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Libro electrónico: Cartas a un joven católico - Diócesis de Canarias

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<strong>Cartas</strong> a <strong>un</strong> Joven Católico<br />

George Weigel<br />

2004


Ediciones Cristiandad, Madrid, 2006<br />

Título Original: Letters to a Yo<strong>un</strong>g Catholic


Notas sobre la edición electrónica:<br />

Comparando la edición castellana con el texto original inglés, se nota que el texto español fue<br />

tr<strong>un</strong>cado en el final <strong>de</strong> la nona carta; que hay <strong>un</strong> parágrafo repetido en la octava carta (esta<br />

repetición fue eliminada en esta e-versión); y alg<strong>un</strong>as incorrecciones en la edición impresa<br />

fueran también rectificadas.


PRÓLOGO<br />

TARJETA DE PRESENTACIÓN<br />

1- BALTIMORE Y MILLEDGEVILLE: ADQUIRIR EL «HÁBITO DE SER»<br />

2- ROMA, LAS EXCAVACIONES EN SAN PEDRO: LA SOLIDEZ DEL CATOLICISMO<br />

3- MONASTERIO DE SANTA CATALINA, MONTE SINAÍ, EL SANTO SEPIJLCRO,<br />

JERUSALÉN: EL ROSTRO DE CRISTO<br />

4- ABADÍA DE LA DORMICIÓN, JERUSALÉN: MARIA Y LA CONDICIÓN DE DISCÍPULO<br />

5- EL ORATORIO, BIRMINGHAM, INGLATERRA: NEWMAN Y LA RELIGIÓN «LIBERAL»<br />

6- EL «OLDE CHESHIRE CHEESE», LONDRES: EL «PUB DE CHESTERTON» Y UN MUNDO<br />

SACRAMENTAL<br />

7- CASTLE HOWARD, YORKSHIRE, INGLATERRA: RETORNO A BRIDESHEAD Y LA ESCALA<br />

DEL AMOR<br />

8- LA CAPILLA SIXTINA, ROMA: LENGUAJE DEL CUERPO, HABLAR DE DIOS, Y LO<br />

INVISIBLE VISIBLE<br />

9- IGLESIA DE SANTA MARIA, GREENVILLE, CAROLINA DEL SUR: CÓMO Y POR QUÉ<br />

ORAMOS<br />

10- PORTICO DE SAN ESTANISLAO DE KOSTKA, VARSOVIA, CURIA METROPOLITANA,<br />

CRACOVIA: VOCACIONES QUE CAMBIAN LA HISTORIA<br />

11- MAUSOLEO DEL COLEGIO NORTEAMERICANO, CAMPO VERANO, ROMA: LAS<br />

PRECUNTAS MÁS DIFICILES<br />

12- CATEDRAL DE CHARTRES, FRANCIA: LO QUE NOS ENSEÑA LA BELLEZA<br />

13- CATEDRAL VIEJA, BALTIMORE: LA LIBERTAD POR EXCELENCIA<br />

14- BASÍLICA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD, CRACOVIA: SOBRE NO ESTAR SOLO<br />

FUENTES


PRÓLOGO<br />

La pretendida «muerte <strong>de</strong> Dios», an<strong>un</strong>ciada por Nietzsche, no dio lugar en el siglo pasado a la<br />

afirmación <strong>de</strong>l hombre o a su liberación. Nada más comenzar el siglo XXI po<strong>de</strong>mos constatar<br />

que, en todo caso, el alejamiento <strong>de</strong> Dios ha <strong>de</strong>jado como secuela <strong>un</strong>a prof<strong>un</strong>da crisis <strong>de</strong>l<br />

humanismo –alg<strong>un</strong>os lo han enterrado ya–. Los filósofos <strong>de</strong> la sospecha y el pensamiento postilustrado<br />

ni han liberado al hombre ni lo han hecho más digno; es más, lo han <strong>de</strong>jado en <strong>un</strong>a<br />

situación crítica en la que no sabe ni cómo orientarse, ni qué es exactamente lo que busca, ni<br />

en qué pue<strong>de</strong> consistir en realidad la dignidad humana. Sólo perviven hoy como herencia <strong>de</strong> la<br />

ilustración <strong>un</strong> positivismo pragmático y <strong>un</strong>a disolución <strong>de</strong> los problemas morales en el discurso<br />

político. Pero como no todo en la vida es política, no po<strong>de</strong>mos esperar que la política, por<br />

mucho que pueda contribuir a mejorar nuestras condiciones <strong>de</strong> vida, proporcione sentido a<br />

nuestras vidas. Otro tanto cabe <strong>de</strong>cir <strong>de</strong> los avances científicos: son bienvenidos –si son<br />

realmente avances: si respetan la naturaleza humana y la dignidad <strong>de</strong>l hombre–, pero tampoco<br />

nos dan la respuesta que necesitamos. Antes <strong>de</strong> ser Papa, el Car<strong>de</strong>nal Ratzinger <strong>de</strong>cía: «El<br />

hombre actual, por <strong>un</strong>a parte, ya no es capaz <strong>de</strong> reflexionar sobre lo esencial, pero, por otra,<br />

nota que le falta algo»[1]. En efecto, en las cuestiones <strong>de</strong>cisivas para nuestra existencia,<br />

a<strong>un</strong>que hemos propuesto «soluciones», no acabamos <strong>de</strong> estar satisfechos y ab<strong>un</strong>da la<br />

infelicidad y el <strong>de</strong>sconcierto.<br />

La cuestión, en el fondo, es que el hombre no es capaz <strong>de</strong> vivir humanamente sin Dios. Eso nos<br />

señalaba George Weigel en Política sin Dios[2] y nos lo repite ahora en este libro <strong>Cartas</strong> a <strong>un</strong><br />

<strong>joven</strong> <strong>católico</strong>, que tengo el honor <strong>de</strong> prologar. Siguiendo a Henri <strong>de</strong> Lubac, nos advierte que el<br />

hombre es muy capaz <strong>de</strong> intentar organizar la sociedad sin Dios –no hay más que leer la<br />

Historia–, pero pagando alto el precio <strong>de</strong> forjar <strong>un</strong>a sociedad contra el propio hombre. Ya se ha<br />

comprobado esto <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> los totalitarismos <strong>de</strong>l siglo XX, pero, a día <strong>de</strong> hoy, esas terribles<br />

experiencias no parecen habernos acercado mucho a Dios. La <strong>de</strong>cepción, al agotarse las<br />

utopías, no nos ha reconducido al camino <strong>de</strong> la verdad, sino a evadirnos con alg<strong>un</strong>a <strong>de</strong> las mil<br />

posibilida<strong>de</strong>s superficiales que nos ofrece la industria <strong>de</strong>l ocio.<br />

Una tras otra, cada <strong>un</strong>a <strong>de</strong> esas evasiones <strong>de</strong>l hombre y la mujer actuales han ido tejiendo<br />

buena parte <strong>de</strong> la cultura en la que estamos instalados. Así, se ha configurado poco a poco <strong>un</strong>a<br />

cultura alérgica a la preg<strong>un</strong>ta por el sentido <strong>de</strong> la vida, refractaria y temerosa <strong>de</strong> las realida<strong>de</strong>s<br />

últimas e impregnada <strong>de</strong> sensualismo. Y esa cultura, guste o no, nos influye y condiciona la<br />

manera <strong>de</strong> instalarnos en la vida y <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>rla. Por eso, estoy convencido <strong>de</strong> que para<br />

cualquier cristiano resultarán muy estimulantes estas <strong>Cartas</strong> a <strong>un</strong> <strong>joven</strong> Católico <strong>de</strong> Weigel. No<br />

somos inm<strong>un</strong>es a la presión que ejerce la cultura hegemónica, que nos ofrece <strong>un</strong>a imagen<br />

parcial, cuando no <strong>de</strong>forme, <strong>de</strong>l hombre y <strong>de</strong> la mujer. Por ello, nos ayuda mucho recrearnos a<br />

menudo en la rica e inmensa tradición cultural <strong>de</strong> la que somos here<strong>de</strong>ros. En ella<br />

encontramos multitud <strong>de</strong> antídotos para respon<strong>de</strong>r a los esquemas mentales que hoy<br />

impregnan el discurso <strong>de</strong> los valores dominantes.


En estas cartas, Weigel nos hace viajar magistralmente por la geografía y la historia católica <strong>de</strong>l<br />

m<strong>un</strong>do entero.<br />

¿Qué nos dice el autor? Afirma que <strong>un</strong>a cultura sin raíces no solamente no crece, sino que<br />

produce sequía y <strong>de</strong>crepitud. «Jesucristo es la verda<strong>de</strong>ra medida <strong>de</strong> quiénes somos nosotros.<br />

En su rostro sagrado encontrarnos la verdad sobre nosotros mismos». De la situación actual no<br />

saldremos a<strong>de</strong>lante sin Dios y Él es el único que pue<strong>de</strong> ofrecernos el sentido vital que<br />

necesitamos. Es el Hijo <strong>de</strong> Dios, a<strong>de</strong>más, el inicio y el fin <strong>de</strong> esa cultura a la que <strong>de</strong>bemos<br />

acudir y que recorremos en estas páginas. La lectura <strong>de</strong> este libro resulta muy gratificante a<br />

medida que repasamos el ingente tesoro cultural que acumula la historia <strong>de</strong> la Iglesia y que es<br />

patrimonio <strong>de</strong> la humanidad. Por supuesto que nuestra relación con Dios <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> la gracia<br />

que Él gratuitamente nos da y <strong>de</strong> cómo correspon<strong>de</strong>mos nosotros; pero ello no nos exime <strong>de</strong><br />

conocer lo mejor posible las obras y las vidas <strong>de</strong> quienes se han entregado al Señor.<br />

Haciéndolo, <strong>de</strong>scubrimos en nuestras raíces el testimonio <strong>de</strong> tantos hombres y mujeres que<br />

han seguido a Jesucristo en su Iglesia y <strong>un</strong> inmenso tesoro artístico que nos muestra cómo los<br />

cristianos han dado gloria a Dios y han contribuido <strong>de</strong>cisivamente al progreso humano y a la<br />

historia <strong>de</strong> la humanidad.<br />

Hace veinte años, el que sería Benedicto XVI <strong>de</strong>cía que «la única apología verda<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>l<br />

cristianismo pue<strong>de</strong> reducir-se a dos argumentos: los santos que la Iglesia ha elevado a los<br />

altares y el arte que ha surgido en su seno. El Señor se hace creíble por la gran<strong>de</strong>za sublime <strong>de</strong><br />

la santidad y por la magnificencia <strong>de</strong>l arte <strong>de</strong>splegadas en el interior <strong>de</strong> la com<strong>un</strong>idad creyente,<br />

más que por los astutos subterfugios que la apologética ha elaborado»[3]. Los testimonios <strong>de</strong><br />

los santos, el arte y el pensamiento que han acompañado a la Iglesia son <strong>un</strong>a inspiración i<strong>de</strong>al<br />

para <strong>de</strong>senvolvemos en el m<strong>un</strong>do <strong>de</strong> hoy e ir tejiendo, poco a poco y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>de</strong>ntro, <strong>un</strong>a<br />

cultura, <strong>un</strong> pensamiento, <strong>un</strong> modo <strong>de</strong> ser y <strong>de</strong> vivir, en <strong>de</strong>finitiva, que nos acerque a Dios y<br />

haga más humano nuestro m<strong>un</strong>do. Este planteamiento hace que el catolicismo sea<br />

contracultural, puesto que hoy, ser consecuente con la fe y con la naturaleza <strong>de</strong> las cosas se<br />

opone a los «dictados <strong>de</strong> lo políticamente correcto», pero es el único modo <strong>de</strong> resolver los<br />

problemas <strong>de</strong> la humanidad. Ese es el gran servido <strong>de</strong> los cristianos y es <strong>de</strong> gran importancia<br />

que los jóvenes lo <strong>de</strong>scubran.<br />

El recorrido por el espacio y el tiempo cristiano que Weigel hace en este libro está animado<br />

por <strong>un</strong>a prof<strong>un</strong>da reflexión filosófica. En estas cartas contemplamos la verdad a través <strong>de</strong> las<br />

reflexiones <strong>de</strong> Chesterton, Newman, Waugh, O’Connor, el papa Juan Pablo II, el Magisterio <strong>de</strong><br />

la Iglesia, etc.; también po<strong>de</strong>mos recrearnos en el bien a través <strong>de</strong> los heroicos testimonios <strong>de</strong><br />

fe y buenas obras <strong>de</strong> multitud <strong>de</strong> cristianos que lo dieron todo por Cristo. Y, <strong>de</strong> <strong>un</strong> modo<br />

inusualmente <strong>de</strong>stacado, a lo largo <strong>de</strong> estas cartas po<strong>de</strong>mos también consi<strong>de</strong>rar la belleza <strong>de</strong><br />

las obras <strong>de</strong> arte que ha gestado a través <strong>de</strong> los siglos la concepción cristiana <strong>de</strong> la vida. Y no se<br />

queda el autor en las formas, sino que hace que éstas nos expresen el fondo por el que fueron<br />

inspiradas. No es cosa menor para Weigel la importancia <strong>de</strong> la belleza y <strong>de</strong> lo bello en el seno<br />

<strong>de</strong>l catolicismo y en la vida humana en general. Por eso lamenta prof<strong>un</strong>damente que «buena<br />

parte <strong>de</strong>l catolicismo mo<strong>de</strong>rno esté instalado en la fealdad: construcciones feas, mobiliario<br />

convencional, <strong>de</strong>coración <strong>de</strong>ca<strong>de</strong>nte, vestiduras anticuadas, música ratonera...»[4].


Hay <strong>un</strong> genuino sabor americano que atraviesa el libro <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las primeras páginas y atestigua<br />

la <strong>un</strong>iversalidad <strong>de</strong> la fe católica. El relato <strong>de</strong> lo que significaba para el autor pertenecer en su<br />

infancia a la parroquia <strong>de</strong> la Catedral Vieja <strong>de</strong> Baltimore, la entrañable Iglesia <strong>de</strong> Santa María<br />

en Carolina <strong>de</strong>l Sur, el Mausoleo <strong>de</strong>l Colegio Norteamericano en Roma, la ab<strong>un</strong>dancia <strong>de</strong><br />

pensadores <strong>de</strong> primer or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l catolicismo anglosajón, etc., son prueba <strong>de</strong> ello. Nuestro<br />

autor consi<strong>de</strong>ra que la tradición es la «<strong>de</strong>mocracia <strong>de</strong> los muertos» y que los que nos han<br />

precedido en nuestra fe <strong>de</strong>ben tener también <strong>un</strong> voto en las <strong>de</strong>cisiones <strong>de</strong>l presente si no<br />

queremos <strong>de</strong>sperdiciar <strong>un</strong>a experiencia muy sabia que la Iglesia ha atesorado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> sus inicios.<br />

Y no sólo eso. Como ciudadano <strong>de</strong> la <strong>de</strong>mocracia más antigua <strong>de</strong> las hoy existentes, Weigel<br />

aporta datos sobre la positiva influencia que tuvo el catolicismo en la llegada <strong>de</strong> la <strong>de</strong>mocracia<br />

norteamericana.<br />

En mi opinión, el acento anglosajón, al menos en este caso, es todo <strong>un</strong> aliciente para la lectura<br />

<strong>de</strong> estas cartas. Quizá para algún lector pue<strong>de</strong> ser <strong>de</strong>sconcertante si no está familiarizado con<br />

el catolicismo británico y norteamericano, pero compensa con creces observar cómo el<br />

catolicismo se expresa y se vive <strong>de</strong> forma natural en cualquier parte <strong>de</strong>l globo, arraigándose en<br />

la historia y la cultura <strong>de</strong> todos los lugares.<br />

Por otro lado, ese vitalismo típicamente americano que se advierte en estas páginas es <strong>un</strong><br />

excelente contrap<strong>un</strong>to a las algo sombrías reflexiones que se suelen hacer en Europa sobre las<br />

relaciones entre la Iglesia y el m<strong>un</strong>do actual. A poco <strong>de</strong> empezar la lectura, el entusiasmo <strong>de</strong>l<br />

autor ante las excavaciones <strong>de</strong> San Pedro o la Iglesia <strong>de</strong> la Dormición en Jerusalén hace que<br />

suene bastante extraña <strong>un</strong>a expresión corno «la muerte <strong>de</strong> Dios» u otras consi<strong>de</strong>raciones que<br />

he traído a colación en el inicio <strong>de</strong> este prólogo.<br />

¿Alg<strong>un</strong>a conclusión? Muchas, sin duda; cada lector sacará las suyas. De este entrañable viaje<br />

con Weigel, ahora po<strong>de</strong>mos <strong>de</strong>stacar estas tres: 1) El catolicismo es realismo, no solamente<br />

cuestión <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as, a<strong>un</strong>que estas sean verdad. Un pretendido humanismo sin Dios no es<br />

humano y, pronto o tar<strong>de</strong>, acaba siendo prof<strong>un</strong>damente inhumano. Si el hombre se aleja <strong>de</strong><br />

Dios, pier<strong>de</strong> todo el contacto con las verda<strong>de</strong>ras exigencias <strong>de</strong> su humanidad. 2) Vale la pena<br />

entregarse a Dios, poner en juego todos los recursos, «cerrar opciones», y comprometerse<br />

personalmente, haciendo propio el fiat <strong>de</strong> María. La gente dispuesta a vivir la verdad <strong>de</strong> su<br />

propio ser vocacionalmente es la fuerza más dinámica <strong>de</strong> la historia: el Espíritu Santo actúa a<br />

través <strong>de</strong> ellos, y 3) Lo que sigue es el nacimiento <strong>de</strong> <strong>un</strong>a nueva cultura, la salvación <strong>de</strong> la<br />

humanidad y la experiencia personal <strong>de</strong> la auténtica alegría, la que el m<strong>un</strong>do no pue<strong>de</strong> dar, la<br />

que no encuentran «los que <strong>de</strong>jan abiertas todas sus opciones». Es la felicidad que da Dios a<br />

sus hijos y empapa la vida <strong>de</strong> los <strong>católico</strong>s.<br />

Es importante que los jóvenes lo sepan: no se la per<strong>de</strong>rán porque saben distinguir muy bien.<br />

Para ellos especialmente –pero a todos nos vienen muy bien– ha escrito Weigel estas páginas.<br />

Javier Crema<strong>de</strong>s Sanz-Pastor<br />

Rector <strong>de</strong> la Iglesia <strong>de</strong>l Espíritu Santo<br />

Capellán <strong>de</strong> la Facultad <strong>de</strong> Derecho <strong>de</strong> la Universidad Complutense <strong>de</strong> Madrid


[1] Joseph Ratzinger, La Sal <strong>de</strong> la tierra (Madrid 1998), 39<br />

[2] George Weigel, Política sin Dios. El Cubo y la Catedral (Cristiandad, Madrid, 2005).<br />

[3] Joseph Ratzinger – Vittorio Messori, Informe sobre la Fe, (Madrid 1986), 142.<br />

[4] George Weigel, <strong>Cartas</strong> a <strong>un</strong> <strong>joven</strong> <strong>católico</strong>. (Cristiandad, Madrid, 2006), 205ss.


TARJETA DE PRESENTACIÓN<br />

Esta colección <strong>de</strong> cartas va <strong>de</strong>stinada a <strong>católico</strong>s jóvenes, y no tan jóvenes, interesados en<br />

cuestiones religiosas, que no <strong>de</strong>jan <strong>de</strong> preg<strong>un</strong>tarse qué significa ser <strong>católico</strong> hoy en día,<br />

cuando acaban <strong>de</strong> empezar el siglo XXI y el Tercer Milenio.<br />

El tema se pue<strong>de</strong> presentar <strong>de</strong> diversas maneras. Se podría echar <strong>un</strong> vistazo al Catecismo <strong>de</strong> la<br />

Iglesia Católica, para enterarse <strong>de</strong> los aspectos f<strong>un</strong>damentales <strong>de</strong> la doctrina cristiana,<br />

pensando en los infinitos retos que implica vivir hoy como fiel <strong>católico</strong>. Otra posibilidad sería<br />

consi<strong>de</strong>rar la vida <strong>de</strong> los santos, antiguos y mo<strong>de</strong>rnos, y ver qué nos ofrece su experiencia a<br />

modo <strong>de</strong> ejemplo y <strong>de</strong> inspiración. Podríamos también reflexionar sobre los sacramentos <strong>de</strong> la<br />

Iglesia, es <strong>de</strong>cir, qué significa estar bautizados, celebrar la Misa y recibir el cuerpo y la sangre<br />

<strong>de</strong> Cristo en la com<strong>un</strong>ión, experimentar el perdón <strong>de</strong> Cristo en el sacramento <strong>de</strong> la Penitencia,<br />

o examinar el significado <strong>de</strong> la oración con sus múltiples formas, estilos y métodos.<br />

Cuanto más pienso en esas realida<strong>de</strong>s, más me convenzo <strong>de</strong> que la mejor manera <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r<br />

el significado <strong>de</strong>l catolicismo podría ser <strong>un</strong> recorrido epistolar por el m<strong>un</strong>do <strong>católico</strong> o, al<br />

menos, por las regiones <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do <strong>católico</strong> que han dado forma a mi comprensión personal<br />

<strong>de</strong> la Iglesia, <strong>de</strong> su gente, <strong>de</strong> sus enseñanzas y <strong>de</strong> su modo <strong>de</strong> vida. El catolicismo es <strong>un</strong>a<br />

realidad totalmente sensorial, que consiste en ver, oír, tocar, gustar y percibir todo lo que<br />

encierran los textos, los argumentos y las i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> esa forma <strong>de</strong> vida. Tengo la esperanza <strong>de</strong><br />

que <strong>un</strong> recorrido por los sectores más fascinantes <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do <strong>católico</strong> pueda producir <strong>un</strong>a<br />

experiencia única <strong>de</strong>l misterio <strong>de</strong> la Iglesia, que es crucial para su comprensión. Para mí, el<br />

«misterio <strong>de</strong> la Iglesia» no está en los documentos largamente conservados y custodiados en<br />

los Archivos Secretos <strong>de</strong>l Vaticano, sino en las dimensiones <strong>de</strong> la experiencia católica que son<br />

objeto <strong>de</strong> intuición, <strong>de</strong> empatía y <strong>de</strong> penetración, experiencias que jamás podrán producirse<br />

<strong>de</strong> modo plenamente satisfactorio mediante simple reflexión.<br />

Pues bien, ¿por dón<strong>de</strong> empezar ese recorrido? Quizá en <strong>un</strong> libro como el presente no esté <strong>de</strong><br />

más <strong>un</strong>a leve indulgencia autobiográfica. Por eso, he <strong>de</strong>cidido empezar con <strong>un</strong>a visita al<br />

m<strong>un</strong>do <strong>católico</strong> <strong>de</strong> mi juventud. Al menos, será <strong>un</strong> aspecto interesante <strong>de</strong> la vida americana,<br />

a<strong>un</strong>que estoy convencido <strong>de</strong> que es algo más. Cuando yo era <strong>un</strong> <strong>joven</strong> <strong>católico</strong>, absorbía<br />

muchos elementos por <strong>un</strong>a especie <strong>de</strong> ósmosis; elementos que hoy en día pue<strong>de</strong>n iluminar<br />

mejor y con mayor prof<strong>un</strong>didad las verda<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l catolicismo, a<strong>un</strong>que por entonces, las<br />

circ<strong>un</strong>stancias <strong>de</strong> espacio y tiempo eran diferentes.


1- BALTIMORE Y MILLEDGEVILLE: ADQUIRIR EL «HÁBITO DE SER»<br />

Mi <strong>de</strong>sarrollo personal se produjo en lo que parecía la última etapa <strong>de</strong> <strong>un</strong>a auténtica cultura<br />

católica en Estados Unidos <strong>de</strong> América, concretamente a finales <strong>de</strong> los años 1950 y principios<br />

<strong>de</strong> los 60, en Baltimore, <strong>un</strong>a <strong>de</strong> las ciuda<strong>de</strong>s más católicas <strong>de</strong>l país. Des<strong>de</strong> luego, había muchos<br />

lugares como ese: Boston, sin duda, y gran<strong>de</strong>s núcleos <strong>de</strong> Nueva York, Fila<strong>de</strong>lfia, Chicago,<br />

Milwaukee y San Luis. Pero, por entonces, la católica Baltimore tenía algo muy especial. Es<br />

notorio que los <strong>católico</strong>s americanos, tanto en el pasado como en el presente, están poco<br />

familiarizados con la historia <strong>de</strong> la Iglesia en Estados Unidos. En Baltimore éramos conscientes<br />

<strong>de</strong> que vivíamos en la diócesis más importante <strong>de</strong> toda América con el mejor obispo, la<br />

catedral más espectacular y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, con el Catecismo <strong>de</strong> Baltimore, que por entonces<br />

había llegado a imponerse <strong>de</strong> costa a costa.<br />

La católica Baltimore era distinta <strong>de</strong> cualquiera otra cultura católica urbana en América; y eso<br />

por la intensidad con que vivía, no por su carácter específico. Y no es que dividiéramos el<br />

m<strong>un</strong>do entre «Catolicismo <strong>de</strong> Baltimore» y «Catolicismo <strong>de</strong> Milwaukee» (o <strong>de</strong> Fila<strong>de</strong>lfia, <strong>de</strong><br />

Nueva York, <strong>de</strong> Boston o <strong>de</strong> cualquiera otra parte), sino que con toda naturalidad y sin<br />

pretensión alg<strong>un</strong>a dividíamos el m<strong>un</strong>do entero entre «<strong>católico</strong>s» –a los que conocíamos como<br />

por instinto– y «no <strong>católico</strong>s». Pero ese instinto no era fruto <strong>de</strong> <strong>un</strong> prejuicio, sino el producto<br />

<strong>de</strong> <strong>un</strong>a experiencia única, que llevaba a reconocer instintivamente a todo el que parecía<br />

configurado por nuestra misma experiencia.<br />

Ahora bien, ¿en qué éramos diferentes? En primer lugar, teníamos <strong>un</strong>a manera especial <strong>de</strong><br />

presentarnos. Si alguien nos preg<strong>un</strong>taba <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> éramos, n<strong>un</strong>ca respondíamos: <strong>de</strong> South<br />

Baltimore, o <strong>de</strong> Highlandtown, <strong>de</strong> Towson, <strong>de</strong> Catonsville, sino más bien <strong>de</strong> «Star of the Sea»<br />

(o <strong>de</strong> St. Elizabeth, <strong>de</strong> Immaculate Conception, <strong>de</strong> St. Agnes o, en mi caso, <strong>de</strong> New Cathedral).<br />

Baltimore era –y sigue siendo– <strong>un</strong>a ciudad <strong>de</strong> barrios; pero a posteriori no <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> ser curioso<br />

que nos i<strong>de</strong>ntifiquemos., ante todo, por la parroquia a la que pertenecemos, más que por el<br />

área topográfica. Alguien podrá calificar esa actitud como «tribal». Y es verdad que no <strong>de</strong>ja <strong>de</strong><br />

haber ciertos resabios tribales (y sobre todo, étnicos) en esa manera peculiar <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir a <strong>un</strong><br />

extranjero quién eres tú. Pero <strong>un</strong> tribalismo diferente, <strong>un</strong> tribalismo <strong>católico</strong>, fomentó serias<br />

rivalida<strong>de</strong>s y muy serias lealta<strong>de</strong>s; rivalida<strong>de</strong>s entre parroquias, escuelas, equipos y grupos <strong>de</strong><br />

jóvenes. Pero más allá <strong>de</strong> esas rivalida<strong>de</strong>s, había <strong>un</strong>a sensación muy intensa <strong>de</strong> pertenecer a<br />

algo superior a nosotros mismos, a algo más elevado que, en cierto modo, residía en nuestra<br />

propia interioridad. Ahora, al mirar atrás, veo en ello <strong>un</strong> atisbo <strong>de</strong> «catolicidad» (que es<br />

sinónimo <strong>de</strong> «<strong>un</strong>iversalidad») relacionada con lo particular.<br />

En el ambiente <strong>católico</strong> en el que yo crecí usábamos <strong>un</strong> vocabulario distinto <strong>de</strong>l que imperaba<br />

en otros ambientes. A excepción <strong>de</strong> alg<strong>un</strong>os empollones, que pretendían alcanzar la máxima<br />

nota en las competiciones verbales, los únicos niños americanos <strong>de</strong> entre diez y dieciocho años<br />

que usaban regularmente palabras como «vocación, custodia, misal, crucifijo, bonete, casulla,


sobrepelliz, copón, o patena» eran <strong>católico</strong>s. (Ese vocabulario arcano, <strong>de</strong>rivado <strong>de</strong>l latín, era<br />

fuente <strong>de</strong> agravio para enteras generaciones <strong>de</strong> maestros <strong>de</strong> Sec<strong>un</strong>daria y profesores <strong>de</strong><br />

Composición inglesa, empeñados en que usáramos breves y concisas expresiones<br />

anglosajonas, más que rimbombantes latinajos, en nombres y verbos.) A<strong>de</strong>más,<br />

pron<strong>un</strong>ciábamos <strong>de</strong> manera distinta alg<strong>un</strong>as palabras relacionadas con la religión. Por otra<br />

parte, estaba el sentimiento <strong>de</strong> i<strong>de</strong>ntificación con <strong>de</strong>terminados héroes locales. Otros chicos se<br />

sabían <strong>de</strong> memoria todas las estadísticas, favorables o contrarias, <strong>de</strong> sus lanzadores o<br />

bateadores <strong>de</strong> béisbol preferidos, pero no tenían ni i<strong>de</strong>a ni, por supuesto, el más mínimo<br />

interés por su afiliación religiosa. También nosotros éramos forofos <strong>de</strong> nuestros héroes <strong>de</strong>l<br />

<strong>de</strong>porte, pero sabíamos quiénes eran <strong>católico</strong>s (por ejemplo, John Unitas, Artie Donovan,<br />

Brooks Robinson) e incluso a qué parroquia pertenecían. Pero al mismo tiempo notábamos<br />

que nuestra relación con esos dioses <strong>de</strong>l <strong>de</strong>porte era, en cierto modo, digamos... diferente.<br />

Con nuestros <strong>un</strong>iformes <strong>de</strong> colegio <strong>católico</strong> parecíamos distintos. Y si bien era verdad que el<br />

uso <strong>de</strong>l <strong>un</strong>iforme suponía para nuestros padres <strong>un</strong> buen ahorro en ropa, también era cierto<br />

que el <strong>un</strong>iforme nos daba la sensación <strong>de</strong> pertenecer a <strong>un</strong>a entidad distinguida. A eso se<br />

añadía que nuestro profesorado estaba compuesto en buena parte por religiosas. Alg<strong>un</strong>as <strong>de</strong><br />

ellas eran magníficas profesoras; por ejemplo, mi profesora <strong>de</strong> primer grado, la Hermana Mary<br />

Moira, S.S.N.D., era <strong>un</strong>a perfecta conocedora <strong>de</strong> la «fonética» incluso antes <strong>de</strong> que se<br />

impusiera como ciencia, y <strong>de</strong> ella se <strong>de</strong>cía que era capaz <strong>de</strong> enseñar a leer a <strong>un</strong>a piedra. Otras,<br />

por <strong>de</strong>cirlo con cierta finura, eran menos que a<strong>de</strong>cuadas, como mi profesora <strong>de</strong> quinto grado,<br />

la Hermana Maurelia, <strong>de</strong> setenta años, que aún creía que el sol giraba alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la tierra.<br />

Pero hasta las menos dotadas para la enseñanza imponían respeto, porque su combinación <strong>de</strong><br />

disciplina personal con <strong>de</strong>voción y austeridad <strong>de</strong> maneras nos enseñaba algo verda<strong>de</strong>ramente<br />

importante para la vida y sus objetivos, a<strong>un</strong>que <strong>de</strong> manera más bien tosca e inarticulada. (Y no<br />

faltaban momentos <strong>de</strong> <strong>un</strong>a ocasional Ingrid Bergman en Going My Way, como el hecho <strong>de</strong> que<br />

la fi<strong>de</strong>lidad <strong>de</strong> la Hermana Maurelia al <strong>un</strong>iverso ptolemaico podía coexistir con su<br />

impresionante capacidad para <strong>de</strong>rribar a cualquier <strong>joven</strong> rebel<strong>de</strong> con <strong>un</strong>a simple goma <strong>de</strong><br />

borrar a más <strong>de</strong> veinte metros <strong>de</strong> distancia. Si alguien hubiera <strong>de</strong>scrito ese comportamiento<br />

como «abusivo», se le habría consi<strong>de</strong>rado <strong>un</strong> mentecato.)<br />

También nuestro calendario, y los hábitos que creaba en nosotros, nos marcaba como<br />

distintos. Los días festivos (por ejemplo, el 8 <strong>de</strong> diciembre, fiesta <strong>de</strong> la Inmaculada Concepción<br />

<strong>de</strong> María) no teníamos clase, lo que provocaba la envidia <strong>de</strong> los que seguían la enseñanza<br />

estatal, los «públicos», que solíamos <strong>de</strong>cir. En aquel tiempo inocente, antes <strong>de</strong> que en las<br />

escuelas gubernamentales se consi<strong>de</strong>rara la terminología cristiana como <strong>un</strong> peligro para la<br />

subsistencia <strong>de</strong> la República, todos gozábamos <strong>de</strong> «vacaciones <strong>de</strong> Navidad». Pero nosotros<br />

teníamos «vacaciones <strong>de</strong> Pascua», mientras para todos los <strong>de</strong>más se trataba <strong>de</strong> la «pausa <strong>de</strong><br />

primavera». El hecho <strong>de</strong> no comer carne los viernes nos separaba <strong>de</strong> nuestros amigos y<br />

vecinos no <strong>católico</strong>s; nadie más, que supiéramos, llevaba en su mochila bocadillos <strong>de</strong> atún o <strong>de</strong><br />

queso. Nuestros padres no podían comer carne los días <strong>de</strong> semana durante la Cuaresma, y los<br />

domingos, todo el m<strong>un</strong>do ay<strong>un</strong>aba tres horas antes <strong>de</strong> asistir a misa. La Primera Com<strong>un</strong>ión (en<br />

el seg<strong>un</strong>do grado) y la Confirmación (en el cuarto grado) eran los momentos más importantes<br />

<strong>de</strong> nuestro ciclo <strong>de</strong> vida católica.


Nuestros amigos protestantes conocían la Biblia mucho mejor que nosotros, pero nosotros<br />

sabíamos <strong>de</strong> memoria nuestro Catecismo. En visión retrospectiva, creo que el hecho <strong>de</strong><br />

memorizar las respuestas no sólo era la base <strong>de</strong> nuestra instrucción religiosa, sino también la<br />

primera señal <strong>de</strong> que el catolicismo está básicamente imbuido <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as que se pue<strong>de</strong>n<br />

expresar en fórmulas <strong>de</strong> <strong>un</strong>a sola frase. Lo que no sabíamos era el esfuerzo titánico que había<br />

tenido que hacerse durante siglos para crear esas formulaciones tan precisas. También los<br />

ritos <strong>de</strong> nuestra vida religiosa ayudaban a separarnos <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más. La mayoría <strong>de</strong> nosotros<br />

asistíamos a Misa todos los domingos (aparte <strong>de</strong> aquellos benditos días <strong>de</strong> ocio), y la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong><br />

no ir a Misa <strong>un</strong> domingo nos parecía algo muy raro. La Misa se celebraba, naturalmente, en<br />

latín; sólo el Evangelio se leía en inglés, antes <strong>de</strong> la homilía. Los niños <strong>católico</strong>s<br />

memorizábamos «las respuestas» en latín para po<strong>de</strong>r ser monaguillos (a<strong>un</strong>que alg<strong>un</strong>as<br />

respuestas, como Et cum spiritu tuo, recordaban fonéticamente el viejo dicho sobre el clásico<br />

número <strong>de</strong> teléfono <strong>católico</strong>: Et cum speery, two-two-oh). La continua repetición durante<br />

alg<strong>un</strong>os actos religiosos, como la bendición con el Santísimo Sacramento y el Vía Crucis<br />

semanal durante la Cuaresma, nos enseñó a niños y niñas <strong>un</strong>os cuantos himnos en latín; como<br />

el «Tantum ergo», el «O salutaris hostia», o el «Stabat Mater». Y por alg<strong>un</strong>a razón quizá sólo<br />

conocida por los antropólogos religiosos, no nos parecía extraño orar y cantar en <strong>un</strong>a lengua<br />

antigua que sólo alg<strong>un</strong>os <strong>de</strong> nosotros conocíamos; <strong>de</strong> modo que el latín, <strong>de</strong>clinación tras<br />

<strong>de</strong>clinación y conjugación tras conjugación, fue entrando en nuestras cabezas hasta que<br />

llegamos a la escuela superior.<br />

Alg<strong>un</strong>as <strong>de</strong> las cosas que hacíamos causaban sorpresa a nuestros vecinos protestantes, mucho<br />

más dados a la aserción. Por ejemplo, nuestra religiosidad tenía <strong>un</strong> carácter marcadamente<br />

mariano, que a los no <strong>católico</strong>s les resultaba ininteligible y quizá vagamente blasfemo. A las<br />

familias católicas se les recomendaba rezar el rosario en familia, y la «Procesión <strong>de</strong> Mayo» que<br />

se celebraba anualmente era <strong>un</strong> gran acontecimiento <strong>de</strong>l calendario escolar y parroquial. El<br />

p<strong>un</strong>to culminante se alcanzaba cuando <strong>un</strong>a niña <strong>de</strong> la escuela parroquial, especialmente<br />

<strong>de</strong>signada para el evento, «coronaba» <strong>un</strong>a estatua <strong>de</strong> la Virgen con <strong>un</strong>a guirnalda <strong>de</strong> flores.<br />

Pero lo que nos hacía verda<strong>de</strong>ramente distintos –a los ojos <strong>de</strong> alg<strong>un</strong>os, perversamente<br />

distintos– era lo que entonces se conocía como «ir a confesarse». La primera confesión era <strong>un</strong><br />

requisito absoluto e indispensable para la Primera Com<strong>un</strong>ión. Por eso, a la edad <strong>de</strong> siete u<br />

ocho años teníamos que apren<strong>de</strong>r <strong>un</strong> código <strong>de</strong> examen <strong>de</strong> conciencia y confesión <strong>de</strong> los<br />

pecados, que a nuestros amigos protestantes que se <strong>de</strong>cidían a preg<strong>un</strong>tarnos por ello les<br />

resultaba incomprensible. Pero, mitologías aparte, «ir a confesarse» no era en absoluto <strong>un</strong>a<br />

experiencia morbosa o aterradora. Al menos <strong>un</strong>a vez al mes, nos llevaban <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la escuela<br />

parroquial a la iglesia y nos ponían en fila j<strong>un</strong>to al confesionario para cumplir con nuestra<br />

obligación; y nadie se quejaba. Todos esos requisitos –examen <strong>de</strong> conciencia, «propósito <strong>de</strong><br />

enmienda», <strong>de</strong>scripción <strong>de</strong> nuestros pecadillos, y aceptar y cumplir <strong>un</strong>a breve penitencia– eran<br />

lo que teníamos que cumplir, por ser quiénes éramos. Si los <strong>de</strong>más no hacían esas cosas, ellos<br />

eran las «ovejas negras», no nosotros. Al fin y al cabo, ellos se lo perdían.<br />

Por otro lado, estaban también nuestras conexiones internacionales, que parecían más ricas<br />

que las <strong>de</strong> nuestros vecinos. Los cristianos <strong>de</strong> América han tenido siempre <strong>un</strong>a conciencia<br />

misionera. De hecho, yo no recuerdo haber oído a mis amigos protestantes hablar <strong>de</strong> «rescatar<br />

niños paganos», que es lo que hacíamos nosotros en la escuela primaria durante La Cuaresma.<br />

En aquellos días, en los que <strong>un</strong> «cuarto» (<strong>de</strong> dólar) era toda <strong>un</strong>a fort<strong>un</strong>a, la i<strong>de</strong>a consistía en


ecoger nuestros peniques y céntimos y ponerlos en <strong>un</strong>a cajita que teníamos en casa para esos<br />

menesteres. La meta era recoger durante la Cuaresma <strong>un</strong> total <strong>de</strong> cinco dólares, lo cual exigía<br />

otra forma <strong>de</strong> autodisciplina, es <strong>de</strong>cir, no tocar esa caja con <strong>de</strong>masiada frecuencia. Esos cinco<br />

dólares <strong>de</strong>bían enviarse a <strong>un</strong> país <strong>de</strong> misión, generalmente <strong>de</strong> África; y en compensación, el<br />

donante podía dar al «niño pagano», cuando lo bautizaran, <strong>un</strong> nombre cristiano. Y como<br />

recuerdo recibíamos <strong>un</strong> certificado <strong>de</strong> que «James» o «Mary» habían sido bautizados gracias a<br />

nuestra generosidad. N<strong>un</strong>ca logré enten<strong>de</strong>r cómo f<strong>un</strong>cionaba ese procedimiento en el país <strong>de</strong><br />

origen, a no ser que todos los niños paganos fueran huérfanos, es <strong>de</strong>cir, que no tuvieran<br />

padres que les impusieran <strong>un</strong> nombre. Pero la cuestión no era la lógica, sino la sensación que<br />

se nos transmitía <strong>de</strong> formar parte <strong>de</strong> <strong>un</strong> cuerpo <strong>un</strong>iversal. Las charlas sobre las misiones eran<br />

<strong>un</strong> elemento normal en las escuelas católicas; y la literatura católica <strong>de</strong>l momento, incluso para<br />

niños, estaba llena <strong>de</strong> historias sobre las misiones, alg<strong>un</strong>as <strong>de</strong> ellas realmente escalofriantes.<br />

Los jesuitas y las Religiosas <strong>de</strong>l Sagrado Corazón eran, sin duda, las ór<strong>de</strong>nes religiosas más<br />

comprometidas, cuando yo ya me iba haciendo mayor, pero la Sociedad Católica Americana<br />

para las Misiones Extranjeras –Maryknoll– era indudablemente la más representativa. Serían<br />

muy pocos los jóvenes <strong>católico</strong>s que no llegaran a soñar alg<strong>un</strong>a vez con hacerse misioneros, e<br />

incluso misioneros mártires.<br />

También éramos conscientes <strong>de</strong> pertenecer a <strong>un</strong>a Iglesia <strong>un</strong>iversal que en alg<strong>un</strong>os países era<br />

objeto <strong>de</strong> violenta persecución. La i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> <strong>un</strong> «diálogo cristiano-marxista» era cosa <strong>de</strong>l futuro.<br />

Lo que nosotros sabíamos sobre el com<strong>un</strong>ismo era que los com<strong>un</strong>istas habían asesinado al<br />

car<strong>de</strong>nal yugoslavo Stepinac, torturado al car<strong>de</strong>nal húngaro Mindszenty y apresado al obispo<br />

James Edward Walsh, <strong>de</strong> la congregación <strong>de</strong> Maryknoll (ori<strong>un</strong>do <strong>de</strong> Maryland y misionero en<br />

China). Alg<strong>un</strong>as <strong>de</strong> esas historias tuvieron en mí <strong>un</strong>os efectos que, por entonces, no podía ni<br />

imaginar.<br />

Muchos <strong>de</strong> mis escritos <strong>de</strong> los últimos veinticinco años han versado sobre temas relacionados<br />

con Polonia y no puedo menos <strong>de</strong> pensar que las raíces <strong>de</strong> mi pasión por Polonia se remontan<br />

a aquella época, precisamente cuando estaba en Tercer Grado. A principios <strong>de</strong> 1959, la<br />

Hermana Eufemia, directora <strong>de</strong> la Escuela <strong>de</strong> la Antigua Catedral, en los suburbios <strong>de</strong><br />

Baltimore, an<strong>un</strong>ció que a cada clase se le iba a asignar <strong>un</strong> dictador com<strong>un</strong>ista por cuya<br />

conversión teníamos que rezar durante la Cuaresma. Naturalmente, todos querían que el suyo<br />

fuera Nikita Khrushchev porque era d único dictador com<strong>un</strong>ista <strong>de</strong>l que la mayoría <strong>de</strong> nosotros<br />

habíamos oído hablar. Por eso, entre los alumnos <strong>de</strong> Tercer Grado hubo <strong>un</strong>a gran <strong>de</strong>cepción<br />

cuando, al echar a suertes, nos tocó el jefe <strong>de</strong>l com<strong>un</strong>ismo polaco, Wladyslaw Gomulka. Lo<br />

curioso es que, al cabo <strong>de</strong> más <strong>de</strong> treinta años, yo iba a escribir <strong>un</strong> libro que, entre otras cosas,<br />

estudiaba el complicado papel que <strong>de</strong>sempeñó Gomulka en las relaciones entre Iglesia y<br />

Estado en Polonia. Nadie podrá <strong>de</strong>cir que no hubo <strong>un</strong>a cierta conexión entre ese libro y mi<br />

experiencia personal cuando estaba en Tercer Grado.<br />

La otra gran conexión internacional que nos hacía diferentes era, por supuesto, nuestra<br />

relación con el personaje que <strong>un</strong>a generación anterior <strong>de</strong> fanáticos anti<strong>católico</strong>s (<strong>de</strong>l tiempo<br />

<strong>de</strong> nuestros padres) había <strong>de</strong>scrito como «potentado extranjero», es <strong>de</strong>cir, el Papa. La<br />

sensación <strong>de</strong> estar <strong>un</strong>idos a «Roma» y al propio Papa era muy fuerte. Pío XII, el Papa <strong>de</strong> mi<br />

juventud, era <strong>un</strong>a figura más bien etérea; sin embargo, todos los <strong>católico</strong>s que yo conocía<br />

daban la impresión <strong>de</strong> tenerle <strong>un</strong> gran afecto personal. Todavía recuerdo muy bien las lágrimas


que se <strong>de</strong>rramaron cuando nos enteramos <strong>de</strong> su muerte, en el mes <strong>de</strong> Octubre <strong>de</strong> 1958. Yo<br />

estaba entonces en Seg<strong>un</strong>do Grado; y con todos los <strong>de</strong>más Grados <strong>de</strong> la Escuela –ocho, en<br />

total– organizamos <strong>un</strong>a marcha por Mulberry Street hasta la catedral <strong>de</strong> la As<strong>un</strong>ción, don<strong>de</strong><br />

<strong>un</strong>o <strong>de</strong> los sacerdotes jóvenes <strong>de</strong> la parroquia dirigió el rezo <strong>de</strong> los cinco misterios <strong>de</strong>l rosario.<br />

En los días siguientes, nuestros mayores solían <strong>de</strong>cir que «n<strong>un</strong>ca habría otro papa como Pío<br />

XII» (<strong>un</strong>a observación acertada, a<strong>un</strong>que no por los motivos que ellos se imaginaban en aquel<br />

momento). Cuando fue elegido papa <strong>un</strong> italiano rollizo, <strong>de</strong> setenta y siete años, llamado<br />

Roncalli, que tomó el curioso nombre <strong>de</strong> «Juan XXIII», esos mismos mayores se dieron cuenta<br />

<strong>de</strong> que la situación no era la misma (y tenían razón, a<strong>un</strong>que por causas completamente<br />

distintas). Nuestra conexión espiritual y emotiva con el Obispo <strong>de</strong> Roma jamás nos pareció <strong>un</strong>a<br />

cosa extraña y, mucho menos, ajena al «carácter americano»; <strong>de</strong> modo que los tumultos anti<strong>católico</strong>s<br />

suscitados por la campaña presi<strong>de</strong>ncial <strong>de</strong> 1960 nos parecieron algo extraño, más<br />

que <strong>un</strong>a amenaza. Nosotros éramos conscientes <strong>de</strong> ser <strong>católico</strong>s, americanos; y si eso le<br />

causaba problemas a alguien, «allá él», como se suele <strong>de</strong>cir; <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, nosotros estábamos<br />

tranquilos.<br />

Así las cosas, éramos... diferentes. Y lo sabíamos. Pero no por eso nos consi<strong>de</strong>rábamos<br />

extraños en tierra extraña. Recientemente, Garry Wills y yo no hemos coincidido en muchos<br />

aspectos; pero Garry tenía razón cuando en <strong>un</strong> libro <strong>de</strong> principios <strong>de</strong> los 70 afirmaba que<br />

nuestra generación <strong>de</strong> <strong>católico</strong>s americanos había crecido en <strong>un</strong> gueto; igual que tenía razón<br />

cuando escribió que no era <strong>un</strong> mal gueto para crecer en él. Des<strong>de</strong> luego, he aprendido que la<br />

gente más «<strong>de</strong> gueto» es la que no sabe que ha nacido en <strong>un</strong>a época, en <strong>un</strong> lugar y en <strong>un</strong>a<br />

cultura <strong>de</strong>terminados, y que cree que pue<strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r las verda<strong>de</strong>s <strong>un</strong>iversales sin <strong>un</strong><br />

compromiso personal con la realidad. Hay guetos y guetos. Pero el verda<strong>de</strong>ro problema no<br />

está en que hayas crecido en <strong>un</strong> gueto, sino en que las i<strong>de</strong>as, las costumbres y los ritmos <strong>de</strong> tu<br />

gueto particular te hayan preparado para aceptar otras i<strong>de</strong>as, otras costumbres y otras<br />

experiencias, sin por eso per<strong>de</strong>r la conexión con tus propias raíces. Mucho antes <strong>de</strong> que Alex<br />

Haley comercializara con éxito esa i<strong>de</strong>a, la importancia <strong>de</strong> las «raíces» se había repetido<br />

machaconamente, porque sin raíces no hay crecimiento, sólo sequía y <strong>de</strong>crepitud.<br />

Lo supiéramos o no –y la mayoría <strong>de</strong> nosotros no lo sabíamos, o no lo supimos hasta más<br />

tar<strong>de</strong>–, esa «diferencia católica» no se refería sólo a la <strong>de</strong>scripción que nosotros dábamos <strong>de</strong><br />

nosotros mismos, es <strong>de</strong>cir, cómo hablábamos, cómo vestíamos, qué comíamos, a qué escuela<br />

íbamos, o quiénes eran nuestros profesores. La verda<strong>de</strong>ra «diferencia católica» –que se nos<br />

transmitía por medio <strong>de</strong> esas otras diferencias– era, en el fondo, <strong>un</strong>a manera <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r el<br />

m<strong>un</strong>do. Y eso nos lleva, <strong>de</strong> rebote, a la primera proposición que yo <strong>de</strong>searía que se tomara en<br />

consi<strong>de</strong>ración: A<strong>un</strong>que el catolicismo es <strong>un</strong> cuerpo <strong>de</strong> doctrina y <strong>un</strong> modo <strong>de</strong> vida, el<br />

catolicismo es también <strong>un</strong>a óptica, <strong>un</strong> modo <strong>de</strong> ver las cosas, <strong>un</strong>a percepción específica <strong>de</strong> la<br />

realidad.<br />

Ahora bien, ¿qué es exactamente? Se pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>scribir <strong>de</strong> muchas maneras. Se podría llamar,<br />

por ejemplo, «duplicidad católica»: naturaleza y gracia, fe y obras, Jerusalén y Atenas, fe y<br />

razón, carisma e institución, visible e invisible. Quizá también pudiera llamarse «imaginación<br />

sacramental» (<strong>de</strong> la que hablaré más a<strong>de</strong>lante). Podría <strong>de</strong>finirse como gusto por lo analógico,<br />

en cuanto distinto <strong>de</strong>l gusto por lo dialéctico, que caracteriza a alg<strong>un</strong>os protestantes. En<br />

términos más amplios se podría hablar <strong>de</strong> <strong>un</strong>a «cultura católica». Pero cualquiera que sea su


<strong>de</strong>scripción, no se pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que sea algo con lo que tú mismo sencillamente te enfrentas.<br />

Más bien, es algo que se experimenta no sólo en su aspecto intelectual, sino también en su<br />

vertiente estética, con emoción y con raciocinio, a través <strong>de</strong> la amistad, <strong>de</strong> la adoración y <strong>de</strong><br />

las experiencias que no admiten palabras y mediante argumentos y silogismos. Por eso –y<br />

vuelvo a nuestro p<strong>un</strong>to <strong>de</strong> partida–, al darle vueltas a la preg<strong>un</strong>ta sobre lo que hoy día significa<br />

ser <strong>católico</strong>, me parece <strong>un</strong>a buena i<strong>de</strong>a hacer <strong>un</strong> recorrido por el catolicismo m<strong>un</strong>dial, porque<br />

hay <strong>de</strong>terminados lugares en los que ese mo<strong>de</strong>lo único <strong>de</strong> vida que caracteriza al m<strong>un</strong>do<br />

<strong>católico</strong> se presenta con la mayor claridad.<br />

Eso nos lleva al otro lugar, quizá ina<strong>de</strong>cuado, que mencionábamos al principio como arranque<br />

<strong>de</strong> nuestra andadura: Milledgeville (Georgia), situada en el corazón <strong>de</strong> Dixie, la región menos<br />

católica <strong>de</strong> Estados Unidos, al menos en el aspecto <strong>de</strong>mográfico.<br />

La finca «Andalusia», a las afueras <strong>de</strong> Milledgeville, fue la casa <strong>de</strong> Flannery O’Connor, <strong>un</strong>a <strong>de</strong><br />

las más <strong>de</strong>stacadas escritoras americanas <strong>de</strong> la seg<strong>un</strong>da mitad <strong>de</strong>l siglo pasado. Si F. Scott<br />

Fitzgerald, otro gran escritor <strong>de</strong> mediados <strong>de</strong>l siglo XX, no logró <strong>de</strong>spojarse <strong>de</strong> su infancia<br />

católica, por más que lo intentó (y lo intentó por todos los medios), Flannery O’Connor escribió<br />

con su típica maestría precisamente porque era católica a machamartillo, dotada <strong>de</strong> <strong>un</strong>a<br />

prof<strong>un</strong>da intuición sobre el enfoque <strong>católico</strong> <strong>de</strong> La vida.<br />

Nacida en Savannah en el año 1925, Mary Flannery O’Connor y su familia se mudaron a la finca<br />

«Andalusia» cuando Mary tenía doce años. En 1945 se graduó en el «Georgia State College for<br />

Women» y, a continuación, estudió en la famosa «Writers’ Workshop» <strong>de</strong> la <strong>un</strong>iversidad <strong>de</strong><br />

Iowa. En 1949 la aparición <strong>de</strong>l «lupus», la enfermedad que había sesgado la vida <strong>de</strong> su padre<br />

cuando Mary tenía dieciséis años, la llevó a su casa <strong>de</strong> Milledgeville, don<strong>de</strong> pasó el resto <strong>de</strong> su<br />

vida, salvo alg<strong>un</strong>as conferencias ocasionales fuera <strong>de</strong> su ciudad, hasta su muerte en 1964, a la<br />

edad <strong>de</strong> treinta y nueve años.<br />

Sus hábitos <strong>de</strong> escritura eran tan austeros como su prosa. Su mesa <strong>de</strong> trabajo estaba frente a<br />

<strong>un</strong>a pared encalada, <strong>de</strong> modo que ella escribía sus novelas mirando hacia ese espacio vacío. Lo<br />

que quería transmitir con sus historias y novelas brotaba <strong>de</strong> su mente, <strong>de</strong> sus lecturas, <strong>de</strong> sus<br />

reflexiones y <strong>de</strong> su oración. Su obra fue muchas veces mal interpretada como oscura parodia o<br />

sátira violenta, mientras que, en realidad –y como ella misma escribió <strong>un</strong>a vez–, reflejaba <strong>un</strong><br />

m<strong>un</strong>do que interpretaba sus distorsiones como <strong>un</strong> fenómeno perfectamente natural. A los<br />

quince años <strong>de</strong> su muerte, su amiga Sally Fitzgerald publicó <strong>un</strong>a colección <strong>de</strong> sus cartas bajo el<br />

título, The Habit of Being. Entonces, el m<strong>un</strong>do <strong>de</strong>scubrió <strong>un</strong>a nueva Flannery O’Connor,<br />

prof<strong>un</strong>da <strong>de</strong>fensora y penetrante analista <strong>de</strong> lo que se llamó la «diferencia católica», en su<br />

encuentro a veces <strong>de</strong>spiadado, otras veces entusiasta, y siempre <strong>de</strong>cidido, con la cultura<br />

mo<strong>de</strong>rna.<br />

Las novelas y cuentos breves <strong>de</strong> Flannery O’Connor llamaron la atención ya <strong>de</strong> sus pr<strong>un</strong>eros<br />

críticos –y <strong>de</strong> muchos críticos actuales– como dominados por lo grotesco. Cuando le<br />

preg<strong>un</strong>taban por qué escribía tan frecuentemente sobre lo grotesco, Miss O’Connor, que era<br />

tremendamente seca, solía respon<strong>de</strong>r que a los <strong>de</strong>l sur les gustaba pensar que aún podían<br />

reconocerlo. En realidad, la ficción <strong>de</strong> Flannery O’Connor esta transida <strong>de</strong> <strong>un</strong>a prof<strong>un</strong>da<br />

intuición católica <strong>de</strong>l sentido <strong>de</strong> nuestro tiempo y <strong>de</strong> lo que nos ha aportado la <strong>de</strong>cisión<br />

típicamente mo<strong>de</strong>rna <strong>de</strong> i<strong>de</strong>ntificar la libertad con <strong>un</strong>a radical autonomía personal («My way»,


es <strong>de</strong>cir, «a mi manera»). Como ella lo formuló en <strong>un</strong>a <strong>de</strong> esas cartas publicadas a título<br />

póstumo, refiriéndose a <strong>un</strong>a recensión <strong>un</strong> tanto «infantil» <strong>de</strong> <strong>un</strong>o <strong>de</strong> sus cuentos publicados<br />

en el New Yorker, «el sentido moral se ha expulsado <strong>de</strong> alg<strong>un</strong>os sectores <strong>de</strong> población, como<br />

se recortan las alas a los pollitos para producir carne blanca en mayor cantidad». Estoy<br />

convencido <strong>de</strong> que Miss O’Connor entendía el «sentido moral» como <strong>un</strong> «hábito <strong>de</strong> ser»,<br />

como esa sensibilidad espiritual que nos permite enten<strong>de</strong>r el m<strong>un</strong>do no como pura ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong><br />

acontecimientos, sino como el dramático terreno don<strong>de</strong> se juega la creación, el pecado, la<br />

re<strong>de</strong>nción y la santificación. Y continuaba: «La nuestra es <strong>un</strong>a generación <strong>de</strong> pollitos sin alas<br />

que, en mi opinión, es lo que Nietzsche quería <strong>de</strong>cir cuando escribió que Dios ha muerto». La<br />

proclamación <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> Dios ha dado como resultado la muerte <strong>de</strong>l verda<strong>de</strong>ro<br />

humanismo; lo que ha quedado no es más que <strong>un</strong>a colección <strong>de</strong> pollos sin alas.<br />

Y ahora habrá que valorar la seg<strong>un</strong>da proposición: A pesar <strong>de</strong> todo el sentimentalismo que, en<br />

ocasiones, se ha atribuido a la religiosidad católica, no hay nada <strong>de</strong> sentimental en el<br />

catolicismo. «No hay nada tan serio, o menos sentimental, que el realismo cristiano», escribía<br />

Flannery O’Connor, porque el cristianismo se mantiene, o <strong>de</strong>cae, con la Encarnación, es <strong>de</strong>cir,<br />

con la entrada <strong>de</strong> Dios en la historia a través <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret, que es al mismo tiempo Hijo<br />

<strong>de</strong> Dios, seg<strong>un</strong>da persona <strong>de</strong> la Trinidad e hijo <strong>de</strong> María, <strong>un</strong>a <strong>joven</strong> judía que vivió en las<br />

últimas fronteras <strong>de</strong>l Imperio romano. Historia y humanidad son los cauces por los que Dios se<br />

revela al m<strong>un</strong>do creado por Él. La historia es la palestra, y la humanidad es el instrumento con<br />

el que Dios redime al in<strong>un</strong>do. La historia y la humanidad cuentan; y cuentan como realidad<br />

<strong>de</strong>finitiva. No precisamente por nuestra soberbia, sino por el amor misericordioso <strong>de</strong> Dios, <strong>un</strong><br />

amor no sentimental, sino purificador, el amor <strong>de</strong>l padre que recibe en casa al hijo pródigo,<br />

consciente <strong>de</strong> que el hijo ha <strong>de</strong>spilfarrado su vida por su egoísmo, por su «autonomía», por su<br />

convicción <strong>de</strong> que no hay nada, ni siquiera él mismo, que cuente <strong>de</strong> veras.<br />

«Vivir hoy es respirar nihilismo... es el gas que respiras», escribió Flannery O’Connor. «Si yo no<br />

hubiera tenido a la Iglesia para combatirlo o para convencerme <strong>de</strong> la necesidad <strong>de</strong> combatirlo,<br />

sería la más podrida positivista lógica que pudiera verse en este momento». Y a mí podría<br />

ocurrirme lo mismo; y quizá también a ti. Esta es otra manera <strong>de</strong> reflexionar sobre el<br />

catolicismo y su peculiar visión <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do y <strong>de</strong>l ser humano: El catolicismo es <strong>un</strong> antídoto<br />

contra el nihilismo. Y entiendo por «nihilismo» no el agrio, oscuro y hasta violento nihilismo <strong>de</strong><br />

Nietzsche y <strong>de</strong> Sartre, sino lo que mi amigo, el dif<strong>un</strong>to Padre Ernest Fortin (que heredó ese<br />

término <strong>de</strong> su amigo, Alan Bloom), solía llamar «nihilismo elegante»: <strong>un</strong> nihilismo que se<br />

divierte caminando hacia el olvido con el convencimiento <strong>de</strong> que todo lo que nos ro<strong>de</strong>a –el<br />

m<strong>un</strong>do, nosotros, nuestras relaciones, el sexo, la belleza, la historia– no es, en realidad, más<br />

que <strong>un</strong>a broma cósmica. Contra la pretensión nihilista <strong>de</strong> que nada es verda<strong>de</strong>ramente<br />

importante, el catolicismo insiste en que todo es importante, porque todo ha sido redimido<br />

por Cristo.<br />

Si se acepta esa perspectiva, cambia radicalmente el modo <strong>de</strong> ver las cosas y el modo en que<br />

se presentan esas realida<strong>de</strong>s. Otra vez nos encontramos aquí con Flannery O’Connor en su<br />

reflexión sobre la diferencia que establecía el catolicismo en su propia vida artística y<br />

espiritual, y en la <strong>de</strong> su colaboradora Caroline Gordon Tate:


Tengo la sensación <strong>de</strong> que si yo no fuera católica, no tendría ningún motivo para<br />

escribir, ni para ver, ni para sentir horror o alegría por nada. Soy católica <strong>de</strong><br />

nacimiento, en mis años jóvenes frecuenté <strong>un</strong>a escuela católica y n<strong>un</strong>ca pensé o quise<br />

abandonar la Iglesia. Jamás tuve la sensación <strong>de</strong> que ser católica limitara mi libertad <strong>de</strong><br />

escribir, sino todo lo contrario. Mrs. Tate me confesó que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberse hecho<br />

católica, se dio cuenta <strong>de</strong> que podía usar sus ojos y aceptar lo que veía por primera<br />

vez; no tenía necesidad <strong>de</strong> crear <strong>un</strong> nuevo <strong>un</strong>iverso en cada libro, sino que podía<br />

explotar el que ya había encontrado.<br />

No cabe duda que el catolicismo sueña con cambiar el m<strong>un</strong>do, en primer lugar tratando <strong>de</strong><br />

convertirlo. Pero al mismo tiempo, acepta el m<strong>un</strong>do como es –el catolicismo trata <strong>de</strong> convertir<br />

este m<strong>un</strong>do, no otro m<strong>un</strong>do u otra humanidad que pudiéramos imaginar–, porque Dios aceptó<br />

el m<strong>un</strong>do como es. Dios no creó <strong>un</strong> m<strong>un</strong>do diferente que tuviera que redimir. En la persona <strong>de</strong><br />

su Hijo redimió el m<strong>un</strong>do que él había creado, <strong>un</strong> m<strong>un</strong>do libre en el que nuestras <strong>de</strong>cisiones<br />

tienen consecuencias reales, para bien o para mal. Flannery O’Connor solía quejarse sin razón,<br />

<strong>de</strong> que los críticos que <strong>de</strong>scribían sus novelas como «historias <strong>de</strong> horror» siempre «se referían<br />

a <strong>un</strong> horror perverso». Pero horror no es maldad. El horror <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do mo<strong>de</strong>rno consiste en<br />

que, si no hay nada que sea realmente <strong>de</strong>finitivo, la maldad no es verda<strong>de</strong>ra maldad, ni el bien<br />

es auténtico bien. Y eso quiere <strong>de</strong>cir que otra vez volvernos a aquellos patéticos «pollitos sin<br />

alas».<br />

La alocada vivacidad <strong>de</strong> Flannery O’ Connor podría dar la impresión <strong>de</strong> que ser <strong>católico</strong> y<br />

vivaracho no se excluyen mutuamente. Pues bien, parémonos <strong>un</strong> momento. A finales <strong>de</strong> 1940,<br />

Miss O’Connor, por entonces <strong>un</strong>a <strong>joven</strong> promesa, fue invitada a <strong>un</strong>a tertulia literaria en Nueva<br />

York en casa <strong>de</strong> Mary McCarthy, que había logrado <strong>un</strong> éxito consi<strong>de</strong>rable con la historia <strong>de</strong> su<br />

ruptura con la Iglesia. Una invitación a casa <strong>de</strong> Mary McCarthy, <strong>un</strong>a <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s figuras<br />

literarias <strong>de</strong> Nueva Yorkn era <strong>un</strong> gran privilegio para cualquier escritor novel. Flannery<br />

O’Connor pasó la velada <strong>de</strong> <strong>un</strong>a manera muy distinta a lo que cabría esperar <strong>de</strong> la típica <strong>joven</strong><br />

promesa. Así <strong>de</strong>scribió ella misma la <strong>de</strong>liberadamente sofisticada concurrencia a dicha cena, y<br />

su única contribución al evento:<br />

Un día (...) <strong>un</strong>os amigos míos me invitaron a <strong>un</strong>a cena con Mary McCarthy y su marido<br />

Mr Broadwater. (Ella acababa <strong>de</strong> publicar el libro A Charmed Life.) Mary había<br />

abandonado la Iglesia a los quince años, y ahora era <strong>un</strong>a intelectual muy apreciada.<br />

Nosotros llegamos a las ocho. A la <strong>un</strong>a, yo no había abierto la boca ni <strong>un</strong>a sola vez,<br />

porque en compañía como aquella no tenía nada que <strong>de</strong>cir. Mis acompañantes eran<br />

Robert Lowell y Elizabeth Hardwick, que es ahora su esposa. Mi presencia allí era como<br />

si se tuviera <strong>un</strong> perro amaestrado para pron<strong>un</strong>ciar <strong>un</strong>as palabras, pero que, en <strong>un</strong>a<br />

situación tan ina<strong>de</strong>cuada, las hubiera olvidado por completo. Cuando ya empezaba a<br />

amanecer, la conversación giró en torno a la Eucaristía, <strong>un</strong> tema que, obviamente, se<br />

suponía que yo iba a <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r, por ser la única persona católica presente. Mrs.<br />

Broadwater confesó que <strong>de</strong> niña, cuando recibió la Hostia, pensó que aquello era el<br />

Espíritu Santo, por ser la persona más «etérea» <strong>de</strong> la Trinidad; ahora creía que se<br />

trataba <strong>de</strong> <strong>un</strong> símbolo y lo consi<strong>de</strong>raba como muy a<strong>de</strong>cuado. Entonces yo, con voz<br />

titubeante, observé: «Bueno, si no es más que <strong>un</strong> símbolo, a mí no me interesa». Esa<br />

fue la única <strong>de</strong>fensa <strong>de</strong> la que fui capaz; a<strong>un</strong>que ahora me doy cuenta <strong>de</strong> que, aparte


<strong>de</strong> la propia historia, eso es lo único que voy a po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>cir sobre la Eucaristía, aparte<br />

<strong>de</strong> que, para mí, es el centro <strong>de</strong> mi existencia. De todo lo <strong>de</strong>más en mi vida puedo<br />

prescindir tranquilamente.<br />

Ahora bien, la filosofía y la teología mo<strong>de</strong>rnas pue<strong>de</strong>n enseñamos muchas cosas sobre la<br />

diferencia entre «signo» (simple transmisión <strong>de</strong> <strong>un</strong> mensaje, como «Stop», o «Dentífrico Signal<br />

Plus») y «símbolo» (realidad más compleja que hace presente, o contiene, la verdad que<br />

com<strong>un</strong>ica, por ejemplo, el anillo <strong>de</strong> boda). Pues bien, en sentido teológico, los sacramentos<br />

son «símbolos» por los que Cristo está real y verda<strong>de</strong>ramente presente en medio <strong>de</strong> su<br />

pueblo, la Iglesia. Pero antes que esas distinciones, que no <strong>de</strong>jan <strong>de</strong> ser importantes, está el<br />

buen instinto <strong>católico</strong> que con tanta vehemencia <strong>de</strong>fendía Flannery O’Connor en el salón <strong>de</strong><br />

Mary McCarthy. Si Mary McCarthy estaba en lo cierto, y la Eucaristía sólo representa a Cristo<br />

<strong>de</strong> manera <strong>un</strong> tanto mágica, Flannery O’Connor era plena y radicalmente ortodoxa cuando<br />

afirmaba: «Si no es más que <strong>un</strong> símbolo, a mi no me interesa».<br />

La imaginación católica, esa manera <strong>de</strong> ser que estamos explorando, es <strong>un</strong>a realidad muy seria.<br />

Un amigo mío, protestante evangélico, dijo <strong>un</strong>a vez a <strong>un</strong> amigo suyo <strong>católico</strong>: «Si yo creyera<br />

realmente, como tú dices que crees, que el propio Cristo está en el sagrario, me arrastraría <strong>de</strong><br />

rodillas por toda la nave <strong>de</strong> la iglesia». Pero eso no es más que <strong>un</strong>a verdad a medias, porque la<br />

idiosincrasia católica nos enseña tanto el temor <strong>de</strong> Dios (en el sentido <strong>de</strong> vernos invadidos <strong>de</strong><br />

respeto ante su majestad y misericordia) cuanto <strong>un</strong>a intimidad, e incluso <strong>un</strong>a familiaridad, con<br />

el Dios <strong>un</strong>o y trino, por medio <strong>de</strong> <strong>un</strong>a relación personal con Cristo, que es el núcleo mismo <strong>de</strong><br />

la fe católica. Dentro <strong>de</strong> esos dos parámetros típicamente <strong>católico</strong>s, «intimidad y reverencia»,<br />

está la convicción <strong>de</strong> que todo eso es <strong>un</strong>a realidad. El objeto es importante. Tú y yo somos<br />

importantes. Todo es importante. Y es que todo eso: tú, yo, nuestros amigos, nuestros<br />

adversarios, la persona con la que tropecé esta mañana en el Metro, la señora que dormitaba<br />

al lado <strong>de</strong> la calefacción durante el trayecto, toda la historia humana con sus locuras, su<br />

sinsentido, sus pesares, sus noblezas, sus <strong>de</strong>gradaciones y sus fascinaciones, todo es historia<br />

<strong>de</strong> Cristo, cargada <strong>de</strong> <strong>un</strong>a plenitud <strong>de</strong> amor y <strong>de</strong> verdad que sólo pue<strong>de</strong> venir <strong>de</strong>l que es el<br />

Amor y la Verdad personificada. Sólo pue<strong>de</strong> venir <strong>de</strong> Dios.<br />

Eso es lo que yo aprendí, al menos en términos <strong>de</strong> instinto, en aquellos días <strong>de</strong> intacta cultura<br />

católica en América. Yo aprendí entonces lo que Flannery O’Connor <strong>de</strong>nominó más tar<strong>de</strong> el<br />

«hábito <strong>de</strong> ser». Con todos sus oropeles, el m<strong>un</strong>do <strong>de</strong> <strong>un</strong> nihilismo complaciente en el que<br />

hemos crecido contempla el m<strong>un</strong>do en blanco y negro, sólo en dos dimensiones. En el m<strong>un</strong>do<br />

<strong>de</strong> <strong>un</strong> nihilismo complaciente sólo estoy yo. Se pue<strong>de</strong>n experimentar otros placeres fugaces<br />

que se gozan por <strong>un</strong> momento, pero pronto se olvidan, para pasar a <strong>un</strong> nuevo entusiasmo<br />

efímero, producto <strong>de</strong> mi propia obstinación. En contraste, la imaginación católica, como hábito<br />

<strong>de</strong> ser, nos enseña a contemplar el m<strong>un</strong>do en technicolor y vivirlo en tres dimensiones, o<br />

mejor dicho, en cuatro, porque también cuenta el tiempo, tanto para el catolicismo como para<br />

Einstein.<br />

Espero que estas cartas y nuestro recorrido por el m<strong>un</strong>do <strong>católico</strong> te ayu<strong>de</strong>n a adquirir ese<br />

hábito, el «hábito <strong>de</strong> ser», <strong>de</strong> ver las cosas en prof<strong>un</strong>didad, como son y para lo que sirven.<br />

Todo lo que existe posee <strong>un</strong>a razón <strong>de</strong> ser. Todo lo que ocurre tiene <strong>un</strong>a finalidad. Eso es lo<br />

que significa enten<strong>de</strong>r la historia como «historia <strong>de</strong> Dios». Ver las cosas en su verda<strong>de</strong>ra


dimensión forma parte <strong>de</strong> lo que significa ser <strong>católico</strong>. Y es que apren<strong>de</strong>r aquí a ver las cosas<br />

en su justa perspectiva es la única manera <strong>de</strong> llegar a ser capaz <strong>de</strong> ver –y amar– a Dios<br />

eternamente.


2- ROMA, LAS EXCAVACIONES EN SAN PEDRO: LA SOLIDEZ DEL<br />

CATOLICISMO<br />

El papa Pío XI murió el 10 <strong>de</strong> febrero <strong>de</strong> 1939. Antes <strong>de</strong> ser elegido Obispo <strong>de</strong> Roma, en 1922,<br />

había sido arzobispo <strong>de</strong> Milán por breve tiempo, y los milaneses querían honrar su memoria<br />

construyéndole <strong>un</strong> sepulcro a<strong>de</strong>cuado en la basílica <strong>de</strong> San Pedro. Se consiguieron fondos, se<br />

contrató a los artistas y se construyó y envió a Roma <strong>un</strong> magnífico sarcófago <strong>de</strong> mármol que<br />

<strong>de</strong>bería ser la pieza central <strong>de</strong> <strong>un</strong>a cripta profusamente adornada con mosaicos.<br />

Según <strong>un</strong>a historia que llegó a mis oídos, cuando se procedió a colocar la nueva tumba en las<br />

grutas vaticanas <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l altar mayor <strong>de</strong> San Pedro, el altar papal, se vio que el sarcófago<br />

enviado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Milán era <strong>de</strong>masiado gran<strong>de</strong>. Quizá se tratara <strong>de</strong> <strong>un</strong> caso <strong>de</strong> embellecimiento<br />

histórico, no raro en Italia: o tal vez fue el típico intento romano <strong>de</strong> molestar a los siempre<br />

eficientes milaneses. En cualquier caso, ya hacía tiempo que se habían hecho planes para<br />

renovar toda el área <strong>de</strong> las grutas vaticanas con el fin <strong>de</strong> hacerlas más accesibles a los<br />

peregrinos que <strong>de</strong>seaban orar en <strong>un</strong> sitio <strong>de</strong> tanta importancia. Así que el papa Pío XII, sucesor<br />

<strong>de</strong> Pío XI, or<strong>de</strong>nó que se rebajase el pavimento <strong>de</strong> la cripta, para hacer sitio a la tumba <strong>de</strong> su<br />

pre<strong>de</strong>cesor y, luego, proce<strong>de</strong>r a <strong>un</strong>a entera renovación <strong>de</strong>l lugar, como ya se había planificado<br />

con anterioridad.<br />

La <strong>de</strong>cisión fue <strong>de</strong> impre<strong>de</strong>cibles consecuencias.<br />

Lo que hoy conocernos como San Pedro se llamaba antes Nuevo San Pedro, para distinguirlo<br />

<strong>de</strong>l Antiguo San Pedro, o sea, la basílica construida por el emperador Constantino en el siglo IV<br />

sobre lo que, en general, se pensaba que había sido la tumba <strong>de</strong>l príncipe <strong>de</strong> los apóstoles. A<br />

pesar <strong>de</strong> que estaba centrado en la planificación <strong>de</strong> la nueva capital <strong>de</strong>l Imperio en<br />

Constantinopla. Constantino impulsó la construcción <strong>de</strong>l magnífico monumento <strong>de</strong> San Pedro<br />

or<strong>de</strong>nando que se transportaran a ese lugar doce canastas <strong>de</strong> tierra, <strong>un</strong>a por cada <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los<br />

doce Apóstoles. Durante más <strong>de</strong> <strong>un</strong> milenio, el Antiguo San Pedro fue <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los centros más<br />

importantes <strong>de</strong>l cristianismo, <strong>un</strong> ponto al que ap<strong>un</strong>taba automáticamente la brújula interior<br />

<strong>de</strong> los cristianos.<br />

Sin embargo, en la seg<strong>un</strong>da mitad <strong>de</strong>l siglo XV, llegó <strong>un</strong> momento en que el Antiguo San Pedro<br />

amenazaba ruina, <strong>de</strong> modo que se tomó la <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> <strong>de</strong>rruirlo, para edificar <strong>un</strong>a nueva<br />

basílica. La construcción <strong>de</strong>l Nuevo San Pedro, que terminaría por albergar la más grandiosa<br />

cúpula <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do y los extraordinariamente sólidos cimientos para soportarla, duró 120 años<br />

y ocupó a veinte papas y a diez arquitectos, entre los que <strong>de</strong>stacaron leyendas <strong>de</strong> la<br />

arquitectura, como Bramante, Miguel Ángel y Bernini. Los sucesivos cambios <strong>de</strong> diseño <strong>de</strong>l<br />

edificio, su ejecución y la recaudación <strong>de</strong> los fondos necesarios para financiar <strong>un</strong> proyecto tan<br />

grandioso provocaron frecuentes controversias e influyeron, a<strong>un</strong>que indirectamente, en el<br />

fenómeno <strong>de</strong> la Reforma protestante. Entre tanta confusión, poco se pudo hacer para localizar


la verda<strong>de</strong>ra tumba <strong>de</strong> san Pedro; sencillamente se dio por supuesto que estaba don<strong>de</strong> la<br />

tradición y el imperador Constantino la habían situado. De ese modo, el Nuevo San Pedro se<br />

construyó sin haber realizado antes <strong>un</strong>a excavación sistemática <strong>de</strong>l terreno sobre el que se<br />

había construido el Antiguo San Pedro.<br />

Cuando los operarios empezaron a rebajar el pavimento <strong>de</strong> la cripta para hacer sitio al<br />

sepulcro <strong>de</strong>l papa Pío XI y restaurar el espacio <strong>de</strong> las grutas, <strong>de</strong>scubrieron <strong>un</strong>a serie <strong>de</strong> tumbas<br />

que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>un</strong> escrupuloso examen, parecía que formaban parte <strong>de</strong> <strong>un</strong>a antigua<br />

necrópolis con sus muros, sus calles, sus monumentos f<strong>un</strong>erarios y otras estructuras <strong>de</strong><br />

diversos tipos. Gran parte <strong>de</strong> esos restos se habían trasladado o simplemente <strong>de</strong>struido<br />

cuando los constructores <strong>de</strong>l emperador Constantino allanaron la Colina Vaticana en el siglo<br />

IV, a<strong>un</strong>que todavía quedaban bastantes estructuras intactas. Mientras la Seg<strong>un</strong>da Guerra<br />

M<strong>un</strong>dial azotaba a toda Europa, Pío XII autorizó <strong>un</strong>a excavación arqueológica a gran escala,<br />

que se prolongó durante todo el <strong>de</strong>cenio <strong>de</strong> 1940.<br />

Excavar bajo el altar papal <strong>de</strong> la basílica era como pelar <strong>un</strong>a cebolla o abrir <strong>un</strong>a caja <strong>de</strong><br />

muñecas rusas <strong>de</strong>l estilo matrushka. Por fin, los excavadores dieron con <strong>un</strong>a especie <strong>de</strong><br />

templete, el «Tropaion» (palabra griega que significa «trofeo» o «monumento <strong>de</strong> victoria»),<br />

estructura <strong>de</strong> corte clásico sobre <strong>un</strong>a serie <strong>de</strong> columnas que sostenían lo que pudo haber sido<br />

<strong>un</strong> altar coronado por <strong>un</strong> frontón. El pavimento <strong>de</strong>l Tropaion, con <strong>un</strong>a abertura que indicaba<br />

los límites <strong>de</strong> la tumba sobre la que se construyó el monumento, coincidía con el nivel <strong>de</strong>l<br />

suelo <strong>de</strong> la basílica construida por Constantino. Detrás <strong>de</strong>l Tropaion apareció <strong>un</strong> muro <strong>de</strong> color<br />

rojo que, por la acción <strong>de</strong> los elementos, se había resquebrajado, <strong>de</strong> modo que hubo que<br />

levantar <strong>un</strong> contrafuerte para sostener la estructura. Cuando los arqueólogos liberaron el<br />

contrafuerte, lo encontraron lleno <strong>de</strong> grafitos y con <strong>un</strong> <strong>de</strong>pósito secreto <strong>de</strong> mármol blanco. Al<br />

<strong>de</strong>scifrar <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los grafitos, se creyó que <strong>de</strong>cía: «Aquí yace Pedro».<br />

Gracias al prolongado retraso <strong>de</strong> los planes <strong>de</strong> renovación, a la necesidad <strong>de</strong> buscar sitio para<br />

la tumba <strong>de</strong> Pío XI, y a la curiosidad <strong>de</strong> Pío XII (que parecía intrigado por el <strong>de</strong>scubrimiento <strong>de</strong><br />

la tumba <strong>de</strong>l rey Tut en 1923), los arqueólogos lograron <strong>de</strong>senterrar bajo los cimientos <strong>de</strong>l<br />

Antiguo San Pedro <strong>un</strong> pequeño cementerio que se había incorporado al Nuevo como cimiento<br />

<strong>de</strong> la nueva construcción colosal. Era evi<strong>de</strong>nte que en la Colina Vaticana había habido <strong>un</strong> gran<br />

cementerio pagano. En cierto momento, los cristianos empezaron a ser enterrados en ese<br />

mismo lugar. La tumba central, que <strong>de</strong>limita el Tropaion, aparece ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> otras tumbas<br />

que ap<strong>un</strong>tan radialmente hacia ella. De ahí se <strong>de</strong>duce, al parecer, que los restos <strong>de</strong> San Pedro,<br />

que sin duda tendrían que estar entre las reliquias más celosamente guardadas por la primitiva<br />

com<strong>un</strong>idad cristiana <strong>de</strong> Roma, habrían sido enterradas en la necrópolis <strong>de</strong> la Colina Vaticana<br />

quizá inmediatamente <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su muerte o, quizá, poco <strong>de</strong>spués. El enterramiento <strong>de</strong>bió<br />

<strong>de</strong> ser secreto, pero con suficiente número <strong>de</strong> claves que indicaran a los peregrinos la<br />

localización exacta <strong>de</strong> la tumba <strong>de</strong> Pedro. Es posible que, durante las persecuciones, los restos<br />

<strong>de</strong>l apóstol fueran trasladados a algún lugar más seguro y enterrados allí. También es posible<br />

que el Tropaion formara parte <strong>de</strong> <strong>un</strong> complejo cristiano que, en tiempos más tranquilos, se<br />

usara para bautizos, or<strong>de</strong>naciones y f<strong>un</strong>erales. Y quizá también, antes <strong>de</strong> que se construyera el<br />

Tropaion, la tumba misma podría haber servido como centro <strong>de</strong> pequeñas re<strong>un</strong>iones<br />

nocturnas <strong>de</strong> cristianos.


