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Primera edición en esta Colección; México, 1946 Segunda edición ...

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Diego Pinto saltaba de gozo, y don Guill<strong>en</strong> se s<strong>en</strong>tía feliz<br />

con aquel experim<strong>en</strong>to, no t<strong>en</strong>ían ya ni la dificultad de la puerta<br />

del corredor.<br />

—Ahora —dijo Diego— <strong>esta</strong>rnos bi<strong>en</strong>.<br />

—Pero son necesarios más hierros; para que mi<strong>en</strong>tras se<br />

<strong>en</strong>fría uno, los otros estén <strong>en</strong> el fuego<br />

—Es verdad. Don Guill<strong>en</strong>, sin esperar más, arrancó todos<br />

los hierros que la arca t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> los ángulos y que eran hasta<br />

ocho; cal<strong>en</strong>tó para darles la figura que le conv<strong>en</strong>ía, y luego los<br />

unió de dos <strong>en</strong> dos para hacerlos más largos, sirviéndose para<br />

trabarlos <strong>en</strong>tre sí, de los clavos mismos del arca.<br />

Al fin de la noche, t<strong>en</strong>ía ya cuatro cuchillos largos que<br />

templó, y a los cuales, <strong>en</strong>tre él y Diego, sacaron bu<strong>en</strong> filo,<br />

frotándolos contra las piedras.<br />

A la noche sigui<strong>en</strong>te don Guill<strong>en</strong> t<strong>en</strong>ía una nueva inv<strong>en</strong>ción.<br />

—Sabéis —dijo a Diego— que el cortar las tablas del cubo<br />

se facilitaría más haciéndoles de trecho <strong>en</strong> trecho unos<br />

barr<strong>en</strong>os.<br />

—Sí que se facilitaría el trabajo.<br />

—Pues haremos el barr<strong>en</strong>o propio para eso, y dispuesto<br />

para cal<strong>en</strong>tarse.<br />

De uno de los primeros instrum<strong>en</strong>tos del pestillo del arca,<br />

don Guill<strong>en</strong> logró hacer una especie de barr<strong>en</strong>o a fuerza de<br />

trabajo; y para que no quemase la mano y poderle manejar<br />

mejor, don Guill<strong>en</strong> tomó un hueso de carnero de los que<br />

ocultaba, y formó un mango que ató fuertem<strong>en</strong>te con un li<strong>en</strong>zo,<br />

para que aunque <strong>esta</strong>llase por la fuerza del calor, no se<br />

despr<strong>en</strong>diese de allí.<br />

Todas aquellas operaciones se hacían durante la noche, sin<br />

ruido y con las mayores precauciones.<br />

El día, <strong>en</strong> su mayor parte, le pasaban durmi<strong>en</strong>do.<br />

Los alcaides dieron parte a los inquisidores, que d humor<br />

de don Guill<strong>en</strong> había cambiado, y que era ya unte de los presos<br />

más tranquilos y obedi<strong>en</strong>tes.<br />

IX<br />

CONTINUACIÓN DEL ANTERIOR<br />

Tono <strong>esta</strong>ba ya dispuesto para la fuga; pero don Guillén<br />

era un hombre precavido y astuto por demás.<br />

Necesitaba hacer una prueba, y saber si el tiempo con que<br />

podía contar era sufici<strong>en</strong>te para ejecutar todas las operaciones<br />

que t<strong>en</strong>ía que hacer, aserrando las rejas y rompi<strong>en</strong>do las<br />

chapas de las puertas. Y <strong>esta</strong> no seria una precaución inútil: si<br />

el tiempo faltaba, si la mañana les sorpr<strong>en</strong>día <strong>en</strong> la operación,<br />

no les quedaba otro recurso que volverse al calabozo si no<br />

querían ser apreh<strong>en</strong>didos <strong>en</strong> los patios: <strong>en</strong> el primer caso, muí<br />

cuando las sospechas no recayeran sobre ellos, todo el trabajo<br />

y toda esperanza eran perdidos. En el segundo la suerte que<br />

les aguardaba era espantosa. Don Guillén, que compr<strong>en</strong>día todo<br />

esto, quiso hacer una prueba. A las doce de la noche <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dió<br />

un brasero, puso al RO los hierros, y tomando una tabla de su<br />

cama hizo ni ella un agujero capaz de dar paso a la viga que<br />

t<strong>en</strong>ía que sacar por el cubo de la v<strong>en</strong>tana del callejón.<br />

Diego Pinto <strong>en</strong>tret<strong>en</strong>ía el fuego y cuidaba de los hierros;<br />

don Guill<strong>en</strong> trabajaba.<br />

Cuando cayó el último trozo de madera eran las dos. Dos<br />

horas se habían empleado <strong>en</strong> aquella operación.<br />

—Don Guill<strong>en</strong> —dijo Diego— dos horas ya es demasiado.<br />

Don Guill<strong>en</strong> no contestó: inclinó la cabeza, púsose el dedo<br />

<strong>en</strong> la fr<strong>en</strong>te, y com<strong>en</strong>zó a hablar tan bajo que Diego no<br />

compr<strong>en</strong>dió lo que decía.<br />

— ¿Estáis rezando?<br />

Don Guill<strong>en</strong> hízole seña de que callase y no le distrajese.<br />

Por fin, después de un largo rato, exclamó alegrem<strong>en</strong>te:<br />

—Magnífico, magnífico: dadme un abrazo.<br />

— ¡Un abrazo! —dijo Pinto.<br />

—Sí, un abrazo, porque el éxito es seguro. Y don Guill<strong>en</strong><br />

estrechaba con efusión a Diego <strong>en</strong>tre sus brazos.<br />

—Pero explicadme —decía éste— quiero participar de<br />

vuestra alegría.<br />

—Oíd: por el tiempo que he tardado <strong>en</strong> cortar ese trozo de<br />

madera, calculo exactam<strong>en</strong>te que necesitamos ocho horas para<br />

todo lo que t<strong>en</strong>emos que hacer; esto es, quitar la reja interior<br />

de la v<strong>en</strong>tana de nuestro calabozo, romper las de madera que<br />

ca<strong>en</strong> al patio, salir al pasillo, cortar la reja de madera del<br />

portón, arrancar la cerradura de la puerta del corredor donde<br />

están las v<strong>en</strong>tanas que ca<strong>en</strong> al jardín, cortar las rejas y cubos<br />

de <strong>esta</strong>s v<strong>en</strong>tanas, pasar a ese jardín y saltar a la calle.<br />

— ¡Ocho horas para todo eso!

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