Primera edición en esta Colección; México, 1946 Segunda edición ...
Primera edición en esta Colección; México, 1946 Segunda edición ...
Primera edición en esta Colección; México, 1946 Segunda edición ...
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
El anciano debió leer <strong>en</strong> mi rostro mi sorpresa, porque<br />
tomándome de la mano, me dijo:<br />
—Mirad sobre el pu<strong>en</strong>te a todos ellos esperando para<br />
saludaros y anunciar la novedad a las tripulaciones.<br />
Instintivam<strong>en</strong>te me puse <strong>en</strong> pie, sigui<strong>en</strong>do al viejo, y me<br />
pres<strong>en</strong>té <strong>en</strong> el pu<strong>en</strong>te.<br />
El navío que montábamos y los demás, se habían<br />
empavesado completam<strong>en</strong>te, y un grito prolongado se escuchó<br />
<strong>en</strong> toda la escuadrilla, cuyos navíos <strong>esta</strong>ban al habla: sonaron<br />
pífanos y tambores, disparábanse mosquetes y cañones, y yo<br />
creía <strong>esta</strong>r soñando.<br />
Sonáronme los oídos, anublóse mi vista, se aflojaron mis<br />
nervios, y creí desmayarme de emoción con tan inesperada<br />
sorpresa.<br />
Pero la fuerza del espíritu me sostuvo: conv<strong>en</strong>címe de que<br />
aquello ni era un sueño ni una burla, y hablé resueltam<strong>en</strong>te a<br />
todos los que me rodeaban, prometiéndoles triunfos y botín.<br />
Entusiastas vivas se escucharon por todas partes cuando<br />
terminé mi discurso, y la fi<strong>esta</strong> siguió toda la noche; y yo,<br />
desde ese mom<strong>en</strong>to, com<strong>en</strong>cé a ser obedecido como el g<strong>en</strong>eral<br />
de aquella flota.<br />
Recorrimos los mares durante tres años con la mayor<br />
fortuna del mundo, sin haber t<strong>en</strong>ido ningún contratiempo que<br />
pudiera llamarse grave.<br />
Atravesamos por todas partes con la mayor ost<strong>en</strong>tación,<br />
dando al vi<strong>en</strong>to nuestras banderas, negras como la noche.<br />
Nadie osaba atacarnos: ningún buque, por velero que<br />
fuese, escapaba de nosotros, como nos decidiésemos a darle<br />
caza.<br />
Zarpábamos o anclábamos <strong>en</strong> las costas sin temor a las<br />
escuadras de Francia, de España o de Inglaterra. y éramos, <strong>en</strong><br />
fin, señores de aquel mar.<br />
Aquel era mi reino, y no t<strong>en</strong>ía yo juez sino <strong>en</strong> el cielo.<br />
Me pres<strong>en</strong>tó la fortuna, sin embargo, ocasión de hacerle un<br />
inm<strong>en</strong>so servicio a S. M. el rey de España, con qui<strong>en</strong> me ligaba<br />
un vínculo del que os hablaré a su tiempo.<br />
Una escuadra francesa se dirigía a atacar uno de los<br />
puertos de la P<strong>en</strong>ínsula.<br />
Era un hermoso día, y las blancas velas de los navíos<br />
franceses se deslizaban sobre el mar, d<strong>esta</strong>cándose <strong>en</strong> el azul<br />
del cielo como una bandada de alciones. Resolvimos atacarla, y<br />
capeando un vi<strong>en</strong>to, logramos lomar a estribor el costado de su<br />
columna de viaje.<br />
Tremolaba <strong>en</strong> la popa de nuestros navíos la negra bandera<br />
de mortal desafío, y la escuadra francesa conoció con quién<br />
t<strong>en</strong>ía que habérselas.<br />
Al aproximarnos, aquella escuadra ejecutó una maniobra<br />
rápida y precisa, pasando de la forma de columna a la de<br />
batalla escalonada.<br />
Izáronse las banderas y los gallardetes, sonó el toque de<br />
zafarrancho; cubriéronse de humo los costados de los navíos;<br />
escuchóse la atronadora voz de los cañones, y los proyectiles<br />
pasaron silbando sobre nosotros, no sin causar algunas averías<br />
<strong>en</strong> los aparejos, y el combate se trabó espantoso.<br />
El éxito fue completo; y cuatro horas después unos navíos<br />
<strong>en</strong>emigos se habían ido a pique, otros <strong>esta</strong>ban prisioneros, y<br />
otros echando todo trapo al vi<strong>en</strong>to, procuraban alejarse, fiados<br />
<strong>en</strong> que por las muchas averías que habían sufrido los nuestros,<br />
no podíamos seguirles.<br />
Aquella victoria me convirtió <strong>en</strong> un semidiós a los ojos de<br />
los piratas, que <strong>esta</strong>ban verdaderam<strong>en</strong>te satisfechos de mí.<br />
Riquezas, gloria, un dominio casi irresistible <strong>en</strong> los mares,<br />
todo conseguido bajo mi mando ¿qué más podían desear?<br />
Brillante botín habíamos conquistado <strong>en</strong> el último combate,<br />
y <strong>en</strong>contrándome rico y fastidiado ya de aquella vida, determiné<br />
abandonar a los piratas <strong>en</strong> la primera oportunidad.<br />
Obstáculos grandes t<strong>en</strong>ía aquel p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to; pero <strong>esta</strong>ba<br />
yo seguro de llevarle a cabo La oportunidad deseada no tardó<br />
mucho <strong>en</strong> pres<strong>en</strong>tarse.<br />
Seguram<strong>en</strong>te no se me habría ocurrido a mí coyuntura más<br />
favorable para abandonar aquella compañía, que la que el<br />
último combate nos proporcionó.<br />
El <strong>esta</strong>do <strong>en</strong> que quedó el navío que yo mandaba era<br />
deplorable, y preciso se hacía procurar su reparación, que no<br />
era no sólo necesaria, sino urg<strong>en</strong>tísima.<br />
Como había algunas costas desiertas <strong>en</strong> España, que<br />
nosotros conocíamos perfectam<strong>en</strong>te, con fondeaderos, aunque<br />
no a cubierto de las temp<strong>esta</strong>des sí de los ataques de los<br />
hombres, determinamos dirigir allá nuestro rumbo, dando un<br />
derrotero a los otros tres navíos para ir a su <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro luego<br />
que las averías del nuestro estuvies<strong>en</strong> reparadas.