Pero sobre todo eso no hay ning<strong>un</strong>a certeza. Y es que la arqueología no es álgebra; todo lo que<br />

produce son probabilida<strong>de</strong>s, más que certezas. Con todo, hoy día, la opinión científica más<br />

respetable sostiene que las excavaciones <strong>de</strong>l subsuelo <strong>de</strong> San Pedro en los años 40 –diseñadas<br />

originariamente con <strong>un</strong>a finalidad totalmente distinta– <strong>de</strong>scubrieron realmente los restos<br />

mortales <strong>de</strong> san Pedro.<br />

Con todo, no <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> ser extraño que entre los fragmentos <strong>de</strong> cráneo, vértebras, brazos,<br />

manos, pelvis y piernas <strong>de</strong> Pedro, no se haya conservado nada por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> los tobillos. Pero<br />

quizá no sea tan extraño, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo. Si a <strong>un</strong> hombre se lo crucifica cabeza abajo, como<br />

la tradición dice que le sucedió a Pedro, el modo mis fácil <strong>de</strong> <strong>de</strong>scolgar los restos <strong>de</strong>l cuerpo<br />

(que posiblemente se transformó en <strong>un</strong>a antorcha viviente durante la ejecución, como nueva<br />

muestra <strong>de</strong> la refinada crueldad romana) habría consistido en cortar los pies <strong>de</strong>l dif<strong>un</strong>to y bajar<br />

<strong>de</strong> la cruz el resto <strong>de</strong>l cadáver.<br />

Los sitios más relevantes <strong>de</strong>l subsuelo <strong>de</strong> San Pedro se conocen hoy como scavi (excavaciones).<br />

Visitar esas excavaciones es confrontarse con alg<strong>un</strong>as <strong>de</strong> las verda<strong>de</strong>s más <strong>de</strong>cisivas sobre lo<br />

que significa ser <strong>católico</strong>.<br />

No hace muchos años se podía contemplar la mole <strong>de</strong> San Pedro <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el río Tíber, a <strong>un</strong>os<br />

doscientos o trescientos metros más allá <strong>de</strong>l Borgo, <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los barrios <strong>de</strong> Roma. Como<br />

preparación para el Año Santo <strong>de</strong> 1950, el gobierno italiano <strong>de</strong>rribó las casuchas y abrió <strong>un</strong>a<br />

amplia avenida <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el Tíber hasta la misma Plaza <strong>de</strong> San Pedro: la Vía <strong>de</strong>lla Conciliazione,<br />

llamada así por el compromiso al que se llegó el año 1929 entre la República Italiana y la<br />

Iglesia, y dio lugar a la creación <strong>de</strong>l minúsculo Estado <strong>de</strong> la Ciudad <strong>de</strong>l Vaticano. Cada vez que<br />

se emboca la Vía <strong>de</strong>lla Conciliazione, la propia avenida y la vista <strong>de</strong> San Pedro con su grandiosa<br />

cúpula constituyen <strong>un</strong>a experiencia sobrecogedora. Hoy día, esa experiencia es aún más<br />

impresionante, porque la basílica, cuya fachada se limpió a fondo con ocasión <strong>de</strong>l Gran Jubileo<br />

<strong>de</strong>l año 2000, ha recobrado su mejor aspecto. Lo que antes era <strong>un</strong>a masa cegadora <strong>de</strong> mármol<br />

blanco travertino, ahora, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la limpieza, se ha revelado como toda <strong>un</strong>a mezcla <strong>de</strong><br />

colores. Pero, al entrar en la plaza, no habrá que centrarse exclusivamente en la fachada y en<br />

la cúpula, sino que habrá que prestar la <strong>de</strong>bida atención al magnífico obelisco que se alza en el<br />

centro, flanqueado por la impresionante columnata <strong>de</strong> Bernini.<br />

El obelisco, <strong>un</strong> monolito egipcio <strong>de</strong> granito <strong>de</strong> casi treinta metros <strong>de</strong> alto y más <strong>de</strong> trescientas<br />

toneladas <strong>de</strong> peso, fue trasladado a Roma <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el Norte <strong>de</strong> África en tiempos <strong>de</strong>l maniático<br />

emperador Calígula, que en los años 37-41 d.C. sembró el terror en Roma, antes <strong>de</strong> ser<br />

asesinado por su guardia pretoriana. A este propósito, habrá que mencionar la espléndida<br />

serie <strong>de</strong> la ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> televisión BBC, Yo, Claudio, dirigida por John Hurt. Un nieto <strong>de</strong> Calígula,<br />

Nerón, trasladó el obelisco para que formara parte <strong>de</strong> la espina longitudinal <strong>de</strong>l Circo Máximo,<br />

don<strong>de</strong> se celebraban carreras <strong>de</strong> carrozas, representaciones <strong>de</strong> batallas y exhibición <strong>de</strong><br />

animales exóticos, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> crueles ejecuciones <strong>de</strong> con<strong>de</strong>nados, para diversión <strong>de</strong> los<br />

espectadores. A la izquierda <strong>de</strong> la basílica, según se mira, y más allá <strong>de</strong>l Arco <strong>de</strong> las Campanas y<br />

<strong>de</strong> la prefectura <strong>de</strong> La Guardia Suiza, se abre la Plaza <strong>de</strong> los Protomártires Romanos, así<br />

llamada porque antiguamente formaba parte <strong>de</strong>l Circo <strong>de</strong> Nerón, don<strong>de</strong> muchos cristianos<br />

pagaron el último precio <strong>de</strong> su fi<strong>de</strong>lidad. La tradición cuenta que el martirio <strong>de</strong> Pedro tuvo<br />

lugar en <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los períodos más violentos <strong>de</strong> la persecución <strong>de</strong> Nerón; por lo que, si


ealmente fue así, es muy posible que la última cosa que Pedro vio en este m<strong>un</strong>do fuera el<br />

obelisco que ahora tanto admiramos y que se trasladó a la plaza el año 1586 por mandato <strong>de</strong>l<br />

papa Sixto V. Esta es <strong>un</strong>a <strong>de</strong> las i<strong>de</strong>as que pue<strong>de</strong>n acompañarnos mientras nos a<strong>de</strong>ntramos en<br />

la Ciudad <strong>de</strong>l Vaticano.<br />

Pasado el Arco <strong>de</strong> las Campanas está la entrada a las excavaciones bajo la basílica. La visita <strong>de</strong><br />

las excavaciones no es excesivamente onerosa y según se baja las escaleras y se entra en las<br />

excavaciones propiamente dichas se ve por qué. Los corredores son estrechos, <strong>un</strong> tanto<br />

fétidos y resbaladizos. Al avanzar por los oscuros corredores que <strong>un</strong> día fueron las calles <strong>de</strong> la<br />

necrópolis excavada en la Colina Vaticana, el guía informa sobre los magníficos monumentos<br />

f<strong>un</strong>erarios y las tumbas cristianas que se suce<strong>de</strong>n durante el recorrido. Al cabo <strong>de</strong> <strong>un</strong>os veinte<br />

minutos, encontramos los restos <strong>de</strong>l Tropaion; y a continuación, enterrados en el muro<br />

cuajado <strong>de</strong> grafitos que ya hemos mencionado anteriormente, están los que, según el guía,<br />

son los restos mortales <strong>de</strong>l apóstol Pedro. Al terminar la visita por la Capilla Clementina, con su<br />

magnífico esplendor barroco, no se pue<strong>de</strong> menos <strong>de</strong> pensar que lo que se acaba <strong>de</strong> ver, tocar y<br />

oler es lo más cercano posible a las raíces apostólicas <strong>de</strong> la Iglesia Católica.<br />

Las excavaciones no son pura arqueología. Tomadas en serio, hacen pensar en el significado <strong>de</strong><br />

la extraordinaria historia <strong>de</strong> <strong>un</strong> personaje completamente normal. La historia es la siguiente:<br />

En algún momento <strong>de</strong> la tercera década <strong>de</strong>l siglo I, o sea, a comienzos <strong>de</strong>l primer milenio <strong>de</strong> la<br />

era cristiana, <strong>un</strong> hombre llamado Simón, hijo <strong>de</strong> Juan, se ganaba La vida mo<strong>de</strong>stamente como<br />

pescador en Galilea, <strong>un</strong>a región que, incluso con parámetros regionales, estaba al margen <strong>de</strong><br />

lo que, en sí, era el «m<strong>un</strong>do civilizado». Simón llegó a hacerse amigo personal <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong><br />

Nazaret. Y ese encuentro lo convirtió en Pedro, que significa «piedra». Pero aún habría que<br />

esperar.<br />

Su amigo Jesús lo llamó «Pedro», en juego <strong>de</strong> palabras con «piedra». Pero ese Pedro inventado<br />

por Jesús no parece tan «granítico» en los episodios evangélicos anteriores a Pascua. Des<strong>de</strong><br />

luego, es espontáneo e impetuoso; pero muchas veces no entien<strong>de</strong> las palabras <strong>de</strong> Jesús.<br />

Apenas ha recibido el nuevo nombre, ya empieza a <strong>de</strong>cirle a Jesús que se equivoca <strong>de</strong> medio a<br />

medio cuando afirma que él, el Mesías prometido por Dios, tiene que pasar por el sufrimiento.<br />

Jesús entonces lo llama «Satanás» y le conmina a que «se aparte <strong>de</strong> él» (Mt 16.13-23). Más<br />

tar<strong>de</strong>, cuando Jesús es <strong>de</strong>tenido por las autorida<strong>de</strong>s, Pedro se las arregla para entrar en el<br />

patio <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong>l Sumo Sacerdote, cerca <strong>de</strong>l sitio en el que su Maestro está siendo sometido<br />

a interrogatorio. Pero cuando se le <strong>de</strong>safía a reconocer que también él estaba con Jesús el<br />

galileo, Pedro empieza a protestar y a negar <strong>un</strong>a y otra vez que conocía a ese individuo. Los<br />

evangelios no dicen que Pedro estuviera presente en el momento <strong>de</strong> la crucifixión, pero sí<br />

cuentan que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> sus negaciones, Pedro «salió afuera y rompió a llorar amargamente»<br />

(Mt 26,69-75).<br />

Para los <strong>católico</strong>s, el acontecimiento <strong>de</strong> Pascua lo cambia todo; <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, cambió a Pedro.<br />

Después <strong>de</strong> su encuentro con Cristo resucitado, en la mañana <strong>de</strong>l domingo <strong>de</strong> Pascua y, luego,<br />

en el Mar <strong>de</strong> Galilea, Pedro es verda<strong>de</strong>ramente la «piedra». Lleno <strong>de</strong>l Espíritu Santo el día <strong>de</strong><br />

Pentecostés, cincuenta días <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> Pascua, Pedro se transforma en el primer gran<br />

evangelista, como se dice en Hch 2,14-41, don<strong>de</strong> la multitud asume inicialmente que ese<br />

pescador galileo <strong>de</strong>be <strong>de</strong> estar borracho; pero el caso es que, a continuación, gran número <strong>de</strong>


gente se convierte al escuchar a Pedro cada <strong>un</strong>o en su propia lengua. Posteriormente, Pedro<br />

convierte al cristianismo al centurión romano Cornelio, y logra que los judíos comprendan que<br />

Dios quiere que el mensaje salvífico <strong>de</strong> Cristo vaya <strong>de</strong>stinado al m<strong>un</strong>do entero (Hch 10,1-<br />

11,18). Cuando la primitiva Iglesia se esfuerza por enten<strong>de</strong>r qué significa ser cristiano, Pedro es<br />

reconocido como centro <strong>de</strong> la <strong>un</strong>idad <strong>de</strong> la Iglesia, como la autoridad a la que se someten los<br />

temas sobre la i<strong>de</strong>ntidad y la práctica cristiana (Hch 15,6-11). Finalmente, según las más<br />

antiguas tradiciones, Pedro va a Roma, don<strong>de</strong> encontrará la muerte, cumpliendo así lo que <strong>un</strong><br />

día, j<strong>un</strong>to al Mar <strong>de</strong> Galilea y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>un</strong> milagroso <strong>de</strong>say<strong>un</strong>o, le había dicho Jesús<br />

resucitado: «Cuando seas viejo, exten<strong>de</strong>rás las manos y otro le ceñirá y te llevará adon<strong>de</strong> tú no<br />

quieres» (Jn 21,18).<br />

Las excavaciones y el obelisco, los restos <strong>de</strong> Pedro y lo último que posiblemente vio en su vida<br />

nos enfrentan con la tangibilidad histórica y la firmeza <strong>de</strong>l cristianismo. Frente a lo que nos<br />

enseña la investigación crítica sobre la complicada historia <strong>de</strong>l cristianismo primitivo, quedan<br />

<strong>un</strong>os hechos inevitablemente ciertos, que aquí, en las excavaciones, se hacen materialmente<br />

tangibles. Un pescador galileo, cuyas características personales y cuyos l<strong>un</strong>ares nos<br />

transmitieron sus seguidores, terminó enterrado en la Colina Vaticana. ¿Cómo ocurrió esto?<br />

Durante más <strong>de</strong> diecinueve siglos, peregrinos <strong>de</strong> todo el m<strong>un</strong>do se han dado cita para venerar<br />

los restos mortales <strong>de</strong> ese personaje. ¿Por qué?<br />

El catolicismo no se f<strong>un</strong>da en <strong>un</strong> mito piadoso, en <strong>un</strong>a historia que se nos escapa entre las<br />

manos cuanto más nos esforzamos por asirla. Ahí, en las excavaciones, tocamos los<br />

f<strong>un</strong>damentos apostólicos <strong>de</strong> la Iglesia Católica. Unos f<strong>un</strong>damentos que no están en nuestra<br />

mente, sino que existen como realidad tangible. Vivencias reales <strong>de</strong> gente real que tomó<br />

<strong>de</strong>cisiones reales <strong>de</strong> vida y muerte, y puso en juego su vida; no historias o cuentos, sino hechos<br />

conocidos como verda<strong>de</strong>ros. Bajo el nivel <strong>de</strong> tradiciones petrificadas e historias piadosas, hay<br />

algo verda<strong>de</strong>ramente real, que se pue<strong>de</strong> incluso tocar, y que constituye el fondo más prof<strong>un</strong>do<br />

<strong>de</strong> la fe católica. Todo eso nos fuerza a afrontar alg<strong>un</strong>as <strong>de</strong>cisiones.<br />

Me has pedido que te ayu<strong>de</strong> a enten<strong>de</strong>r alg<strong>un</strong>as <strong>de</strong> las verda<strong>de</strong>s teóricas y prácticas <strong>de</strong> la fe<br />

católica. Pues bien, <strong>un</strong>a <strong>de</strong> las más importantes, a La que pue<strong>de</strong>s prestar atención, es la<br />

siguiente: la verdad <strong>de</strong> fe es algo que nos supera por completo, no algo que <strong>de</strong>scubrimos –y<br />

mucho menos, que inventamos– por nuestra propia cuenta. El apóstol Pedro, que fue guiado<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> Galilea hasta Roma, no emprendió ese viaje por algo que había <strong>de</strong>scubierto y quería<br />

examinar para satisfacer su curiosidad. Pedro abandonó la seguridad <strong>de</strong> su mo<strong>de</strong>sto oficio <strong>de</strong><br />

pescador galileo para marchar al peligroso centro <strong>de</strong>l Imperio romano, que terminaría siendo<br />

letal para él. Y eso porque se había apo<strong>de</strong>rado <strong>de</strong> él la verdad que había <strong>de</strong>scubierto en la<br />

persona <strong>de</strong> Jesús.<br />

Saberse apo<strong>de</strong>rado por la verdad tiene su coste. «Dad gratis lo que gratis habéis recibido». Eso<br />

es lo que Jesús manda a sus nuevos discípulos, incluido Pedro (Mt 10,8). En su caso, la llamada<br />

a <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rse <strong>de</strong> la verdad que había tomado posesión <strong>de</strong> él transformando su existencia<br />

acabó costándole su propia vida. También esto es <strong>un</strong>a verdad sobre la que habrá que<br />

reflexionar: La fe en Jesucristo no es que cueste algo, sino que cuesta todo. Nos pi<strong>de</strong> todo, no<br />

sólo <strong>un</strong>a parte <strong>de</strong> nosotros mismos.


Una <strong>de</strong> las escenas más conmovedoras <strong>de</strong> la tradición evangélica es la narración que se hace<br />

en el Evangelio según Juan sobre el encuentro <strong>de</strong> Pedro con Jesús resucitado, a orillas <strong>de</strong>l Mar<br />

<strong>de</strong> Galilea al que me he referido anteriormente. En ese episodio, Jesús resucitado preg<strong>un</strong>ta a<br />

Pedro, que está acompañado <strong>de</strong> otros apóstoles: «Simón, hijo <strong>de</strong> Juan, ¿me amas más que<br />

estos?». Pedro, quizá <strong>de</strong>sconcertado, replica: «Señor, tú sabes que te quiero». Pero Jesús<br />

repite su preg<strong>un</strong>ta: «¿Me amas?». Y Pedro contesta otra vez: «Sí, Señor, tú sabes que te<br />

quiero». Pero el Resucitado, claramente insatisfecho, preg<strong>un</strong>ta por tercera vez: «Simón, hijo<br />

<strong>de</strong> Juan, ¿me quieres?». Entonces Pedro «se puso triste –dice el Evangelio–, porque Jesús le<br />

había preg<strong>un</strong>tado tres veces», hasta que por fin respon<strong>de</strong>: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes<br />

que te quiero» (Jn 21,15-17). Generaciones <strong>de</strong> predicadores han presentado este episodio<br />

como si Jesús resucitado estuviera probando a Pedro, y comparan esas tres preg<strong>un</strong>tas con las<br />

tres negaciones <strong>de</strong>l apóstol antes <strong>de</strong> la crucifixión <strong>de</strong> Jesús. Pero yo creo que aquí hay algo más<br />

prof<strong>un</strong>do, algo que se mueve entre lo íntimo y lo ominoso.<br />

A Pedro, que ha recibido su nuevo nombre porque será la roca sobre la que se asiente la<br />

Iglesia, Jesús le dice con suavidad, pero con firmeza, que la <strong>de</strong>mostración <strong>de</strong> su amor no va a<br />

ser fácil. No va a ser <strong>un</strong>a cuestión <strong>de</strong> «perfección» personal. Su amor tendrá que ser <strong>un</strong><br />

vaciamiento <strong>de</strong> sí mismo; y ahí es don<strong>de</strong> encontrará su plenitud a<strong>un</strong>que no en los términos en<br />

los que el m<strong>un</strong>do entien<strong>de</strong> esa «plenitud». Ren<strong>un</strong>ciando a toda clase <strong>de</strong> autonomía personal, y<br />

comprometiéndose a apacentar los cor<strong>de</strong>ros y las ovejas <strong>de</strong>l rebaño <strong>de</strong>l Señor, Pedro<br />

encontrará su auténtica libertad. Dándose a sí mismo encontrará su propio yo. «Gratis habéis<br />

recibido; dad gratis también vosotros», para que el don siga vivo en vosotros. Eso es lo que<br />

Jesús resucitado dice a Pedro a orillas <strong>de</strong>l Mar <strong>de</strong> Galilea.<br />

Como ya hemos visto, Pedro, a lo largo <strong>de</strong> todo el Evangelio, no hace más que estropear las<br />

cosas; y eso podría predisponemos a pensar si esas historias sucedieron realmente. Es poco<br />

probable que los sucesores <strong>de</strong> <strong>un</strong> gran personaje inventen y atribuyan a su jefe ciertos<br />

<strong>de</strong>fectos, alg<strong>un</strong>os fallos e incluso <strong>de</strong>terminadas traiciones. En <strong>un</strong> m<strong>un</strong>do prof<strong>un</strong>damente<br />

escéptico en relación con lo milagroso, quizá lo más difícil <strong>de</strong> aceptar sea la historia <strong>de</strong> Pedro<br />

caminando sobre el agua. Pero prescindamos <strong>un</strong> momento <strong>de</strong> nuestro escepticismo, y<br />

consi<strong>de</strong>remos la enseñanza que encierra esa narración, tanto en lo tocante a Pedro como en lo<br />

que nos toca a nosotros mismos.<br />

La narración es básicamente conocida. Los discípulos navegan solos por el Mar <strong>de</strong> Galilea en<br />

medio <strong>de</strong> <strong>un</strong>a po<strong>de</strong>rosa tempestad, cuando <strong>de</strong> repente observan que <strong>un</strong>a figura, que ellos<br />

creen que es <strong>un</strong> fantasma, se dirige hacia ellos caminando sobre las olas embravecidas. Jesús<br />

les grita: «¡Ánimo! No tengáis miedo; que soy yo». Entonces, Pedro, cuyo bronco escepticismo<br />

cobra aquí tintes <strong>de</strong> mo<strong>de</strong>rnidad, respon<strong>de</strong>: «Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando<br />

sobre las olas». Jesús contesta: «¡Ven!». Entonces Pedro salta <strong>de</strong> la barca y empieza a caminar<br />

sobre las olas hacia Jesús, hasta que mira a su alre<strong>de</strong>dor y se da cuenta <strong>de</strong> que está en medio<br />

<strong>de</strong>l oleaje balanceándose por la fuerza <strong>de</strong>l viento y que empieza a h<strong>un</strong>dirse. Entonces grita a<br />

Jesús que le eche <strong>un</strong>a mano y lo salve. Y Jesús lo agarra fuerte <strong>de</strong> la mano y lo lleva con toda<br />

seguridad hasta la barca, mientras la tempestad va cediendo rápidamente (Mt 14,25-32).<br />

¿Sucedió exactamente así? No sé; pero me inclino a pensar que algo extraordinario <strong>de</strong>bió <strong>de</strong><br />

ocurrir aquella noche en el Lago <strong>de</strong> Galilea. No obstante, entendamos o no <strong>de</strong> meteorología e


hidrología, la lección <strong>de</strong> esa historia, la verdad que trata <strong>de</strong> transmitir, queda intacta y nos<br />

ayuda a perfilar nuestra imagen <strong>de</strong> Pedro y nuestra concepción <strong>de</strong> la fe como <strong>un</strong> don<br />

absolutamente radical. Mientras Pedro se mantiene mirando fijamente a Jesús, es capaz <strong>de</strong><br />

hacer lo que le parece imposible, «caminar sobre las aguas». Pero cuando mira a su alre<strong>de</strong>dor<br />

en busca <strong>de</strong> seguridad, es <strong>de</strong>cir, cuando empieza a mirar a otra parte, se h<strong>un</strong><strong>de</strong>. Eso mismo<br />

nos ocurre a nosotros. Mientras mantenemos la mirada fija en Jesús, también nosotros<br />

po<strong>de</strong>mos realizar lo que nos parece imposible; po<strong>de</strong>mos aceptar el don <strong>de</strong> la fe con humildad y<br />

gratitud, po<strong>de</strong>mos vivir nuestra vida como <strong>un</strong> don para los <strong>de</strong>más, igual que lo es para<br />

nosotros, y po<strong>de</strong>mos <strong>de</strong>scubrir lo más prof<strong>un</strong>do <strong>de</strong> nuestra propia realidad vaciándonos <strong>de</strong><br />

nosotros mismos.<br />

En la mentalidad católica, «andar sobre las aguas» es <strong>un</strong>a acción plenamente sensata.<br />

Quedarse en la barca, <strong>de</strong>pendiendo <strong>de</strong> nuestro ridículo sistema <strong>de</strong> segurida<strong>de</strong>s, es <strong>un</strong>a<br />

auténtica locura.<br />

Hay otras muchas historias sobre Pedro que podríamos recordar aquí. Y ya que estamos en<br />

Roma, <strong>un</strong>a <strong>de</strong> ellas podría ser la famosa leyenda <strong>de</strong>l Quo vadis sobre el fallido intento <strong>de</strong> Pedro<br />

<strong>de</strong> huir <strong>de</strong> la persecución <strong>de</strong>l cristianismo emprendida por el emperador Nerón. Según la<br />

leyenda, al <strong>de</strong>satarse la persecución, Pedro <strong>de</strong>cidió huir <strong>de</strong> Roma, quizá por miedo o tal vez<br />

porque pensara que «la Roca» <strong>de</strong>bería estar en <strong>un</strong> lugar seguro que los <strong>de</strong>más pudieran<br />

encontrar y establecerse en él. De camino por la Via Appia, Pedro encuentra a Jesús, que se<br />

dirige a la ciudad para afrontar allí la persecución. Pedro le preg<strong>un</strong>ta: «¿Quo vadis, Domine?»<br />

(Señor, ¿adón<strong>de</strong> vas?). Y Jesús le contesta: «Voy a Roma, a que me crucifiquen otra vez». Y<br />

<strong>de</strong>saparece. Entonces Pedro cae en la cuenta, y regresa a Roma para afrontar el martirio.<br />

Hoy día se pue<strong>de</strong> visitar ese lugar en la Via Appia Antica, don<strong>de</strong> se dice que ocurrió el episodio.<br />

(La iglesia merece <strong>un</strong>a visita; pero el cercano restaurante Quo Vadis es <strong>un</strong>a trampa para<br />

turistas.)<br />

La leyenda <strong>de</strong>l Quo vadis es interesante no sólo por su vigor narrativo, sino también por la<br />

misma razón por la que la Iglesia, al <strong>de</strong>cidir los escritos que habría que incluir en el canon <strong>de</strong>l<br />

Nuevo Testamento, incluyó cuatro evangelios, en los que se <strong>de</strong>scriben, a veces con todo<br />

<strong>de</strong>talle, los fallos <strong>de</strong> Pedro. Esas historias podrían haberse publicado <strong>de</strong> manera discreta, al<br />

margen <strong>de</strong> la historia; pero no fue así. Y eso ya nos revela alg<strong>un</strong>as cosas.<br />

Lo que nos revela esa leyenda es que <strong>de</strong>bilidad y fracaso han formado parte <strong>de</strong> la vida <strong>de</strong> la<br />

iglesia Católica <strong>de</strong>s<strong>de</strong> sus comienzos. También forman parte <strong>de</strong> la soli<strong>de</strong>z <strong>de</strong>l catolicismo, que<br />

incluye las <strong>de</strong>bilida<strong>de</strong>s y fracasos, la estulticia y la cobardía <strong>de</strong> los responsables oficiales <strong>de</strong> la<br />

Iglesia. Flannery O’Connor en<strong>un</strong>ciaba <strong>un</strong>a gran verdad cuando en 1955 escribía: «Al parecer,<br />

hay que sufrir no sólo por la Iglesia, sino también por los efectos <strong>de</strong> su actuación». Unos cinco<br />

años más tar<strong>de</strong>, los <strong>católico</strong>s <strong>de</strong> Estados Unidos tuvieron que recordar con toda dureza esa<br />

lección, a raíz <strong>de</strong> los escándalos sexuales protagonizados por clérigos, y a causa <strong>de</strong> la crisis<br />

provocada por la <strong>de</strong>sastrosa actuación <strong>de</strong> alg<strong>un</strong>os obispos, sucesores <strong>de</strong> los apóstoles. No se<br />

ha <strong>de</strong>tectado <strong>un</strong> abandono masivo <strong>de</strong> la Iglesia a causa <strong>de</strong> esa crisis; pero habrá que afrontar el<br />

hecho <strong>de</strong> que los fieles, incluso los lí<strong>de</strong>res carismáticos, son «vasos <strong>de</strong> barro» a<strong>un</strong> cuando<br />

transmiten el tesoro <strong>de</strong> la fe a lo largo <strong>de</strong> la historia, como dice Pablo en 2 Cor 4,7.


Sólo <strong>un</strong> ingenuo podría esperar que fuera <strong>de</strong> otro modo. Igual que Pedro, todos los miembros<br />

<strong>de</strong> la Iglesia, incluidos los responsables oficiales, <strong>de</strong>berán purificarse continuamente. Pero,<br />

¿cómo? A ejemplo <strong>de</strong> Pedro, por medio <strong>de</strong> <strong>un</strong>a radical y exhaustiva ren<strong>un</strong>cia a sí mismos.<br />

Flannery O’Connor escribió <strong>un</strong>a vez: «La pres<strong>un</strong>ción es el mayor pecado <strong>católico</strong>». Y<br />

recordando a Pedro, se podría casi <strong>de</strong>cir: «como sucedió en los comienzos...».<br />

Pero también aquí, las excavaciones vaticanas nos pue<strong>de</strong>n servir para prof<strong>un</strong>dizar en la verdad<br />

católica. A<strong>un</strong>que la primitiva Iglesia insistía en incluir en la presentación <strong>de</strong> sus primeros años,<br />

e incluso décadas, las propias <strong>de</strong>bilida<strong>de</strong>s y fallos, la línea histórica <strong>de</strong>l Nuevo Testamento –<br />

Evangelios y Hechos <strong>de</strong> los Apóstoles– no es, en <strong>de</strong>finitiva, <strong>un</strong>a historia <strong>de</strong> <strong>de</strong>bilidad, sino <strong>de</strong><br />

<strong>un</strong> amor purificado que pue<strong>de</strong> transformar el m<strong>un</strong>do. Por supuesto, esa transformación tiene<br />

su precio. Imaginemos a Pedro, a p<strong>un</strong>to <strong>de</strong> morir, mirando hacia ese obelisco que todavía hoy<br />

contemplamos, y enten<strong>de</strong>remos que nada <strong>de</strong> eso es fácil. Pensemos luego en esos peregrinos<br />

que, igual que Pedro, están poseídos por la verdad <strong>de</strong> Cristo y que durante tantos siglos han<br />

venido a colocarse frente a los restos mortales <strong>de</strong>l apóstol. ¿Nostalgia piadosa? ¿Pura<br />

curiosidad? No lo creo. Con sus palabras o su silencio, lo que esos millones <strong>de</strong> seres expresan<br />

con su oración tanto en las excavaciones cómo en la magnificencia barroca <strong>de</strong> la basílica es que<br />

la <strong>de</strong>bilidad y el fracaso no son la última palabra. Nuestro <strong>de</strong>stino no es caer en el vacío o en el<br />

olvido. La auténtica última palabra es el amor. Y el amor es la realidad más viva <strong>de</strong> todas,<br />

porque el amor viene <strong>de</strong> Dios.<br />

Reconocer esa realidad y poner en juego la propia vida para conseguirla es estar poseídos por<br />

la verdad <strong>de</strong> Dios en Cristo; y no al margen, sino en el corazón <strong>de</strong> la sólida realidad <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do.


3- MONASTERIO DE SANTA CATALINA, MONTE SINAÍ, EL SANTO<br />

SEPIJLCRO, JERUSALÉN: EL ROSTRO DE CRISTO<br />

Como ya pudiste observar en Milledgeville, Georgia, el «m<strong>un</strong>do <strong>católico</strong>» no se limita a los<br />

territorios <strong>de</strong> pertenencia católica, o en los que actúa La Iglesia Católica. En esta tercera carta<br />

<strong>de</strong>searía llevarte a dos lugares diferentes, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l «m<strong>un</strong>do <strong>católico</strong>»: el primero es <strong>un</strong><br />

monasterio greco-ortodoxo, y el seg<strong>un</strong>do, <strong>un</strong>a iglesia dividida entre <strong>un</strong> conj<strong>un</strong>to <strong>de</strong><br />

com<strong>un</strong>ida<strong>de</strong>s cristianas que durante siglos se han disputado el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> propiedad. Como ya<br />

he indicado antes, catolicismo y soli<strong>de</strong>z son términos afines. Nos centramos ahora en dos<br />

lugares <strong>de</strong> sólida raigambre, situados en el límite entre lo divino y lo humano; <strong>un</strong>os lugares<br />

don<strong>de</strong> han ocurrido cosas <strong>de</strong> consecuencias <strong>de</strong>cisivas.<br />

No se sabe con certeza dón<strong>de</strong> está situado exactamente el Monte Sinaí, el monte en el que<br />

Dios se encontró con Moisés, según la Biblia hebrea. Una tradición <strong>de</strong> peregrinos que se<br />

remonta hasta el año 400 d.C. i<strong>de</strong>ntifica el «Monte Sinaí» von Jebel Müsa, <strong>un</strong>a montaña con<br />

dos cumbres, <strong>de</strong> <strong>un</strong>os 2.000 m. <strong>de</strong> altura, situada en la región sur <strong>de</strong> la península <strong>de</strong>l Sinaí. El<br />

paisaje parece <strong>de</strong> lo más apropiado para la narración. Jebel Müsa es <strong>un</strong>a montaña muy pindia<br />

y escabrosa, que se alza entre dos picos cercanos, y con <strong>un</strong>a gran explanada en la base <strong>de</strong> la<br />

cordillera. Sobre la localización exacta <strong>de</strong> los escenarios bíblicos se han escrito infinitas tesis<br />

doctorales; hoy día, la opinión más fiable acepta que los primeros peregrinos cristianos tenían<br />

razón: el Jebel Müsa (montaña <strong>de</strong> Moisés) es el lugar don<strong>de</strong> Dios se encontró con Moisés en la<br />

zarza ardiente, don<strong>de</strong> se proclamaron los Diez Mandamientos, y don<strong>de</strong> se selló la Alianza entre<br />

Dos y el pueblo <strong>de</strong> Israel.<br />

Después <strong>de</strong> doce siglos <strong>de</strong> dominación islámica, se olvida fácilmente que el <strong>de</strong>sierto <strong>de</strong> Egipto<br />

fue la cuña <strong>de</strong>l monacato a principios <strong>de</strong> la historia cristiana, empezando con San Antonio a<br />

mediados <strong>de</strong>l siglo III. Los monjes llevaban <strong>un</strong>a vida extremadamente rigurosa, igual que los<br />

«anacoretas» o los «ermitaños», que vivían en total aislamiento. Cuando se corrió la voz, por<br />

medio <strong>de</strong> los peregrinos, <strong>de</strong> que el Jebel Müsa era el lugar don<strong>de</strong> se habían <strong>de</strong>sarrollado los<br />

dramáticos acontecimientos que se cuentan en el libro <strong>de</strong>l Éxodo, los ermitaños empezaron a<br />

instalarse en la umbría cara norte <strong>de</strong> la montana, el lugar tradicional <strong>de</strong> La zarza ardiente,<br />

don<strong>de</strong> Moisés se encontró por primera vez con el Dios <strong>de</strong> Abrahán, Isaac y Jacob. En el año 527<br />

Justiniano, emperador <strong>de</strong> Bizancio, mandó construir <strong>un</strong> monasterio en esa misma región.<br />

Posteriormente fue necesario elevar sustancialmente los muros para proteger a los monjes <strong>de</strong><br />

las peligrosas incursiones <strong>de</strong> ladrones. En época ya muy posterior se logró establecer <strong>un</strong><br />

«modus vivendi» con los invasores musulmanes, permitiéndoles construir <strong>un</strong>a pequeña<br />

mezquita en el interior <strong>de</strong>l recinto. Los beduinos, que durante siglos han ofrecido seguridad al<br />

monasterio, podrían <strong>de</strong>cir cómo llegaron a venerar a Moisés, al que consi<strong>de</strong>ran como profeta.<br />

Justiniano <strong>de</strong>dicó a María la iglesia <strong>de</strong>l monasterio y, al mismo tiempo, en conmemoración <strong>de</strong><br />

la Transfiguración <strong>de</strong> Cristo. Ya en el siglo VIII, cuando por razones <strong>de</strong> seguridad se trasladaron


a Jebel Müsa las reliquias <strong>de</strong> Santa Catalina <strong>de</strong> Alejandría, todo el complejo se <strong>de</strong>dicó a su<br />

memoria. Hoy día, el monasterio <strong>de</strong> Santa Catalina es <strong>un</strong>a iglesia ortodoxa autónoma, cuyo<br />

abad (hegoúmenos, en terminología ortodoxa) es consagrado per el Patriarca greco-ortodoxo<br />

<strong>de</strong> Jerusalén con <strong>un</strong> título tan impresionante como «Arzobispo <strong>de</strong> Sinaí, Pharán y Raitho». A<br />

pesar <strong>de</strong>l aislamiento y austeridad <strong>de</strong> Los alre<strong>de</strong>dores, Santa Catalina es <strong>un</strong>a floreciente<br />

com<strong>un</strong>idad cristiana con sus dos docenas <strong>de</strong> monjes encargados <strong>de</strong> aten<strong>de</strong>r a las necesida<strong>de</strong>s<br />

pastorales <strong>de</strong> <strong>un</strong>os nueve mil cristianos <strong>de</strong> la región, la mayoría <strong>de</strong> ellos <strong>de</strong>dicados a la pesca<br />

en el Mar Rojo.<br />

Esos mismos monjes cuidan <strong>de</strong> alg<strong>un</strong>os <strong>de</strong> los tesoros más importantes <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do cristiano: el<br />

Códice Sinaítico, <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los manuscritos más antiguos <strong>de</strong> la Biblia Griega que se conservan a<br />

día <strong>de</strong> hoy, <strong>de</strong>scubierto en la biblioteca <strong>de</strong>l monasterio por el biblista alemán Constantin<br />

Tischendorf en 1844; el Co<strong>de</strong>x Syriacus, <strong>un</strong>a traducción <strong>de</strong> los Evangelios al siríaco, realizada<br />

en el siglo IV; <strong>un</strong>os tres mil manuscritos en árabe, georgiano, eslavo, siríaco y griego, y <strong>un</strong>a<br />

incomparable colección <strong>de</strong> iconos.<br />

Uno <strong>de</strong> esos iconos es el motivo <strong>de</strong> nuestra visita a ese lugar, don<strong>de</strong> se palpa el paso <strong>de</strong>l<br />

tiempo. Es el marco perfecto para apreciar la riqueza encerrada en el icono más famoso <strong>de</strong><br />

Santa Catalina el «Christós Pantokrator», «Cristo, Soberano absoluto», «Cristo, Rey <strong>un</strong>iversal».<br />

Es el momento <strong>de</strong> hablar sobre los iconos y sobre la controversia que se produjo en el primer<br />

milenio, conocida como «iconoclastia». Pero antes habrá que hablar <strong>de</strong> los iconos.<br />

Un icono no preten<strong>de</strong> ser <strong>un</strong>a obra <strong>de</strong> arte <strong>de</strong>scriptivo, como se suele hablar <strong>de</strong> <strong>un</strong> cuadro, por<br />

ejemplo, <strong>de</strong> Rembrandt. El icono lo «escribe» (no, lo «pinta») <strong>un</strong> iconógrafo, para el que su<br />

obra es <strong>un</strong>a vocación (no <strong>un</strong> mero trabajo) y <strong>un</strong>a forma <strong>de</strong> oración. Un iconógrafo «escribe»<br />

iconos, porque se consi<strong>de</strong>ra llamado por Dios para realizar esa obra, y escribe <strong>de</strong>terminados<br />

iconos como fruto <strong>de</strong> su meditación y oración sobre algún misterio <strong>de</strong> la fe. EI producto, el<br />

icono, preten<strong>de</strong> ser <strong>un</strong>a nueva frontera entre lo divino y lo humano, <strong>un</strong>a ventana al misterio<br />

que transmite pictóricamente.<br />

En terminología teológica occi<strong>de</strong>ntal, y pidiendo perdón a los sabios por el anacronismo, el<br />

icono es <strong>un</strong> símbolo que hace presente su contenido. Una pintura convencional <strong>de</strong> Occi<strong>de</strong>nte,<br />

como el retrato <strong>de</strong> Santo Tomás Moro, <strong>de</strong> Holbein, dice simplemente: «Así era este<br />

personaje». Holbein no pretendió hacer presente a Santo Tomás Moro, en el sentido <strong>de</strong> que<br />

los que contemplen el cuadro puedan «encontrarse» con el antiguo Lord Canciller y «hombre<br />

para todas las estaciones». El anónimo genio iconográfico que escribió el «Christós<br />

Pantokrator» pretendía precisamente eso: que en el Christós Pantokrator, nosotros<br />

encontráramos a Jesucristo, el Señor.<br />

¿Cómo pue<strong>de</strong> ser eso? Volviendo a Moisés y a los Diez Mandamientos, ¿qué pasó con la<br />

con<strong>de</strong>na bíblica <strong>de</strong> la idolatría, con su prohibición absoluta <strong>de</strong> cualquier representación <strong>de</strong><br />

Dios, sea pictórica o artística? ¿Cómo es que <strong>un</strong> icono no es <strong>un</strong> ídolo?<br />

Cuando el movimiento cristiano <strong>de</strong>splazó masivamente a los dioses <strong>de</strong> la antigüedad griega y<br />

romana, todo el in<strong>un</strong>do, cristiano o no, pudo muy bien haber imaginado que eso significaba la<br />

muerte <strong>de</strong>l arte religioso. El cristianismo, en masas aceptó la Biblia hebrea como revelación <strong>de</strong>


Dios; y eso quería <strong>de</strong>cir: «No te harás ning<strong>un</strong>a imagen o escultura» (Éx 20,4). Cuando el<br />

cristianismo se encontró con el pensamiento platónico que dominaba en el m<strong>un</strong>do<br />

mediterráneo, alg<strong>un</strong>os filósofos cristianos empezaron a enseñar que la «imagen <strong>de</strong> Dios» en<br />

nosotros, y especialmente en Cristo, se sitúa en el «alma racional». Y qué duda cabe que nadie<br />

pue<strong>de</strong> pintar, esculpir o representar en <strong>un</strong> mosaico el alma racional. Para esos pensadores,<br />

todo intento <strong>de</strong> representar en nosotros la «imagen <strong>de</strong> Dios» es idolátrico y filosóficamente<br />

absurdo. Si esa mentalidad hubiera prevalecido, habría significado la con<strong>de</strong>na <strong>de</strong>l arte<br />

religioso.<br />

Sin embargo, el tri<strong>un</strong>fo <strong>de</strong>l cristianismo en el m<strong>un</strong>do romano produjo realmente <strong>un</strong>a floración<br />

extraordinaria y sin prece<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> creatividad artística, que continúa hasta el momento<br />

presente. Pues bien, ¿qué ocurrió? Lo más sólido, lo más terrenal <strong>de</strong> las pretensiones<br />

cristianas, es <strong>de</strong>cir, el hecho <strong>de</strong> que el Hijo <strong>de</strong> Dios se hizo carne en Jesús <strong>de</strong> Nazaret, se<br />

convirtió en el tema principal para la iconografía y las representaciones artísticas cristianas. La<br />

Encarnación, en vez <strong>de</strong> negar el arte, se convirtió en la garantía suprema <strong>de</strong>l arte religioso.<br />

Pero eso da que pensar. Y vale la pena hacerlo.<br />

La batalla teológica entre iconoclastas, que <strong>de</strong>struían literalmente los iconos, y <strong>de</strong>fensores <strong>de</strong><br />

la iconografía se prolongó por casi doscientos años. Mucha sangre se <strong>de</strong>rramó cuando los<br />

emperadores bizantinos entraron en la contienda; y lo que hubiera sido la expresión más<br />

imponente <strong>de</strong>l arte religioso en toda la historia quedó <strong>de</strong>struido en el proceso. A<strong>un</strong>que la<br />

controversia se prolongó hasta el año 843, La solución teológica <strong>de</strong>l problema tuvo lugar el año<br />

787 en el Seg<strong>un</strong>do Concilio <strong>de</strong> Nicea. Lo que prevaleció fue <strong>un</strong> argumento <strong>de</strong> soli<strong>de</strong>z, que<br />

giraba en torno a la tangibilidad, por así <strong>de</strong>cir, <strong>de</strong> Cristo, Hijo <strong>de</strong> Dios en la carne.<br />

En el Seg<strong>un</strong>do Concilio <strong>de</strong> Nicea, los <strong>de</strong>fensores <strong>de</strong> las imágenes objetaron a sus adversarios<br />

iconoclastas: «Des<strong>de</strong> luego, estamos <strong>de</strong> acuerdo en que el Hijo es la imagen <strong>de</strong> Dios Padre; eso<br />

es lo que <strong>de</strong>claró el Concilio <strong>de</strong> Nicea, el año 451; y nosotros lo aceptamos. Pero vosotros, los<br />

iconoclastas, no entendéis otro elemento: la imagen <strong>de</strong>l Padre se ha hecho humana en la<br />

encarnación. Cuando María dijo sí al <strong>de</strong>sconcertante mensaje <strong>de</strong>l ángel Gabriel, la imagen <strong>de</strong><br />

Dios se hizo hombre. Jesucristo no era <strong>un</strong> hombre ficticio, <strong>un</strong> Dios disfrazado <strong>de</strong> carne. Y tomar<br />

eso en serio es tornar muy en serio lo físico y lo material. Eso nos lleva a los iconos».<br />

Como dice el historiador <strong>de</strong> la <strong>un</strong>iversidad <strong>de</strong> YaIe, Jaroslaw Pelikan, resumiendo el argumento<br />

que se impuso en ese <strong>de</strong>bate, «<strong>un</strong> icono no es <strong>un</strong> ídolo, sino <strong>un</strong>a imagen <strong>de</strong> la Imagen». Y<br />

aña<strong>de</strong> Pelikan que los <strong>de</strong>fensores <strong>de</strong> los iconos apretaron a fondo su razonamiento, diciendo<br />

que la «fabricación <strong>de</strong> imágenes» empezó con el propio Dios, porque el Hijo es imagen <strong>de</strong>l<br />

Padre, y por medio <strong>de</strong> esa imagen, que es la Seg<strong>un</strong>da Persona <strong>de</strong> la Trinidad, el Logos, la<br />

Palabra, Dios crea el <strong>un</strong>iverso. Todo en el m<strong>un</strong>do forma parte <strong>de</strong> lo que Pelikan llama <strong>un</strong>a<br />

«gran ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> imágenes», cuyo origen está en el interior <strong>de</strong> la vida <strong>de</strong> Dios, en la Santísima<br />

Trinidad.<br />

Pues bien, ¿qué ocurre con la idolatría?<br />

Los <strong>de</strong>fensores <strong>de</strong> los iconos enseñaban que la idolatría es el intento <strong>de</strong> la arrogancia humana<br />

<strong>de</strong> «controlar» lo divino por medio <strong>de</strong> imágenes, <strong>de</strong> cruzar el abismo infinito entre lo humano<br />

y lo divino sólo con el propio esfuerzo. Y continuaban diciendo que lo que sucedió en la


Encarnación fue que alguien había cruzado por nosotros ese abismo. Jesucristo, realmente<br />

divino y realmente humano, es la imagen viva, hecha carne, que completa la gran ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong><br />

imágenes; es el Hijo <strong>de</strong> Dios hecho carne, que incorpora lo divino al m<strong>un</strong>do humano y eleva al<br />

hombre a la vida interior <strong>de</strong>l propio Dios. Ese Dios que <strong>un</strong> día prohibió al pueblo <strong>de</strong> Israel hacer<br />

imágenes <strong>de</strong> Sí mismo, nos ha dado la verda<strong>de</strong>ra imagen, y precisamente en la carne. Cuando<br />

Dios entra en la historia, los acontecimientos <strong>de</strong> la historia <strong>de</strong> salvación, «escritos» para<br />

nosotros iconográficamente, pue<strong>de</strong>n ser auténticas imágenes <strong>de</strong> la Imagen.<br />

Bien.<br />

Debería pedir perdón por este breve <strong>de</strong>svío teológico que consi<strong>de</strong>ro bastante elevado; sólo<br />

<strong>de</strong>seo insistir en que es muy importante para fijar <strong>un</strong> tema que ya he abordado con<br />

anterioridad: Catolicismo es realismo. ¿Por qué fue tan importante la controversia iconoclasta?<br />

Los <strong>de</strong>fensores <strong>de</strong> los iconos tenían razón, y la Iglesia hizo lo correcto al dársela, porque se<br />

trataba nada menos que <strong>de</strong> la pretensión cristiana <strong>de</strong> que po<strong>de</strong>mos tocar la verdad <strong>de</strong> nuestra<br />

salvación. El cristianismo, a<strong>un</strong> en su forma neoplatónica más abstracta, no es simplemente <strong>un</strong>a<br />

cuestión <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as, a<strong>un</strong>que sean verdad. El cristianismo es cuestión <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as hechas carne: Dios<br />

hecho hombre, y hombre divinizado.<br />

Ese es el Cristo que encontramos en el «Christós Pantokrator».<br />

* * *<br />

Por estar muy lejos <strong>de</strong> caminos trillados, el monasterio <strong>de</strong> Santa Catalina y sus iconos pudieron<br />

escapar al saqueo y <strong>de</strong>strucción por los iconoclastas. Descubierto bajo sucesivas capas <strong>de</strong><br />

pintura, el Christós Pantokrator es <strong>un</strong>a imagen <strong>de</strong> Cristo en postura típicamente iconográfica:<br />

mirando <strong>de</strong> frente, con <strong>un</strong>a corona <strong>de</strong> oro y <strong>un</strong> halo en la cabeza, apretando contra el pecho<br />

<strong>un</strong>a Biblia con profusión <strong>de</strong> incrustaciones (el que es la Palabra <strong>de</strong> Dios, la Seg<strong>un</strong>da Persona <strong>de</strong><br />

la Trinidad, sostiene la palabra escrita, la Sagrada Escritura), con la mano <strong>de</strong>recha levantada en<br />

<strong>un</strong> gesto que es, al mismo tiempo, <strong>de</strong> saludo y <strong>de</strong> bendición, con el pulgar y el anular<br />

tocándose (en reconocimiento <strong>de</strong> las dos naturalezas <strong>un</strong>idas en la única persona <strong>de</strong> Cristo),<br />

con los <strong>de</strong>dos índice y medio cruzados (como instrumento <strong>de</strong> salvación). Los colores son<br />

impresionantemente ricos: oro y marfil, lavanda y rojo sangre. Pero lo que más nos atrae en el<br />

icono y nos empuja a <strong>un</strong> encuentro personal con el Señor es el rostro, lleno <strong>de</strong> majestad y <strong>de</strong><br />

calma, impresionantemente masculino.<br />

Un rostro único, porque Cristo es único. Sin embargo, el iconógrafo, al diseñar <strong>un</strong> rostro con<br />

dos expresiones sutilmente distintas, nos introduce en el corazón <strong>de</strong>l misterio mismo <strong>de</strong> Dios,<br />

el Hijo <strong>de</strong> Dios hecho carne. A pesar <strong>de</strong> ser tan humano, se ve –mejor dicho, se siente – que,<br />

a<strong>un</strong>que es <strong>un</strong> rostro verda<strong>de</strong>ramente humano, no es como <strong>un</strong>a cara que hayamos visto con<br />

anterioridad. Des<strong>de</strong> <strong>un</strong>a perspectiva <strong>de</strong> su rostro, está en el tiempo, pero <strong>de</strong>s<strong>de</strong> otra, está más<br />

allá <strong>de</strong>l tiempo. Es como cualquier otra persona humana (es <strong>de</strong>cir <strong>un</strong>a persona con su tiempo,<br />

su espacio y su historia), pero también es trascen<strong>de</strong>nte, eterno. Nos encontramos con él en su<br />

humanidad; pero nos atrae a su divinidad. Como escribe el profesor Pelikan, es la encarnación<br />

<strong>de</strong> tres elementos trascen<strong>de</strong>ntes: «el que fue encarnación no sólo <strong>de</strong> la Verdad, en su<br />

enseñanza, y <strong>de</strong> la Bondad, en su vida, sino también <strong>de</strong> la Belleza, en su figura como “el más<br />

bello <strong>de</strong> los hombres” (Sal 45,2)». En la verdad, bondad y belleza <strong>de</strong> su majestad atisbamos la


gloria <strong>de</strong> nuestro propio <strong>de</strong>stino humano, si creemos en él y en su po<strong>de</strong>r para transformar<br />

nuestras vidas en <strong>un</strong>a participación en su vida divina. Verdad, bondad y belleza coinci<strong>de</strong>n en<br />

Cristo, imagen <strong>de</strong>l Padre <strong>de</strong>s<strong>de</strong> toda la eternidad, e hijo <strong>de</strong> María <strong>de</strong> Nazaret, según la carne.<br />

Ese Christós Pantokrator, que probablemente «se escribió» en Constantinopla en el siglo VI,<br />

encarna iconográficamente <strong>un</strong> tema que fue clave para la doctrina <strong>de</strong>l Concilio Vaticano II en el<br />

siglo XX. En Jesucristo encontramos la verdad <strong>de</strong>l Padre misericordioso, y la verdad sobre<br />

nuestra humanidad. Como dijeron los Padres <strong>de</strong>l Concilio, «Cristo, el nuevo Adán, en la misma<br />

revelación <strong>de</strong>l misterio <strong>de</strong>l Padre y <strong>de</strong> su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio<br />

hombre y le <strong>de</strong>scubre lo sublime <strong>de</strong> su vocación» (Constitución Gaudium et Spes, 22).<br />

«Espiritualidad», como se <strong>de</strong>fine en los centenares <strong>de</strong> libros que sobre ese tema se pue<strong>de</strong>n<br />

encontrar en las librerías, es nuestra búsqueda <strong>de</strong> «lo religioso». En ese sentido, el catolicismo<br />

no es, precisamente, «espiritualidad». Según el gran teólogo suizo <strong>de</strong>l siglo XX, Hans Urs von<br />

Balthasar, el catolicismo es referencia al Dios que va en busca <strong>de</strong> nosotros; y nuestra<br />

«búsqueda» implica apren<strong>de</strong>r, a lo largo <strong>de</strong> nuestra propia vida, a caminar por la historia <strong>de</strong> la<br />

misma manera que lo hace Dios. La Iglesia insiste en que la razón humana nos pue<strong>de</strong> llevar a<br />

Dios, en el sentido <strong>de</strong> que la razón humana es capaz <strong>de</strong> «encontrar» la existencia real <strong>de</strong> Dios a<br />

base <strong>de</strong> argumentos racionales. Pero al Dios <strong>de</strong> Abrahán, <strong>de</strong> Isaac y <strong>de</strong> Jacob, al Dios que es el<br />

Padre <strong>de</strong> Jesucristo, no po<strong>de</strong>mos encontrarlo por la pura razón, como tampoco po<strong>de</strong>mos<br />

<strong>de</strong>scubrir por esa vía los atributos <strong>de</strong> Dios. Eso requeriría <strong>un</strong>a <strong>de</strong>mostración; y esa<br />

<strong>de</strong>mostración <strong>de</strong> la verdad sobre Dios, Padre misericordioso, nos llega a través <strong>de</strong> la<br />

encarnación <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong> Dios, que nos muestra al Padre y su misericordia.<br />

Des<strong>de</strong> tu infancia has oído la parábola <strong>de</strong>l «hijo pródigo» (Lc 15, 11-32), que más exactamente<br />

es la parábola <strong>de</strong>l «padre misericordioso». Es verdad que es el hijo extraviado el que crea el<br />

dramatismo <strong>de</strong> la situación por su <strong>de</strong>spilfarro y su <strong>de</strong>cisión (bien calculada) <strong>de</strong> regresar a casa<br />

como empleado. Pero el centro <strong>de</strong>l drama está ocupado por la figura <strong>de</strong>l padre, que <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

lejos observa el camino y corre al encuentro <strong>de</strong> su hijo antes <strong>de</strong> que este llegue a casa. El padre<br />

<strong>de</strong>scarta toda clase <strong>de</strong> pragmatismo y cálculo racional, porque no pue<strong>de</strong> imaginar a su propio<br />

hijo como mero empleado suyo; por eso, corre a su encuentro, lo abraza y lo lleva a casa como<br />

lo que es, su hijo. El padre misericordioso que aquí nos revela Jesús no está a la espera <strong>de</strong> que<br />

nosotros imaginemos nuestra <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia, ni respon<strong>de</strong> al reconocimiento <strong>de</strong> nuestros fallos<br />

aceptándonos «en su casa» en condiciones menos dignas. No; él va a buscarnos y se apresura<br />

a darnos <strong>un</strong> abrazo que restaure lo que por herencia nos correspon<strong>de</strong> y que hemos dilapidado<br />

por nuestro egoísmo. En su hijo hecho carne, el Padre misericordioso quiere <strong>de</strong>volvernos<br />

nuestra condición <strong>de</strong> hijos. En el lenguaje que podría haber usado el escritor <strong>de</strong>l icono<br />

«Christós Pantokrator», lo que el Padre nos ofrece sin tasa ni medida es la thésosis, <strong>un</strong>a<br />

«divinización», <strong>un</strong>a restauración <strong>de</strong> lo que él quería para nosotros <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio, pero que<br />

nosotros perdimos por nuestra obstinación. Esa es la «buena noticia» <strong>de</strong>l Evangelio. Pero hay<br />

más. Como afirma el Concilio Vaticano II, y nosotros hemos aprendido al acercarnos al<br />

«Christós Pantokrator», Jesús nos revela quiénes somos en realidad y quién es Dios. Y lo que<br />

creemos que somos tiene mucho que ver con el <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong> la historia mo<strong>de</strong>rna. Vamos a<br />

verlo.


En el mes <strong>de</strong> j<strong>un</strong>io <strong>de</strong> 1959, la Comisión Preparatoria <strong>de</strong>l Concilio Vaticano II escribió a todos<br />

los obispos <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do pidiéndoles que ofrecieran temas para su discusión y estudio. Las<br />

respuestas que llegaron <strong>de</strong> todo el m<strong>un</strong>do <strong>católico</strong> llenan varios volúmenes <strong>de</strong> las Acta<br />

oficiales. Curiosamente, alg<strong>un</strong>as <strong>de</strong> las propuestas anticipaban ya los temas f<strong>un</strong>damentales<br />

que habrían <strong>de</strong> dominar los <strong>de</strong>bates durante el Concilio: forma <strong>de</strong>l culto <strong>católico</strong>, relación<br />

entre Sagrada Escritura y tradición, f<strong>un</strong>ción <strong>de</strong> los obispos locales y <strong>de</strong>l «colegio» <strong>de</strong> obispos,<br />

libertad religiosa como <strong>de</strong>recho humano. Pero lo que más llama la atención <strong>de</strong> cualquiera que<br />

hojee los primeros volúmenes <strong>de</strong> las Acta es lo m<strong>un</strong>danas que son muchas <strong>de</strong> las sugerencias.<br />

Seguro que muchos <strong>de</strong> los obispos no esperaban que el Concilio se fuera a embarcar en <strong>un</strong><br />

examen minucioso <strong>de</strong> la auto-comprensión y práctica católica. Convencidos <strong>de</strong> que el Concilio<br />

iba a ser breve, limitándose a ratificar los documentos elaborados por Roma, muchos obispos<br />

estaban interesados en que se abordaran ciertos temas administrativos que les preocupaban<br />

en su actividad diaria; por ejemplo, había quien <strong>de</strong>seaba algún cambio mo<strong>de</strong>sto en el Derecho<br />

Canónico, mientras que otros querían que se les concediera la potestad <strong>de</strong> permitir ciertas<br />

actuaciones, o eximir <strong>de</strong> <strong>de</strong>terminados compromisos, sin tener que llevar el caso a Roma. Al<br />

leer los primeros volúmenes <strong>de</strong> las Acta, se tiene la impresión <strong>de</strong> que muchos obispos se<br />

imaginaban que el Vaticano II iba a ser <strong>un</strong> ejercicio <strong>de</strong> pura administración eclesiástica. La<br />

sugerencia que me pareció más divertida venía <strong>de</strong>l arzobispo <strong>de</strong> Washington, D.C., Patrick J.<br />

O'Boyle. Después <strong>de</strong> enumerar <strong>un</strong>a media docena <strong>de</strong> temas domésticos, el arzobispo O’Boyle<br />

proponía que el Concilio, «a la luz <strong>de</strong> las doctrinas sobre la creación y la re<strong>de</strong>nción», se<br />

pron<strong>un</strong>ciara sobre «la posibilidad <strong>de</strong> que exista vida inteligente en otros planetas». Cuando leí<br />

esa propuesta en <strong>un</strong> archivo <strong>de</strong> Roma, no pu<strong>de</strong> menos <strong>de</strong> echarme a reír estrepitosamente,<br />

tanto que el archivero me preg<strong>un</strong>tó qué me había provocado tal hilaridad. Y es que la<br />

redacción latina es aún más divertida. No se me ocurrió más que esta respuesta: «Bien,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> quince años trabajando en esto, tendría que haber pensado que lo primero que<br />

podría haber <strong>de</strong>seado el arzobispo <strong>de</strong> Washington sería la posibilidad <strong>de</strong> que existiera vida<br />

inteligente en su propia diócesis.<br />

Entre las propuestas <strong>de</strong> las Acta se pue<strong>de</strong> leer la sugerencia <strong>de</strong>l obispo auxiliar <strong>de</strong> Cracovia, <strong>un</strong><br />

polaco <strong>de</strong> cuarenta años, <strong>de</strong> mentalidad más bien filosófica, llamado Karol Wojtyla, casi<br />

<strong>de</strong>sconocido en Roma, que no había enviado propuestas <strong>de</strong> tipo doméstico, sino <strong>un</strong>a especie<br />

<strong>de</strong> ensayo filosófico sobre <strong>un</strong>a sola cuestión: ¿Qué había ocurrido en el m<strong>un</strong>do? ¿Cómo es que<br />

el siglo XX, que había empezado con tantas expectativas para el futuro <strong>de</strong> la humanidad, pudo<br />

producir en <strong>un</strong> exiguo arco <strong>de</strong> cinco décadas dos guerras m<strong>un</strong>diales, tres sistemas totalitarios,<br />

Auschwitz, el Gulag, montañas <strong>de</strong> cadáveres, océanos <strong>de</strong> sangre, las mayores persecuciones en<br />

la historia <strong>de</strong>l cristianismo y <strong>un</strong>a guerra fría que amenazaba el futuro <strong>de</strong>l planeta? ¿Qué había<br />

sucedido?<br />

Lo que había sucedido, según Wojtyla, era que el gran proyecto <strong>de</strong>l humanismo occi<strong>de</strong>ntal se<br />

había salido <strong>de</strong> sus cauces. Una concepción <strong>de</strong> la persona humana extremadamente<br />

<strong>de</strong>fectuosa, <strong>un</strong>ida a la tecnología mo<strong>de</strong>rna, había convertido el siglo XX en <strong>un</strong> auténtico<br />

mata<strong>de</strong>ro. Toda i<strong>de</strong>a tiene sus consecuencias, pero las malas i<strong>de</strong>as tienen consecuencias<br />

letales. En la primera mitad <strong>de</strong>l siglo XX, <strong>un</strong>os cien millones <strong>de</strong> hombres pagaron con su vida<br />

las consecuencias <strong>de</strong> <strong>un</strong>as i<strong>de</strong>as extremadamente tortuosas sobre quiénes somos.


Pues bien, ¿qué había que hacer? La propuesta <strong>de</strong> Wojtyla consistía en que la Iglesia Católica<br />

asumiera <strong>un</strong>a gigantesca misión intelectual, cultural y espiritual <strong>de</strong> rescate. La Iglesia tenía que<br />

ayudar a rescatar el humanismo, el gran proyecto <strong>de</strong> la Mo<strong>de</strong>rnidad, proponiendo <strong>un</strong>a vez<br />

más, con absoluta claridad y convicción, el auténtico significado <strong>de</strong> la humanidad frente a<br />

Cristo. En Cristo encontramos la verdad <strong>de</strong> que el hombre, si se aleja <strong>de</strong> Dios, pier<strong>de</strong> todo<br />

contacto con las exigencias más prof<strong>un</strong>das <strong>de</strong> su humanidad. En Cristo se revela la verdad <strong>de</strong><br />

que la obstinación no es libertad, sino <strong>un</strong>a forma <strong>de</strong> esclavitud. En Cristo encontramos la<br />

verdad <strong>de</strong> que hombres y mujeres que orientan su vida hacia <strong>un</strong> horizonte <strong>de</strong> posibilida<strong>de</strong>s<br />

trascen<strong>de</strong>ntes son los verda<strong>de</strong>ros servidores <strong>de</strong>l progreso humano aquí y ahora. En Cristo<br />

encontramos al Padre cuya misericordia redime nuestra humanidad y colma nuestro<br />

verda<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>stino, que es <strong>un</strong> <strong>de</strong>stino eterno. Un humanismo sin Dios es poco humano y, en<br />

última instancia, <strong>de</strong>cididamente inhumano. Como escribía san Agustín en sus Confesiones:<br />

«Nos has hecho para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que <strong>de</strong>scanse en ti». Sólo Cristo<br />

podrá satisfacer las inquietu<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l corazón hoy en día. Y es que <strong>un</strong> humanismo centrado en<br />

Cristo es el verda<strong>de</strong>ro humanismo, el que ennoblece al ser humano.<br />

Como he ap<strong>un</strong>tado hace <strong>un</strong> momento, la verdad sobre Dios y sobre nosotros mismos que, a lo<br />

largo <strong>de</strong> su historia, proclama la Iglesia Católica exige <strong>un</strong>a <strong>de</strong>mostración. Esa <strong>de</strong>mostración nos<br />

la ofrece la vida <strong>de</strong> Jesús, que culminó en los sucesos <strong>de</strong> su pasión, muerte y resurrección. Por<br />

eso, pasemos ahora al lugar en el que, según la tradición, tuvo lugar el último acto <strong>de</strong>l drama<br />

<strong>de</strong> salvación.<br />

Al entrar en la ciudad vieja <strong>de</strong> Jerusalén por la puerta <strong>de</strong> Jafa, a <strong>un</strong>os treinta metros se tuerce a<br />

la izquierda y se llega a Calle <strong>de</strong> David. Lo suaves peldaños <strong>de</strong> la calle nos llevan, <strong>un</strong>os veinte<br />

metros más a<strong>de</strong>lante, a la Calle <strong>de</strong>l Barrio Cristiano, don<strong>de</strong> hay que torcer otra vez a la<br />

izquierda. Los gran<strong>de</strong>s bloques <strong>de</strong> piedra que forman el pavimento son <strong>de</strong> la época <strong>de</strong> Hero<strong>de</strong>s<br />

el Gran<strong>de</strong>. A la <strong>de</strong>recha, <strong>un</strong>a señal <strong>de</strong> tráfico nos lleva a <strong>un</strong>a calle cubierta. Siguiendo esa calle<br />

hasta el final, <strong>un</strong> nuevo giro a la izquierda nos <strong>de</strong>ja en <strong>un</strong>a especie <strong>de</strong> patio, o plaza, frente a la<br />

iglesia <strong>de</strong>l Santo Sepulcro.<br />

Al principio, <strong>un</strong>o se encuentra <strong>un</strong> tanto <strong>de</strong>sorientado porque, al entrar, no da la impresión <strong>de</strong><br />

que se trate <strong>de</strong> <strong>un</strong>a iglesia aislada, sino mis bien <strong>de</strong> <strong>un</strong>a mezcolanza <strong>de</strong> capillas. Al entrar por la<br />

puerta principal nos encontramos con <strong>un</strong>a piedra empotrada en el suelo, que tradicionalmente<br />

se ha llamado «Piedra <strong>de</strong> la Unción», don<strong>de</strong> el cuerpo <strong>de</strong> Jesús fue <strong>un</strong>gido <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ser<br />

retirado <strong>de</strong> la cruz; la piedra es «propiedad» <strong>de</strong> la Iglesia Apostólica Armenia, <strong>de</strong> la Iglesia<br />

Ortodoxa Griega y <strong>de</strong> la Iglesia Católica. A la <strong>de</strong>recha, subiendo diecinueve escalones muy<br />

empinados, se abre <strong>un</strong>a especie <strong>de</strong> ático con dos capillas mayores, <strong>un</strong>a cuidada por la Iglesia<br />

Católica y otra por la Iglesia Ortodoxa. Es el sitio tradicional <strong>de</strong>l Calvario, que correspon<strong>de</strong> a las<br />

estaciones once y doce <strong>de</strong>l viacrucis: Jesús clavado en la cruz y Jesús crucificado. Entre las dos<br />

capillas se encuentra la estación trece: Stabat Mater, en la que <strong>un</strong> altar <strong>católico</strong> recuerda a<br />

María recibiendo en sus brazos el cadáver <strong>de</strong> su Hijo, en la postura ya famosa <strong>de</strong> la Pietá, <strong>de</strong><br />

Miguel Angel.<br />

A La izquierda <strong>de</strong> la Piedra <strong>de</strong> la Unción se gira alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> <strong>un</strong>a enorme estructura <strong>de</strong> piedra<br />

cuadrada, con vigas <strong>de</strong> refuerzo para contrarrestar los daños causados por el terremoto <strong>de</strong><br />

1927. Es la Edícula. Toda el área circ<strong>un</strong>dante, la «Anástasis» (Resurrección), está ro<strong>de</strong>ada por


<strong>un</strong>a rotonda recientemente restaurada y <strong>de</strong>corada al mo<strong>de</strong>rno estilo Italiano, <strong>un</strong> tanto<br />

<strong>de</strong>lirante. Llegar a <strong>un</strong> acuerdo sobre su restauración, a pesar <strong>de</strong> la siempre presente<br />

posibilidad <strong>de</strong> <strong>de</strong>rrumbe, llevó décadas <strong>de</strong> disputas entre ortodoxos, armenios y <strong>católico</strong>s. En<br />

el interior <strong>de</strong> la Edícula hay dos capillas; la primera es la Capilla <strong>de</strong>l Ángel, así llamada por<br />

referencia al personaje que en la mañana <strong>de</strong>l Domingo <strong>de</strong> Pascua se apareció a las mujeres<br />

sorprendidas por lo ocurrido (Mt 28,2-7; Mc 16,5-7). Una pequeña puerta da acceso a la<br />

seg<strong>un</strong>da capilla, adornada con mármoles y llena <strong>de</strong> can<strong>de</strong>las. El recinto es tan reducido, que<br />

sólo caben tres personas arrodilladas en su interior. Aquí, según la tradición, estuvo el cadáver<br />

<strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>l Viernes Santo hasta el Domingo <strong>de</strong> Pascua. Un atareado monje<br />

ortodoxo, con la mano extendida para recibir <strong>un</strong>a «ofrenda», se afana para que peregrinos y<br />

turistas entren y salgan or<strong>de</strong>nadamente. J<strong>un</strong>to al muro exterior, fuera <strong>de</strong> la Edícula, <strong>un</strong> monje<br />

copto dirige las oraciones y servicios en voz tan alta, que sorpren<strong>de</strong> a los oídos poco<br />

acostumbrados, y a veces con <strong>un</strong>os gritos que son el disfraz <strong>de</strong> <strong>un</strong>a protesta por haber<br />

excluido a los coptos <strong>de</strong> la responsabilidad por la Edícula. Pero el caso es que, si hay que<br />

lamentar la situación, los coptos tienen menos motivos que, por ejemplo, los etíopes<br />

ortodoxos, confinados a <strong>un</strong> escuálido «monasterio» situado en la azotea y con celdas <strong>de</strong> latón<br />

muy basto, que recuerdan la asfixiante oficina <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la que Alec Guinness dirigía la ingeniosa<br />

batalla contra el coronel Saito en la película El Puente sobre el río Kwai. Los domingos, si te<br />

presentas a las 6,30 <strong>de</strong> la mañana para asistir a la misa celebrada por los franciscanos en la<br />

Edícula, podrás ver cómo a las 7,30 en p<strong>un</strong>to se enrolla la alfombra católica», que está frente a<br />

la Edícula, y se <strong>de</strong>senrolla la alfombra «ortodoxa».<br />

De buenas a primeras, resulta difícil no consi<strong>de</strong>rar todo eso como <strong>un</strong> lamentable alboroto. El<br />

ruido, los olores, la paupérrima iluminación, la llamativa cúpula <strong>de</strong> la rotonda, la<br />

competitividad apenas reprimida entre las diferentes com<strong>un</strong>ida<strong>de</strong>s cristianas (cuyas relaciones<br />

obe<strong>de</strong>cen hasta hoy al statu quo impuesto por los turcos otomanos, que es lo único en que<br />

parecen estar <strong>de</strong> acuerdo las diferentes facciones) no sólo causa extrañeza, sino hasta<br />

verda<strong>de</strong>ro escándalo. ¿Es posible que los cristianos se comporten como si estuvieran en guerra<br />

civil por lo que todos coinci<strong>de</strong>n en consi<strong>de</strong>rar como los lugares más importantes <strong>de</strong> la historia<br />

humana?<br />

Pero, a pesar <strong>de</strong> todo... Se nota que, a<strong>un</strong>que es en domingo, la misa que celebran los<br />

franciscanos no es la misa normal <strong>de</strong>l domingo correspondiente, sino la <strong>de</strong>l Día <strong>de</strong> Pascua, lo<br />

cual hace que no puedas menos <strong>de</strong> <strong>un</strong>irte a la antífona latina: Haec dies quam fecit Dominus,<br />

exultemus et laetemur in ea («Este es el día que hizo el Señor, exultemos y alegrémonos en<br />

él»). Y es que te das cuenta, como n<strong>un</strong>ca, <strong>de</strong> que cada domingo es Pascua, día <strong>de</strong> la<br />

Resurrección <strong>de</strong>l Señor. Terminada la misa, observas a los peregrinos en oración personal<br />

<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la duodécima estación <strong>de</strong>l viacrucis y con lágrimas que se les escapan por entre las<br />

manos mientras se cubren el rostro. Luego, se pue<strong>de</strong> besar la Roca <strong>de</strong>l Calvario, la Piedra <strong>de</strong> la<br />

Unción, e incluso el mismo Santo Sepulcro. A continuación, todos parecen transformados, los<br />

coptos con sus gritos, los etíopes con su aislamiento, los griegos ortodoxos con su insolencia,<br />

los franciscanos con su apatía. Si Dios vino a buscarnos en la historia, si el Hijo <strong>de</strong> Dios nos<br />

redimió en su propia carne, ¿tendremos que rechazar la soli<strong>de</strong>z <strong>de</strong> todo eso? Dios no lo hizo<br />

así, es verdad; y su Hijo tampoco. Ahora se entien<strong>de</strong> por qué los griegos ortodoxos han<br />

acertado al llamar ómphalos («ombligo») a <strong>un</strong> p<strong>un</strong>to <strong>de</strong>l pavimento <strong>de</strong> mármol <strong>de</strong> su catedral,<br />

frente a la Edícula. Eso es el centro <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do, el centro <strong>de</strong> la Historia.


Un literato que entendió bien esa realidad fue el gran novelista inglés Evelyn Waugh,<br />

convertido al catolicismo. No es fácil encontrar <strong>un</strong> ejemplar <strong>de</strong> la obra <strong>de</strong> Waugh, Helena, que<br />

la mayoría <strong>de</strong> los críticos literarios consi<strong>de</strong>ran corno <strong>un</strong>a obra menor; pero vale la pena buscar<br />

y leer esa obra. El propio Waugh la consi<strong>de</strong>raba como su obra «más ambiciosa», a<strong>un</strong> bajo su<br />

apariencia <strong>de</strong> experimento técnico. En ella, <strong>un</strong>a <strong>joven</strong>, la emperatriz Helena, madre <strong>de</strong><br />

Constantino (que construyó la primera basílica <strong>de</strong>l Santo Sepulcro en el año 325), habla como<br />

<strong>un</strong> adolescente británico en la edad <strong>de</strong>l pavo. El novelista construye <strong>un</strong> relato ficticio <strong>de</strong> la<br />

confrontación entre mito e historia. Elena estaba convencida <strong>de</strong> que algo había ocurrido, y se<br />

<strong>de</strong>cidió a encontrar lo que Waugh <strong>de</strong>scribe en <strong>un</strong>a carta como «elemento f<strong>un</strong>damental y<br />

físicamente histórico <strong>de</strong> la re<strong>de</strong>nción»: la auténtica Cruz <strong>de</strong> Cristo.<br />

En su novela, engañosamente simple, Waugh trataba <strong>de</strong>l falso humanismo sobre el que el<br />

<strong>joven</strong> obispo Karol Wojtyla escribió en su respuesta a la Comisión Preparatoria <strong>de</strong>l Concilio<br />

Vaticano II. En opinión <strong>de</strong> Waugh, lo que no entendían alg<strong>un</strong>os humanistas admirables,<br />

a<strong>un</strong>que <strong>un</strong> tanto embotados, como Aldous Huxley (Un m<strong>un</strong>do feliz) y George Orwell (1984),<br />

era que el agnosticismo mo<strong>de</strong>rno o el humanismo ateo eran <strong>un</strong>a variante <strong>de</strong>l viejo enemigo<br />

<strong>de</strong>l cristianismo, el «gnosticismo», la herejía que niega la importancia, e incluso la realidad, <strong>de</strong>l<br />

m<strong>un</strong>do material. En el fondo, el gnosticismo es <strong>un</strong>a negación <strong>de</strong> los hechos esenciales <strong>de</strong> la<br />

vida, incluido el sufrimiento y la muerte. La verda<strong>de</strong>ra Cruz que Elena se <strong>de</strong>dicó a buscar, ya en<br />

edad avanzada, esa «maldita ma<strong>de</strong>ra en la que fue clavado Cristo en su agonía», como dice<br />

<strong>un</strong>o <strong>de</strong> los biógrafos <strong>de</strong> Waugh, es el símbolo <strong>de</strong> nuestra condición <strong>de</strong> creaturas y <strong>de</strong> nuestra<br />

condición <strong>de</strong> redimidos. Eso es lo que el peregrino encuentra en la iglesia <strong>de</strong>l Santo Sepulcro.<br />

Sin esa soli<strong>de</strong>z f<strong>un</strong>damental, el cristianismo no es más que <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los innumerables cultos<br />

mistéricos que proliferaron por el antiguo m<strong>un</strong>do mediterráneo. Con esa «maldita ma<strong>de</strong>ra»,<br />

testigo tangible <strong>de</strong>l misterio <strong>de</strong> la Encarnación, se abre la ventana a lo sobrenatural, y el<br />

«m<strong>un</strong>do real» con sus agonías y sus gozos se sitúa en la perspectiva a<strong>de</strong>cuada, la <strong>de</strong>l Reino <strong>de</strong><br />

Dios, que hace su entrada en el m<strong>un</strong>do y en la historia a través <strong>de</strong> la vida, muerte y<br />

resurrección <strong>de</strong> Jesucristo.<br />

Todo eso tenía en mente Evelyn Waugh cuando escribió a Orwell agra<strong>de</strong>ciéndole el envío <strong>de</strong><br />

<strong>un</strong> ejemplar <strong>de</strong> su novela 1984, primera obra tremendista <strong>de</strong> Orwell sobre los horrores <strong>de</strong> <strong>un</strong><br />

futuro totalitario. Waugh felicitó a Orwell por su ingenuidad novelística; pero también le dijo<br />

que «el libro no ha logrado ponerme carne <strong>de</strong> gallina, como presiento que Vd. pretendía».<br />

¿Por qué? Porque «los que aman a <strong>un</strong> Dios crucificado jamás podrán pensar que la tortura es<br />

todopo<strong>de</strong>rosa». Así es, los hombres y mujeres que aman a <strong>un</strong> Dios crucificado son los<br />

verda<strong>de</strong>ros humanistas, porque han recibido la gracia <strong>de</strong> conocer en su propia carne la medida<br />

auténtica <strong>de</strong> <strong>un</strong>a humanidad redimida a costa <strong>de</strong> tanto sufrimiento y <strong>de</strong>stinada a la gloria. Esa<br />

es la razón por la que, el día 26 <strong>de</strong> marzo <strong>de</strong> 2000, lejos <strong>de</strong> las miradas <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do, algo insólito<br />

sucedió en la iglesia <strong>de</strong>l Santo Sepulcro, algo que transmite mejor que <strong>un</strong>a infinidad <strong>de</strong><br />

volúmenes el prof<strong>un</strong>do significado <strong>de</strong> este lugar. Era el último día que el papa Juan Pablo II<br />

pasaba en Jerusalén, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>un</strong>a larga semana <strong>de</strong> peregrinación por Tierra Santa, que<br />

había <strong>de</strong>spertado la atención internacional. Al término <strong>de</strong> <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los últimos actos<br />

protocolarios <strong>de</strong>l día, <strong>un</strong> almuerzo en la resi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong>l representante oficial <strong>de</strong>l Vaticano, el<br />

papa preg<strong>un</strong>tó si se le permitía volver privadamente, como <strong>un</strong> peregrino más, a la iglesia <strong>de</strong>l<br />

Santo Sepulcro, don<strong>de</strong> aquella misma mañana había celebrado <strong>un</strong>a misa televisada. Las<br />

autorida<strong>de</strong>s asintieron, y Juan, Pablo II, a sus casi ochenta años y con dificulta<strong>de</strong>s y dolores al


caminar, subió los diecinueve escalones <strong>de</strong> piedra hasta la duodécima estación <strong>de</strong>l Viacrucis, y<br />

se sumergió en oración. Aquel anciano sacerdote polaco, que había <strong>de</strong>splegado <strong>un</strong>a valentía<br />

inquebrantable frente a las más crueles tiranías mo<strong>de</strong>rnas, había <strong>de</strong>cidido orar en el Calvario,<br />

el lugar don<strong>de</strong> el Hijo <strong>de</strong> Dios había ofrecido al Padre todos los miedos y los afanes <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do,<br />

para liberar a la humanidad <strong>de</strong> sus más prof<strong>un</strong>dos temores. Y así lo hizo, satisfaciendo <strong>un</strong><br />

prof<strong>un</strong>do <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> su acendrado cristianismo y ratificando las propuestas que hacía cuarenta<br />

años había enviado a la Comisión preparatoria <strong>de</strong>l Concilio Vaticano II, concretamente, que la<br />

Iglesia tiene que dar testimonio <strong>de</strong> Cristo, que es el que verda<strong>de</strong>ramente nos revela quiénes<br />

somos en realidad y nos capa cita para ser radicalmente humanos. «Y la Palabra se hizo carne y<br />

acampó entre nosotros; y contemplamos su gloria, la gloria <strong>de</strong>l Hijo único <strong>de</strong>l Padre, lleno <strong>de</strong><br />

amor y <strong>de</strong> verdad» (Jn 1,14). Él es la verda<strong>de</strong>ra medida <strong>de</strong> quiénes somos nosotros. En su<br />

rostro sagrado encontramos la verdad sobre nosotros mismos, lo que realmente somos en la<br />

carne.


