia, mientras todo eso ocurría<br />

en San Sebastián, el hijo del monarca<br />

impuesto por Franco clausuraba el Fòrum<br />

2004 de Barcelona, vistiéndose con los<br />

ropajes de la legitimidad democrática y de la<br />

representación de los ciudadanos españoles,<br />

demostrando de manera incontestable<br />

que las viejas mentiras siguen sepultando<br />

lo mejor del país, poniendo, otra vez,<br />

rejas en la memoria y esposas en las<br />

muñecas de quienes, tanto tiempo después,<br />

siguen esperando que la actual democracia<br />

española, al menos, les deje recuperar<br />

a sus muertos. Porque, en ningún otro<br />

país europeo, miles de familiares de los<br />

asesinados siguen esperando recuperar a<br />

los suyos de las cunetas de los caminos,<br />

de los hoyos cavados en las tapias de los<br />

cementerios, esperando que se permita<br />

hoy, al menos, que el recuerdo de quienes<br />

lucharon por la libertad quede recogido en<br />

una sencilla tumba.<br />

Porque cuando Felipe de Borbón, o<br />

cualquiera de los beneficiarios de cuarenta<br />

años de muerte, rapiña y latrocinio, hablan<br />

de la historia, apenas lo hacen para saldar<br />

cuentas con ella, inventando el pasado,<br />

poniendo más rejas en la memoria y más<br />

mentiras en las páginas de los periódicos.<br />

No es un exceso: Felipe de Borbón, mientras<br />

asistía a esa clausura del Fòrum 2004, lo<br />

hacía sentado sobre el campo de la Bota,<br />

el lugar donde los esbirros llevaban, en los<br />

años de plomo de la dictadura franquista,<br />

al amanecer, día tras día, durante años,<br />

a los presos políticos que iban a ser<br />

fusilados. El hijo del monarca impuesto<br />

asistía complacido a los fuegos de artificio,<br />

sentado, literalmente, sobre la sangre de<br />

miles de personas ejecutadas, a las que ni él,<br />

ni ninguna autoridad, recordó en la clausura,<br />

pese a que eran, son, lo mejor y más digno<br />

que este lugar que llamamos España tuvo<br />

en el siglo XX.

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