07.05.2013 Views

Primera edición en esta Colección; México, 1946 Segunda edición ...

Primera edición en esta Colección; México, 1946 Segunda edición ...

Primera edición en esta Colección; México, 1946 Segunda edición ...

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

Alzábase <strong>en</strong> medio de este lujo una gradería aislada, <strong>en</strong><br />

donde se s<strong>en</strong>taban los reos, visti<strong>en</strong>do el samb<strong>en</strong>ito, llevando la<br />

coroza y velas verdes <strong>en</strong> la mano.<br />

Terminados estos preparativos, se daba lectura desde un<br />

pulpito y después de un sermón, a todos los procesos, aun<br />

cuando <strong>en</strong> ellos, como hay muchos, hubiera cosas of<strong>en</strong>sivas al<br />

pudor y a la dignidad del hombre, y se pronunciaba la<br />

s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>cia.<br />

Un libro como este no permite ext<strong>en</strong>derse más <strong>en</strong><br />

porm<strong>en</strong>ores sobre este punto; pero remitimos a nuestros<br />

lectores que dese<strong>en</strong> t<strong>en</strong>er una idea exacta sobre los<br />

preparativos y modo de celebrarse un auto público y solemne<br />

de fe, al fiel trasunto que <strong>en</strong> El libro rojo publicamos de la<br />

relación escrita por un testigo pres<strong>en</strong>cial, por mandato del<br />

Santo Oficio, del auto celebrado <strong>en</strong> 1603.<br />

¡Qué lujo y qué magnific<strong>en</strong>cia se desplegaba <strong>en</strong> aquellas<br />

solemnidades!<br />

Un pueblo, ávido de emociones viol<strong>en</strong>tas, acudía <strong>en</strong> masa a<br />

escuchar la lectura de los procesos y de las s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>cias, a<br />

pres<strong>en</strong>ciar la primera parte de aquel drama, que se preparaba<br />

allí para t<strong>en</strong>er su des<strong>en</strong>lace <strong>en</strong> el Quemadero.<br />

¡El Quemadero! Había un lugar que se llamaba el<br />

Quemadero, preparado para ese objeto; para quemar hombres:<br />

<strong>esta</strong>ba situado fr<strong>en</strong>te al conv<strong>en</strong>to de San Diego, y exist<strong>en</strong> las<br />

cu<strong>en</strong>tas de lo que costó su construcción.<br />

Hacíanse allí los preparativos necesarios, se acumulaba la<br />

leña y se disponían las hogueras, y del lugar <strong>en</strong> que se<br />

celebraba el auto de fe, los cond<strong>en</strong>ados caminaban, montados<br />

<strong>en</strong> borricos o muías, hasta el Quemadero, y la triste voz del<br />

pregonero anunciaba su delito y su p<strong>en</strong>a.<br />

Al llegar al lugar del suplicio, los verdugos se apoderaban<br />

del cond<strong>en</strong>ado, le quemaban vivo o muerto, según la s<strong>en</strong>t<strong>en</strong>cia,<br />

y las c<strong>en</strong>izas se arrojaban a la zanja que rodeaba aquel lugar.<br />

II<br />

EL PRESO<br />

CUANDO don Guill<strong>en</strong> oyó cerrarse tras sí la puerta de su<br />

calabozo, sintió que había abandonado para siempre el mundo.<br />

El tiempo parece eterno a los que gim<strong>en</strong> <strong>en</strong> una prisión, y<br />

sin embargo de eso, don Guill<strong>en</strong> pasó allí muchos meses, sin<br />

que se le tomara su primera declaración.<br />

Sabía, o suponía, la causa de su prisión, que era la primera<br />

pregunta que se hacía a un acusado; pero su imaginación se<br />

fatigaba buscando el nombre del d<strong>en</strong>unciante, formando<br />

conjeturas, tratando de <strong>en</strong>costrar la relación que percibía como<br />

precisa <strong>en</strong>tre la terrible esc<strong>en</strong>a última de su vida, <strong>en</strong> la casa de<br />

Clara, y su apreh<strong>en</strong>sión <strong>en</strong> la puerta de aquella misma casa.<br />

Dominado por terribles impresiones, don Guill<strong>en</strong> creía<br />

algunas veces volverse loco.<br />

El recuerdo de aquellas cuatro mujeres, a qui<strong>en</strong>es él s<strong>en</strong>tía<br />

amar aún con más fuego, desde que compr<strong>en</strong>dió que jamás las<br />

volvería a ver, despedazaba su pecho, y le hacía verter algunas<br />

veces lágrimas de desesperación.<br />

¿Cómo se <strong>en</strong>contraban <strong>en</strong> la casa de Clara, Carm<strong>en</strong>, doña<br />

Inés y doña Juana? ¿Quién las había llevado allí? ¿Qué mano<br />

traidora había urdido la trama de tan horrible intriga?<br />

Ese golpe preparado con la mayor perfidia, había<br />

anonadado a don Guill<strong>en</strong>; y cuando él p<strong>en</strong>saba <strong>en</strong> aquel<br />

espantoso mom<strong>en</strong>to, se alegraba de haber caído<br />

inmediatam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> poder de la Inquisición, porque no podía ni<br />

imaginarse qué habría hecho, si no hubiera podido ir a ocultar<br />

su vergü<strong>en</strong>za y su desesperación a las sombrías cárceles del<br />

Santo Oficio.<br />

Ni los torm<strong>en</strong>tos, ni la muerte que le am<strong>en</strong>azaba, ni el<br />

dolor que s<strong>en</strong>tía al verse así arrebatado rep<strong>en</strong>tinam<strong>en</strong>te del<br />

mundo, al que no t<strong>en</strong>ía ya ni la más remota esperanza de<br />

volver, agitaban, sin embargo, tanto el alma de don Guill<strong>en</strong>,<br />

como la triste consideración del <strong>esta</strong>do deplorable <strong>en</strong> que había<br />

puesto el alma pura de aquellas desgraciadas mujeres.<br />

Doña Juana, tan espiritual; Carm<strong>en</strong>, tan ardi<strong>en</strong>te; doña<br />

Inés tan humilde y tan resignada; Clara tan inoc<strong>en</strong>te y tan<br />

cándida ¿qué habría sido de ellas? ¿Qué habrían hecho al saber<br />

su <strong>en</strong>gaño? ¿Quién podría consolarlas? Entre las negras<br />

sombras de su calabozo, don Guill<strong>en</strong> creía ver los <strong>en</strong>cantadores<br />

rostros de aquellas mujeres, sonriéndole dulcem<strong>en</strong>te como <strong>en</strong><br />

otros tiempos; otras veces las contemplaba con sus horrorosos<br />

y pálidos semblantes, pasando <strong>en</strong> procesión fantástica delante<br />

de él, ya con los vaporosos trajes de baile, ya con las negras<br />

tocas de la desgracia, y oía sus palabras y sus suspiros, y creía

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!