4- ABADÍA DE LA DORMICIÓN, JERUSALÉN: MARIA Y LA<br />

CONDICIÓN DE DISCÍPULO<br />

Exactamente en el distrito sur <strong>de</strong> la Ciudad Vieja <strong>de</strong> Jerusalén se alza el Monte Sión, el lugar <strong>de</strong><br />

la fortaleza original <strong>de</strong>l rey David (la llamada «Ciudad <strong>de</strong> David», 2 Sam 5,7). El Monte Sión ha<br />

sido campo <strong>de</strong> batalla durante varios milenios. Alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l año 1.000 a.C., David conquistó<br />

<strong>un</strong>a antigua acrópolis jebusea llamada Sión, la fortificó a su gusto y la <strong>de</strong>claró su ciudad (<strong>de</strong> ahí<br />

la <strong>de</strong>nominación «Ciudad <strong>de</strong> David»). Esa fue su primera medida. Luego, partiendo <strong>de</strong> esa<br />

fortaleza, David se anexionó el resto <strong>de</strong> Jerusalén –que n<strong>un</strong>ca había pertenecido al territorio<br />

<strong>de</strong> ning<strong>un</strong>a otra tribu israelita– y convirtió la ciudad en capital <strong>de</strong> su monarquía <strong>un</strong>ificada. El<br />

año 1100 d.C., los Cruzados edificaron allí <strong>un</strong>a iglesia que <strong>de</strong>dicaron a María pero el año 1219<br />

la iglesia fue <strong>de</strong>struida por el sultán <strong>de</strong> Damasco. Unos tres mil años <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que David<br />

hubiera conquistado la fortaleza jebusea, el Monte Sión se convirtió <strong>de</strong> nuevo en campo <strong>de</strong><br />

batalla durante la Guerra <strong>de</strong> la In<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> Israel en 1948 y la Guerra <strong>de</strong> los Seis Días en<br />

1967. Al pasar por la Puerta <strong>de</strong> Sión, todavía se pue<strong>de</strong>n ver los impactos <strong>de</strong> las balas en la<br />

piedra blanca <strong>de</strong> las murallas <strong>de</strong> la Ciudad Vieja.<br />

El Monte Sión está cargado <strong>de</strong> historia y <strong>de</strong> recuerdos. Aquí está el cenotafio <strong>de</strong> David, y<br />

también el Cenáculo, la sala en la que Jesús celebró su última cena con sus discípulos, y don<strong>de</strong><br />

más tar<strong>de</strong> esos discípulos recibieron el Espíritu Santo el día <strong>de</strong> Pentecostés. Des<strong>de</strong> el Monte<br />

Sión, mirando al Sur, se divisa la piscina <strong>de</strong> Silbé, don<strong>de</strong> Jesús curó milagrosamente a <strong>un</strong> ciego<br />

(Jn 9,7); mirando al Este, al otro lado <strong>de</strong>l valle <strong>de</strong>l Cedrón, se alza el Monumento a Absalón, el<br />

hijo rebel<strong>de</strong> <strong>de</strong> David, y <strong>un</strong> poco más al nor<strong>de</strong>ste se perfila el Monte <strong>de</strong> los Olivos, con los<br />

árboles rugosos y retorcidos <strong>de</strong>l Huerto <strong>de</strong> Getsemaní y <strong>un</strong>a <strong>de</strong> las piezas más emotivas <strong>de</strong> la<br />

arquitectura <strong>de</strong> Jerusalén, la iglesia «Dominus Flevit», <strong>un</strong>a pequeña iglesia en forma <strong>de</strong><br />

lágrima, que nos recuerda que «el Señor se echó a llorar» (Dominus flevit) sobre su querida<br />

Jerusalén poco antes <strong>de</strong> morir (Lc 19,41-44).<br />

Hemos venido al Monte Sión para visitar la Abadía <strong>de</strong> la Dormición, a <strong>un</strong>os cincuenta metros<br />

<strong>de</strong> la muralla sur <strong>de</strong> La Ciudad Vieja. Su llamativa estructura octogonal, su tejado cónico y su<br />

precioso campanario la convierten en <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los hitos imprescindibles <strong>de</strong> la ciudad. Fue<br />

construida por el káiser Guillermo II que, con ocasión <strong>de</strong> su visita a la ciudad el año 1898, había<br />

recibido como obsequio <strong>de</strong>l sultán Abdul Hamid II <strong>un</strong>a parcela <strong>de</strong> tierra en el Monte <strong>de</strong> los<br />

Olivos. El arquitecto <strong>de</strong>l emperador tomó como mo<strong>de</strong>lo la catedral <strong>de</strong> Aquisgrán, don<strong>de</strong> está<br />

enterrado Carlomagno, y que, a su vez, reproduce la iglesia octogonal <strong>de</strong> San Vital, en Ravena.<br />

Sin perjuicio <strong>de</strong> ese toque <strong>de</strong> carácter imperial, la «Dormitio» (como se llama popularmente)<br />

es <strong>un</strong>a construcción magnífica. Lejos <strong>de</strong>l bullicio, a veces chirriante, <strong>de</strong> la Ciudad Vieja, la<br />

Dormición es <strong>un</strong> oasis <strong>de</strong> paz y <strong>de</strong> tranquilidad. Su interior <strong>de</strong> planta circular, coronado por el<br />

tejado <strong>de</strong> forma cónica, respira <strong>un</strong> aire <strong>de</strong> espaciosa apertura y <strong>de</strong> trascen<strong>de</strong>ncia. La atención<br />

se dirige inmediatamente hacia el ábsi<strong>de</strong>, con su magnífico mosaico laminado en oro que


epresenta a la Virgen con el Niño. El zócalo está poblado <strong>de</strong> profetas que an<strong>un</strong>ciaron la venida<br />

<strong>de</strong>l Mesías, concretamente, Isaías y Jeremías, Ezequiel y Daniel, Ageo, Malaquías, Miqueas y<br />

Zacarías.<br />

El pavimento bajo la cúpula es otra joya <strong>de</strong>l arte <strong>de</strong>l mosaico. Una serie <strong>de</strong> círculos<br />

concéntricos representan la difusión <strong>de</strong> la palabra salvífica <strong>de</strong> Dios por todo el m<strong>un</strong>do,<br />

empezando <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el interior mismo <strong>de</strong> la Santísima Trinidad. Por eso, el anillo central contiene<br />

tres círculos entrelazados, cada <strong>un</strong>o con la palabra hagios (santo»), que nos recuerda al Dios<br />

único en tres Personas Divinas. El anillo adyacente representa La traditio (tradición»,<br />

«entrega») <strong>de</strong> la Palabra an<strong>un</strong>ciada al m<strong>un</strong>do, con los nombres <strong>de</strong> los cuatro profetas mayores<br />

(Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel), mientras que <strong>un</strong> tercer anillo contiene los nombres <strong>de</strong> los<br />

doce profetas menores (Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Naún, Habacuc, Sofonías,<br />

Ageo, Zacarías y Malaquías). El cuarto anillo recoge los símbolos <strong>de</strong> los cuatro evangelistas<br />

cristianos: <strong>un</strong> hombre (Mateo), <strong>un</strong> león (Marcos), <strong>un</strong> toro (Lucas) y <strong>un</strong> águila (Juan). A<br />

continuación, el círculo <strong>de</strong> los doce Apóstoles (en el que llama la atención la presencia <strong>de</strong><br />

Pablo, y no <strong>de</strong> Matías, como substituto <strong>de</strong> Judas Iscariote). Contiguo al anillo apostólico, otro<br />

círculo recoge los doce meses <strong>de</strong>l año y los doce signos <strong>de</strong>l Zodíaco, con los que, en ocasiones,<br />

los artistas cristianos solían representar la totalidad <strong>de</strong>l <strong>un</strong>iverso. Completa el mosaico <strong>un</strong><br />

último círculo con el texto en latín <strong>de</strong> Prov 8,23-25 y su himno a la Sabiduría divina: «En<br />

tiempo remotísimo fui formada, antes <strong>de</strong> comenzar la tierra. Antes <strong>de</strong> los océanos fui<br />

engendrada, antes <strong>de</strong> los manantiales <strong>de</strong> las aguas. Todavía no estaban encajados los montes;<br />

y antes <strong>de</strong> las montañas fui engendrada».<br />

Sin embargo, por gran<strong>de</strong> que sea la magnificencia <strong>de</strong> la Dormición, no estamos aquí para<br />

admirar la arquitectura o el arte, y ni siquiera para <strong>de</strong>tenernos en el cuerpo central <strong>de</strong> la<br />

iglesia. Preferirnos bajar a la cripta, para pensar en María, madre <strong>de</strong> Jesús y madre <strong>de</strong> la<br />

Iglesia. A través <strong>de</strong> María po<strong>de</strong>mos reflexionar sobre el misterio <strong>de</strong> nuestra vocación, es <strong>de</strong>cir,<br />

<strong>de</strong> «ser llamados», que es lo que constituye el centro <strong>de</strong> la vida católica.<br />

No se sabe dón<strong>de</strong> vivió María <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la resurrección <strong>de</strong> su Hijo, ni dón<strong>de</strong> murió. (Uno <strong>de</strong><br />

los argumentos más enigmáticos a favor <strong>de</strong> la «as<strong>un</strong>ción» corporal <strong>de</strong> María al cielo, <strong>de</strong>finida<br />

el año 1950 como dogma <strong>de</strong> fe católica, es el hecho extraordinario <strong>de</strong> que no haya ningún<br />

lugar en el m<strong>un</strong>do cristiano en el que los fieles hayan pretendido conservar en su territorio los<br />

restos mortales <strong>de</strong> María, lo que sin duda habría convertido ese territorio en <strong>un</strong> privilegiado<br />

lugar <strong>de</strong> peregrinación.) Según <strong>un</strong>a tradición venerable, María murió en Éfeso, don<strong>de</strong> se<br />

supone que vivió el apóstol Juan, que era el que cuidaba <strong>de</strong> ella. Otra tradición la sitúa en el<br />

Monte Sión, don<strong>de</strong> «se habría dormido». De ahí que la <strong>de</strong>nominación oficial <strong>de</strong> esa iglesia sea<br />

la <strong>de</strong> «Dormitio Sanctae Mariae», iglesia <strong>de</strong> la Dormición <strong>de</strong> Santa María. La tradición sobre la<br />

«dormición» <strong>de</strong> María en el Monte Sión se ha materializado en el camarín situado en el centro<br />

<strong>de</strong> la cripta, don<strong>de</strong> sobre <strong>un</strong> cenotafio hay <strong>un</strong>a talla <strong>de</strong> marfil y ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> cerezo, a tamaño<br />

natural, <strong>de</strong> la Virgen «dormida». En el techo, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el interior <strong>de</strong> <strong>un</strong>a pequeña cúpula, <strong>un</strong><br />

coro <strong>de</strong> <strong>de</strong>stacadas mujeres <strong>de</strong>l Antiguo Testamento pintadas en mosaico observan la<br />

situación: Eva, madre <strong>de</strong> la humanidad; Miriam, hermana <strong>de</strong> Moisés y cantora <strong>de</strong> la liberación<br />

<strong>de</strong> Israel; Jael, la kenita, que <strong>de</strong>fendió a Israel <strong>de</strong>l general cananeo Sísara; Judit, la hermosa<br />

viuda que salvó a Jerusalén <strong>de</strong> ser arrasada por el ejército <strong>de</strong> Nabucodonosor; Rut, la fiel


moabita que se convirtió en bisabuela <strong>de</strong>l rey David; y Ester, que salvó a sus compatriotas<br />

judíos exiliados <strong>de</strong> los planes asesinos <strong>de</strong>l visir Amán.<br />

Aquí, en la tranquilidad <strong>de</strong> la cripta <strong>de</strong> la Dormición, es don<strong>de</strong>, a mi juicio, mejor se pue<strong>de</strong><br />

reflexionar sobre el significado <strong>de</strong> María para los fieles <strong>católico</strong>s.<br />

María es, por <strong>un</strong>a parte, <strong>un</strong>a invitación al catolicismo, y por otra, para muchos protestantes, <strong>un</strong><br />

obstáculo para ese catolicismo. Curiosamente, María fue también en cierto momento <strong>un</strong><br />

obstáculo en el viaje espiritual <strong>de</strong> <strong>un</strong> <strong>joven</strong> <strong>católico</strong> polaco llamado Karol Wojtyla, que creció<br />

en <strong>un</strong> país <strong>de</strong> prof<strong>un</strong>da raigambre mariana y más tar<strong>de</strong> se convirtió en el papa Juan Pablo II, el<br />

primer papa que, en su obra Don y Misterio, hizo pública <strong>un</strong>a exposición <strong>de</strong> su esfuerzo por<br />

discernir su vocación cristiana. Como él mismo dice, cuando abandonó su ciudad natal <strong>de</strong><br />

Wadowice para ir a la <strong>un</strong>iversidad «Jagieloniana» <strong>de</strong> Cracovia, se sintió abrumado por la<br />

tradicional <strong>de</strong>voción <strong>de</strong> su patria chica hacia María: «Empecé a cuestionar mi <strong>de</strong>voción a<br />

María, convencido <strong>de</strong> que, si llegaba a ser <strong>de</strong>masiado intensa, podría acabar por comprometer<br />

la supremacía <strong>de</strong>l culto <strong>de</strong>bido a Cristo».<br />

Durante la brutal ocupación nazi <strong>de</strong> Cracovia en la Seg<strong>un</strong>da Guerra M<strong>un</strong>dial, Karol Wojtyla<br />

empezó a leer al teólogo francés San Luis Grignion <strong>de</strong> Montfort (1673-1716). La obra mis<br />

importante <strong>de</strong> Montfort, Verda<strong>de</strong>ra Devoción a María, enseñó a Wojtyla que la auténtica<br />

<strong>de</strong>voción mariana es, en realidad, cristocéntrica, porque «nos dirige necesariamente a Cristo, y<br />

por medio <strong>de</strong> Cristo, que es hijo <strong>de</strong> María e Hijo <strong>de</strong> Dios, nos introduce en el misterio mismo<br />

<strong>de</strong> Dios, en la Santísima Trinidad. El lenguaje <strong>de</strong> Montfort era <strong>un</strong> tanto florido para el gusto<br />

contemporáneo (<strong>de</strong> hecho, Juan Pablo hace <strong>un</strong>a suave referencia al «estilo más bien florido y<br />

hasta barroco» <strong>de</strong>l autor francés), pero en lo esencial era correcto. La figura <strong>de</strong> María, más que<br />

<strong>un</strong> obstáculo para encontrar al Cristo viviente, era y es el camino privilegiado para acce<strong>de</strong>r a<br />

Cristo, el Señor.<br />

El Nuevo Testamento confirma la teoría <strong>de</strong> Montfort. La última palabra que María pron<strong>un</strong>cia<br />

en el Evangelio: «Haced lo que él os diga», dirigida a los sirvientes en la boda <strong>de</strong> Caná (Jn 2,5),<br />

resume la f<strong>un</strong>ción específica <strong>de</strong> María en la historia <strong>de</strong> salvación. María es el único testigo que,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el mismo momento <strong>de</strong> la Encamación, ap<strong>un</strong>ta más allá <strong>de</strong> sí misma, hacia su hijo. Y<br />

porque su hijo en la carne es también Hijo <strong>de</strong> Dios, María nos introduce en el corazón <strong>de</strong>l<br />

misterio <strong>de</strong> la Trinidad. En palabras <strong>de</strong> Montfort, toda «verda<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>voción a María» es<br />

cristocéntrica y trinitaria, es <strong>un</strong>a invitación a <strong>un</strong> encuentro más íntimo con el misterio <strong>de</strong> la<br />

Encarnación y el misterio <strong>de</strong> la Trinidad, <strong>un</strong>a invitación a reflexionar más prof<strong>un</strong>damente sobre<br />

quiénes somos, y sobre quién Dios. Así tiene que ser, para ser fiel a sí misma.<br />

La teología católica contemporánea ha <strong>de</strong>sarrollado esa intuición <strong>de</strong> <strong>un</strong> modo muy elaborado,<br />

que aporta <strong>un</strong>a gran riqueza a la <strong>de</strong>voción a María. Ya hemos hecho referencia al teólogo suizo<br />

Hans Urs von Balthasar, <strong>un</strong>a especie <strong>de</strong> «genio pirotécnico» <strong>de</strong>l mo<strong>de</strong>rno m<strong>un</strong>do <strong>católico</strong>. En<br />

<strong>un</strong>o <strong>de</strong> sus libros, La f<strong>un</strong>ción <strong>de</strong> Pedro y la estructura <strong>de</strong> la Iglesia, <strong>un</strong>a reflexión sobre la<br />

complejidad <strong>de</strong> la realidad eclesial, Balthasar sugiere que la Iglesia, en todas sus etapas, está<br />

configurada a imagen <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s figuras <strong>de</strong>l Nuevo Testamento: la Iglesia que proclama y<br />

evangeliza reproduce la imagen <strong>de</strong> Pablo, apóstol <strong>de</strong> los gentiles; la Iglesia que contempla y<br />

cultiva el misticismo se configura a imagen <strong>de</strong>l apóstol Juan, el discípulo preferido <strong>de</strong> Jesús,<br />

que se reclinó sobre el pecho <strong>de</strong>l Maestro en la Ultima Cena; la Iglesia que ejerce su autoridad


actualiza la imagen <strong>de</strong> Pedro, al que Cristo confió el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> las llaves, es <strong>de</strong>cir, el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong><br />

atar y <strong>de</strong>satar, y al que mandó que «fortaleciera la fe <strong>de</strong> sus hermanos» (Lc 22,3), y la iglesia<br />

que vive como «discípulo», que es la base <strong>de</strong> todo lo <strong>de</strong>más, tiene su imagen en <strong>un</strong>a mujer,<br />

María, la primera <strong>de</strong> todos los discípulos y, por tanto, madre <strong>de</strong> la Iglesia.<br />

Pues bien, ¿cómo es esto, y por qué? Sencillamente, porque en el fiat <strong>de</strong> María: «Hágase en mí<br />

según tu palabra» (Lc 1,38), <strong>de</strong>scubrimos el mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong>l discípulo cristiano. El fiat <strong>de</strong> María<br />

hace posible la encarnación <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong> Dios, cuya acción re<strong>de</strong>ntora y santificadora continúa en<br />

la historia <strong>de</strong> la Iglesia por medio <strong>de</strong> su proclamación, <strong>de</strong> su contemplación y <strong>de</strong> su autoridad.<br />

María es, realmente, el primer discípulo <strong>de</strong>l Hijo que ella concibió, dio a luz y educó. Y como<br />

todo cristiano está insertado en Cristo por el bautismo, María es madre <strong>de</strong> la Iglesia, el Cuerpo<br />

místico <strong>de</strong> Cristo a lo largo <strong>de</strong> la historia. Por el fiat <strong>de</strong> María po<strong>de</strong>mos atisbar <strong>un</strong>a <strong>de</strong> las<br />

lecciones f<strong>un</strong>damentales <strong>de</strong>l discípulo, <strong>un</strong>a lección cuyo aprendizaje lleva toda <strong>un</strong>a vida, la<br />

lección <strong>de</strong> que nuestra vida no <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> nosotros mismos, sino que está en manos <strong>de</strong> Dios.<br />

Aceptar esa realidad es lo que nos hace verda<strong>de</strong>ramente libres, en el sentido más auténtico <strong>de</strong><br />

la libertad humana, y plenamente liberados <strong>de</strong> la radical inquietud que ocupa el corazón <strong>de</strong>l<br />

hombre en cualquier época <strong>de</strong> la historia.<br />

El fiat <strong>de</strong> María, explícitamente articulado en la escena <strong>de</strong> la an<strong>un</strong>ciación: «Hágase en mí según<br />

tu palabra», se completa con su fiat silencioso cuando recibe en sus brazos el cuerpo <strong>de</strong> su hijo<br />

al pie <strong>de</strong> la cruz, <strong>un</strong> hecho que alg<strong>un</strong>os antiguos escritores espirituales consi<strong>de</strong>ran como el<br />

«martirio» <strong>de</strong> María. En ambos casos, María nos enseña a confiar en la sabiduría <strong>de</strong> Dios que<br />

cantas veces va en contra <strong>de</strong> la «evi<strong>de</strong>ncia» sobre nosotros mismos y <strong>de</strong> la «evi<strong>de</strong>ncia» sobre<br />

el m<strong>un</strong>do y su <strong>de</strong>stino. Entrar en el misterio <strong>de</strong> la Bienaventurada Virgen María equivale a dar<br />

nuestros primeros pasos en la disciplina espiritual <strong>de</strong> la confianza.<br />

Esa confianza se extien<strong>de</strong> más allá <strong>de</strong>l tiempo, y entra en la eternidad. En la doctrina católica,<br />

María es el primer discípulo en todos los sentidos. Ese es el significado <strong>de</strong> la «As<strong>un</strong>ción», que<br />

nos enseña que María, a la hora <strong>de</strong> su muerte, <strong>de</strong> su «dormición», fue «elevada» al cielo en<br />

cuerpo y alma. Igual que en los comienzos fue la primera <strong>de</strong> los discípulos, también lo fue en la<br />

anticipación <strong>de</strong> lo que Dios nos <strong>de</strong>parará a todos: la resurrección corporal para entrar en <strong>un</strong>a<br />

vida eterna, en la luz y en el amor <strong>de</strong> La Trinidad. Aquí, en la cripta <strong>de</strong> la Abadía <strong>de</strong> la<br />

Dormición, no podremos menos <strong>de</strong> maravillarnos <strong>de</strong> que, en el <strong>de</strong>curso <strong>de</strong> la historia cristiana,<br />

jamás se haya dicho: «Aquí yace María» (como, por ejemplo, en las excavaciones vaticanas:<br />

«Aquí yace Pedro»). En el <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong> la comprensión católica, llevó casi dos mil años<br />

convertir esa intuición (que María tiene que ser mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong>l discípulo cristiano en todos los<br />

sentidos) en <strong>un</strong>a formulación doctrinal. Eso no sucedió hasta el año 1950. Pero la trayectoria<br />

ya estaba allí <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio.<br />

La <strong>de</strong>mostración <strong>de</strong>l plan <strong>de</strong> Dios sobre todos nosotros se completa, en cierto sentido, con la<br />

«as<strong>un</strong>ción» <strong>de</strong> María. Ese es también nuestro <strong>de</strong>stino, porque también nosotros estamos<br />

configurados a Cristo, hijo <strong>de</strong> María e Hijo <strong>de</strong> Dios. La Iglesia Católica nos enseña que los<br />

santos, en el cielo, gozan ya <strong>de</strong> la plenitud <strong>de</strong> la vida <strong>de</strong> Dios; pero también los santos esperan<br />

que el <strong>de</strong>signio salvífico <strong>de</strong> Dios llegue a su plenitud en la resurrección y transformación <strong>de</strong> sus<br />

cuerpos mortales. Dios nos salva a todos, no sólo a los «espirituales» que viven entre nosotros.<br />

Eso es lo que afirma la Iglesia Católica con la doctrina <strong>de</strong> la As<strong>un</strong>ción <strong>de</strong> María, la primera <strong>de</strong>


los discípulos en todos los sentidos, la primera en experimentar la plenitud <strong>de</strong> lo que espera a<br />

todos los que serán salvados.<br />

Aquí, en la cripta <strong>de</strong> la Dormición, se podría rezar el rosario en común. Durante siglos, el<br />

rosario ha sido <strong>un</strong>a <strong>de</strong> las muestras más populares <strong>de</strong> la <strong>de</strong>voción a María en el seno <strong>de</strong>l<br />

catolicismo. En los años inmediatamente siguientes al Concilio Vaticano II, el rezo <strong>de</strong>l rosario<br />

sufrió <strong>un</strong> consi<strong>de</strong>rable <strong>de</strong>clive en ciertos círculos <strong>católico</strong>s, pero su reciente rehabilitación no<br />

pue<strong>de</strong> menos <strong>de</strong> significar algo muy importante. El rosario es <strong>un</strong>a forma privilegiada <strong>de</strong><br />

oración precisamente porque, a través <strong>de</strong> María, nos conduce a la verdad sobre su Hijo y a la<br />

verdad sobre nosotros mismos, <strong>un</strong>a verdad que en ese rezo se nos revela y se ratifica.<br />

Durante muchos siglos, el rosario ha estado compuesto <strong>de</strong> quince «misterios», cada <strong>un</strong>o con la<br />

recitación <strong>de</strong> <strong>un</strong> padrenuestro, diez avemarías y <strong>un</strong> «gloria Patri», o invocación a la Trinidad.<br />

Los quince misterios se dividían en tres grupos <strong>de</strong> «cinco» misterios cada <strong>un</strong>o: «Misterios<br />

gozosos», sobre acontecimientos anteriores a la vida pública <strong>de</strong> Jesús; «Misterios dolorosos»,<br />

sobre la pasión y muerte <strong>de</strong> Cristo, y «Misterios gloriosos», sobre la resurrección <strong>de</strong> Jesús y sus<br />

efectos en la vida <strong>de</strong> la Iglesia. En el año 2002, el papa Juan Pablo II sorprendió al m<strong>un</strong>do<br />

<strong>católico</strong> al sugerir que la Iglesia <strong>de</strong>bía añadir cinco nuevos misterios a la recitación <strong>de</strong>l rosario:<br />

los «Misterios luminosos», en los que se recordaba la vida pública <strong>de</strong> Cristo: su bautismo, la<br />

boda <strong>de</strong> Caná con su primer milagro, la predicación <strong>de</strong>l Reino, la Transfiguración y la Última<br />

Cena con la institución <strong>de</strong> la Eucaristía.<br />

Cuando oí por primera vez que el Papa «añadía» misterios al rosario, no pu<strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r qué<br />

era lo que pretendía. A primera vista resultaba algo extraño; era como añadir tiempo extra a la<br />

duración <strong>de</strong> <strong>un</strong> partido <strong>de</strong> fútbol o <strong>de</strong> cualquier otro <strong>de</strong>porte. Poco <strong>de</strong>spués, yo me encontraba<br />

dictando <strong>un</strong> curso en <strong>un</strong> centro docente <strong>de</strong> prestigio, a<strong>un</strong>que total y hasta agresivamente<br />

secular. Al salir <strong>de</strong> clase, <strong>un</strong> grupo <strong>de</strong> estudiantes <strong>católico</strong>s me invitó a <strong>un</strong>a capilla que habían<br />

improvisado, para rezar j<strong>un</strong>tos los «Misterios luminosos» <strong>de</strong>l rosario. Tuve que acce<strong>de</strong>r.<br />

Entonces me quedó claro que Juan Pablo había llenado <strong>un</strong> «hueco». El rosario tradicional <strong>de</strong><br />

quince misterios va <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la adolescencia <strong>de</strong> Cristo (el último misterio gozoso es el encuentro<br />

<strong>de</strong>l Niño perdido en el templo) hasta la Pasión (el primer misterio doloroso es la agonía en el<br />

huerto <strong>de</strong> Getsemaní). Pues bien, falta algo. El rosario <strong>de</strong>bería darnos la oport<strong>un</strong>idad <strong>de</strong><br />

encontrar a Cristo en su ministerio público. Ese es el sentido <strong>de</strong> los nuevos «Misterios<br />

luminosos» sugeridos por Juan Pablo II, que son <strong>un</strong>a nueva oport<strong>un</strong>idad <strong>de</strong> ahondar en el<br />

significado <strong>de</strong> las palabras <strong>de</strong> María en Caná: «Haced lo que él os diga», y <strong>de</strong> reflexionar al<br />

ritmo <strong>de</strong> la oración sobre lo que Jesús dijo e hizo en cinco momentos clave <strong>de</strong> su ministerio<br />

público.<br />

Como habían intuido aquellos jóvenes <strong>de</strong>l centro docente, el rosario es <strong>un</strong>a oración que se<br />

presta a reflexionar sobre la vocación, sobre lo que significa ser llamado por Dios a<br />

<strong>de</strong>sempeñar <strong>un</strong>a misión en el cristianismo. El primer «misterio», la An<strong>un</strong>ciación, nos retrotrae<br />

al fiat inicial <strong>de</strong> María y nos recuerda que ella es la primera entre los discípulos <strong>de</strong> Jesús y, por<br />

tanto, el mo<strong>de</strong>lo absoluto <strong>de</strong> vocación cristiana. El Evangelio dice que María al oír el saludo <strong>de</strong>l<br />

ángel, «se turbó». Y, ¿cómo no? Pero en medio <strong>de</strong> su temor y <strong>de</strong> sus dudas, la respuesta <strong>de</strong><br />

María, su fiat, ratifica el saludo <strong>de</strong>l ángel, es <strong>de</strong>cir, está «llena <strong>de</strong> gracia». María no entra en<br />

negociaciones; no exige <strong>un</strong> contrato prematernal, al modo <strong>de</strong> los vigentes «contratos


prematrimoniales». María no juega con la estrategia <strong>de</strong> éxito, no «<strong>de</strong>ja abiertas sus opciones».<br />

Con temor y temblor, pero con absoluta confianza en el plan salvífico <strong>de</strong> Dios, da su respuesta:<br />

fiat: «Hágase; soy la esclava <strong>de</strong>l Señor». Y el Señor proveerá.<br />

«Dejar abiertas las opciones» no es el mejor camino hacia la felicidad o la santidad. La intuición<br />

<strong>de</strong> María, tal como la transmite el Nuevo Testamento, es válida para cualquier generación,<br />

pero sobre todo para la nuestra. Mil veces hemos oído que esta generación «no está abierta al<br />

compromiso». ¿No será porque es <strong>un</strong>a generación falta <strong>de</strong> confianza? En ese caso, no será<br />

difícil enten<strong>de</strong>r por qué. Hemos visto el <strong>de</strong>sastre causado por la revolución sexual y su<br />

consiguiente disolución <strong>de</strong> la confianza entre hombres y mujeres, tanto <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l matrimonio<br />

como fuera <strong>de</strong> él. Hemos visto a oficiales públicos que traicionan sin más su juramento <strong>de</strong><br />

fi<strong>de</strong>lidad; hemos visto a sacerdotes y obispos que rompen alegremente el voto <strong>de</strong> fi<strong>de</strong>lidad a<br />

Cristo y a la Iglesia, que emitieron el día <strong>de</strong> su or<strong>de</strong>nación. Hemos visto a maestros y<br />

profesores infieles a la verdad por cobardía o por <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r posturas «políticamente<br />

correctas». Si la nuestra es <strong>un</strong>a generación que encuentra difícil prestar confianza o<br />

«comprometerse» <strong>de</strong> veras, todo eso no <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> ser comprensible.<br />

Pero no es persuasivo.<br />

Quizá, ese «déficit <strong>de</strong> confianza» sea <strong>un</strong>a <strong>de</strong> las razones por las que tantos jóvenes <strong>de</strong> hoy han<br />

encontrado en el papa Juan Pablo II <strong>un</strong>a figura tan atractiva. Era el compromiso personificado.<br />

Y <strong>de</strong> <strong>un</strong>a manera irresistible, sobre todo en su última época, en la que sus dificulta<strong>de</strong>s físicas lo<br />

convirtieron en instrumento viviente <strong>de</strong> la proclamación <strong>de</strong>l evangelio <strong>de</strong> la vida y <strong>de</strong>l amor <strong>de</strong><br />

Dios, que todo lo transforma. Al revés que la cultura popular, el papa no jugaba con nosotros,<br />

sino que constituía <strong>un</strong> reto para todos. Jamás <strong>de</strong>beríamos poner límites a la magnanimidad <strong>de</strong><br />

espíritu con la que Dios ha hecho posible que nuestra vida sea <strong>un</strong>a vida en Cristo. Al mismo<br />

tiempo, el papa <strong>de</strong>mostró con su propia vida que n<strong>un</strong>ca exigió a otros lo que antes no se<br />

hubiera exigido a sí mismo; no exigió compromisos que él hubiera <strong>de</strong>clinado, ni esfuerzos que<br />

él no hubiera asumido.<br />

Pues bien, ¿cómo pudo realizar todo eso? Personalmente, creo que él mismo nos dio la<br />

respuesta el año 1979 en Czestochowa, el famoso santuario polaco <strong>de</strong> la Madonna Negra, el<br />

icono mariano más famoso <strong>de</strong> Polonia. Allí, Juan Pablo II dijo con toda sencillez: «Soy <strong>un</strong><br />

hombre <strong>de</strong> prof<strong>un</strong>da confianza; y aquí es don<strong>de</strong> aprendí a serlo. Aquí aprendí a confiar, en<br />

oración ante esta imagen <strong>de</strong> María que nos introduce en el misterio <strong>de</strong> la f<strong>un</strong>ción especial que<br />

ella <strong>de</strong>sempeña en la historia <strong>de</strong> salvación que, a su vez, es la historia humana leída en<br />

prof<strong>un</strong>didad. Aprendí a confiar no en «opciones» o «estrategias <strong>de</strong> éxito», sino en la madre<br />

que siempre termina llevándonos a su Hijo, Cristo, y que n<strong>un</strong>ca es infiel a sus promesas».<br />

Por eso también, la inclusión <strong>de</strong>l episodio <strong>de</strong> Caná en los nuevos «misterios luminosos» <strong>de</strong>l<br />

rosario es otra invitación a reflexionar y orar por la vocación cristiana. Todo <strong>católico</strong>, más aún,<br />

todo cristiano, tiene <strong>un</strong>a vocación, <strong>un</strong> único algo que sólo él pue<strong>de</strong> llevar a cabo, con la<br />

provi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> Dios. También esa i<strong>de</strong>a pue<strong>de</strong> resultar <strong>de</strong>sconcertante; pero sólo hasta que se<br />

llega a reconocer que, por pura misericordia, esa misma provi<strong>de</strong>ncia subsanará y corregirá los<br />

pasos en falso que <strong>de</strong>mos al vivir nuestro compromiso vocacional. «Haced lo que él os diga».<br />

Ese es el mensaje que nos transmite María, igual que lo hizo con los sirvientes en la boda <strong>de</strong><br />

Caná. Ese «haced lo que él os diga» es la sencilla invitación <strong>de</strong> María a hacer que su fiat sea


también el nuestro. No pongáis vuestra confianza en <strong>un</strong>a «estrategia <strong>de</strong>l éxito». Vivid en<br />

confianza, no en mero cálculo; y poned en juego todos vuestros recursos, pero «en Cristo».<br />

En ese compromiso al que María nos invita encontraremos el camino a la felicidad, a la<br />

plenitud y a la santidad; <strong>un</strong> camino que jamás podríamos encontrar si <strong>de</strong>járamos abiertas<br />

todas nuestras opciones.


5- EL ORATORIO, BIRMINGHAM, INGLATERRA: NEWMAN Y LA<br />

RELIGIÓN «LIBERAL»<br />

En el mes <strong>de</strong> febrero <strong>de</strong> 2003 tuve la oport<strong>un</strong>idad <strong>de</strong> visitar el famoso Oratorio <strong>de</strong><br />

Birmingham, f<strong>un</strong>dado por John Henry Newman en 1848. Se dice a veces, y no sin razón, que<br />

Newman ha sido el pensador <strong>católico</strong> más importante <strong>de</strong> los dos últimos siglos. La<br />

extraordinaria luci<strong>de</strong>z <strong>de</strong> su visión teológica y, en particular, su concepción <strong>de</strong>l acto <strong>de</strong> fe, es<br />

<strong>un</strong>a <strong>de</strong> las facetas <strong>de</strong> su permanente influjo sobre el catolicismo contemporáneo; la otra faceta<br />

es la calidad <strong>de</strong> su prosa, muchas veces realmente exquisita. Pero a<strong>un</strong> los que tienen dificultad<br />

para abrirse camino por la maraña intelectual <strong>de</strong> su Grammar of Assent encuentran irresistible<br />

el drama <strong>de</strong> su vida y sus conversiones.<br />

John Henry Newman fue <strong>un</strong> cristiano evangélico que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>un</strong>a breve incursión en el<br />

liberalismo teológico, se convirtió en <strong>un</strong>a <strong>de</strong> las lumbreras <strong>de</strong>l reformismo «tractariano» que<br />

se produjo en el seno <strong>de</strong> la Alta Iglesia Anglicana. Ese movimiento acabaría conduciéndolo a<br />

Roma y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> muchos y gran<strong>de</strong>s disgustos, al birrete car<strong>de</strong>nalicio.<br />

La causa <strong>de</strong> beatificación <strong>de</strong> John Henry Newman se prolongó durante décadas y décadas,<br />

hasta que el papa Juan Pablo II lo <strong>de</strong>claró «Venerable». En la actualidad, su causa <strong>de</strong><br />

«beatificación» está a la espera <strong>de</strong> que <strong>un</strong> milagro realizado por su intercesión ratifique su<br />

santidad. Sólo entonces, el personaje que alg<strong>un</strong>os consi<strong>de</strong>ran como el padre <strong>de</strong>l Concilio<br />

Vaticano II podrá ser aclamado como «Beato John Henry Newman».<br />

Los Padres Oratorianos <strong>de</strong> Birmingham me invitaran cortésmente a pron<strong>un</strong>ciar la laudatio, <strong>un</strong><br />

breve discurso formal con motivo <strong>de</strong>l aniversario <strong>de</strong>l nacimiento <strong>de</strong> Newman, el día 21 <strong>de</strong><br />

febrero. La Congregación <strong>de</strong> El Oratorio, f<strong>un</strong>dada en Roma en 1564 por san Felipe Neri, es <strong>un</strong>a<br />

<strong>de</strong> esas curiosida<strong>de</strong>s que tanto proliferan en el m<strong>un</strong>do <strong>católico</strong>. Los Oratorianos viven en<br />

com<strong>un</strong>idad, pero no tienen <strong>un</strong> fin específico que marque su línea <strong>de</strong> trabajo. Su organización<br />

es tremendamente flexible, <strong>de</strong> modo que cada Oratorio particular es, en la práctica, <strong>un</strong>a<br />

especie <strong>de</strong> reino clerical in<strong>de</strong>pendiente. Es típica <strong>de</strong>l Oratorio la combinación <strong>de</strong> <strong>un</strong>a pobreza<br />

elegante con <strong>un</strong> gusto refinado, <strong>un</strong>a intensa vida intelectual con <strong>un</strong> aprecio <strong>de</strong>l buen vino y <strong>un</strong><br />

mínimo <strong>de</strong> confort personal. Mientras <strong>un</strong> oratoriano me acompañaba a la habitación <strong>de</strong><br />

huéspe<strong>de</strong>s por <strong>un</strong>a infinita serie <strong>de</strong> rancios corredores y me enseñaba a abrir el viejo lavabo <strong>de</strong><br />

roble que estaba j<strong>un</strong>to a la cama (no sabría <strong>de</strong>cir si el vaso <strong>de</strong> noche estaba oculto o lo habían<br />

retirado), me dijo en tono muy campechano: «Recorrer estos lugares te hace sentir realmente<br />

cómo <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> ser la vida aquí en tiempos <strong>de</strong>l Car<strong>de</strong>nal». No pu<strong>de</strong> menos <strong>de</strong> respon<strong>de</strong>r:<br />

«Des<strong>de</strong> luego que sí».<br />

El «oratorio musical» compuesto en honor <strong>de</strong> Newman, con ocasión <strong>de</strong>l 202 aniversario <strong>de</strong> su<br />

nacimiento, sonaba espléndidamente en <strong>un</strong>a iglesia tan bella como la <strong>de</strong>l Oratorio <strong>de</strong><br />

Birmingham (en sí misma, signo <strong>de</strong> contradicción y, a la vez, <strong>de</strong> esperanza en medio <strong>de</strong> <strong>un</strong>a


localidad que había vivido días mejores). Mi alocución estuvo precedida y seguida por música<br />

selecta interpretada por el coro <strong>de</strong> la iglesia, que cantó piezas <strong>de</strong> Victoria, Stanford y Mozart.<br />

Un trío <strong>de</strong> cuerda, que estaba <strong>de</strong> visita, interpretó divinamente la Sonata en La menor para<br />

violín y bajo continuo, <strong>de</strong> Telemann. Después <strong>de</strong> cantar el himno <strong>de</strong> Newman «Creo<br />

firmemente y <strong>de</strong> todo corazón», terminamos con la interpretación <strong>de</strong>l himno «Alabad al<br />

Santísimo en las alturas». A continuación subimos al claustro superior <strong>de</strong>l Oratorio, don<strong>de</strong> se<br />

nos ofreció <strong>un</strong>a extensa <strong>de</strong>gustación <strong>de</strong> vinos <strong>de</strong>l Ródano en honor <strong>de</strong> Newman y <strong>de</strong> nuestra<br />

convención para festejarlo.<br />

A la mañana siguiente, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>un</strong>a noche bastante fría y <strong>un</strong>a verda<strong>de</strong>ra lucha con el<br />

lavabo <strong>de</strong> roble, bajé a <strong>de</strong>say<strong>un</strong>ar a <strong>un</strong>a sala en la que se había <strong>de</strong>splegado la otra faceta <strong>de</strong> la<br />

com<strong>un</strong>idad <strong>de</strong>l Oratorio inglés. A <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los Padres se le había servido <strong>un</strong>a tostada tan negra<br />

como el carbón, con <strong>un</strong>a capita <strong>de</strong> mermelada; pero él no <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> saborearla complacido,<br />

mientras hojeaba su correo (en diferentes lenguas) y, quizá, contemplando su obra como <strong>un</strong>o<br />

<strong>de</strong> los mejores traductores eclesiásticos <strong>de</strong>l latín al inglés. Era evi<strong>de</strong>nte que el Oratorio <strong>de</strong><br />

Birmingham mantenía la i<strong>de</strong>a civilizada <strong>de</strong> que no hay que distraer a nadie con <strong>un</strong>a<br />

conversación a esa hora tan temprana <strong>de</strong> la mañana. Está prohibido hablar durante el<br />

<strong>de</strong>say<strong>un</strong>o, según <strong>un</strong>a <strong>de</strong> las reglas más atractivas <strong>de</strong>l Oratorio <strong>de</strong> Birmingham.<br />

En resumen, como yo le comentaba a mi mujer, aquello parecía <strong>un</strong>a viñeta <strong>de</strong> la revista P<strong>un</strong>ch,<br />

<strong>de</strong> finales <strong>de</strong>l último cuarto <strong>de</strong>l siglo XIX. Pero lo que <strong>un</strong>a revista como P<strong>un</strong>ch habría satirizado<br />

sin piedad, a mí me parecía <strong>un</strong>a excentricidad <strong>de</strong> lo más divertida y hasta casi sagrada.<br />

El ambiente era <strong>de</strong> lo mis apropiado para recordar a Newman, gran héroe <strong>de</strong> los<br />

«progresistas» <strong>católico</strong>s, que <strong>de</strong>dicó gran parte <strong>de</strong> su vida intelectual a combatir lo que él<br />

llamaba «religión liberal» y su significado para cada <strong>un</strong>o <strong>de</strong> nosotros.<br />

Las habitaciones y la biblioteca <strong>de</strong> Newman se han conservado en el Oratorio <strong>de</strong> Birmingham<br />

tal como él los <strong>de</strong>jó al morir, a la edad <strong>de</strong> ochenta y nueve años, el día 11 <strong>de</strong> agosto <strong>de</strong> 1890. Y<br />

cuando digo «tal como él los <strong>de</strong>jó», lo digo en el sentido más literal. Acompañado por mi guía,<br />

Padre Dermot Fenlon, miembro <strong>de</strong>l Oratorio, pu<strong>de</strong> sentarme a la mesa <strong>de</strong> trabajo <strong>de</strong> Newman,<br />

pasar mi mano por su rosario, examinar los breviarios Latinos que él y su amigo Hurrel Frou<strong>de</strong><br />

habían usado en su etapa <strong>de</strong> anglicanos (no sin causar <strong>un</strong> cierto escándalo). A mi izquierda,<br />

pegado en la pared, había <strong>un</strong> recorte, ya bastante <strong>de</strong>svaído, <strong>de</strong> <strong>un</strong> periódico <strong>de</strong> Londres con <strong>un</strong><br />

mapa <strong>de</strong> Egipto y Sudán que recordaba la marcha <strong>de</strong>l General Kitchener hacia Khartoum,<br />

don<strong>de</strong> se supone que liberó al General Gordon. Era evi<strong>de</strong>nte que alg<strong>un</strong>o había com<strong>un</strong>icado a<br />

Newman que el General Gordon, cercado en Khartoum por las fuerzas <strong>de</strong>l Mahdi, se preparaba<br />

para morir, leyendo el largo poema <strong>de</strong> Newman, El sueño <strong>de</strong> Geroncio. A mis espaldas estaba<br />

aún la pequeña estufa j<strong>un</strong>to a la que el anciano car<strong>de</strong>nal trataba <strong>de</strong> entrar en calor, antes <strong>de</strong><br />

retirarse para dormir, ayudado por <strong>un</strong>a o dos copitas <strong>de</strong> brandy (los vasos aún están allí).<br />

Levantándome <strong>de</strong> la mesa <strong>de</strong> trabajo y ro<strong>de</strong>ando <strong>un</strong>a pequeña estantería que separa el<br />

<strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> <strong>un</strong>a pequeña capilla, logré abrir la puerta <strong>de</strong> <strong>un</strong> viejo armario don<strong>de</strong>, en <strong>un</strong><br />

rincón j<strong>un</strong>to a la pared, encontré el birrete car<strong>de</strong>nalicio <strong>de</strong> terciopelo rojo con sus borlas y sus<br />

adornos. El altar se conserva tal como estaba, dispuesto para celebrar la misa; por <strong>de</strong>trás, y a<br />

ambos lados, estaba todo cubierto <strong>de</strong> notas que Newman colgaba para acordarse <strong>de</strong> las<br />

personas a las que había prometido <strong>un</strong>a oración.


En otra parte <strong>de</strong>l Oratorio, <strong>un</strong> grupo <strong>de</strong> archiveros organizaba sistemáticamente y preparaba<br />

para su publicación la ingente correspon<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> Newman y sus diarios, volumen por<br />

volumen. El último editor <strong>de</strong> esos trabajos, Gerard Tracey, acababa <strong>de</strong> morir, <strong>un</strong> mes antes <strong>de</strong><br />

mi visita. Con <strong>un</strong>a cabellera gris que le caía por los hombros, ese meticuloso investigador<br />

parecía <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los «elfos» <strong>de</strong> El Señor <strong>de</strong> las Anillos. Los miembros <strong>de</strong>l Oratorio, con su fino<br />

sentido <strong>de</strong> la oport<strong>un</strong>idad, enterraron j<strong>un</strong>to al car<strong>de</strong>nal, en su tumba <strong>de</strong> Rednal, a aquel lego<br />

que había <strong>de</strong>dicado su vida al servicio <strong>de</strong> Newman. En ese lugar <strong>de</strong> trabajo se pue<strong>de</strong> tocar,<br />

literalmente, la obra <strong>de</strong> Newman gracias al trabajo <strong>de</strong> hacendosos colaboradores, como<br />

Gerard Tracey. Si se saca <strong>de</strong>l plúteo correspondiente el archivo marcado como «Apología», se<br />

pue<strong>de</strong> leer la correspon<strong>de</strong>ncia original <strong>de</strong> Newman con sus editores sobre esa pieza<br />

extraordinaria <strong>de</strong> autobiografía espiritual, quizá la única obra en la historia cristiana que se<br />

pueda comparar con las Confesiones <strong>de</strong> san Agustín.<br />

Todo está como si fuera... hoy. Y esa sensación se hace más intensa si se abre otro armario en<br />

el lugar don<strong>de</strong> trabajan los archivistas. Ahí te encuentras con la vestimenta car<strong>de</strong>nalicia <strong>de</strong><br />

Newman, que tal vez no se pusiera más que <strong>un</strong>a vez, cuando posó para el famoso retrato<br />

pintado por Sir John Millais y que ahora está en la Galería Nacional <strong>de</strong> Retratos, en Londres. Y<br />

si se <strong>de</strong>sea, se pue<strong>de</strong> probar <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los tres birretes <strong>de</strong> car<strong>de</strong>nal que se encuentran en dicho<br />

armario.<br />

Pero es en la biblioteca <strong>de</strong> Newman don<strong>de</strong> más se palpa su «viva» presencia, al menos, eso me<br />

pareció a mí. La biblioteca, en forma <strong>de</strong> herradura, llega hasta el techo <strong>de</strong> la habitación, y<br />

dispone <strong>de</strong> <strong>un</strong> traspontín con barandilla, que permite el acceso a los estantes <strong>de</strong>l seg<strong>un</strong>do<br />

piso. En el primer piso, a la izquierda, se encuentra <strong>un</strong> gran volumen <strong>de</strong> folio blanco que<br />

contiene las Obras completas <strong>de</strong> san Gregorio Magno; en la hoja <strong>de</strong> cubierta se ve la<br />

<strong>de</strong>dicatoria que <strong>de</strong> su puño y letra escribió a Newman su gran amigo y compañero<br />

«tractariano» Edward Pusey. Dando la vuelta, se ve <strong>un</strong> pupitre alto en el que Newman, en el<br />

calor <strong>de</strong> la controversia, escribió su Apologia pro Vita Sua, su autobiografía espiritual, en<br />

menos <strong>de</strong> dos meses y, como señala el guía, Padre Dermot, cayéndole las lágrimas sobre el<br />

papel. (Charles Kingsley, pastor y escritor anglicano, había acusado a Newman, y al clero<br />

<strong>católico</strong> en general, <strong>de</strong> falta <strong>de</strong> honra<strong>de</strong>z, <strong>de</strong> hipocresía y hasta <strong>de</strong> mentir sin que les<br />

remordiera la conciencia, si eso servía a los intereses <strong>de</strong> la Iglesia. La respuesta <strong>de</strong>moledora <strong>de</strong><br />

Newman en su Apologia acabó con la reputación <strong>de</strong> Kingsley, <strong>un</strong> hecho que, al parecer,<br />

Kingsley jamás llegó a compren<strong>de</strong>r.)<br />

Newman podía ser respetado, hasta con <strong>un</strong> p<strong>un</strong>to <strong>de</strong> vanagloria, y apreciaba la sátira<br />

polémica. Los lectores menos inteligentes (como Charles Kingsley) podían interpretar su<br />

pensamiento como disimulo o incluso como evasión; la originalidad <strong>de</strong> su mente podía<br />

<strong>de</strong>sconcertar a los guardianes <strong>de</strong> <strong>un</strong>a quebradiza ortodoxia católica como peligrosamente<br />

innovadora y, quizás, hasta herética. Por eso, no hay que admirarse <strong>de</strong> que toda la vida adulta<br />

<strong>de</strong> Newman se viera envuelta en controversia, a veces muy amarga. A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> los ataques <strong>de</strong><br />

Kingsley, Newman fue consi<strong>de</strong>rado sospechoso por alg<strong>un</strong>os <strong>católico</strong>s a la vieja usanza, que se<br />

tenían por más <strong>católico</strong>s que el Papa.<br />

Newman creía que el Papa, en <strong>de</strong>terminadas circ<strong>un</strong>stancias, podía <strong>de</strong>finir como infalibles<br />

ciertas doctrinas <strong>de</strong> fe y costumbres. Pero, dadas las circ<strong>un</strong>stancias intelectuales, políticas y


ecuménicas <strong>de</strong> la seg<strong>un</strong>da mitad <strong>de</strong>l siglo XIX, no sabía si sería pru<strong>de</strong>nte refrendar esa verdad<br />

por medio <strong>de</strong> <strong>un</strong> concilio ecuménico. Eso enfrentó a Newman con su antiguo amigo y también<br />

converso <strong>de</strong>l anglicanismo, Henry Edward Manning, arzobispo <strong>de</strong> Westminster y <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los<br />

más <strong>de</strong>stacados adali<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la infalibilidad papal durante el Concilio Vaticano I (1869-1870). El<br />

Concilio acabó por ratificar esa doctrina, que, a pesar <strong>de</strong> <strong>un</strong>a formulación <strong>de</strong> lo más mo<strong>de</strong>rada,<br />

suscitó <strong>un</strong> violento ataque público al catolicismo por obra <strong>de</strong> William Gladstone, antiguo<br />

Primer Ministro y <strong>un</strong>a <strong>de</strong> las más gran<strong>de</strong>s figuras políticas <strong>de</strong> la época. La <strong>de</strong>fensa <strong>de</strong> la<br />

doctrina, llevada a cabo por Newman contra Gladstone en su Carta al Duque <strong>de</strong> Noforlk, fue<br />

más eficaz, tanto entre los anglicanos como entre los <strong>católico</strong>s, que la promovida por Manning.<br />

Sin embargo, <strong>un</strong>a nueva sombra –esta vez, proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> Roma– se abatió sobre Newman,<br />

cuando <strong>un</strong>a mala traducción <strong>de</strong> su Carta provocó nuevas dudas y puso nuevamente en<br />

cuestión su ortodoxia. A pesar <strong>de</strong> todo, el nuevo papa, León XIII, lo creó car<strong>de</strong>nal y le permitió<br />

seguir residiendo en el Oratorio <strong>de</strong> Birmingham, ya que, en aquel tiempo, los car<strong>de</strong>nales que<br />

no eran obispos resi<strong>de</strong>nciales estaban obligados a vivir en Roma. Todo era favorable a <strong>un</strong>a<br />

reivindicación por parte <strong>de</strong> Newman. Y él aprovechó la ocasión; con lo que nos <strong>de</strong>jó frente a<br />

nuevos planteamientos.<br />

A pesar <strong>de</strong> su avanzada edad –tenía entonces 78 años–, Newman viajó a Roma para recibir <strong>de</strong><br />

manos <strong>de</strong>l papa León XIII el birrete car<strong>de</strong>nalicio, que, como hemos visto, aún se guarda en <strong>un</strong><br />

armario <strong>de</strong> la casa que fue su resi<strong>de</strong>ncia en Inglaterra. En Roma, el día 12 <strong>de</strong> mayo <strong>de</strong> 1879,<br />

pron<strong>un</strong>ció <strong>un</strong> discurso en el que aseguró: «Durante treinta, cuarenta, cincuenta años he<br />

resistido lo mejor posible al espíritu <strong>de</strong> liberalismo en materia <strong>de</strong> religión». ¿Qué quería <strong>de</strong>cir<br />

Newman con el término «liberalismo»? La Apologia contiene <strong>un</strong>a extensa «nota» en la que<br />

Newman enumera dieciocho proposiciones «liberales», que él «<strong>de</strong>n<strong>un</strong>cia y proscribe con la<br />

mayor seriedad». Vale la pena leerlas –<strong>de</strong> hecho, valdría la pena leer toda la Apología pero por<br />

el momento será mejor centrarnos en el discurso pron<strong>un</strong>ciado en Roma el año 1879, don<strong>de</strong><br />

ofrece <strong>un</strong>a presentación más concisa <strong>de</strong> lo que había constituido su lucha durante varias<br />

décadas:<br />

En religión, el liberalismo es la doctrina que <strong>de</strong>fien<strong>de</strong> que no hay verda<strong>de</strong>s religiosas<br />

positivas, sino que <strong>un</strong> credo es tan bueno como cualquiera otro. Y esa es la doctrina<br />

que día a día va ganando fuerza y consistencia. El liberalismo es incompatible con<br />

cualquier reconocimiento <strong>de</strong> otra religión como verda<strong>de</strong>ra. El liberalismo enseña que<br />

todas las religiones <strong>de</strong>ben ser toleradas, porque todas se basan en cuestiones <strong>de</strong><br />

opinión. Una religión revelada no es <strong>un</strong>a verdad, sino <strong>un</strong> sentimiento y <strong>un</strong> gusto. No es<br />

<strong>un</strong> hecho objetivo ni milagroso; y cada individuo tiene <strong>de</strong>recho a hacerle <strong>de</strong>cir lo que le<br />

dicta su imaginación. La <strong>de</strong>voción no se f<strong>un</strong>da en la fe <strong>de</strong> manera necesaria. La gente<br />

pue<strong>de</strong> ir a iglesias protestantes y católicas, y pue<strong>de</strong> aprovecharse <strong>de</strong> lo bueno <strong>de</strong><br />

ambas, sin pertenecer a ning<strong>un</strong>a <strong>de</strong> ellas. Pue<strong>de</strong>n confraternizar en i<strong>de</strong>as o en<br />

sentimientos espirituales, sin tener en común <strong>un</strong>a concepción <strong>de</strong> la doctrina, o ver la<br />

necesidad <strong>de</strong> cualquiera <strong>de</strong> ellas.<br />

Los enemigos <strong>de</strong> Newman lo acusaban <strong>de</strong> inestabilidad emocional y volubilidad intelectual, y<br />

citaban como evi<strong>de</strong>ncia sus diferentes conversiones. Newman concebía su vida como <strong>un</strong>a serie<br />

<strong>de</strong> piezas: su conversión al Anglicanismo evangélico, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>un</strong> breve período adolescente<br />

en el ateísmo; el momento en que su evangelismo abrió la puerta a la aceptación <strong>de</strong>l


anglicanismo liberal; su insatisfacción con el liberalismo lo llevó al anglicanismo <strong>de</strong> la Alta<br />

Iglesia Anglicana y al movimiento Tractariano; posteriormente, su propia investigación<br />

histórica y su reflexión teológica como Tractariano le hicieron llegar a la conclusión <strong>de</strong> que la<br />

Iglesia Católica era realmente lo que pretendía ser: la concreción <strong>de</strong> la Iglesia apostólica<br />

querida por Cristo. En la mentalidad <strong>de</strong> Newman, todo eso cuadraba perfectamente. Entonces<br />

se había embarcado en <strong>un</strong> gran viaje espiritual que lo había llevado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la obstinación a la<br />

obediencia, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>un</strong> escepticismo que sólo respon<strong>de</strong> a sus propios juicios hasta <strong>un</strong>a<br />

convicción <strong>de</strong> que existen verda<strong>de</strong>s que Dios ha revelado y <strong>de</strong> las que nosotros somos<br />

responsables; <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la soledad (y el orgullo) <strong>de</strong> hacer cosas y alimentar creencias a mi manera<br />

hasta la convicción, a veces difícil, pero en <strong>de</strong>finitiva consoladora, <strong>de</strong> que <strong>un</strong> Dios que se ha<br />

revelado a sí mismo también ha proporcionado al m<strong>un</strong>do <strong>un</strong> instrumento en el que la verdad<br />

<strong>de</strong> esa revelación que<strong>de</strong> preservada y <strong>de</strong>fendida, o sea, la Iglesia Católica. Pero Newman no<br />

era <strong>un</strong> romántico en lo relativo a la Iglesia Católica; conocía perfectamente sus <strong>de</strong>bilida<strong>de</strong>s e<br />

imperfecciones, y muchas veces tuvo que sufrir a manos <strong>de</strong> <strong>católico</strong>s incompetentes y <strong>de</strong><br />

cazadores <strong>de</strong> herejías. Pero fue capaz <strong>de</strong> leer su vida y su viaje hasta el catolicismo en los<br />

términos que él mismo mandó que se grabaran en su tumba: Ex umbris el imaginibus in<br />

veritatem («<strong>de</strong>s<strong>de</strong> las sombras y las apariencias, a la verdad»).<br />

El catolicismo, insistía Newman, no es cuestión <strong>de</strong> opinión, sino <strong>de</strong> verdad. El catolicismo<br />

«liberal», como cualquier otra forma <strong>de</strong> cristianismo «liberal», era su propio peor enemigo,<br />

pensaba Newman. Una religión «liberal» no posee <strong>un</strong> freno interior, no pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir: «Aquí<br />

termina la opinión, y empieza la verdad». No tiene mecanismos que le impidan enredarse, que<br />

lo transformen hasta el p<strong>un</strong>to <strong>de</strong> que ya no que<strong>de</strong> nada <strong>de</strong> personal. Una religión «liberal» no<br />

es capaz <strong>de</strong> distinguir entre apariencias y realidad, entre sombra y verdad <strong>de</strong> las cosas.<br />

Eso es hoy tan verda<strong>de</strong>ro como en tiempos <strong>de</strong> Newman; y formularlo es hoy tan difícil como lo<br />

era entonces; quizá., incluso más difícil.<br />

Vivimos en <strong>un</strong>a cultura saturada <strong>de</strong> lo que Newman llamaba «liberalismo», <strong>un</strong>a cultura en la<br />

que prácticamente todo lo que se pue<strong>de</strong> conce<strong>de</strong>r es la posibilidad <strong>de</strong> que exista tu verdad y<br />

mi verdad, lo que es bueno para ti y lo que es bueno para mí. Afirmar que pue<strong>de</strong> existir algo<br />

que se pueda <strong>de</strong>scribir exactamente como la verdad no sólo se consi<strong>de</strong>ra extraño, sino que,<br />

por lo general, se concibe como intolerante. En <strong>un</strong>a cultura que valora la «tolerancia» (o lo que<br />

<strong>un</strong>o se imagina que es tolerancia) por encima <strong>de</strong> todo lo <strong>de</strong>más, ser llamado «intolerante» es<br />

tan malo como serlo realmente. La vida y la obra <strong>de</strong> Newman sugieren que hay <strong>un</strong> riesgo que<br />

vale la pena correr, y que consiste en persuadirse <strong>de</strong> que tolerancia auténtica significa aceptar<br />

las diferencias con respeto y elegancia, y no en evitarlas como si todo diera igual; estar<br />

interesados en trasladarse ex umbris et imaginibus, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las sombras y las apariencias, a la<br />

luz. La vida y la obra <strong>de</strong> Newman nos recuerdan que la búsqueda <strong>de</strong> la verdad es <strong>un</strong>a <strong>de</strong> las<br />

más gran<strong>de</strong>s empresas humanas, en el caso <strong>de</strong> que se entienda que la finalidad <strong>de</strong>l viaje no es<br />

el viaje en sí misino, sino la llegada a <strong>de</strong>stino. Y ese <strong>de</strong>stino es la luz.<br />

Situarse con Newman contra <strong>un</strong>a religión «liberal» consiste en no situarse contra la preg<strong>un</strong>ta,<br />

contra la prueba y contra el <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong> nuestra comprensión <strong>de</strong> la verdad (y <strong>de</strong> la<br />

comprensión <strong>de</strong> la Iglesia). Newman tenía mentalidad mo<strong>de</strong>rna. Conocía el escepticismo,<br />

porque había vivido en él y con él. No admitía formas <strong>de</strong> filosofía y teología católicas que


edujeran la fe y sus verda<strong>de</strong>s a <strong>un</strong>a serie <strong>de</strong> frías <strong>de</strong>ducciones lógicas. Era <strong>un</strong> pensador, por<br />

<strong>de</strong>cirlo así, <strong>de</strong> cuerpo entero, o sea <strong>de</strong> abajo arriba y no <strong>de</strong> arriba abajo. Por eso sabía que la<br />

preg<strong>un</strong>ta es esencial para <strong>un</strong>a fe madura. Según él, la fe católica no consistía en aceptar la<br />

verdad <strong>de</strong>l mismo modo en que se acepta que dos y dos son cuatro, en <strong>un</strong> sistema <strong>de</strong> base<br />

diez. El acto <strong>de</strong> fe es mucho más rico y más complejo que <strong>un</strong>a suma. En Grammar of Assent, su<br />

obra técnicamente más difícil y que es <strong>un</strong>a maravilla <strong>de</strong> precisión en su estudio <strong>de</strong> la<br />

mentalidad religiosa, acuñó la expresión «sentido ilativo», para <strong>de</strong>scribir el modo en que la<br />

convergencia <strong>de</strong> factores alcanza <strong>un</strong> p<strong>un</strong>to en el que la suma <strong>de</strong> probabilida<strong>de</strong>s conduce a <strong>un</strong>a<br />

certeza. Eso pue<strong>de</strong> ser <strong>un</strong>a fuerza interior tan po<strong>de</strong>rosa, que f<strong>un</strong>cione como <strong>un</strong>a prueba<br />

a<strong>un</strong>que no sea <strong>un</strong>a prueba en sentido estricto.<br />

Tratemos <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r la intención <strong>de</strong> Newman por medio <strong>de</strong> otro caso <strong>de</strong> conversión. En el<br />

verano <strong>de</strong> 1921, Edith Stein, <strong>un</strong>a <strong>joven</strong> alemana <strong>de</strong> brillante mentalidad filosófica, que en su<br />

adolescencia había abandonado el judaísmo, la religión <strong>de</strong> sus padres, se embarcó en <strong>un</strong>a<br />

lucha con ciertas cuestiones <strong>de</strong> fe. Estaba pasando <strong>un</strong>os días en casa <strong>de</strong> <strong>un</strong>os amigos<br />

luteranos, también interesados por cuestiones filosóficas, que <strong>un</strong>a tar<strong>de</strong> tenían <strong>un</strong><br />

compromiso social. Edith se quedó en casa y, buscando algo que leer, encontró en la biblioteca<br />

<strong>de</strong> sus amigos la Autobiografía <strong>de</strong> santa Teresa <strong>de</strong> Avila. Aquella noche no pudo conciliar el<br />

sueño. Al amanecer, terminó la lectura y afirmó sencillamente: «Esto es la verdad». Se levantó<br />

y se marchó a comprar <strong>un</strong> catecismo y <strong>un</strong> misal. A los cuatro meses recibió el bautismo. Al<br />

cabo <strong>de</strong> veintiún años, ya monja carmelita, sufrió el martirio en la cámara <strong>de</strong> gas <strong>de</strong> Auschwitz.<br />

El 11 <strong>de</strong> octubre <strong>de</strong> 1998 fue canonizada bajo el nombre que había tornado el día <strong>de</strong> su<br />

profesión corno carmelita, santa Teresa Benedicta <strong>de</strong> la Cruz.<br />

Uno <strong>de</strong> los biógrafos <strong>de</strong> Edith Stein resume así su conversión y el «impacto» que le produjo su<br />

lectura <strong>de</strong> la Autobiografía <strong>de</strong> santa Teresa: «Estaba tan convencida <strong>de</strong> la verdad <strong>de</strong> la<br />

experiencia <strong>de</strong> santa Teresa, que tuvo que reconocer que la fluente <strong>de</strong> esa experiencia era la<br />

Verdad misma». Ahí f<strong>un</strong>ciona el «sentido ilativo» <strong>de</strong> Newman. Pero, que esa expresión tan<br />

extraña no bloquee tu propia comprensión. Piensa que lo que Newman quería <strong>de</strong>cir y lo que<br />

Edith Stein había experimentado era <strong>un</strong>a forma <strong>de</strong> gracia, com<strong>un</strong>icada por medio <strong>de</strong><br />

po<strong>de</strong>rosas experiencias humanas. En este sentido, la gracia <strong>de</strong> Dios impulsa al creyente igual<br />

que el «genio» actúa en el artista o en el investigador teórico. La gracia sintetiza la realidad <strong>de</strong><br />

manera tan po<strong>de</strong>rosa, que la fuerza <strong>de</strong> la verdad exige <strong>un</strong>a respuesta afirmativa, <strong>un</strong> «sí»<br />

absoluto. Y eso, a<strong>un</strong> en el caso <strong>de</strong> que, como en Newman, la conversión lleve a romper<br />

amista<strong>de</strong>s, a per<strong>de</strong>r la carrera, a la soledad y a la controversia, e incluso hasta el martirio,<br />

como le sucedió a Edith Stein.<br />

Pues bien, ¿qué tiene que ver todo esto con la polémica <strong>de</strong> Newman contra la religión<br />

«liberal»? Tiene que ver «todo». Una «religión liberal» produce lo que el científico judío David<br />

Gelernter llama «ice-your-own-cupcake world», porque <strong>un</strong>a religión «liberal» es <strong>un</strong>a «religión<br />

a medida». Pero <strong>un</strong>a religión revelada es <strong>un</strong>a religión a la que nos vemos incorporados. Una<br />

religión liberal no se fía <strong>de</strong> la capacidad humana para <strong>de</strong>jarse poseer por la verdad <strong>de</strong> las<br />

cosas, es <strong>de</strong>cir, por la palabra salvífica <strong>de</strong> la revelación que proce<strong>de</strong> <strong>de</strong>l Dios <strong>de</strong> Abrahán, <strong>de</strong><br />

Isaac, <strong>de</strong> Jacob, <strong>de</strong> Moisés y <strong>de</strong> Jesús: <strong>un</strong> Dios que se revela a sí mismo, y no <strong>un</strong>a serie <strong>de</strong><br />

proposiciones sobre Él. Una fe católica madura consiste en <strong>de</strong>jarse poseer por la verdad <strong>de</strong><br />

manera que se llegue a conocer en <strong>un</strong> sentido especial que, como <strong>de</strong>cía Edith Stein en el salón


<strong>de</strong> Hedwig Conrad-Martius, «es la verdad». No es algo que nos otros nos inventamos y que<br />

po<strong>de</strong>mos transmitir, sino que es algo que nosotros sólo po<strong>de</strong>mos recibir. Es <strong>un</strong> don; <strong>un</strong> don<br />

que exige <strong>un</strong>a respuesta.<br />

Y esa respuesta, en su sentido más «anti-cultural», se llama obediencia. No esclavitud infantil,<br />

sino obediencia madura, obediencia audaz. En <strong>un</strong>a <strong>de</strong> sus novelas, John Henry Newman<br />

<strong>de</strong>scribe así el gozo especial que proporciona esa obediencia a la verdad revelada:<br />

Certeza, en su sentido más sublime, es el premio que reciben los que, por <strong>un</strong> acto <strong>de</strong><br />

su libre vol<strong>un</strong>tad y por el dictado <strong>de</strong> la razón y la pru<strong>de</strong>ncia, abrazan la verdad cuando<br />

la naturaleza se retrae con cobardía. Hay que aventurarse. La fe, antes <strong>de</strong> que <strong>un</strong>o se<br />

haga <strong>católico</strong>, es <strong>un</strong>a aventura; <strong>de</strong>spués, es <strong>un</strong> don. Te acercas a la Iglesia por el<br />

camino <strong>de</strong> la razón, pero entras en ella por la luz <strong>de</strong>l Espíritu.<br />

Si reflexionas sobre lo que significa hoy en día ser <strong>católico</strong>, <strong>un</strong>a <strong>de</strong> las realida<strong>de</strong>s contra las que<br />

tendrás que luchar es la constatación <strong>de</strong> que el cristianismo liberal está herido <strong>de</strong> muerte.<br />

Cuando el cuestionamiento legítimo, la prueba y su <strong>de</strong>sarrollo, elementos esenciales en<br />

teología, empiezan a <strong>de</strong>sgastarse y terminan por convertirse en «religión-a-nuestra-medida»,<br />

la com<strong>un</strong>idad cristiana se ve abocada a su <strong>de</strong>ca<strong>de</strong>ncia. Y es que, al parecer, existe <strong>un</strong>a ley<br />

férrea que domina el encuentro cristiano con la vida y la cultura mo<strong>de</strong>rna. Las com<strong>un</strong>ida<strong>de</strong>s<br />

cristianas que mantienen <strong>un</strong>a percepción clara <strong>de</strong> sus límites doctrinales y morales no <strong>de</strong>jan <strong>de</strong><br />

florecer, mientras que las com<strong>un</strong>ida<strong>de</strong>s cuyos límites se van haciendo porosos, <strong>de</strong> modo que<br />

resulta difícil <strong>de</strong>terminar quién está <strong>de</strong>ntro y quién está fuera, se marchitan y terminan<br />

muriendo. Un examen, incluso superficial, <strong>de</strong> la <strong>de</strong>mografía <strong>de</strong>l cristianismo <strong>de</strong> hoy lo muestra<br />

con toda claridad.<br />

Esa ley férrea f<strong>un</strong>ciona tanto en el catolicismo corno en el amplio m<strong>un</strong>do cristiano. Igual que<br />

hoy en día, siglo y medio <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que Newman diagnosticara la enfermedad letal que lo<br />

corroía, el protestantismo liberal está herido <strong>de</strong> muerte. Y lo mismo ocurre con lo que se suele<br />

<strong>de</strong>nominar «catolicismo liberal, o progresista». No es pura casualidad que la iglesia Católica<br />

florezca don<strong>de</strong> el Concilio Vaticano II se entien<strong>de</strong> como <strong>un</strong>a enérgica afirmación <strong>de</strong> la<br />

ortodoxia cristiana y don<strong>de</strong> la aventura <strong>de</strong> esa ortodoxia se consi<strong>de</strong>ra como la aventura más<br />

ambiciosa <strong>de</strong>l ser humano. No es pura casualidad que las ór<strong>de</strong>nes religiosas y los seminarios<br />

que se tornan en seno la misión, el modo <strong>de</strong> vida y el compromiso <strong>de</strong> la vida religiosa y<br />

sacerdotal crezcan <strong>de</strong> manera asombrosa, mientras que las ór<strong>de</strong>nes religiosas y los seminarios<br />

que optan por el liberalismo se encuentren en lamentable proceso <strong>de</strong> extinción. No es pura<br />

casualidad que los movimientos <strong>de</strong> renovación seglar que crecen a mayor ritmo sean los que<br />

se toman más en serio las exigencias <strong>de</strong> la vida católica. Y tampoco es pura casualidad que la<br />

Iglesia encuentre las mayores dificulta<strong>de</strong>s en las regiones <strong>de</strong> Europa Occi<strong>de</strong>ntal, <strong>de</strong> Canadá y<br />

<strong>de</strong> Oceanía, en las que la más pura ortodoxia se ha visto <strong>de</strong>splazada por los cantos <strong>de</strong> sirena<br />

que Newman <strong>de</strong>scribía corno religión «liberal», es <strong>de</strong>cir, enten<strong>de</strong>r el cristianismo como mera<br />

opinión, como distracción o estilo <strong>de</strong> vida, pero no como verdad o compromiso. El catolicismo<br />

«<strong>de</strong>scafeinado», como yo lo llamé <strong>un</strong>a vez, no tiene futuro.<br />

Durante buena parte <strong>de</strong> los últimos cuarenta años, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el Concilio Vaticano II, los medios <strong>de</strong><br />

com<strong>un</strong>icación –y a <strong>de</strong>cir verdad, muchos sectores <strong>de</strong> la Iglesia– han presentado el catolicismo<br />

como <strong>un</strong>a historia <strong>de</strong> «buenos» liberales contra «perversos» conservadores. El hecho <strong>de</strong>


i<strong>de</strong>ntificarse con estos últimos –a pesar <strong>de</strong> que el término «conservador» no tiene ningún<br />

sentido para <strong>de</strong>scribir a gente que, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> los límites <strong>de</strong> la ortodoxia explora campos<br />

fronterizos con la fe católica empleando los métodos más mo<strong>de</strong>rnos– equivale a encontrarse<br />

en la óptica <strong>de</strong> <strong>un</strong>a cultura y <strong>de</strong> <strong>un</strong> catolicismo liberal, para el que todo se pue<strong>de</strong> tolerar,<br />

menos esos odiosos conservadores (¡y mucho menos, si se trata <strong>de</strong> neo-conservadores!). Y eso<br />

pue<strong>de</strong> resultar extremadamente incómodo.<br />

Con todo, vale la pena. Al mismo tiempo, al embarcarse en la gran aventura <strong>de</strong> la ortodoxia,<br />

hay que recordar la requisitoria <strong>de</strong> Flannery O’Connor contra la pres<strong>un</strong>ción católica. Por eso,<br />

siempre hay que tener presente que hay muchos <strong>católico</strong>s que, según las categorías <strong>de</strong>l<br />

momento, se consi<strong>de</strong>ran buenos <strong>católico</strong>s liberales, igual que hay obispos que creen que la<br />

f<strong>un</strong>ción <strong>de</strong> li<strong>de</strong>razgo religioso consiste en «optar por el centro» o, como <strong>de</strong>cía <strong>un</strong> eminente<br />

prelado americano, «no per<strong>de</strong>r el contacto con los dos lados mientras se camina». Nuestra<br />

f<strong>un</strong>ción no es cuestionar el compromiso <strong>de</strong> <strong>católico</strong>s claramente comprometidos (a<strong>un</strong>que en<br />

ocasiones tengamos que estimularnos a nosotros mismos y a nuestros amigos liberales a <strong>un</strong>a<br />

fi<strong>de</strong>lidad más prof<strong>un</strong>da y a <strong>un</strong> compromiso más radical). De hecho, aquel obispo tenía las i<strong>de</strong>as<br />

claras cuando exhortaba a sus seminaristas a que estuvieran en contacto con todos los<br />

miembros <strong>de</strong> la Iglesia, y no sólo con los que comulgaban con sus propias i<strong>de</strong>as.<br />

Pero habrá que recordar, igualmente, que no es fácil separar las diferencias <strong>de</strong> <strong>un</strong>a manera tan<br />

tajante. John Henry Newman se jugó la vida al pensar que la religión liberal y la religión<br />

revelada no son dos maneras <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r <strong>un</strong>a misma realidad, sino que son dos cosas<br />

distintas. En lo que hoy se llama «catolicismo liberal» hay <strong>de</strong>masiados elementos que se<br />

parecen a lo que Newman <strong>de</strong>scribió en 1879 en su polémica contra el liberalismo. Todo se<br />

reduce a sentimiento y gusto, pero en modo alg<strong>un</strong>o es religión revelada. Y es evi<strong>de</strong>nte que no<br />

tiene futuro, como se <strong>de</strong>duce con toda claridad <strong>de</strong> la mera <strong>de</strong>mografía. Ahora bien, el<br />

problema real no es ese. Des<strong>de</strong> la perspectiva <strong>de</strong> Newman, el verda<strong>de</strong>ro problema radica en el<br />

hecho <strong>de</strong> que ese liberalismo nos priva <strong>de</strong> la satisfacción que sólo la obediencia a la fe pue<strong>de</strong><br />

proporcionarnos.<br />

Tengo que confesar que me llevó cierto tiempo aceptar esa realidad. Quizá <strong>un</strong>a breve<br />

presentación <strong>de</strong>l modo en que ocurrió todo eso pueda <strong>de</strong>spertar tu interés, consi<strong>de</strong>rándolo<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> tu propia postura.<br />

Cuando en los años inmediatamente siguientes al Concilio Vaticano II yo estudiaba teología<br />

para graduados, estaba convencido <strong>de</strong> que se podía y se <strong>de</strong>bía reinventar el m<strong>un</strong>do <strong>católico</strong>.<br />

En ese clima prof<strong>un</strong>damente influido por las corrientes culturales <strong>de</strong>l momento era más bien<br />

raro encontrar la expresión «obediencia <strong>de</strong> la fe». De hecho, no <strong>de</strong>dicábamos mucho tiempo a<br />

estudiar la crítica <strong>de</strong> Newman a la «religión liberal». La doctrina se interpretaba regularmente<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> la perspectiva <strong>de</strong> la mo<strong>de</strong>rnidad; pero la doctrina no era el baremo por el que teníamos<br />

que interpretar la mo<strong>de</strong>rnidad. Todo parecía maleable como si fuera <strong>de</strong> plástico; y a nosotros<br />

nos bastaba con la satisfacción <strong>de</strong> vivir al filo <strong>de</strong>l futuro <strong>católico</strong>.<br />

Recuerdo perfectamente <strong>un</strong>a fiesta que, en visión retrospectiva, reflejaba el clima reinante en<br />

aquella época. Uno <strong>de</strong> mis profesores, consultor teológico oficial (peritus) <strong>de</strong>l Concilio Vaticano<br />

II y cof<strong>un</strong>dador <strong>de</strong> Concilium, la revista internacional <strong>de</strong> <strong>un</strong>a teología consi<strong>de</strong>rada como<br />

«progresista», nos contaba historias <strong>de</strong>l Concilio, por ejemplo, las maquinaciones para hacerse


con algún borrador <strong>de</strong> documentos secretos, las intrigas teológicas y políticas, las<br />

negociaciones bajo cuerda y las anécdotas más disparatadas. Él solía <strong>de</strong>cir que aquello era «<strong>un</strong><br />

paraíso para teólogos». En aquel momento, eso me parecía <strong>un</strong>a <strong>de</strong>scripción (y <strong>un</strong>a<br />

experiencia) aterradora, porque yo había aceptado la versión convencional y pensaba que se<br />

refería al Concilio como <strong>un</strong> gran <strong>de</strong>bate <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as, <strong>un</strong>a especie <strong>de</strong> Waterloo o Gettysburg<br />

<strong>católico</strong>, en el que ciertos teólogos que durante años se habían visto aplastados por los<br />

burócratas romanos reivindicaban sus esfuerzos por hacer que la Iglesia entrara en diálogo con<br />

el m<strong>un</strong>do mo<strong>de</strong>rno.<br />

Concediendo a mi profesor el beneficio <strong>de</strong> la duda, creo que eso era lo que él creía que estaba<br />

<strong>de</strong>scribiendo: <strong>un</strong> <strong>de</strong>bate i<strong>de</strong>ológico, en el que los que creían en la fuerza <strong>de</strong> las i<strong>de</strong>as habían<br />

salido victoriosos. Estoy seguro <strong>de</strong> que, a su manera, él estaba convencido <strong>de</strong> que el <strong>de</strong>bate<br />

era <strong>un</strong>a auténtica búsqueda <strong>de</strong> la verdad, a pesar <strong>de</strong> que en <strong>un</strong>a ocasión resumió su propia<br />

postura teológica en estos términos, más bien ramplones: «El hecho <strong>de</strong> que Dios esté vivo<br />

quiere <strong>de</strong>cir que mañana será diferente <strong>de</strong> hoy». Pero eso no es exactamente lo que Edith<br />

Stein encontró en la Autobiografía <strong>de</strong> Teresa <strong>de</strong> Ávila. Al mismo tiempo, mi profesor hablaba,<br />

si bien inconscientemente, sobre el po<strong>de</strong>r. El Concilio Vaticano II había sido <strong>un</strong> «paraíso» para<br />

muchos teólogos, porque fue su primer y seductor contacto con el po<strong>de</strong>r. No cabe duda que<br />

relevantes teólogos ayudaron a los obispos en la elaboración <strong>de</strong> muchos documentos<br />

importantes <strong>de</strong>l Concilio Vaticano II. Ahora bien, a la vez que prestaban su preciosa<br />

colaboración, alg<strong>un</strong>os <strong>de</strong> esos intelectuales llegaron a pensar que ellos representaban <strong>un</strong>a<br />

nueva forma <strong>de</strong> autoridad docente en la Iglesia. Pero lo que en realidad promovían con esa<br />

autoridad auto-validada era exactamente lo que John Henry Newman habría llamado religión<br />

«liberal». Hoy día, en muchos Departamentos <strong>de</strong> Teología Católica, en Estados Unidos, se<br />

pue<strong>de</strong> encontrar en buena medida esa actitud, al menos entre los profesores mayores <strong>de</strong><br />

cincuenta años.<br />

Por mi parte, empecé a cuestionar el proyecto <strong>católico</strong> liberal poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mi graduación,<br />

cuando empecé a enseñar y a escribir, dos activida<strong>de</strong>s que te empujan a reflexionar sobre tus<br />

propias convicciones. Es probable que ciertas contrarieda<strong>de</strong>s personales influyeran en mi viaje<br />

intelectual <strong>de</strong> huida <strong>de</strong>l liberalismo <strong>católico</strong>; pero, a mayor ab<strong>un</strong>damiento, puedo <strong>de</strong>cir con<br />

toda franqueza que encontré los dos gran<strong>de</strong>s temas que me entusiasmaron durante esos años:<br />

la teología <strong>de</strong> la liberación y la teología feminista, a<strong>un</strong>que tengo que reconocer que me<br />

resultaron intelectualmente superficiales e insatisfactorios. Durante mis estudios, la figura<br />

estelar había sido el influyente teólogo alemán Karl Rahner, que durante décadas dominó el<br />

panorama <strong>de</strong> la teología católica «liberal». Recuerdo muy bien la noche en la que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

haber leído el farragoso prólogo al libro <strong>de</strong> Rahner, F<strong>un</strong>damentos <strong>de</strong> la fe cristiana, que<br />

<strong>de</strong>scribía la mo<strong>de</strong>rna crisis <strong>de</strong> fe, algo se <strong>de</strong>spertó en mí <strong>de</strong> repente: «No conozco a ning<strong>un</strong>o<br />

<strong>de</strong> los que él menciona». Y empecé a pensar que <strong>un</strong>a teología cuyo principal p<strong>un</strong>to <strong>de</strong><br />

referencia era la aca<strong>de</strong>mia contemporánea y su prof<strong>un</strong>do nerviosismo ante la i<strong>de</strong>a misma <strong>de</strong><br />

«verdad» no iba a <strong>de</strong>spertar gran interés más allá <strong>de</strong> las aulas <strong>de</strong>l seminario. Mi pasión por la<br />

histona fue, con toda probabilidad, otro <strong>de</strong> los factores que me empujó a abrazar la crítica <strong>de</strong><br />

Newman al liberalismo. Por el hecho <strong>de</strong> que siempre me ha entusiasmado la historia, supongo<br />

que la ten<strong>de</strong>ncia liberal a prescindir <strong>de</strong>l pasado como factor irrelevante para los problemas<br />

contemporáneos acabó por irritarme con <strong>de</strong>masiada frecuencia.


