Las manufacturas textiles castellano-manchegas en el siglo XVIII ...

Las manufacturas textiles castellano-manchegas en el siglo XVIII. Legislación y reformismo.
por Enrique IV y los que, a pesar de todo se dirigiesen a las mismas perderían todo
lo que hubiesen comprado. Esta es la última disposición sobre ferias y mercados,
anterior al siglo XVIII que sigue en vigor hasta que a lo largo del año 1789 Carlos III
otorgue dos nuevas Reales Resoluciones.
En 1492 y en 1501 40 se establecieron disposiciones legales que afectaban a los
corredores: “no sean osados –señalaba la instrucción– de tomar para sí compradas ningunas
heredades ni bestias, ni mercaderías, ni otros bienes muebles y raíces cualesquier,
que les dieren a vender, por poco precio ni por mucho”. Tampoco podían adquirir estas
mercancías para sí mismos por otras personas, estableciéndose por pena que “pierda
el oficio y cincuenta mil maravedís”.
La pragmática del año 1494 41 regula varios aspectos relacionados con la compra
y venta de productos. En el primer capítulo se ordenaba que los mercaderes no pudieran
exhibir ni mostrar en sus casas los productos que vendían, para que “las dichas
mercaderías hayan de parecer mejor de lo que son”. Se pretendía, igualmente, proteger
al comprador para que no fuese engañado, por ejemplo, con paños que pareciesen de
mejor calidad. Las penas dependían de las veces en que se incurriese en el delito. La
primera vez tendrían que pagar dos mil maravedíes, la segunda seis mil maravedíes y
la tercera vez se les impediría que tuviesen alguna tienda en el Reino.
En el capítulo segundo se indicaba cómo debían medir los brocados y sedas “de
un dedo dentro de la orilla”. Las penas dependían, como en el capítulo anterior del
número de veces en que se incurriese en el delito, es decir, desde la pérdida de su
venta la primera vez, hasta su pérdida con el “cuarto tanto” o con las “setenas”, según
fuese la segunda o la tercera vez respectivamente.
En el siguiente capítulo se incidía sobre la ley de Juan II de 1435 referida a la
venta de los paños hasta que no estuviesen tundidos y mojados. Los mercaderes y traperos
no podían mostrar a los compradores ningún paño que no estuviese acabado.
En el capítulo cuarto, se obligaba a los mercaderes de brocados, sedas o paños a
decir a los que lo compraren la procedencia, a no falsificar el sello “so pena de incurrir
en pena de falsario”, y a decir si tenía alguna “falta”. De hecho, si el comprador
comprobaba que el brocado, seda o paño tenía alguna irregularidad lo podía devolver
al comprador. También mandaban a los sastres que antes de cortarlos y elaborar lo
encargado, verificaran el buen estado y varas de la pieza y si no estaba en buenas
condiciones se informase al dueño para que lo devolviera si lo estimaba conveniente.
40 Ibidem., pp. 258-259.
41 Ibidem., pp. 246-248.
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