07.05.2013 Views

Primera edición en esta Colección; México, 1946 Segunda edición ...

Primera edición en esta Colección; México, 1946 Segunda edición ...

Primera edición en esta Colección; México, 1946 Segunda edición ...

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

— ¡Ah! ¿cómo se llama el hombre cuya casa buscáis?<br />

—Juan Martínez Vigil.<br />

—Entre estos derruidos paredones espero: id.<br />

Diego Pinto se alejó, y don Guill<strong>en</strong> se s<strong>en</strong>tó a descansar<br />

sobre las ruinas.<br />

Diego se <strong>en</strong>caminó a una casa <strong>en</strong> donde se veía brillar el<br />

fuego del hogar, sin duda porque se habían levantado muy<br />

temprano sus habitantes.<br />

Llegó hasta la puerta, y asomando cautelosam<strong>en</strong>te la<br />

cabeza, dijo con dulzura:<br />

—Bu<strong>en</strong>os días dé Dios a la bu<strong>en</strong>a g<strong>en</strong>te.<br />

Tres indios, dos mujeres y un hombre, que conversaban<br />

alegrem<strong>en</strong>te y se desayunaban <strong>en</strong> derredor del fuego, al oír a<br />

Diego Pinto y al verle aparecer <strong>en</strong> la puerta, callaron y se<br />

miraron <strong>en</strong>tre sí.<br />

—Bu<strong>en</strong>os días —repitió Diego.<br />

—Bu<strong>en</strong>os días —contestó una de las mujeres— ¿qué se le<br />

ofrecía al cristiano?<br />

— ¿Habrá aquí —dijo Diego— qui<strong>en</strong> decirme pueda adonde<br />

vive Juan Martínez Vigil?<br />

—Perdone; pero no le conocemos —contestó con sequedad<br />

el hombre.<br />

—Sí deb<strong>en</strong> conocerle —insistió Diego.<br />

—Digo que no —replicó el otro.<br />

—Haga memoria —volvió a decir Diego.<br />

— ¿Sabes, José —dijo una de las mujeres al hombre— que<br />

sería bu<strong>en</strong>o llamar a la ronda? Porque este cristiano ti<strong>en</strong>e facha<br />

de ladrón.<br />

—De veras —dijo la otra india.<br />

—Ti<strong>en</strong><strong>en</strong> razón —dijo el hombre.<br />

Aunque aquellas palabras habían sido pronunciadas<br />

<strong>en</strong> voz baja y <strong>en</strong> idioma náhuatl, Diego Pinto, que había<br />

vivido mucho tiempo <strong>en</strong>tre los indios, lo compr<strong>en</strong>dió, y<br />

sin esperar respu<strong>esta</strong> y sin perder un mom<strong>en</strong>to, se des<br />

pr<strong>en</strong>dió de la casa y llegó corri<strong>en</strong>do adonde le esperaba<br />

su compañero. ,<br />

— ¿Qué pasa? —preguntó don Guill<strong>en</strong> con un ac<strong>en</strong>to de<br />

marcada impaci<strong>en</strong>cia.<br />

—Que la pasamos mal —contestó Diego— ni la tal casa<br />

<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro, ni <strong>esta</strong>mos bi<strong>en</strong> aquí, porque los indios se han<br />

alborotado tomándome por un ladrón, y han ido a llamar a la<br />

ronda.<br />

—En mala hora me fié de vos —exclamó furioso don Guillén<br />

que sois más cerrado que un alcornoque, y más bestia que la<br />

mula de una noria.<br />

— ¡Me insultáis! —dijo irguiéndose con cólera Diego Pinto.<br />

—Hago más —exclamó ciego de ira don Guill<strong>en</strong>—.<br />

Hago más: mirad.<br />

Y dejando a un lado los líos de ropa que t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong>, ni mano,<br />

arremetió furiosam<strong>en</strong>te contra Diego Pinto, dándole terribles<br />

golpes con la mano.<br />

Diego había t<strong>en</strong>ido un arranque de valor; pero don Guillén,<br />

más fuerte, más ligero y más vali<strong>en</strong>te que él, lo dominó como si<br />

hubiera sido un niño.<br />

En este mom<strong>en</strong>to se escuchó el rumor de g<strong>en</strong>te que se<br />

acercaba. Diego, temeroso de que le apreh<strong>en</strong>dies<strong>en</strong>, y<br />

temeroso también de la cólera de don Guill<strong>en</strong>, echó u huir<br />

precipitadam<strong>en</strong>te, dejando solo al que había sido MU<br />

compañero.<br />

Dos hombres se pres<strong>en</strong>taron a poco tiempo.<br />

— ¿Quién va? ¿Qué g<strong>en</strong>te? —preguntó uno de ellos al<br />

distinguir a don Guill<strong>en</strong>.<br />

—G<strong>en</strong>te de paz —contestó don Guill<strong>en</strong>; y mirando que el<br />

que preguntaba era un indio, agregó, con ese derecho con que<br />

se creían amparados todos los de la raza blanca a tutear a los<br />

indios:<br />

— ¿Eres alcalde?<br />

—Sí lo soy —contestó el otro.<br />

—Pues ruegote <strong>en</strong>carecidam<strong>en</strong>te, por Dios y sus santos,<br />

me digas adonde vive por aquí un mulato, alto de <strong>esta</strong>tura,<br />

flaco de carnes, cano del pelo y muy viejo, que se llama Juan.<br />

— ¡Juan! Tantos Juanes y Pedros hay <strong>en</strong> el barrio,<br />

que si no me dices su sobr<strong>en</strong>ombre no te diré dónde vive.<br />

—Aguarda, que se llama Juan Martínez Vigil.<br />

—Le conozco, y no vive lejos de aquí: si quieres, te llevaré.<br />

—Sí que ^quiero, que me extravié buscándole, y he pasado<br />

la noche más cruel de mi vida.<br />

—Sigúeme pues.<br />

Don Guill<strong>en</strong> se disponía a seguirle; pero no quería cargar él<br />

con la ropa, y armándose de audacia, dijo al alcalde:<br />

—Lleva a cu<strong>esta</strong>s estos líos, que son de mi ropa.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!