Una buena parte <strong>de</strong> mi insatisfacción con las categorías en las que había sido intelectualmente<br />

educado terminaron por aclararse hacia finales <strong>de</strong> la década <strong>de</strong> 1970, cuando tuve ocasión <strong>de</strong><br />

leer <strong>un</strong> folleto ecuménico titulado «Manifiesto para <strong>un</strong>a Afirmación Teológica», ampliamente<br />

conocido como Manifiesto <strong>de</strong> Hartford. Entre sus colaboradores se encontraban alg<strong>un</strong>os <strong>de</strong> los<br />

pensadores religiosos más influyentes <strong>de</strong> Norteamérica, <strong>de</strong> los que sólo <strong>un</strong>os pocos se habrían<br />

sentido satisfechos <strong>de</strong> que los presentaran como «conservadores». Recuerdo perfectamente<br />

que, en mi Escuela para Graduados, el Manifiesto <strong>de</strong> Hartford se conocía burlonamente como<br />

«Herejías <strong>de</strong> Hartford», y se había prescindido <strong>de</strong> él, consi<strong>de</strong>rándolo como temas <strong>de</strong> «buenos<br />

liberales» que habían perdido los nervios. Después <strong>de</strong> <strong>un</strong> examen más <strong>de</strong>tenido, y a través <strong>de</strong>l<br />

prisma <strong>de</strong> mi nuevo escepticismo sobre las consignas liberales católicas, se me presentó <strong>un</strong>a<br />

imagen mucho más interesante. A su manera, los signatarios <strong>de</strong>l Manifiesto <strong>de</strong> Hartford<br />

estaban poniendo al día la crítica <strong>de</strong> John Henry Newman a la religión liberal. Newman había<br />

dado en el clavo en su Apologia con la adición <strong>de</strong> <strong>un</strong>a nota sobre el liberalismo, <strong>de</strong> modo que<br />

el tema real no era «liberales contra conservadores», sino más bien religión liberal frente a<br />

religión revelada.<br />

¿Cuál era el p<strong>un</strong>to central <strong>de</strong>l Manifiesto <strong>de</strong> Hartford?<br />

Empezaba poniendo en tela <strong>de</strong> juicio la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que «el pensamiento mo<strong>de</strong>rno es superior a<br />

todas las formas prece<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r la realidad», es <strong>de</strong>cir, «el pensamiento mo<strong>de</strong>rno»<br />

critica la doctrina y práctica cristiana establecida <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace siglos. El pensamiento cristiano<br />

<strong>de</strong>berá, más bien, adoptar <strong>un</strong> ecumenismo <strong>de</strong> época, tomando <strong>de</strong> cada período histórico su<br />

propia sabiduría y comprensión. Los firmantes <strong>de</strong>l Manifiesto <strong>de</strong> Hartford criticaban la<br />

sugerencia <strong>de</strong> que «el lenguaje religioso se refiere a la experiencia humana y nada más»<br />

porque, en ese caso, Dios sería «el invento mis noble <strong>de</strong> la humanidad». Con Newman, el<br />

Manifiesto <strong>de</strong> Hartford insistía en el hecho <strong>de</strong> que «nosotros no inventamos a Dios; es Dios el<br />

que nos inventó a nosotros».<br />

También como Newman, el Manifiesto <strong>de</strong> Hartford negaba el hecho <strong>de</strong> que «todas las<br />

religiones son igualmente válidas», con la consecuencia <strong>de</strong> que «elegir entre ellas no es<br />

cuestión <strong>de</strong> [...] verdad, sino sólo <strong>de</strong> preferencia o <strong>de</strong> estilo <strong>de</strong> vida personal». Un cristianismo<br />

reducido a elección <strong>de</strong> <strong>un</strong> estilo <strong>de</strong> vida es <strong>un</strong> cristianismo vaciado <strong>de</strong> su po<strong>de</strong>r.<br />

Los firmantes <strong>de</strong>l Manifiesto <strong>de</strong> Hartford afirmaban que la salvación incluye <strong>un</strong>a «promesa <strong>de</strong><br />

plenitud humana». Pero es falsa la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que «el significado global <strong>de</strong> salvación está en<br />

compren<strong>de</strong>r el propio potencial y ser fiel a sí mismo». No se <strong>de</strong>ben trivializar las promesas <strong>de</strong><br />

Dios; y es que Dios promete algo más que la «plenitud humana» que imaginaba ese lenguaje<br />

seudo-psicológico. A mayor ab<strong>un</strong>damiento, el Manifiesto <strong>de</strong> Hartford insistía en que, mientras<br />

el culto supone <strong>un</strong> enriquecimiento personal y com<strong>un</strong>itario, es <strong>un</strong> error f<strong>un</strong>damental suponer<br />

que la única finalidad <strong>de</strong>l culto es «la realización personal y com<strong>un</strong>itaria». El culto es <strong>un</strong>a<br />

respuesta a la iniciativa <strong>de</strong> Dios. No damos culto a Dios porque eso nos hace sentir mejor o<br />

más <strong>un</strong>idos; «damos culto a Dios porque Él se lo merece» y porque hacerlo suscita el «<strong>de</strong>seo<br />

f<strong>un</strong>damental <strong>de</strong>l hombre <strong>de</strong> conocer, amar y adorar a Dios».<br />

Los firmantes <strong>de</strong>l Manifiesto <strong>de</strong> Hartford negaban sencillamente que «el m<strong>un</strong>do le marque a la<br />

Iglesia lo que <strong>de</strong>be hacer» (<strong>un</strong> tema que por entonces promovía el Consejo M<strong>un</strong>dial <strong>de</strong> las<br />

Iglesias) e insistían en que la acción social cristiana, que es <strong>un</strong> <strong>de</strong>ber imperativo, <strong>de</strong>be estar


configurada por <strong>un</strong>a comprensión <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do peculiarmente cristiana. El Manifiesto subrayaba<br />

también que, precisamente por su confianza en la trascen<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> Dios –el Reino <strong>de</strong> Dios,<br />

que marca todos los aspectos <strong>de</strong> la vida»–, los cristianos podían embarcarse en la lucha contra<br />

cualquier forma <strong>de</strong> opresión humana. La i<strong>de</strong>ntificación <strong>de</strong>l Reino <strong>de</strong> Dios con cualquier<br />

programa político o económico <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do era idolatría, porque «Dios tiene sus propios<br />

<strong>de</strong>signios que se enfrentan con los nuestros y nos sorpren<strong>de</strong>n con juicio y re<strong>de</strong>nción».<br />

¿A qué viene resucitar ahora el Manifiesto <strong>de</strong> Hartford, que ya tiene casi treinta años? Léase<br />

como <strong>un</strong>a invitación a recordar a Newman y su crítica <strong>de</strong> la religión liberal. Y es que el lenguaje<br />

<strong>de</strong> Hartford es, sin duda, más accesible que el <strong>de</strong> Newman, cuya comprensión requiere <strong>un</strong><br />

poco más <strong>de</strong> tiempo; y a<strong>de</strong>más, los p<strong>un</strong>tos <strong>de</strong> referencia <strong>de</strong>l Manifiesto en relación con la<br />

Iglesia y con el m<strong>un</strong>do son <strong>de</strong> más actualidad que los <strong>de</strong> Newman. Recuér<strong>de</strong>se, sin embargo,<br />

que Newman y los firmantes <strong>de</strong>l Manifiesto contemplan la misma gran verdad: la obediencia a<br />

la ventad cristiana es liberadora, en el sentido más prof<strong>un</strong>do <strong>de</strong> la liberación humana. Esa<br />

verdad proce<strong>de</strong> <strong>de</strong> Dios e invita a <strong>un</strong> encuentro personal con Él por medio <strong>de</strong> Jesucristo y <strong>de</strong> su<br />

Iglesia. No es algo que podamos realizar por nosotros mismos, sino algo que sólo po<strong>de</strong>mos<br />

recibir como <strong>un</strong> don.<br />

¡Aprécialo por lo gran<strong>de</strong> que es ese regalo!


6- EL «OLDE CHESHIRE CHEESE», LONDRES: EL «PUB DE<br />

CHESTERTON» Y UN MUNDO SACRAMENTAL<br />

El m<strong>un</strong>do <strong>católico</strong> es mucho más que <strong>un</strong> conj<strong>un</strong>to <strong>de</strong> iglesias. Es también <strong>un</strong> m<strong>un</strong>do <strong>de</strong><br />

bibliotecas y <strong>de</strong> habitaciones, <strong>de</strong> mares y montañas, <strong>de</strong> galerías y campos <strong>de</strong> <strong>de</strong>porte, <strong>de</strong> salas<br />

<strong>de</strong> concierto y celdas monásticas. Se trata <strong>de</strong> lugares que nos proporcionan <strong>un</strong> atisbo <strong>de</strong> «la<br />

realidad extraordinaria que está exactamente en la última frontera <strong>de</strong> la vida ordinaria» (en<br />

palabras <strong>de</strong> Alfred North Whitehead, que no era <strong>católico</strong>, pero poseía <strong>un</strong>a sensibilidad<br />

plenamente católica en este sentido).<br />

Por eso, quisiera llevarte a <strong>un</strong> «pub», el «Ol<strong>de</strong> Cheshire Cheese», situado en Fleet Street, en el<br />

corazón <strong>de</strong> Londres. Uno <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s trovadores <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do y <strong>de</strong> su sacramentalidad, el<br />

<strong>católico</strong> Gilbert Keith Chesterton, pasó allí más <strong>de</strong> <strong>un</strong>as cuantas noches. Vamos también<br />

nosotros a visitarlo.<br />

El interior <strong>de</strong>l Ol<strong>de</strong> Cheshire Cheese, con su ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> color oscuro, ha sido testigo <strong>de</strong> buena<br />

parte <strong>de</strong> la historia literaria <strong>de</strong> Inglaterra. Samuel Johnson solía acomodarse allí, como sólo él<br />

era capaz <strong>de</strong> hacerlo. Su casa distaba <strong>de</strong>l «pub» <strong>un</strong>os pocos metros y, según alg<strong>un</strong>os testigos,<br />

no pasaba <strong>un</strong> día sin que lo visitara. Y suponemos que así lo hacía también su biógrafo,<br />

Boswell. Entre sus adictos incondicionales po<strong>de</strong>mos citar a Dry<strong>de</strong>n, Thackeray y Dickens. Al<br />

entrar en el «pub» <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la estrecha callejuela <strong>de</strong> Wine Office Court, se cruza <strong>un</strong>a puerta<br />

metálica que protege los <strong>de</strong>sgastados escalones <strong>de</strong> la entrada. En <strong>un</strong> tiempo, antes <strong>de</strong> que se<br />

pusiera la puerta que protege esa vieja reliquias se podía entrar en el Chcshire Cheese pisando<br />

literalmente los talones a alg<strong>un</strong>os <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s exponentes <strong>de</strong> la literatura inglesa. Entremos<br />

ahora en el bar, en el primer piso. El retrato que presi<strong>de</strong> la chimenea es <strong>de</strong> <strong>un</strong> tal William<br />

Simpson, <strong>un</strong> camarero <strong>de</strong>l bar, que atendía a la distinguida clientela durante el primer tercio<br />

<strong>de</strong>l siglo XIX. La mesa favorita <strong>de</strong> Dickens es la que está a la <strong>de</strong>recha <strong>de</strong> la chimenea.<br />

Si hubieras entrado en el Cheese a principios <strong>de</strong>l siglo XX, habrías tenido la suerte <strong>de</strong> encontrar<br />

allí a G. K. Chesterton, muchas veces en compañía <strong>de</strong> su hermano Cecil y <strong>de</strong> su amigo Hilaire<br />

Belloc: tres personajes convencidos <strong>de</strong> que las verda<strong>de</strong>s que Dios quiere que conozcamos en<br />

este m<strong>un</strong>do <strong>de</strong>bían encontrarse no sólo en las iglesias y en los salones <strong>de</strong> conferencias, sino en<br />

sitios como el Ol<strong>de</strong> Cheshire Cheese, lugares que ofrecían la buena comida y bebida que hacen<br />

posible <strong>un</strong>a buena amistad y <strong>un</strong>a agradable conversación. Imagínate a Belloc en su mesa<br />

preferida, regalando a sus amigos con historias sobre su campaña electoral <strong>de</strong> 1906 para<br />

formar parte <strong>de</strong>l Parlamento en South Salford, don<strong>de</strong> los adversarios <strong>de</strong>l Partido Conservador<br />

<strong>de</strong> Belloc habían adoptado el fanático lema: «No votes a <strong>un</strong> francés que sea <strong>católico</strong>» (y es que<br />

el padre <strong>de</strong> Belloc era francés). Como jamás evitaba <strong>un</strong>a crítica, Belloc escogió<br />

<strong>de</strong>liberadamente <strong>un</strong>a escuela católica para pron<strong>un</strong>ciar el primer discurso <strong>de</strong> su campaña<br />

electoral. Los sacerdotes <strong>de</strong> la escuela le rogaron que evitara el tema <strong>de</strong> la fe, porque Belloc no<br />

era creyente. La sala estaba a rebosar, y Belloc mo<strong>de</strong>ró sus palabras: «Señores, yo soy <strong>católico</strong>.


En la medida <strong>de</strong> lo posible, voy a misa todos los días. Este es mi rosario. En cuanto me es<br />

posible, me pongo <strong>de</strong> rodillas y lo rezo todos los días. Si no me votáis a causa <strong>de</strong> mi religión,<br />

daré gracias a Dios por haberme ahorrado la indignidad <strong>de</strong> ser vuestro representante». Los<br />

obreros <strong>de</strong> South Salford le dieron <strong>un</strong>a ovación interminable y al cabo <strong>de</strong> <strong>un</strong>as semanas, lo<br />

eligieron como su candidato. G. K. Chesterton, que no se haría <strong>católico</strong> hasta dieciséis años<br />

más tar<strong>de</strong>, <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> expresar su aprobación a gritos y, quizá, hasta se secó las lágrimas <strong>de</strong> risa<br />

que le resbalaban por su ancha cara. Como más tar<strong>de</strong> comentó Joseph Pearce, biógrafo <strong>de</strong><br />

Bdlloc, «amor y risa forman <strong>un</strong>a sola <strong>un</strong>idad mística», porque «más allá <strong>de</strong>l mero placer <strong>de</strong> la<br />

risa está la risa <strong>de</strong>l placer».<br />

Estas anécdotas explican <strong>de</strong> manera muy apropiada el hecho <strong>de</strong> que el Ol<strong>de</strong> Cheshire Cheese<br />

esté en pie todavía hoy, como lo estaba aquellos días en los que los londinenses solían llamarlo<br />

«Chesterbelloc», en el emplazamiento <strong>de</strong> <strong>un</strong> viejo monasterio carmelita <strong>de</strong>l siglo XIII. Hay<br />

«lugares <strong>católico</strong>s» y «lugares <strong>católico</strong>s»; alg<strong>un</strong>os <strong>de</strong> ellos, por así <strong>de</strong>cir, reciclados <strong>de</strong> forma<br />

diferente en siglos diferentes.<br />

Pero estoy divagando. Volvamos a Chesterton.<br />

Un amigo inglés me dijo <strong>un</strong> día a propósito <strong>de</strong> Theodore Roosevelt: «Recuerda siempre que el<br />

Presi<strong>de</strong>nte es <strong>un</strong> <strong>joven</strong> como <strong>de</strong> <strong>un</strong>os seis años». G. K. Chesterton (o «GKC», como solía firmar<br />

sus artículos periodísticos) fue siempre <strong>un</strong> <strong>joven</strong> como <strong>de</strong> <strong>un</strong>os cinco años. Nacido en 1874,<br />

jamás perdió la fascinación infantil frente al m<strong>un</strong>do hasta su muerte, en 1936, a la edad <strong>de</strong><br />

sesenta y dos años. En medio <strong>de</strong> conflictos religiosos, <strong>de</strong> agobios periodísticos, <strong>de</strong><br />

controversias políticas y enfrentamientos intelectuales, GKC mantuvo siempre la actitud <strong>de</strong><br />

asombro <strong>de</strong> <strong>un</strong> niño <strong>de</strong> cinco años, frente al m<strong>un</strong>do que lo ro<strong>de</strong>aba y a la gente con que se<br />

encontraba. Amó, comió, bebió y andaba continuamente enzarzado en riñas y disputas. La<br />

Enciclopaedia Britannica, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> enumerar sus gran<strong>de</strong>s cualida<strong>de</strong>s como «crítico inglés y<br />

autor <strong>de</strong> versos, ensayos, novelas y cuentos breves», señala que Chesterton «fue conocido<br />

también por su exuberante personalidad y figura rot<strong>un</strong>da». De buenas a primeras, podría<br />

parecer <strong>un</strong>a <strong>de</strong>scripción bastante extraña <strong>de</strong> <strong>un</strong> genio literario que fue también <strong>un</strong> respetable<br />

teólogo aficionado y apologista cristiano <strong>de</strong> primera magnitud. Pero con GKC captas lo que<br />

ves: el carácter <strong>de</strong>l personaje, que encerraba libros y libros sobre su convicción <strong>de</strong> que la<br />

comedia humana es, en el sentido más prof<strong>un</strong>do, <strong>un</strong>a divina comedia.<br />

Hemos hablado anteriormente <strong>de</strong> la firme convicción católica <strong>de</strong> que los datos cantan. Así lo<br />

creía Chesterton, a<strong>un</strong>que no fue hasta la edad <strong>de</strong> cincuenta y dos años cuando entró en plena<br />

com<strong>un</strong>ión con la Iglesia Católica. Incluso en sus años pre-<strong>católico</strong>s, GKC fue <strong>un</strong> ardiente<br />

<strong>de</strong>fensor <strong>de</strong> la imaginación sacramental, es <strong>de</strong>cir, <strong>de</strong> la prof<strong>un</strong>da convicción católica <strong>de</strong> que<br />

Dios salva y santifica al m<strong>un</strong>do con elementos m<strong>un</strong>danos. Es probable que hayas oído que el<br />

catolicismo no se siente a gusto en el m<strong>un</strong>do, que el catolicismo <strong>de</strong>precia el m<strong>un</strong>do y la carne.<br />

No lo creas ni <strong>un</strong> seg<strong>un</strong>do más.<br />

El catolicismo acepta el m<strong>un</strong>do y las realida<strong>de</strong>s m<strong>un</strong>danas con mucha más seriedad que los<br />

que presumen <strong>de</strong> ser m<strong>un</strong>danos. El agua, la sal, el aceite son los elementos tangibles por los<br />

que la gracia santificante se confiere en el sacramento <strong>de</strong>l bautismo; pan y vino son los<br />

elementos materiales por los que Cristo entrega su cuerpo y su sangre a su pueblo en el<br />

sacramento <strong>de</strong> la eucaristía en el sacramento <strong>de</strong>l matrimonio, la consumación <strong>de</strong>l amor


conyugal confiere sentido al intercambio <strong>de</strong> promesas <strong>de</strong> <strong>un</strong>a pareja católica el día <strong>de</strong> su boda;<br />

el aceite produce curación en el sacramento <strong>de</strong> la <strong>un</strong>ción <strong>de</strong> los enfermos, igual que lo realiza<br />

el don <strong>de</strong>l Espíritu Santo en el sacramento <strong>de</strong> la confirmación. Nada <strong>de</strong> eso ocurre por arte <strong>de</strong><br />

magia, a lo Harry Potter, sino porque «en el principio», Dios configuró sacramentalmente el<br />

m<strong>un</strong>do (cf. Ge 1,1) y así es todavía hoy. Si no, echa <strong>un</strong> vistazo a todo lo que te ro<strong>de</strong>a. Todo lo<br />

que experimentamos a nuestro alre<strong>de</strong>dor y que los escépticos llaman «m<strong>un</strong>do real» no es más<br />

que <strong>un</strong>a ventana al m<strong>un</strong>do realmente real que hace posible este m<strong>un</strong>do, el m<strong>un</strong>do <strong>de</strong> la<br />

Verdad y <strong>de</strong>l Amor trascen<strong>de</strong>ntes. Los elementos constitutivos <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do son el material que<br />

Dios emplea para llevarnos a <strong>un</strong>a com<strong>un</strong>ión con la realidad auténticamente extraordinaria,<br />

que es el propio Dios.<br />

El viejo enemigo <strong>de</strong> esta imaginación sacramental es lo que podríamos <strong>de</strong>nominar imaginación<br />

gnóstica. El gnosticismo, <strong>un</strong>a <strong>de</strong> las primeras herejías cristianas, es consi<strong>de</strong>rablemente elástico,<br />

más aún, proteico. Brota continuamente, generación tras generación, con formas y disfraces<br />

ligeramente distintos: <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los Maniqueos, que <strong>un</strong> día sedujeron a san Agustín, a través <strong>de</strong><br />

los Albigenses y los Cátaros, hasta el momento actual. Pero en cualquiera <strong>de</strong> sus<br />

manifestaciones, el gnosticismo enseña siempre el mismo mensaje, tan seductor como<br />

<strong>de</strong>vastador: la sustancia no conta; el m<strong>un</strong>do material es <strong>un</strong>a distracción (a veces, perversa); lo<br />

importante es la gnósis, es <strong>de</strong>cir, el conocimiento arcano, que eleva a los elegidos, a la elite,<br />

sacándolos <strong>de</strong> la corrupción <strong>de</strong> lo cotidiano. El gnosticismo es incapaz <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r la<br />

Encarnación, o sea, la verdad <strong>de</strong> que Dios entra en el m<strong>un</strong>do en la persona <strong>de</strong> su Hijo, la<br />

Seg<strong>un</strong>da Persona <strong>de</strong> la Trinidad, para redimirnos y santificarnos en nuestra propia humanidad,<br />

y no para sacarnos <strong>de</strong> ella. Y Dios actúa así porque, igual que al principio, sabe que su creación<br />

es buena, más aún, muy buena (Gn 1,31). Dado que el gnosticismo no pue<strong>de</strong> aceptar la bondad<br />

<strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do, tampoco pue<strong>de</strong> «aceptar» la Encarnación ni los sacramentos. Se presente con<br />

ropaje antiguo o con categorías mo<strong>de</strong>rnas, el gnosticismo es el polo opuesto al carácter<br />

«terrenal» <strong>de</strong>l catolicismo. Por eso es, invariablemente, elitista.<br />

Que yo sepa, Chesterton no empleó jamás <strong>un</strong>os términos como «imaginación sacramental», o<br />

«imaginación gnóstica». Pero esa primera imaginación, la «sacramental», es lo que él <strong>de</strong>fendió<br />

<strong>de</strong>l modo más apasionado; y la seg<strong>un</strong>da, la «gnóstica», es lo que criticó y con<strong>de</strong>nó con mayor<br />

dureza. El genio <strong>de</strong> Chesterton consistió en compren<strong>de</strong>r el giro diabólicamente hábil que había<br />

dado la mo<strong>de</strong>rna imaginación gnóstica: bajo el disfraz <strong>de</strong> materialismo, había <strong>de</strong>struido lo<br />

material. Vamos a recorrer j<strong>un</strong>tos el análisis y La argumentación <strong>de</strong> Chesterton, a través <strong>de</strong><br />

alg<strong>un</strong>os <strong>de</strong> mis «chestertonianismos» favoritos, tornados <strong>de</strong> su obra Orthodoxy, publicada<br />

treinta años antes <strong>de</strong> que Chesterton entrara oficialmente en la Iglesia Católica.<br />

LA VERDADERA MUNDANIDAD<br />

La gente plenamente m<strong>un</strong>dana es incapaz <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r el m<strong>un</strong>do; más bien, suele<br />

confiar en <strong>un</strong> puñado <strong>de</strong> máximas cínicas que, por otra parte, no son verdad.<br />

La principal acusación <strong>de</strong> GKC afirma que <strong>un</strong>a m<strong>un</strong>danidad encerrada en sí misma no pue<strong>de</strong><br />

captar plenamente la verdad <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do. La m<strong>un</strong>danidad no es mala, si por «m<strong>un</strong>danidad»<br />

enten<strong>de</strong>mos la actitud <strong>de</strong> tomarnos en serio los elementos <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do, en los que se incluyen


<strong>de</strong> manera muy especial las vidas y los amores, las pasiones y los compromisos <strong>de</strong> la gente<br />

normal. Pero no es así como actúa la m<strong>un</strong>danidad mo<strong>de</strong>rna. Para <strong>un</strong>a «m<strong>un</strong>danidad»<br />

mo<strong>de</strong>rna, consciente <strong>de</strong> sí misma y que, por lo general, sólo se encuentra en círculos muy<br />

selectos, nada cuenta realmente. Todo es efémero, todo es maleable y manipulable, todo es<br />

caduco. (Piénsese, por ejemplo, en las más <strong>de</strong>lirantes formas <strong>de</strong> feminismo, que insisten en<br />

que la biología no cuenta para nada y no significa nada, porque tanto la masculinidad como la<br />

feminidad son construcciones mentales. Piénsese igualmente en la reducción freudiana <strong>de</strong>l ser<br />

humano a pura psique.) La falsa m<strong>un</strong>danidad concibe el m<strong>un</strong>do como <strong>un</strong> recinto cerrado, sin<br />

puertas ni ventanas. Ningún elemento <strong>de</strong> la casa, ni f<strong>un</strong>cional ni <strong>de</strong>corativo, tiene algún<br />

significado, a no ser el placer transitorio. Por el contrario, el m<strong>un</strong>do <strong>de</strong> GKC es como <strong>un</strong>a casa<br />

abierta <strong>de</strong> par en par, con puertas, con ventanas, con tragaluces. La luz ilumina la<br />

f<strong>un</strong>cionalidad <strong>de</strong> las cosas <strong>de</strong> la casa y nos ayuda a compren<strong>de</strong>r que todo, incluso la<br />

masculinidad, la feminidad y sus relaciones mutuas, está lleno <strong>de</strong> significado.<br />

POR QUÉ NECESITAMOS IMAGINACIÓN<br />

La imaginación no produce locura. Lo que produce locura es, exactamente, la razón.<br />

Los poetas no se vuelven locos; los jugadores <strong>de</strong> ajedrez, sí. Los matemáticos y los<br />

empleados <strong>de</strong> caja también se vuelven locos; pero los artistas creadores, rara vez. Y no<br />

es que yo [...] ataque la lógica, en ningún sentido; lo único que quiero <strong>de</strong>cir es que la<br />

lógica conlleva ese peligro, pero no la imaginación [...]. Aceptar cualquier cosa es <strong>un</strong><br />

ejercicio; enten<strong>de</strong>rlo todo es <strong>un</strong> esfuerzo. El poeta sólo <strong>de</strong>sea exaltación y expansión,<br />

<strong>un</strong> m<strong>un</strong>do para explayarse. El poeta sólo preten<strong>de</strong> llegar con su cabeza hasta el cielo.<br />

En cambio, el lógico preten<strong>de</strong> meter el cielo en su cabeza. Y lo que ocurre es que la<br />

cabeza... le estalla.<br />

Esta es otra lección <strong>de</strong> imaginación sacramental. Reducir lo que po<strong>de</strong>mos conocer a lo que<br />

po<strong>de</strong>mos «probar» razonadamente es <strong>de</strong>shumanizador; y esa es otra manera <strong>de</strong> <strong>de</strong>saprobar el<br />

m<strong>un</strong>do y su sacramentalidad. No se pue<strong>de</strong> «probar» la «verdad» que se encierra en la amistad<br />

o en el amor, en la pasión intelectual, política o espiritual <strong>de</strong> la sinfonía «Praga» <strong>de</strong> Mozart o<br />

<strong>de</strong> las Vísperas <strong>de</strong> Rachmaninoff, o en la sensación <strong>de</strong> <strong>de</strong>slizarse por <strong>un</strong> tobogán a cien<br />

kilómetros por hora. Pero esas «verda<strong>de</strong>s» existen y dan a la vida no sólo su regusto, sino<br />

también su sentido. Negar la verdad <strong>de</strong> esas realida<strong>de</strong>s es como encerrarse en <strong>un</strong>a prisión o en<br />

<strong>un</strong> m<strong>un</strong>do sin ventanas. Y eso sofoca y ahoga, con la eventualidad <strong>de</strong> morir asfixiado.<br />

Chesterton <strong>de</strong>cía que <strong>un</strong> gran sector <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do mo<strong>de</strong>rno estaba a p<strong>un</strong>to <strong>de</strong> morir por asfixia.<br />

Basta <strong>un</strong>a mirada a la historia <strong>de</strong>l siglo XX, para ver si GKC no tenía toda la razón <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do.<br />

PEQUEÑAS Y GRANDES INFINIDADES<br />

Loco no es <strong>un</strong>a persona que ha perdido la razón. En realidad, loco es el que ha perdido<br />

todas las cosas, menos la razón [...] Su mente se mueve en <strong>un</strong> círculo perfecto, pero<br />

<strong>de</strong>masiado estrecho. Un círculo pequeño es tan infinito como <strong>un</strong> círculo gran<strong>de</strong>; pero<br />

a<strong>un</strong> siendo igual <strong>de</strong> infinito, no es igual <strong>de</strong> gran<strong>de</strong> [...] Existe <strong>un</strong>a realidad que se podría


llamar <strong>un</strong>iversalismo estrecho, y otra que podríamos <strong>de</strong>nominar eternidad reducida y<br />

restringida [...] La señal más evi<strong>de</strong>nte e inconf<strong>un</strong>dible <strong>de</strong> la locura es esta combinación<br />

<strong>de</strong> plenitud lógica y contracción espiritual.<br />

¿Dón<strong>de</strong> está el fallo en la manera en que muchos escépticos «contemplan» el m<strong>un</strong>do<br />

mo<strong>de</strong>rno? El problema está en que contemplan el m<strong>un</strong>do como <strong>un</strong> infinito muy estrecho,<br />

porque han perdido el sentido <strong>de</strong> la sacramentalidad. Como afirmaba GKC, el mo<strong>de</strong>rno<br />

escéptico materialista, es <strong>de</strong>cir, el gnóstico mo<strong>de</strong>rno, «lo entien<strong>de</strong> todo; pero, al parecer, no<br />

todo merece ser entendido». El catolicismo ofrece otra clase <strong>de</strong> infinito: <strong>un</strong> infinito más<br />

gran<strong>de</strong>, don<strong>de</strong> la razón se enriquece por la imaginación, y la imaginación se encauza por su<br />

sometimiento a la razón. Como he sugerido antes, en la imaginación sacramental católica<br />

«pensamos» con nuestro cerebro, con nuestros sentidos, con nuestras emociones. Pensar sólo<br />

con el cerebro produce dolor <strong>de</strong> cabeza; incluso nos <strong>de</strong>ja el alma dolorida. Nuestros <strong>de</strong>seos<br />

más prof<strong>un</strong>dos (<strong>de</strong> com<strong>un</strong>ión con los otros, <strong>de</strong> sabiduría, <strong>de</strong> gozo, <strong>de</strong> perfeccionamiento, <strong>de</strong><br />

amor) no se pue<strong>de</strong>n satisfacer reduciendo el m<strong>un</strong>do a silogismos. El ser humano fue creado<br />

para <strong>un</strong> infinito mucho más ancho, para <strong>un</strong>a eternidad sin fin.<br />

SOBRE NUESTRA NECESIDAD DE MISTERIO<br />

El misticismo nos mantiene sanos. Mientras vives en el misterio, gozas <strong>de</strong> buena salud;<br />

si <strong>de</strong>struyes el misterio, creas mortalidad. La gente normal siempre ha sido sana,<br />

porque el hombre normal ha sido siempre <strong>un</strong> místico. Ha permitido la penumbra; y<br />

siempre ha tenido <strong>un</strong> pie en la tierra y otro en el país <strong>de</strong> la fantasía. Siempre ha sido<br />

libre para dudar <strong>de</strong> sus dioses; pero también (al revés que el agnóstico <strong>de</strong> nuestro<br />

tiempo) ha sido libre para creer en ellos... El misterio ms prof<strong>un</strong>do <strong>de</strong>l misticismo<br />

consiste en que el hombre pue<strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r todas las cosas con ayuda <strong>de</strong> lo que no<br />

entien<strong>de</strong>. El lógico enfermizo intenta aclarar toda la realidad, pero lo que consigue es<br />

hacerla misteriosa. El místico, por su parte, <strong>de</strong>ja que algo siga siendo misterioso, y todo<br />

lo <strong>de</strong>más resulta lúcido.<br />

Creo que cuando GKC habla aquí <strong>de</strong> «misticismo», está hablando <strong>de</strong> imaginación sacramental,<br />

es <strong>de</strong>cir, <strong>de</strong> la experiencia <strong>de</strong> lo extraordinario por medio <strong>de</strong> lo ordinario. Ese es el misticismo<br />

al que está llamado todo <strong>católico</strong>. El misticismo <strong>de</strong> la «noche oscura» <strong>de</strong> san Juan <strong>de</strong> la Cruz no<br />

es <strong>un</strong>a experiencia <strong>un</strong>iversal; como tampoco lo es la ardiente exaltación mística <strong>de</strong> la escultura<br />

<strong>de</strong> Bernini «El éxtasis <strong>de</strong> Santa Teresa <strong>de</strong> Ávila». El misticismo accesible a cualquier <strong>católico</strong> es<br />

la experiencia <strong>de</strong> <strong>un</strong> m<strong>un</strong>do abierto a lo trascen<strong>de</strong>nte. Según Chesterton, la cruz es el símbolo<br />

primario para cualquier <strong>católico</strong>. Como escribió <strong>un</strong>a vez, el círculo sugiere perfección e<br />

infinitud; pero <strong>un</strong>a perfección «fija para siempre en su tamaño». En cambio, la cruz «encierra<br />

<strong>un</strong>a contradicción». Y precisamente por eso, «pue<strong>de</strong> exten<strong>de</strong>r sus cuatro brazos por toda la<br />

eternidad sin alterar su figura. Y es que en su centro encierra <strong>un</strong>a paradoja, y pue<strong>de</strong> crecer sin<br />

sufrir alteraciones. EI círculo se vuelve sobre sí mismo, o sea, está prisionero <strong>de</strong> su propia<br />

figura. La cruz, por el contrario, abre sus brazos a los cuatro vientos, como señal y guía para<br />

caminantes».


SOBRE LA TRADICIÓN<br />

La tradición se pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>finir como la extensión <strong>de</strong>l privilegio. Tradición significa dar el<br />

voto a la más oscura <strong>de</strong> todas las clases sociales, nuestros antepasados. Tradición es la<br />

<strong>de</strong>mocracia <strong>de</strong> los muertos. La tradición no se somete a la reducida y arrogante<br />

oligarquía <strong>de</strong> los que simplemente viven entre nosotros. Todos los <strong>de</strong>mócratas se<br />

oponen a que la gente sea <strong>de</strong>scalificada por el simple hecho <strong>de</strong> haber nacido, igual que<br />

se oponen a cualquier <strong>de</strong>scalificación por haber muerto. La <strong>de</strong>mocracia nos enseña que<br />

no se <strong>de</strong>be <strong>de</strong>spreciar la opinión <strong>de</strong> cualquier ciudadano, a<strong>un</strong>que sea nuestro lacayo. Y<br />

la tradición nos exige respeto a la opinión <strong>de</strong> cualquier buena persona, a<strong>un</strong>que esa sea<br />

mi padre.<br />

Bien; mi padre, mi abuelo, o la bisabuela <strong>de</strong> mi bisabuela. Como la imaginación gnóstica es<br />

incapaz <strong>de</strong> contemplar el m<strong>un</strong>do con la seriedad que merece, los gnósticos mo<strong>de</strong>rnos apenas<br />

tienen relación con el pasado. Todo tiene que renovarse <strong>de</strong> manera continua, <strong>un</strong>a y otra vez.<br />

Por contraste, en <strong>un</strong> m<strong>un</strong>do sacramentalmente configurado, el pasado cuenta, y muy mucho.<br />

No por nostalgia, sino por reverencia. Por el hecho <strong>de</strong> formar parte <strong>de</strong> este m<strong>un</strong>do, lo que se<br />

vivió y se aprendió en el pasado pue<strong>de</strong> ser ahora, para nosotros, <strong>un</strong>a ventana abierta a la<br />

verdad, a la belleza y al valor <strong>de</strong> las cosas aquí y ahora. Esta es otra <strong>de</strong> las dimensiones <strong>de</strong> <strong>un</strong>a<br />

liberación verda<strong>de</strong>ramente católica, que no tendremos que realizar sólo por nosotros mismos,<br />

sino a hombros <strong>de</strong> <strong>un</strong>os gigantes espirituales e intelectuales. Y naturalmente, siempre<br />

podremos ver con mucha más claridad <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>un</strong>a atalaya tan privilegiada.<br />

SOBRE OPTIMISMO Y PESIMISMO<br />

Cuando yo era niño, había dos personajes muy curiosos que discrepaban sobre quién<br />

era el optimista y quién el pesimista. Yo empleaba continuamente esas palabras, pero<br />

tengo que confesar que n<strong>un</strong>ca tuve <strong>un</strong>a i<strong>de</strong>a precisa sobre su significado [...] En<br />

resumen, llegué a la conclusión <strong>de</strong> que el optimista era el que creía que todo era bueno,<br />

excepto el pesimista; y el pesimista era el que pensaba que todo era malo, excepto él<br />

mismo.<br />

En sus elucubraciones sobre optimismo y pesimismo, GKC sugiere que la elección entre esos<br />

dos conceptos es falsa, porque los dos aceptan que «el hombre critica la realidad <strong>de</strong> este<br />

m<strong>un</strong>do como si anduviera buscando casa, como si visitara <strong>un</strong> nuevo bloque <strong>de</strong> apartamentos».<br />

Pero nadie, continúa diciendo, se encuentra en esa posición: «Un hombre pertenece a este<br />

m<strong>un</strong>do ya antes <strong>de</strong> que empiece a preg<strong>un</strong>tarse si está bien pertenecer a él [...] Mi aceptación<br />

<strong>de</strong>l <strong>un</strong>iverso no es optimismo; es, más bien, <strong>un</strong>a especie <strong>de</strong> patriotismo... El m<strong>un</strong>do no es <strong>un</strong>a<br />

posada en Brighton, que haya que abandonar por lo <strong>de</strong>plorable <strong>de</strong> su situación. Más bien, es el<br />

castillo <strong>de</strong> nuestra familia, con su ban<strong>de</strong>ra on<strong>de</strong>ando al viento en el torreón más alto; y cuanto<br />

más <strong>de</strong>plorable sea su situación, menos tendremos que pensar en abandonarlo. Lo importante<br />

no es que este m<strong>un</strong>do sea <strong>de</strong>masiado triste para po<strong>de</strong>r amar, o <strong>de</strong>masiado atractivo para no<br />

po<strong>de</strong>r amar; lo verda<strong>de</strong>ramente importante es que, cuando amas <strong>un</strong>a cosa, la alegría sea <strong>un</strong>a<br />

razón para amarla, y la tristeza <strong>un</strong>a razón para amarla todavía más».


Eso es <strong>un</strong>a apreciación sacramental <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do. Los gnósticos mo<strong>de</strong>rnos, para los que no hay<br />

nada que cuente realmente, pue<strong>de</strong>n ser optimistas o pesimistas porque el optimismo y el<br />

pesimismo son cuestión <strong>de</strong> óptica, <strong>de</strong> enfoque; y eso pue<strong>de</strong> cambiar <strong>de</strong> día a día, a<strong>un</strong>que sólo<br />

sea por <strong>un</strong>a nueva graduación <strong>de</strong> tus gafas, o por <strong>un</strong>a nueva serie <strong>de</strong> filtros i<strong>de</strong>ológicos. (No es<br />

pura casualidad que los comentarios políticos <strong>de</strong>l primer gnóstico mo<strong>de</strong>rno, el crítico francés<br />

Jacques Derrida, se hayan significado por su total incoherencia e incluso falta <strong>de</strong> sentido.) En la<br />

imaginación sacramental, que nos enseña <strong>un</strong>a prof<strong>un</strong>da lealtad al m<strong>un</strong>do y a su configuración,<br />

no somos ni optimistas ni pesimistas. En cuanto <strong>católico</strong>s, somos individuos (hombres y<br />

mujeres) <strong>de</strong> esperanza, <strong>un</strong>a realidad más fuerte que el optimismo. Y la esperanza es <strong>un</strong>a virtud<br />

que se f<strong>un</strong>da en otra virtud, la fe.<br />

SOBRE LA RISA, O POR QUE CAYÓ SATANÁS<br />

La seriedad no es <strong>un</strong>a virtud. Pero <strong>de</strong>cir que la seriedad es <strong>un</strong> vicio seria <strong>un</strong>a herejía<br />

(a<strong>un</strong>que <strong>un</strong>a herejía mucho más <strong>de</strong>licada). En realidad, es la ten<strong>de</strong>ncia (o<br />

<strong>de</strong>slizamiento) natural a adoptar <strong>un</strong>a postura personal <strong>de</strong> gravedad, porque eso es lo<br />

más fácil. De hecho, es más fácil escribir <strong>un</strong> buen artículo <strong>de</strong> fondo en el «Times», que<br />

<strong>un</strong>a buena viñeta en el «P<strong>un</strong>ch». Y es que el tono solemne brota <strong>de</strong>l hombre con la<br />

mayor naturalidad, mientras que la risa (o la carcajada) es como <strong>un</strong> brinco, <strong>un</strong>a especie<br />

<strong>de</strong> cabriola. Es muy fácil ser pesado, y muy difícil ser ligero. De hecho, Satanás cayó por<br />

la fuerza <strong>de</strong> la gravedad.<br />

Quiero <strong>de</strong>cir que Satanás cayó por su propia fuerza <strong>de</strong> gravedad. Cayó por tomarse a sí mismo<br />

<strong>de</strong>masiado en serio, por actuar con <strong>un</strong>a seriedad absoluta. Por eso cayó Satanás. Pesaba tanto,<br />

que no pudo aguantarlo. Y cayó. Y se estrelló. E hizo <strong>un</strong> cráter enorme. ¿No se parece bastante<br />

a la mo<strong>de</strong>rna mentalidad gnóstica? Y es que ning<strong>un</strong>a realidad <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do cuenta; sólo cuento<br />

Yo. Sólo cuenta mi propia autonomía imperial, que se engendra a sí misma. Ahora bien, eso es<br />

muy fuerte, <strong>de</strong>masiado fuerte. Una visión sacramental <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do nos enseña que sí, que<br />

nosotros contamos (y contamos mucho, hasta infinito). Y eso se aplica a todos. Es más, todo y<br />

todos están englobados en el mismo drama cósmico en el que nosotros nos encontramos. Y<br />

eso nos distancia <strong>un</strong> tanto <strong>de</strong> nosotros mismos; lo cual pue<strong>de</strong> llevar a la risa y provocar <strong>un</strong>a<br />

carcajada, que es otra ventana a la trascen<strong>de</strong>ncia. De modo que los <strong>católico</strong>s ríen, mientras los<br />

gnósticos fr<strong>un</strong>cen el ceño.<br />

SOBRE LOS PELIGROS DE UNA MUNDANIDAD ESTRECHA DE MIRAS<br />

Hay <strong>un</strong>a sola cosa que n<strong>un</strong>ca podrá rebasar ciertos límites en sus escarceos con la<br />

opresión: la ortodoxia. Es verdad que puedo forzar la ortodoxia hasta justificar, al<br />

menos en parte, la acción <strong>de</strong> <strong>un</strong> tirano. Pero también puedo imaginar <strong>un</strong>a filosofía<br />

alemana que lo justifique plenamente.<br />

El gnosticismo es peligroso no sólo para tu salud mental, sino también para tu salud política y<br />

para la <strong>de</strong> cualquiera otra persona. Piensa, por ejemplo, en los investigadores que se mueven<br />

en las fronteras <strong>de</strong> la actual revolución biotécnica, hombres y mujeres altamente sofisticados,


gnósticos extremadamente inteligentes para los que no existe el dato espontáneo. Te dirán<br />

con toda franqueza (y por lo general, en el seg<strong>un</strong>da o tercera copa <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>un</strong>a conferencia<br />

<strong>de</strong> alto nivel académico) que su ocupación es tratar <strong>de</strong> alcanzar la inmortalidad, es <strong>de</strong>cir, hacer<br />

inmortal al ser humano, o tan inmortal como queremos que sea, hasta que el hastío o<br />

cualquier otro factor nos lleve al <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> morir por nuestra propia vol<strong>un</strong>tad. En su opinión, la<br />

humanidad es infinitamente maleable o, si se prefiere, manipulable. Lo que preten<strong>de</strong>n es<br />

manipular la condición humana manipulando a los seres humanos.<br />

El que piense que eso se pue<strong>de</strong> hacer sin coacción masiva, no ha leído a Huxley. El maravilloso<br />

m<strong>un</strong>do feliz –el m<strong>un</strong>do gnóstico con mayúsculas– es <strong>un</strong> m<strong>un</strong>do <strong>de</strong> coacción masiva en nombre<br />

<strong>de</strong> los más elevados i<strong>de</strong>ales. La imaginación sacramental es <strong>un</strong>a barrera contra ese m<strong>un</strong>do<br />

feliz, porque nos enseña que, en ese m<strong>un</strong>do, los datos, incluido el dato <strong>de</strong>finitivo que es la<br />

muerte, tienen <strong>un</strong> prof<strong>un</strong>do significado.<br />

SOBRE LA TRASCENDENCIA DE DIOS Y NOSOTROS<br />

Si insistimos <strong>de</strong> manera especial en la inmanencia <strong>de</strong> Dios, llegamos a la introspección,<br />

al aislamiento, al quietismo, a la indiferencia social, en <strong>un</strong>a palabra, al Tibet. Pero si<br />

insistimos, sobre todo, en la trascen<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> Dios, llegamos a la maravilla, a la<br />

curiosidad, a la aventura moral y política, a <strong>un</strong>a justa indignación, es <strong>de</strong>cir, al<br />

cristianismo. Si se insiste en que Dios está <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l ser humano, se llega a la<br />

constatación <strong>de</strong> que el hombre está siempre <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> sí mismo. Pero si se insiste en<br />

que Dios trascien<strong>de</strong> al ser humano, es que el hombre se ha trascendido a sí mismo.<br />

La imaginación sacramental crea civilizaciones. Los franceses medievales, precisamente porque<br />

creían en <strong>un</strong> m<strong>un</strong>do sacramentalmente configurado, es <strong>de</strong>cir, <strong>un</strong> m<strong>un</strong>do en el que la verdad, la<br />

bondad y la belleza podían revelarse por medio <strong>de</strong> la materia, pudieron construir gran<strong>de</strong>s<br />

torres y mo<strong>de</strong>lar las luminosas vidrieras <strong>de</strong> la catedral <strong>de</strong> Chartres (que visitaremos a su<br />

<strong>de</strong>bido tiempo). Precisamente porque el dif<strong>un</strong>to Fre<strong>de</strong>rick Hart poseía <strong>un</strong>a imaginación<br />

sacramental, pudo esculpir <strong>un</strong>as figuras <strong>de</strong> tamaño natural como las que adornan el<br />

Monumento a los Veteranos <strong>de</strong> Vietnam, y la sublime evocación <strong>de</strong> la creación en la puerta<br />

principal <strong>de</strong> la catedral <strong>de</strong> Washington. Si lo que somos y lo que hacemos cuenta realmente,<br />

vale la pena ser buenos y hacer <strong>de</strong> la mejor manera posible lo que po<strong>de</strong>mos realizar con los<br />

materiales y el talento <strong>de</strong> que disponemos. Pero si nada cuenta, si el m<strong>un</strong>do no es más que <strong>un</strong><br />

escenario efímero para satisfacer las «necesida<strong>de</strong>s» <strong>de</strong>l propio yo, ¿<strong>de</strong> qué sirve po<strong>de</strong>r<br />

esculpir? ¿Por qué pintar, por qué escribir poesía, o componer música? O, quizá, mejor dicho,<br />

¿qué sentido tiene la capacidad <strong>de</strong> realizar cualquiera <strong>de</strong> esas obras, si no es como protesta<br />

contra el vacío y contra la sinrazón <strong>de</strong> esa actividad?<br />

En <strong>un</strong> ensayo, prácticamente <strong>un</strong> libro, sobre santo Tomás <strong>de</strong> Aquino, G. K. Chesterton<br />

<strong>de</strong>scribía así su propia época, que ha preparado la nuestra: «Igual que el siglo XVIII se presentó<br />

como la Era <strong>de</strong> la Razón, y el siglo XIX como la Era <strong>de</strong>l Sentido Común, el siglo XX no pue<strong>de</strong><br />

presentarse más que... como la Era <strong>de</strong> la Insensatez poco Común». Esa insensatez poco común<br />

que se ha vertido a lo largo <strong>de</strong> todo el siglo XX hasta <strong>de</strong>sembocar en el siglo XXI es la<br />

insensatez gnóstica, que interpreta todos los elementos <strong>de</strong> la condición humana como


infinitamente maleables. Como ya advertía GKC, esa extraña actitud encierra <strong>un</strong>a prof<strong>un</strong>da<br />

<strong>de</strong>slealtad hacia el m<strong>un</strong>do, a<strong>un</strong> cuando se imagina que está interpretando el m<strong>un</strong>do con toda<br />

seriedad, al negar la trascen<strong>de</strong>ncia.<br />

Frente a esa <strong>de</strong>slealtad, el catolicismo tiene que proclamar su lealtad hacia el m<strong>un</strong>do creado,<br />

redimido y santificado por Dios, que es el m<strong>un</strong>do real, <strong>un</strong> m<strong>un</strong>do transformado. Al proclamar<br />

su lealtad al m<strong>un</strong>do, los <strong>católico</strong>s proponen <strong>un</strong>a lectura <strong>de</strong> la historia en clave distinta. Des<strong>de</strong><br />

luego, se pue<strong>de</strong> leer la «historia» y apren<strong>de</strong>r algo sobre su verdad, si se <strong>de</strong>sgranan los<br />

capítulos convencionales: Civilizaciones Antiguas, Grecia y Roma, Edad media, Renacimiento y<br />

Reforma, Era <strong>de</strong> Revoluciones, Era <strong>de</strong> La Ciencia., Era Espacial. Pero la imaginación sacramental<br />

sugiere otro tipo <strong>de</strong> <strong>de</strong>nominaciones: Creación, Caída, Promesa, Profecía, Encarnación,<br />

Re<strong>de</strong>nción, Santificación, Reino. La baza está en llegar a ver, con Chesterton, que las dos series<br />

configuran <strong>un</strong>a sola historia. La Historia Universal y la Historia <strong>de</strong> Salvación no corren<br />

paralelas, sino que la Historia <strong>de</strong> Salvación es la historia humana leída en su auténtica<br />

prof<strong>un</strong>didad y en <strong>un</strong> horizonte suficientemente dilatado. La presentación <strong>de</strong> la ortodoxia, es<br />

<strong>de</strong>cir, la historia <strong>de</strong> salvación leída como historia <strong>de</strong> Dios, es la historia <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do. Y la<br />

aventura <strong>de</strong> la ortodoxia es la mayor aventura humana. No es algo añadido, <strong>un</strong>a especie <strong>de</strong><br />

escalón espiritual más elevado. Es lo real; la realidad en sí misma. Eso es lo que nos enseña la<br />

imaginación sacramental.<br />

Esa imaginación sacramental sitúa al m<strong>un</strong>do en su verda<strong>de</strong>ra perspectiva. Sus críticos suelen<br />

<strong>de</strong>cir que la Iglesia Católica es <strong>un</strong>a negación <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do y <strong>de</strong> nosotros mismos. En cambio, G. K.<br />

Chesterton afirmaba que en el catolicismo caben perfectamente los buenos filetes, los cigarros<br />

puros, los bares <strong>de</strong> copas y la risa. Por más que el catolicismo es, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, bastante más<br />

que eso. Pero también es eso. Y pasarlo por alto equivale a ren<strong>un</strong>ciar a algo f<strong>un</strong>damental en el<br />

m<strong>un</strong>do <strong>católico</strong>. El m<strong>un</strong>do <strong>católico</strong> no pier<strong>de</strong> los nervios frente a sus placeres legítimos. En<br />

realidad, es <strong>un</strong> ámbito en el que se pue<strong>de</strong> disfrutar a fondo, porque los placeres se entien<strong>de</strong>n<br />

como lo que realmente son, es <strong>de</strong>cir, <strong>un</strong>a anticipación <strong>de</strong>l goce que nos espera en el Reino <strong>de</strong><br />

Dios.<br />

Y eso, en mi opinión, es mucho más atractivo que <strong>un</strong> puro y duro gnosticismo.<br />

Pero pongamos fin a estas divagaciones con <strong>un</strong>a nota más literaria que gustativa. La prosa <strong>de</strong><br />

Chesterton era extraordinariamente lúcida. Como ya habrás visto por las breves citas que he<br />

ofrecido, su genialidad radicaba en los inesperados retruécanos <strong>de</strong> expresiones más bien<br />

com<strong>un</strong>es. Por su parte, Gerald Manley Hopkins era <strong>un</strong> literato completamente distinto. Su<br />

genio se expresaba en loe cambios <strong>de</strong> ritmo, en la invención <strong>de</strong> palabras, en <strong>un</strong>a <strong>de</strong>liberada<br />

distorsión <strong>de</strong> lo convencional. Que yo sepa, Hopkins n<strong>un</strong>ca frecuentó el Ol<strong>de</strong> Cheshire Cheese.<br />

Pero no estará nada mal poner fin a nuestras reflexiones con <strong>un</strong> par <strong>de</strong> frases <strong>de</strong> este ascético<br />

jesuita.<br />

Lo que <strong>un</strong>e a Chesterton y Hopkins es que ambos tenían <strong>un</strong>a enorme imaginación sacramental.<br />

Por eso quiero terminar esta carta no con el poema más conocido <strong>de</strong> Hopkins sobre la<br />

sacramentalidad <strong>de</strong> la materia, «God’s Gran<strong>de</strong>ur» («El m<strong>un</strong>do está cargado <strong>de</strong> la gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong><br />

Dios... »), sino con <strong>un</strong> poema menos conocido, <strong>un</strong> himno a la verdad y la belleza que se<br />

manifiesta en <strong>un</strong>a lealtad al m<strong>un</strong>do prof<strong>un</strong>damente católica, en <strong>un</strong>a interminable efusión <strong>de</strong><br />

las cosas:


Glory be to God far dappled things<br />

For skies of couple-colour as a brin<strong>de</strong>d cow;<br />

For rose-moles all in stipple upon trout that swim,<br />

Fresh-firecoal chestnut-falls; finches’ wings;<br />

Landscape plotted and pieced – fold, fallow, and plough;<br />

And all tra<strong>de</strong>s, their gear and tackle and trim.<br />

All things co<strong>un</strong>ter, original, spare, strange;<br />

Whatever is fickle, freckled (who knows bow?)<br />

With swift, slow; sweet, soar; adazzle, dim.<br />

He fathers-forth whose beauty is past change:<br />

Praise him.<br />

«Gloria a Dios por los tantos seres l<strong>un</strong>ar-p<strong>un</strong>teados,<br />

por berrendos bi-cielos, nubes en piel <strong>de</strong> vaca,<br />

por salpicadas rosas <strong>de</strong> trucha en río a nado,<br />

leña-fresca-castaña-ar<strong>de</strong>, vuela en el pinzón,<br />

tierra arada, rasgada-zamarra, zarza, azada-,<br />

y oficios todos, jarcia, taller, tajo, timón.<br />

Toda cosa contraria, original, <strong>de</strong> sobra, extraña,<br />

lo que sea, temblante, incierto (¡cosas quién so cuántas!),<br />

moviéndose, lentas; mota, chispa, peca; noche mañana,<br />

Él padreándolas amén, cuya belleza no cambia, no, ¡alábalo!».


7- CASTLE HOWARD, YORKSHIRE, INGLATERRA: RETORNO A<br />

BRIDESHEAD Y LA ESCALA DEL AMOR<br />

Durante mis <strong>de</strong> tres siglos, Castle Howard, en Yorkshire, ha sido el hogar <strong>de</strong> los <strong>de</strong>scendientes<br />

<strong>de</strong>l cuarto Duque <strong>de</strong> Norfolk. Esa joya <strong>de</strong> la arquitectura, <strong>de</strong> la <strong>de</strong>coración y <strong>de</strong>l paisajismo está<br />

situada en <strong>un</strong> precioso parque <strong>de</strong> <strong>un</strong>os 3.000 m2 con el césped cuidadosamente recortado,<br />

con toda <strong>un</strong>a serie <strong>de</strong> pequeños lagos, <strong>un</strong>a espléndida rosaleda y <strong>un</strong>a fuente monumental<br />

cuyo centro está ocupado por <strong>un</strong>a estatua <strong>de</strong> Atlas con la esfera <strong>de</strong> la tierra a cuestas. El<br />

cuerpo principal <strong>de</strong>l palacio, coronado por <strong>un</strong>a cúpula <strong>de</strong> gran belleza, se extien<strong>de</strong> por los tres<br />

flancos <strong>de</strong> <strong>un</strong> elegante patio que llena todo el paisaje. Su interior está profusamente <strong>de</strong>corado<br />

con muebles Chippendale y Sheraton, con cuadros <strong>de</strong> Glainsborough, Holbein, Joshua<br />

Reynolds y Pedro Pablo Rubens, y con toda <strong>un</strong>a serie <strong>de</strong> esculturas <strong>de</strong> la Antigüedad griega y<br />

romana.<br />

A principios <strong>de</strong> los años 1980 Castle Howard <strong>de</strong>spertó gran atención por el rodaje <strong>de</strong> la película<br />

Retorno a Bri<strong>de</strong>shead basada en la novela homónima <strong>de</strong> Evelyn Waugh. Y a<strong>un</strong>que, como<br />

parece, esa espléndida finca no fue más que <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los diferentes mo<strong>de</strong>los <strong>de</strong>l ficticio<br />

Bri<strong>de</strong>shead, mansión <strong>de</strong> la aristocrática familia Flyte, eso apenas tiene importancia. Lo<br />

importante es lo que sucedió en <strong>un</strong> lugar como ese en la fec<strong>un</strong>da imaginación católica <strong>de</strong><br />

Evelyn Waugh.<br />

Retorno a Bri<strong>de</strong>shead es <strong>un</strong>a <strong>de</strong> las pocas novelas que se han «trasladado» con éxito a la gran<br />

pantalla; en este caso, <strong>un</strong>a producción <strong>de</strong> diez horas para la televisión británica, con el<br />

protagonismo <strong>de</strong> todo <strong>un</strong> firmamento <strong>de</strong> estrellas <strong>de</strong>l celuloi<strong>de</strong>, como Jeremy lrons, Anthony<br />

Andrews, Diana Quick, Sir Laurence Olivier, Sir John Gielgud, Claire Bloom. Espero que hayas<br />

leído la novela y, <strong>de</strong>spués, hayas visto la película. Si es así, creo que estaremos <strong>de</strong> acuerdo en<br />

que Castle Howard/Bri<strong>de</strong>shead no es simplemente el escenario <strong>de</strong> gran parte <strong>de</strong> la acción <strong>de</strong> la<br />

novela y <strong>de</strong> la belleza <strong>de</strong> la película. Por el arte y la intuición <strong>de</strong> Waugh, todo se transforma en<br />

<strong>un</strong> lugar emblemático en el que se pue<strong>de</strong> observar el proceso <strong>de</strong> <strong>un</strong>a conversión al<br />

catolicismo, <strong>un</strong> lugar privilegiado en el que po<strong>de</strong>mos ver cómo <strong>un</strong> personaje ascien<strong>de</strong> por la<br />

escala <strong>de</strong>l amor.<br />

El propio Waugh se dio cuenta <strong>de</strong> lo empinada que era aquella escala. Cuando en plena fiesta,<br />

<strong>un</strong>a imponente matrona preg<strong>un</strong>ta al protagonista cómo es que él, prominente <strong>católico</strong><br />

converso, pue<strong>de</strong> comportarse <strong>de</strong> manera tan <strong>de</strong>scortés, Waugh replica: «Señora, si no fuera<br />

por mi fe, yo apenas seria humano». Alguien pensará que eso no es más que otro ejemplo <strong>de</strong><br />

la extraordinaria excentricidad <strong>de</strong> Waugh, <strong>un</strong>a especie <strong>de</strong> humor anárquico que <strong>un</strong> día lo llevó<br />

a preg<strong>un</strong>tar a <strong>un</strong> oficial superior <strong>de</strong>l Cuerpo <strong>de</strong> Marina si era verdad que «en el ejército<br />

rumano no se permitía el uso <strong>de</strong> barra <strong>de</strong> labios a ningún oficial <strong>de</strong> rango inferior a coronel».<br />

Yo no lo creo. Y es que aquí se presenta a Waugh en <strong>un</strong> momento <strong>de</strong> sobriedad y <strong>de</strong> reflexión,


diciendo prácticamente lo mismo que había escrito a su amiga y compañera literaria, Edith<br />

Sitwell, cuando esta fue admitida en la Iglesia Católica:<br />

¿Debería yo, como padrino, ponerle a Vd. en guardia sobre lo probables sobresaltos<br />

que le aguardan en el aspecto humano <strong>de</strong>l catolicismo? En realidad, no todos los curas<br />

son tan inteligentes y tan amables como el Padre D’Arcy y el Padre Caraman. (En mi<br />

libro, el caso <strong>de</strong> aquel que va a confesarse con <strong>un</strong> espía es <strong>un</strong>a experiencia real.) Por mi<br />

parte, estoy seguro <strong>de</strong> que Vd. conoce el m<strong>un</strong>do lo suficientemente bien como para<br />

saber que hay <strong>católico</strong>s pres<strong>un</strong>tuosos, rudos, perversos y maleducados. Yo me digo<br />

continuamente a mí mismo: «Sé que soy horrible; pero cuánto más horrible sería si no<br />

tuviera fe». Una <strong>de</strong> las alegrías <strong>de</strong> la vida católica consiste en reconocer las pequeñas<br />

chispas <strong>de</strong> bien que saltan por todas partes, igual que los ardores <strong>de</strong> los santos.<br />

Una manera <strong>de</strong> reflexionar sobre Retorno a Bri<strong>de</strong>shead y su penetrante visión <strong>de</strong>l catolicismo<br />

es pensar en esa obra como <strong>un</strong>a historia en la que pequeñas chispas <strong>de</strong> bondad se<br />

transforman poco a poco en llamarada <strong>de</strong> auténtica conversión, a pesar <strong>de</strong> la resistencia <strong>de</strong> los<br />

principales caracteres.<br />

A<strong>un</strong>que no haga justicia a la enorme riqueza <strong>de</strong> la novela <strong>de</strong> Waugh, me vas a permitir <strong>un</strong><br />

resumen, <strong>de</strong>sesperantemente breve, <strong>de</strong>l argumento <strong>de</strong> la obra. El protagonista Charles Ry<strong>de</strong>r,<br />

es <strong>un</strong> <strong>joven</strong> más bien solitario, huérfano <strong>de</strong> madre y con <strong>un</strong>a prof<strong>un</strong>da inclinación artística, al<br />

que su padre, <strong>de</strong> carácter bastante nido, ha enviado a estudiar a Oxford. Allí, Ry<strong>de</strong>r se hace<br />

amigo <strong>de</strong> Sebastian Flyte, hijo menor <strong>de</strong> Lord Marchmain, here<strong>de</strong>ro y dueño <strong>de</strong> Bri<strong>de</strong>shead.<br />

Sebastian, que tiene <strong>un</strong> osito <strong>de</strong> peluche llamado Aloysius, forma parte <strong>de</strong> <strong>un</strong> reducido círculo<br />

<strong>de</strong> estetas <strong>de</strong> carácter más bien intransigente. Pero, a<strong>un</strong>que malgasta sus días <strong>de</strong> Oxford en<br />

comilonas que duran cuatro horas y no hace más que emborracharse en sus escapadas<br />

nocturnas, Sebastian inicia a Ry<strong>de</strong>r en las maravillas <strong>de</strong> la belleza natural y en la intensidad <strong>de</strong>l<br />

amor entre adolescentes masculinos. Cuando la amistad va se ha consolidado, Sebastian lleva<br />

a Ry<strong>de</strong>r a Bri<strong>de</strong>shead. Allí, Charles, abrumado por la sensualidad <strong>de</strong>l lugar, experimenta lo que<br />

él llama <strong>un</strong>a «conversión al barroco». El misterio <strong>de</strong> la familia Flyte y su relación con la Iglesia<br />

Católica cobra intensidad cuando, durante las vacaciones <strong>de</strong> verano, Sebastian lleva a Charles a<br />

conocer a su padre, que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber participado en la Primera Guerra M<strong>un</strong>dial, se había<br />

separado <strong>de</strong> su mujer y había abandonado Inglaterra para vivir en Venecia, don<strong>de</strong> ahora<br />

residía con <strong>un</strong>a mujer muy astuta y perfecta intrigante.<br />

Mientras Sebastian se va h<strong>un</strong>diendo poco a poco en el alcoholismo, empieza a tomar cuerpo la<br />

amistad <strong>de</strong> Charles con Julia, la bella hermana <strong>de</strong> Sebastian, precisamente cuando su relación<br />

con la piadosa Lady Marchmain empieza a <strong>de</strong>teriorarse. Aguantando estoicamente la<br />

infi<strong>de</strong>lidad y el odio <strong>de</strong> su marido, Lady Marchmain se queda en Bri<strong>de</strong>shead, don<strong>de</strong> pasa horas<br />

y horas en la capilla «art nouveau» que Lord Marchmain le había construido como regalo <strong>de</strong><br />

boda. Su religiosidad intensa, pero humanamente inepta, cobra ribetes trágicos, como sugiere<br />

su hija menor, Cor<strong>de</strong>lia: «Cuando la gente quiere odiar a Dios, odia a mamá». Eso es también<br />

lo que le ocurre al propio Lord Marchmain, que, a la muerte <strong>de</strong> su esposa, había regresado a<br />

Bri<strong>de</strong>shead. Charles Ry<strong>de</strong>r, que entre tanto se ha convertido en <strong>un</strong> pintor <strong>de</strong> éxito, y Julia viven<br />

j<strong>un</strong>tos ahora en la mansión, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l fracaso <strong>de</strong> sus respectivos matrimonios: el <strong>de</strong> Julia<br />

con Rex Mottram, <strong>un</strong> político sin escrúpulos, y el <strong>de</strong> Ry<strong>de</strong>r con Cecilia Mulcaster, la facilona


hermana <strong>de</strong> <strong>un</strong> chico muy patán, compañero <strong>de</strong> clase en Oxford. Después <strong>de</strong>l matrimonio <strong>de</strong><br />

su enfermizo hijo mayor, Bri<strong>de</strong>y, con <strong>un</strong>a viuda poco atractiva, Lord Marchmain <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> <strong>de</strong>jar<br />

Bri<strong>de</strong>shead a Julia, calculando el valor <strong>de</strong> sus propieda<strong>de</strong>s y <strong>de</strong>sheredando efectivamente al<br />

hijo que más se parecía a la esposa que había abandonado.<br />

Y cuando las garras <strong>de</strong> la muerte se van cerrando en torno al cuello <strong>de</strong> Lord Marchmain, se<br />

produce <strong>un</strong>a violenta discusión entre Julia y Charles. Bri<strong>de</strong>y <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> llamar a <strong>un</strong> sacerdote local<br />

para que asista a su padre morib<strong>un</strong>do, pero Charles se opone obstinadamente a que se ceda a<br />

<strong>un</strong>a medida que él y el propio Lord Marchmain (piensa él) consi<strong>de</strong>raban como supersticiosa.<br />

Por su parte, Julia, en lucha con su propia conciencia y con la incomprensión <strong>de</strong> su amante,<br />

acce<strong>de</strong> a esa visita cuando se da cuenta <strong>de</strong> que Lord Marchmain ha entrado en coma. Al pie <strong>de</strong><br />

la cama <strong>de</strong> su padre, Charles está <strong>de</strong>shecho:<br />

Entonces, yo también me arrodillé y me puse a rezar: «Oh Dios, si es que existes,<br />

perdónale sus pecados, si existe <strong>un</strong>a cosa así...». De repente, sentí el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> <strong>un</strong>a<br />

señal, a<strong>un</strong>que sólo fuera por cortesía y por la mujer que yo amaba y que estaba <strong>de</strong><br />

rodillas frente a mí pidiendo, estaba seguro, que se produjera <strong>un</strong>a señal. Daba la<br />

impresión <strong>de</strong> que lo que pedíamos era <strong>un</strong>a cosa tan insignificante como el mero<br />

reconocimiento <strong>de</strong> la situación, <strong>un</strong> gesto para la gente...<br />

Entre tanto, el sacerdote sacó <strong>de</strong> su bolsillo <strong>un</strong>a cajita <strong>de</strong> plata y pron<strong>un</strong>ció <strong>un</strong>as<br />

palabras en latín mientras tocaba al morib<strong>un</strong>do con <strong>un</strong> algodón <strong>un</strong>tado en aceite. Al<br />

terminar lo que tenía que hacer, <strong>de</strong>jó a <strong>un</strong> lado la cajita y terminó dándole <strong>un</strong>a<br />

bendición. De repente, Lord Marchmain se llevó la mano a la frente. Yo pensaba que<br />

había notado la huella <strong>de</strong>l crisma y pretendía limpiársela. Entonces, me puse a rezar:<br />

«Dios mío, no <strong>de</strong>jes que haga eso». Pero no bahía nada que temer. La mano se movió<br />

lentamente hasta su pecho, luego hacia su hombro, y Lord Marchmain hizo la señal <strong>de</strong><br />

la cruz. Entonces me di cuenta <strong>de</strong> que la señal que yo había pedido no era algo trivial,<br />

no <strong>un</strong> mero gesto <strong>de</strong> reconocimiento. Y recordé <strong>un</strong>a frase <strong>de</strong> mi infancia sobre el velo<br />

<strong>de</strong>l templo que se rasgó <strong>de</strong> arriba abajo.<br />

Ese mismo día, <strong>un</strong> poco más tar<strong>de</strong>, Charles y Julia se encuentran los dos solos y se confiesan lo<br />

que sienten sus corazones, <strong>un</strong>o por otro, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace algún tiempo. A la muerte <strong>de</strong> Lord<br />

Marchmain se confirma algo terrible y espantoso. En palabras <strong>de</strong> Julia: «No puedo cerrarme a<br />

la misericordia [<strong>de</strong> Dios]... El disparate que estuve a p<strong>un</strong>to <strong>de</strong> cometer, porque no soy<br />

suficientemente mala como para cometerlo, [es] admitir <strong>un</strong> bien que rivalice con Dios. Ahora,<br />

los dos vamos a estar solos; y yo no voy a encontrar la manera <strong>de</strong> hacértelo enten<strong>de</strong>r». A lo<br />

que Charles replica: «Tampoco yo quiero hacértelo más fácil... Creo que tu corazón pue<strong>de</strong><br />

estallar; pero lo entiendo». Y se <strong>de</strong>spi<strong>de</strong>n.<br />

Años más tar<strong>de</strong>, Ry<strong>de</strong>r, ahora con el grado <strong>de</strong> capitán, regresa a <strong>un</strong> Bri<strong>de</strong>shead <strong>de</strong>comisado<br />

por el ejército como base <strong>de</strong> entrenamiento durante la Seg<strong>un</strong>da Guerra M<strong>un</strong>dial. Se ha<br />

convertido al catolicismo bajo la impresión <strong>de</strong>l significado que para su propia vida y la vida <strong>de</strong><br />

los para él tan queridos Flytes tuvo «aquella pequeña llama roja» <strong>de</strong> la capilla, que entonces<br />

había <strong>de</strong>spreciado como antiestética. Y cuando ese hombre, tantas veces triste, abandona la<br />

capilla, su subalterno comenta: «Hoy parece Vd. inusualmente contento».


* * *<br />

A veces los críticos no prestan atención a lo que, a mi parecer, es el hilo más obvio e<br />

inconf<strong>un</strong>dible que atraviesa toda la obra Retorno a Bri<strong>de</strong>shead. Alg<strong>un</strong>os, centrados en la<br />

brillante evocación <strong>de</strong> la vida estudiantil <strong>de</strong> Oxford en los años veinte, lo conciben como otro<br />

ejercicio <strong>de</strong> la sátira social, tan típica <strong>de</strong> Waugh. En <strong>un</strong>a Inglaterra privada <strong>de</strong> cualquier lujo<br />

durante y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la Seg<strong>un</strong>da Guerra M<strong>un</strong>dial, hay quienes leen Bri<strong>de</strong>shead como<br />

evocación nostálgica <strong>de</strong> <strong>un</strong> s<strong>un</strong>tuoso pasado, mientras que otros consi<strong>de</strong>ran la obra como <strong>un</strong>a<br />

nueva manifestación <strong>de</strong>l amaneramiento <strong>de</strong> Waugh. Todas esas interpretaciones pier<strong>de</strong>n <strong>de</strong><br />

vista lo principal. El tema <strong>de</strong> Retorno a Bri<strong>de</strong>shead es exactamente lo que Waugh dijo que era<br />

en el prólogo a la edición revisada: «Los efectos <strong>de</strong> la gracia divina en <strong>un</strong> grupo <strong>de</strong> personajes<br />

diferentes, pero estrechamente vinculados». Es <strong>un</strong>a novela sobre la conversión; pero <strong>un</strong>a<br />

conversión entendida como disposición a subir los escalones, muchas veces <strong>de</strong>masiado<br />

empinados, <strong>de</strong> la escala <strong>de</strong>l amor.<br />

Des<strong>de</strong> otra óptica, Charles Ry<strong>de</strong>r es <strong>un</strong> personaje que va creciendo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los afectos más bajos<br />

hasta <strong>un</strong>os amores siempre más difíciles, pero siempre más auténticos. Con todo, la condición<br />

católica <strong>de</strong> Evelyn Waugh acierta realmente cuando se llega a enten<strong>de</strong>r que Charles alcanza el<br />

más puro <strong>de</strong> los amores –el amor <strong>de</strong> Dios en Cristo– no simplemente partiendo <strong>de</strong> los amores<br />

más bajos, sino a través <strong>de</strong> ellos.<br />

Privado <strong>de</strong> amor en su niñez por <strong>un</strong> padre frío y distante, Charles sube peldaño a peldaño la<br />

escalera <strong>de</strong>l amor a través <strong>de</strong> su amistad con Sebastian, a<strong>un</strong>que esa amistad implica <strong>un</strong> juego<br />

con lo que Ry<strong>de</strong>r <strong>de</strong>scribirá más tar<strong>de</strong> como <strong>un</strong>a «perversión... que ocupa <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los primeros<br />

lugares en el catálogo <strong>de</strong> pecados mortales». Pero el amor que comparten Charles y Sebastian<br />

es <strong>un</strong> amor inmaduro, corno admite el propio Ry<strong>de</strong>r. Oxford, la casa <strong>de</strong> Bri<strong>de</strong>shead y Venecia,<br />

en compañía <strong>de</strong> Sebastian, fueron <strong>un</strong>a breve satisfacción <strong>de</strong> lo que yo n<strong>un</strong>ca había<br />

experimentado, <strong>un</strong>a infancia alegre». Sebastian, por temor a per<strong>de</strong>r esa alegría <strong>de</strong> la infancia,<br />

se refugia en el alcoholismo (y terminará por encontrar <strong>un</strong>a casa como portero, <strong>un</strong>as veces<br />

borracho y otras veces sobrio, en <strong>un</strong> monasterio <strong>de</strong>l Norte <strong>de</strong> África). El miedo <strong>de</strong> Sebastián al<br />

amor adulto y la responsabilidad que implica no <strong>de</strong>struyen su amistad con Ry<strong>de</strong>r, pero limitan<br />

su finalidad y su prof<strong>un</strong>didad.<br />

El amor <strong>de</strong> Ry<strong>de</strong>r a Julia es más elevado y más noble que su amor a Sebastian, porque es <strong>un</strong><br />

amor dirigido a su verda<strong>de</strong>ra finalidad, a<strong>un</strong>que es <strong>un</strong> amor adúltero por ambas partes. Pero<br />

también ese amor tiene sus límites. Es <strong>un</strong> amor como válvula <strong>de</strong> escape, como esfuerzo por<br />

crear con Julia en Bri<strong>de</strong>shead <strong>un</strong>a Arcadia nueva y solitaria, como aquella Arcadia <strong>de</strong> la vida en<br />

Oxford en los primeros momentos <strong>de</strong> amistad con Sebastian. Sin embargo, a<strong>un</strong>que tratan <strong>de</strong><br />

convencerse <strong>de</strong> que ese es el amor por el que tanto han suspirado, Julia parece inefable e<br />

inexplicablemente triste. La inoport<strong>un</strong>a (a<strong>un</strong>que exacta) observación <strong>de</strong> Bri<strong>de</strong>y sobre el hecho<br />

<strong>de</strong> que «vive en pecado» con Charles provoca en Julia <strong>un</strong> estallido <strong>de</strong> cólera con muchas<br />

lágrimas. Esos estallidos se repiten, y Julia empieza poco a poco a reconocer que, a<strong>un</strong>que su<br />

cólera parece dirigida a su amante, el objetivo real es ella misma. La dramática muerte <strong>de</strong> Lord<br />

Marchmain hace ver a Julia y a Charles que su amor, por prof<strong>un</strong>do que sea, jamás podrá ser<br />

<strong>un</strong>a nueva Arcadia, jamás podrán escapar a ese mítico paraíso, lejos <strong>de</strong> la verdad <strong>de</strong>l amor y<br />

sus exigencias. Al reconocer esa realidad, Julia y Charles afrontan el último peldaño, el más


difícil, <strong>de</strong> la escala <strong>de</strong>l amor: <strong>de</strong> mutuo acuerdo, se separan. Amores más rastreros han<br />

conducido a amores más elevados, y finalmente, j<strong>un</strong>to al lecho <strong>de</strong> muerte <strong>de</strong> Lord Marchmain,<br />

al amor más difícil <strong>de</strong> todos, el amor <strong>de</strong> Dios manifestado en Cristo, que nos muestra la verdad<br />

sobre nosotros mismos y sobre nuestros amores.<br />

Todo esto me lo enseñó mi amigo Douglas Lane Patey, profesor en el Smith College y al que<br />

consi<strong>de</strong>ro como el intérprete literario más lúcido y más penetrante. Como Doug Patey observó<br />

en <strong>un</strong>a ocasión, Waugh había entendido intuitivamente la crítica católica al sentimentalismo<br />

mo<strong>de</strong>rno. Él sabía que el amor no es sólo <strong>un</strong>a sensación o <strong>un</strong> sentimiento, sino más bien <strong>un</strong><br />

impulso interior <strong>de</strong> carácter espiritual, <strong>un</strong> anhelo <strong>de</strong> com<strong>un</strong>ión, porque «el hombre es <strong>un</strong> ser<br />

motivado por <strong>un</strong> hambre innata <strong>de</strong> <strong>un</strong> objeto a<strong>de</strong>cuado <strong>de</strong> amor». De ese modo, Waugh<br />

conduce a Charles Ry<strong>de</strong>r a través <strong>de</strong> <strong>un</strong>a serie <strong>de</strong> amores que constituyen los niveles <strong>de</strong> <strong>un</strong>a<br />

ascensión espiritual: «<strong>de</strong>s<strong>de</strong> Sebastian, pasando por Julia, hasta Dios. Un amor raquítico es real<br />

y hasta válido, pero ina<strong>de</strong>cuado; es <strong>un</strong> medio que ap<strong>un</strong>ta más allá <strong>de</strong> <strong>un</strong>o mismo hacia <strong>un</strong> final<br />

más satisfactorio. Y porque esa progresión encarna <strong>un</strong> plan provi<strong>de</strong>ncial, cada paso parece <strong>un</strong><br />

<strong>de</strong>svío o <strong>un</strong> retroceso, pero en realidad es <strong>un</strong> avance».<br />

Esta lectura, prof<strong>un</strong>damente católica, <strong>de</strong> la vida espiritual pue<strong>de</strong> ayudar a enten<strong>de</strong>r por qué<br />

alg<strong>un</strong>os críticos consi<strong>de</strong>ran Bri<strong>de</strong>shead como poco mis que <strong>un</strong> mero relato evocativo <strong>de</strong> su<br />

tiempo. A<strong>de</strong>más, pue<strong>de</strong> explicar por qué la cubierta <strong>de</strong> la última edición <strong>de</strong>l libro en Penguin<br />

Paperbacks se equivoca <strong>de</strong> medio a medio cuando resume el viaje <strong>de</strong> Charles Ry<strong>de</strong>r como <strong>un</strong><br />

recorrido en el que «por fin llega a reconocer la distancia espiritual y social que lo separa <strong>de</strong><br />

esa «maldita familia católica». Una vez más, el profesor Patey es <strong>un</strong> guía seguro cuando<br />

sugiere que Bri<strong>de</strong>shead es, mis bien, la historia <strong>de</strong> «<strong>un</strong> plan provi<strong>de</strong>ncial, <strong>un</strong> <strong>de</strong>signio por el<br />

que, como suele actuar la Provi<strong>de</strong>ncia, <strong>de</strong>l mal se <strong>de</strong>duce el bien, y <strong>de</strong> acontecimientos<br />

aparentemente caóticos surge el verda<strong>de</strong>ro sentido». Waugh, que no era precisamente tonto,<br />

sabía que estaba escribiendo contra lo más granado <strong>de</strong> la sensibilidad mo<strong>de</strong>rna, al poner a la<br />

divina Provi<strong>de</strong>ncia como el motor <strong>de</strong> su historia. Quizá esa es la razón por la que Waugh, con<br />

brillante estilo narrativo, pone la actual visión escéptica <strong>de</strong>l cristianismo en labios <strong>de</strong>l <strong>joven</strong><br />

agnóstico Charles Ry<strong>de</strong>r, antes <strong>de</strong> que este empiece a sentir el tirón <strong>de</strong> <strong>un</strong>a fuerza divina que<br />

actúa en la maraña <strong>de</strong> su propia vida. Por ahí va la <strong>de</strong>scripción que Charles hace <strong>de</strong> sí mismo<br />

durante la primera fase <strong>de</strong> su relación con la familia Flyte:<br />

Yo no practicaba ning<strong>un</strong>a religión... La i<strong>de</strong>a que había dominado implícitamente en mi<br />

proceso educativo era que la historia básica <strong>de</strong>l cristianismo se había expuesto siempre<br />

como <strong>un</strong> mito; ahora, había división <strong>de</strong> opiniones sobre si la enseñanza ética cristiana<br />

tenía algún valor para el presente. Una división en la que la balanza se inclinaba hacia<br />

la negativa; la religión era <strong>un</strong> entretenimiento que <strong>un</strong>os practicaban y otros no; en el<br />

mejor <strong>de</strong> los casos, era <strong>un</strong>a cosa más o menos ornamental, y en el peor, era cuestión <strong>de</strong><br />

«complejos» y <strong>de</strong> «inhibiciones» –sinónimos <strong>de</strong> «<strong>de</strong>ca<strong>de</strong>ncia»– y <strong>de</strong> intolerancia, <strong>de</strong><br />

hipocresía y <strong>de</strong> pura estupi<strong>de</strong>z, como se le había atribuido durante siglos. Nadie me<br />

había dicho que esas observaciones tan singulares formaban <strong>un</strong> sistema filosófico bien<br />

coherente, con pretensiones históricas <strong>de</strong> intransigencia. Pero es que, a<strong>un</strong>que alguien<br />

me lo hubiera dicho, seguro que yo no habría mostrado ningún interés.


Tampoco hoy día hay mucha gente «interesada» en el tema. Y eso pone en primer plano <strong>un</strong>a<br />

<strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s cuestiones que Bri<strong>de</strong>shead plantea con la mayor honra<strong>de</strong>z: ¿Es la vida <strong>un</strong>a<br />

permanente caza <strong>de</strong>l placer, como sugiere <strong>un</strong>a buena parte <strong>de</strong> la cultura contemporánea, y<br />

como <strong>un</strong> día se imaginó Charles Ry<strong>de</strong>r? O, ¿es la vida <strong>un</strong>a cuestión <strong>de</strong> apren<strong>de</strong>r a amar? Como<br />

yo la interpreto, esta novela es <strong>un</strong>a po<strong>de</strong>rosa invitación a invertir en amor; <strong>un</strong>a inversión, sin<br />

duda, muy arriesgada. Pero afrontar el riesgo <strong>de</strong> <strong>un</strong> amor auténtico, el amor que se tiene a lo<br />

que realmente es digno <strong>de</strong> que se le consagre toda <strong>un</strong>a vida, es la única manera <strong>de</strong> satisfacer<br />

esas ansias <strong>de</strong> com<strong>un</strong>ión que forman el núcleo, el corazón <strong>de</strong> nuestra humanidad. A<strong>un</strong>que, en<br />

ocasiones, amar pueda resultar difícil, es la única realidad que dura eternamente. Y es que el<br />

propio Dios es amor.<br />

Te engañaría si te dijera que eso es fácil. No lo es; y Waugh lo sabía. Por eso, Retorno a<br />

Bri<strong>de</strong>shead no suaviza en absoluto el esfuerzo <strong>de</strong> subir la escalera <strong>de</strong>l amor. En sus días idílicos<br />

<strong>de</strong> Oxford, Sebastian no paraba <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir a Charles Ry<strong>de</strong>r que le gustaría que eso no fuera<br />

verdad: «Supongo que intentan hacerte creer <strong>un</strong> montón <strong>de</strong> tonterías», comentaba el<br />

escéptico Charles a su amigo, con referencia al catolicismo. «¿Es <strong>un</strong>a tontería?», replicaba<br />

Sebastian fr<strong>un</strong>ciendo el ceño. «Me gustaría que lo fuera. A veces me resulta tremendamente<br />

sensible».<br />

Una lucha parecida contra esa vinculación tan estrecha entre la verdad y el amor se produce<br />

en la relación <strong>de</strong> Ry<strong>de</strong>r con Julia. La noche en la que Bri<strong>de</strong>y an<strong>un</strong>cia su compromiso, dice<br />

también que su prometida, «<strong>un</strong>a mujer <strong>de</strong> estrictos principios <strong>católico</strong>s, reforzados por los<br />

prejuicios <strong>de</strong> la clase media», jamás aceptaría ser huésped <strong>de</strong> Charles y Julia en Bri<strong>de</strong>shead. Y<br />

Bri<strong>de</strong>y continúa: «Me resulta indiferente que elijas vivir en pecado con Rex o con Charles, o<br />

con ambos. Siempre he procurado no meter la nariz en los <strong>de</strong>talles <strong>de</strong> vuestra relación; pero<br />

Beryl jamás aceptaría ser vuestro huésped». Julia abandona la habitación hecha <strong>un</strong> mar <strong>de</strong><br />

lágrimas; pero ya <strong>un</strong> poco mis calmada sale con Charles a dar <strong>un</strong> paseo por el parque hasta la<br />

fuente <strong>de</strong> Atlas. Con intención <strong>de</strong> distraer a Julia <strong>de</strong> los efectos <strong>de</strong>l comentario <strong>de</strong> Bri<strong>de</strong>, Ry<strong>de</strong>r<br />

le dice: «Sabes muy bien que todo es <strong>un</strong>a tontería, ¿verdad?». «Y bien que me gustaría»,<br />

replica Julia. Entonces. Charles recuerda: «Un día, Sebastian me dijo a mí eso mismo». Pero<br />

Charles todavía no entien<strong>de</strong> la agitación interior <strong>de</strong> Julia. Mientras están j<strong>un</strong>to a la fuente,<br />

intenta otra distracción: «Todo lo que ha ocurrido esta noche es como <strong>un</strong>a comedia. O quizá,<br />

¿fue <strong>un</strong> drama, <strong>un</strong>a tragedia <strong>un</strong>a farsa? Tómalo como quieras. Pero eso es la escena <strong>de</strong><br />

reconciliación». Al oír eso, Julia explota otra vez: «No digas groserías. ¿Por qué tienes que<br />

verlo todo como <strong>de</strong> seg<strong>un</strong>da mano?». A<strong>un</strong>que todavía no está dispuesta a aceptar todas las<br />

implicaciones, Julia ha empezado a enten<strong>de</strong>r que el amor por el que tanto ha suspirado jamás<br />

pue<strong>de</strong> ser «<strong>de</strong> seg<strong>un</strong>da mano», n<strong>un</strong>ca pue<strong>de</strong> ser <strong>un</strong>a comedia. Y ahora empieza a compren<strong>de</strong>r<br />

que la única verda<strong>de</strong>ra comedia es la «divina comedia».<br />

Como insinúa Doug Patey, la amistad <strong>de</strong> Charles con Sebastian era «<strong>un</strong>a especie <strong>de</strong> com<strong>un</strong>ión<br />

profana». En cambio, su relación con Julia se mueve en el peldaño más alto <strong>de</strong> la escala <strong>de</strong>l<br />

amor, a<strong>un</strong>que todavía es <strong>un</strong> amor espiritualmente <strong>de</strong>formado, <strong>un</strong>a com<strong>un</strong>ión incompleta, más<br />

aún, <strong>un</strong>a com<strong>un</strong>ión que n<strong>un</strong>ca podrá ser completa y que, por consiguiente, <strong>de</strong>berá<br />

abandonarse, al menos en su forma presente. El amor, y la verdad sobre el verda<strong>de</strong>ro objeto<br />

<strong>de</strong>l amor auténtico, son inseparables. Por eso, Charles, a p<strong>un</strong>to <strong>de</strong> convertirse, pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir sin


sombra <strong>de</strong> mezquindad: «No quiero ponértelo <strong>de</strong>masiado fácil. Espero que tu corazón pueda<br />

romperse. Pero lo entiendo muy bien».<br />

¿Por qué es tan difícil crecer en el amor? Es probable que <strong>un</strong> contemporáneo <strong>de</strong> Waugh, el<br />

famoso apologista inglés C. S. Lewis, hubiera intuido la respuesta al observar que para la<br />

inmensa mayoría <strong>de</strong> nosotros, en nuestra situación actual los gozos <strong>de</strong>l cielo puedan ser «gozo<br />

ya adquirido». Dante tuvo la misma i<strong>de</strong>a; tuvo que acostumbrarse al cielo en su viaje a través<br />

<strong>de</strong>l Paraíso; tuvo que apren<strong>de</strong>r a ver las cosas como realmente son. Por eso, la vida no pue<strong>de</strong><br />

vivirse «<strong>de</strong> seg<strong>un</strong>da mano», como Julia, en medio <strong>de</strong> su enfado, le dice a Charles. Los cristianos<br />

tenernos que apren<strong>de</strong>r a vivir con realismo, con la verdad sobre la verdad y la verdad sobre el<br />

amor, si queremos llevar a su plenitud nuestro <strong>de</strong>stino humano y espiritual y vivir felices para<br />

siempre j<strong>un</strong>to a Dios, el Dios que es la Verdad absoluta y el Amor consumado. Pero a eso habrá<br />

que acostumbrarse. Y es que en eso consiste la vida espiritual, en subir la escala <strong>de</strong>l amor, con<br />

ayuda <strong>de</strong> la gracia, hasta el último peldaño, hasta la cumbre, don<strong>de</strong> podremos ser felices<br />

viviendo eternamente con el que es «el Amor». Allí. al final <strong>de</strong> la escala, encontraremos el<br />

Amor, capaz <strong>de</strong> satisfacer las ansias <strong>de</strong> amor en su plenitud absoluta.<br />

Por todo el Metro <strong>de</strong> Londres, en las pare<strong>de</strong>s y en los an<strong>de</strong>nes, los viajeros se encuentran con<br />

la advertencia: «Atención al hueco». Los diseñadores <strong>de</strong>l magnífico sistema «Metropolitano <strong>de</strong><br />

Londres» <strong>de</strong>cidieron advertir a los viajeros <strong>de</strong>l peligro <strong>de</strong> meter el pie entre la puerta <strong>de</strong>l vagón<br />

y el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l andén, al bajarse en <strong>de</strong>terminadas estaciones en curva. Esa advertencia es <strong>un</strong>a<br />

metáfora <strong>de</strong>l progreso en las virtu<strong>de</strong>s f<strong>un</strong>damentales <strong>de</strong>l cristianismo: fe, esperanza, amor.<br />

Todos vivimos en <strong>un</strong>a especie <strong>de</strong> «hueco» entre la persona que somos y la que <strong>de</strong>beríamos<br />

ser. Esa es la estructura dramática <strong>de</strong> a vida espiritual y <strong>de</strong> la vida moral. Vivir en la gracia <strong>de</strong><br />

Dios y <strong>de</strong>jar que esa gracia actúe en nuestra vida cierra ese «hueco», es <strong>de</strong>cir, nos permite<br />

viajar por nuestra existencia con la libertad y seguridad <strong>de</strong> los hijos <strong>de</strong> Dios y ciudadanos <strong>de</strong> <strong>un</strong><br />

cielo que es placer sobrenatural y no puro gusto adquirido.<br />

La gente ha aprendido, entre otras cosas, que pecado y perdón son trama y urdimbre <strong>de</strong> la<br />

vida cristiana. Si Julia explota ante el rudo comentario <strong>de</strong> Bri<strong>de</strong>y sobre su «vida en pecado», es<br />

porque sabe que tiene razón. Para que Julia progrese en el amor, tiene que aceptar que ahora<br />

vive como no <strong>de</strong>bería, y que el único remedio es <strong>de</strong>tenerse, confesar, pedir perdón y<br />

reconciliarse. No basta <strong>de</strong>cir «me hago responsable», que es el pretexto trillado para no cargar<br />

con la verda<strong>de</strong>ra responsabilidad en nuestro entorno social. Tenemos que aceptar las<br />

consecuencias que <strong>de</strong>rivan <strong>de</strong> <strong>un</strong>a actitud responsable, para que eso signifique <strong>un</strong> nuevo<br />

empujón para subir otro peldaño en la escala <strong>de</strong>l amor. En <strong>un</strong>a sociedad que no se siente<br />

segura cuando dice «eso está bien», o «eso está mal», lo que la gente irresponsable suele <strong>de</strong>cir<br />

para <strong>de</strong>sviar la atención <strong>de</strong> la propia irresponsabilidad es: «Yo me hago responsable». Pero eso<br />

no es más que cambiar <strong>de</strong> tema, para seguir haciendo lo mismo. Ese no es el modo en que el<br />

cristiano <strong>de</strong>be subir la escala <strong>de</strong>l amor: ese no es el modo <strong>de</strong> llegar a ser amantes que pue<strong>de</strong>n<br />

vivir con el Amor por toda la eternidad. Así no es como nuestras diferentes comedias –y<br />

tragedias– humanas se integran en la «divina comedia»; ese no es «el amor que mueve el sol y<br />

las <strong>de</strong>más estrellas», el precioso colofón con el que Dante pone fin al más bello poema jamás<br />

escrito.


La música <strong>de</strong> la película Retorno a Bri<strong>de</strong>shead, compuesta por Geoffrey Burgon, es<br />

sencillamente maravillosa. Su tema principal, <strong>de</strong> carácter elegíaco, ya se interprete por la<br />

flauta, por el corno francés, o por <strong>un</strong>a trompeta solista, nos recuerda que el amor, a<strong>un</strong>que no<br />

es cosa fácil, ocupa realmente el centro <strong>de</strong> nuestra condición humana. Pero lo más importante<br />

es que el tema <strong>de</strong> la película lo llena todo sin caer en el sentimentalismo. Y así lo hace también<br />

<strong>un</strong>o <strong>de</strong> los himnos más maravillosos <strong>de</strong> la tradición católica: Ubi caritas et amor, que se canta<br />

especialmente en la Misa <strong>de</strong> la Cena <strong>de</strong>l Señor, el Jueves Santo, mientras el celebrante lava los<br />

pies a doce miembros <strong>de</strong> la com<strong>un</strong>idad (como hizo Jesús con sus discípulos en la última noche<br />

que pasaron j<strong>un</strong>tos), o también durante la com<strong>un</strong>ión <strong>de</strong> los fieles. El texto es bastante sencillo:<br />

Ubi caritas et amor Deus ibi est.<br />

Congregavit nos in <strong>un</strong>um Christi amor.<br />

Exultemus, et in ipso iuc<strong>un</strong><strong>de</strong>mur.<br />

Timeamus et amemus Deum vivum.<br />

Et ex cor<strong>de</strong> diligamus nos sincero.<br />

Don<strong>de</strong> hay caridad y amor, allí está Dios.<br />

El amor <strong>de</strong> Cristo nos ha re<strong>un</strong>ido en <strong>un</strong>idad.<br />

Saltemos <strong>de</strong> gozo y alegrémonos en Él.<br />

Temamos y amemos al Dios vivo,<br />

y amémonos con corazón sincero.<br />

Detengámonos <strong>un</strong> momento para escuchar la versión musical <strong>de</strong> este precioso texto por el<br />

mo<strong>de</strong>rno compositor francés Maurice Duruflé, fallecido en 1986. Es el primero <strong>de</strong> sus Cuatro<br />

motetes, opus 10. Fiel al entronque <strong>de</strong> este himno con el canto gregoriano, Duruflé conjuga su<br />

línea melódica con la armonía contemporánea en cuatro tiempos, en los que soprano, alto,<br />

tenor y bajo se interpelan repetidas veces, y se j<strong>un</strong>tan y se separan, recordando<br />

continuamente que ubi caritas et amor, Deus ibi est. El motete entero dura apenas dos<br />

minutos, pero a través <strong>de</strong> <strong>un</strong>a misteriosa interacción <strong>de</strong> texto y música logra captar todos los<br />

aspectos que hemos venido explorando hasta el momento: la sed <strong>de</strong> amor que tiene el ser<br />

humano, el esfuerzo por encontrar los amores más puros, la escala <strong>de</strong>l amor a la que Cristo<br />

nos invita, el perdón <strong>de</strong> Cristo que hace posible la subida a los auténticos amores, <strong>de</strong> modo<br />

que el amante pueda amar al Amor eternamente. Muchas veces he pensado que, en mi lecho<br />

<strong>de</strong> muerte, me encantaría po<strong>de</strong>r escuchar alg<strong>un</strong>as composiciones musicales; <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, el<br />

Ubi caritas <strong>de</strong> Duruflé sería <strong>un</strong>a <strong>de</strong> ellas.<br />

Aquí llegamos verda<strong>de</strong>ramente al núcleo central <strong>de</strong> la pretensión católica y cristiana, es <strong>de</strong>cir,<br />

que el amor es la realidad más viva que existe, porque el propio Dios es amor. Este es «el amor<br />

que mueve el sol y las <strong>de</strong>más estrellas». Y eso es lo que nos configura a nosotros mismos; a eso<br />

estamos <strong>de</strong>stinados. Estamos <strong>de</strong>stinados al amor, para po<strong>de</strong>r vivir con el Amor.<br />

En Inglaterra hay otro lugar histórico en el que cobran luz las exigentes <strong>de</strong>mandas <strong>de</strong>l amor. Es<br />

la Torre <strong>de</strong> Londres, concretamente la celda en la que santo Tomás Moro pasó los quince<br />

últimos meses <strong>de</strong> su vida. Conoces la historia por otra gran película, A Man for All Seasons.<br />

Recordarás, sin duda, <strong>un</strong>a escena que parte el corazón y que se <strong>de</strong>sarrolla en el acto final,


cuando a la familia <strong>de</strong> Moro se le permite entrar en la celda para convencerlo <strong>de</strong> que acepte la<br />

<strong>de</strong>cisión <strong>de</strong>l rey, <strong>de</strong> nombrarlo cabeza <strong>de</strong> la Iglesia Anglicana. Margaret, la hija preferida <strong>de</strong><br />

Moro, a la que por todos los medios ha procurado educar en los Clásicos, es la <strong>de</strong>signada para<br />

hablar al corazón y a la mente <strong>de</strong> su padre:<br />

Moro: ¿Tú quieres que jure el Acta <strong>de</strong> Sucesión?<br />

Margaret: «Dios tiene más en cuenta los pensamientos <strong>de</strong>l corazón que las palabras <strong>de</strong><br />

la bocas. Eso, o algo así, es lo que me has dicho infinidad <strong>de</strong> veces.<br />

Moro: Sí; así es.<br />

Margaret: Entonces, pron<strong>un</strong>cia las palabras <strong>de</strong>l juramento, y en tu corazón piensa <strong>de</strong><br />

otra manera.<br />

Moro: ¿Qué es <strong>un</strong> juramento sino palabras que dirigimos a Dios?<br />

Margaret: Eso está muy bien.<br />

Moro: ¿Quieres <strong>de</strong>cir que no es verdad?<br />

Margaret: No, no. Es verdad.<br />

Moro: En ese caso, mi querida Marga, <strong>de</strong>cir que «está muy bien» es <strong>un</strong> argumento muy<br />

pobre. Mira, hija, cuando <strong>un</strong> hombre pron<strong>un</strong>cia <strong>un</strong> juramento toma en sus propias<br />

manos la totalidad <strong>de</strong> su ser. Es como el agua. Si abre sus manos... per<strong>de</strong>rá toda<br />

esperanza <strong>de</strong> volver a encontrase a sí mismo. Hay hombres que no son capaces <strong>de</strong><br />

hacer esto, pero a mí me repugnaría pensar que tu padre es <strong>un</strong>o <strong>de</strong> ellos.<br />

Entonces, Margaret intenta otra línea <strong>de</strong> argumentación, diciendo que Moro se convierte a sí<br />

mismo en <strong>un</strong> héroe. Pero Moro esquiva el golpe con facilidad. Estando como está el m<strong>un</strong>do,<br />

quizá tengamos que aguantar todavía <strong>un</strong> poco, a<strong>un</strong> a riesgo <strong>de</strong> ser héroes. Entonces,<br />

Margaret, a p<strong>un</strong>to <strong>de</strong> estallar en lágrimas, le grita: «Pero, piensa <strong>un</strong> poco. ¿No has hecho ya<br />

tanto como Dios pue<strong>de</strong> razonablemente querer?». A lo que Moro respon<strong>de</strong> con titubeos:<br />

«Bien..., en fin..., no es cuestión <strong>de</strong> razón. En <strong>de</strong>finitiva, es cuestión <strong>de</strong> amor».<br />

¿Amor? ¿Amor a qué? A la verdad, diría yo; a la verdad con la que Cristo arrastra nuestras<br />

vidas. Pero, ¿qué es esa verdad? La verdad es que proce<strong>de</strong>mos <strong>de</strong>l amor, que hemos sido<br />

redimidos por <strong>un</strong> amor infinito y que estamos <strong>de</strong>stinados a <strong>un</strong>a eternidad <strong>de</strong> amor con el<br />

Amor personificado. En último análisis, todo esto no es <strong>un</strong>a realidad que se pueda fijar con<br />

argumentos racionales. Ya está fijado, y <strong>de</strong> manera muchas veces perturbadora, por Alguien.<br />

Es cuestión <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarse asir por la Verdad que es Amor, el Amor que se encarnó en el m<strong>un</strong>do en<br />

la persona <strong>de</strong> Jesús <strong>de</strong> Nazaret, sobre todo en su pasión, muerte y resurrección.<br />

Dejarse enganchar por la verdad que se refleja en el rostro <strong>de</strong> Cristo, y amar esa verdad con<br />

todo lo que tenemos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> nosotros mismos, no es, ni pue<strong>de</strong> ser, algo que hacemos<br />

nosotros por nosotros mismos. Nos encontramos con Cristo en su Iglesia, que el catolicismo<br />

llama frecuentemente «Cuerpo místico <strong>de</strong> Cristo». Pero la Iglesia –lo sabemos muy bien– es <strong>un</strong>


vaso <strong>de</strong> barro, lleno <strong>de</strong> grietas y fisuras. Apren<strong>de</strong>r todo esto pue<strong>de</strong> significar también <strong>un</strong> nuevo<br />

escalón en la escala <strong>de</strong>l amor. Te voy a ofrecer <strong>un</strong> ejemplo.<br />

Cuando yo era niño, veía a mi párroco como <strong>un</strong>a figura sobrenatural, casi divina. Era lo que se<br />

conoce como <strong>un</strong>a «vocación tardía». En Princeton había tenido como compañero <strong>de</strong> clase a F.<br />

Scott Fitzgerald, había hecho dinero en Wall Street y conocía a toda la gente gorda <strong>de</strong> la<br />

sociedad. Tenía muy buena relación con mis abuelos paternos y frecuentaba nuestra casa<br />

como huésped. Cuando yo ya estudiaba el bachillerato, <strong>un</strong> día <strong>de</strong>scubrí que mi párroco era<br />

alcohólico. Fue <strong>un</strong> golpe tremendo para mí. Debo confesar que mi <strong>de</strong>sencanto se transformó<br />

en sensación <strong>de</strong> <strong>de</strong>sprecio, al <strong>de</strong>scubrir <strong>de</strong> manera tan abrupta que mi ídolo tenía los pies <strong>de</strong><br />

barro; y eso afecta especialmente durante la adolescencia con su dolorosa combinación <strong>de</strong><br />

certezas e incertidumbres.<br />

Cuando yo ya estaba en mis veinte, apenas tuve oport<strong>un</strong>idad <strong>de</strong> encontrarme con esa persona.<br />

Pero en 1987 volví a mi antigua parroquia para hacer la presentación <strong>de</strong> mi primera obra<br />

importante. Algo pasó entonces por mi cabeza que me impulsó a hacerle <strong>un</strong>a visita en la casa<br />

<strong>de</strong> retiro don<strong>de</strong> él residía o, con más propiedad, don<strong>de</strong> agonizaba <strong>de</strong> cáncer <strong>de</strong> garganta. Su<br />

triste condición le hacía difícil expresarse, pero logramos mantener <strong>un</strong>a conversación <strong>de</strong> <strong>un</strong>os<br />

quince minutos, en la que yo le regalé <strong>un</strong> ejemplar <strong>de</strong> mi obra, convencido <strong>de</strong> que él estaba<br />

<strong>de</strong>masiado enfermo como para asistir a la presentación. Cuando ya me <strong>de</strong>spedía <strong>de</strong> él, me<br />

pidió que me acercara. Él intentó levantarse <strong>de</strong> su silla <strong>de</strong> ruedas para dar me <strong>un</strong> abrazo; y con<br />

la voz quebrada por el cáncer me confesó: «Ya sabes que yo siempre he querido a tu familia».<br />

Sin po<strong>de</strong>r reprimir las lágrimas le dije que <strong>de</strong> eso estaba seguro. Aquella noche, con ayuda <strong>de</strong><br />

<strong>un</strong> bastón, se presentó en el Círculo Parroquial, en la última fila; había tomado <strong>un</strong> taxi <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su<br />

retiro y sólo pudo quedarse <strong>un</strong>os cinco minutos. Pero ese fue su testimonio, a<strong>un</strong>que tardío, <strong>de</strong><br />

que me había querido a mí y a toda mi familia.<br />

No quisiera ser excesivamente dramático, pero aquella tar<strong>de</strong> me enseñó <strong>un</strong>a gran lección<br />

sobre la centralidad <strong>de</strong>l amor en la vida católica. ¿Era mi antiguo párroco <strong>un</strong> hombre débil, <strong>un</strong><br />

pecador? Sí; y tuve que aceptarlo. ¿Era también <strong>un</strong> hombre que, en última instancia, había<br />

consagrado su vida al amor y al Amor? Así es como, en nuestro último encuentro, él me<br />

enseñó a interpretar su vida. Su entrega y su amor se habían transformado, por el Amor, en lo<br />

que san Pablo llama «<strong>un</strong> sacrificio aceptable que agrada a Dios» (Fp 4,18), <strong>un</strong> sacrificio en el<br />

que todo lo malo que había hecho se había consumido por el fuego.<br />

Su escala <strong>de</strong>l amor había sido muy empinada; en realidad, él se había caído más <strong>de</strong> <strong>un</strong>a vez.<br />

Doy gracias a Dios <strong>de</strong> que hubiera vivido lo suficiente, y <strong>de</strong> que la Provi<strong>de</strong>ncia nos hubiera<br />

dado la oport<strong>un</strong>idad <strong>de</strong> encontrarnos <strong>de</strong> nuevo, <strong>de</strong> modo que yo pudiera apren<strong>de</strong>r cómo, a<br />

través sus caídas, él había completado su ascensión. Y así, tuve la oport<strong>un</strong>idad <strong>de</strong> apren<strong>de</strong>r <strong>de</strong><br />

él <strong>un</strong>a última lección.<br />

* * *<br />

¿Qué pue<strong>de</strong> significar para ti todo ese lío sobre el amor, y sobre el Amor? Sencillamente esto:<br />

N<strong>un</strong>ca pretendas conseguir algo menos que la gran<strong>de</strong>za moral y espiritual que, por gracia,<br />

pue<strong>de</strong>s alcanzar. Ese es <strong>un</strong> <strong>de</strong>recho innato que, como cristiano, te han conferido las aguas <strong>de</strong>l<br />

bautismo.


Caerás, qué duda cabe; tropezarás en la escala <strong>de</strong>l amor, y caerás. Pero eso no es motivo para<br />

bajar el listón <strong>de</strong> tus expectativas. Más bien es <strong>un</strong>a razón para levantarse, sacudirse el polvo,<br />

buscar el perdón y la reconciliación, y volver a intentarlo. Si te fijas como objetivo algo menos<br />

que la gran<strong>de</strong>za para que fuiste creado, la gran<strong>de</strong>za que se convirtió en tu proprio <strong>de</strong>stino el<br />

día en que te bautizaran, te estás engañando a ti mismo. Si tu objetivo es algo inferior a la<br />

gran<strong>de</strong>za que Cristo te ha reservado, es que nos has entendido el tirón <strong>de</strong>l divino tejedor en la<br />

trama <strong>de</strong> tu vida. Deja que la gracia te levante hasta don<strong>de</strong> tú, en lo más prof<strong>un</strong>do <strong>de</strong> tu<br />

corazón, quieres estar.


8- LA CAPILLA SIXTINA, ROMA: LENGUAJE DEL CUERPO, HABLAR<br />

DE DIOS, Y LO INVISIBLE VISIBLE<br />

La Capilla Sixtina, en Roma, muy bien pudiera ser el recinto más impresionante <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do.<br />

Cada año, millones <strong>de</strong> personas la visitan para admirar la belleza <strong>de</strong> su <strong>de</strong>coración: los frescos<br />

<strong>de</strong>l techo y El Juicio Final, <strong>de</strong> Miguel Ángel, y las escenas <strong>de</strong> la vida <strong>de</strong> Cristo y <strong>de</strong> la <strong>de</strong> Moisés<br />

que pueblan los muros laterales, obra <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s maestros como Botticelli, Ghirlandaio,<br />

Perugino, Pinturicchio y Signorelli. Casi a diario, la Capilla está abarrotada <strong>de</strong> visitantes.<br />

A<strong>un</strong>que la visites en la temporada turística alta, notarás algo verda<strong>de</strong>ramente curioso. Cuando<br />

los turistas entran en la Capilla Sixtina, los cuchicheos que normalmente acompañan a los<br />

grupos <strong>de</strong>saparecen casi por completo, a<strong>un</strong>que por poco tiempo. La gente se sumerge en<br />

reverente silencio, o algo parecido al silencio. ¿Será la reacción natural frente a la belleza <strong>de</strong><br />

esos frescos <strong>de</strong> <strong>un</strong> colorido subyugante, sobre todo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su reciente restauración, y<br />

que ning<strong>un</strong>a fotografía pue<strong>de</strong> transmitir? ¿Será la admiración que embarga al visitante frente<br />

al genio humano, capaz <strong>de</strong> producir tales pinturas? En mi opinión, ambas cosas.<br />

Con todo, creo que hay algo, algo más, que aquí se percibe <strong>de</strong> manera extraordinaria. Un gran<br />

cronista <strong>de</strong> viajes, H. V. Morton, dijo <strong>un</strong>a vez que «<strong>un</strong>a visita a Roma no implica <strong>un</strong><br />

<strong>de</strong>scubrimiento, sino que suscita <strong>un</strong> recuerdo». Eso es lo que la Capilla Sixtina suscita en el<br />

visitante: <strong>un</strong> <strong>de</strong>spertar <strong>de</strong> recuerdos e intuiciones prof<strong>un</strong>damente enraizados –y a veces,<br />

sepultados– en lo más hondo <strong>de</strong> la conciencia. En la Capilla Sixtina, al visitante se le encoge el<br />

alma, porque en esos frescos en la prof<strong>un</strong>da impresión que producen se encuentra el límite<br />

entre lo humano y lo divino.<br />

Vistos <strong>un</strong>o tras otro en <strong>un</strong> álbum <strong>de</strong> fotografías, los frescos <strong>de</strong> Miguel Ángel pue<strong>de</strong>n parecer<br />

abrumadores, incluso aterradores, en su puro componente físico. Pero aquí, en la Capilla<br />

Sixtina, esa arquitectura hecha color, en la que la luz y el brillo se conjugan <strong>de</strong> forma<br />

grandiosa, posee <strong>un</strong> enorme po<strong>de</strong>r evocativo y <strong>un</strong>a transparencia espiritual verda<strong>de</strong>ramente<br />

única. El turista que visita la Capilla Sixtina, sea cual sea su disposición religiosa –o la ausencia<br />

<strong>de</strong> tal disposición– no pue<strong>de</strong> menos <strong>de</strong> sentir que la belleza es <strong>un</strong>a especie <strong>de</strong> ventana a la<br />

verdad <strong>de</strong>l hombre y al anhelo <strong>de</strong> trascen<strong>de</strong>ncia que está inscrito en nuestro interior.<br />

El instinto tiene razón. Ese templo a la belleza <strong>de</strong>l cuerpo humano es <strong>un</strong> lugar privilegiado <strong>de</strong><br />

encuentro con la belleza <strong>de</strong> Dios. Los dos aspectos van j<strong>un</strong>tos.<br />

* * *<br />

La historia <strong>de</strong> la Capilla Sixtina, igual que buena parte <strong>de</strong> la historia <strong>de</strong>l Catolicismo, está<br />

plagada <strong>de</strong> controversia. Todo empezó en el año 1475. La sala era <strong>un</strong>a combinación <strong>de</strong> capilla<br />

papal y fortaleza (como sugieren esos sorpren<strong>de</strong>ntes bastiones en el exterior). Se le dio el<br />

nombre <strong>de</strong> Capilla «Sixtina» en recuerdo <strong>de</strong> su patrocinador, el papa Sixto IV, <strong>un</strong> franciscano


perteneciente a la aristocrática familia Della Rovere, que ocupó la cátedra <strong>de</strong> Pedro <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />

año 1471 hasta 1484. La estructura <strong>de</strong>l recinto no ofrece mayores complicaciones. Es <strong>de</strong> planta<br />

rectangular, <strong>de</strong> <strong>un</strong>os cuarenta metros <strong>de</strong> largo por <strong>un</strong>os trece <strong>de</strong> ancho y <strong>un</strong>os veinte <strong>de</strong> alto;<br />

prácticamente, las medidas <strong>de</strong>l templo <strong>de</strong> Salomón. La bóveda <strong>de</strong> cañón <strong>de</strong>scansa sobre<br />

cuatro pechinas laterales en los extremos <strong>de</strong>l techo. Doce ventanas, seis a cada lado, permiten<br />

la entrada <strong>de</strong> luz natural. El pavimento, al que no se suele prestar mucha atención, es <strong>un</strong><br />

magnífico ejemplo <strong>de</strong>l uso <strong>de</strong> incrustaciones <strong>de</strong> mármol, según la clásica tradición romana<br />

Cosmati. A <strong>un</strong>os dos tercios <strong>de</strong> distancia <strong>de</strong>l altar mayor, <strong>un</strong>a transenna <strong>de</strong> mármol y hierro<br />

separa lo que podría haber sido el espacio <strong>de</strong>stinado a la gente y el espacio más amplio<br />

reservado a la capilla papal, es <strong>de</strong>cir, el papa, los car<strong>de</strong>nales y alg<strong>un</strong>os prelados <strong>de</strong> rango<br />

inferior. Sixto IV or<strong>de</strong>nó pintar el techo <strong>de</strong> azul celeste salpicado <strong>de</strong> estrellas doradas. En<br />

realidad, el papa daba la impresión <strong>de</strong> no estar tan interesado en la <strong>de</strong>coración <strong>de</strong> la bóveda<br />

(cuya topografía significaba <strong>un</strong> verda<strong>de</strong>ro reto para los pintores) como en las pare<strong>de</strong>s, para las<br />

que encargó dos series <strong>de</strong> frescos <strong>de</strong> lema bíblico, la vida <strong>de</strong> Moisés en el flanco sur y la vida<br />

<strong>de</strong> Cristo en el flanco norte. Como ya he señalado, esas espléndidas pinturas –recientemente<br />

restauradas– son obra <strong>de</strong> alg<strong>un</strong>os <strong>de</strong> los más <strong>de</strong>stacados artistas <strong>de</strong>l Renacimiento. La elección<br />

<strong>de</strong> los temas fue <strong>de</strong>liberada. Es evi<strong>de</strong>nte que Sixto pretendía mostrar con esos frescos la<br />

estrecha conexión entre la revelación <strong>de</strong> Dios al pueblo <strong>de</strong> Israel y su revelación en la vida y la<br />

obra <strong>de</strong> Cristo.<br />

El año 1503, los car<strong>de</strong>nales eligieron como papa a otro miembro <strong>de</strong> la familia Della Rovere,<br />

Giuliano, sobrino <strong>de</strong> Sixto, que tomó el nombre <strong>de</strong> Julio II. Poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su elección, Julio<br />

tuvo que afrontar <strong>un</strong>a crisis estructural en la capilla <strong>de</strong> su tío. En 1504 aparecieron grietas en la<br />

bóveda. Y por si eso no fuera suficiente, la tierra arenosa sobre la que se asentaba d<br />

pavimento <strong>de</strong> la basílica empezó a moverse, hasta el p<strong>un</strong>to <strong>de</strong> que el muro sur comenzó a<br />

bascular ligeramente hacia fuera, con el peligro <strong>de</strong> que el techo se <strong>de</strong>rrumbara hecho pedazos.<br />

Entonces se reforzó la estructura <strong>de</strong>l techo y todo el pavimento con vigas <strong>de</strong> hierro para<br />

sostener la bóveda y consolidar los cimientos. A finales <strong>de</strong> 1504, la capilla había quedado<br />

estabilizada, pero el techo aún daba problemas.<br />

La intención <strong>de</strong> Julio II era contratar al brillante artista florentino Michelangelo Buonarroti para<br />

restaurar el techo estrellado <strong>de</strong> la Capilla Sixtina. De hecho, ya lo había contratado<br />

anteriormente para que esculpiera <strong>un</strong> sepulcro para él, acor<strong>de</strong> con su dignidad <strong>de</strong> papa. Al<br />

enterarse Bramante, que estaba al servicio <strong>de</strong> Julio corno arquitecto papal, puso serias<br />

objeciones al proyecto, quizá no sólo por motivos políticos y personales, sino también por<br />

razones profesionales. En cualquier caso, Bramante estaba en lo cierto al advertir que Miguel<br />

Ángel no tenía experiencia en el trabajo extremadamente difícil que en Italia se conocía como<br />

di sotto in sú («<strong>de</strong> abajo arriba»), en concreto, para pintar frescos en <strong>un</strong> techo tan alto y,<br />

a<strong>de</strong>más, curvo, <strong>de</strong> modo que los que lo contemplaran <strong>de</strong>s<strong>de</strong> abajo tuvieran la impresión <strong>de</strong><br />

que las figuras estaban suspendidas en el aire. Pero Julio <strong>de</strong>sestimó las sugerencias <strong>de</strong><br />

Bramante. El problema real era que Miguel Ángel no quería aquel trabajo, por lo que había<br />

rechazado la invitación <strong>de</strong>l papa y se había quedado en Florencia. Sin embargo, Julio II no era<br />

<strong>un</strong> hombre que aceptara fácilmente <strong>un</strong> «no» por respuesta. Así que ante el fracaso <strong>de</strong> las<br />

adulaciones <strong>de</strong> alg<strong>un</strong>os intermediarios Julio simplemente or<strong>de</strong>nó a Miguel Ángel que se<br />

presentara en Roma y se sometiera a la vol<strong>un</strong>tad <strong>de</strong>l papa. De modo que, para no arriesgarse a


seguir siendo objeto <strong>de</strong> la irascibilidad <strong>de</strong> Julio, el testarudo florentino terminó por acce<strong>de</strong>r a<br />

los <strong>de</strong>seos <strong>de</strong>l papa.<br />

La i<strong>de</strong>a original <strong>de</strong> Julio II consistía en cubrir todo el techo con refinados dibujos geométricos,<br />

completándolo con retratos <strong>de</strong> los doce apóstoles en las pechinas triangulares que coronaban<br />

cada <strong>un</strong>a <strong>de</strong> Las ventanas. Miguel Ángel jugueteó con la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> dar vida al proyecto <strong>de</strong>l papa;<br />

pero aquello no le satisfacía, sobre todo, porque su intención era pintar gran<strong>de</strong>s frescos <strong>de</strong>l<br />

cuerpo humano. Con su peculiar <strong>de</strong>scaro, Miguel Ángel informó al papa <strong>de</strong> que su diseño era<br />

<strong>un</strong>a cosa povera, <strong>un</strong>a i<strong>de</strong>a muy pobre. Por alg<strong>un</strong>a razón, Julio, que no era hombre <strong>de</strong> mucha<br />

paciencia, no llegó a explotar, sino que encargó a Miguel Ángel que le presentara <strong>un</strong> nuevo<br />

proyecto.<br />

El proyecto era verda<strong>de</strong>ramente colosal. ¿Cómo iba Miguel Ángel a po<strong>de</strong>r cubrir <strong>de</strong> frescos <strong>un</strong>a<br />

superficie <strong>de</strong> más <strong>de</strong> 3.000 metros cuadrados <strong>de</strong> <strong>un</strong>a bóveda que combinaba espacios planos y<br />

curvos, <strong>de</strong> modo que la totalidad <strong>de</strong>l dibujo tuviera coherencia? Miguel Ángel, cuyos sueños no<br />

tenían límite, <strong>de</strong>cidió finalmente crear <strong>un</strong>a epopeya visual <strong>de</strong>l drama humano: la creación <strong>de</strong>l<br />

m<strong>un</strong>do y la primitiva historia <strong>de</strong> la raza humana se <strong>de</strong>sarrollarían a lo largo <strong>de</strong> la bóveda, <strong>de</strong><br />

oeste a este, en nueve cuadros típicos: tres sobre la creación <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do natural, tres sobre la<br />

creación <strong>de</strong>l hombre, y tres sobre la historia <strong>de</strong> Noé; los profetas antiguos y las sibilas,<br />

heraldos <strong>de</strong> la re<strong>de</strong>nción <strong>de</strong> la humanidad, llenarían las enjutas, y los momentos cruciales <strong>de</strong> la<br />

historia <strong>de</strong> Israel irían en las pechinas. Su ejecución duró cuatro años. Cuando Roma<br />

contempló aquella maravilla, el día <strong>de</strong> Todos los Santos <strong>de</strong> 1512, toda la gente, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el papa<br />

Julio II hasta el último monaguillo, se quedó sobrecogida. Jamás se había visto cosa igual;<br />

jamás se había realizado <strong>un</strong>a obra tan magnífica e impresionante.<br />

Miguel Ángel, que siempre insistía en que él era escultor, más que pintor, <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> pensar que,<br />

cuando Julio II <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> preg<strong>un</strong>tarle con respecto a la Capilla Sixtina: «¿Cuándo vas a<br />

terminar?», había terminado su carrera. Pero Pablo III, el cuarto sucesor <strong>de</strong> Julio II, tenía otras<br />

i<strong>de</strong>as. En 1535 pidió al florentino que pintara <strong>un</strong> enorme fresco <strong>de</strong>l Juicio Final en la pared <strong>de</strong>l<br />

altar mayor, para sustituir otros frescos <strong>de</strong>l Perugino y dos <strong>de</strong> las l<strong>un</strong>etas que el propio Miguel<br />

Angel había pintado en 1512. Esta vez, Miguel Ángel no puso objeciones. Cuando terminó la<br />

obra, en 1541, toda Roma quedó, otra vez, maravillada, a<strong>un</strong>que alg<strong>un</strong>os mojigatos no <strong>de</strong>jaron<br />

<strong>de</strong> sentirse molestos.<br />

El Juicio Final es <strong>un</strong> torbellino <strong>de</strong> imágenes centradas en la figura tri<strong>un</strong>fal <strong>de</strong> Cristo resucitado,<br />

mayestático a la vez que terrible firme y, al mismo tiempo, sereno. El Señor está ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong><br />

ángeles que portan los instrumentos <strong>de</strong> su pasión: la cruz, la corona <strong>de</strong> espinas, la columna <strong>de</strong><br />

la flagelación. En La parte inferior, a la izquierda, los salvados son conducidos por ángeles a la<br />

gloria <strong>de</strong>l cielo; a la <strong>de</strong>recha, los con<strong>de</strong>nados van cayendo al infierno, mientras Caronte, el<br />

barquero <strong>de</strong> la Lag<strong>un</strong>a Estigia, blan<strong>de</strong> su remo sobre las figuras que se precipitan al abismo. La<br />

Virgen María aparece sentada a la <strong>de</strong>recha <strong>de</strong> su Hijo, mientras vuelve su cara hacia los santos.<br />

Los apóstoles y los mártires llevan los emblemas <strong>de</strong> su sufrimiento. En la piel flotante <strong>de</strong> San<br />

Bartolomé, Miguel Ángel pintó su autorretrato. (El florentino tampoco ren<strong>un</strong>ció a ajustar<br />

cuentas por medio <strong>de</strong> su trabajo. La figura <strong>de</strong> Minos, rey <strong>de</strong>l infierno, que aparece en el ángulo<br />

inferior izquierdo con <strong>un</strong>a serpiente enrollada a su torso, se parecía mucho a Biago da Cesena,


maestro <strong>de</strong> ceremonias <strong>de</strong>l papa. Cuando da Cesena se quejó <strong>de</strong> ello ante Pablo III, el pontífice<br />

le contestó que ni siquiera él tenía po<strong>de</strong>r para sacar a <strong>un</strong>o <strong>de</strong>l infierno.)<br />

Una guía <strong>de</strong>l Vaticano observa, no sin cierta malicia, que, al <strong>de</strong>stapar el cuadro, se creó <strong>un</strong><br />

clima <strong>de</strong> estupor y, al mismo tiempo, <strong>de</strong> gran admiración. Pero pronto surgieron críticas<br />

bastante severas y hasta maliciosas, que han <strong>de</strong>jado huella en el cuadro. Al parecer, en<br />

tiempos <strong>de</strong> la Reforma, alg<strong>un</strong>os pudib<strong>un</strong>dos se quejaron <strong>de</strong> los <strong>de</strong>snudos que aparecen en el<br />

Juico Final. En consecuencia, a finales <strong>de</strong>l siglo XVI, se les pintó encima <strong>un</strong>a especie <strong>de</strong><br />

«bragas» (braghe, en italiano, <strong>de</strong> don<strong>de</strong> <strong>de</strong>riva el <strong>de</strong>spectivo braghettone). Pero no terminó<br />

ahí la controversia sobre la Capilla Sixtina.<br />

A mediados <strong>de</strong>l <strong>de</strong>cenio <strong>de</strong> 1960, se vio que la Sixtina necesitaba urgente restauración. Siglos y<br />

siglos <strong>de</strong> humo, polvo, <strong>de</strong>yecciones <strong>de</strong> pájaros (las ventanas se abrían con <strong>de</strong>masiada<br />

frecuencia), los efectos <strong>de</strong>l incienso y <strong>de</strong> las velas encendidas, y anteriores esfuerzos inútiles<br />

por limpiar los frescos habían <strong>de</strong>jado huella. El techo se había agrietado, causando más daño a<br />

la pintura. Así que, entre 1964 y 1974 se renovó el tejado y se limpiaron alg<strong>un</strong>os frescos <strong>de</strong> las<br />

pare<strong>de</strong>s. Pero el gran revuelo estalló cuando se propuso la limpieza a fondo <strong>de</strong> los frescos <strong>de</strong><br />

Miguel Ángel, tanto los <strong>de</strong> la bóveda como <strong>de</strong>l Juicio Final. Varios bosques fueron sacrificados<br />

para proporcionar el papel que se habría <strong>de</strong> usar en esa controversia que duró <strong>un</strong> cuarto <strong>de</strong><br />

siglo. A<strong>un</strong>que parte <strong>de</strong> la argumentación implicaba <strong>un</strong> cierto temor en lo tocante al método <strong>de</strong><br />

limpieza y sus posibles efectos sobre las pinturas, otros historiadores y críticos <strong>de</strong> arte no<br />

estaban dispuestos a admitir que las sombras que ellos habían atribuido a <strong>un</strong>a represión<br />

freudiana en la mente <strong>de</strong> Miguel Ángel, o a algún otro trastorno psíquico <strong>de</strong>l artista, eran<br />

simplemente excremento <strong>de</strong> paloma o negro <strong>de</strong> hollín.<br />

Hoy día, los trabajos <strong>de</strong> restauración se consi<strong>de</strong>ran <strong>un</strong>iversalmente como <strong>un</strong> gran éxito. Nueve<br />

años se tardó en limpiar la bóveda centímetro a centímetro; la limpieza <strong>de</strong>l Juicio Final duró<br />

otros cuatro años. En ambos casos, los colores que no se habían visto durante siglos habían<br />

sido felizmente recuperados. Lo que en <strong>un</strong> tiempo se consi<strong>de</strong>ró como espacio tétrico y oscuro<br />

se pue<strong>de</strong> ver ahora en toda su espléndida luminosidad. (Juan Pablo II, que autorizó la<br />

restauración, mandó quitar más <strong>de</strong> la mitad <strong>de</strong> los «taparrabos» añadidos al Juicio Final,<br />

<strong>de</strong>jando el resto en su sitio por razones históricas.)<br />

Ponte aquí e imagínate al genio que escribió esas historias bíblicas y al genio que las trasladó<br />

con toda su viveza a <strong>un</strong> fresco; y ahora intenta convencerte <strong>de</strong> que el ser humano es sólo <strong>un</strong><br />

montoncito <strong>de</strong> polvo cósmico, <strong>un</strong> acci<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la evolución biológica. Pues bien, aquí, en esta<br />

frontera en la que se pue<strong>de</strong> tocar y sentir el ardiente <strong>de</strong>seo <strong>de</strong>l corazón humano <strong>de</strong> ver a Dios,<br />

el peso <strong>de</strong> la prueba recae sobre el agnóstico o el ateo. Y aquí también, el gran embuste <strong>de</strong><br />

que el catolicismo <strong>de</strong>sprecia lo material, lo físico, lo sexual, aparece como lo que es: <strong>un</strong>a gran<br />

mentira.<br />

El 8 <strong>de</strong> abril <strong>de</strong> 1994, jueves <strong>de</strong> Pascua, el papa Juan Pablo II celebró <strong>un</strong>a misa en la Capilla<br />

Sixtina, para festejar el fin <strong>de</strong> la restauración <strong>de</strong> los frescos <strong>de</strong> Miguel Ángel. Esa misa fue<br />

ocasión <strong>de</strong> <strong>un</strong>a <strong>de</strong> las homilías más interesantes <strong>de</strong> <strong>un</strong> pontificado extraordinariamente<br />

elocuente. Centrándose en la faceta más exterior <strong>de</strong> la teología, el papa propuso interpretar<br />

los frescos <strong>de</strong> Miguel Ángel como <strong>un</strong>a especie <strong>de</strong> sacramento, como <strong>un</strong>a realidad<br />

palpitantemente visible en la que nos encontramos con el misterio <strong>de</strong>l Dios invisible. Esa obra


<strong>de</strong> «belleza incomparable» suscita en el que la contempla sin prejuicios el <strong>de</strong>seo íntimo <strong>de</strong><br />

«profesar su fe en Dios, Creador <strong>de</strong> todas las cosas visibles e invisibles», y proclamar su fe en<br />

«Cristo, rey <strong>de</strong> los tiempos, y cuyo reinado no tendrá fin».<br />

A pesar <strong>de</strong> que se pintaron en épocas diferentes, las dos cumbres pictóricas <strong>de</strong> Miguel Ángel<br />

en la Capilla Sixtina están, según el papa, en prof<strong>un</strong>da relación teológica. El Juicio final<br />

completa la protohistoria <strong>de</strong> la humanidad que se cuenta en la bóveda. Los personajes que<br />

llenan los seis primeros frescos <strong>de</strong>l ciclo <strong>de</strong> la creación (acto creador a partir <strong>de</strong>l caos, y<br />

creación <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do humano en Adán y Eva) dan paso a tres frescos que cuentan la vida <strong>de</strong><br />

Noé y nos recuerdan que el hombre tien<strong>de</strong> por naturaleza a estropear el don <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do<br />

creado. Pero el modo en que los hijos <strong>de</strong> Noé traicionan a su padre, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberlo<br />

emborrachado (último fresco <strong>de</strong> la bóveda relativo al Génesis y símbolo <strong>de</strong> la perversión<br />

humana), no significa el fin <strong>de</strong> la historia. Los frescos sobre la creación y la vida <strong>de</strong> Noé<br />

<strong>de</strong>sembocan, ya en la pared <strong>de</strong>l altar mayor, en la historia <strong>de</strong> la re<strong>de</strong>nción sintetizada en el<br />

maravilloso Juicio final.<br />

El fresco <strong>de</strong>l Juicio final representa el «fin» <strong>de</strong> la Historia, en <strong>un</strong> sentido mucho más prof<strong>un</strong>do<br />

que el puramente cronológico. El Cristo que establece su reino y lleva a los justos a reinar con<br />

Él por toda la eternidad conduce a toda la creación a su «culmen», a la plenitud <strong>de</strong> su<br />

consumación. Esos frescos nos dicen que la vida no es puro azar arbitrario, sino que el m<strong>un</strong>do<br />

tiene <strong>un</strong>a finalidad y obe<strong>de</strong>ce o <strong>un</strong> <strong>de</strong>signio divino. En Cristo resucitado, que regresa para<br />

juzgar a la historia y a la humanidad histórica, Dios lleva a su plenitud lo que empezó al otro<br />

extremo <strong>de</strong> la Capilla separando la luz <strong>de</strong> las tinieblas y dando existencia al primer momento<br />

<strong>de</strong> la creación.<br />

Ese Cristo <strong>de</strong>l Juicio final, continuaba el papa, es «<strong>un</strong> Cristo extraordinario [...] dotado <strong>de</strong> <strong>un</strong>a<br />

belleza primigenia», prof<strong>un</strong>damente encarnada en «la gloria <strong>de</strong> la humanidad <strong>de</strong> Cristo»,<br />

porque la humanidad <strong>de</strong> Jesús, nacido <strong>de</strong> la carne y sangre <strong>de</strong> María, fue el camino por el que<br />

Dios entró en el m<strong>un</strong>do para poner las cosas en su sitio. «Aquí», dijo el papa, «nos<br />

enfrentamos cara a cara con Cristo que expresa en sí mismo toda la prof<strong>un</strong>didad <strong>de</strong>l misterio<br />

<strong>de</strong> la visibilidad <strong>de</strong>l Invisible».<br />

El papa afirmaba que Miguel Ángel había sido <strong>un</strong> hombre <strong>de</strong> prof<strong>un</strong>das convicciones cristianas<br />

y <strong>de</strong> <strong>un</strong>a audacia artística incomparable. En sus frescos <strong>de</strong> la bóveda tuvo la audacia <strong>de</strong> «mirar<br />

con sus propios ojos» a Dios en el primer momento <strong>de</strong> la creación y, especialmente, en la<br />

creación <strong>de</strong>l hombre. Y es que Adán, creado «a imagen y semejanza» <strong>de</strong> Dios (Gn 1,26), es «la<br />

imagen visible» <strong>de</strong>l Creador; y lo es precisamente en la belleza <strong>de</strong> su <strong>de</strong>snu<strong>de</strong>z natural. Pero<br />

Miguel Ángel no se paró ahí. «Con audacia inconcebible», continuó el papa, el florentino<br />

«trasladó esa belleza visible y corporal al propio Creador», <strong>un</strong>a pretensión tan audaz que está<br />

al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la blasfemia. Pero Miguel Ángel sabía dón<strong>de</strong> estaban los límites; por eso, nos lleva<br />

hasta la frontera <strong>de</strong>l arte pictórico presentando a «<strong>un</strong> Dios vestido <strong>de</strong> majestad infinita». Y no<br />

fue más allá, porque «ahí había expresado todo lo que se pue<strong>de</strong> expresar». A<strong>un</strong>que n<strong>un</strong>ca<br />

<strong>de</strong>berán conf<strong>un</strong>dirse, esas dos realida<strong>de</strong>s con las que el genio <strong>de</strong> Miguel Ángel tuvo que<br />

enfrentarse están íntimamente <strong>un</strong>idas: el cuerpo humano es imagen <strong>de</strong> <strong>un</strong> Dios que se<br />

<strong>de</strong>rrama a sí mismo en su creación. Y eso significa que el propio Dios es la fuente <strong>de</strong> la belleza<br />

integral <strong>de</strong>l cuerpo humano».


En <strong>un</strong>a palabra, concluía Juan Pablo, «la Capilla Sixtina es santuario <strong>de</strong> <strong>un</strong>a teología <strong>de</strong>l cuerpo<br />

humano». La belleza <strong>de</strong>l hombre, masculino y femenino, creado por Dios para vivir en<br />

com<strong>un</strong>ión eterna con el creador, alcanza su perfección absoluta en la belleza <strong>de</strong> Cristo<br />

resucitado, que viene en toda su gloria a juzgar a vivos y muertos. El cuerpo humano no es <strong>un</strong><br />

objeto; es <strong>un</strong>a imagen, <strong>un</strong> icono, <strong>de</strong> su Creador.<br />

Sin embargo, hay quien no entien<strong>de</strong> <strong>de</strong> qué va la cosa.<br />

El corresponsal <strong>de</strong>l New York Times que en el mes <strong>de</strong> abril <strong>de</strong> 1994 cubría la información sobre<br />

la misa <strong>de</strong> «re-<strong>de</strong>dicación», estaba sorprendido <strong>de</strong> que Juan Pablo II, al predicar ante los<br />

<strong>de</strong>snudos <strong>de</strong> Miguel Ángel, «no pareciera mínimamente cohibido, a pesar <strong>de</strong> sus frecuentes<br />

reafirmaciones <strong>de</strong> la doctrina conservadora <strong>de</strong> la Iglesia en materia <strong>de</strong> sexo». Quizá, eso es lo<br />

que escribieron en Nueva York los editores <strong>de</strong>l periódico, prescindiendo <strong>de</strong> la nota <strong>de</strong>l<br />

periodista. De todos modos, el Times lo publicó exactamente así.<br />

El papa no alababa la obra <strong>de</strong> Miguel Ángel como «testimonio <strong>de</strong> la belleza <strong>de</strong>l hombre», a<br />

pesar <strong>de</strong> la doctrina <strong>de</strong> la Iglesia Católica sobre el sexo, sino precisamente a causa <strong>de</strong> esa<br />

doctrina. En <strong>un</strong> movimiento que lleva el tema <strong>de</strong> la revolución sexual tan lejos <strong>de</strong> cualquier<br />

mojigatería como se pueda imaginar, Juan Pablo II enseña que el amor sexual, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l<br />

vínculo <strong>de</strong> <strong>un</strong> matrimonio fiel y fec<strong>un</strong>do, es nada menos que <strong>un</strong> icono <strong>de</strong> la vida interior <strong>de</strong>l<br />

propio Dios. Y eso es así. La Iglesia Católica enseña que el sexo, como expresión <strong>de</strong> amor y<br />

<strong>de</strong>dicación matrimonial, es <strong>un</strong>a realidad sacramental en el límite entre lo ordinario y lo<br />

extraordinario. Es otra manera <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que el sexo, correctamente entendido, ayuda a<br />

instruirnos en la realidad <strong>de</strong> Dios, mientras nos instruye en nuestra propia realidad humana.<br />

Hoy día, muchos jóvenes <strong>católico</strong>s todavía siguen fascinados por la «teología <strong>de</strong>l cuerpo» que<br />

Juan Pablo II ofreció en sus 129 audiencias generales entre los años 1979-1984. La <strong>de</strong>nsidad<br />

bíblica, filosófica, literaria y teológica <strong>de</strong> esas exhortaciones podría intimidar <strong>un</strong> poco. Te<br />

presento aquí <strong>un</strong> resumen muy concentrado <strong>de</strong> la propuesta <strong>de</strong>l Papa.<br />

Juan Pablo II empieza con el libro <strong>de</strong>l Génesis, que nos enseña que nuestros cuerpos no son<br />

simples máquinas en las que vivimos. Estamos en <strong>un</strong> cuerpo; y ese cuerpo con el que hablo,<br />

escribo, juego, amo y trabajo es <strong>un</strong>a realidad intrínseca para mí. ¿Recuerdas lo que te escribí<br />

en <strong>un</strong>a carta anterior sobre la «imaginación gnóstica» y su <strong>de</strong>sprecio <strong>de</strong> las realida<strong>de</strong>s físicas?<br />

Pues aquí tienes su correspondiente realidad católica, en su manifestación más incisiva.<br />

¿Qué significa estar formados, cuerpo y espíritu, a «imagen y semejanza» <strong>de</strong> Dios, tal como lo<br />

<strong>de</strong>scribe el Génesis? Según el papa, no es sólo nuestra capacidad <strong>de</strong> pensar y <strong>de</strong> elegir, sino<br />

también nuestra capacidad <strong>de</strong> vivir en com<strong>un</strong>ión con otros, <strong>de</strong> hacernos <strong>un</strong> don para los<br />

<strong>de</strong>más, igual que nuestra vidas son <strong>un</strong> don para nosotros. Eso significa que la «creación <strong>de</strong>l<br />

hombre» no terminó hasta la creación <strong>de</strong> Eva, porque sólo la presencia <strong>de</strong> Eva hace posible<br />

que Adán <strong>de</strong>scubra que la soledad <strong>de</strong> la condición humana se pue<strong>de</strong> superar en ese misterioso<br />

proceso por el que nos entregamos a otro ser. Así <strong>de</strong>scubrimos que nos hemos enriquecido.<br />

Las historias <strong>de</strong> creación nos dicen que el amor no es <strong>un</strong> juego que suma cero; y tampoco lo es<br />

la vida. La única manera <strong>de</strong> encontrarnos a nosotros mismos consiste en damos a los <strong>de</strong>más.<br />

Esa «ley <strong>de</strong>l don» es la huella más prof<strong>un</strong>da <strong>de</strong> la «imagen <strong>de</strong> Dios» en nosotros, porque eso es


lo que el propio Dios es en sí mismo: Dios, la Trinidad Santísima –Padre, Hijo y Espíritu Santo–<br />

es <strong>un</strong>a com<strong>un</strong>ión <strong>de</strong> amor que se da y se recibe por toda la eternidad.<br />

Pues bien, ¿qué ocurrió? ¿Por qué Adán y Eva empezaron a sentir vergüenza <strong>de</strong> su <strong>de</strong>snu<strong>de</strong>z?<br />

Cuando Adán y Eva vivían su libertad como libre don <strong>de</strong> sí mismos, no sentían vergüenza; pero<br />

cuando empezaron a manipularse mutuamente se avergonzaron <strong>de</strong> sí mismos. Juan Pablo II<br />

sugiere que el «pecado original» es la eterna ten<strong>de</strong>ncia humana a ignorar la ley <strong>de</strong>l don, la ley<br />

<strong>de</strong> darse a sí mismo, la ley escrita en nuestro interior «<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio», como reza el primer<br />

versículo <strong>de</strong> la Biblia. Si Adán y Eva «pecaron», no fue porque Dios <strong>de</strong>cretara perentoriamente<br />

que «X es pecado», sino porque no fueron capaces <strong>de</strong> vivir la verdad que latía en su interior.<br />

Así nos ocurre a todos. Por eso, las historias que cuenta el libro <strong>de</strong>l Génesis sobre Adán y Eva<br />

nos enseñan <strong>un</strong>a lección espiritual y moral <strong>de</strong> primer or<strong>de</strong>n sobre nuestras vidas y nuestros<br />

amores: la felicidad humana <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> la donación <strong>de</strong> sí mismo, no <strong>de</strong> la afirmación <strong>de</strong>l<br />

proprio yo.<br />

La seg<strong>un</strong>da parte <strong>de</strong> <strong>un</strong>a «teología <strong>de</strong>l cuerpo» se basa en <strong>un</strong> texto <strong>de</strong>l Nuevo Testamento que<br />

ha traído <strong>de</strong> cabeza a infinidad <strong>de</strong> lectores durante siglos: el dicho <strong>de</strong> Jesús en el Sermón <strong>de</strong> la<br />

Montaña: «Todo el que mira a <strong>un</strong>a mujer casada excitando su <strong>de</strong>seo por ella, va ha cometido<br />

adulterio con ella en su corazón» (Mt 5,27-28). ¿No es eso la exigencia <strong>de</strong> <strong>un</strong> nivel<br />

imposiblemente alto que se impone a todos, hombres y mujeres, porque la tentación no<br />

concierne exclusivamente al género masculino? Todo lo contrario. Juan Pablo II sugiere que<br />

ese texto tan enigmático es, en realidad, la clave para enten<strong>de</strong>r nuestra sexualidad <strong>de</strong> manera<br />

plenamente humanística.<br />

Recuerda que «pecado original» es corrupción <strong>de</strong> algo bueno. La donación personal se<br />

corrompe cuando se convierte en afirmación personal. Eso es lo que hace la lujuria. Pero<br />

lujuria y <strong>de</strong>seo son dos cosas distintas. Si siento verda<strong>de</strong>ra atracción hacia alguien, <strong>de</strong>seo<br />

darme a esa persona buscando sólo su bien, no el mío. Lujuria es lo contrario <strong>de</strong>l don <strong>de</strong> sí<br />

mismo; es el prurito <strong>de</strong>l placer transitorio por el uso, o el abuso, <strong>de</strong> otra persona. Si <strong>un</strong> hombre<br />

mira lujuriosamente a <strong>un</strong>a mujer, o <strong>un</strong>a mujer a <strong>un</strong> hombre, el «otro» <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> ser persona y se<br />

convierte en objeto <strong>de</strong> satisfacción personal. Ahí, ni se da ni se recibe; no existe com<strong>un</strong>ión<br />

recíproca.<br />

La ética sexual católica, según Juan Pablo II, libera el amor sexual <strong>de</strong> la trampa <strong>de</strong> la lujuria.<br />

Con frecuencia se acusa al catolicismo <strong>de</strong> ponerse nervioso, incluso hasta el p<strong>un</strong>to <strong>de</strong> la<br />

paranoia, en la cuestión <strong>de</strong>l amor erótico. Pero la verdad es que la ética sexual católica libera<br />

el puro erotismo transformándolo en donación <strong>de</strong> sí; y eso lleva a <strong>un</strong>a relación que afirma la<br />

dignidad humana <strong>de</strong> los dos miembros <strong>de</strong> la pareja. ¿Será que el catolicismo templa el <strong>de</strong>seo?<br />

Todo lo contrario. La ética sexual católica canaliza nuestros <strong>de</strong>seos «<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el corazón», <strong>de</strong><br />

modo que conduce a <strong>un</strong>a verda<strong>de</strong>ra com<strong>un</strong>ión <strong>de</strong> personas, a <strong>un</strong> autentico dar, recibir. Y<br />

volviendo a la i<strong>de</strong>a presentada por el papa, así es como el amor sexual es imagen <strong>de</strong> Dios en sí<br />

mismo, y <strong>de</strong> la relación entre Dios y el m<strong>un</strong>do.<br />

El catolicismo no impone el «auto-control», que es categoría psicológica. La ética sexual <strong>de</strong>l<br />

catolicismo consiste en crecer hasta alcanzar el dominio <strong>de</strong> sí, que es categoría espiritual y<br />

moral, es <strong>de</strong>cir, el dominio <strong>de</strong>l <strong>de</strong>seo, que nos permite damos al otro con la mayor intimidad,<br />

<strong>de</strong> modo que ese don reafirme al «otro» en su propia donación y aceptación. Eso es lo que, en


las bienaventuranzas, Jesús llama «limpieza <strong>de</strong> corazón». Y es que vivir y amar <strong>de</strong> ese modo<br />

conduce a la santidad y a la satisfacción. De hecho, es <strong>un</strong>a manera <strong>de</strong> santificar el m<strong>un</strong>do.<br />

La tercera parte <strong>de</strong> la «teología <strong>de</strong>l cuerpo» sintetiza esos temas y enseña que el matrimonio<br />

es <strong>un</strong>a <strong>de</strong> esas realida<strong>de</strong>s sacramentales que nos sitúa en la realidad extraordinaria que está<br />

justo al final <strong>de</strong> la realidad ordinaria. El matrimonio es <strong>un</strong>a imagen <strong>de</strong> la creación <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do<br />

por la acción <strong>de</strong> Dios, que fue <strong>un</strong> acto <strong>de</strong> amor y <strong>de</strong> donación <strong>de</strong> sí mismo. El matrimonio es<br />

también <strong>un</strong>a imagen <strong>de</strong> la re<strong>de</strong>nción <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do realizada por Dios. Como enseña Pablo en su<br />

carta a los Efesios, el amor <strong>de</strong> Cristo a la Iglesia es como el amor <strong>de</strong>l esposo a la esposa. Ese<br />

amor fec<strong>un</strong>do que crea y que redime no es afecto sin más, a<strong>un</strong>que el componente afectivo es<br />

importante. Como sugiere el papa Juan Pablo II, el amor matrimonial es la realidad humana<br />

que mejor expresa el compromiso, la intensidad e, incluso, la pasión <strong>de</strong>l amor <strong>de</strong> Cristo hacia<br />

la Iglesia, por la que llegó a entregar su vida. Esa es la razón por la que Juan Pablo II se atreve a<br />

<strong>de</strong>cir que el amor sexual <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l matrimonio pue<strong>de</strong> ser <strong>un</strong> verda<strong>de</strong>ro acto <strong>de</strong> culto.<br />

En este p<strong>un</strong>to, quizá puedas objetar «Está bien; pero todo eso es <strong>de</strong>masiado». ¿Sí? ¿Lo es<br />

realmente? La Iglesia sabe muy bien que el amor sexual en el matrimonio no siempre es <strong>un</strong><br />

verda<strong>de</strong>ro éxtasis; a<strong>un</strong>que en perspectiva católica, el éxtasis es la culminación <strong>de</strong>l amor. Y eso,<br />

¿por qué? Pues porque en nuestro interior bulle <strong>un</strong>a sed <strong>de</strong> éxtasis, que es otra manera <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>cir que en nuestro interior tenemos sed <strong>de</strong> Dios.<br />

Eso es lo que experimenta la gente en la Capilla Sixtina. La belleza <strong>de</strong>l cuerpo, en la que se<br />

refleja la belleza <strong>de</strong> Dios, <strong>de</strong>spierta en nosotros esa latente sed <strong>de</strong> éxtasis, que no es otra cosa<br />

que nuestra sed <strong>de</strong> com<strong>un</strong>ión con los <strong>de</strong>más y con Dios. No ren<strong>un</strong>cies jamás a esa sed <strong>de</strong><br />

éxtasis; no le tengas miedo.<br />

No pienses que pue<strong>de</strong>s satisfacer esa sed consi<strong>de</strong>rando el sexo como mero contacto<br />

<strong>de</strong>portivo, que es en lo que ha cristalizado la revolución sexual. Eso sería engañarte a ti mismo.<br />

El sexo como mero <strong>de</strong>porte <strong>de</strong> contacto no se distingue en absoluto <strong>de</strong> la sexualidad animal,<br />

que es impersonal, instintiva, mera satisfacción <strong>de</strong> <strong>un</strong>a «necesidad». Tú estás hecho para<br />

tareas más nobles y más satisfactorias que esas. Estás hecho para el amor libremente ofrecido<br />

y libremente aceptado, <strong>un</strong> amor que incluye <strong>un</strong> compromiso permanente. Por eso, con Juan<br />

Pablo II, podríamos <strong>de</strong>finir la castidad como «integridad <strong>de</strong>l amor». La castidad no es <strong>un</strong>a lista<br />

<strong>de</strong> «noes»: No hagas..., no digas... Castidad es la virtud por la que puedo amar a otra persona<br />

como persona. Por eso, el amor sexual casto –el adjetivo cuadra muy bien en este contexto– es<br />

amor sexual extático, en el sentido original <strong>de</strong> «éxtasis», es <strong>de</strong>cir, «<strong>de</strong>jarse llevar fuera <strong>de</strong> sí».<br />

El verda<strong>de</strong>ro amor sexual consiste en situar el centro <strong>de</strong> mis emociones en la atención a otro.<br />

Pue<strong>de</strong>s ofrecer ese don; y también pue<strong>de</strong>s recibirlo, porque eres libre: tu libertad es tu<br />

capacidad <strong>de</strong> hacer donación libre <strong>de</strong> ti mismo a otros. Eso vale para cualquier clase <strong>de</strong><br />

amistad; pero <strong>de</strong> manera especial para esa forma específica <strong>de</strong> amistad que es el matrimonio,<br />

sellado, expresado y sublimado por la bendición <strong>de</strong>l amor sexual.<br />

Eso nos lleva a otra <strong>de</strong> las lecciones que se pue<strong>de</strong>n sacar <strong>de</strong> la Capilla Sixtina y <strong>de</strong> la «teología<br />

<strong>de</strong>l cuerpo» que encierra: El contexto <strong>católico</strong> para pensar sobre el sexo es la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> libertad, y<br />

no la <strong>de</strong> prohibición. Ese es el reto prof<strong>un</strong>damente humano que la Iglesia Católica lanza a la<br />

revolución sexual <strong>de</strong> nuestra época.


Quizá ahora se puedan enfocar con más claridad ciertos temas <strong>de</strong> moral sexual. Frente a la<br />

maraña <strong>de</strong> confesiones y pasiones que configuran nuestra sexualidad, la primera cuestión que<br />

se plantea <strong>un</strong> <strong>católico</strong> serio no es: «¿Qué me está prohibido hacer?», sino más bien: «¿Cómo<br />

puedo expresar mi sexualidad <strong>de</strong> modo que, al mismo tiempo, afirme mi dignidad humana?».<br />

Y lo bueno es que no hay manera <strong>de</strong> afirmar mi dignidad sin afirmar al mismo tiempo la<br />

dignidad <strong>de</strong>l «otro». Ese es el contexto en que nos movemos: dignidad. En ese contexto, hay<br />

ciertas cosas que, según la doctrina <strong>de</strong> la Iglesia, no llevamos a la práctica porque vulneran<br />

nuestra dignidad y perturban el ritmo <strong>de</strong> «dar y recibir», que es lo que crea <strong>un</strong>a verda<strong>de</strong>ra<br />

com<strong>un</strong>ión entre los seres humanos.<br />

Si conf<strong>un</strong>dimos amor con auto-satisfacción, nuestra capacidad <strong>de</strong> darnos a los <strong>de</strong>más quedará<br />

atrofiada; e incluso pue<strong>de</strong> morir. Eso se produce <strong>de</strong> manera especial cuando el solipsismo<br />

sexual está vinculado a la pornografía, que es el ejemplo más claro <strong>de</strong> la monstruosidad <strong>de</strong><br />

reducir al «otro» a mero objeto <strong>de</strong> mi satisfacción personal. El m<strong>un</strong>do ilusorio <strong>de</strong> la<br />

pornografía no produce, ni pue<strong>de</strong> producir, <strong>un</strong> crecimiento en el amor.<br />

¿Por qué la relación sexual antes <strong>de</strong>l matrimonio es <strong>un</strong>a violación <strong>de</strong> la «integridad <strong>de</strong>l amor»?<br />

Porque, como <strong>de</strong>cía con la mayor claridad <strong>un</strong> amigo mío, el moralista luterano Gilbert<br />

Meilaen<strong>de</strong>r, los cristianos sólo manifiestan su amor a <strong>un</strong>a persona con la que están<br />

comprometidos. Un compromiso realmente serio, que va implícito en la donación total <strong>de</strong> sí<br />

mismo que comporta la relación sexual, no es algo transitorio ni se produce en serie.<br />

Entonces, y <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l vínculo <strong>de</strong>l matrimonio, se plantea el tema <strong>de</strong> la contracepción. Estoy<br />

seguro <strong>de</strong> que te preocupa que el catolicismo insista en la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> fertilidad a cualquier coste.<br />

También eso es mentira. La Iglesia Católica enseña que la planificación familiar es <strong>un</strong>a<br />

responsabilidad moral. La cuestión que se plantea el <strong>católico</strong> no es si <strong>un</strong> matrimonio <strong>de</strong>be<br />

planificar su familia, sino el modo en que habrá <strong>de</strong> vivir esa planificación. ¿Cuál es la mejor<br />

manera <strong>de</strong> regular la fertilidad y vivir <strong>un</strong>a paternidad responsable, mientras se salvaguarda la<br />

dignidad <strong>de</strong>l matrimonio (especialmente, <strong>de</strong> la mujer) y se hace honor a la verdad espiritual y<br />

moral <strong>de</strong>l amor marital como donación y aceptación? La Iglesia enseña que respetar los ritmos<br />

naturales <strong>de</strong> la biología para regular la fertilidad es <strong>un</strong> modo <strong>de</strong> vivir la responsabilidad<br />

procreadora más humano que el recurso a los anticonceptivos químicos o mecánicos. En <strong>un</strong>a<br />

cultura en que «lo natural» se ha convertido en <strong>un</strong>a <strong>de</strong> las encantaciones sagradas <strong>de</strong> <strong>un</strong>a<br />

sociedad secular, esa i<strong>de</strong>a merece algo más que ser víctima <strong>de</strong>l ridículo; merece que se emplee<br />

<strong>de</strong> manera racional, como sugiere la experiencia <strong>de</strong> cientos <strong>de</strong> miles <strong>de</strong> parejas que han visto<br />

cómo se enriquecía su matrimonio por medio <strong>de</strong> <strong>un</strong>a planificación familiar basada en métodos<br />

naturales.<br />

Por otra parte, está la homosexualidad. El movimiento «gay» es, quizá, el mejor ejemplo <strong>de</strong> lo<br />

que repetidas veces he llamado «imaginación gnóstica» en nuestra cultura <strong>de</strong> hoy. Y eso quizá<br />

sea la explicación <strong>de</strong> la actitud tan hostil <strong>de</strong> los activistas «gay» contra la Iglesia Católica. Pero,<br />

al menos, habrá que <strong>de</strong>jar claro el tema <strong>de</strong> confrontación. La Iglesia Católica enseña que los<br />

actos homosexuales son moralmente ilícitos porque no incorporan la complementariedad, o<br />

sea, el ritmo <strong>de</strong> dar y recibir que está inscrito en nuestra corporeidad <strong>de</strong> masculino y<br />

femenino; aparte <strong>de</strong> que dichos actos son incapaces <strong>de</strong> engendrar vida. Pero la Iglesia no


enseña que la orientación homosexual sea pecaminosa. Lo que la Iglesia enseña es que el<br />

<strong>de</strong>seo homosexual es <strong>un</strong> <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n, <strong>un</strong>a señal <strong>de</strong> alteración espiritual.<br />

¿Obe<strong>de</strong>ce eso a <strong>un</strong> «prejuicio», como objetan los activistas «gay»? Yo creo que no. La Iglesia<br />

Católica rechaza abiertamente la pretensión –que sí es <strong>un</strong> prejuicio– <strong>de</strong> que la persona con<br />

ten<strong>de</strong>ncia homosexual sea, en cierto modo, infrahumana. Y la Iglesia enseña también que las<br />

personas con ten<strong>de</strong>ncia homosexual están llamadas, como cualquier otra persona, a vivir la Ley<br />

<strong>de</strong> la Donación Mutua, impresa en nuestro propio ser «<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio». Cuando <strong>un</strong> <strong>joven</strong><br />

<strong>católico</strong> y brillante comentarista político, como Andrew Sullivan, escribe que su inclinación<br />

homosexual «es la verda<strong>de</strong>ra esencia <strong>de</strong> mi ser personal», la Iglesia le respon<strong>de</strong>: «No; eso no<br />

es correcto. Tus inclinaciones no son la esencia misma <strong>de</strong> tu ser. Tu propio talento, tu agu<strong>de</strong>za<br />

y penetración política atestiguan lo contrario. Da <strong>un</strong>a oport<strong>un</strong>idad a la castidad, <strong>un</strong>a<br />

oport<strong>un</strong>idad que te recuer<strong>de</strong> qué es, realmente, lo que te hace ser... tú mismo».<br />

Nadie dice que eso sea fácil en <strong>un</strong>a sociedad como la nuestra, saturada <strong>de</strong> sexo. Esa es la razón<br />

por la que el propio Car<strong>de</strong>nal John O'Connor, Arzobispo <strong>de</strong> Nueva York recientemente<br />

fallecido, que con frecuencia había sido objeto <strong>de</strong> ataques por parte <strong>de</strong> activistas «gay» (que lo<br />

llamaban, entre otros insultos, «gordo caníbal» y «serpiente <strong>de</strong> anillos negros»), no <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong><br />

visitar regularmente ciertos hospitales, dirigidos por la Iglesia, para charlar, dar ánimos e<br />

incluso cambiar las sábanas a pacientes con AIDS. Y no era <strong>un</strong>a postura cara a la galería. No; el<br />

Car<strong>de</strong>nal O’Connor lo hacía por convicción; la misma convicción que lo llevó a enseñar sin<br />

<strong>de</strong>scanso la verdad <strong>de</strong> la fe católica, a<strong>un</strong> cuando sus críticos llamaran a su catedral: «Esa<br />

mansión <strong>de</strong> esvásticas ambulantes, en la Quinta Avenida».<br />

Pienso que la combinación <strong>de</strong> tenacidad y humildad, tan típica <strong>de</strong>l Car<strong>de</strong>nal, fue <strong>un</strong>a lección<br />

para todos nosotros. La Iglesia Católica enseña lo que cree que es la verdad que le encomendó<br />

el propio Cristo; <strong>un</strong>a verdad cuyos elementos básicos se inscribieron en el corazón humano<br />

«<strong>de</strong>s<strong>de</strong> sus mismos comienzos». Al mismo tiempo, la Iglesia no <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> ser solidaria con <strong>un</strong>os<br />

seres humanos tan débiles corno cualquiera <strong>de</strong> nosotros que, en materia <strong>de</strong> castidad, como en<br />

casi todas las <strong>de</strong>más cosas, caemos y luchamos por volver a mantenernos en pie. Jesús cayó<br />

tres veces camino <strong>de</strong>l Calvario, como nos lo recuerda el Viacrucis. ¿Es que nosotros po<strong>de</strong>mos<br />

esperar algo diferente?


9- IGLESIA DE SANTA MARIA, GREENVILLE, CAROLINA DEL SUR:<br />

CÓMO Y POR QUÉ ORAMOS<br />

En el m<strong>un</strong>do <strong>católico</strong> hay muchas clases <strong>de</strong> «sublimidad» y muchas clases <strong>de</strong><br />

«transcen<strong>de</strong>ncia». La Capilla Sixtina es, quizá, el ejemplo más obvio <strong>de</strong> ambas magnitu<strong>de</strong>s.<br />

Como también lo es <strong>un</strong> lugar muy diferente: la iglesia <strong>de</strong> Santa María, en Greenville, Carolina<br />

<strong>de</strong>l Sur. No posee frescos <strong>de</strong> Perugino o <strong>de</strong> Miguel Ángel; en ella no se ha elegido ningún papa.<br />

Pero no se necesita nada <strong>de</strong> eso para experimentar el contacto entre lo divino y lo humano en<br />

el ámbito <strong>de</strong>l Catolicismo. La iglesia <strong>de</strong> Santa María, en Greenville, es <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los lugares <strong>de</strong><br />

Norteamérica don<strong>de</strong> mejor se pue<strong>de</strong> experimentar lo que es y <strong>de</strong>be ser el culto <strong>católico</strong>, <strong>un</strong><br />

sitio don<strong>de</strong> se pue<strong>de</strong> reflexionar sobre el significado y la manera <strong>de</strong> orar, tanto en com<strong>un</strong>idad<br />

como en privado. Des<strong>de</strong> los primeros tiempos <strong>de</strong> la República Americana, muchos <strong>católico</strong>s<br />

han emigrado a la región <strong>de</strong> Piedmont, en Carolina <strong>de</strong>l Sur; pero hasta el año 1872 no hubo<br />

ningún pastor que residiera establemente en Greenville. Durante los veinte años anteriores a<br />

esa fecha, se habían establecido alg<strong>un</strong>os núcleos <strong>de</strong> misión en la comarca, <strong>de</strong> modo que se<br />

pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que la parroquia <strong>de</strong> St. Mary se f<strong>un</strong>dó en 1852. La primera iglesia parroquial se<br />

consagró en 1876, <strong>de</strong>dicada a Nuestra Señora <strong>de</strong>l Sagrado Corazón <strong>de</strong> Jesús, <strong>un</strong>a nueva<br />

<strong>de</strong>voción mariana originada en Francia en 1854. La iglesia que se pue<strong>de</strong> ver todavía hoy fue<br />

obra <strong>de</strong> dos pastores, Monseñor An<strong>de</strong>w Keene Gwymn y Monseñor Charles J. Baum, que<br />

ejercieron su ministerio durante setenta y tres años. El año 2002, fecha <strong>de</strong>l sesquicentenario<br />

<strong>de</strong> la iglesia, la parroquia <strong>de</strong> St. Mary contaba con <strong>un</strong>as dos mil familias <strong>de</strong> origen racial, étnico<br />

y económico <strong>de</strong> lo más variado, y contaba con <strong>un</strong>a escuela en la que estudiaban <strong>un</strong>os 350<br />

niños.<br />

El domingo 1 <strong>de</strong> julio <strong>de</strong> 2001, cuando la gente acudió a la iglesia, se dieron cuenta <strong>de</strong> que las<br />

cosas habían cambiado consi<strong>de</strong>rablemente en las anteriores 24 horas. El tabernáculo, que se<br />

había relegado a <strong>un</strong> lateral <strong>de</strong>l templo en 1984, se había vuelto a colocar en su sitio, al final <strong>de</strong>l<br />

eje central <strong>de</strong>l edificio, en el retablo <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l altar mayor. Se había colgado <strong>un</strong> gran icono <strong>de</strong><br />

María, la primera imagen <strong>de</strong> la patrona <strong>de</strong> la iglesia que se podía contemplar en veinte años.<br />

Se habían quitado los estandartes <strong>de</strong> arpillera confeccionados por los estudiantes <strong>de</strong> seg<strong>un</strong>do<br />

grado. Los <strong>de</strong>sgastados libros que servían como «elemento <strong>de</strong> culto» (y que alg<strong>un</strong>os llamaban<br />

«himnales») se habían quitado <strong>de</strong> los bancos <strong>de</strong> la iglesia, relegándolos al trastero parroquial.<br />

Se había confeccionado <strong>un</strong> programa <strong>de</strong> música para la misa dominical, que se distribuía entre<br />

los asistentes. Pero esos cambios no eran más que <strong>un</strong> presagio <strong>de</strong> lo que estaba por llegar. Se<br />

pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que, durante siglo y medio, los fieles <strong>de</strong> la parroquia <strong>de</strong> St. Mary's n<strong>un</strong>ca habían<br />

escuchado <strong>un</strong> sermón inaugural como el que pron<strong>un</strong>ció su nuevo párroco, el Padre Jay Scott<br />

Newman, el primer domingo <strong>de</strong> julio <strong>de</strong> 2001:<br />

Me llamo Jay Scott Newman y soy discípulo <strong>de</strong> Nuestro v Señor Jesucristo. Por la gracia<br />

<strong>de</strong> Dios, soy también sacerdote <strong>de</strong> la Nueva Alianza, consagrado en el or<strong>de</strong>n


presbiteral. Por <strong>de</strong>signación <strong>de</strong> Robert, duodécimo obispo <strong>de</strong> Charleston, soy el<br />

<strong>de</strong>cimosexto pastor <strong>de</strong> la iglesia <strong>de</strong> St. Mary. De estos tres títulos (cristiano, sacerdote<br />

y pastor), el más importante para mi salvación es el primero: Soy discípulo <strong>de</strong><br />

Jesucristo.<br />

Amigos míos, hoy estamos aquí porque el hijo <strong>de</strong> María es el Hijo <strong>de</strong> Dios: el alfa y la<br />

omega, el primero y el último, el principio y el fin. Por él, en él y para él, todas las cosas<br />

fueron creadas. Jesucristo es la respuesta a todas las preg<strong>un</strong>tas <strong>de</strong> la vida humana; y<br />

sólo conociendo, amando y sirviendo a Jesucristo po<strong>de</strong>mos ver cumplidos los más<br />

íntimos <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> nuestro corazón.<br />

Yo no siempre he sido cristiano. Para horror <strong>de</strong> mi familia protestante, me hice ateo a<br />

la edad <strong>de</strong> trece años, y hasta que cumplí los diecinueve estaba convencido <strong>de</strong> que<br />

Dios no existía, <strong>de</strong> que el cosmos se podía explicar sin <strong>un</strong> creador. Sin embargo, en el<br />

mes <strong>de</strong> octubre <strong>de</strong> 1981, durante mi año <strong>de</strong> bachillerato en Princeton, me di cuenta <strong>de</strong><br />

mi error. El día 15 <strong>de</strong> octubre por la tar<strong>de</strong>, el Señor Jesucristo tomó posesión <strong>de</strong> mi<br />

vida. Y hoy estoy aquí para dar testimonio <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> su amor. Des<strong>de</strong> ese momento,<br />

el Evangelio <strong>de</strong> Cristo ha sido <strong>un</strong>a pasión que me consume, y <strong>de</strong>seo que lo sea también<br />

para vosotros...<br />

Si Jesucristo es el Señor, entonces es señor <strong>de</strong> todas las cosas, <strong>de</strong> todo lo que somos y<br />

<strong>de</strong> todo lo que tenemos. En los años que voy a prestar servicio aquí, me <strong>de</strong>dicaré a<br />

explorar con vosotros las inexhauribles riquezas <strong>de</strong> la Palabra hecha carne que, por el<br />

bautismo, nos llama a seguirle sin reservas...<br />

Durante todos los años <strong>de</strong> mi formación, me he esforzado por enten<strong>de</strong>r cómo y por<br />

qué Dios me ha llamado. Pero poco a poco terminó el tiempo <strong>de</strong> prueba; y el 10 <strong>de</strong><br />

Julio <strong>de</strong> 1993 fui or<strong>de</strong>nado sacerdote <strong>de</strong> Jesucristo para la diócesis <strong>de</strong> Charleston.<br />

Des<strong>de</strong> entonces he sido capellán <strong>de</strong> colegio, párroco y, recientemente, profesor <strong>de</strong>l<br />

seminario. A pesar <strong>de</strong> la variedad <strong>de</strong> ocupaciones en esos cometidos, mis <strong>de</strong>beres<br />

f<strong>un</strong>damentales en cada <strong>un</strong>o han sido siempre los mismos: enseñar, santificar y<br />

gobernar. Estos tres <strong>de</strong>beres acompañan siempre al sacerdote, sea cual sea su<br />

ocupación, porque brotan no <strong>de</strong> su actividad, sino <strong>de</strong> su personalidad. La or<strong>de</strong>nación<br />

sacerdotal configura a la persona para que represente la Persona <strong>de</strong> Cristo, cabeza y<br />

esposo <strong>de</strong> la Iglesia, <strong>de</strong> modo que sea capaz <strong>de</strong> i<strong>de</strong>ntificarse con la Persona <strong>de</strong> Cristo y<br />

actuar en su nombre para la salvación y perfección <strong>de</strong> toda la Iglesia...<br />

Nuestra primera iglesia fue consagrada en 1876, en el mes <strong>de</strong> octubre; recordad que<br />

mi conversión a Cristo tuvo lugar también en el mes <strong>de</strong> octubre, ciento cinco años más<br />

tar<strong>de</strong>. Los archivos [diocesanos] me revelaron otra cosa: los dos acontecimientos se<br />

produjeron el mismo día, el 15 <strong>de</strong> octubre. Amigos míos, estoy convencido <strong>de</strong> que<br />

todo lo que ha ocurrido en mi vida hasta el momento ha sido, en cierto modo, <strong>un</strong>a<br />

preparación para el trabajo que ahora empiezo aquí y no puedo expresar con palabras<br />

la alegría que siento <strong>de</strong> ser vuestro pastor. Hace ya veinte años, la bienaventurada<br />

Virgen María, primera y más importante discípulo <strong>de</strong> Cristo, me llevó a abrazar con fe y<br />

con amor el corazón <strong>de</strong> su divino Hijo y ahora me ha guiado hasta aquí para presidir y<br />

guiar <strong>un</strong>a congregación <strong>de</strong>dicada a darle culto, precisamente el día <strong>de</strong> mi propia


conversión al sagrado Corazón <strong>de</strong> su divino Hijo. En los planes <strong>de</strong> Dios no caben las<br />

coinci<strong>de</strong>ncias. Por eso, estoy seguro <strong>de</strong> que mi servicio aquí es <strong>un</strong> momento<br />

privilegiado <strong>de</strong> gracia en mi vida. Pido intensamente al Señor que también lo sea para<br />

vosotros...<br />

Hoy os prometo solemnemente que me <strong>de</strong>dicaré a amaros como pastor, a enseñaros<br />

como padre y a caminar con vosotros como hermano en el esfuerzo diario por<br />

respon<strong>de</strong>r fielmente a la llamada <strong>de</strong> Cristo: «Seguidme».<br />

Se pue<strong>de</strong> afirmar que, en ese momento, la gente <strong>de</strong> la parroquia <strong>de</strong> St. Mary, en Greenville,<br />

Carolina <strong>de</strong>l Sur, se dio cuenta <strong>de</strong> que las cosas no iban a ser cuestión <strong>de</strong> puro trámite, con el<br />

Padre Jay Scott Newman.<br />

El 22 <strong>de</strong> j<strong>un</strong>io <strong>de</strong> 2003, domingo y festividad <strong>de</strong>l Corpus Christi, Los parroquianos <strong>de</strong> St. Mary,<br />

Greenville abarrotaban la iglesia para asistir a <strong>un</strong>a Misa Solemne. En poco menos <strong>de</strong> dos años,<br />

la iglesia y sus terrenos se habían transformado. Se había renovado el ladrillo, los bancos eran<br />

nuevos; las vidrieras estaban limpias, se había pintado la iglesia y se había instalado <strong>un</strong><br />

sagrario nuevo dorado. Un ambón nuevo <strong>de</strong> roble completaba la restauración <strong>de</strong>l retablo y<br />

constituía <strong>un</strong> lugar a<strong>de</strong>cuado para la proclamación <strong>de</strong> las lecturas y para pron<strong>un</strong>ciar la homilía.<br />

La pila bautismal se había colocado j<strong>un</strong>to a la entrada, para que la gente, al entrar en la iglesia,<br />

se diera cuenta –cada semana, y hasta cada día– <strong>de</strong> quiénes eran y por qué estaban allí. El<br />

parque <strong>de</strong> la parroquia había quedado completamente remozado. Y todo a cuenta <strong>de</strong> que los<br />

feligreses <strong>de</strong> St. Mary habían aportado <strong>un</strong>os dos millones <strong>de</strong> dólares para las obras.<br />

Pero si tú hubieras estado allí aquel día, lo que más te habría impresionado habría sido la total<br />

transformación <strong>de</strong> la gente. Más <strong>de</strong> seiscientas personas cantaban entusiasmadas los tres<br />

himnos clásicos: «Cantemos en la fiesta <strong>de</strong>l Cor<strong>de</strong>ro», «¡Aleluya! Cantad a Jesús», y el motete<br />

en Latín «Adoro te <strong>de</strong>vote». El coro entonaba el Panis angelicus <strong>de</strong> Cesar Frank y el Ave verum<br />

<strong>de</strong> William Byrd. La congregación y el coro iban acompañados <strong>de</strong> órgano, trompeta, timbales,<br />

violín y viola. Los fieles habían aprendido a cantar las partes <strong>de</strong> la Misa que les correspondían a<br />

ellos: el Kyrie, el Gloria, el Sanctus, la aclamación <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la consagración, el Padre Nuestro<br />

y el Agnus Dei. Todos cantaban el estribillo <strong>de</strong> respuesta al Salmo entre la primera lectura y el<br />

evangelio, y las invitaciones <strong>de</strong>l celebrante, como «El Señor esté con vosotros», etc. Unos<br />

proclamaban las lecturas <strong>de</strong>l Antiguo y <strong>de</strong>l Nuevo Testamento; otros presentaban las ofrendas<br />

<strong>de</strong> pan y vino en el altar. Con gran atención se escuchaba al Padre Newman cuando cantaba la<br />

mayor parte <strong>de</strong> la Plegaria Eucarística, subrayando la solemnidad <strong>de</strong> la acción central <strong>de</strong> la<br />

Misa. Y qué <strong>de</strong>cir <strong>de</strong>l canto <strong>de</strong> la «Secuencia» (<strong>un</strong> poema que, en <strong>de</strong>terminadas festivida<strong>de</strong>s,<br />

prepara el clima para la proclamación <strong>de</strong>l Evangelio, a<strong>un</strong>que por lo general se omite en<br />

muchas parroquias). A eso se <strong>un</strong>ían las exhortaciones <strong>de</strong> alg<strong>un</strong>os misioneros que estaban <strong>de</strong><br />

visita, o la bendición <strong>de</strong> seminaristas que iban a estudiar a Roma. En suma, la celebración<br />

podía durar casi dos horas. Y cuando todo había terminado, la gente parecía <strong>de</strong>cepcionada<br />

porque todo había pasado tan pronto.<br />

Y todo eso, ¿por qué? Pues porque el Padre Newman, en sus primeros meses como pastor <strong>de</strong><br />

St. Mary, había restituido a la gente su dignidad bautismal <strong>de</strong> cristianos. Como creo que sabes,<br />

en muchas parroquias católicas la liturgia se <strong>de</strong>spacha rápido, en <strong>un</strong>os cuarenta o cuarenta y<br />

cinco minutos. Pero no ocurre así en Greenville; y la gente no se queja ni mucho menos. Y no


creo que la razón se pueda reducir a <strong>un</strong>a música tan espléndida y a <strong>un</strong>a predicación tan<br />

ejemplar. Más bien es que la gente <strong>de</strong> St. Mary gente normal en todos los sentidos (como se<br />

suele <strong>de</strong>cir), ha llegado a enten<strong>de</strong>r su situación <strong>de</strong> manera diferente: ahora saben que son<br />

hombres y mujeres a los que Cristo, por el bautismo, ha dado fuerza para ofrecer al Padre <strong>un</strong><br />

culto auténtico.<br />

En 1963 los obispos <strong>de</strong>l Concilio Vaticano II enseñaron que la liturgia que celebramos aquí es<br />

<strong>un</strong>a participación en la «liturgia celeste que se celebra en la Ciudad Santa <strong>de</strong> Jerusalén, hacia la<br />

que caminamos como peregrinos, y en la que Cristo está sentado a la <strong>de</strong>recha <strong>de</strong> Dios como<br />

ministro <strong>de</strong> las cosas santas y <strong>de</strong>l verda<strong>de</strong>ro tabernáculo». La gente <strong>de</strong> St. Mary no sabrá<br />

<strong>de</strong>cirte exactamente qué significa ese lenguaje altamente teológico. Pero que tampoco tienen<br />

por qué hacerlo; ellos saben lo que significa; y lo saben en su corazón, en su mente, en su<br />

alma. Lo saben por experiencia. Saben que no abandonan la iglesia el domingo por la mañana,<br />

para regresar al «m<strong>un</strong>do real», porque saben que con la Misa <strong>de</strong>l domingo viven en y <strong>de</strong>ntro<br />

<strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do real, el <strong>de</strong> la com<strong>un</strong>ión con Dios. Ellos saben, tanto por intuición como por<br />

experiencia, lo que Angelo Scola, Patriarca <strong>de</strong> Venecia y reconocido teólogo, quería <strong>de</strong>cir<br />

cuando dijo, hace pocos años, que los sacramentos y, sobre todo, la Eucaristía son <strong>un</strong><br />

encuentro con Cristo «como contemporáneo nuestro».<br />

Tú sabes, como lo sabe cualquier <strong>católico</strong>, que la liturgia ha sido <strong>un</strong> campo <strong>de</strong> batalla en la<br />

Iglesia, a partir <strong>de</strong>l Concilio Vaticano II. Muchos argumentos sobre el modo en que los <strong>católico</strong>s<br />

rezan y ofrecen el culto tienen bastante que ver con la diversidad <strong>de</strong> gustos y <strong>de</strong> posturas<br />

estéticas. Pero los temas verda<strong>de</strong>ramente serios <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>n <strong>de</strong> <strong>un</strong>a comprensión diferente <strong>de</strong><br />

lo que, en realidad, es el culto. Y eso es <strong>un</strong> problema muy serio.<br />

Tal como lo entien<strong>de</strong> la Iglesia Católica, la liturgia es obra <strong>de</strong> Dios, no nuestra. La liturgia es<br />

nuestra participación, aquí y ahora, en lo que ya siempre ha sucedido alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l trono <strong>de</strong><br />

Dios, el Trono <strong>de</strong> La Gracia, don<strong>de</strong> los ángeles y los santos alaban a Dios por toda la eternidad.<br />

Decir que la liturgia no es «obra nuestra» no significa que sacerdotes y pueblo no tengan<br />

mucho que ver con lo que ocurre en la Misa. Obviamente, tienen mucho que ver; y gente<br />

como la <strong>de</strong> St. Mary y su pastor ponen su grano <strong>de</strong> arena con todo cuidado, con toda<br />

reverencia y con el mejor buen gusto. Pero la liturgia que se realiza en Greenville es <strong>un</strong>a<br />

po<strong>de</strong>rosa experiencia, porque todos y cada <strong>un</strong>o saben que Dios es el verda<strong>de</strong>ro actor en<br />

nuestra celebración cultual. De acuerdo con la renovación litúrgica promovida por el Concilio<br />

Vaticano II, la población <strong>de</strong> Greenville ha llegado a enten<strong>de</strong>r que es el propio Dios el que nos<br />

invita a darle culto y nos capacita para ello.<br />

Muchos jóvenes <strong>católico</strong>s se lamentan <strong>de</strong> que se aburren en misa. Y no se lo reprocho. Cuando<br />

tanto el sacerdote como los fieles se olvidan <strong>de</strong> lo que realmente está sucediendo allí, y<br />

cuando la misa es otra forma <strong>de</strong> entretenimiento, <strong>un</strong>a terapia, o <strong>un</strong> entretenimiento<br />

terapéutico, no es lo que tendría que ser. Y tampoco nosotros somos lo que tendríamos que<br />

ser, como exige nuestro bautismo. Por eso, el p<strong>un</strong>to básico, que está al margen o en contra <strong>de</strong><br />

la cultura, es el siguiente: Nosotros no damos culto a Dios porque nos hace sentir bien, o<br />

relajados, o entretenidos. Damos culto a Dios porque Dios es digno <strong>de</strong> culto; al dar a Dios el<br />

culto que le es <strong>de</strong>bido, satisfacemos <strong>un</strong> <strong>de</strong> los más prof<strong>un</strong>dos <strong>de</strong>seos <strong>de</strong>l espíritu humano.


Eso quiere <strong>de</strong>cir que participar en la misa, aquí y ahora, no es cuestión <strong>de</strong> mirar hacia abajo o a<br />

nuestro alre<strong>de</strong>dor, sino <strong>de</strong> mirar hacia arriba; es <strong>un</strong> gusto anticipado <strong>de</strong> lo que nos espera, por<br />

la gracia y la misericordia <strong>de</strong> Dios, para toda la eternidad. El verda<strong>de</strong>ro culto, igual que el<br />

verda<strong>de</strong>ro amor, no significa mirarse a los ojos, sino mirar j<strong>un</strong>tos, en clima <strong>de</strong> amor, al que es<br />

el Amor consumado.<br />

¿Por qué el culto es tan importante? ¿Qué creemos que significa nuestro culto? Te contaré<br />

otra historia <strong>de</strong> Greenville. Durante sus primeros meses en la parroquia <strong>de</strong> St. Mary’s, el Padre<br />

Newman solía ir a tornar café a casa <strong>de</strong> sus feligreses los l<strong>un</strong>es por la noche. Así explicaba él<br />

por qué lo hacía: «Es que yo no creo en <strong>un</strong>a liturgia <strong>de</strong> sala <strong>de</strong> estar». Pero no era cuestión <strong>de</strong><br />

gusto o <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r. Se trataba <strong>de</strong>l modo más correcto <strong>de</strong> dar culto a Dios, <strong>de</strong> la mejor manera<br />

<strong>de</strong> vivir a la altura <strong>de</strong> la vocación tan noble que tiene todo cristiano por el hecho <strong>de</strong> estar<br />

bautizado.<br />

La gente <strong>de</strong> St. Mary’s Greenville había aprendido por experiencia <strong>un</strong>a vieja máxima teológica<br />

que tú sin duda conoces: lex orandi lex cre<strong>de</strong>ndi, es <strong>de</strong>cir, lo que oramos es lo que creemos. Un<br />

culto <strong>de</strong>slavazado conduce inevitablemente a <strong>un</strong>a teología empobrecida. El culto como<br />

entretenimiento <strong>de</strong>svirtúa las verda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> <strong>un</strong> culto auténtico. Según estudios fiables, en los<br />

últimos treinta y cinco años muchos <strong>católico</strong>s han empezado a dudar que lo que recibimos en<br />

la Eucaristía es el cuerpo y la sangre <strong>de</strong> Cristo. ¿Pue<strong>de</strong> alguien afirmar seriamente que esta<br />

erosión <strong>de</strong> la fe no tiene nada que ver con <strong>un</strong>a liturgia mortecina, en la que el centro <strong>de</strong>l culto<br />

es con <strong>de</strong>masiada frecuencia la propia com<strong>un</strong>idad o el sacerdote «presi<strong>de</strong>nte», estilo Phil<br />

Donahuc (por usar la expresión más horrorosa <strong>de</strong> la jerga litúrgica contemporánea)?<br />

Mi amigo Robert Louis Wilken, eximio investigador <strong>de</strong> la Iglesia antigua, confesó <strong>un</strong>a vez a <strong>un</strong><br />

periodista la razón por la que, a sus más <strong>de</strong> sesenta años, había abrazado la fe católica,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> toda <strong>un</strong>a vida como fiel luterano e incluso pastor <strong>de</strong> la Confesión Luterana durante<br />

varias décadas. Para Wilken, historiador y teólogo, todo se reducía a la preg<strong>un</strong>ta sobre qué era<br />

lo que había preservado la fe a lo largo <strong>de</strong>l tiempo. ¿Qué es lo que nos mantiene en contacto y<br />

en com<strong>un</strong>ión con las raíces apostólicas <strong>de</strong> la Iglesia que explorábamos en las «excavaciones»<br />

<strong>de</strong> San Pedro, en Roma? La tradición <strong>de</strong> la Reforma, en la que Wilken había crecido, se f<strong>un</strong>daba<br />

en la convicción <strong>de</strong> que podía preservar la fe <strong>de</strong> los Apóstoles mediante <strong>un</strong>a firme adherencia<br />

a la doctrina. Contra esa postura, la tradición católica, que Wilken consi<strong>de</strong>ró más tar<strong>de</strong> como<br />

irrefutable, sostiene que lo que realmente conserva la fe es la com<strong>un</strong>idad eclesial, en la que la<br />

doctrina se entien<strong>de</strong> como lo que es, <strong>un</strong>a doctrina. Un buen ejemplo <strong>de</strong> eso es la máxima lex<br />

orandi lex cre<strong>de</strong>ndi.<br />

Durante las controversias <strong>de</strong> la Reforma y la Contrarreforma, se produjo <strong>un</strong> famoso <strong>de</strong>bate<br />

entre <strong>un</strong> teólogo luterano y san Roberto Belarmino. Tal como Wilken recordaba la historia, el<br />

luterano habría atacado la práctica católica <strong>de</strong> la reserva y adoración <strong>de</strong> la Eucaristía, que<br />

consiste en guardar el pan eucarístico en el tabernáculo ante el cual oran los fieles, sobre la<br />

base <strong>de</strong> que Cristo pretendió que la Eucaristía fuera <strong>un</strong>a realidad <strong>de</strong> uso, y no <strong>de</strong> muera<br />

reserva, cuando dijo: «Tomad y comed», no «tornad y reservad». La réplica <strong>de</strong> Belarmino fue<br />

que la Iglesia, casi <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la más remota Antigüedad, había practicado la reserva <strong>de</strong>l<br />

sacramento, y no había ning<strong>un</strong>a razón seria para poner fin a dicha práctica. Sin embargo,<br />

Wilken admitía que, con el tiempo, el hecho <strong>de</strong> prescindir <strong>de</strong>l tabernáculo y no reservar el


sacramento había llevado a muchos luteranos a elaborar <strong>un</strong>a teología eucarística diferente,<br />

por <strong>de</strong>ficiente, e insegura sobre la presencia real <strong>de</strong> Cristo en el pan y el vino. Los <strong>católico</strong>s, en<br />

cambio, mantuvieron los tabernáculos y continuaron con la práctica <strong>de</strong> reserva <strong>de</strong>l sacramento<br />

y <strong>de</strong> adoración eucarística. La práctica tradicional <strong>de</strong>l culto com<strong>un</strong>itario ha mantenido <strong>un</strong>a<br />

verdad clave <strong>de</strong> la fe católica.<br />

Eso te da <strong>un</strong>a i<strong>de</strong>a no sólo <strong>de</strong> lo que significa lex orandi lex cre<strong>de</strong>ndi, sino también <strong>de</strong>l motivo<br />

por el que el Padre Newman, al cuarto <strong>de</strong> hora <strong>de</strong> haber tomado posesión <strong>de</strong> la parroquia <strong>de</strong><br />

St. Mary Greenville, volvió a colocar el tabernáculo en el centro <strong>de</strong>l altar.<br />

Hay que reconocer que la Iglesia Católica le ha filiado a su Señor infinidad <strong>de</strong> veces. Pero en el<br />

mandamiento: «Haced esto en conmemoración mía», es en lo que la Iglesia se ha mostrado<br />

más fiel. La Eucaristía, celebrada en la misa y reservada para exten<strong>de</strong>r los frutos <strong>de</strong> la misa a lo<br />

largo <strong>de</strong>l tiempo, es lo que mantiene a la Iglesia fiel a su F<strong>un</strong>dador. Por eso es tan importante<br />

la máxima lex orandi lex cre<strong>de</strong>ndi. Y por esa misma razón, la guerra <strong>de</strong> lenguas litúrgicas que<br />

hoy se ha <strong>de</strong>satado en el seno <strong>de</strong> la Iglesia Católica es <strong>un</strong>a lucha en la que vale la pena<br />

comprometerse. En este p<strong>un</strong>to está en juego algo más que <strong>un</strong>a pura cuestión <strong>de</strong> gusto.<br />

* * *<br />

Ya que estamos con el lema <strong>de</strong>l culto y la liturgia, podríamos pararnos <strong>un</strong> momento a pensar<br />

qué es el sacerdote en la Iglesia Católica. Sobre el tema hay algo más que cierta confusión.<br />

Siglos y siglos <strong>de</strong> intervención jurídica en la Iglesia, más la lógica burocratización que afecta<br />

prácticamente a casi todos los aspectos <strong>de</strong> la vida mo<strong>de</strong>rna, ha llevado a muchos <strong>católico</strong>s,<br />

tanto clérigos como seglares, a pensar que el sacerdote es <strong>un</strong>a especie <strong>de</strong> f<strong>un</strong>cionario<br />

eclesiástico, encargado por la jerarquía <strong>de</strong> llevar a cabo ciertas f<strong>un</strong>ciones.


10- PORTICO DE SAN ESTANISLAO DE KOSTKA, VARSOVIA, CURIA<br />

METROPOLITANA, CRACOVIA: VOCACIONES QUE CAMBIAN LA<br />

HISTORIA<br />

Hay <strong>un</strong> par <strong>de</strong> cosas importantes que apren<strong>de</strong>r sobre lo que significa ser <strong>católico</strong> –y lo que ser<br />

<strong>católico</strong> significa para la historia– en el país quizá más <strong>católico</strong> <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do, Polonia.<br />

Polonia es <strong>un</strong> país <strong>de</strong> templos y peregrinaciones. Por ejemplo, la majestuosa ermita al aire libre<br />

Kalwaria Zebrzydowska, al sudoeste <strong>de</strong> Cracovia, abarca <strong>un</strong>as cuarenta hectáreas <strong>de</strong> típico<br />

bosque <strong>de</strong> Galizia y atrae cada año, como lo ha hecho durante siglos, a <strong>de</strong>cenas <strong>de</strong> miles <strong>de</strong><br />

peregrinos. En Tatras, distrito <strong>de</strong> Zakopane, se pue<strong>de</strong> visitar a <strong>un</strong>a <strong>de</strong> las iglesias más recientes<br />

<strong>de</strong> Polonia, <strong>un</strong>a basílica en forma <strong>de</strong> A y <strong>de</strong>l estilo típico <strong>de</strong> la montana polaca, <strong>de</strong>dicado a<br />

Nuestra Señora <strong>de</strong> Fátima en acción <strong>de</strong> gracias por haber salvado la vida al papa Juan Pablo II<br />

cuando fue víctima <strong>de</strong>l terrible atentado <strong>de</strong> 1981. Si logró sobrevivir, fue por <strong>un</strong>a intervención<br />

<strong>de</strong> Maria que los gorale, serraniegos polacos, aceptan como <strong>un</strong> hecho tan histórico como la<br />

victoria <strong>de</strong>l rey Jan Sobieski sobre los turcos a las puertas <strong>de</strong> Viena en 1683. Hay que<br />

mencionar también la catedral Wawel en Cracovia, polo magnético <strong>de</strong> la vida emocional <strong>de</strong>l<br />

país, don<strong>de</strong> están enterrados muchos héroes polacos, incluido Sobieski. El más gran<strong>de</strong> <strong>de</strong> los<br />

templos polacos está en el monasterio Jasna Góra, en Czestochowa, patria <strong>de</strong>l famoso icono<br />

<strong>de</strong> la Madonna Negra. Durante el recorrido por esta parte <strong>de</strong> Polonia, espero que llegues a<br />

enamorarte <strong>de</strong> esa tierra tanto como yo lo estoy. Sin embargo, no quisiera empezar (ni<br />

terminar) en Jasna Góra o en cualquier otro <strong>de</strong> los lugares más obvios.<br />

Más bien, te invito a visitar sitios que no son templos en sentido formal, por ejemplo, <strong>un</strong><br />

cementerio <strong>de</strong> Varsovia, <strong>un</strong>a casa, <strong>un</strong> bloque <strong>de</strong> apartamentos y la resi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong>l obispo en<br />

Cracovia. En cada <strong>un</strong>o <strong>de</strong> esos lugares, alg<strong>un</strong>os jóvenes <strong>católico</strong>s como tú tomaron <strong>de</strong>cisiones<br />

sobre su vocación.<br />

Alg<strong>un</strong>as <strong>de</strong> esas <strong>de</strong>cisiones contribuyeron a cambiar el curso <strong>de</strong> la historia mo<strong>de</strong>rna.<br />

* * *<br />

Varsovia no es <strong>un</strong>a ciudad bonita y, mucho menos, encantadora. Si has visto la película sobre<br />

el gueto <strong>de</strong> Varsovia El pianista, sabrás que Hitler or<strong>de</strong>nó arrasar la ciudad bloque por bloque y<br />

casa por casa, en revancha por la insurrección <strong>de</strong> 1944. Ver tu capital completamente arrasada<br />

es <strong>un</strong> espectáculo sobrecogedor; pero verla reconstruida por los com<strong>un</strong>istas es <strong>un</strong> insulto.<br />

Cuando yo llegué a la ciudad por primera vez, en 1991, Varsovia era <strong>un</strong>a ciudad gris y <strong>de</strong>svaída.<br />

Una arquitectura convencional, <strong>un</strong>a serie <strong>de</strong> construcciones insulsas, y cuarenta y cinco años<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>ficiente mantenimiento colaboraban a dar <strong>un</strong>a impresión <strong>de</strong> irremediable melancolía.<br />

Durante la última década, las cosas han cambiado y la parte vieja <strong>de</strong> Varsovia está más<br />

animada, a pesar <strong>de</strong> que las nuevas edificaciones te recuerdan a Dallas o Houston.


He estado en Polonia muchas veces. Mi primera visita, en el año 1991, fue <strong>un</strong>a especie <strong>de</strong><br />

peregrinación; por lo menos, así me lo parece cuando vuelvo a pensar en ello. En octubre <strong>de</strong><br />

1990, durante <strong>un</strong> vuelo <strong>de</strong> vuelta a casa <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Moscú, se me metió en la cabeza la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que<br />

la Iglesia Católica había tenido algo que ver con el colapso <strong>de</strong>l com<strong>un</strong>ismo europeo. Al cabo <strong>de</strong><br />

ocho meses volví a Polonia para comprobar esa intuición, hablando con la gente que había<br />

hecho la Revolución <strong>de</strong> 1989. A los pocos días <strong>de</strong> mi llegada a Varsovia, sentí <strong>un</strong> irresistible<br />

impulso interior que me llevó al pórtico <strong>de</strong> la iglesia <strong>de</strong> San Estanislao <strong>de</strong> Kostka, en el distrito<br />

Zoliborz.<br />

En tranvía, Zoliborz está a <strong>un</strong>os quince o veinte minutos <strong>de</strong> la parte baja <strong>de</strong> la ciudad. Hoy día,<br />

igual que durante muchas décadas, ZoLiborz es <strong>un</strong> distrito tradicionalmente bohemio, con<br />

inclinación política <strong>de</strong> izquierdas. Según mis informaciones, en los años 1960 y 1970 era <strong>un</strong>o <strong>de</strong><br />

los pocos sitios <strong>de</strong> Polonia en los que se podía encontrar a <strong>un</strong> marxista intelectualmente<br />

respetable, para entablar <strong>un</strong>a discusión con él. El tranvía te <strong>de</strong>ja en <strong>un</strong>a plazoleta que, entre<br />

los años 1946 y 1991, era conocida por el curioso mote com<strong>un</strong>ista <strong>de</strong> Plaza <strong>de</strong> la Defensa <strong>de</strong>l<br />

Distrito <strong>de</strong> París. En 1991, y gracias a los sucesos <strong>de</strong> 1989, había recobrado el nombre que<br />

llevaba en los años 1920 y 1930: plaza Woodrow Wilson. Al otro <strong>de</strong> la plaza, a mano izquierda,<br />

se pue<strong>de</strong> ver <strong>un</strong> campanario. En esa dirección, y a <strong>un</strong> par <strong>de</strong> manzanas, está la iglesia <strong>de</strong> San<br />

Estanislao <strong>de</strong> Kostka.<br />

En el terreno frente al pórtico se pue<strong>de</strong> ver <strong>un</strong>a enorme cruz <strong>de</strong> granito <strong>de</strong> <strong>un</strong>os tres metros <strong>de</strong><br />

largo, en cuya superficie se reflejan las nubes y los árboles que están alre<strong>de</strong>dor. El pórtico está<br />

bor<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> <strong>un</strong>a serie <strong>de</strong> piedras sin labrar, <strong>un</strong>idas por abraza<strong>de</strong>ras <strong>de</strong> hierro. Se advierte<br />

enseguida que la ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> piedras confluye en la parte superior <strong>de</strong> la cruz <strong>de</strong> granito. Y <strong>de</strong><br />

repente, todo queda claro: se trata <strong>de</strong> <strong>un</strong> rosario.<br />

Debajo <strong>de</strong> la cruz está enterrado el Padre Jerzy Popieluszko, al que mucha gente, entre la que<br />

me incluyo, consi<strong>de</strong>ra como <strong>un</strong> mártir contemporáneo.<br />

El Padre Jerzy, o sea, «Jorge» po Polsku, tenía treinta y cuatro años cuando el Gobierno<br />

com<strong>un</strong>ista <strong>de</strong> Polonia <strong>de</strong>claró la ley marcial, en diciembre <strong>de</strong> 1981, en <strong>un</strong> intento <strong>de</strong> aplastar el<br />

sindicato Solidaridad, que, como todo el m<strong>un</strong>do sabía pero nadie quería admitir, era <strong>un</strong><br />

movimiento obrero y, a la vez, <strong>un</strong> frente <strong>de</strong> oposición política. Popieluszko (que se pron<strong>un</strong>cia<br />

«Po-pi-wus-ko) no había tenido <strong>un</strong>a carrera eclesiástica excesivamente brillante, hasta ese<br />

momento. En el seminario había sido más bien mediocre; su salud siempre había sido muy<br />

<strong>de</strong>licada, era <strong>de</strong>lgaducho y tenía poquita voz para el púlpito.<br />

En agosto <strong>de</strong> 1980, el mes en que nació Solidaridad en los astilleros «Lenin» –¡vaya <strong>de</strong>licia <strong>de</strong><br />

nombre!– <strong>de</strong> Gdansk (Danzig), en la costa báltica <strong>de</strong> Polonia, el Car<strong>de</strong>nal Stefan Wiszynski,<br />

primado <strong>de</strong> Polonia y superior <strong>de</strong>l Padre Jerzy, <strong>de</strong>signó al <strong>joven</strong> sacerdote como capellán <strong>de</strong> los<br />

trabajadores en la fábrica <strong>de</strong> acero <strong>de</strong> Varsovia. Los trabajadores estaban en huelga, en<br />

«solidaridad» con lo que estaba sucediendo en Gdansk. Semana tras semana, mientras se<br />

<strong>de</strong>sarrollaba el drama <strong>de</strong> «Solidaridad», en 1980 y 1981, el Padre Jerzy celebraba misa, oía<br />

confesiones y aconsejaba a los obreros. En la noche <strong>de</strong>l 12 al 13 <strong>de</strong> diciembre <strong>de</strong> 1981, se<br />

proclamó la ley marcial. El Estado polaco había invadido la nación polaca, usando como arma<br />

el ejército polaco.


Un mes más tar<strong>de</strong>, el Padre Jerzy Popieluszko empezó a celebrar mensualmente <strong>un</strong>a «Misa por<br />

la Patria» en la iglesia <strong>de</strong> San Estanislao <strong>de</strong> Kostka, la iglesia parroquial <strong>de</strong> Zoliborz, a la que se<br />

le había asignado como <strong>joven</strong> párroco. En esas misas, el tranquilo sacerdote, antes tan sumiso<br />

y tan recatado, encontró la llamada –y quizá <strong>un</strong> nuevo sentido– <strong>de</strong> su vocación sacerdotal. No<br />

se produjo ningún levantamiento <strong>de</strong> masas. Pero la tranquila elocuencia <strong>de</strong>l Padre Jerzy fue<br />

congregando poco a poco a cientos, luego a miles y, más tar<strong>de</strong>, a cientos <strong>de</strong> miles en y<br />

alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la iglesia <strong>de</strong> San Estanislao <strong>de</strong> Kostka, para asistir a La «Misa mensual por la<br />

Patria». No importaba que hiciera frío o calor, que lloviera, que estuviera seco, o que la nieve<br />

cubriera <strong>de</strong> blanco el paisaje. La gente seguía acudiendo. Y el Padre Jerzy cada vez era más<br />

exigente.<br />

Su lema, que repetía sin cesar, lo había tomado <strong>de</strong>l papa Juan Pablo II: «Vencerás el mal con el<br />

bien». Jerzy predicaba la no-violencia, pero también el <strong>de</strong>ber moral <strong>de</strong> resistir. Con su tono<br />

tranquilo, pero exigente, el Padre Jerzy preg<strong>un</strong>taba a su pueblo: «¿De qué parte os vais a<br />

poner? ¿De parte <strong>de</strong>l bien, o <strong>de</strong> parte <strong>de</strong>l mal? ¿De la verdad, o <strong>de</strong> la falsedad? ¿Del amor, o<br />

<strong>de</strong>l odio?». El Padre Jerzy no era <strong>un</strong> teólogo sofisticado, ni <strong>un</strong> teórico <strong>de</strong> la política. Era más,<br />

bastante más: era <strong>un</strong> hombre capaz <strong>de</strong> inducir a otros al heroísmo moral que él <strong>de</strong>splegaba.<br />

Michael Kaufman, por entonces jefe <strong>de</strong> redacción <strong>de</strong>l New York Times en la sucursal <strong>de</strong><br />

Varsovia, se dio cuenta enseguida <strong>de</strong> lo dramático y <strong>de</strong>safiante que era todo eso: «En ningún<br />

otro sitio, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Berlín Oriental hasta Wladivostok, pue<strong>de</strong> <strong>un</strong>o plantarse ante diez o quince mil<br />

personas con <strong>un</strong> micrófono en mano para con<strong>de</strong>nar los errores <strong>de</strong>l Estado y <strong>de</strong>l partido. En<br />

ningún otro sitio <strong>de</strong> todo ese vasto territorio que engloba a <strong>un</strong>os cuatrocientos millones <strong>de</strong><br />

personas se ha presentado algún otro diciendo a la multitud que <strong>de</strong>safiar a la autoridad era<br />

<strong>un</strong>a obligación <strong>de</strong> conciencia, <strong>de</strong> religión, <strong>de</strong> hombría <strong>de</strong> patriotismo.<br />

Pero el director <strong>de</strong>l Times en Polonia no fue el único que entendió el problema. También se dio<br />

cuenta el SB, la policía secreta polaca. Por eso <strong>de</strong>cidió matar al Padre Jerzy Popieluszko. El día<br />

19 <strong>de</strong> octubre <strong>de</strong> 1994, mientras conducía <strong>de</strong> vuelta a Varsovia, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>un</strong> compromiso<br />

pastoral en Bydgoszcz, el Padre Jerzy fue asaltado por tres oficiales <strong>de</strong> la SB, que lo<br />

maniataron, le molieron a puñetazos, a patadas y a bastonazos hasta causarle la muerte. y<br />

arrojaron su cadáver, todo lleno <strong>de</strong> magulladuras, al río Vístula, cerca <strong>de</strong> Wloclawek. Al día<br />

siguiente, la radio estatal an<strong>un</strong>ció que el Padre Jerzy Popieluszko había <strong>de</strong>saparecido,<br />

presumiblemente secuestrado por «<strong>de</strong>sconocidos». Decenas <strong>de</strong> miles <strong>de</strong> personas <strong>de</strong> todo el<br />

país empezaron a congregarse en el pórtico <strong>de</strong> la iglesia <strong>de</strong> Zoliborz, don<strong>de</strong> cada hora se<br />

ofrecía <strong>un</strong>a misa. Y así, durante diez días, hasta que el 30 <strong>de</strong> octubre llegó la noticia que todos<br />

se temían. El cadáver <strong>de</strong>l Padre Jerzy Popieluszko había sido encontrado en el Vístula.<br />

El an<strong>un</strong>cio se hizo durante <strong>un</strong>a misa que se celebraba en la iglesia <strong>de</strong> San Estanislao <strong>de</strong> Kostka.<br />

Otro <strong>de</strong> los sacerdotes <strong>de</strong> Zoliborz, el Padre Antonin Lewek, amigo <strong>de</strong>l Padre Jerzy, invitó a<br />

todos los asistentes a recordar la escena <strong>de</strong> Jesús ante la tumba <strong>de</strong> Lázaro, es <strong>de</strong>cir, a llorar,<br />

pero no a estallar en violentos ataques <strong>de</strong> indignación. Y entonces, recuerda el Padre Lewek,<br />

sucedió algo extraordinario: la gentes entre lágrimas, empezó a repetir tres veces, j<strong>un</strong>to a los<br />

sacerdotes concelebrantes: «Y perdónanos nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los<br />

que nos han ofendido. Y perdónanos nuestras ofensas, como nosotros perdonamos...»


La práctica normal habría sido enterrar a Popieluszko en el cementerio Powazki <strong>de</strong> Varsovia,<br />

pero diez mil trabajadores firmaron <strong>un</strong>a petición dirigida al nuevo Car<strong>de</strong>nal Primado, Józef<br />

Glemp, para que permitiera que el Padre Jerzy fuera enterrado en el pórtico <strong>de</strong> la iglesia <strong>de</strong><br />

San Estanislao <strong>de</strong> Kostka, a <strong>un</strong>os metros <strong>de</strong> don<strong>de</strong> él había celebrado misas por su patria y<br />

había invitado a su pueblo a vivir en la verdad. Después <strong>de</strong> <strong>un</strong>a intervención <strong>de</strong> la madre <strong>de</strong>l<br />

sacerdote asesinado, el car<strong>de</strong>nal dio su conformidad. Aquel día, con varios cientos <strong>de</strong> miles <strong>de</strong><br />

ciudadanos <strong>de</strong> Varsovia llenado las calles, el Padre Jerzy fue enterrado en el pórtico <strong>de</strong> su<br />

iglesia, el día 3 <strong>de</strong> noviembre <strong>de</strong> 1984.<br />

Muy pronto, el pórtico se convirtió en <strong>un</strong> lugar <strong>de</strong> peregrinación, «<strong>un</strong> trozo <strong>de</strong> La Polonia<br />

libre», como en 1991 me do <strong>un</strong> activista <strong>de</strong>l sindicato Solidaridad. El entorno se convirtió en<br />

«santuario <strong>de</strong> Solidaridad», <strong>un</strong> lugar <strong>de</strong> oración y <strong>de</strong> reflexión que pretendió continuar la obra<br />

que el Padre Jerzy había comenzado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el púlpito <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la iglesia. En sus sermones,<br />

Jerzy había inculcado a su gente que «no se pue<strong>de</strong> asesinar las esperanzas». A los cinco años<br />

<strong>de</strong> su muerte, sus esperanzas, y las <strong>de</strong> millones <strong>de</strong> polacos, fueron reivindicadas en la<br />

Revolución <strong>de</strong> 1989. Nadie que alg<strong>un</strong>a vez haya visitado el pórtico <strong>de</strong> Zoliborz podrá dudar que<br />

el Padre Jerzy contemplaba esos acontecimientos épicos, a<strong>un</strong>que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>un</strong>a perspectiva<br />

mucho más ventajosa.<br />

La causa <strong>de</strong> beatificación <strong>de</strong>l Padre Jerzy Popieluszko sigue sus trámites canónicos. Si el<br />

proceso llega a hacerse realidad, será <strong>un</strong>a confirmación <strong>de</strong> lo que mucha gente que lo conoció,<br />

y otros muchos que no lo conocieron <strong>de</strong> primera mano, daban por seguro, a saber, que Jerzy<br />

Popieluszko era <strong>un</strong> santo. En la Iglesia hay muchas clases <strong>de</strong> santidad. Hans Urs Von Balthasar<br />

escribió <strong>un</strong>a vez que alg<strong>un</strong>os santos son los «número <strong>un</strong>o <strong>de</strong> Dios», hombres y mujeres que<br />

iluminan nuevos caminos <strong>de</strong> santidad o <strong>un</strong>a personalidad cristiana única: por ejemplo,<br />

Francisco <strong>de</strong> Asís. Otros santos llevan <strong>un</strong>a vida ejemplar que discurre por <strong>de</strong>rroteros más<br />

convencionales. En ambos casos, conviene enten<strong>de</strong>r que la Iglesia no fabrica santos; es Dios el<br />

que hace santos. La Iglesia no hace más que reconocer públicamente que Dios los ha hecho<br />

santos.<br />

La santidad <strong>de</strong>l Padre Jerzy Popieluszko se <strong>de</strong>sarrolló en circ<strong>un</strong>stancias bien precisas. En la<br />

novena década <strong>de</strong> <strong>un</strong> siglo <strong>de</strong> mentiras letales, él personificó la santidad <strong>de</strong> la integridad. Jerzy<br />

no era, en ningún sentido, <strong>un</strong> revolucionario nato. Pero cuando llegó el momento, supo cómo<br />

<strong>de</strong>cir la verdad al po<strong>de</strong>r y cómo hacerlo <strong>de</strong> manera que impulsara a otros a adoptar <strong>un</strong>a<br />

postura semejante; sin violencia, pero también sin falsos compromisos.<br />

A principios <strong>de</strong> la década <strong>de</strong> 1980, la situación en Polonia era muy incierta, <strong>de</strong> modo que las<br />

cosas bien podrían escaparse <strong>de</strong> las manos. Si eso hubiera ocurrido, la Unión Soviética podría<br />

haber invadido el país, con impre<strong>de</strong>cibles consecuencias no sólo para Europa, sino también<br />

para el resto <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do. Pero los acontecimientos no se <strong>de</strong>sbocaron fuera <strong>de</strong> control. El<br />

sindicato Solidaridad cambió a Polonia –en realidad ayudó a cambiar toda Europa Central y<br />

Oriental– por medios muy distintos <strong>de</strong>l modo tan habitual en el siglo XX, <strong>de</strong> <strong>un</strong> cambio social a<br />

gran escala: el exterminio masivo. Eso se <strong>de</strong>bió en gran parte al arrojo y las convicciones <strong>de</strong><br />

gente como el Padre Jerzy Popieluszko. Sin él, y sin otros como él, las cosas habrían sido muy<br />

distintas para todos nosotros.


Por eso, honramos aquí la memoria <strong>de</strong> <strong>un</strong> hombre valiente. Pero también lo recordamos,<br />

porque la vida <strong>de</strong>l Padre Jerzy nos enseña muchas cosas importantes sobre la fe católica y su<br />

práctica. La fe tiene consecuencias. A nivel personal, esas consecuencias son vocacionales:<br />

¿Qué estoy llamado a hacer? ¿Cómo vivo la verdad <strong>de</strong> lo que realmente soy? Cuando entró en<br />

el seminario el <strong>joven</strong> Jerzy Popieluszko no tenía la menor i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que se iba a convertir en <strong>un</strong>a<br />

figura m<strong>un</strong>dial y, mucho menos, en <strong>un</strong> mártir. Era <strong>un</strong> muchacho tranquilo, reservado y piadoso<br />

que quizá, contemplaba el sacerdocio como <strong>un</strong> lugar a<strong>de</strong>cuado para <strong>de</strong>sarrollar sus<br />

capacida<strong>de</strong>s. Sin embargo, vivió a fondo y basta el fin la verdad <strong>de</strong> su or<strong>de</strong>nación sacerdotal. Y<br />

eso tuvo consecuencias no sólo para él, personalmente, sino también para aquellos con los<br />

que entró en contacto y a los que ayudó a cambiar la historia. Y es que la fe tiene<br />

consecuencias incluso para la historia.<br />

Una vieja i<strong>de</strong>a católica, expresada con toda claridad por el gran historiador inglés Christopher<br />

Dawson, refleja el hecho <strong>de</strong> que <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los momentos más <strong>de</strong>cisivos <strong>de</strong> la historia <strong>de</strong> Europa<br />

ha sido completamente ignorado por los historiadores <strong>de</strong> la época:<br />

Cuando san Pablo, obediente al aviso <strong>de</strong> <strong>un</strong> sueño, zarpó <strong>de</strong> Tróa<strong>de</strong> el año 49 d.C. y<br />

arribó a Filipos, en Macedonia, contribuyó a cambiar el curso <strong>de</strong> la historia mucho más<br />

que la tremenda batalla que en aquel mismo sitio, <strong>un</strong> siglo antes, había <strong>de</strong>cidido la<br />

suerte <strong>de</strong>l Imperio romano. Y es que ese salto llevó a Europa la semilla <strong>de</strong> <strong>un</strong>a nueva<br />

vida <strong>de</strong>stinada a crear <strong>un</strong> nuevo m<strong>un</strong>do. Todo eso sucedió bajo la superficie <strong>de</strong> la<br />

historia, <strong>de</strong> modo que no fue reconocido por los lí<strong>de</strong>res <strong>de</strong> la cultura contemporánea<br />

(...) que, en realidad, habían visto cómo se producía todo eso ante sus propios ojos.<br />

«Bajo la superficie <strong>de</strong> la historia». Ahí es, precisamente, don<strong>de</strong> la fe católica tiene sus más<br />

prof<strong>un</strong>das consecuencias. Y es que la Iglesia Católica aparece muchas veces en la «superficie»<br />

<strong>de</strong> la historia. Pero lo que tan frecuentemente produce las consecuencias más <strong>de</strong>cisivas tiene<br />

lugar, por así <strong>de</strong>cir, bajo la pantalla <strong>de</strong> <strong>un</strong> radar. Suce<strong>de</strong> en la mente, en el corazón, en el alma,<br />

en las opciones y en las <strong>de</strong>cisiones vocacionales.<br />

Y eso nos lleva al sur, a <strong>un</strong>a ciudad más bella y más accesible, Cracovia, la antigua capital <strong>de</strong>l<br />

reino <strong>de</strong> Polonia y, durante siglos, centro <strong>de</strong> la vida cultural <strong>de</strong>l país. Aquí, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> 1939 hasta<br />

1946, tuvieron lugar, (bajo la superficie <strong>de</strong> la historia), <strong>un</strong>os acontecimientos que terminarían<br />

por cambiar la línea histórica <strong>de</strong>l siglo XX.<br />

Juan Pablo II Fue el primer papa en mucho tiempo que nos confesó las dificulta<strong>de</strong>s que tuvo<br />

para <strong>de</strong>cidirse por su vocación al sacerdocio. Pero, a pesar <strong>de</strong> todo, se <strong>de</strong>cidió. Cuando en<br />

1938, Karol Wojtyla se mudó a Cracovia en compañía <strong>de</strong> su padre inválido, para empezar sus<br />

estudios <strong>de</strong> filología polaca en la Universidad Jagieloniana, no pensaba mínimamente en<br />

hacerse sacerdote. Su i<strong>de</strong>a era ser actor, hombre <strong>de</strong> teatro, quizá con <strong>un</strong>a carrera académica<br />

paralela. Como él mismo dice en <strong>un</strong> memorándum publicado en 1996, «le absorbía<br />

completamente su pasión por la literatura, sobre todo dramática, y por el teatro». No era<br />

simplemente que esa pasión no le <strong>de</strong>jara tiempo para pensar en <strong>un</strong>a vocación sacerdotal, sino<br />

que la pasión <strong>de</strong>l <strong>joven</strong> Wojtyla por la literatura y el teatro le parecían ser su verda<strong>de</strong>ra<br />

vocación.<br />

Pero las cosas cambiaron. Y también cambió Karol Wojtyla.


La brutal ocupación <strong>de</strong> Polonia por las tropas alemanas, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> septiembre <strong>de</strong> 1939 hasta<br />

enero <strong>de</strong> 1945, fue como el horno bíblico en el que se clarificó y purificó la vocación <strong>de</strong> Karol<br />

Wojtyla. La estrategia a largo plazo <strong>de</strong> los alemanes sobre Polonia era muy simple: había que<br />

borrar <strong>de</strong>l mapa a los polacos como raza infrahumana. Mientras tanto, <strong>de</strong>bían trabajar para<br />

mayor gloria y lustre <strong>de</strong>l Tercer Reich, con <strong>un</strong>a mínima dieta <strong>de</strong> subsistencia. Hitler sabía que<br />

los polacos no iban a someterse por las buenas. Después <strong>de</strong> todo, era <strong>un</strong> hecho que, en 1939,<br />

los polacos habían resistido a la «Wehrmacht» tres semanas más que los franceses en 1940, a<br />

pesar <strong>de</strong> haber contado con ayuda británica. De ahí que el territorio <strong>de</strong> Polonia quedara<br />

dividido en dos. Las regiones fronterizas con el Este se entregaron a Stalin (en reconocimiento<br />

por el cínico Pacto <strong>de</strong> Agosto <strong>de</strong> 1939 entre Molotov y Ribbentrop); y las regiones occi<strong>de</strong>ntales<br />

se anexionaron sin más al Reich (<strong>de</strong> ahí que la ciudad polaca <strong>de</strong> Oswiecim pasara a llamarse<br />

«Auschwitz»). Mientras tanto, el centro <strong>de</strong>l país se convirtió en lo que el historiador Norman<br />

Davies <strong>de</strong>scribe como «Gestapoland» (territorio <strong>de</strong> la Gestapo). Con el nombre <strong>de</strong> Gobierno<br />

General, y regido por <strong>un</strong> gánster político llamado Hans Frank, era <strong>un</strong> territorio en el que la ley<br />

había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> existir y se había establecido el reino <strong>de</strong>l terror. Ahí es don<strong>de</strong> vivió Karol<br />

Wojtyla <strong>de</strong>s<strong>de</strong> sus diecinueve hasta sus veinticuatro años.<br />

En la «Gestapoland» <strong>de</strong> Hans Frank, la estrategia inicial <strong>de</strong> ocupación consistió en <strong>de</strong>capitar<br />

cualquier posible resistencia polaca <strong>de</strong>capitando su cultura. Lo primero que hicieron los nazis<br />

fue clausurar la Universidad Jagieloniana y enviar a muchos <strong>de</strong> sus más distinguidos profesores<br />

al campo <strong>de</strong> concentración <strong>de</strong> Sachsenhausen. La vida cultural polaca se hizo subterránea. Ser<br />

sorprendido tocando <strong>un</strong>a pieza <strong>de</strong> Chopin se castigaba con pena <strong>de</strong> muerte. Pero alg<strong>un</strong>os<br />

polacos atrevidos y <strong>de</strong> prof<strong>un</strong>das convicciones <strong>de</strong>safiaban a los esfuerzos <strong>de</strong> los alemanes por<br />

<strong>de</strong>struir su patrimonio cultural a riesgo <strong>de</strong> sus vidas. El <strong>joven</strong> Wojtyla fue <strong>un</strong>o <strong>de</strong> ellos. Cuando<br />

la Universidad Jagieloniana se reorganizó como escuela clan<strong>de</strong>stina, Wojtyla se ap<strong>un</strong>tó a<br />

alg<strong>un</strong>os <strong>de</strong> sus cursos y hasta colaboró en la f<strong>un</strong>dación <strong>de</strong> <strong>un</strong> grupo <strong>de</strong> teatro que creía en la<br />

resistencia por medio <strong>de</strong>l drama. Fue el <strong>de</strong>nominado «Teatro Rapsódico», que trabajaba para<br />

mantener viva la memoria <strong>de</strong> Polonia representando obras <strong>de</strong> los clásicos <strong>de</strong> la escena y la<br />

poesía polacas. Al mismo tiempo, el <strong>joven</strong> Karol trabajaba como obrero manual, primero en<br />

<strong>un</strong>a cantera y luego en <strong>un</strong>a empresa química, haciendo el camino en pleno invierno helado en<br />

mono y almadreñas; y por la tar<strong>de</strong>, <strong>de</strong> vuelta a casa, intentaba atrapar algo <strong>de</strong> comida para su<br />

padre y para él.<br />

Si caminas por la Cracovia Vieja hacia el castillo Wawel y la catedral y giras luego a la <strong>de</strong>recha,<br />

como hacía Karol Wojtyla, te encontrarás en el malecón <strong>de</strong>l río Vístula. Cruza el primer puente<br />

que encuentres y estarás en el barrio obrero en el que el <strong>joven</strong> Karol Wojtyla luchaba con la<br />

preg<strong>un</strong>ta sobre qué se suponía que iba a hacer con su vida. La calle Tyniecka bor<strong>de</strong>a el<br />

malecón por el flanco Debniki <strong>de</strong>l Vístula. Avanza <strong>un</strong>os treinta metros y llegarás a la calle<br />

Tyniecka 10. Es <strong>un</strong>a casa <strong>de</strong> tres pisos, don<strong>de</strong> Karol vivió <strong>de</strong>s<strong>de</strong> 1938 a 1944. Aquí, en el bajo,<br />

oscuro y húmedo, que sus amigos llamaban «La Catacumba», se inauguró el Teatro Rapsódico<br />

con sus ensayos y sus representaciones. Aquí murió el padre <strong>de</strong> Karol el 18 <strong>de</strong> febrero <strong>de</strong> 1941;<br />

aquí, el <strong>joven</strong> Karol pasó toda <strong>un</strong>a noche en oración j<strong>un</strong>to al cadáver <strong>de</strong> su padre y, como<br />

recordará más tar<strong>de</strong>, «jamás me encontré tan solo»; y aquí se hizo <strong>un</strong>a preg<strong>un</strong>ta que<br />

recordará medio siglo más tar<strong>de</strong>: «Tanta gente <strong>de</strong> mi edad está perdiendo la vida, ¿por qué yo<br />

no?».


Ahí también leyó las obras <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s místicos carmelitas, san Juan <strong>de</strong> la Cruz y santa<br />

Teresa <strong>de</strong> Ávila. Se las había prestado <strong>un</strong> tipo sorpren<strong>de</strong>nte, al que Karol llegó a llamar mar el<br />

«apóstol inesperado», Jan Tyranowski. Jan era <strong>un</strong> solterón <strong>de</strong> cuarenta y tantos años, sastre <strong>de</strong><br />

profesión, que vivía en otra parte <strong>de</strong>l barrio Debniki, en la calle Rózana 11. Dedicaba a su<br />

comercio las primeras horas <strong>de</strong> cada mañana, y el resto <strong>de</strong>l día lo pasaba meditando y rezando<br />

con más rigor que muchos monjes o monjas. Cuando la Gestapo arrestó a la mayoría <strong>de</strong> los<br />

Padres Salesianos que regentaban la parroquia <strong>de</strong>l Debniki, los sacerdotes restantes pidieron a<br />

Tyranowski que se hiciera cargo <strong>de</strong> lo que ahora llamaríamos «ministerio <strong>de</strong> la juventud». Y<br />

Tyranowski empezó a formar a jóvenes <strong>de</strong>l Debniki en lo que él llamaba «Grupos <strong>de</strong>l Rosario<br />

Viviente», con <strong>un</strong> <strong>joven</strong> más maduro como «animador». Karol Wojtyla fue <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los primeros<br />

«animadores» <strong>de</strong>l Rosario Viviente. Tyranowski <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> intuir que aquel <strong>joven</strong> literato iba a<br />

verse atraído por la poesía <strong>de</strong> san Juan <strong>de</strong> la Cruz y por la agitada existencia <strong>de</strong> santa Teresa <strong>de</strong><br />

Ávila, por lo que introdujo a Karol en el estudio <strong>de</strong> esos místicos <strong>de</strong>l siglo XVI en España,<br />

concretamente con la Autobiografía <strong>de</strong> santa Teresa, y La Noche Oscura <strong>de</strong>l Alma, el Cantico<br />

Espiritual, Subida <strong>de</strong>l Monte Carmelo y Llama <strong>de</strong> amor viva <strong>de</strong> san Juan <strong>de</strong> la Cruz. El<br />

misticismo carmelita es <strong>un</strong>a espiritualidad <strong>de</strong> abandono <strong>de</strong> sí mismo, con Cristo crucificado<br />

como centro; <strong>un</strong>a especie <strong>de</strong> muerte en completa negación <strong>de</strong>l propio yo, y <strong>de</strong> abandono en la<br />

vol<strong>un</strong>tad <strong>de</strong>l Padre. En cuanto a los efectos <strong>de</strong> la lectura <strong>de</strong> san Juan <strong>de</strong> la Cruz y <strong>de</strong> santa<br />

Teresa, bajo la tutela <strong>de</strong> Jan Tyranowski, es fácil imaginar a Karol Wojtyla reconociendo, como<br />

Edith Stein cuando leyó la Autobiografía <strong>de</strong> santa Teresa en los años 1920: «Esto sí que es la<br />

verdad».<br />

Después <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> su padre, <strong>de</strong> vuelta a «La Catacumba» y mientras arrastraba cubos <strong>de</strong><br />

cal viva durante el turno <strong>de</strong> noche en la planta química Solway <strong>de</strong> Borek Falecki, Karol pasó<br />

varios meses luchando con esa verdad, consigo mismo e incluso con Dios. Según los místicos<br />

carmelitas, sólo po<strong>de</strong>rnos conocer a Dios en sí mismo, si prescindimos <strong>de</strong> todo intento<br />

humano por conocerlo; es <strong>de</strong>cir cuando como Jesús, nos abandonamos en <strong>un</strong> acto <strong>de</strong> sumisión<br />

completa que es <strong>un</strong> acto radical <strong>de</strong> amor. Difícilmente se podría imaginar <strong>un</strong>a i<strong>de</strong>a más<br />

diametralmente opuesta a la exaltación nazi <strong>de</strong>l «tri<strong>un</strong>fo <strong>de</strong> la vol<strong>un</strong>tad», <strong>un</strong>a exaltación que<br />

por entonces asesinaba diariamente a amigos y colegas <strong>de</strong> Karol por las calles <strong>de</strong> Cracovia.<br />

Entre finales <strong>de</strong> 1941 y principios <strong>de</strong> 1942, algo importante <strong>de</strong>bió ocurrir en el interior <strong>de</strong> Karol<br />

Woytila. Poco a poco, el abandono <strong>de</strong> sí mismo a la vol<strong>un</strong>tad <strong>de</strong> Dios se iba configurando como<br />

la característica que <strong>de</strong>finía su condición <strong>de</strong> discípulo. Como los <strong>de</strong>pósitos <strong>de</strong> carbón que se<br />

escon<strong>de</strong>n en las prof<strong>un</strong>dida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la tierra, Karol era objeto <strong>de</strong> <strong>un</strong>a fuerte presión <strong>de</strong> fuerzas<br />

turbulentas. Y como a veces ocurre con el carbón, esas fuerzas tan po<strong>de</strong>rosas lo iban<br />

transformando en <strong>un</strong> diamante <strong>de</strong> gran dureza y <strong>de</strong> brillo esplendoroso, capaz <strong>de</strong> cortar lo que<br />

parece impenetrable.<br />

Karol tomó su <strong>de</strong>cisión en el otoño <strong>de</strong> 1942. No se trataba <strong>de</strong> elegir el sacerdocio como podría<br />

haber elegido el teatro o la vida académica. Se trataba <strong>de</strong> llegar a reconocer que había sido<br />

elegido; y esa elección no admitía mis que <strong>un</strong>a respuesta. Esa <strong>de</strong>cisión llevó a Karol a<br />

presentarse en el gran complejo diocesano <strong>de</strong> Franciszkanska 3, en el límite <strong>de</strong> la ciudad vieja<br />

<strong>de</strong> Cracovia. Allí tenía su resi<strong>de</strong>ncia el arzobispo <strong>de</strong> la ciudad en lo que se conocía como «Curia<br />

Metropolitana». Los nazis habían clausurado el seminario poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> hacerse con el<br />

po<strong>de</strong>r, pero la <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong>l arzobispo, Adam Stefan Sapieha, había sido la <strong>de</strong> reconstruir


larvadamente el seminario. Ahora, Karol Wojtyla era <strong>un</strong> seminarista clan<strong>de</strong>stino, que trabajaba<br />

en la planta química Solway, a la vez que proseguía sus estudios entrando y saliendo<br />

subrepticiamente <strong>de</strong> Franciszkanska 3 para seguir con sus estudios, pasar sus exámenes y<br />

recibir consejo. (Hoy día, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la Curia Metropolitana, más allá <strong>de</strong> Franciszkanska 3, se pue<strong>de</strong><br />

ver <strong>un</strong>a estatua <strong>de</strong>l car<strong>de</strong>nal Sapicha, encargada en los años 1970 por el entonces arzobispo <strong>de</strong><br />

la ciudad, Karol Wojtyla. El car<strong>de</strong>nal parece estar mirando hacia el abismo; y la inscripción en la<br />

base <strong>de</strong> la estatua lo <strong>de</strong>scribe como «el arzobispo <strong>de</strong> la interminable noche oscura <strong>de</strong> la<br />

Ocupación». La alusión al trasfondo carmelita no es puramente acci<strong>de</strong>ntal.) Por su parte, Karol<br />

solía presentarse en Franciszkanska 3 para ayudar al arzobispo en su misa matutina,<br />

normalmente en compañía <strong>de</strong> otro seminarista clan<strong>de</strong>stino. Un día <strong>de</strong> abril <strong>de</strong> 1944, su<br />

compañero, Jerzy Zachuta, no se presentó. Nada más terminar la misa, Karol corrió a casa <strong>de</strong><br />

Zachuta para enterarse <strong>de</strong> lo que le había ocurrido. Jerzy había sido arrestado la noche<br />

anterior. A los pocos días fue fusilado. Uno más había caído, mientras otro había quedado con<br />

vida. «Tantos jóvenes <strong>de</strong> mi edad están perdiendo su vida, ¿por qué yo no?»<br />

El 6 <strong>de</strong> agosto <strong>de</strong> 1944 los nazis hicieron <strong>un</strong> barrido <strong>de</strong> la ciudad en <strong>un</strong> intento por <strong>de</strong>tener a<br />

todos los jóvenes, con la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> prevenir <strong>un</strong>a posible repetición <strong>de</strong>l levantamiento <strong>de</strong><br />

Varsovia, que había tenido lugar cinco días antes. Karol permaneció oculto en «La Catacumba»<br />

y recibió ór<strong>de</strong>nes: Sapieha estaba convocando a todos los seminaristas clan<strong>de</strong>stinos. De ahora<br />

en a<strong>de</strong>lante vivirían con el arzobispo, ocultos en la Curia Metropolitana. Ayudado por la madre<br />

<strong>de</strong> <strong>un</strong> amigo suyo, Karol se las arregló para cruzar toda la ciudad esquivando patrullas<br />

alemanas, y <strong>de</strong>sapareció en Franciszkanska 3, que iba a ser su casa hasta el verano siguiente. El<br />

<strong>de</strong>spacho <strong>de</strong>l arzobispo se convirtió en dormitorio <strong>de</strong> los seminaristas clan<strong>de</strong>stinos, mientras<br />

que se habilitaron otras estancias <strong>de</strong> la resi<strong>de</strong>ncia, para tener allí las clases. Todas las noches,<br />

los seminaristas podían observar al viejo arzobispo, que a altas horas <strong>de</strong> la noche se retiraba a<br />

la capilla para presentar al Señor los problemas y las pruebas <strong>de</strong>l día.<br />

El car<strong>de</strong>nal Sapieha or<strong>de</strong>nó <strong>de</strong> sacerdote a Karol Wojtyla en su capilla privada el 1 <strong>de</strong><br />

noviembre <strong>de</strong> 1946. Al cabo <strong>de</strong> cuarenta y cinco años, yo llegué a Polonia para investigar las<br />

causas <strong>de</strong> la Revolución <strong>de</strong> 1989. Como todos los gran<strong>de</strong>s acontecimientos históricos <strong>de</strong><br />

carácter épico, esta revolución tan singular fue muy compleja; pero yo no estaba interesado en<br />

explicaciones simplistas. Mi <strong>de</strong>seo era saber cómo y cuándo empezó la Revolución <strong>de</strong> 1989.<br />

Por eso empecé a preg<strong>un</strong>tar: «¿Cuándo se puso realmente en marcha?». Y sin excepción,<br />

creyentes y no creyentes, <strong>católico</strong>s y judíos, agnósticos y ateos, conservadores, liberales y<br />

radicales, lodos <strong>de</strong>cían lo mismo: «Todo empezó durante los nueve días <strong>de</strong> peregrinación que<br />

el papa Juan Pablo II realizó por su Polonia natal en el mes <strong>de</strong> j<strong>un</strong>io <strong>de</strong> 1979. Esa fue la<br />

impresionante respuesta a preg<strong>un</strong>ta que el <strong>joven</strong> <strong>de</strong>stinado a ser Papa se había planteado a sí<br />

mismo en «La Catacumba»: ¿Por qué a él no se le había tocado? «¿Por qué yo no?»<br />

Un año <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que Mehmet Ali Agca atentara contra la vida <strong>de</strong>l papa en la Plaza <strong>de</strong> San<br />

Pedro, Juan Pablo II comentó que «en los <strong>de</strong>signios <strong>de</strong> la Provi<strong>de</strong>ncia no hay lugar para meras<br />

coinci<strong>de</strong>ncias». Esa es la verdad sobre la vocación, la obediencia y el abandono en manos <strong>de</strong><br />

Dios, que con tanta claridad ilustra esa historia tan admirable. La casualidad actúa en los<br />

juegos <strong>de</strong> cartas. Pero Dios no actúa <strong>de</strong> esa manera.<br />

* * *


Pues bien ¿qué significan para ti y para tus preg<strong>un</strong>tas esas historias sobre el Padre Jerzy y el<br />

<strong>joven</strong> Karol Wojtyla?<br />

Espero que actúen como estímulo para pensar en términos <strong>de</strong> «vocación», y no <strong>de</strong> «carrera».<br />

Una carrera es algo que tú tienes, algo que tú mismo has hecho y que, si todos esos<br />

«planificadores <strong>de</strong> carreras» tienen razón, pue<strong>de</strong>s realizar en dos, tres o incluso cuatro campos<br />

en tu vida. Pero mucho más importante es pensar en términos <strong>de</strong> «vocación», porque<br />

vocación es algo que tú mismo eres.<br />

Espero que estas dos historias te animen a encontrar y llegar a conocer a hombres y mujeres<br />

que vivan «vocacionalmente», como maridos y mujeres, profesionales y trabajadores,<br />

sacerdotes y religiosos consagrados. Llegar a ser buena persona no es cuestión <strong>de</strong> estar<br />

prof<strong>un</strong>damente convencido <strong>de</strong> ciertas verda<strong>de</strong>s morales, por importante que eso sea también<br />

es cuestión <strong>de</strong> encontrarte con gente virtuosa, <strong>de</strong> la que puedas apren<strong>de</strong>r a vivir como ellos<br />

viven. Eso mismo vale para la vocación. Pue<strong>de</strong> ser que no encuentres mucha gente cuyo drama<br />

vocacional sea tan intenso y tan público como el <strong>de</strong>l Padre Jerzy o el <strong>de</strong>l papa Juan Pablo II. En<br />

cualquier vaso, el drama está ahí para que lo <strong>de</strong>scubras, si observas con atención.<br />

Estar aquí, en Polonia, respirando el aire <strong>de</strong> estos parajes tan com<strong>un</strong>es don<strong>de</strong> han sucedido<br />

<strong>un</strong>os acontecimientos tan extraordinarios, y reflexionando sobre cómo Polonia ha muerto<br />

tantas veces y otras tantas ha resucitado, te podría ayudar a enten<strong>de</strong>r <strong>un</strong> poco mejor cómo<br />

f<strong>un</strong>ciona la historia. Según la sabiduría convencional, en el <strong>de</strong>cenio <strong>de</strong> 1980 los com<strong>un</strong>istas<br />

polacos tenían todos los tri<strong>un</strong>fos en su mano: controlaban la política, la economía, el ejército y<br />

los medios <strong>de</strong> com<strong>un</strong>icación, social. Pero la anticonformista Iglesia polaca, con hombres como<br />

el Padre Jerzy y con la inspiración <strong>de</strong> Juan Pablo II, no lo creía así. Con el Papa –que lo había<br />

aprendido en la resistencia clan<strong>de</strong>stina, como el «Teatro Rapsódico»– estaban convencidos <strong>de</strong><br />

que la cultura es lo que guía el <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong> la historia. Un pueblo en posesión <strong>de</strong> su cultura,<br />

<strong>un</strong> pueblo que posee la verdad sobre sí mismo, tiene armas <strong>de</strong> resistencia con las que el<br />

totalitarismo no pue<strong>de</strong> competir. Gente dispuesta a vivir la verdad <strong>de</strong> su propio ser y dispuesta<br />

a vivir vocacionalmente es la fuerza más dinámica <strong>de</strong> la historia.<br />

Eso es, <strong>un</strong>a vez más, el catolicismo contracultural, por lo menos en los términos en los que <strong>un</strong>a<br />

cultura <strong>de</strong>sarrollada como la occi<strong>de</strong>ntal concibe el f<strong>un</strong>cionamiento <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do y <strong>de</strong> la historia.<br />

Hoy día es más elegante pensar la historia como producto <strong>de</strong> la economía o <strong>de</strong> la política, o<br />

<strong>un</strong>a combinación <strong>de</strong> ambas, que consi<strong>de</strong>rarla como producto <strong>de</strong> la cultura. Pero lo que sugiere<br />

este alto en nuestro camino es que la «historia» –que ciertamente incluye la política y la<br />

economía– es mucho más <strong>un</strong> producto <strong>de</strong> la amistad, <strong>de</strong>l amor, <strong>de</strong>l compromiso, <strong>de</strong> la fe y <strong>de</strong><br />

las gran<strong>de</strong>s obras <strong>de</strong> literatura, <strong>de</strong> música, <strong>de</strong> pintura y <strong>de</strong> escultura que brotan <strong>de</strong> los más<br />

prof<strong>un</strong>dos anhelos <strong>de</strong>l espíritu humano. Por eso, volviendo a <strong>un</strong>a imagen que he empleado<br />

anteriormente, la «historia» (history) es «Su historia» (His-story), la historia <strong>de</strong> Dios que actúa<br />

en el m<strong>un</strong>do, muchas veces «bajo la superficie <strong>de</strong> la historias en <strong>un</strong> drama <strong>de</strong> salvación que es<br />

la historia humana, leída en toda su prof<strong>un</strong>didad.<br />

Los <strong>católico</strong>s no pue<strong>de</strong>n pensar la historia como <strong>un</strong>a superficie llana, como puro resultado <strong>de</strong><br />

los «medios <strong>de</strong> producción» como pura política, y p<strong>un</strong>to. Los <strong>católico</strong>s tienen <strong>un</strong>a visión más<br />

comprometida <strong>de</strong>l modo en que actúan los acontecimientos. El m<strong>un</strong>do podrá consi<strong>de</strong>rar esa


visión como enfermiza, y no como más comprometida. Pero, piensa en la posibilidad <strong>de</strong> que,<br />

<strong>de</strong> hecho, sea <strong>un</strong>a visión más humana.<br />

La obediencia <strong>de</strong> la fe tiene consecuencias para las socieda<strong>de</strong>s y para la historia, y también<br />

para los individuos. La obediencia <strong>de</strong> la fe es prof<strong>un</strong>damente «contracultural». Y como ya<br />

hemos visto, es también <strong>un</strong>a diferencia que pue<strong>de</strong> significar <strong>un</strong>a gran diferencia.


11- MAUSOLEO DEL COLEGIO NORTEAMERICANO, CAMPO<br />

VERANO, ROMA: LAS PRECUNTAS MÁS DIFICILES<br />

En Roma todo el m<strong>un</strong>do conoce el Campo Verano, a<strong>un</strong>que está <strong>un</strong> tanto alejado <strong>de</strong> las típicas<br />

rutas turísticas. Lo que en su origen era <strong>un</strong>a finca <strong>de</strong> Lucio Vero, co-emperador con Marco<br />

Aurelio <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el año 161 al 169, el Campo Verano se convirtió en cementerio m<strong>un</strong>icipal <strong>de</strong><br />

Roma cuando Napoleón y sus huestes regían los <strong>de</strong>stinos <strong>de</strong> Italia, a principios <strong>de</strong>l siglo XIX. Su<br />

construcción duró varias décadas. Y es que la i<strong>de</strong>a era grandiosa, a saber, que todo el que<br />

muriera en Roma a partir <strong>de</strong> su inauguración, el día 1 <strong>de</strong> julio <strong>de</strong> 1836, fuera enterrado allí.<br />

Pero estando en Italia, ya se sabe. Llevar a termo los planes originales duró más <strong>de</strong> lo previsto;<br />

<strong>de</strong> hecho, la puerta principal <strong>de</strong>l cementerio no se terminó hasta 1878.<br />

El Campo Verano ocupa <strong>un</strong>a enorme extensión, equivalente a <strong>un</strong>as tres veces la Ciudad <strong>de</strong>l<br />

Vaticano, en el distrito Tiburtino cerca <strong>de</strong> la Stazione Termini, la estación central <strong>de</strong> ferrocarril.<br />

La entrada principal está a poco más <strong>de</strong> <strong>un</strong> tiro <strong>de</strong> piedra <strong>de</strong> la basílica <strong>de</strong> San Lorenzo<br />

Extramuros. El beato Pío IX está enterrado allí en <strong>un</strong>a capilla cuyos mosaicos vale la pena<br />

contemplar con cierto <strong>de</strong>tenimiento. A <strong>un</strong>os cien metros <strong>de</strong> la entrada ya no se pue<strong>de</strong>n ver los<br />

límites <strong>de</strong>l cementerio en ning<strong>un</strong>a <strong>de</strong> las direcciones.<br />

Nada más pasar los puestos <strong>de</strong> flores a la entrada <strong>de</strong>l recinto, y empezar a explorar los<br />

diferentes «complejos» <strong>de</strong>l Campo Verano, enseguida te das cuenta <strong>de</strong> que los italianos<br />

conciben la muerte <strong>de</strong> la misma manera que interpretan cualquier otra cosa, es <strong>de</strong>cir:<br />

dramáticamente. Monumentos, capillas <strong>de</strong> familia, mausoleos, incluso tumbas individuales<br />

compiten en esplendor y bella figura. La gente que puebla el cementerio es <strong>de</strong> lo más<br />

variopinta. A pocos metros <strong>de</strong> la entrada, <strong>un</strong> camino <strong>de</strong> gravilla te lleva a la tumba <strong>de</strong><br />

Garibaldi, el rabioso anticlerical, a mano <strong>de</strong>recha (poco apropiado, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el p<strong>un</strong>to <strong>de</strong> vista<br />

i<strong>de</strong>ológico). Continuando por <strong>un</strong>a infinidad <strong>de</strong> vericuetos, subiendo y bajando pequeñas<br />

colinas y a través <strong>de</strong> minúsculos valles, se pue<strong>de</strong>n encontrar también tumbas <strong>de</strong> car<strong>de</strong>nales y<br />

<strong>de</strong> otros muchos clérigos <strong>de</strong> rango elevado. Seg<strong>un</strong>do <strong>un</strong>a historia, probablemente apócrifa, los<br />

alumnos <strong>de</strong> la Pontificia Universidad Gregoriana solían venir aquí la noche anterior a los<br />

exámenes para orar ante el Mausoleo <strong>de</strong> la <strong>un</strong>iversidad, quizá para asegurarse <strong>de</strong> que ciertos<br />

profesores particularmente exigentes estaban realmente enterrados allí. Políticos famosos,<br />

actores <strong>de</strong> cine, literatos, romanos normales hace tiempo olvidados por la historia, todos están<br />

ahí; incluso pue<strong>de</strong>s reconocerlos por las fotografías ya <strong>de</strong>sgastadas que pueblan sus lápidas.<br />

Mi primera visita al Campo Verano fue el 2 <strong>de</strong> noviembre <strong>de</strong> 2001, día <strong>de</strong> los fieles dif<strong>un</strong>tos, en<br />

compañía <strong>de</strong> alg<strong>un</strong>os miembros <strong>de</strong> la Facultad y estudiantes <strong>de</strong>l Pontificio Colegio<br />

Norteamericano, para celebrar <strong>un</strong>a misa en el mausoleo <strong>de</strong>l Colegio. Durante La primera mitad<br />

<strong>de</strong>l siglo XX, la mayoría <strong>de</strong> los seminaristas americanos que morían en Roma recibían sepultura<br />

en ese espléndido mausoleo <strong>de</strong> tres pisos; <strong>de</strong> ahí que la misa sea <strong>un</strong>a inveterada tradición <strong>de</strong>l<br />

Colegio. Y como yo, durante mi trabajo en Roma, me alojaba en el Colegio, fui invitado a


participar en la ceremonia. Acabada la misa, mientras examinaba las inscripciones <strong>de</strong> la bóveda<br />

interior <strong>de</strong>l mausoleo, me llamó la atención <strong>un</strong> nombre, Franciscus Parater. Uno <strong>de</strong> los<br />

seminaristas me preg<strong>un</strong>tó si había leído la «Oración <strong>de</strong> Frank Parater» en el Manual <strong>de</strong><br />

Oraciones <strong>de</strong>l Colegio. Tuve que admitir que no la había leído. «Pues no te la pierdas», me<br />

espetó mi <strong>joven</strong> amigo.<br />

Frank Parater había llegado a Roma en noviembre <strong>de</strong> 1919 para cursar los estudios<br />

sacerdotales como candidato <strong>de</strong> la diócesis <strong>de</strong> Richmond. A sus veintidós años, ya era <strong>un</strong>o <strong>de</strong><br />

los jóvenes más <strong>de</strong>stacados <strong>de</strong> su tiempo, estudiante mo<strong>de</strong>lo y experto jefe explorador <strong>de</strong>l<br />

movimiento «Scout», cuyo carácter y cortesía contrastaban con el clima anti<strong>católico</strong> <strong>de</strong> la<br />

época <strong>de</strong>l lugar. Al principio se sintió atraído por la vocación monástica y comenzó sus estudios<br />

en el Belmont Abbey Seminary College en Carolina <strong>de</strong>l Norte, con la pretensión <strong>de</strong> hacerse<br />

monje benedictino. Sin embargo, durante sus dos años en Belmont Abbey, Frank Parater<br />

<strong>de</strong>cidió <strong>de</strong>dicarse al ministerio diocesano <strong>de</strong> <strong>un</strong>a manera más activa, a pesar <strong>de</strong> su inclinación<br />

a la vida contemplativa.<br />

Al mes <strong>de</strong> llegar a Roma, Frank Parater escribió la oración a la que aludía mi <strong>joven</strong> amigo en el<br />

Campo Verano:<br />

«Acto <strong>de</strong> oblación al Sagrado Corazón <strong>de</strong> Jesús». De hecho, resultó ser su testamento<br />

espiritual. Parater lo <strong>de</strong>jó en <strong>un</strong> sobre con instrucciones para que sólo se abriera <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su<br />

muerte. En su oración se ofrecía a sí mismo por la conversión <strong>de</strong> su querido Estado <strong>de</strong> Virginia:<br />

No tengo nada que <strong>de</strong>jar o legar sino mi propia sida, y esa se la he consagrado al<br />

Corazón <strong>de</strong> Jesús, para que disponga <strong>de</strong> ella como mejor le parezca. Yo he ofrecido<br />

todo mi ser por la conversión <strong>de</strong> los no <strong>católico</strong>s en el Estado <strong>de</strong> Virginia. Eso es para lo<br />

que vivo y en caso <strong>de</strong> muerte, por lo que muero...<br />

Des<strong>de</strong> mi niñez he querido morir por Dios y por mi prójimo. ¿Podré obtener esa gracia?<br />

No lo sé; pero si sigo viviendo, viviré por ese mismo objetivo. Todo acto <strong>de</strong> mi vida aquí<br />

se ofrece por la expansión y el tri<strong>un</strong>fo <strong>de</strong> la Iglesia Católica en Virginia…<br />

En el cielo estaré al servicio <strong>de</strong> mi diócesis mucho más <strong>de</strong> lo que pudiera hacer en la<br />

tierra.<br />

A finales <strong>de</strong> enero <strong>de</strong> 1920, dos meses <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su llegada a Roma, Frank Parater contrajo<br />

<strong>un</strong> reumatismo que <strong>de</strong>generó en fiebre reumática. El 27 <strong>de</strong> enero lo ingresaron en <strong>un</strong> hospital<br />

dirigido por religiosas, don<strong>de</strong> pasó dos semanas <strong>de</strong> dolor intensísimo. Cuando el Padre<br />

Espiritual <strong>de</strong>l Colegio se presentó en el hospital para darle la Extrema<strong>un</strong>ción, Frank quiso<br />

levantarse <strong>de</strong> la cama para recibir <strong>de</strong> rodillas la sagrada com<strong>un</strong>ión, pero los médicos no se lo<br />

permitieron. El 6 <strong>de</strong> febrero, el Rector <strong>de</strong>l Colegio ofreció <strong>un</strong>a misa votiva al Corazón <strong>de</strong> Jesús<br />

por Frank Parater. Al día siguiente expiró. Un compañero suyo encontró la famosa oración,<br />

mientras se hacía cargo <strong>de</strong> sus pertenencias. El papa Benedicto XV y el papa Pío XI solicitaron<br />

sendas copias <strong>de</strong> la «Oración <strong>de</strong> Frank Parater».<br />

El m<strong>un</strong>do y la Iglesia seguían su curso, a<strong>un</strong>que los pocos que se acordaban <strong>de</strong> Frank Parater<br />

estaban convencidos <strong>de</strong> que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la distancia, Frank no quitaba ojo, por así <strong>de</strong>cir, a su<br />

diócesis <strong>de</strong> Richmond. Fue otro seminarista, también <strong>de</strong> Richmond, que estudiaba en Roma en


los años 1970, el que resucitó el recuerdo <strong>de</strong> Frank Parater. Posteriormente, el Padre J. Scott<br />

Duarte, fascinado por el caso durante sus estudios, mantuvo viva la memoria <strong>de</strong> Frank y,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> paciente investigación, logró que en el mes <strong>de</strong> enero <strong>de</strong> 2002, la diócesis <strong>de</strong><br />

Richmond abriera oficialmente la causa <strong>de</strong> beatificación <strong>de</strong>l Siervo <strong>de</strong> Dios Frank Parater,<br />

seminarista. Actualmente, miles <strong>de</strong> <strong>católico</strong>s <strong>de</strong> todo el país colaboran en esa causa pidiendo la<br />

intercesión <strong>de</strong> Frank en sus momentos difíciles y rogando a Dios que ratifique con <strong>un</strong> milagro<br />

la beatificación <strong>de</strong> su siervo.<br />

La historia <strong>de</strong> Frank Parater no es la <strong>de</strong> todos y cada <strong>un</strong>o <strong>de</strong> nosotros. Murió muy <strong>joven</strong>; murió<br />

heroicamente lejos <strong>de</strong> su patria; y en cierto sentido, no sólo aceptó su muerte prematura, sino<br />

que la saludó como el mejor regalo que podía hacer <strong>de</strong> su vida. Sin duda, la mayoría <strong>de</strong><br />

nosotros no moriremos <strong>de</strong> esa manera. Pero la historia <strong>de</strong> Frank, en su singularidad, es <strong>un</strong>a<br />

fuerza extraordinaria, sobre todo para <strong>un</strong>a generación que muchas veces encuentra muy difícil<br />

el compromiso personal. De todos modos, estamos aquí, en el Campo Verano, j<strong>un</strong>to a la<br />

tumba <strong>de</strong> Frank Parater, que es <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los mejores lugares para plantearnos dos preg<strong>un</strong>tas<br />

que este <strong>joven</strong> hijo <strong>de</strong> Virginia respondió <strong>de</strong> manera satisfactoria al morir sólo ocho meses<br />

antes <strong>de</strong> cumplir veintitrés años: ¿Tiene sentido el sufrimiento? ¿Es la muerte el absurdo más<br />

<strong>de</strong>finitivo?<br />

En época tan cercana como mediados <strong>de</strong>l siglo XX se asumía que estas preg<strong>un</strong>tas son dos <strong>de</strong><br />

las eternas cuestiones sobre la condición humana. Pero ya no es así. Los continuos avances en<br />

medicina y la promesa <strong>de</strong> <strong>un</strong> creciente progreso mediante la aplicación <strong>de</strong> nuestros<br />

conocimientos genéticos para curar la enfermedad han llevado a alg<strong>un</strong>os médicos, a ciertos<br />

genetistas y a muchos investigadores a hablar abiertamente sobre el proyecto <strong>de</strong><br />

inmortalidad, que no consiste en acabar con el sufrimiento, sino en hacer al hombre<br />

prácticamente inmortal aquí en la tierra.<br />

Todas esas elucubraciones llevaron, hace pocos años, a mi amigo el car<strong>de</strong>nal Francis George,<br />

<strong>de</strong> Chicago, a hacer <strong>un</strong>a observación bastante sombría: «¿Te das cuenta <strong>de</strong> que vamos a tener<br />

que <strong>de</strong>dicar el resto <strong>de</strong> nuestras vicias a tratar <strong>de</strong> convencer a la gente <strong>de</strong> que el sufrimiento y<br />

la muerte son realida<strong>de</strong>s buenas para nosotros?» Es difícil imaginar algo que afecte con mayor<br />

prof<strong>un</strong>didad a lo más granado <strong>de</strong> la cultura americana contemporánea, tan absorbida como<br />

está por el principio <strong>de</strong>l placer a toda costa. Sin embargo, eso es lo que van a tener que hacer<br />

los <strong>católico</strong>s. Y el primer paso para convencer a los <strong>de</strong>más es convencerse a <strong>un</strong>o mismo.<br />

Empecemos por el sufrimiento.<br />

La primera observación es que el sufrimiento sólo afecta al ser humano. Los perros, los gatos,<br />

las vacas, las ovejas sienten dolor; pero sólo el ser humano «sufre». Y eso es así porque el<br />

sufrimiento no es simplemente <strong>un</strong>a realidad física, sino también mental y espiritual. De por sí,<br />

el sufrimiento físico pue<strong>de</strong> producir <strong>un</strong> <strong>de</strong>sasosiego espiritual. Pero el caso es que nosotros<br />

po<strong>de</strong>mos sufrir moral y espiritualmente sin experimentar ningún dolor físico, y con frecuencia<br />

las formas <strong>de</strong> sufrimiento menos tangibles son las peores, las más dolorosas. Si alg<strong>un</strong>a vez te<br />

has roto <strong>un</strong> brazo o <strong>un</strong>a pierna, habrás experimentado <strong>un</strong> tipo <strong>de</strong> dolor; pero si te ha<br />

traicionado <strong>un</strong> amigo, habrás experimentado otra clase <strong>de</strong> sufrimiento, quizá más doloroso. El<br />

rechazo <strong>de</strong> <strong>un</strong> amor, la frustración <strong>de</strong> ciertos planes, la incomprensión <strong>de</strong> tu familia, la


indiferencia o crueldad <strong>de</strong> tus maestros son formas <strong>de</strong> sufrimiento moral y espiritual que<br />

hieren más prof<strong>un</strong>damente y duelen mucho más que <strong>un</strong> hueso roto.<br />

Eso quiere <strong>de</strong>cir que el sufrimiento nos revela algo importante sobre nosotros mismos como<br />

seres humanos, es <strong>de</strong>cir, tenemos alma; el «yo» que me hace <strong>un</strong>a persona única no es<br />

simplemente <strong>un</strong> conj<strong>un</strong>to <strong>de</strong> neuronas. El sufrimiento es <strong>un</strong>a <strong>de</strong> esas experiencias humanas<br />

que nos proyectan más allá <strong>de</strong> la rutina <strong>de</strong> lo ordinario hacia el extremo en el que nos<br />

encontramos con lo extraordinario que, en ese caso, hace referencia al alma humana con su<br />

capacidad <strong>de</strong> aguante, <strong>de</strong> entusiasmo, <strong>de</strong> sacrificio personal. El sufrimiento no es simplemente<br />

<strong>un</strong> problema, sino que forma parte <strong>de</strong>l misterio, <strong>de</strong> la trascen<strong>de</strong>ncia, <strong>de</strong> la más prof<strong>un</strong>da<br />

experiencia humana.<br />

La seg<strong>un</strong>da observación sobre el sufrimiento es que se trata <strong>de</strong> <strong>un</strong>a realidad relacionada con la<br />

libertad. Como sin duda habrás comprobado, hay personas inteligentes que piensan que es<br />

más fácil reconciliar el sufrimiento con <strong>un</strong> <strong>un</strong>iverso aleatorio que compren<strong>de</strong>rlo a la luz <strong>de</strong> la<br />

i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> <strong>un</strong> Dios benévolo. Y a <strong>de</strong>cir verdad, alg<strong>un</strong>as respuestas religiosas puramente<br />

convencionales no son <strong>de</strong> gran ayuda a este respecto. Así, cuando se dice que Dios «permite»<br />

el sufrimiento, da la impresión <strong>de</strong> que se convierte a Dios en <strong>un</strong>a especie <strong>de</strong> maníaco<br />

inconsciente o incluso en <strong>un</strong> sádico redomado. La respuesta bíblica a esa perplejidad que<br />

encierra la respuesta <strong>de</strong>l catolicismo consiste en reconocer que el sufrimiento, lo mismo que el<br />

mal, es <strong>un</strong>a <strong>de</strong> las implicaciones <strong>de</strong> la libertad humana, al menos si se tiene en cuenta cómo<br />

hombres y mujeres han vivido su libertad, según las narraciones que recoge el libro <strong>de</strong>l<br />

Génesis. Dios creó <strong>un</strong> m<strong>un</strong>do <strong>de</strong> libertad porque, entre otras cosas, Dios <strong>de</strong>sea el amor <strong>de</strong><br />

hombres y mujeres que eligen libremente amarlo, igual que eligen libremente amarse <strong>un</strong>os a<br />

otros. Y <strong>un</strong> m<strong>un</strong>do <strong>de</strong> libertad es <strong>un</strong> m<strong>un</strong>do en el que muchas veces las cosas salen mal; y <strong>de</strong><br />

ahí, precisamente, es <strong>de</strong> don<strong>de</strong> <strong>de</strong>riva el sufrimiento.<br />

La tercera observación, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la perspectiva católica, se podría formular en estos términos: En<br />

el fondo, el sufrimiento no es <strong>un</strong> problema que haya que «solucionar», sino <strong>un</strong> misterio que hay<br />

que abordar en perspectiva <strong>de</strong> amor. Cuando la Iglesia afirma que <strong>un</strong>a realidad es <strong>un</strong><br />

«misterio» no atribuye al término «misterio» <strong>un</strong> sentido como el que supone la solución <strong>de</strong> <strong>un</strong><br />

crimen. Más bien, la Iglesia entien<strong>de</strong> por «misterio» <strong>un</strong>a verdad esencial que sólo se pue<strong>de</strong><br />

enten<strong>de</strong>r por <strong>un</strong> acto <strong>de</strong> amor. No po<strong>de</strong>mos enten<strong>de</strong>r la «respuesta» católica al misterio <strong>de</strong>l<br />

sufrimiento completando simplemente <strong>un</strong> silogismo. La verda<strong>de</strong>ra «respuesta» católica al<br />

misterio <strong>de</strong>l sufrimiento nace <strong>de</strong> <strong>un</strong> encuentro personal con Jesucristo.<br />

La creación <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do, como obra <strong>de</strong> Dios, fue <strong>un</strong> acto libre <strong>de</strong> amor divino, <strong>un</strong> amor que<br />

brotó <strong>de</strong> la vida interior <strong>de</strong>l propio Dios. Por consiguiente, el amor <strong>de</strong> Dios es lo que da<br />

verda<strong>de</strong>ro sentido a todo lo que existe, incluido el sufrimiento. Cuando el m<strong>un</strong>do preg<strong>un</strong>ta por<br />

el sentido <strong>de</strong>l sufrimiento, Dios respon<strong>de</strong> con <strong>un</strong>a <strong>de</strong>mostración. El culmen dramático <strong>de</strong> esa<br />

<strong>de</strong>mostración <strong>de</strong>l amor <strong>de</strong> Dios al m<strong>un</strong>do y la capacidad <strong>de</strong> ese amor para dar sentido al<br />

sufrimiento es la cruz <strong>de</strong> Cristo. En la cruz, es <strong>de</strong>cir, en el sufrimiento <strong>de</strong> Cristo, Dios anula «el<br />

rechazo que va implícito en el pecado <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do, abrasándolo en el fuego <strong>de</strong> <strong>un</strong> amor que<br />

sufre», como <strong>un</strong>a vez escribió Hans Urs von Balthasar.<br />

Cuando el Hijo carga sobre sí mismo el mal, el pecado y el sufrimiento <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do y se lo ofrece<br />

al Padre en <strong>un</strong> acto <strong>de</strong> perfecta obediencia, y cuando Dios ratifica ese acto <strong>de</strong> obediencia y <strong>de</strong>


amor radical resucitando a Jesús, el sufrimiento queda transformado. Cuando Cristo nos<br />

redime por su sufrimiento, el sufrimiento mismo queda redimido. Cristo, que murió por todos,<br />

nos ofrece a todos la posibilidad <strong>de</strong> participar en su obra re<strong>de</strong>ntora; y a<strong>de</strong>más nos ofrece la<br />

posibilidad <strong>de</strong> que, <strong>un</strong>iendo nuestro sufrimiento al suyo, también nosotros podamos participar<br />

en la re<strong>de</strong>nción <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do. Eso es lo que Frank Parater había intuido con toda claridad.<br />

Cuando Jesús se hizo partícipe <strong>de</strong>l sufrimiento humano, nos capacitó para participar en su obra<br />

re<strong>de</strong>ntora. Cuando nuestro sufrimiento se <strong>un</strong>e al suyo, se convierte en sufrimiento re<strong>de</strong>ntor<br />

porque, igual que el <strong>de</strong> Cristo, proce<strong>de</strong> <strong>de</strong>l amor. Ofrecer nuestro sufrimiento para que<br />

red<strong>un</strong><strong>de</strong> en bien <strong>de</strong> otros es <strong>un</strong>a manera <strong>de</strong> colaborar a que la Iglesia extienda la obra<br />

re<strong>de</strong>ntora <strong>de</strong> Cristo a lo largo <strong>de</strong> la historia.<br />

Todo eso me lo enseñaron en la escuela, pero sólo años más tar<strong>de</strong> llegué a compren<strong>de</strong>r la<br />

verdad <strong>de</strong> que el sufrimiento re<strong>de</strong>ntor actúa realmente en la vida. Personalmente, tuve el<br />

privilegio <strong>de</strong> conocer y tratar durante años al congresista Henry Hy<strong>de</strong> y a su esposa, Jeanne, a<br />

la que visité con frecuencia y con la que, a principios <strong>de</strong> la década <strong>de</strong> 1990, recé muchas veces<br />

en el hospital don<strong>de</strong> seguía <strong>un</strong> tratamiento contra el cáncer. En el último estadio <strong>de</strong> su<br />

enfermedad, Jeanne Hy<strong>de</strong> ofreció su sufrimiento en favor <strong>de</strong> <strong>un</strong>a causa por la que ella y su<br />

marido Henry habían luchado con toda nobleza y con el mayor tesón <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do. A mi parecer,<br />

Jeanne estaba haciendo más bien <strong>de</strong>l que ella se imaginaba. Como yo le escribí <strong>un</strong>a vez, ¿quién<br />

sabía cuántas jóvenes madres que se encontraban solas y <strong>de</strong>sesperadas habían encontrado el<br />

coraje <strong>de</strong> no abortar, porque Jeanne había ofrecido por ellas su sufrimiento personal? Cuando<br />

Jeanne Hy<strong>de</strong> murió, yo estaba fuera <strong>de</strong>l país. Al cabo <strong>de</strong> <strong>un</strong>as semanas, <strong>un</strong>o <strong>de</strong> sus hijos me<br />

contó que su madre había tenido <strong>un</strong>a muerte tranquila <strong>de</strong>bido a su convicción <strong>de</strong> que, al <strong>un</strong>ir<br />

su propio sufrimiento al <strong>de</strong> Cristo, había ayudado en cierto modo a que otras mujeres jóvenes<br />

aceptaran su misión <strong>de</strong> transmitir el don <strong>de</strong> la vida.<br />

«Sin cruz no hay corona». Esa es la máxima que sintetizar el mensaje <strong>de</strong> Pablo en su Seg<strong>un</strong>da<br />

Carta a los volubles y confusos Corintios: «Nuestras penalida<strong>de</strong>s momentáneas y ligeras nos<br />

producen <strong>un</strong>a riqueza eterna., <strong>un</strong>a gloria que las sobrepasa <strong>de</strong>smesuradamente» (2 Cor 4,17).<br />

Transformado por la cruz <strong>de</strong> Cristo, nuestro sufrimiento ya no es <strong>un</strong> absurdo, sino más bien<br />

otro modo <strong>de</strong> ser <strong>un</strong> pueblo que pue<strong>de</strong> vivir eternamente con Dios. El sufrimiento nos enseña<br />

que po<strong>de</strong>mos vivir a gusto en la luz <strong>de</strong> <strong>un</strong> Dios cuyo Hijo entra en el m<strong>un</strong>do para sufrir, e<br />

incluso morir, por ese mismo m<strong>un</strong>do y por todos nosotros. Frank Parater entendió ese<br />

mensaje en toda su prof<strong>un</strong>didad. Y también Jeanne Hy<strong>de</strong>. Por eso, ambos murieron tranquilos<br />

y dispuestos a encontrarse con Dios.<br />

Todo esto sugiere que, para los <strong>católico</strong>s, el sufrimiento es <strong>un</strong>a vocación, es <strong>de</strong>cir, otro modo<br />

<strong>de</strong> hacer <strong>de</strong> nosotros mismos <strong>un</strong> don para los <strong>de</strong>más, como nuestra propia vida lo es para<br />

nosotros. Es <strong>un</strong> modo <strong>de</strong> crecer en la «compasión», cuya raíz latina significa «sufrir con».<br />

Como el Buen Samaritano, por nuestro propio sufrimiento enten<strong>de</strong>mos el sufrimiento <strong>de</strong><br />

otros, <strong>de</strong> modo que no po<strong>de</strong>mos «pasar <strong>de</strong> largo» al otro lado <strong>de</strong>l camino. El sufrimiento,<br />

tanto el propio como el <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más, nos enseña la actitud f<strong>un</strong>damental <strong>de</strong> la solidaridad<br />

humana.<br />

Como codo en la vida, el sufrimiento nos parece distinto cuando experimentamos la «historia»<br />

(history) como His-story («Su historia», es <strong>de</strong>cir, «historia <strong>de</strong> Cristo»), la historia <strong>de</strong> <strong>un</strong> amor


e<strong>de</strong>ntor que todo lo abrasa al pasar por el m<strong>un</strong>do. Peter Kreeft lo expresa así: «Cuando<br />

contemplamos la “historia” como “Su historia”, el sufrimiento se convierte en “contrap<strong>un</strong>to”,<br />

en el bajo <strong>de</strong> <strong>un</strong>a melodía cuyos altos resuenan hasta per<strong>de</strong>rse en el cielo». No concibas pues<br />

el sufrimiento como <strong>un</strong> aceite <strong>de</strong> ricino. En el misterio <strong>de</strong> la vida humana, el sufrimiento nos<br />

transforma en seres que pue<strong>de</strong>n vivir en <strong>un</strong>a eternidad en la que «Dios ha enjugado las<br />

lágrimas <strong>de</strong> nuestros ojos, y en la que ya no hay muerte ni luto ni llanto ni dolor» (Ap 21,4). El<br />

sufrimiento nos transforma en seres capaces <strong>de</strong> vivir con el Amor personificado, sin dolor, sin<br />

angustia, sin hastío.<br />

* * *<br />

Tendrás que vivir tu vida <strong>de</strong> <strong>católico</strong> en <strong>un</strong> m<strong>un</strong>do en el que la muerte se contempla cada vez<br />

más como <strong>un</strong>a enfermedad que hay que curar. Las terapias hormonales, la posibilidad <strong>de</strong><br />

«sustituir» células erráticas, la investigación sobre la base genética <strong>de</strong>l envejecimiento, etc.,<br />

todo ap<strong>un</strong>ta a la posibilidad <strong>de</strong> que la duración <strong>de</strong> la vida humana se prolongue<br />

dramáticamente, quizá hasta el infinito. Pues bien, ¿qué piensa sobre eso <strong>un</strong>a Iglesia que se<br />

presenta como «a favor <strong>de</strong> la vida»?<br />

Uno <strong>de</strong> nuestros guías más competentes en la materia es Leon Kass, nombrado por el<br />

presi<strong>de</strong>nte Bush, el año 2001, Director <strong>de</strong> la Comisión Presi<strong>de</strong>ncial <strong>de</strong> Bioética. Kass, asiduo<br />

lector <strong>de</strong> la Biblia y <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s tratados <strong>de</strong> la tradición occi<strong>de</strong>ntal, sugiere que el proyecto<br />

<strong>de</strong> inmortalidad entró en la ciencia mo<strong>de</strong>rna <strong>de</strong>s<strong>de</strong> sus mismos comienzos. Francis Bacon y<br />

René Descartes tenían bien clara la finalidad <strong>de</strong> la nueva ciencia experimental que estaban<br />

lanzando al m<strong>un</strong>do en el siglo XVII, y cuya intención consistía en «suavizar la condición<br />

humana». A su enten<strong>de</strong>r, eso era nada menos que dar la vuelta al Génesis y anular la sentencia<br />

<strong>de</strong> muerte que pesaba sobre todo ser humano, empezando por Adán y Eva. El proyecto se<br />

encuentra actualmente en el umbral <strong>de</strong>l éxito. Pues bien, ¿qué podríamos pensar sobre esa<br />

situación?<br />

Kass, que no reflexiona como <strong>católico</strong>, sino como simple ser racional, sugiere que <strong>de</strong>beríamos<br />

consi<strong>de</strong>rar el proyecto <strong>de</strong> inmortalidad con serio escepticismo; y no porque pueda no<br />

«f<strong>un</strong>cionar» en sentido técnico, sino porque podría ser letal para la humanidad, si realmente<br />

f<strong>un</strong>cionara. Como el Car<strong>de</strong>nal George, Kass piensa que la muerte es buena para nosotros, en<br />

<strong>un</strong> sentido misterioso, pero prof<strong>un</strong>damente humano. En <strong>un</strong> artículo excelente, a<strong>un</strong>que muy<br />

provocativo, «L’Chaim and its Limits: Why Not Immortality?», Kass sugiere que <strong>de</strong>beríamos dar<br />

la vuelta a la cuestión y preg<strong>un</strong>tarnos: ¿Es la mortalidad <strong>un</strong>a bendición? Y luego ofrece varias<br />

razones por las que la respuesta <strong>de</strong>berá ser <strong>un</strong> «sí» <strong>de</strong> lo más rot<strong>un</strong>do.<br />

Una duración infinita <strong>de</strong> la vida, o incluso <strong>un</strong>a prolongación <strong>de</strong> veinticinco o cincuenta años,<br />

¿podría realmente acrecentar nuestra satisfacción? No está muy claro, arguye Kass, que<br />

prolongar por mucho más tiempo la misma actividad, o incluso realizar ocasionalmente<br />

activida<strong>de</strong>s extraordinarias durante el curso sustancialmente expandido <strong>de</strong> <strong>un</strong>a vida, pueda<br />

añadir algo a la felicidad humana. Por otra parte, está la cuestión <strong>de</strong>l esfuerzo humano y cómo<br />

<strong>un</strong>a inmortalidad virtual podría afectar a esa cualidad esencial <strong>de</strong>l hombre: «¿Podría ser la vida<br />

<strong>un</strong>a realidad seria y llena <strong>de</strong> sentido, sin el límite <strong>de</strong> la mortalidad? La limitación <strong>de</strong> nuestro<br />

tiempo <strong>de</strong> vida, ¿no es la razón por la que nos tomamos esta vida muy en serio y la vivimos<br />

apasionadamente? Cuando los Salmos <strong>de</strong> la Biblia nos invitan a «contar nuestros días» para


conseguir «<strong>un</strong> corazón sabio», el salmista nos enseña <strong>un</strong>a verdad <strong>de</strong> largo alcance. Pues bien,<br />

hasta los paganos entendieron esa realidad, como sugiere Kass. Tanto en la Ilíada como en la<br />

Odisea, los necios, los frívolos, los indolentes son los inmortales; en cambio, los mortales,<br />

según Homero, están llenos <strong>de</strong> entusiasmo, <strong>de</strong> pasión, <strong>de</strong> sentimiento <strong>de</strong> amistad.<br />

A continuación, Kass nos recuerda que ahora existen la belleza y el amor. Pues bien, en ese<br />

fantástico nuevo m<strong>un</strong>do no existe la belleza ni el amor real. Y eso, en sí, ya es <strong>un</strong> aviso. Por<br />

otra parte, hay que contar con lo que Kass llama «la peculiar belleza humana <strong>de</strong>l carácter»,<br />

que nos lleva a establecer <strong>un</strong>a relación entre nuestra mortalidad, por mi lado, y por otro la<br />

virtud. Vivir la vida como el don que realmente es sería más difícil, si no existiera la mortalidad.<br />

Como afirma Kass, «ser mortal significa que se pue<strong>de</strong> poner en juego la propia vida no sólo en<br />

<strong>un</strong> momento <strong>de</strong>terminado, por ejemplo, en el campo <strong>de</strong> batalla, sino también <strong>de</strong> otras muchas<br />

maneras que nos capacitan para superar nuestro apego a la supervivencia» (y yo añadiría,<br />

nuestro apego a la afirmación <strong>de</strong>l propio yo, que es <strong>un</strong>a realidad innata <strong>de</strong>l ser humano). Los<br />

inmortales, prosigue Kass, «no pue<strong>de</strong>n ser nobles». Los únicos que pue<strong>de</strong>n alcanzar la<br />

verda<strong>de</strong>ra nobleza <strong>de</strong> carácter son los que están dispuestos a entregar «el precioso tesoro,<br />

que es el tiempo <strong>de</strong> nuestras vidas, en favor <strong>de</strong> las causas más nobles y más sagradas».<br />

Sin embargo, como bien observa Leon Kass, «la capacidad <strong>de</strong> nuestro espíritu supera nuestra<br />

comprensión», por lo que tendremos que seguir buscando <strong>un</strong>a respuesta al enigma <strong>de</strong> la<br />

muerte. Una <strong>de</strong> las respuestas es el proyecto <strong>de</strong> inmortalidad. Pero, como sigue diciendo Kass,<br />

esa tarea terminará por ser inequívocamente <strong>de</strong>s-humanizadora. «Afirmar que la vida humana<br />

sería mejor si no existiera la muerte, equivale a <strong>de</strong>cir que la vida humana sería mejor si fuera<br />

<strong>un</strong>a realidad no humana». Entonces, ¿cuál es la alternativa que propone el catolicismo? La<br />

propuesta católica es la Resurrección, la vida eterna con Dios, que se nos ha hecho posible por<br />

la resurrección <strong>de</strong> Cristo.<br />

Kass sugiere que lo que realmente anhela nuestro espíritu no es la ausencia <strong>de</strong> muerte, sino<br />

«plenitud, sabiduría, bondad, santidad, es <strong>de</strong>cir, anhelos que no se pue<strong>de</strong>n satisfacer<br />

plenamente en nuestra vida terrena encarnada en el cuerpo». La fe católica enseña que esos<br />

anhelos se satisfacen precisamente en <strong>un</strong>a vida resucitada, transfigurada y transformada,<br />

como la <strong>de</strong> los santos, esos seres que viven con Dios por toda la eternidad. Ese es nuestro<br />

<strong>de</strong>stino cristiano y nuestro <strong>de</strong>stino humano. Kass lo dice exactamente así cuando, contra los<br />

partidarios <strong>de</strong> la inmortalidad, afirma que «la mera continuidad no produce plenitud». Pero la<br />

transfiguración sí pue<strong>de</strong> producirla. Y transfiguración es, precisamente, lo que nos promete la<br />

resurrección <strong>de</strong> los muertos en el Reino <strong>de</strong> Dios.<br />

Por otra parte, no existirá ese tedio que, casi con absoluta certeza, habría en «<strong>un</strong>a vida<br />

inmortal» aquí abajo. Quizá sin preten<strong>de</strong>rlo, el propio Kass da respuesta a esa cuestión cuando<br />

nos recuerda que [pue<strong>de</strong> ser que] «<strong>de</strong>terminadas activida<strong>de</strong>s… no requieran la finitud como<br />

acicate». La preg<strong>un</strong>ta por la capacidad <strong>de</strong> comprensión es <strong>un</strong>a <strong>de</strong> ellas, pues po<strong>de</strong>mos<br />

imaginar que continúe sin el estímulo <strong>de</strong> la mortalidad, pues siempre hay algo más que<br />

enten<strong>de</strong>r, o que se pueda enten<strong>de</strong>r más prof<strong>un</strong>damente. Lo mismo ocurre con el amor y la<br />

amistad, que pue<strong>de</strong>n crecer hasta el infinito. Pues eso es exactamente lo que nos aguarda en el<br />

Reino <strong>de</strong> Dios: compren<strong>de</strong>r más y más por toda la eternidad lo que significan el amor y la<br />

amistad.


Hay también otro motivo –sin duda, el más importante– por el que los <strong>católico</strong>s piensan que la<br />

muerte es buena para nosotros: el hecho <strong>de</strong> que la muerte nos brinda la oport<strong>un</strong>idad <strong>de</strong><br />

configurar <strong>de</strong> la manera más radical nuestra existencia según la existencia <strong>de</strong> Cristo. No se<br />

trata <strong>de</strong> ofrecer el propio yo en el lecho <strong>de</strong> muerte, para que se <strong>un</strong>a con Cristo, a pesar <strong>de</strong> que<br />

cuando rezamos para tener <strong>un</strong>a «buena muerte», es eso precisamente lo que pedimos.<br />

Nuestra muerte no es <strong>un</strong>a realidad que tenga que estar siempre presente en nuestra vida<br />

como <strong>un</strong>a realidad morbosa, sino como <strong>un</strong> elemento <strong>de</strong> nuestra plegaria. Conscientes <strong>de</strong> que<br />

tenernos que morir, a<strong>un</strong>que la perspectiva <strong>de</strong> la muerte esté a<strong>un</strong> lejana, tendríamos que pedir<br />

todos los días que nuestras pequeñas muertes, igual que la <strong>de</strong>finitiva, estén configuradas al<br />

sacrificio <strong>de</strong> Cristo, que redime todo sufrimiento, incluida la muerte.<br />

Nuestro viejo amigo G. K. Chesterton comentó <strong>un</strong>a vez que, mientras nosotros per<strong>de</strong>mos casi<br />

siempre nuestros caminos, «el hombre mo<strong>de</strong>rno ha perdido su rumbo». Y ese rumbo es el<br />

Reino <strong>de</strong> Dios. Conocerlo imprime su verda<strong>de</strong>ra dirección a nuestro navegar por los caminos<br />

<strong>de</strong> esta vida y confiere a nuestro viaje su pleno significado humano.<br />

* * *<br />

Antes <strong>de</strong> abandonar el Campo Verano, pensemos <strong>un</strong>os seg<strong>un</strong>dos en otra forma <strong>de</strong> sufrimiento<br />

y <strong>de</strong> muerte: el martirio.<br />

Muchos <strong>católico</strong>s conciben el «martirio» como <strong>un</strong> fenómeno que se produjo en la Antigüedad,<br />

hace dieciocho o diecinueve siglos. Pero, en realidad, acabamos <strong>de</strong> atravesar el período más<br />

largo <strong>de</strong> martirio en la historia cristiana. Durante el Solemne Jubileo <strong>de</strong>l año 2000 se hizo <strong>un</strong><br />

estudio muy serio sobre los mártires <strong>de</strong>l siglo XX. Y los resultados fueron sorpren<strong>de</strong>ntes: sólo<br />

en el siglo pasado hubo más cristianos que dieron su vida por Cristo que en todos los<br />

diecinueve siglos <strong>de</strong> historia cristiana. Los nazis y los com<strong>un</strong>istas <strong>de</strong>rramaron más sangre<br />

cristiana que lo que Nerón y Diocleciano hubieran imaginado como posible.<br />

Esa realidad no <strong>de</strong>svela algo muy importante sobre nuestro tiempo, mejor dicho, sobre la<br />

época <strong>de</strong> nuestros padres y nuestros abuelos, que crearon ese m<strong>un</strong>do <strong>de</strong>l que nosotros<br />

tenemos que hacernos responsables. Cientos <strong>de</strong> miles <strong>de</strong> seres humanos tuvieron que afrontar<br />

el siglo más sangriento <strong>de</strong> toda la historia. Igual que en el pasado, la luz sigue brillando en las<br />

tinieblas; y las tinieblas no son capaces <strong>de</strong> extinguirla. Es posible el valor, la convicción, el<br />

compromiso. No se trata sólo <strong>de</strong> nobles i<strong>de</strong>ales, sino <strong>de</strong> <strong>un</strong>a realidad viviente. Eso es lo que<br />

nos enseñan los mártires mo<strong>de</strong>rnos.<br />

Y también nos enseñan que la Iglesia, a pesar <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>bilida<strong>de</strong>s y pecados, es capaz <strong>de</strong><br />

generar espíritus <strong>de</strong> primera. Probablemente sabes que la Iglesia Católica en Alemania está<br />

pasando <strong>un</strong>a mala racha. De hecho, en mi parroquia <strong>de</strong> los alre<strong>de</strong>dores <strong>de</strong> Washington hay<br />

más gente que acu<strong>de</strong> a misa <strong>de</strong> 8,00 <strong>un</strong> miércoles por la mañana, que la que yo pu<strong>de</strong> contar en<br />

la catedral <strong>de</strong> M<strong>un</strong>ich <strong>un</strong> domingo a las 12,00. Sin embargo, la Iglesia Alemana es<br />

inmensamente rica (por el impuesto para el culto) y muchos <strong>de</strong> sus pastores todavía están<br />

convencidos <strong>de</strong> que el catolicismo alemán es la p<strong>un</strong>ta <strong>de</strong> lanza <strong>de</strong> la Iglesia <strong>un</strong>iversal. Todo eso<br />

es muy extraño. Un día, a finales <strong>de</strong>l año 2001, hablaba yo con el Car<strong>de</strong>nal Joachim Meisner,<br />

arzobispo <strong>de</strong> Colonia, sobre esos problemas, y le preg<strong>un</strong>té: «Eminencia, ¿qué consi<strong>de</strong>raría el<br />

catolicismo alemán <strong>de</strong>l siglo XX como lo más importante que <strong>de</strong>biera transmitir la Iglesia


alemana durante el siglo XXI?». Sin dudar ni <strong>un</strong> seg<strong>un</strong>do, el car<strong>de</strong>nal me contestó: «Los<br />

ochocientos nombres escritos en el <strong>Libro</strong> <strong>de</strong> los Mártires».<br />

No mencionó los recursos financieros <strong>de</strong> la Iglesia ni sus extensos vínculos con el llamado<br />

Tercer M<strong>un</strong>do (en <strong>un</strong> solo año, las agencias católicas para el <strong>de</strong>sarrollo prestan a la Iglesia <strong>de</strong><br />

los países en vías <strong>de</strong> <strong>de</strong>sarrollo más ayuda que el presupuesto global <strong>de</strong> la Agencia Americana<br />

para el Desarrollo Internacional). Tampoco hizo mención <strong>de</strong> la ciencia alemana, <strong>de</strong> los cientos<br />

<strong>de</strong> teólogos alemanes <strong>de</strong> primera línea, ni <strong>de</strong> la gran tradición en el campo <strong>de</strong> los estudios<br />

bíblicos. Sólo mencionó con la mayor convicción: «Los ochocientos nombres escritos en el<br />

<strong>Libro</strong> <strong>de</strong> los Mártires», testimonio <strong>de</strong> los hombres y mujeres que mantuvieron la antorcha<br />

encendida en el paganismo <strong>de</strong> los nazis y <strong>de</strong> los com<strong>un</strong>istas. De ese modo, el Car<strong>de</strong>nal<br />

expresaba que sólo eso podría revivificar el catolicismo en Alemania. Según la antigua máxima:<br />

«La sangre <strong>de</strong> los mártires es semilla <strong>de</strong> cristianos», pienso que estaba en lo cierto. ¿En quién<br />

<strong>de</strong>berán mirarse los jóvenes alemanes en busca <strong>de</strong> inspiración religiosa? ¿En los intelectuales,<br />

que se sienten más a gusto proclamando lo que no creen, en vez <strong>de</strong> lo que creen, o en los<br />

mártires?<br />

¿Por qué siempre se ha consi<strong>de</strong>rado el martirio como la forma más sublime <strong>de</strong> testimonio<br />

cristiano? A mi parecer, por esa «ley <strong>de</strong>l don», <strong>de</strong> la que hemos hablado antes. Si la ley <strong>de</strong> la<br />

donación personal está impresa en nuestro interior como auténtica estructura <strong>de</strong> nuestra vida<br />

moral y espiritual, la forma más radical <strong>de</strong> esa donación es <strong>un</strong>a entrega «hasta la muerte», en<br />

el sentido más literal. El mártir es el cristiano más parecido a Cristo crucificado, el testigo que<br />

con su propia muerte hace la donación más completa y más radical <strong>de</strong> sí mismo.<br />

Probablemente, tú no estás llamado a sufrir el martirio, en el sentido literal <strong>de</strong>l término. Pero<br />

los mártires nos enseñan también que la muerte a sí mismo es la forma más sublime <strong>de</strong><br />

liberación humana. Y ese modo <strong>de</strong> morir es algo que po<strong>de</strong>mos y <strong>de</strong>bemos hacer cada día.<br />

El sufrimiento y la muerte nos hacen mucho bien. Sí; por extraño que pueda parecer.


12- CATEDRAL DE CHARTRES, FRANCIA: LO QUE NOS ENSEÑA LA<br />

BELLEZA<br />

En <strong>un</strong>a carta anterior sugería yo, no sin cierta temeridad, que la Capilla Sixtina es, quizá, el<br />

recinto más espectacular <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do. Me vas a permitir que continúe en ese terreno <strong>de</strong> las<br />

comparaciones y proponga la catedral <strong>de</strong> Chartres como el edificio más extraordinario <strong>de</strong>l<br />

m<strong>un</strong>do. Yo he estado en la Cúpula <strong>de</strong> la Roca, en Jerusalén; es <strong>un</strong>a construcción magnífica,<br />

pero no es Chartres. No conozco el Taj Mahal, pero dudo que pueda rivalizar con Chartres,<br />

monumento <strong>de</strong> piedra y vidrio en el que se mezclan la obediencia <strong>de</strong> la fe y <strong>un</strong> apasionado<br />

amor por Cristo, por María y por el m<strong>un</strong>do, j<strong>un</strong>to a la belleza <strong>de</strong> lo humano. Y el resultado ha<br />

sido exactamente lo que imaginaron sus constructores, <strong>un</strong>a antesala <strong>de</strong>l cielo.<br />

Lo más aconsejable es visitar esta catedral cuando todavía se es <strong>joven</strong>. Yo tenía ya cuarenta y<br />

seis años cuando visité Chartres por primera vez, en compañía <strong>de</strong> mi amigo Jean Duchesne.<br />

Jean había estado muy ocupado con los preparativos <strong>de</strong>l Día Internacional <strong>de</strong> la Juventud, que<br />

se celebró en París el año 1997. Esos días los pasé con su familia en su apartamento <strong>de</strong> París.<br />

Después <strong>de</strong> <strong>un</strong>a semana muy ajetreada, nos fuimos todos a <strong>un</strong> lugar <strong>de</strong> Normandía, propiedad<br />

<strong>de</strong> la familia Duchesne, para <strong>un</strong> breve <strong>de</strong>scanso. Des<strong>de</strong> allí, Jean y yo cogimos el coche y<br />

fuimos a pasar el día en Chartres. Después <strong>de</strong> <strong>un</strong> agradable paseo por la campiña francesa,<br />

divisamos la ciudad en el horizonte casi sin darnos cuenta: <strong>un</strong> gran barco <strong>de</strong> piedra, sólido y a<br />

la vez etéreo, que se perfilaba contra el cielo. Imagínate cuál sería la sensación <strong>de</strong> <strong>un</strong> peregrino<br />

medieval que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> patear polvorientas carreteras y campos <strong>de</strong> espigas ya doradas, se<br />

encontraba <strong>de</strong> repente con esa visión.<br />

Mi natural no es precisamente contemplativo. Pero la catedral <strong>de</strong> Chartres tenía algo que me<br />

<strong>de</strong>jó literalmente boquiabierto. Cuando por primera vez veo o analizo <strong>un</strong>a construcción<br />

interesante, me encanta comentarlo con mis amigos o con <strong>un</strong> guía competente. Pero aquí no<br />

fue así. Aquí, yo sólo quería mirar, admirar y quedar absorto. Absorto, ¿en qué? No es fácil<br />

expresarlo. Quizá lo mejor sea llamarlo simplemente la belleza <strong>de</strong>l lugar, la belleza <strong>de</strong> las<br />

vidrieras <strong>de</strong> Chartres. Yo no quería hablar <strong>de</strong> ello; sólo quería que el esplendor luminoso <strong>de</strong><br />

esas vidrieras incomparables me invadiera y me anegara en gigantescas oleadas. Tuve la<br />

sensación <strong>de</strong> estar rezando, pero sin palabras. Igual que las estaciones <strong>un</strong>décima y duodécima<br />

<strong>de</strong>l Via Crucis en la iglesia <strong>de</strong>l Santo Sepulcro en Jerusalén, a<strong>un</strong>que por motivos muy<br />

diferentes, Chartres nos invita a «practicar la presencia», a quedarnos quietos, a estar<br />

sencillamente en la presencia <strong>de</strong> Dios, tan bella, tan inquietante, tan pacificadora.<br />

Eso es, en realidad, lo que hice durante casi tres horas, antes <strong>de</strong> que mi amigo, práctico como<br />

buen francés, me indicara que era hora <strong>de</strong> comer.<br />

Mientras comíamos nos pusimos a hablar sobre el arte gótico y sus peculiarida<strong>de</strong>s. Ya sabes<br />

cómo las estructuras <strong>de</strong> la bóveda, la altura <strong>de</strong> las columnas y los arbotantes <strong>de</strong> las catedrales


góticas evocan la sensación <strong>de</strong> trascen<strong>de</strong>ncia. Y eso mismo hacen, obviamente, esas<br />

extraordinarias «pare<strong>de</strong>s» <strong>de</strong> vidrio enmarcadas en piedra primorosamente cincelada. El<br />

gótico produce <strong>un</strong>a sensación <strong>de</strong> estar en vilo, <strong>de</strong> flotar en el espacio; y cuando «entras» en el<br />

gótico, no pue<strong>de</strong>s menos <strong>de</strong> experimentar la sensación <strong>de</strong> lo impon<strong>de</strong>rable. Pero tú ya sabes<br />

todo eso. Mi amigo Duchesne me sugirió alg<strong>un</strong>as razones más para admirar la característica<br />

permeabilidad <strong>de</strong>l gótico a la hora <strong>de</strong> expresar la trascen<strong>de</strong>ncia.<br />

Jean observó que el gótico es <strong>un</strong>a forma <strong>de</strong> arquitectura cristiana particularmente lograda<br />

porque es errática. Los elementos no son <strong>un</strong>iformes. Chartres, por ejemplo, trasluce <strong>un</strong>a<br />

vol<strong>un</strong>tad <strong>de</strong> no ser <strong>un</strong>iforme. Las gran<strong>de</strong>s torres no son gemelas: <strong>un</strong>a, profusamente <strong>de</strong>corada<br />

con retículas <strong>de</strong> piedra, y la otra simplemente retejada. Luego están los tres gran<strong>de</strong>s<br />

rosetones, cada <strong>un</strong>o estructurado con distinta figura geométrica. Mientras en el rosetón sur<br />

predominan los círculos, en el rosetón norte son los cuadrados, y en el rosetón oeste los<br />

círculos encuadrados en elipses asimétricas. Jean sugirió que ese galimatías era plenamente<br />

<strong>de</strong>liberado. En realidad, Dios no creó <strong>un</strong> m<strong>un</strong>do perfectamente simétrico, y los arquitectos <strong>de</strong><br />

Chartres quisieron reflejarlo en su propio diseño.<br />

El gótico también sabe combinar lo mayestático y lo personal <strong>de</strong> manera diferente a la <strong>de</strong><br />

otros estilos arquitectónicos. La majestad <strong>de</strong> Chartres es evi<strong>de</strong>nte. Quizá haya que esforzarse<br />

<strong>un</strong> poco para reconocer lo personal; pero está ahí. La gente que con su generosidad hizo<br />

posible <strong>un</strong>a obra como la catedral <strong>de</strong> Chartres se pue<strong>de</strong> reconocer en esas vidrieras tan<br />

extraordinarias. Campesinos, sacerdotes, nobles, costureros, pana<strong>de</strong>ros, carniceros,<br />

banqueros, pesca<strong>de</strong>ros, viñateros, herreros, farmacéuticos, merceros, carreteros, carpinteros,<br />

zapateros y peregrinos, todos contribuyeron a la construcción <strong>de</strong> la catedral <strong>de</strong> Chartres.<br />

Todos están presentes no por su nombre, sino por su imagen luminosa, en más <strong>de</strong> cien<br />

escenas diseminadas por las vidrieras. Alg<strong>un</strong>os <strong>de</strong> ellos contribuyeron con toda su fort<strong>un</strong>a,<br />

otros colaboraron en menor medida, pero con algo más que el óbolo <strong>de</strong> la viuda bíblica. Todos<br />

están allí, todos cuentan en esa <strong>de</strong>mocracia <strong>de</strong> dar y recibir que es la Iglesia.<br />

Y su presencia es <strong>de</strong> lo más pertinente, porque la construcción <strong>de</strong> Chartres, que sin duda exigió<br />

<strong>un</strong>a enorme habilidad y pericia técnica, fue <strong>un</strong>a obra eminentemente populista. Esa actual<br />

maravilla gótica se construyó sobre <strong>un</strong>a estructura anterior seriamente dañada por <strong>un</strong><br />

incendio que arrasó gran parte <strong>de</strong> la ciudad, <strong>de</strong>jando sólo la antigua cripta, los cimientos <strong>de</strong> la<br />

torre y la fachada oeste <strong>de</strong> la vieja catedral <strong>de</strong>l siglo XII. Al conocerse que se había salvado la<br />

reliquia más preciosa, la «Sancta Camisia», <strong>un</strong>a vestimenta que se creía que había pertenecido<br />

a la Virgen María cuando dio a luz a Cristo, la gente empezó a pedir que se construyera <strong>un</strong>a<br />

nueva catedral. Miles <strong>de</strong> personas se presentaron como vol<strong>un</strong>tarias en la cantera <strong>de</strong> Berchères<br />

cantando himnos religiosos. Llenaron <strong>un</strong> montón <strong>de</strong> carretas con enormes bloques <strong>de</strong> piedra y<br />

arrastraron la carga <strong>un</strong>os diez kilómetros hasta llegar a Chartres, cantando durante todo el<br />

camino.<br />

El proyecto <strong>de</strong> la nueva Chartres fue acompañado <strong>de</strong> <strong>un</strong>a generosidad excepcional. El incendio<br />

se produjo el año 1194, y para el 1223, al cabo <strong>de</strong> menos <strong>de</strong> treinta años, ya se había<br />

completado la mayor parte <strong>de</strong> la estructura que hoy se conoce, gracias a la generosidad y<br />

filantropía <strong>de</strong> los donantes y al entusiasmo <strong>de</strong> los arquitectos constructores. La catedral <strong>de</strong> la<br />

As<strong>un</strong>ción <strong>de</strong> Nuestra Señora no fue consagrada hasta el año 1260, cuando afort<strong>un</strong>adamente se


abandonó la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> añadir nueve torres. El grueso <strong>de</strong> la obra se había construido en tiempo<br />

récord, teniendo en cuenta que no había electricidad ni existían las grúas gigantes que hoy se<br />

pue<strong>de</strong>n ver en cualquier construcción <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do.<br />

Y todo eso, ¿por qué? Personalmente, pienso que hubo varias razones, y todas muy<br />

interesantes. La «Sancta Camisia» era <strong>un</strong>a reliquia famosa que atraía a gran número <strong>de</strong><br />

peregrinos. Los habitantes <strong>de</strong> Chartres consi<strong>de</strong>raban su catedral como «el palacio terrestre <strong>de</strong><br />

la Reina <strong>de</strong>l Ciclo», según el gran erudito y guía <strong>de</strong> Chartres, Malcolm Miller. Y si el palacio <strong>de</strong><br />

la reina se había quemado, sus súbditos leales tenían que construirle otra resi<strong>de</strong>ncia, más<br />

espléndida que la anterior. Ese fue, sin duda, <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los factores que influyeron <strong>de</strong>cisivamente<br />

en la rápida reconstrucción <strong>de</strong> Chartres.<br />

A<strong>de</strong>más, había <strong>un</strong>a sensación <strong>de</strong> espera que invadía la existencia medieval. En la Edad Media<br />

se tomaba muy en serio la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la Seg<strong>un</strong>da Venida <strong>de</strong> Cristo. Pero el Señor había dicho: «El<br />

día y la hora nadie los sabe, ni siquiera los ángeles <strong>de</strong>l cielo ni el Hijo, sólo y únicamente el<br />

Padre» (Mt 24,36). Por eso, lo mejor era estar preparados; y por «preparados», los medievales<br />

entendían algo más que la mera preocupación por sus propias almas. En eso se incluía<br />

preparar <strong>un</strong> sitio a<strong>de</strong>cuado para dar la bienvenida a Cristo en su retorno glorioso. Difícilmente<br />

podrás enten<strong>de</strong>r la fantástica explosión <strong>de</strong> creatividad que estalla en las gran<strong>de</strong>s catedrales<br />

góticas, si no tienes en cuenta que la gente estaba convencida <strong>de</strong> que así estaba preparando<br />

<strong>un</strong>a morada al propio Cristo. Y eso era <strong>un</strong>a po<strong>de</strong>rosa fuente <strong>de</strong> energía, <strong>de</strong> creatividad y <strong>de</strong><br />

generosidad.<br />

Estas convicciones explican también por qué las vidrieras <strong>de</strong> Chartres están organizadas como<br />

lo están. Probablemente has oído que las vidrieras góticas son eminentemente didácticas, es<br />

<strong>de</strong>cir, que preten<strong>de</strong>n enseñar a los ignorantes las i<strong>de</strong>as básicas <strong>de</strong> la historia bíblica y <strong>de</strong> la fe<br />

cristiana. No cabe duda que realmente es así; pero apreciar el genio imaginativo <strong>de</strong> <strong>un</strong>a<br />

construcción como la catedral <strong>de</strong> Chartres significa ampliar el campo <strong>de</strong> nuestra capacidad <strong>de</strong><br />

comprensión. Y es que los diseñadores <strong>de</strong> las vidrieras <strong>de</strong> Chartres y los maestros que llevaron<br />

a la práctica sus diseños pretendieron que eso fuera, ni más ni menos, <strong>un</strong> relato exhaustivo <strong>de</strong><br />

la historia bíblica, <strong>de</strong> la historia leída como «Historia <strong>de</strong> Cristo» (His-story), por recuperar <strong>un</strong>a<br />

imagen que ya he empleado antes. Esa intención coincidía con la finalidad didáctica <strong>de</strong> las<br />

vidrieras. ¿Qué mejor recepción para Cristo, en su retomo glorioso, que <strong>un</strong>a presentación <strong>de</strong> la<br />

historia que llevó al m<strong>un</strong>do a su p<strong>un</strong>to culminante, al reconocer y aclamar a Cristo como su<br />

Re<strong>de</strong>ntor?<br />

Por eso, el primer espléndido cuartelo <strong>de</strong> vidrieras sobre la puerta regia <strong>de</strong> la entrada, el<br />

rosetón oeste y las tres ojivas que lo enmarcan son <strong>un</strong> resumen <strong>de</strong> la magnífica narración que<br />

se <strong>de</strong>sarrolla en el resto <strong>de</strong> la catedral. La ventana ventral, la más gran<strong>de</strong>, <strong>de</strong>l tríptico <strong>de</strong> ojivas<br />

explica la Encarnación. Su centralidad se <strong>de</strong>be al hecho <strong>de</strong> que nos presenta la dinámica<br />

f<strong>un</strong>damental <strong>de</strong> la historia: el amor <strong>de</strong> Dios al m<strong>un</strong>do, que se manifiesta en la venida <strong>de</strong> su Hijo<br />

en la carne, para salvar al m<strong>un</strong>do. La ojiva izquierda <strong>de</strong>scribe la Pasión y Resurrección <strong>de</strong> Jesús,<br />

igualmente maravillosa en su evocación <strong>de</strong>l acto central <strong>de</strong>l drama <strong>de</strong> salvación. El rosetón<br />

oeste está <strong>de</strong>dicado al Juicio Final, el clímax <strong>de</strong> la historia como «Historia <strong>de</strong> Cristo» (His-story).<br />

Pero quizá sea la ojiva <strong>de</strong>recha, bajo el rosetón, la que mejor expresa la riqueza <strong>de</strong> la fe y <strong>de</strong> la<br />

imaginación medieval, mediante el empleo <strong>de</strong> <strong>un</strong>a <strong>de</strong> las imágenes favoritas <strong>de</strong> la religiosidad


<strong>de</strong> la época: el Árbol <strong>de</strong> Jesé. Me vas a permitir <strong>un</strong>a cita <strong>de</strong> la <strong>de</strong>scripción que ofrece Malcolm<br />

Miller:<br />

Jesé, el padre <strong>de</strong> David, aparece en la parte inferior <strong>de</strong> la vidriera reclinado en <strong>un</strong> lecho<br />

<strong>de</strong> sábanas blancas. El personaje está arropado con <strong>un</strong>a manta roja <strong>de</strong> cenefa amarilla<br />

[...] Está <strong>de</strong>scalzo, igual que los profetas y los evangelistas [...] Sobre él, <strong>un</strong>a lámpara<br />

cuelga <strong>de</strong> <strong>un</strong>a ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> oro y se agita <strong>un</strong>a cortina pendiente <strong>de</strong> <strong>un</strong> arco rojo<br />

semicircular que <strong>de</strong>ja ver, al fondo, la ciudad regia <strong>de</strong> David, Belén.<br />

De la pechina <strong>de</strong> Jesé, la fuente <strong>de</strong> vida, no brota <strong>un</strong> vástago, sino el tocón <strong>de</strong> <strong>un</strong> árbol,<br />

en cuyo centro se pue<strong>de</strong> ver claramente la savia que corre a través <strong>de</strong> <strong>un</strong>a sucesión <strong>de</strong><br />

cuatro reyes <strong>de</strong> Judá, con ricos vestidos rojos, ver<strong>de</strong>s, amarillos y purpúreos sobre <strong>un</strong><br />

fondo <strong>de</strong> azul intenso [...]. A pesar <strong>de</strong> que ning<strong>un</strong>o lleva atributos o inscripciones, las<br />

cuatro figuras coronadas podrían representar a David, Salomón, Roboán y y Abías, el<br />

primero <strong>de</strong> los veintiocho reyes <strong>de</strong> Judá que, según la larga lista <strong>de</strong> Mateo, fueron los<br />

antecesores regios <strong>de</strong> Cristo [...]<br />

En la copa <strong>de</strong>l árbol aparece Cristo sentado [...] ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> palomas que simbolizan los<br />

siete dones <strong>de</strong>l Espíritu Santo [...] Dentro <strong>de</strong> los semicírculos rojos, a ambos lados <strong>de</strong> las<br />

figuras que aparecen en el árbol, y vueltos hacia ellas, están catorce profetas <strong>de</strong>l<br />

Antiguo Testamento con <strong>un</strong> rollo en la mano, en el que están escritos sus nombres [...]<br />

De ese modo, los antepasados espirituales <strong>de</strong> Cristo enmarcan a sus antecesores en la<br />

carne y se preparan para an<strong>un</strong>ciar la Encarnación, el cumplimiento <strong>de</strong> las profecías, en<br />

la adyacente vidriera central.<br />

Chartres no se pue<strong>de</strong> concebir sin la obediencia <strong>de</strong> la fe. Los arquitectos pensaron que ofrecían<br />

<strong>un</strong>a representación terrestre <strong>de</strong> la Nueva Jerusalén, a<strong>un</strong>que quizá el término «representación»<br />

no sea el más a<strong>de</strong>cuado. No sólo los arquitectos <strong>de</strong> Chartres, sino también los particulares que<br />

colaboraron con sus donaciones a su construcción, estaban convencidos <strong>de</strong> que, en ese sitio,<br />

estaban en la antesala <strong>de</strong>l cielo. Chartres es la única «frontera» entre lo m<strong>un</strong>dano y lo<br />

trascen<strong>de</strong>nte, entre lo visible y lo invisible, entre lo ordinario y lo extraordinario, entre lo<br />

humano y lo divino. Y eso es exactamente, lo que se quiso que fuera. Por eso, Chartres produce<br />

el efecto que se le atribuye, el <strong>de</strong> inspirar <strong>un</strong> temor reverencial. Y por eso, nos <strong>de</strong>ja<br />

boquiabiertos. En palabras <strong>de</strong> Malcolm Miller, atravesar la puerta regia y penetrar en ese<br />

espacio privilegiado es como «atravesar las puertas <strong>de</strong>l Paraíso y entrar en la ciudad celeste,<br />

con sus murallas abiertas y sus ventanas brillantes como perlas que dif<strong>un</strong><strong>de</strong>n <strong>un</strong>a esencia<br />

mística y divina: la luz».<br />

Chartres es <strong>un</strong>a impresionante expresión y, al mismo tiempo, <strong>un</strong>a po<strong>de</strong>rosa confirmación <strong>de</strong> la<br />

imaginación sacramental católica. Aquí se pue<strong>de</strong> experimentar, en su brillante y luminoso<br />

colorido, la apertura <strong>de</strong> este m<strong>un</strong>do al m<strong>un</strong>do auténticamente real.<br />

Experimentar directamente la incomparable belleza <strong>de</strong> Chartres es la razón primaria <strong>de</strong><br />

nuestra visita. Al mismo tiempo, al fijar esa belleza en tu mente, permíteme sugerirte que hay<br />

algo muy importante que se pue<strong>de</strong> apren<strong>de</strong>r aquí, algo que toca directamente a tu fe católica.


Chartres confirma po<strong>de</strong>rosamente la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> nuestro viejo amigo Chesterton, <strong>de</strong> que la<br />

tradición es la <strong>de</strong>mocracia <strong>de</strong> los muertos. ¿Po<strong>de</strong>mos dar a los constructores <strong>de</strong> Chartres <strong>un</strong><br />

«voto <strong>de</strong> confianza» sobre la formación <strong>de</strong> nuestra humanidad y <strong>de</strong> nuestra fe <strong>de</strong> hoy? Espero<br />

que sea así. Prescindir <strong>de</strong> <strong>un</strong>a civilización que produjo algo tan soberanamente bello, sería<br />

lobototomizarse culturalmente. Cuando yo era niño, se urgía a los jóvenes <strong>católico</strong>s<br />

intelectualmente más dotados a que leyeran <strong>un</strong> libro cuyo título era, ni más ni menos, El Siglo<br />

XIII, el más importante <strong>de</strong> los siglos. Ahora, yo ya no estaría tan dispuesto a <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r esa<br />

postura, sobre todo porque preferiría <strong>un</strong> siglo XIII, o cualquiera otro, en el que hubiera<br />

<strong>de</strong>ntistas y fontaneros, y que dispusiera <strong>de</strong> antibióticos y <strong>de</strong> anestésicos. Pero esa especie <strong>de</strong><br />

medievalismo dogmático plantea <strong>un</strong>a cuestión que habrá que tener muy en cuenta: la Edad<br />

Media, ¿no habrá cobrado <strong>un</strong>a reputación negativa que perjudica al individuo, e incluso al<br />

proyecto humano, tal como lo pensamos aquí y ahora?<br />

En la cultura americana (y en parte, también en la europea), el calificativo «medieval» ha<br />

adquirido <strong>un</strong>a tonalidad más bien <strong>de</strong>spectiva, como sinónimo <strong>de</strong> «oscurantista»,<br />

«anti<strong>de</strong>mocrático», «primitivo», «inculto». Pero aquí, en Chartres, será muy difícil aceptar sin<br />

más ese significado.<br />

No hay nada «oscurantista» en <strong>un</strong>a obra humana que se sirve <strong>de</strong> la luz para crear po<strong>de</strong>rosas<br />

experiencias visuales y emotivas con respecto a la trascen<strong>de</strong>ncia. El m<strong>un</strong>do medieval, como lo<br />

representa la catedral <strong>de</strong> Chartres, lejos <strong>de</strong> ser «oscurantista», es cegadoramente luminoso. Y<br />

por lo que se refiere a «anti<strong>de</strong>mocrático», baste contemplar esa procesión <strong>de</strong> trabajadores y<br />

comerciantes que se recoge y se inmortaliza en las vidrieras. Hay aquí <strong>un</strong>a sensibilidad<br />

<strong>de</strong>mocrática mucho mayor que, por ejemplo, en las primeras iglesias protestantes <strong>de</strong> Estados<br />

Unidos, con sus puestos reservados para las clases altas y sus balconadas para los esclavos y<br />

los sirvientes.<br />

¿«Primitivo»? Nada <strong>de</strong> eso. Más bien, todo lo contrario. La <strong>un</strong>idad <strong>de</strong>l diseño y la integridad<br />

iconográfica <strong>de</strong> Chartres nos habla <strong>de</strong> gente con las i<strong>de</strong>as claras sobre quiénes eran, sobre<br />

cómo iba el m<strong>un</strong>do y sobre la coherencia global <strong>de</strong> la realidad. La situación era completamente<br />

distinta <strong>de</strong>l actual m<strong>un</strong>do <strong>un</strong>iversitario, en el que <strong>un</strong>a minoría pue<strong>de</strong> dictaminar que cualquier<br />

cosa es «verdad», <strong>de</strong> modo que se acaba por creer las cosas mis absurdas sobre lo que<br />

realmente constituye la felicidad humana. (Recuerda <strong>un</strong>a vez más a nuestro querido<br />

Chesterton: «La gente que ha <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> creer en Dios, no sólo no cree en nada, sino que cree<br />

en todo».)<br />

¿«Inculto», «no ilustrado»? Al revés. La catedral <strong>de</strong> Chartres es <strong>un</strong> lugar <strong>de</strong> luz, construido para<br />

la luz y la ilustración. La insistencia <strong>de</strong> Chartres en la complexiva dualidad: «visible e invisible»,<br />

«naturaleza y gracia», «materia y trascen<strong>de</strong>ncia», es más humana y humanizadora, más<br />

iluminada e iluminadora que el monótono, ciego y cerrado m<strong>un</strong>do <strong>de</strong>l mo<strong>de</strong>rno secularismo<br />

materialista.<br />

Por eso, si <strong>un</strong>a visita a Chartres te enseña lo que Mr. Jefferson <strong>de</strong>nominaría <strong>un</strong> «respeto<br />

<strong>de</strong>cente», que en este caso es la rica experiencia humana y espiritual <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do <strong>de</strong>l<br />

Medioevo, habrá valido la pena hacer el viaje.


Chartres nos enseña, a<strong>de</strong>más, la importancia <strong>de</strong> la belleza y <strong>de</strong> lo bello para la fe católica. Lo<br />

más triste es que buena parte <strong>de</strong>l catolicismo mo<strong>de</strong>rno está instalado en la fealdad:<br />

construcciones feas, mobiliario convencional, <strong>de</strong>coración <strong>de</strong>ca<strong>de</strong>nte, vestiduras anticuadas,<br />

música ratonera. Seguro que hay excepciones. Pero por lo general, al menos en Estados<br />

Unidos, la ten<strong>de</strong>ncia católica no es, por <strong>de</strong>cirlo suavemente, hacia lo bello. Y eso no es <strong>un</strong><br />

simple problema estético. Es, más bien, <strong>un</strong> serio problema religioso y teológico.<br />

¿Por qué? Sencillamente, porque la belleza nos ayuda a prepararnos para sentimos<br />

confortables en el cielo, viviendo eternamente en la presencia <strong>de</strong> Dios. La belleza <strong>de</strong> las cosas,<br />

la belleza <strong>de</strong> la música, nos saca <strong>de</strong> nuestra monotonía y nos impulsa a encontrarnos con la<br />

verdad que nos supera, pero que es accesible a nuestros sentidos. En estas cartas he hablado<br />

mucho sobre el don <strong>de</strong> nosotros mismos (no sobre la afirmación <strong>de</strong>l propio yo) como camino<br />

regio hacia la felicidad humana y hacia el crecimiento espiritual. Pues bien, no hay mayor<br />

obstáculos para la donación <strong>de</strong> sí mismo que la absorción en el propio yo. Y la belleza, que <strong>de</strong><br />

por sí nos saca <strong>de</strong> nosotros mismos, es el mejor antídoto contra esa absorción. La belleza <strong>de</strong><br />

Beatriz logró que Dante saliera <strong>de</strong> sí mismo y se embarcara en su viaje al Paraíso, hacia <strong>un</strong><br />

encuentro con la belleza, que es el núcleo mismo <strong>de</strong>l amor. Pues esa misma experiencia nos es<br />

accesible en nuestro encuentro con lo bello.<br />

Gozar <strong>de</strong> la belleza es otra anticipación <strong>de</strong> la vida en el Reino, otro modo <strong>de</strong> prepararnos para<br />

entrar en él. ¿Cómo podremos llegar a ser <strong>un</strong>a clase <strong>de</strong> gente que se sienta feliz por toda la<br />

eternidad, sobre todo si somos congénitamente <strong>un</strong>os cascarrabias? La belleza, que nos<br />

proporciona aquí y ahora <strong>un</strong>a experiencia <strong>de</strong>l gozo más puro, nos sirve <strong>de</strong> preparación para<br />

<strong>un</strong>a vida con y en Dios. Así actúa la belleza inexhaurible, es <strong>de</strong>cir, el hecho <strong>de</strong> que n<strong>un</strong>ca nos<br />

cansemos <strong>de</strong> contemplar la belleza <strong>de</strong> <strong>un</strong>a pintura, <strong>de</strong> <strong>un</strong>a escultura, <strong>de</strong> <strong>un</strong> edificio, <strong>de</strong> <strong>un</strong><br />

poema, <strong>de</strong> <strong>un</strong>a pieza musical. En mi última carta te hablaba <strong>de</strong> la amistad y <strong>de</strong>l anhelo <strong>de</strong><br />

comprensión como realida<strong>de</strong>s humanas que po<strong>de</strong>mos concebir como <strong>un</strong> proceso <strong>de</strong><br />

«crecimiento» hasta el infinito. Pues eso mismo se aplica al carácter inexhaurible <strong>de</strong> la belleza,<br />

que es otra <strong>de</strong> las razones por las que la belleza prepara, e incluso anticipa, la vida en el Reino,<br />

la vida eterna con Dios. Como <strong>un</strong> día escribió Hans Urs von Bahhasar, cuanto más conocemos,<br />

amamos y disfrutamos <strong>un</strong>a gran obra <strong>de</strong> arte, más reconocemos nuestra incapacidad para<br />

«enten<strong>de</strong>r» <strong>de</strong> veras el genio que la inspiró. Por eso, siempre nos quedamos cortos ante <strong>un</strong>a<br />

gran obra <strong>de</strong> arte. Así es como nos prepararnos para «contemplar a Dios en la visión beatífica,<br />

cuando lleguemos a enten<strong>de</strong>r que Dios es semper maior, es <strong>de</strong>cir, más y más gran<strong>de</strong>».<br />

De ese modo, la belleza nos ayuda a prof<strong>un</strong>dizar en la comprensión <strong>de</strong> nuestro <strong>de</strong>stino<br />

humano y espiritual, que es <strong>un</strong>a vida eterna en la luz y en el amor <strong>de</strong> la Trinidad. Pero la<br />

belleza posee otra vinculación con la fe, que quisiera mencionar brevemente.<br />

La belleza es <strong>un</strong>a realidad que hasta los mo<strong>de</strong>rnos más escépticos son capaces <strong>de</strong> conocer.<br />

Hans Urs von Balthasar escribió <strong>un</strong>a vez que la gente que alberga dudas sobre lo que pue<strong>de</strong><br />

afirmar que es bueno o verda<strong>de</strong>ro no pue<strong>de</strong> ser igualmente escéptica sobre el significado <strong>de</strong> la<br />

belleza, <strong>un</strong>a vez que la ha experimentado. La gente sabe que sabe lo que es bello. De ese<br />

modo, la belleza es <strong>un</strong> camino para que nuestros amigos o colegas que son presa <strong>de</strong> la duda<br />

puedan ser introducidos en el misterio que en ocasiones ponen en duda: el misterio <strong>de</strong> que la<br />

verdad existe y po<strong>de</strong>mos conocerla. Una vez cruzado el puente <strong>de</strong>l escepticismo radical, los


esultados pue<strong>de</strong>n ser dramáticos y sorpren<strong>de</strong>ntes. Recordarás el caso <strong>de</strong>l Padre Jay Scott<br />

Newman, <strong>de</strong>l que hablé en <strong>un</strong>a carta anterior. Vale la pena observar que la belleza gótica <strong>de</strong> la<br />

capilla <strong>de</strong> Princeton influyó <strong>de</strong> manera consi<strong>de</strong>rable para liberarlo <strong>de</strong>l ateísmo racionalístico<br />

que había adoptado <strong>de</strong> <strong>joven</strong>, y llevarlo al encuentro con Cristo.<br />

* * *<br />

Todo esto nos conduce al gran mentor teológico <strong>de</strong> la Edad Media, san Agustín, con sus<br />

Confesiones. En el pasaje quizá mis famoso y más lírico <strong>de</strong> esta primera auténtica<br />

autobiografía, Agustín afronta su resistencia y, luego, celebra su rendición al Dios que es la<br />

Belleza personificada:<br />

Tar<strong>de</strong> te amé, Belleza siempre antigua y siempre nueva, tar<strong>de</strong> te amé.<br />

Tú estabas <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> mí, pero yo estaba fuera y era ahí don<strong>de</strong> te buscaba.<br />

En mi fealdad, yo me sumergía en La belleza <strong>de</strong> las cosas que Tú habías creado.<br />

Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo.<br />

Tu creación me apartaba <strong>de</strong> ti;<br />

Sin embargo, si no hubiera estado en ti no hubiera existido en ningún modo.<br />

Pero Tú gritaste, me llamaste, y penetraste mi sor<strong>de</strong>ra brillaste chispeante, e<br />

iluminaste mi ceguera.<br />

Derramaste sobre mí tu fragancia;<br />

Yo contuve mi respiración, y ahora suspiro por ti.<br />

Te he saboreado; y ahora tengo más hambre y más sed. Tú me tocaste, y yo me<br />

consumí en tu abrazo.<br />

El espíritu <strong>católico</strong> no pue<strong>de</strong> vivir sin la belleza y el espíritu humano tampoco. Si alg<strong>un</strong>a vez vas<br />

a Florencia, espero que no <strong>de</strong>jes <strong>de</strong> visitar el Convento <strong>de</strong> San Marco. Al subir las escaleras,<br />

llegará <strong>un</strong> momento en que te vuelvas a mirar hacia abajo, como lo hacemos todos. Cuando<br />

llegues a la cima, mira hacia arriba y te encontrarás, <strong>de</strong> repente, con la <strong>de</strong>licada belleza <strong>de</strong>l<br />

famoso fresco <strong>de</strong> la An<strong>un</strong>ciación, por Fra Angelico. Pero ese fresco no es lo único que se pue<strong>de</strong><br />

admirar en San Marco. Des<strong>de</strong> los tiempos en que Girolamo Savonarola regía la com<strong>un</strong>idad, se<br />

han conservado y restaurado <strong>un</strong>as docenas <strong>de</strong> celdas. Son pequeños habitáculos,<br />

naturalmente sin cañerías, que te dan <strong>un</strong>a i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la austeridad que presidía la vida <strong>de</strong> los<br />

frailes dominicos, a<strong>un</strong> sin el acicate que suponía la pasión <strong>de</strong> Savonarola por la penitencia.<br />

Pero también podrás observar otra cosa. Cada <strong>un</strong>a <strong>de</strong> esas celdas, que carecen <strong>de</strong> cualquier<br />

elemento que puedas calificar <strong>de</strong> confortable, posee <strong>un</strong> pequeño fresco pintado por Fra<br />

Angelico, con escenas <strong>de</strong> la vida <strong>de</strong> Cristo y <strong>de</strong> María. Des<strong>de</strong> el prior hasta el último monje,<br />

todos tenían <strong>un</strong> maravilloso Fra Angelico en su celda. Y es que todo el m<strong>un</strong>do tiene necesidad<br />

<strong>de</strong> verse ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> belleza. Lo necesitan nuestras almas como preparación para lo que nos<br />

espera en el momento en que, por fin, lleguemos a nuestra verda<strong>de</strong>ra morada.<br />

Los arquitectos <strong>de</strong> Chartres lo sabían muy bien. Y también lo sabía el prior que encargó a Fra<br />

Angelico llenar con <strong>un</strong> fresco cada <strong>un</strong>a <strong>de</strong> las habitaciones <strong>de</strong> sus monjes. Y también<br />

<strong>de</strong>beríamos saberlo hoy día cada <strong>un</strong>o <strong>de</strong> nosotros.<br />

* * *


Quisiera terminar esta carta atando alg<strong>un</strong>os cabos <strong>de</strong> nuestra conversación con <strong>un</strong> breve<br />

ap<strong>un</strong>te sobre los iconos. Las imágenes siempre han sido parte integrante <strong>de</strong> la <strong>de</strong>voción <strong>de</strong> las<br />

Iglesias Católicas Orientales que, a<strong>un</strong>que con su propia liturgia bizantina, han permanecido en<br />

plena com<strong>un</strong>ión con la Iglesia <strong>de</strong> Rama. Hasta fecha muy reciente, los iconos no habían sido<br />

significativos para la Iglesia Católica Occi<strong>de</strong>ntal. Ahora, en cambio, se pue<strong>de</strong>n encontrar en<br />

muchas tiendas especializadas que ofrecen objetos religiosos; incluso muchos <strong>católico</strong>s los<br />

tienen en sus casas para orar ante ellos.<br />

Y todo eso, ¿por qué? En parte, creo yo, como reacción a la escasa belleza <strong>de</strong> la que he<br />

hablado hace <strong>un</strong> momento. Hasta el más oscuro «espacio cúltico» (terrible neologismo <strong>de</strong> las<br />

Iglesias americanas) está ennoblecido por <strong>un</strong> icono. Después <strong>de</strong> muchas décadas preconciliares<br />

<strong>de</strong> <strong>un</strong> llamado «arte religioso», pue<strong>de</strong> ser que, a raíz <strong>de</strong>l Concilio Vaticano II, muchos <strong>católico</strong>s<br />

hayan <strong>de</strong>scubierto el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> los iconos. Pero sea como respuesta a las exigencias mo<strong>de</strong>rnas,<br />

o como rechazo al mal gusto <strong>de</strong>l catolicismo anterior, el nuevo interés por los iconos resulta<br />

muy instructivo por la misma razón que lo es la catedral <strong>de</strong> Chartres, es <strong>de</strong>cir, porque nos<br />

enseña que belleza y oración son dos realida<strong>de</strong>s que van siempre j<strong>un</strong>tas.<br />

Cuando Chartres nos invita a salir <strong>de</strong> nosotros mismos para entrar en el luminoso m<strong>un</strong>do <strong>de</strong> la<br />

belleza, nos está invitando a orar. Los artistas que fabricaron las vidrieras <strong>de</strong> la catedral <strong>de</strong><br />

Chartres con sus extraordinarios rojos y azules pretendían que su obra fuera <strong>un</strong> ofrecimiento a<br />

la Reina <strong>de</strong>l Cielo, patrona y protectora <strong>de</strong> su ciudad. Al mismo tiempo, eso era <strong>un</strong>a invitación<br />

a prof<strong>un</strong>dizar en el sentido <strong>de</strong> la condición humana, que lleva necesariamente a la alabanza y a<br />

la acción <strong>de</strong> gracias, a la intercesión y a la contrición, en <strong>un</strong>a palabra, a la oración. Pues eso<br />

mismo vale para los iconos. Creo que eso es lo que entien<strong>de</strong>n intuitivamente los que en la<br />

actualidad compran iconos o aceptan su presencia en las respectivas iglesias.<br />

Como ya dije anteriormente, no nos contentamos con mirar a los iconos, sino a través <strong>de</strong> ellos,<br />

para <strong>de</strong>scubrir que participamos <strong>de</strong> la misma verdad que movió a los artistas iconógrafos. En<br />

Christós Pantokrator <strong>de</strong>scubrimos la verdad <strong>de</strong>l propio Cristo, igual que en la Madonna negra<br />

admiramos a María, y en la famosa evocación <strong>de</strong> la visita <strong>de</strong> los ángeles a Abrahán, obra <strong>de</strong><br />

Rublev, percibimos la verdad <strong>de</strong> la Trinidad. Todo eso nos invita a orar, porque la belleza invita<br />

a la oración. El Dios que, según Agustín, es la «belleza siempre antigua y siempre nueva»<br />

<strong>de</strong>rrama su belleza sobre el m<strong>un</strong>do como <strong>un</strong>a muestra <strong>de</strong> la sed que tiene <strong>de</strong> nosotros. Dios<br />

nos pi<strong>de</strong> que bebamos aquí <strong>de</strong>l pozo <strong>de</strong> la belleza, para que <strong>un</strong> día podamos beber<br />

<strong>de</strong>finitivamente <strong>de</strong> su inefable e inexhaurible belleza en la Nueva Jerusalén <strong>de</strong>l cielo.<br />

En la belleza <strong>de</strong> Chartres encontramos lo que los Santos Padres griegos llamaban «divinización<br />

<strong>de</strong>l ser humano». Y el Car<strong>de</strong>nal Christoph Schönborn, O.P., arzobispo <strong>de</strong> Viena, nos recuerda<br />

que esa «divinización <strong>de</strong>l hombre» es posible por lo que el propio Car<strong>de</strong>nal llama<br />

«humanización <strong>de</strong> Dios», es <strong>de</strong>cir, el misterio <strong>de</strong> la Encarnación. Cuando Dios entra en la<br />

historia hecho carne, lo que queda radicalmente transformado no es sólo la historia, sino<br />

también las posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> lo humano. Por la Encarnación, la naturaleza humana camina<br />

hacia su cumplimiento en plenitud.<br />

Esa es la gran verdad que brilla en los inefables azules <strong>de</strong> las vidrieras <strong>de</strong> Chartres. Esa es la<br />

verdad que hace posible cualquier icono. Es gracia activa., por la que Dios <strong>de</strong>rrama sobre el<br />

m<strong>un</strong>do y sobre nuestra vidas la superab<strong>un</strong>dancia <strong>de</strong> su propia vida. Igual que Agustín


experimentarnos el más ardiente <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> abrazar la Belleza, siempre nueva y siempre la<br />

misma. Y ese <strong>de</strong>seo ardiente que Dios ha encendido en nosotros es el principio <strong>de</strong> don<strong>de</strong> brota<br />

toda oración.


13- CATEDRAL VIEJA, BALTIMORE: LA LIBERTAD POR<br />

EXCELENCIA<br />

Baltimore es la patria <strong>de</strong> la construcción católica con más historia en todo Estados Unidos. Hoy<br />

se la conoce por el extraño título <strong>de</strong> «Basílica <strong>de</strong>l Templo Nacional <strong>de</strong> la As<strong>un</strong>ción <strong>de</strong> la<br />

Bienaventurada Virgen María». Sin embargo, para los baltimorenses <strong>de</strong> mi generación es, fue y<br />

será «la Catedral Vieja». Los críticos <strong>de</strong> arquitectura y los historiadores confirmarán lo que<br />

parece bien claro si se mira hacia la Vieja Catedral <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el ángulo que forman la calle <strong>de</strong> la<br />

Catedral y la calle Mulberry. Se trata <strong>de</strong> <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los más típicos ejemplares <strong>de</strong>l período <strong>de</strong> la<br />

Arquitectura Fe<strong>de</strong>ral en América. Eso se verá aún más claro cuando terminen las obras <strong>de</strong><br />

restauración previstas para finales <strong>de</strong> este año, 2006. El arquitecto que construyó la primera<br />

catedral católica <strong>de</strong> América pretendió que fuera <strong>un</strong>a metáfora viva para el catolicismo y para<br />

América, para el catolicismo y la para <strong>de</strong>mocracia, para el catolicismo y para la libertad<br />

religiosa. Se pue<strong>de</strong> visitar su tumba en la cripta <strong>de</strong> la Vieja Catedral, en la parte posterior <strong>de</strong>l<br />

edificio.<br />

John Carroll, el primero y quizá el más discutido <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s obispos <strong>católico</strong>s <strong>de</strong> Estados<br />

Unidos, nació en Upper Marlborough, <strong>un</strong>a pequeña al<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l sur <strong>de</strong> Maryland, el año 1735. Su<br />

familia materna, los Darnall, estaba emparentada con el f<strong>un</strong>dador <strong>de</strong> la colonia, Lord<br />

Baltimore, que había fijado «Maryland» como centro <strong>de</strong> libertad religiosa para sus<br />

compañeros <strong>católico</strong>s ingleses en 1634. Su familia paterna, los Carroll, están en el origen <strong>de</strong><br />

generaciones y generaciones <strong>de</strong> distinguidas personalida<strong>de</strong>s, en las que se incluye Charles<br />

Carroll <strong>de</strong> Corrollton, primo <strong>de</strong> John Carroll y último signatario <strong>de</strong> la Declaración <strong>de</strong><br />

In<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia. John Carroll se hizo jesuita, se educó en Francia y empezó a ejercer su<br />

ministerio sacerdotal en Europa. Después <strong>de</strong> la supresión <strong>de</strong> los jesuitas por el papa Clemente<br />

XIV el año 1773, el Padre Carroll regresó a Maryland y vivió con su madre en lo que hoy día son<br />

los suburbios <strong>de</strong> Washington, D.C. Cuando estalló la Revolución Americana, el Padre Carroll fue<br />

reclutado para la causa patriótica y, en compañía <strong>de</strong> su primo Charles, <strong>de</strong> Benjamin Franklin y<br />

<strong>de</strong> Samuel Chase, se embarcó en <strong>un</strong>a infructuosa misión a Canadá para persuadir a los colonos<br />

<strong>de</strong> allí que se <strong>un</strong>ieran a la insurrección contra Gran Bretaña. Durante el camino <strong>de</strong> vuelta a<br />

casa, Franklin cayó gravemente enfermo y el Padre Carroll lo cuidó hasta que recobró la salud.<br />

Los dos mantuvieron <strong>un</strong>a prof<strong>un</strong>da amistad por el resto <strong>de</strong> sus vidas.<br />

A raíz <strong>de</strong>l éxito <strong>de</strong> la Revolución, el Padre Carroll empezó a organizar a los pocos sacerdotes<br />

que había en el nuevo país, poco más <strong>de</strong> dos docenas. El año 1784, la Santa Se<strong>de</strong> lo nombró<br />

«jefe <strong>de</strong> las misiones en las provincias… <strong>de</strong> Estados Unidos». Durante los cinco años siguientes,<br />

Carroll viajó a todas las com<strong>un</strong>ida<strong>de</strong>s católicas <strong>de</strong> la costa Este, mandando informes a Roma<br />

sobre la inaudita situación <strong>de</strong> <strong>un</strong>a Iglesia libre en <strong>un</strong>a sociedad libre, y <strong>de</strong>fendió a los <strong>católico</strong>s<br />

contra los ataques <strong>de</strong> los fanáticos <strong>de</strong>l momento. El año 1789, el papa Pío VI ratificó la elección<br />

<strong>de</strong>l clero americano y nombró a John Carroll primer obispo <strong>de</strong> la diócesis <strong>de</strong> Baltimore, que


pronto iba a exten<strong>de</strong>rse por todo el país. De ese modo, John Carroll se convirtió en el único<br />

obispo <strong>católico</strong> entre el Atlántico y el Mississippi, y entre Canadá y Florida, a<strong>un</strong>que no el<br />

primer obispo <strong>católico</strong> <strong>de</strong> Estados Unidos. En 1808, el obispo Carroll se convirtió en Arzobispo,<br />

al quedar dividida su diócesis, con nuevas se<strong>de</strong>s episcopales en Boston, Nueva York,<br />

Phila<strong>de</strong>lphia y Bardstown (Kentucky). Mantuvo <strong>un</strong>a relación cordial con las figuras políticas <strong>de</strong><br />

su tiempo, incluidos George Washington y Thomas Jefferson. Sus quebra<strong>de</strong>ros <strong>de</strong> cabeza y <strong>de</strong><br />

corazón le vinieron al arzobispo <strong>de</strong> parte <strong>de</strong> <strong>un</strong> clérigo quisquilloso y <strong>de</strong> alg<strong>un</strong>os seglares que,<br />

acostumbrados a dirigir sus propios negocios, exigían tener control <strong>de</strong> propiedad sobre sus<br />

respectivas parroquias. La insistencia <strong>de</strong> estos últimos llevó al arzobispo a los trib<strong>un</strong>ales, <strong>de</strong> los<br />

que siempre salió justificado.<br />

En la historia <strong>de</strong> la Iglesia en Estados Unidos, el adjetivo «primero» se aplica a John Carroll con<br />

más frecuencia que a cualquier otra figura: primer superior <strong>de</strong> la «misión americana»; primer<br />

obispo y primer arzobispo; f<strong>un</strong>dador <strong>de</strong>l primer seminario (St. Mary’s) y <strong>de</strong>l primer colegio<br />

(Georgetown); protector <strong>de</strong> Santa Elizabeth Seton y, por tanto, padre f<strong>un</strong>dador <strong>de</strong>l sistema<br />

escolar <strong>católico</strong>; primer obispo que or<strong>de</strong>nó a <strong>un</strong> sacerdote y a otros obispos en Estados<br />

Unidos; y bajando a casos más prácticos, primer constructor <strong>de</strong> la primera catedral. El<br />

arzobispo Carroll tenía <strong>un</strong>a i<strong>de</strong>a muy concreta sobre su catedral, que tendría que incorporar el<br />

compromiso <strong>católico</strong> a la <strong>de</strong>mocracia americana y, en particular, a la libertad religiosa<br />

consagrada en la Primera Enmienda <strong>de</strong> la Constitución. Eso exigía <strong>un</strong> estilo arquitectónico<br />

típicamente americano, es <strong>de</strong>cir, <strong>un</strong>a adaptación americana <strong>de</strong> los principios clásicos <strong>de</strong> la<br />

arquitectura. Por eso, Carroll contrató como arquitecto a Benjamin Henry Latrobe, que<br />

también habría <strong>de</strong> realizar trabajos importantes para la obra <strong>de</strong>l Capitolio.<br />

El genio <strong>de</strong> Latrobe produjo <strong>un</strong> edificio típicamente americano y, a la vez, visiblemente <strong>un</strong>ido a<br />

su pasado cristiano. El aspecto más innovador en la catedral <strong>de</strong> Baltimore fue el sistema <strong>de</strong><br />

doble cúpula, cuyas especificaciones técnicas <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> discutir Latrobe con Thomas Jefferson.<br />

La enorme cúpula exterior <strong>de</strong> la catedral <strong>de</strong> Baltimore tenía veinticuatro gran<strong>de</strong>s claraboyas; la<br />

cúpula interior recogía la luz natural <strong>de</strong> las claraboyas y a través <strong>de</strong> <strong>un</strong> gran lucernario, la<br />

filtraba hacia el interior <strong>de</strong>l recinto. El sistema <strong>de</strong> Latrobe, la doble cúpula, se ha recuperado<br />

en fechas recientes, <strong>de</strong> modo que en 2006, bicentenario <strong>de</strong> la colocación <strong>de</strong> la primera piedra<br />

por John Carroll, se podrá admirar la catedral como la concibieron Latrobe y Carroll, es <strong>de</strong>cir,<br />

bañada en <strong>un</strong>a luz difusa que sugieres a la vez, libertad y trascen<strong>de</strong>ncia.<br />

El sepulcro <strong>de</strong> John Carroll se encuentra en la cripta <strong>de</strong> la Vieja Catedral, en el nivel más bajo, a<br />

mano izquierda. Allí están enterrados otros siete arzobispos <strong>de</strong> Baltimore. Al otro lado <strong>de</strong><br />

Carroll está el sepulcro <strong>de</strong>l Car<strong>de</strong>nal James Gibbons, ori<strong>un</strong>do <strong>de</strong> Baltimore, seg<strong>un</strong>do car<strong>de</strong>nal<br />

<strong>de</strong> Estados Unidos y la personalidad más prominente <strong>de</strong>l país durante cuarenta años, las dos<br />

últimas décadas <strong>de</strong>l siglo XIX y las dos primeras <strong>de</strong>l siglo XX. Su libro, The Faith of Our Fathers,<br />

fue <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los mayores éxitos <strong>de</strong> la Apologética <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su publicación en 1876, y todavía se<br />

sigue editando en la actualidad. Encima <strong>de</strong> Carroll <strong>de</strong>scansa Martin John Spalding, que durante<br />

la Guerra Civil llegó a Baltimore proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> Louisville, <strong>un</strong>a ciudad simpatizante con las<br />

fuerzas <strong>de</strong>l Sur y ocupada por las tropas <strong>de</strong> la Unión. Spalding procedía <strong>de</strong> <strong>un</strong>a venerable<br />

familia <strong>de</strong> Maryland, y su li<strong>de</strong>razgo durante la Seg<strong>un</strong>da Asamblea Plenaria <strong>de</strong> Baltimore en<br />

1867, igual que el <strong>de</strong> Gibbons en la Tercera Asamblea en 1884, ayudó a fijar las pautas <strong>de</strong> la<br />

vida católica en Estados Unidos durante varias décadas. Si no hubiera fallecido


prematuramente, Spalding habría sido, sin duda, el primer Car<strong>de</strong>nal americano. J<strong>un</strong>to a<br />

Spalding yace su pre<strong>de</strong>cesor, Francis Kenrick, que tradujo al inglés toda la Biblia. Hay que<br />

observar que su impetuoso hermano Peter, arzobispo <strong>de</strong> St. Louis, se opuso abiertamente a la<br />

<strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> los obispos <strong>de</strong> recomendar la traducción <strong>de</strong> la Biblia realizada por su hermano, y<br />

prefirió abandonar Roma antes que votar a favor o en contra <strong>de</strong>l <strong>de</strong>creto <strong>de</strong>l Concilio Vaticano<br />

I sobre la infalibilidad <strong>de</strong>l Papa. Al lado <strong>de</strong> Gibbons yace su sucesor, Michael Curley, <strong>un</strong> irlandés<br />

bastante rudo, que levantó ciertos recelos en los salones más refinados <strong>de</strong> Baltimore pero que<br />

era muy querido por los pobres, por los negros y por los ancianos, y que murió en la miseria en<br />

1947, convencido <strong>de</strong> que ningún obispo <strong>de</strong>bería <strong>de</strong>jar tras <strong>de</strong> sí ning<strong>un</strong>a clase <strong>de</strong> bienes<br />

materiales.<br />

Se trata <strong>de</strong> <strong>un</strong>a extraordinaria muestra <strong>de</strong> personalida<strong>de</strong>s que están en el sitio más a<strong>de</strong>cuado,<br />

porque esta catedral es el lugar don<strong>de</strong> se tomaron las <strong>de</strong>cisiones más importantes. Los siete<br />

«concilios provinciales» y los tres «concilios plenarios» <strong>de</strong> Baltimore, que concernían a todos<br />

los obispos <strong>de</strong> Estados Unidos, fueron las más importantes asambleas legislativas <strong>de</strong> obispos<br />

<strong>católico</strong>s entre el Concilio <strong>de</strong> Trento y el Concilio Vaticano I (1869-1870). Los «Concilios <strong>de</strong><br />

Baltimore», cuyas convocatorias más solemnes tuvieron lugar en la catedral <strong>de</strong> Carroll,<br />

organizaron el sistema parroquial <strong>de</strong> Estados Unidos, erigieron escuelas católicas en las<br />

parroquias, reglamentaron la vida sacramental <strong>de</strong> la Iglesia autorizaron el famoso Catecismo<br />

<strong>de</strong> Baltimore, <strong>de</strong>fendieron el catolicismo contra los frecuentes ataques <strong>de</strong> fanáticos<br />

anti<strong>católico</strong>s, f<strong>un</strong>daron la Universidad Católica <strong>de</strong> América y trataron ternas internos que iban<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el vestido más a<strong>de</strong>cuado para los clérigos hasta las leyes sobre el ay<strong>un</strong>o y la abstinencia.<br />

Se pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que, hasta que el Concilio Vaticano II cambió drásticamente la faz <strong>de</strong> la Iglesia<br />

Católica en Estados Unidos, el modo típicamente <strong>católico</strong> <strong>de</strong> ser americano y el modo<br />

típicamente americano <strong>de</strong> ser <strong>católico</strong> se fijó en este lugar, y por los mencionados concilios.<br />

Aquí se <strong>de</strong>puraron los <strong>de</strong>sarrollos posteriores que se produjeron en todo el país y se diseñaron<br />

los planes para el futuro, por obra <strong>de</strong> los obispos norteamericanos.<br />

Como ya indiqué en la primera <strong>de</strong> estas cartas, yo tuve mi primer contacto personal con este<br />

edificio cuando, con sólo seis años y medio me inscribieron en la Escuela <strong>de</strong> la Vieja Catedral,<br />

para pasar luego, en septiembre <strong>de</strong> 1957, al n.° 7 <strong>de</strong> West Mulberry Street. El 3 <strong>de</strong> mayo <strong>de</strong><br />

1959 hice mi Primera Com<strong>un</strong>ión en la Vieja Catedral. El 20 <strong>de</strong> Mayo <strong>de</strong> 1973 me gradué en la<br />

Vieja Catedral. El 31 <strong>de</strong> enero <strong>de</strong> 1988 mi hijo Stephen fue bautizado allí. Y en estos últimos<br />

años, he tratado <strong>de</strong> colaborar en el proyecto <strong>de</strong> restauración <strong>de</strong> la Vieja Catedral según el<br />

diseño original <strong>de</strong> Latrobe que promete <strong>un</strong> tercer siglo <strong>de</strong> vida pujante. Pero no te he traído<br />

aquí para <strong>un</strong> paseo meramente nostálgico; a<strong>un</strong>que, si quieres, te puedo mostrar el banco<br />

exacto en el que, el día 3 <strong>de</strong> mayo <strong>de</strong> 1959, Tommy Ostendorf, que estaba a mi lado con<br />

idéntico vestido blanco, pantalón corto y calcetines también blancos, entonó el himno «Oh,<br />

Small White Host» <strong>de</strong>safinando estrepitosamente. Lo que quisiera con esto es, más bien,<br />

reflexionar aquí contigo, y en voz alta, sobre la relación entre catolicismo y <strong>de</strong>mocracia. No hay<br />

mejor sitio en todo el país para recordar tiempos pasados y para reflexionar también sobre el<br />

significado <strong>de</strong> la libertad.<br />

* * *


Los <strong>católico</strong>s tienen, o <strong>de</strong>berían tener, <strong>un</strong>a «versión» <strong>de</strong> los orígenes <strong>de</strong> la mo<strong>de</strong>rna<br />

<strong>de</strong>mocracia occi<strong>de</strong>ntal distinta <strong>de</strong> la que se enseña hoy día en la mayor parte <strong>de</strong> las escuelas,<br />

<strong>un</strong>a «versión» que afecta igualmente a la política, a la administración <strong>de</strong> justicia y a los medios<br />

<strong>de</strong> com<strong>un</strong>icación social. Según esa explicación convencional, «<strong>de</strong>mocracia» es, en toda su<br />

extensión, <strong>un</strong> producto <strong>de</strong> la Ilustración, <strong>de</strong> Hobbes, <strong>de</strong> Locke y <strong>de</strong> la Gloriosa Revolución <strong>de</strong><br />

1688, que terminó subordinando la vol<strong>un</strong>tad regia a los dictados <strong>de</strong>l Parlamento. En ese<br />

sentido, la «<strong>de</strong>mocracia» exigía <strong>de</strong>struir siglos y siglos <strong>de</strong> oscurantismo medieval y absolutismo<br />

regio (ambos típicamente i<strong>de</strong>ntificados con la Iglesia Católica). En la actualidad, y reivindicada<br />

por ciertos dramas contemporáneos como el movimiento americano por los <strong>de</strong>rechos civiles y<br />

la revolución <strong>de</strong> 1989 en Europa Central, la <strong>de</strong>mocracia está sólidamente establecida don<strong>de</strong><br />

florecen las instituciones <strong>de</strong> <strong>un</strong> gobierno <strong>de</strong>mocrático: legislación, sistema judicial<br />

in<strong>de</strong>pendiente, ejecutivo responsable, libertad <strong>de</strong> prensa, elecciones libres y abiertas, etc. Esa<br />

es la versión convencional.<br />

Pero hay otra manera, mejor sin duda, <strong>de</strong> interpretar la historia <strong>de</strong> la <strong>de</strong>mocracia.<br />

Una lectura católica <strong>de</strong> esa historia sugeriría que se pue<strong>de</strong>n encontrar <strong>un</strong>as raíces más<br />

prof<strong>un</strong>das <strong>de</strong> la <strong>de</strong>mocracia en la tan vituperada Edad Media. Es verdad que la <strong>de</strong>mocracia<br />

tuvo que suplantar el absolutismo en Europa; y también es verdad que el absolutismo fue <strong>un</strong>a<br />

aberración en la historia europea, y no <strong>un</strong>a evolución espontánea <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do medieval. La<br />

Edad Media no fue «absolutista» en ningún sentido. Al contrario. La Edad Media fue <strong>un</strong><br />

período <strong>de</strong> sano pluralismo social. Durante ella florecieron, por ejemplo, las asociaciones<br />

gremiales que hemos visto plasmadas en las vidrieras <strong>de</strong> Chartres. Esas instituciones y la Iglesia<br />

medieval, incluido el papado, fueron <strong>un</strong>a po<strong>de</strong>rosa barrera para las pretensiones absolutistas<br />

<strong>de</strong> los reyes. El absolutismo n<strong>un</strong>ca fue <strong>un</strong> elemento <strong>de</strong>l cristianismo <strong>católico</strong>; sólo asomaron<br />

ten<strong>de</strong>ncias absolutistas en el terreno político cuando el m<strong>un</strong>do cristiano se fracturó con la<br />

aparición <strong>de</strong> la Reforma.<br />

El catolicismo <strong>de</strong> la Edad Media creó y sostuvo asociaciones vol<strong>un</strong>tarias in<strong>de</strong>pendientes, como<br />

las com<strong>un</strong>ida<strong>de</strong>s religiosas, los gremios, las socieda<strong>de</strong>s fraternas y las organizaciones <strong>de</strong><br />

caridad. Para la mentalidad medieval, al revés <strong>de</strong> lo que ocurrió en la Ilustración, la sociedad se<br />

componía <strong>de</strong> algo más que individuo y Estado. Eso es lo que los disi<strong>de</strong>ntes anticom<strong>un</strong>istas que<br />

forjaron la Revolución <strong>de</strong> 1989 llamaban «sociedad civil», y que casi todos reconocen como<br />

prerrequisito para <strong>un</strong>a <strong>de</strong>mocracia estable y efectiva. El m<strong>un</strong>do <strong>católico</strong> <strong>de</strong>l Medioevo vivía<br />

como «sociedad civil», a<strong>un</strong>que sin <strong>de</strong>finirla como tal.<br />

Pero el catolicismo hizo algo más que promover las instituciones sociales y el modo <strong>de</strong> vida<br />

que hizo posible la <strong>de</strong>mocracia. La Iglesia Católica enseñó al hombre europeo <strong>un</strong>as i<strong>de</strong>as y<br />

<strong>un</strong>os valores que más tar<strong>de</strong> serían cruciales para el éxito <strong>de</strong>l proyecto <strong>de</strong>mocrático en el<br />

m<strong>un</strong>do mo<strong>de</strong>rno.<br />

¿Cuáles, por ejemplo?<br />

Cuando Abraham Lincoln en su Gettysburg Address, hizo referencia al renacimiento nacional<br />

<strong>de</strong> la libertad «bajo la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> Dios», estaba invocando, sin querer, el principio ms f<strong>un</strong>damental<br />

que Occi<strong>de</strong>nte había aprendido <strong>de</strong>l Catolicismo: la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que la soberanía <strong>de</strong> Dios trascien<strong>de</strong><br />

toda clase <strong>de</strong> soberanía m<strong>un</strong>dana y la somete a juicio. Y es que Dios es Dios, y el César no es


Dios. Como tampoco lo son los sucesores <strong>de</strong>l César, ya sean reyes, presi<strong>de</strong>ntes, primeros<br />

ministros, o secretarios generales <strong>de</strong>l partido. Y porque ni el César ni sus sucesores son Dios, su<br />

po<strong>de</strong>r es limitado, no absoluto. En el m<strong>un</strong>do, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r legítimo <strong>de</strong>l César, existen<br />

otros po<strong>de</strong>res tan legítimos, o incluso más, que el suyo.<br />

Por eso, el Estado no pue<strong>de</strong> acapararlo todo. Ya mucho antes <strong>de</strong> la Ilustración, alg<strong>un</strong>os teóricos<br />

<strong>de</strong> la política empezaron a cuestionar el absolutismo <strong>de</strong> los reyes con i<strong>de</strong>as como la<br />

«separación <strong>de</strong> po<strong>de</strong>res», propugnada por Montesquieu. La civilización occi<strong>de</strong>ntal aprendió la<br />

i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> «gobierno limitado», precisamente en la escuela <strong>de</strong> la reflexión cristiana. Cuando los<br />

pensadores <strong>católico</strong>s <strong>de</strong> la Edad Media insistían en distinguir con precisión entre «sociedad» y<br />

«Estado», estaban creando <strong>un</strong>a vac<strong>un</strong>a contra el absolutismo <strong>de</strong> los reyes contemporáneos y<br />

<strong>de</strong> los mo<strong>de</strong>rnos totalitarismos. Pero esa vac<strong>un</strong>a no fue plenamente eficaz, a<strong>un</strong>que su<br />

capacidad intrínseca podría explicar por qué la época <strong>de</strong>l absolutismo fue más bien breve,<br />

contando siempre en magnitu<strong>de</strong>s históricas.<br />

A su modo, el catolicismo medieval contribuyó también a implantar en Occi<strong>de</strong>nte la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong><br />

que el «consentimiento» <strong>de</strong> la masa es esencial para <strong>un</strong> gobierno justo. La teoría política <strong>de</strong>l<br />

catolicismo medieval enseñaba que el gobierno no pue<strong>de</strong> reducirse a «coerción», sino que<br />

exige «consenso». Y es que, si hay <strong>un</strong> gobierno justo, el consenso nacerá como <strong>de</strong> por sí. Ahora<br />

bien, ¿quién juzgará sobre la justicia <strong>de</strong> <strong>un</strong> modo concreto <strong>de</strong> gobernar, o <strong>de</strong> <strong>un</strong> acto<br />

específico <strong>de</strong> soberanía? La pretensión <strong>de</strong> la Iglesia <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r juzgar a los príncipes, y la i<strong>de</strong>a<br />

católica <strong>de</strong> que el «pueblo» posee <strong>un</strong> sentido innato <strong>de</strong> la justicia propiciaron que en la<br />

mentalidad político-cultural <strong>de</strong> Occi<strong>de</strong>nte se introdujera <strong>un</strong>a i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>cisiva, la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que<br />

«justicia» no es simplemente lo que la autoridad dice que es. Existen niveles morales <strong>de</strong><br />

justicia que no <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>n <strong>de</strong> los gobiernos; todos po<strong>de</strong>mos conocerlos, y <strong>de</strong>berán aplicarse en<br />

la práctica <strong>de</strong> la vida pública.<br />

Todas estas i<strong>de</strong>as, f<strong>un</strong>damentales para la <strong>de</strong>mocracia, se concibieron y dieron a luz por la<br />

Iglesia Católica en <strong>un</strong>a civilización como la que imperó en Occi<strong>de</strong>nte durante la Edad Media.<br />

El Catolicismo medieval enseñó también ciertas lecciones que hoy apenas se recuerdan, por<br />

ejemplo, que la libertad pertenece al ámbito <strong>de</strong> la virtud, y no al <strong>de</strong> los mecanismos políticos.<br />

La i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que la gente libre <strong>de</strong>berá ser disciplinada y con dominio <strong>de</strong> sus pasiones no es<br />

exactamente el centro <strong>de</strong> la teoría política contemporánea, sino parte <strong>de</strong> la herencia medieval,<br />

lo mismo que otras i<strong>de</strong>as «proto-<strong>de</strong>mocráticas». Está igualmente la i<strong>de</strong>a medieval <strong>de</strong> que lo<br />

que hemos dado en llamar «<strong>de</strong>rechos» implica responsabilida<strong>de</strong>s. En <strong>un</strong>a cultura que muchas<br />

veces concibe los «<strong>de</strong>rechos» como libre pretensión <strong>de</strong> hacer lo que <strong>un</strong>o quiera (con tal <strong>de</strong> que<br />

«nadie se sienta herido»), la relación entre <strong>de</strong>rechos y responsabilida<strong>de</strong>s podría someterse a<br />

<strong>un</strong>a cierta revisión. Finalmente <strong>de</strong>beríamos revisar lo que la Iglesia medieval enseñó a Europa<br />

sobre lo que mi amigo Michael Novak <strong>de</strong>nomina «individuo com<strong>un</strong>itario». No se pue<strong>de</strong> negar<br />

que somos individuos que tienen i<strong>de</strong>as, que hacen cosas y gozan <strong>de</strong> «<strong>de</strong>rechos» inalienables.<br />

Pero nada <strong>de</strong> eso tiene sentido, si no hay com<strong>un</strong>ida<strong>de</strong>s abiertas a recibir, sean familias, grupos<br />

profesionales o entida<strong>de</strong>s com<strong>un</strong>itarias. Para que el individuo alcance <strong>un</strong>a madurez<br />

plenamente humana necesita <strong>un</strong> sentimiento <strong>de</strong> responsabilidad por el otro, <strong>un</strong> compromiso<br />

<strong>de</strong> trabajar con otros en com<strong>un</strong>idad y <strong>un</strong> sentimiento <strong>de</strong> solidaridad social. Eso es <strong>un</strong><br />

«individuo com<strong>un</strong>itario». Por su parte, <strong>un</strong>a sociedad que absolutice lo com<strong>un</strong>itario terminará,


tar<strong>de</strong> o temprano, por aplastar la creatividad y la iniciativa individual. Todo se reduce al viejo<br />

dicho <strong>católico</strong>: «tanto <strong>un</strong>os como otros», o también: «los dos»: la persona, y la com<strong>un</strong>idad, en<br />

mutua y plena correspon<strong>de</strong>ncia.<br />

No quiero <strong>de</strong>cir que la i<strong>de</strong>a convencional <strong>de</strong> <strong>de</strong>mocracia esté totalmente resquebrajada. Sólo<br />

digo que es incompleta. Es verdad que la Iglesia, y especialmente el papado, se acomodó al<br />

absolutismo que reinaba en Europa. Es verdad que en los dos primeros tercios <strong>de</strong>l siglo XIX,<br />

alg<strong>un</strong>os papas fueron excesivamente escépticos con respecto a la <strong>de</strong>mocracia (en parte,<br />

porque i<strong>de</strong>ntificaban «<strong>de</strong>mocracia» con lo sucedido en Francia <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> 1789). Es verdad<br />

que la Iglesia medieval aprendió mucho sobre la res publica leyendo autores griegos, sobre<br />

todo, Aristóteles. Pero esa misma Iglesia medieval pasó esos conocimientos por el filtro <strong>de</strong> su<br />

compromiso anterior con <strong>un</strong>a distinción entre «lo que es <strong>de</strong> Dios» y lo que es <strong>de</strong>l César». Y esa<br />

misma Iglesia medieval asimiló lo que había aprendido y lo expresó en <strong>un</strong> modo <strong>de</strong> vida que<br />

configuró la cultura <strong>de</strong> la que nació la <strong>de</strong>mocracia mo<strong>de</strong>rna. La i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la explicación<br />

convencional, o sea, que las raíces <strong>de</strong> la <strong>de</strong>mocracia mo<strong>de</strong>rna se remontan no más allá <strong>de</strong>l<br />

siglo XVII, o quizá <strong>de</strong>l XVI, carece <strong>de</strong> todo f<strong>un</strong>damento histórico. Las cosas no f<strong>un</strong>cionan así.<br />

John Carroll, que trabajó con Benjamin Latrobe para diseñar la primera catedral católica en la<br />

primera república <strong>de</strong>mocrática <strong>de</strong> la mo<strong>de</strong>rnidad, comprendió que los <strong>católico</strong>s y sus i<strong>de</strong>as no<br />

eran «algo extraño» a la experiencia y al experimento americano, a pesar <strong>de</strong> lo que afirmaban<br />

tanto la línea <strong>de</strong> la historia convencional como las pretensiones <strong>de</strong> los fanáticos. Los <strong>católico</strong>s<br />

pertenecían a <strong>un</strong>a <strong>de</strong>mocracia porque la Iglesia Católica había dado forma a la cultura que, con<br />

el tiempo y bajo <strong>un</strong>a oleada <strong>de</strong> influencias, terminó por dar vida al proyecto <strong>de</strong>mocrático<br />

mo<strong>de</strong>rno. Por eso, este edificio que estamos visitando evoca <strong>de</strong>liberadamente el espíritu <strong>de</strong> la<br />

f<strong>un</strong>dación <strong>de</strong> América, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong>l espíritu <strong>de</strong> la Gran Tradición que cobró forma en Occi<strong>de</strong>nte<br />

por la interacción <strong>de</strong> Jerusalén, Atenas y Roma. Las dos líneas avanzan necesariamente j<strong>un</strong>tas.<br />

Sin embargo, hoy día se están separando. Y eso nos plantea el tema <strong>de</strong> la libertad; en<br />

concreto, su significado y su propósito.<br />

La reflexión católica sobre la libertad <strong>de</strong>berá empezar don<strong>de</strong> empieza el pensamiento <strong>católico</strong><br />

sobre cualquier otro aspecto <strong>de</strong> la vida moral, es <strong>de</strong>cir, en las Bienaventuranzas (Mt 5,3-12).<br />

Las Bienaventuranzas forman la estructura básica <strong>de</strong>l Evangelio, que nos lleva a reflexionar<br />

sobre el tema <strong>de</strong> cómo tenemos que vivir y por qué. La razón es clara. Las Bienaventuranzas<br />

nos orientan hacia la felicidad eterna, para la que la vida moral nos prepara aquí y ahora. Y eso<br />

es otro reto a la sabiduría convencional. Según el pensamiento <strong>católico</strong>, la vida moral no es <strong>un</strong><br />

conj<strong>un</strong>to arbitrario <strong>de</strong> normas que nos imponen Dios y la Iglesia. La vida moral implica <strong>un</strong>as<br />

reglas <strong>de</strong> vida que brotan <strong>de</strong>l interior <strong>de</strong>l corazón humano y <strong>de</strong> su sed <strong>de</strong> felicidad j<strong>un</strong>to a Dios.<br />

La cuestión básica <strong>de</strong> la moralidad no es la espontánea preg<strong>un</strong>ta <strong>de</strong>l niño: ¿Hasta dón<strong>de</strong> puedo<br />

llegar? La cuestión básica es, más bien, la preg<strong>un</strong>ta <strong>de</strong>l adulto: ¿Qué tengo que hacer para<br />

llegar a ser <strong>un</strong>a buena persona, o sea, <strong>un</strong>a persona que realmente pueda gozar <strong>de</strong> <strong>un</strong>a vida<br />

eterna con Dios? Para respon<strong>de</strong>r a esa preg<strong>un</strong>ta sabemos que existen ciertas reglas. Pero esas<br />

reglas brotan <strong>de</strong> manera orgánica; no vienen «impuestas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el exterior». Son reglas que<br />

surgen <strong>de</strong>l dinamismo que implica el hecho <strong>de</strong> llegar a ser <strong>un</strong>a buena persona. Esa i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> vida<br />

moral <strong>de</strong> vida verda<strong>de</strong>ramente humana, conduce a <strong>un</strong>a concepción muy diferente <strong>de</strong> la<br />

libertad.


Si la cultura americana, tanto la más popular como la más elevada, pudiera estar en<br />

consonancia con <strong>un</strong> tema musical que encierre la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> <strong>un</strong>a libertad que gobierne la vida<br />

contemporánea, ese tema sería, sin duda, el <strong>de</strong> la canción <strong>de</strong> Frank Sinatra «My Way» («A mi<br />

manera»). Da la impresión <strong>de</strong> que «lo hice a mi manera» resume la tan dif<strong>un</strong>dida i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que<br />

la libertad consiste en <strong>un</strong>a afirmación <strong>de</strong> sí mismo y <strong>de</strong> la propia vol<strong>un</strong>tad en el acto <strong>de</strong> elegir,<br />

no en las causas o en el objeto. Sugerir que ciertas elecciones son incompatibles con la<br />

dignidad humana resulta extraño en el momento presente.<br />

El catolicismo tiene <strong>un</strong>a concepción distinta <strong>de</strong> la libertad. Libertad y bondad van j<strong>un</strong>tas. Un<br />

excelente moralista contemporáneo, el Padre Servais Pinckaers, O.P., explicaba esa cuestión<br />

con dos espléndidas metáforas. Según él, apren<strong>de</strong>r a tocar el piano es, al principio, bastante<br />

aburrido e incluso <strong>de</strong>scorazonador. Recuerdo perfectamente el disgusto que me producía <strong>un</strong><br />

libro para el aprendizaje <strong>de</strong> técnicas musicales, que llevaba por título Escalas, acor<strong>de</strong>s, y<br />

arpegios. Pero el caso es que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber realizado los correspondientes ejercicios, lo<br />

que antes me parecía <strong>un</strong>a carga insoportable lo veía con mayor claridad; apren<strong>de</strong>r a tocar la<br />

tecla justa en el momento oport<strong>un</strong>o constituía <strong>un</strong>a liberación. De ese modo, pue<strong>de</strong>s llegar a<br />

tocar lo que más te guste, incluso las partituras más difíciles. Hasta pue<strong>de</strong>s componer tu<br />

propia música. Como escribe el Padre Pinckaers, cualquiera pue<strong>de</strong> aporrear <strong>un</strong> piano; pero eso<br />

es «<strong>un</strong>a especie <strong>de</strong> libertad salvaje, totalmente rudimentaria», y no <strong>un</strong>a libertad realmente<br />

humana. Si no <strong>de</strong>jas <strong>de</strong> hacer tus ejercicios, llegarás a dominar el arte <strong>de</strong> tocar el piano y<br />

<strong>de</strong>scubrirás <strong>un</strong>a nueva libertad mucho más rica y enriquecedora, la libertad <strong>de</strong> hacer a la<br />

perfección lo que más te pueda apetecer.<br />

Otro caso es el aprendizaje <strong>de</strong> <strong>un</strong> nuevo idioma. Sin duda, tú mismo habrás <strong>de</strong>scubierto que la<br />

mejor manera <strong>de</strong> apren<strong>de</strong>r <strong>un</strong> idioma extranjero es escucharlo y tratar <strong>de</strong> hablarlo. Des<strong>de</strong><br />

luego, hay que apren<strong>de</strong>r la gramática y el vocabulario, es <strong>de</strong>cir, las «reglas» que transforman el<br />

ruido en lenguaje articulado. Sin esas reglas, no existe la com<strong>un</strong>icación; sólo habrá pura<br />

jerigonza. El Padre Pinckaers sugiere que esta experiencia común es, en realidad, <strong>un</strong>a ventana<br />

a la verdad sobre la libertad. Y así es. El lenguaje significa vivir <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> <strong>un</strong> sistema <strong>de</strong> reglas;<br />

pero son las reglas las que me dan la libertad <strong>de</strong> construir nuevas frases, <strong>de</strong> probar nuevas<br />

i<strong>de</strong>as, <strong>de</strong> com<strong>un</strong>icarme. Reducir la libertad a la libertad <strong>de</strong> cometer errores rebaja la libertad y<br />

nos <strong>de</strong>scalifica a nosotros mismos. Libertad supone el hábito <strong>de</strong> apren<strong>de</strong>r a evitar errores. De<br />

modo que otra <strong>de</strong>finición <strong>de</strong> «hábito» es virtud.<br />

La expresión «a mi manera» nos <strong>de</strong>scubre <strong>un</strong>a concepción <strong>de</strong> la libertad que Pinckaers<br />

<strong>de</strong>nomina «libertad <strong>de</strong> indiferencia». Hacer algo «a mi manera», simplemente porque se<br />

acomoda a mi manera, equivale a aporrear el piano o a hablar en jerigonza. La concepción más<br />

noble y más rica <strong>de</strong> «libertad», como la que propone la Iglesia Católica, es lo que Pinckaers<br />

llama libertad para lo excelente, es <strong>de</strong>cir, libertad para hacer lo más correcto <strong>de</strong> la manera más<br />

correcta y por las razones más pertinentes. Y todo como «hábito». Ese es el modo<br />

auténticamente humano, la clase <strong>de</strong> libertad que satisface nuestro <strong>de</strong>seo más natural <strong>de</strong><br />

felicidad que, en sí misma, refleja nuestro <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> Dios, el Bien supremo. La libertad nos<br />

ayuda a crecer hasta transformarnos en la clase <strong>de</strong> gente que pue<strong>de</strong> vivir con ese Dios por<br />

toda la eternidad.<br />

Ahora bien, ¿qué tiene esto que ver con la <strong>de</strong>mocracia? La respuesta es: «Todo».


Una libertad <strong>de</strong>sligada <strong>de</strong> la verdad moral acabará siendo el peor enemigo <strong>de</strong> la libertad. Si no<br />

existe más que tu verdad y mi verdad, y ning<strong>un</strong>o <strong>de</strong> nosotros reconoce <strong>un</strong>a instancia suprema,<br />

<strong>un</strong> juez trascen<strong>de</strong>nte –la verdad– que pueda dirimir nuestra <strong>de</strong>savenencia, <strong>un</strong>a <strong>de</strong> dos: o tú<br />

terminarás por imponer tu criterio sobre el mío, o yo el mío sobre el tuyo. Y en ese caso, la<br />

persuasión, que es la sangre vital <strong>de</strong> <strong>un</strong>a política <strong>de</strong>mocrática, ce<strong>de</strong>rá su lugar a la prepotencia,<br />

ese ácido corrosivo que <strong>de</strong>vora y <strong>de</strong>struye cualquier institución o compromiso <strong>de</strong>mocrático.<br />

Hoy día, en América, estamos <strong>de</strong>sgraciadamente muy cerca <strong>de</strong> esa situación. Dos generaciones<br />

<strong>de</strong> <strong>un</strong> nihilismo complaciente nos han <strong>de</strong>jado con <strong>un</strong>a alta cultura, que incluye el m<strong>un</strong>do<br />

<strong>un</strong>iversitario, en la que dos i<strong>de</strong>as cruciales –que la libertad tiene algo que ver con la bondad, y<br />

que la bondad está relacionada con el cumplimiento <strong>de</strong> las más nobles aspiraciones<br />

americanas a «<strong>un</strong>a justicia igual para todos»– se consi<strong>de</strong>ran como «medievales», irrisorias y<br />

hasta peligrosas. A su vez, esa erosión <strong>de</strong> la cultura tiene efectos <strong>de</strong>terminantes sobre nuestra<br />

ley.<br />

Cuando yo era niño, el Trib<strong>un</strong>al Supremo <strong>de</strong> Estados Unidos confirmó a bombo y platillo la<br />

inclusión <strong>de</strong> todos los americanos en el sistema <strong>de</strong> protección e interés común, mediante su<br />

<strong>de</strong>cisión épica <strong>de</strong> 1954, Brown v. Board of Education, que <strong>de</strong>claró ilícita la segregación racial en<br />

las escuelas financiadas por el Gobierno. Unos cuarenta años más tar<strong>de</strong>, el mismo Trib<strong>un</strong>al<br />

proponía <strong>un</strong>a libertad moralmente indiferente y sin exclusiones, como credo oficial <strong>de</strong> Estados<br />

Unidos, es más, como razón <strong>de</strong> la <strong>de</strong>mocracia americana. Y como afirmaban tres <strong>de</strong>cretos <strong>de</strong><br />

1992, Carey v. Planned Parenthod, «el corazón mismo <strong>de</strong> la libertad incluye el <strong>de</strong>recho a <strong>de</strong>finir<br />

la concepción personal <strong>de</strong> la existencia, <strong>de</strong>l sentido <strong>de</strong> las cosas, <strong>de</strong> la f<strong>un</strong>ción <strong>de</strong>l <strong>un</strong>iverso y<br />

<strong>de</strong>l misterio <strong>de</strong> la vida humanidad. Al cabo <strong>de</strong> diez años, el Trib<strong>un</strong>al ratificó el curioso pasaje<br />

sobre el «misterio <strong>de</strong> la vida», en su <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong>l año 2003, Laurence v. Texas, don<strong>de</strong> afirma<br />

que, en materia <strong>de</strong> sexualidad humana, el único interés <strong>de</strong>l Estado consiste en proteger sin<br />

trabas el absoluto <strong>de</strong>recho a practicar lo que cualquier agrupación <strong>de</strong> adultos aquiescentes<br />

consi<strong>de</strong>re como «necesida<strong>de</strong>s personales».<br />

Según esa interpretación (o falsa interpretación) <strong>de</strong> la libertad, la <strong>de</strong>mocracia es simplemente<br />

<strong>un</strong> conj<strong>un</strong>to <strong>de</strong> procedimientos –electorales, legislativos, judiciales– por los que «nosotros, el<br />

pueblo» (o mejor dicho, ellos, los trib<strong>un</strong>ales) regulamos (o regulan) la búsqueda <strong>de</strong> la<br />

satisfacción o <strong>de</strong>l placer personal. En esa perspectiva, la <strong>de</strong>mocracia carece <strong>de</strong> entidad moral.<br />

Las «verda<strong>de</strong>s intrínsecamente evi<strong>de</strong>ntes» <strong>de</strong> los f<strong>un</strong>dadores <strong>de</strong>l Estado, que eran verda<strong>de</strong>s<br />

morales, se esfuman como por arte <strong>de</strong> magia. En ese proceso <strong>de</strong> <strong>de</strong>spojo, en esa visión «a mi<br />

aire» <strong>de</strong> la <strong>de</strong>mocracia, la sociedad no pinta nada. No hay ningún argumento sólido <strong>de</strong><br />

moralidad pública sobre cómo <strong>de</strong>bemos vivir en sociedad como sujetos comprometidos con la<br />

libertad y con la verdad sobre la libertad. Sólo hay Reglas <strong>de</strong>l Juego, <strong>de</strong>finidas por ley o por<br />

mandato judicial, para <strong>de</strong>jar paso libre a la búsqueda <strong>de</strong> mi satisfacción personal, o sea, a mis<br />

<strong>de</strong>seos, a mi propio yo, a mi egoísmo.<br />

En Estados Unidos, la estructura moral <strong>de</strong> la libertad está en ruinas. Los jóvenes <strong>católico</strong>s<br />

tenéis la gran responsabilidad y la oport<strong>un</strong>idad real <strong>de</strong> hacer algo para arreglar esa situación.<br />

Tenéis que cuestionar la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que vincular por ley la libertad a la verdad moral, como hace<br />

diez años hizo en tres sentencias el Trib<strong>un</strong>al Supremo, es <strong>un</strong>a «coacción» que niega al<br />

ciudadano los «atributos <strong>de</strong> su personalidad». Y la mejor manera <strong>de</strong> combatir esa noción <strong>de</strong>


<strong>de</strong>mocracia vacía es plantear la preg<strong>un</strong>ta: ¿Cómo se concibe ahí la persona? ¿No hay algo<br />

terriblemente envilecedor en el hecho <strong>de</strong> reducir los «atributos <strong>de</strong> personalidad» a <strong>un</strong> puñado<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>seos totalmente arbitrarios? ¿No somos mejores que lo que eso supone? ¿No somos algo<br />

más que eso? ¿Cómo podremos tener <strong>un</strong>a <strong>de</strong>mocracia auténtica, si no po<strong>de</strong>mos hablar <strong>un</strong>os<br />

con otros sobre lo que es bueno y lo que está bien? ¿Cómo vamos a tener <strong>un</strong>a <strong>de</strong>mocracia<br />

auténtica si, con el pretexto <strong>de</strong> «a mi aire», <strong>un</strong>a clase <strong>de</strong> ciudadanos –que están vivos– se<br />

arroga el «<strong>de</strong>recho» a disponer <strong>de</strong> la vida <strong>de</strong> otras creaturas indiscutiblemente humanas que<br />

todavía no han nacido? ¿Cómo vamos a tener <strong>un</strong>a <strong>de</strong>mocracia auténtica, si las personas sanas<br />

se arrogan el «<strong>de</strong>recho» a disponer <strong>de</strong> los ancianos molestos, <strong>de</strong> los enfermos terminales, o <strong>de</strong><br />

los incapacitados irrecuperables?<br />

Todo esto se proclama hoy en nombre <strong>de</strong> <strong>un</strong>a falsa i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> libertad. Pero qué duda cabe que<br />

el mejor antídoto contra <strong>un</strong>a i<strong>de</strong>a mala es <strong>un</strong>a i<strong>de</strong>a buena. Hoy día, la f<strong>un</strong>ción pública <strong>de</strong>l <strong>joven</strong><br />

<strong>católico</strong> en Estados Unidos consiste en combatir la libertad <strong>de</strong> lo indiferente con la libertad<br />

para lo excelente. Todo <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> vuestra actitud positiva, en la que se incluye la cuestión<br />

sobre si la <strong>de</strong>mocracia americana <strong>de</strong>l siglo XXI sigue <strong>de</strong> algún modo vinculada a los principios<br />

<strong>de</strong> su f<strong>un</strong>dación.<br />

John Carroll no se contentó con creer que el catolicismo era «compatible» con la <strong>de</strong>mocracia.<br />

Igual que otros pensadores imaginativos <strong>de</strong>l catolicismo americano contemporáneo, Carroll<br />

tuvo la intuición <strong>de</strong> que las i<strong>de</strong>as católicas sobre la libertad podían ser cruciales para la<br />

prosperidad futura <strong>de</strong>l experimento <strong>de</strong>mocrático americano. ¿Pudo Carroll haber previsto las<br />

circ<strong>un</strong>stancias en las que hoy nos movemos? Esa i<strong>de</strong>a no es tan absurda como pudiera parecer<br />

a primera vista. Carroll tenía <strong>un</strong>a i<strong>de</strong>a muy clara <strong>de</strong>l significado y <strong>de</strong> los efectos <strong>de</strong> la<br />

Revolución Francesa, primer experimento m<strong>un</strong>dial en materia <strong>de</strong> totalitarismo, basado en <strong>un</strong>a<br />

afirmación radical <strong>de</strong> la vol<strong>un</strong>tad. Sabía, porque lo había visto, que la <strong>de</strong>mocracia pue<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>generar en imperio <strong>de</strong> la chusma, o engendrar nuevas formas <strong>de</strong> dictadura más sangrientas,<br />

si la gente apostaba por <strong>un</strong>a i<strong>de</strong>a corrupta <strong>de</strong> libertad. No puedo menos <strong>de</strong> imaginar que él<br />

tenía en su mente todas esas i<strong>de</strong>as cuando ayudó a Latrobe a diseñar este magnífico edificio.<br />

En nuestra civilización, las raíces <strong>de</strong> la <strong>de</strong>mocracia son más prof<strong>un</strong>das <strong>de</strong> lo que se podría<br />

sospechar. Este edificio en el que el legado <strong>de</strong> la civilización se encuentra con la nueva<br />

promesa <strong>de</strong> <strong>un</strong> futuro <strong>de</strong>mocrático, nos recuerda que los <strong>católico</strong>s <strong>de</strong> Estados Unidos tienen<br />

<strong>un</strong>a responsabilidad especial en la implantación <strong>de</strong> las raíces más prof<strong>un</strong>das <strong>de</strong> la <strong>de</strong>mocracia.<br />

Espero que tú, y otros muchos como tú, podáis convertiros en hábiles y consagrados jardineros<br />

<strong>de</strong> la libertad.


14- BASÍLICA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD, CRACOVIA: SOBRE NO<br />

ESTAR SOLO<br />

En Cracovia, la Basílica <strong>de</strong> la Santísima Trinidad, regentada por Padres Dominicos, está a sólo<br />

<strong>un</strong>os doscientos metros <strong>de</strong> Rynek Glowny, la plaza <strong>de</strong>l mercado <strong>de</strong> la Ciudad Vieja. Igual que<br />

<strong>un</strong>a buena parte <strong>de</strong> la ciudad <strong>de</strong> Cracovia, la Basílica <strong>de</strong> los Dominicos está cuajada <strong>de</strong> historia.<br />

En la Basílica está sepultado San Jacinto (c. 1200-1275). A principios <strong>de</strong>l siglo XIII, Jacinto (o<br />

Jacek, como se lo llama aquí) llevó a Polonia la nueva Or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> Frailes Predicadores, f<strong>un</strong>dada<br />

por su amigo Santo Domingo <strong>de</strong> Guzmán, y persuadió a su pariente Iwo Odrowaz, obispo <strong>de</strong><br />

Cracovia, que ofreciera a los Dominicos esa propiedad como base <strong>de</strong> operaciones en Polonia.<br />

La basílica data <strong>de</strong> finales <strong>de</strong>l siglo XIII; el frontispicio, con su llamativo diseño piramidal, se<br />

añadió en el año 1462. El temido Gran Inquisidor, Tomás <strong>de</strong> Torquemada, estuvo allí <strong>un</strong>a vez.<br />

El interior quedó reducido a cenizas por <strong>un</strong> incendio que se produjo en el año 1850. En lugar<br />

<strong>de</strong> reconstruir la basílica al nuevo estilo, como habían hecho sus vecinos Franciscanos al<br />

restaurar su propia iglesia también arrasada por el fuego, los Dominicos se <strong>de</strong>cidieron por <strong>un</strong><br />

estilo gótico <strong>un</strong> tanto modificado, <strong>de</strong> modo que ahora se pue<strong>de</strong> percibir, más o menos, cómo<br />

era <strong>un</strong>a catedral <strong>de</strong> la Edad Media, sobre todo si se mira <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la nave hacia el techo pintado<br />

<strong>de</strong> azul, con su <strong>de</strong>licada bóveda reticular. Durante la Seg<strong>un</strong>da Guerra M<strong>un</strong>dial, los nazis<br />

clausuraron la Escuela Superior que los Dominicos regentaban en <strong>un</strong> terreno propiedad <strong>de</strong>l<br />

Priorato y convirtieron el patio en <strong>de</strong>pósito <strong>de</strong> víveres. Alg<strong>un</strong>os <strong>de</strong> los Padres más ancianos te<br />

dirán hoy que en los años 1940, cuando todavía eran jóvenes, solían <strong>de</strong>slizarse hasta el patio,<br />

ya <strong>de</strong> noche, y «apropiarse» <strong>de</strong> alimentos para los cracovienses más necesitados. Luego,<br />

llenaban <strong>de</strong> piedras el tercio inferior <strong>de</strong> cada canasta. «Y así fue corno los alemanes perdieron<br />

la guerra en Rusia».<br />

La primera vez que llegué a Cracovia, en 1991, la basílica estaba casi negra, <strong>de</strong>bido a siglos <strong>de</strong><br />

carbonilla y a décadas <strong>de</strong> imprevisión com<strong>un</strong>ista. Diez años <strong>de</strong> concienzuda limpieza y<br />

restauración han <strong>de</strong>vuelto su brillo primitivo a los diferentes matices rojos <strong>de</strong>l ladrillo<br />

medieval, y al claveteado <strong>de</strong> piedra que <strong>de</strong>cora la fachada. Se han restaurado numerosos<br />

monumentos f<strong>un</strong>erarios que flanqueaban los cuatro lados <strong>de</strong>l antiguo claustro <strong>de</strong> la basílica.<br />

Paseando bajo esas bóvedas, es fácil encontrar a estudiantes <strong>de</strong> arte con sus cartapacios <strong>de</strong><br />

notas llenos <strong>de</strong> dibujos y ap<strong>un</strong>tes. Uno <strong>de</strong> los lados <strong>de</strong>l claustro da a <strong>un</strong>a pequeña capilla bajo<br />

la cual <strong>de</strong>scansan los restos <strong>de</strong> los Dominicos que durante ocho siglos tuvieron aquí su<br />

resi<strong>de</strong>ncia. Cuando en el mes <strong>de</strong> julio <strong>de</strong> 1999 el papa Juan Pablo II entró en la basílica para<br />

venerar las reliquias <strong>de</strong> san Jacinto y saludó a los Dominicos polacos, tanto sacerdotes como<br />

hermanos y hermanas, el padre provincial, Maciej Zieba, le dio la bienvenida con estas<br />

palabras: «Santo Padre, hace setecientos setenta y siete (777) años que los Dominicos polacos<br />

esperan este momento». Yo he tenido la oport<strong>un</strong>idad <strong>de</strong> conocer bien el lugar durante mis<br />

numerosas visitas. La Basílica fue mi base <strong>de</strong> operaciones en Cracovia, mientras recogía<br />

material para la biografía <strong>de</strong> Juan Pablo II; todos los veranos, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> 1994, he dirigido allí <strong>un</strong>


seminario sobre la doctrina social <strong>de</strong> la Iglesia, dirigido a estudiantes proce<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> las<br />

nuevas <strong>de</strong>mocracias <strong>de</strong> Europa Central y <strong>de</strong> América <strong>de</strong>l Norte; muchos <strong>de</strong> los Padres y<br />

hermanos que allí resi<strong>de</strong>n son buenos amigos míos, como miembros <strong>de</strong> esa gran familia que es<br />

la Iglesia Católica.<br />

La mejor hora para visitar la Basílica es la <strong>de</strong> las 7,00 <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> cualquier domingo, y no<br />

precisamente por la tranquilidad <strong>de</strong>l lugar, sino por todo lo contrario. Los Dominicos dirigen<br />

<strong>un</strong>a capellanía para estudiantes <strong>de</strong> la cercana Universidad Jagieloniana; y todos los domingos,<br />

a las 7,00 <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, se celebra <strong>un</strong>a misa para ellos. Yo estuve allí el domingo 20 <strong>de</strong> j<strong>un</strong>io <strong>de</strong><br />

2003, nada más acabar el semestre <strong>de</strong> primavera en la <strong>un</strong>iversidad. A pesar <strong>de</strong> que, durante la<br />

semana, la <strong>un</strong>iversidad había quedado casi vacía, aquel domingo, a las 7,00 <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, la<br />

Basílica estaba completamente abarrotada, con casi tres mil jóvenes en su interior. Estaban<br />

por todas partes: en los bancos, en sillas, en los viejos asientos monásticos <strong>de</strong>l coro, colgados<br />

en la gran escalera <strong>de</strong> mármol que lleva a la tumba <strong>de</strong> san Jacinto, sentados en los<br />

reclinatorios <strong>de</strong> los confesonarios góticos, y formando colas que llegaban hasta la calle. Su<br />

vestimenta reflejaba la moda <strong>un</strong>iversal <strong>de</strong> los jóvenes <strong>de</strong> hoy: por todas partes, vaqueros y<br />

camisetas <strong>de</strong>senfadadas. El coro, todo <strong>de</strong> estudiantes, era maravilloso: mezcla <strong>de</strong> gregoriano<br />

tradicional con cantos e himnos polacos y música contemporánea proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l monasterio<br />

ecuménico <strong>de</strong> Taizé, en Francia. La predicación era exigente tanto en el aspecto intelectual<br />

como en el sentido moral, pero siempre con <strong>un</strong> p<strong>un</strong>to <strong>de</strong> humor. Puedo asegurar que, en<br />

conj<strong>un</strong>to, fue <strong>un</strong>a experiencia litúrgica inolvidable.<br />

Con todo, tengo la sensación <strong>de</strong> que la belleza <strong>de</strong> la liturgia no fue mi recuerdo más dura<strong>de</strong>ro<br />

<strong>de</strong> aquella misa <strong>de</strong> domingo, casi nocturna, en la basílica <strong>de</strong> los Dominicos <strong>de</strong> Cracovia. Pero lo<br />

que más se me quedó grabado fueron las caras; eso es lo que todos parecen recordar más<br />

vivamente: caras tensas y, al mismo tiempo, relajadas; caras <strong>de</strong> gente que sabe que, al venir a<br />

este lugar, vienen a <strong>un</strong> terreno límite entre lo humano y lo divino, como hemos expuesto<br />

antes. Los jóvenes, chicos y chicas, no se suelen comportar <strong>de</strong> esa manera cuando van a misa<br />

sólo por seguir las normas o por complacer a sus padres. Los jóvenes sí se comportan <strong>de</strong> ese<br />

modo si están convencidos, como diría <strong>un</strong> protestante evangélico <strong>de</strong>l prof<strong>un</strong>do Sur. Como me<br />

<strong>de</strong>cía <strong>un</strong> amigo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su primera experiencia <strong>de</strong> <strong>un</strong>a misa <strong>de</strong> domingo a las 7,00 <strong>de</strong> la<br />

tar<strong>de</strong>, «esa gente participa en la liturgia y escucha la Sagrada Escritura y la homilía como si les<br />

fuera la vida en ello».<br />

Y así es, realmente. Esos tres mil jóvenes adultos saben algo que la sabiduría convencional no<br />

ha logrado aún enten<strong>de</strong>r o expresar; mejor dicho, que no quiere admitir. Y ese «algo» merece<br />

que se le <strong>de</strong>dique <strong>un</strong> momento <strong>de</strong> reflexión.<br />

Según la línea histórica convencional <strong>de</strong> la mo<strong>de</strong>rnidad, «mo<strong>de</strong>rnización» es igual a<br />

secularización, es <strong>de</strong>cir, el clima en el que las creencias y prácticas religiosas tradicionales se<br />

marchitan. Según esa lectura, «mo<strong>de</strong>rnidad» y «religión» suman «cero»; cuanto más<br />

mo<strong>de</strong>rno, menos religioso, y cuanto más religioso, menos susceptible <strong>de</strong> mo<strong>de</strong>rnización. A<br />

principios <strong>de</strong>l siglo XX, ciertos pensadores avanzados pronosticaron que el nuevo siglo iba a ser<br />

testigo <strong>de</strong> <strong>un</strong>a maduración humana tutelada por la ciencia y sin «necesidad» <strong>de</strong> religión. La fe<br />

y la práctica religiosa eran cosa <strong>de</strong> niños, quizá <strong>de</strong> adolescentes. Una humanidad adulta no<br />

tenía «necesidad» <strong>de</strong> Dios.


Ya hemos hablado <strong>de</strong> lo que sucedió cuando esas predicciones se convirtieron en <strong>un</strong> auténtico<br />

mata<strong>de</strong>ro en nombre <strong>de</strong>l humanismo. En el <strong>de</strong>cenio <strong>de</strong> 1940, el teólogo francés Henri <strong>de</strong><br />

Lubac, que más tar<strong>de</strong> se convertiría en <strong>un</strong>a <strong>de</strong> las figuras más influyentes durante el Concilio<br />

Vaticano II, trató <strong>de</strong> analizar ese fenómeno tan extraño y tan letal, al que dio el nombre <strong>de</strong><br />

«humanismo ateo». Es claro que el ateísmo no era <strong>un</strong> fenómeno nuevo. El ateo <strong>de</strong> pueblo y el<br />

intelectual radicalmente escéptico habían sido ya figuras señeras en el drama humano. El<br />

humanismo ateo era algo diferente, según el Padre <strong>de</strong> Lubac. No se trataba <strong>de</strong> ese tipo <strong>de</strong><br />

individuo escéptico, que se rasca la cabeza para <strong>de</strong>sconcertar a los vecinos o para impresionar<br />

al Comité <strong>de</strong> Facultad. Se trataba <strong>de</strong> <strong>un</strong> ateísmo con <strong>un</strong>a i<strong>de</strong>ología bien <strong>de</strong>sarrollada y <strong>un</strong><br />

programa para rehacer el m<strong>un</strong>do. Sus profetas, entre los que <strong>de</strong>stacaban Comte, Feuerbach,<br />

Marx y Nietzsche, enseñaban que el Dios <strong>de</strong> la Biblia era enemigo <strong>de</strong>clarado <strong>de</strong> la dignidad<br />

humana.<br />

Ahora bien, eso, <strong>de</strong>cía <strong>de</strong> Lubac, era totalmente al revés. Piénsese en la diferencia entre el<br />

m<strong>un</strong>do clásico –personificado, por así <strong>de</strong>cir, en la Ilíada y la Odisea– y el m<strong>un</strong>do bíblico. En la<br />

Ilíada y en la Odisea, hasta los más gran<strong>de</strong>s mortales están sujetos a los caprichos <strong>de</strong> <strong>un</strong>os<br />

dioses casi siempre frívolos o incluso maliciosos. Pero en la Biblia, la cosa es diferente. La<br />

religión bíblica –la revelación <strong>de</strong>l Dios <strong>de</strong> Abrahán, <strong>de</strong> Isaac, <strong>de</strong> Jacob, <strong>de</strong> Moisés y <strong>de</strong> Jesús–<br />

fue <strong>un</strong>a tremenda liberación <strong>de</strong> los caprichos <strong>de</strong> los dioses o <strong>de</strong> las maquinaciones <strong>de</strong>l Hado.<br />

Como dice el Padre <strong>de</strong> Lubac, si Dios creó el m<strong>un</strong>do y los hombres y mujeres que en él existen,<br />

y si todo ser humano tiene <strong>un</strong>a vinculación directa con el Creador por medio <strong>de</strong>l culto y la<br />

oración, los hombres y mujeres ya no son marionetas, sino seres libres y responsables. El Dios<br />

<strong>de</strong> la Biblia no es <strong>un</strong> tirano obstinado. Y tampoco es <strong>un</strong>a abstracción inalcanzable, ni <strong>un</strong>a<br />

especie <strong>de</strong> relojero cósmico que se contenta con crear el m<strong>un</strong>do, darle cuerda y <strong>de</strong>jar que<br />

f<strong>un</strong>cione por sí mismo. El Dios <strong>de</strong> Abrahán, <strong>de</strong> Isaac, <strong>de</strong> Jacob, <strong>de</strong> Moisés y <strong>de</strong> Jesús entró en la<br />

historia y fue compañero nuestro en la peregrinación por la vida. Estar en com<strong>un</strong>ión con ese<br />

Dios es quedar liberado <strong>de</strong> la fatalidad, <strong>de</strong> la libertad, <strong>de</strong> la excelencia humana.<br />

El fenómeno que Henri <strong>de</strong> Lubac <strong>de</strong>finía como «humanismo ateo» trastornó completamente y<br />

echó por tierra todas esas teorías. A lo que el judaísmo y el cristianismo proponían como<br />

liberación, el humanismo ateo lo llamaba esclavitud. Y eso significaba arrojar a Dios por la<br />

borda, como condición indispensable <strong>de</strong> la gran<strong>de</strong>za humana. Ese no era ni el ateísmo <strong>de</strong> lo<br />

intelectualmente elegante, ni el <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sesperación. Era, más bien, <strong>un</strong> humanismo ateo, que<br />

marchaba en nombre <strong>de</strong> la liberación humana. Pero, según <strong>de</strong> Lubac, esa nueva concepción<br />

tuvo las más graves consecuencias. Impulsada por las gran<strong>de</strong>s tiranías <strong>de</strong> mediados <strong>de</strong>l siglo<br />

XX, esa novedad engendró <strong>un</strong>a realidad que tú y toda tu generación tenéis que someter a <strong>un</strong>a<br />

reflexión muy seria. El Padre <strong>de</strong> Lubac nos recuerda que <strong>un</strong>a vez se dijo que el hombre no era<br />

capaz <strong>de</strong> organizar el m<strong>un</strong>do sin contar con Dios. Pero, en realidad, no es así; el humanismo<br />

ateo rechaza esa pretensión. Sin embargo, lo que sí ha probado el humanismo ateo es que, si<br />

prescin<strong>de</strong> <strong>de</strong> Dios, el ser humano sólo pue<strong>de</strong> organizar <strong>un</strong> m<strong>un</strong>do en el que todo esté contra<br />

todo. Por eso, <strong>de</strong> Lubac concluía que el humanismo ultram<strong>un</strong>dano es inevitablemente <strong>un</strong><br />

humanismo inhumano, a<strong>un</strong>que piense que está motivado por las intenciones más elevadas.<br />

Si el tema <strong>de</strong>l «humanismo ateo» nos resulta familiar, es porque, <strong>de</strong> hecho, ha sido el caldo <strong>de</strong><br />

cultivo intelectual en el que hemos estado inmersos durante casi toda nuestra vida. Por <strong>de</strong>cirlo<br />

con cierta benevolencia, se han limado los filos más acerados <strong>de</strong>l proyecto <strong>de</strong> ese humanismo


ateo; a<strong>un</strong>que para terminar con el nazismo y el com<strong>un</strong>ismo se ha necesitado <strong>un</strong>a Guerra<br />

M<strong>un</strong>dial y <strong>un</strong>a Guerra Fría, las dos expresiones más letales <strong>de</strong> ese credo bastardo. Pero queda<br />

el rescoldo: el positivismo que la alta cultura occi<strong>de</strong>ntal aprendió <strong>de</strong> Comte, el subjetivismo<br />

que heredó <strong>de</strong> Feuerbach, el materialismo que adoptó <strong>de</strong> Marx, la obstinación radical que<br />

asumió <strong>de</strong> Nietzsche; aparte <strong>de</strong> la teoría absurda <strong>de</strong> que la religión bíblica es para niños. Los<br />

inmaduros. Los «indigentes» psicológicos. Nuestro amigo John Henry Newman escribió <strong>un</strong>a<br />

vez que <strong>un</strong>a auténtica vida <strong>un</strong>iversitaria sería imposible sin <strong>un</strong>a teología seria, porque sin<br />

teología es imposible <strong>un</strong>a auténtica vida intelectual. Dudo mucho que vayas a encontrar esa<br />

pretensión, tomada en serio, en cualquier <strong>un</strong>iversidad <strong>de</strong> prestigio, cuyo baremo ofrece cada<br />

otoño la revista U.S. News and World Report. Por el contrario, la convicción <strong>de</strong> que la madurez<br />

humana exige «liberarse» <strong>de</strong> la religión bíblica y sus exigencias es lo que podrás encontrar hoy<br />

día en muchas <strong>un</strong>iversida<strong>de</strong>s y escuelas superiores americanas.<br />

Así están las cosas, al menos, entre los docentes. En cambio, entre los alumnos, la situación es<br />

distinta. Cada año me encuentro con miles <strong>de</strong> <strong>un</strong>iversitarios, la mayoría <strong>de</strong> los cuales ni<br />

siquiera han oído hablar <strong>de</strong> Henri <strong>de</strong> Lubac. Pero creo que simpatizarían con sus análisis, a<br />

juzgar por las conclusiones a las que han llegado por su propia cuenta. Las malas i<strong>de</strong>as tienen<br />

malas consecuencias. El humanismo ateo es <strong>un</strong>a mala i<strong>de</strong>a, y las formas más suaves <strong>de</strong> ese<br />

humanismo ateo que configuró y <strong>de</strong>sfiguró (y en ciertos casos <strong>de</strong>struyó) la vida <strong>de</strong> sus padres<br />

son i<strong>de</strong>as que hay que evitar. Hoy día, la gente <strong>joven</strong> está abierta a la religión bíblica y a sus<br />

i<strong>de</strong>as sobre la condición humana <strong>de</strong> <strong>un</strong> modo difícilmente imaginable hace veinticinco o<br />

treinta años. Ahora, son más bien los profesores los que viven anclados en el pasado.<br />

Yo pensaba en esos jóvenes, en sus interrogantes y sus perplejida<strong>de</strong>s, cuando en octubre <strong>de</strong><br />

2002 tuve que viajar a Alemania. En Colonia, frente a las oficinas <strong>de</strong> la Archidiócesis católica,<br />

hay <strong>un</strong> monumento <strong>de</strong> bronce en memoria <strong>de</strong> Edith Stein, o santa Teresa Benedicta <strong>de</strong> la Cruz,<br />

<strong>de</strong> la que ya se ha hecho mención en este libro, insigne filósofa judía y, más tar<strong>de</strong>, monja<br />

carmelita, martirizada en Auschwitz el año 1942. El monumento está formado por tres<br />

estatuas <strong>de</strong> Edith Stein, <strong>de</strong> tamaño natural. La primera es <strong>un</strong>a <strong>joven</strong> judía, marcada con la<br />

«estrella <strong>de</strong> David», que piensa en el Dios <strong>de</strong> Israel, pero que empieza a sentir cierto<br />

escepticismo con respecto a sus creencias ancestrales. La seg<strong>un</strong>da Edith Stein es la estrella<br />

naciente <strong>de</strong> la mo<strong>de</strong>rna filosofía alemana, con <strong>un</strong>a mirada más <strong>de</strong>cidida, pero con <strong>un</strong>a fisura<br />

en la cabeza (perfectamente tallada por el escultor). Fe y razón no han entrado aún en<br />

conflicto, como tampoco la vida <strong>de</strong> Edith. La tercera Edith Stein <strong>de</strong>l monumento es la carmelita<br />

filósofa que ha encontrado en Cristo el modo <strong>de</strong> conciliar e integrar en su vida fe y razón. Esa<br />

Edith Stein, hermana Teresa «ben<strong>de</strong>cida por la cruz», sostiene esa cruz frente a sí, cuando ya<br />

va a entrar en el camino que la llevará al don supremo <strong>de</strong> sí misma. Esta última figura<br />

representa a la Edith Stein en toda su plenitud. Y esa plenitud es lo que a mí me da la<br />

sensación <strong>de</strong> que es lo que buscan los jóvenes <strong>de</strong> hoy en <strong>un</strong>a cultura que tien<strong>de</strong> a <strong>de</strong>sviarnos<br />

<strong>de</strong> ese objetivo (como le ocurrió en <strong>un</strong> tiempo a la propia Edith Stein).<br />

La historia <strong>de</strong> Edith Stein sugiere que la alternativa al humanismo ultram<strong>un</strong>dano y el antídoto<br />

contra sus efectos letales no consiste en abandonar el gran proyecto <strong>de</strong>l humanismo<br />

occi<strong>de</strong>ntal; la alternativa es <strong>un</strong> humanismo cristiano, <strong>un</strong> humanismo asentado en las tres<br />

virtu<strong>de</strong>s teológicas fe, esperanza, amor. Esa verdad y ese amor es lo que se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> Edith<br />

Stein y la llevó a su plenitud personal. Eso es lo que buscan hoy tantos jóvenes: <strong>un</strong> humanismo


ealmente humano y humanizante, que sólo se pue<strong>de</strong> encontrar en Cristo. Pienso que pocos<br />

<strong>de</strong> esos miles <strong>de</strong> jóvenes que abarrotaban la basílica <strong>de</strong> los Dominicos en Cracovia durante la<br />

misa <strong>de</strong> 7,00 <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> habrían leído a Reinhold Niebuhr, <strong>un</strong> gran predicador, a<strong>un</strong>que no <strong>un</strong><br />

gran teólogo, que dominó <strong>un</strong>a <strong>de</strong> las corrientes <strong>de</strong>l protestantismo americano a mediados <strong>de</strong>l<br />

siglo XX. Pero no cabe duda que entendieron la verdad <strong>de</strong> lo que Niebuhr <strong>de</strong>scribió <strong>un</strong>a vez<br />

como los efectos <strong>de</strong> la fe, <strong>de</strong> la esperanza y <strong>de</strong>l amor en nuestras vidas:<br />

Nuestra vida es muy corta para po<strong>de</strong>r llevar a cabo algo que valga la pena; por<br />

consiguiente, sólo podremos salvarnos por la esperanza.<br />

En el plano <strong>de</strong> verdad, <strong>de</strong> la belleza y <strong>de</strong> la bondad, no hay nada que tenga sentido en<br />

el contexto inmediato <strong>de</strong> la historia; por consiguiente, sólo podremos salvarnos por la<br />

fe.<br />

Nada <strong>de</strong> lo que hagamos, por virtuoso que sea, pue<strong>de</strong> ser perfecto por sí mismo; por<br />

consiguiente, sólo podremos salvarnos por el amor.<br />

Ning<strong>un</strong>a acción virtuosa lo es tanto, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el p<strong>un</strong>to <strong>de</strong> vista <strong>de</strong> nuestros amigos o <strong>de</strong><br />

nuestros enemigos, como <strong>de</strong>s<strong>de</strong> nuestra propia perspectiva. Por consiguiente, sólo<br />

podremos salvarnos por esa forma plena <strong>de</strong>l amor, que es el perdón.<br />

El m<strong>un</strong>do <strong>de</strong>l siglo XXI no está en vías <strong>de</strong> hacerse más profano, más secular. En ese sentido, la<br />

«hipótesis <strong>de</strong> <strong>un</strong>a secularización», es <strong>de</strong>cir, que la mo<strong>de</strong>rnización conduce inevitablemente a la<br />

secularización, se ha falsificado. Para bien o para mal, para mejor o para peor, el m<strong>un</strong>do <strong>de</strong><br />

este nuevo siglo y <strong>de</strong> este nuevo milenio se está haciendo más intensamente religioso. Como<br />

ya hace años que viene diciendo con insistencia mi amigo, Peter Berger, eminente sociólogo <strong>de</strong><br />

la religión, lo que hay que explicar no es el aguante y la tenacidad <strong>de</strong> la creencia religiosa, sino<br />

esos impenetrables reductos <strong>de</strong> secularismo que todavía dominan en nuestra avanzada<br />

cultura. El caso <strong>de</strong> la India no necesita explicación (a<strong>un</strong>que sí será necesario enten<strong>de</strong>rlo). La<br />

misa dominical <strong>de</strong> las 7,00 <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> en los Dominicos <strong>de</strong> Cracovia no necesita explicación.<br />

Las oleadas <strong>de</strong> peregrinos que acu<strong>de</strong>n al templo <strong>de</strong> Nuestra Señora <strong>de</strong> Guadalupe en Ciudad<br />

<strong>de</strong> México no necesitan explicación. Lo que realmente hay que explicar es el significado <strong>de</strong> <strong>un</strong><br />

club como el <strong>de</strong> la Facultad <strong>de</strong> Princeton, o la Facultad <strong>de</strong> Derecho <strong>de</strong> Harvard, o la actitud <strong>de</strong><br />

los políticos franceses y <strong>de</strong> alg<strong>un</strong>os miembros <strong>de</strong>l Trib<strong>un</strong>al Supremo <strong>de</strong> Estados Unidos.<br />

Como ha señalado el periodista David Brooks, el primer paso para «recuperarse» <strong>de</strong>l hábito <strong>de</strong><br />

secularismo, o quizá, mejor dicho, <strong>de</strong> la costumbre <strong>de</strong> tomarse en serio la hipótesis <strong>de</strong> la<br />

secularización consiste en reconocer que tal, en cuanto persona religiosa, no estás solo. Y no<br />

eres... <strong>un</strong> bicho raro. La minoría real, afirma Brooks, son ese «puñado <strong>de</strong> gente que no percibe<br />

la continua presencia <strong>de</strong> Dios en sus vidas, que no llenan sus horas con rituales, oraciones y<br />

hábitos que los pongan en contacto con lo divino, y que no creen que la vol<strong>un</strong>tad <strong>de</strong> Dios<br />

tenga que configurar su vida pública».<br />

Brooks dirigía sus escritos a los que él llamaba «secularistas recuperados»; pero su consejo se<br />

pue<strong>de</strong> aplicar a gente religiosa, fascinada por el dominio que ejercen los secularistas en<br />

nuestra cultura <strong>de</strong>sarrollada. Quizá su consejo más sabio implica <strong>un</strong>a cuestión <strong>de</strong> actitud y <strong>de</strong><br />

perspectiva histórica. Si es verdad que el m<strong>un</strong>do se está volviendo más religioso, y no menos,


¿no significará eso que el m<strong>un</strong>do se está volviendo <strong>un</strong> lugar mucho más peligroso? Pue<strong>de</strong> ser<br />

que los secularistas tuvieran razón, por lo menos en este p<strong>un</strong>to; y pue<strong>de</strong> ser que <strong>un</strong>a política<br />

totalmente secularizada sea la política más segura. Pero, como bien sabía Henri <strong>de</strong> Lubac, no<br />

tienen razón en ese aspecto. De hecho, las carnicerías más horrorosas <strong>de</strong>l siglo XX no fueron<br />

perpetradas por las religiones, sino por el humanismo ateo. Cierto que en el m<strong>un</strong>do hay<br />

competencia entre <strong>de</strong>terminadas visiones <strong>de</strong>l <strong>de</strong>stino humano, muchas <strong>de</strong> ellas <strong>de</strong> inspiración<br />

religiosa, y otras más bien volátiles. Pero así es la historia. Así es la humanidad. Así fueron, son,<br />

y siempre serán las cosas. Por eso, David Brooks sugiere que el esfuerzo diario por «eliminar <strong>de</strong><br />

nuestra mente los prejuicios secularistas» es <strong>un</strong> elemento esencial en nuestro empeño por<br />

encauzar la historia por <strong>de</strong>rroteros más humanos. No cabe duda que eso es esencial para<br />

comprometer a los sectores islámicos que rechazan el absurdo matrimonio entre <strong>un</strong>a forma<br />

distorsionada <strong>de</strong>l Islam y el nihilismo <strong>de</strong> Occi<strong>de</strong>nte, que es lo que ha creado el terrorismo <strong>de</strong><br />

Al-Qaeda, el movimiento Talibán y todas las <strong>de</strong>más ban<strong>de</strong>rías. Si, como a veces parecen sugerir<br />

los secularistas, comprometer al m<strong>un</strong>do islámico equivale a convertir a los musulmanes<br />

«mo<strong>de</strong>rados» en buenos liberales secularistas <strong>de</strong> corte occi<strong>de</strong>ntal, entonces estaremos<br />

irremediablemente con<strong>de</strong>nados a <strong>un</strong> choque <strong>de</strong> civilizaciones <strong>de</strong> lo más sangriento.<br />

Si se me permite usar <strong>un</strong>a metáfora <strong>de</strong> Ben Wattenberg, controlar los nervios significa también<br />

reconocer que la mejor noticia es que no hay sólo malas noticias. El historiador Philip Jenkins<br />

<strong>de</strong> la Universidad <strong>de</strong> Pensilvania, ha trazado <strong>un</strong> lúcido retrato <strong>de</strong>l «próximo Cristianismo» en<br />

<strong>un</strong> libro que lleva precisamente ese título. Pues bien, si las cosas siguen así, no sería difícil que,<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> no mucho tiempo, Europa Occi<strong>de</strong>ntal, Canadá, Australia y Nueva Zelanda estuvieran<br />

totalmente secularizadas, <strong>de</strong> modo que les sería difícil recuperar sus raíces cristianas. Así son<br />

las aberraciones <strong>de</strong> la historia, a<strong>un</strong>que eso no es lo normal.<br />

Mientras tanto, en América Latina y en África está floreciendo <strong>un</strong> cristianismo protestante, a<br />

veces <strong>de</strong> forma inesperada. Jenkins sugiere que, basándonos en los números, el<br />

Pentecostalismo es el movimiento social que tuvo más éxito en el siglo pasado. Al mismo<br />

tiempo, el catolicismo que se practica durante toda la vida también «se mueve hacia el sur»<br />

<strong>de</strong>l ecuador. Jenkins cree que, para el año 2025, casi tres cuartos <strong>de</strong>l catolicismo m<strong>un</strong>dial se<br />

podrá encontrar en África, Asia y América Latina. En la actualidad, América Latina es ya el<br />

centro <strong>de</strong> gravedad <strong>de</strong>mográfica <strong>de</strong>l catolicismo m<strong>un</strong>dial. El diálogo sobre lo que significa ser<br />

«la Iglesia <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do mo<strong>de</strong>rno» entre la vibrante, por más que atormentada, Iglesia Católica<br />

en Estados Unidos y la Iglesia Católica en Latinoamérica se supone que va a ser la más<br />

importante conversación católica <strong>de</strong>l siglo XXI. Luego está el Catolicismo Africano, que está en<br />

plena explosión <strong>de</strong> energía y crecimiento. A principios <strong>de</strong> la década <strong>de</strong> 1950, había en África<br />

dieciséis millones <strong>de</strong> <strong>católico</strong>s; hoy en día son ciento veinte millones, y lo más probable es que,<br />

para el año 2050, haya más <strong>de</strong> doscientos cuarenta millones <strong>de</strong> <strong>católico</strong>s en el continente<br />

africano.<br />

Esos nuevos <strong>católico</strong>s viven <strong>un</strong> cristianismo que Jenkins <strong>de</strong>scribe como muy cercano al <strong>de</strong>l<br />

Nuevo Testamento, en cuanto a sensibilidad: el m<strong>un</strong>do sobrenatural es tan real como el<br />

natural, Jesús posee <strong>un</strong> po<strong>de</strong>r divino para curar las heridas <strong>de</strong> la vida, se respeta la autoridad y<br />

nadie ahoga por <strong>un</strong>a Iglesia «<strong>de</strong>mocratizad» (sea cual sea el significado <strong>de</strong>l término). ¿Llegarás<br />

tú a ver ese día, hacia mediados <strong>de</strong> este siglo XXI, en el que misioneros africanos<br />

reevangelizarán el viejo corazón <strong>católico</strong> <strong>de</strong> Europa Occi<strong>de</strong>ntal? Y los cimientos <strong>de</strong> esa


eevangelización, durante la primera mitad <strong>de</strong>l nuevo siglo ¿no serán obra <strong>de</strong> alg<strong>un</strong>os <strong>de</strong> esos<br />

jóvenes polacos que encontraste en la misa <strong>de</strong> las 7,00 <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> en la Basílica <strong>de</strong> los<br />

Dominicos <strong>de</strong> Cracovia? Esto no es imposible; <strong>de</strong> hecho, hoy día, <strong>un</strong> tercio <strong>de</strong> todos los<br />

seminaristas europeos están en Polonia. Bien formados y entrenados, podrían ser <strong>un</strong>a fuerza<br />

muy consi<strong>de</strong>rable para la reevangelización <strong>de</strong> la «Vieja Europa», en colaboración con los<br />

movimientos <strong>de</strong> renovación –muchas veces presididos por jóvenes– que constituyen el núcleo<br />

más vital <strong>de</strong>l catolicismo en Francia, Alemania, Italia y España.<br />

Por consiguiente, ya ves; como <strong>joven</strong> creyente y como <strong>joven</strong> <strong>católico</strong>, no estás solo. Y tú no<br />

estás <strong>de</strong> vuelta <strong>de</strong> la historia. Tú estás en su momento más crucial.<br />

* * *<br />

Hace veinticinco años, si alguien hubiera sugerido que la capacidad <strong>de</strong> re<strong>un</strong>ir millones <strong>de</strong><br />

jóvenes iba a ser <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los acontecimientos más señalados en la historia <strong>de</strong> la Iglesia Católica<br />

en todo el m<strong>un</strong>do, los adali<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la secularización lo habrían tomado a broma y otro tanto<br />

habría hecho <strong>un</strong> buen número <strong>de</strong> <strong>católico</strong>s, incluidos los clérigos <strong>de</strong> edad más avanzada. Pero<br />

el papa Juan Pablo II tenía <strong>un</strong>a opinión diferente. Después <strong>de</strong> haber <strong>de</strong>sarrollado buena parte<br />

<strong>de</strong> su ministerio como párroco <strong>joven</strong> <strong>de</strong> gente <strong>joven</strong>, estaba convencido <strong>de</strong> que la nueva<br />

generación <strong>de</strong> <strong>católico</strong>s estaba esperando ser convocada. Así que <strong>de</strong>cidió convocarla. Los<br />

resultados han sido espectaculares durante las dos últimas décadas: Roma, 1985; Buenos<br />

Aires, 1987; Santiago <strong>de</strong> Compostela, 1989; Czestochowa, 1991; Denver, 1993; Manila, 1995;<br />

París, 1997; otra vez Roma, con ocasión <strong>de</strong>l Gran Jubileo, 2000; Toronto, 2002. Cada <strong>un</strong>o <strong>de</strong><br />

esos acontecimientos tuvo su propio carácter, a<strong>un</strong>que con <strong>un</strong> ritmo litúrgico semejante.<br />

Los Días M<strong>un</strong>diales <strong>de</strong> la Juventud pretendían recrear la experiencia <strong>de</strong> la Semana Santa, que<br />

es el centro <strong>de</strong>l año <strong>de</strong> gracia <strong>de</strong> la Iglesia y constituye la estructura básica <strong>de</strong> la vida espiritual.<br />

De ese modo, cada «Día M<strong>un</strong>dial <strong>de</strong> la Juventud» empieza con <strong>un</strong>a variante <strong>de</strong>l Domingo <strong>de</strong><br />

Ramos, durante el cual la gran «Cruz <strong>de</strong>l Día M<strong>un</strong>dial <strong>de</strong> la Juventud», que durante meses se<br />

ha paseado por todo el país anfitrión, se entroniza solemnemente en el recinto reservado para<br />

la ceremonia inaugural. Una vez allí, se recuerda el Jueves Santo, durante el cual el papa<br />

explica el significado <strong>de</strong> <strong>un</strong>a vida al servido <strong>de</strong>l Evangelio. Cada celebración <strong>de</strong>l Día M<strong>un</strong>dial <strong>de</strong><br />

la Juventud tiene también su «Viernes Santo», en el que los jóvenes <strong>católico</strong>s <strong>un</strong>idos al papa<br />

oran j<strong>un</strong>tos por la re<strong>de</strong>nción <strong>de</strong>l hombre a través <strong>de</strong>l misterio <strong>de</strong> la Cruz. La noche siguiente se<br />

celebra <strong>un</strong>a vigilia nocturna con profusión <strong>de</strong> can<strong>de</strong>las encendidas, análoga a la gran vigilia <strong>de</strong><br />

Pascua <strong>de</strong>l Sábado Santo. La celebración termina con <strong>un</strong>a misa que evoca la experiencia <strong>de</strong>l<br />

Domingo <strong>de</strong> Pascua y envía al m<strong>un</strong>do a todos y cada <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los jóvenes participantes con el<br />

mensaje <strong>de</strong> la Resurrección.<br />

En mi opinión, el momento más impresionante <strong>de</strong>l Día M<strong>un</strong>dial <strong>de</strong> la Juventud <strong>de</strong> 1997 en<br />

París fue la Vigilia. Durante tres días, medio millón <strong>de</strong> jóvenes peregrinos había llenado<br />

docenas y docenas <strong>de</strong> calles por todo París. A la hora <strong>de</strong> la vigilia, todos se congregaron en el<br />

hipódromo <strong>de</strong> Longchamp y en sus cercanías. El hipódromo se convirtió en <strong>un</strong>a catedral <strong>de</strong> luz,<br />

mientras el papa bautizaba a doce jóvenes adultos, elegidos <strong>de</strong> todos los continentes. Los<br />

parisinos, atónitos ante la afluencia <strong>de</strong> jóvenes, contemplaban aquella insólita <strong>de</strong>mostración<br />

<strong>de</strong> fe. La noche siguiente, en la Televisión Nacional Francesa, el Car<strong>de</strong>nal Jean-Marie Lustiger,<br />

arzobispo <strong>de</strong> París, dif<strong>un</strong>dió el mensaje por todos los hogares en <strong>un</strong>a entrevista con <strong>un</strong> locutor


perplejo, que no lograba enten<strong>de</strong>r <strong>de</strong> qué se trataba. Ante el escepticismo <strong>de</strong>l periodista el<br />

Car<strong>de</strong>nal contestó que se trataba <strong>de</strong> <strong>un</strong>a nueva generación <strong>de</strong> jóvenes. El entrevistador<br />

pertenecía a otra generación que, a<strong>un</strong>que educada en el catolicismo, había perdido la fe en la<br />

revuelta <strong>de</strong> 1968 y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces, estaba en pugna con sus progenitores. Pero el Car<strong>de</strong>nal<br />

insistía en que esta generación era diferente. «Había crecido sin convicciones, pero había<br />

encontrado a Jesucristo y quería saber qué significaba ese fenómeno». En otras palabras, esos<br />

jóvenes estaban fuera <strong>de</strong> la línea convencional <strong>de</strong> la historia. Y el que ahora estaba confuso era<br />

el periodista.<br />

El año 2002, en Toronto, lo que mis me impresionó, y creo que a otros muchos también, fue<br />

algo análogo a <strong>un</strong> Viernes Santo. Toronto es <strong>un</strong>a ciudad conscientemente arreligiosa, que se<br />

enorgullece <strong>de</strong> <strong>un</strong>a «tolerancia» y <strong>de</strong> <strong>un</strong>a «diversidad» que a menudo parece capaz <strong>de</strong> dar<br />

cabida a cualquier cosa menos a <strong>un</strong>a convicción cristiana culturalmente afirmada. Sin<br />

embargo, la noche <strong>de</strong>l 26 <strong>de</strong> julio <strong>de</strong> 2002, Toronto fue testigo <strong>de</strong> <strong>un</strong>a manifestación que ni sus<br />

más prof<strong>un</strong>das convicciones secularistas hubieran podido imaginar: medio millón <strong>de</strong> jóvenes<br />

<strong>de</strong>sfilando por la Avenida <strong>de</strong> la Universidad <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el distrito <strong>de</strong> la Bolsa hasta el Parlamento<br />

Provincial y Queen’s Park, haciendo el Viacrucis. La Corporación Canadiense <strong>de</strong> Radiodifusión<br />

calculó que, en todo el m<strong>un</strong>do, más <strong>de</strong> cien millones <strong>de</strong> personas <strong>de</strong> todas clases y colores<br />

participaban en ese momento extraordinario, gracias a las conexiones simultáneas <strong>de</strong><br />

televisión transmitidas a más <strong>de</strong> ciento sesenta países. Pero dudo que el impacto <strong>de</strong> la<br />

manifestación fuera más fuerte que en la propia dudad tan secularizada <strong>de</strong> Toronto.<br />

Los escépticos <strong>de</strong> siempre siguen pensando que esos Días M<strong>un</strong>diales <strong>de</strong> la Juventud no son<br />

más que <strong>un</strong>a simple variante <strong>de</strong>l <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> celebridad que inva<strong>de</strong> la cultura juvenil<br />

contemporánea. Nadie que haya asistido a <strong>un</strong>o <strong>de</strong> esos acontecimientos masivos pue<strong>de</strong><br />

afirmar algo así. Por su parte, el papa, con sus más <strong>de</strong> ochenta años y acosado <strong>de</strong> <strong>un</strong>a<br />

galopante <strong>de</strong>bilidad física, ya no era el «Juan Pablo Superestrella» <strong>de</strong> antaño. En cualquier<br />

caso, ¿en qué otra fiesta <strong>de</strong> la juventud humana se invita a los jóvenes a vivir <strong>un</strong>a vida <strong>de</strong><br />

heroísmo moral?<br />

Durante el Día M<strong>un</strong>dial <strong>de</strong> la Juventud <strong>de</strong>l año 2000 en Roma, los medios italianos <strong>de</strong> difusión,<br />

tan agresivamente antirreligiosos, enfrentaban a la «gente <strong>de</strong> Roma» con la «gente <strong>de</strong> Rimini»<br />

–estos últimos eran los cientos <strong>de</strong> miles <strong>de</strong> jóvenes que en pleno mes <strong>de</strong> agosto saturaban las<br />

playas <strong>de</strong> toda Italia– y preg<strong>un</strong>taban cuál era la diferencia entre los dos grupos. No cabe duda<br />

que los dos pretendían <strong>de</strong>finir el futuro <strong>de</strong> Europa, según los periódicos <strong>de</strong> la época. Pero, ¿era<br />

esa realmente la cuestión? Lo que estaba en juego era el futuro que se presentaba, y si en ese<br />

futuro habría lugar para <strong>un</strong>a invitación a la gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong> espíritu y para <strong>un</strong> heroísmo moral. De<br />

hecho, la tasa <strong>de</strong> nacimientos, tan catastróficamente baja en Europa Occi<strong>de</strong>ntal, no ha logrado<br />

crear <strong>un</strong> futuro en el sentido más elementalmente humano, es <strong>de</strong>cir, creando <strong>un</strong>a generación<br />

siguiente que sea capaz <strong>de</strong> mantener fresca la sociedad. Resulta difícil imaginar que esa<br />

realidad no tenga nada que ver con los corrosivos efectos <strong>de</strong>l escepticismo, <strong>de</strong>l relativismo<br />

moral, o <strong>de</strong> lo que se ha llegado a llamar «nihilismo complaciente». El hecho <strong>de</strong> que tantos<br />

jóvenes se sientan, al menos, intrigados por la llamada <strong>de</strong> Juan Pablo II a mantener alto el nivel<br />

<strong>de</strong> expectativas morales y espirituales, y a vivir la ley <strong>de</strong> la donación personal escrita en sus<br />

corazones no se <strong>de</strong>be consi<strong>de</strong>rar como <strong>un</strong>a amenaza al futuro <strong>de</strong> Europa. En alg<strong>un</strong>os casos,<br />

esa especie <strong>de</strong> conversión podría incluso ser <strong>un</strong>a condición previa para el futuro, sin más.


* * *<br />

De todos modos, anota en tu agenda el futuro Día M<strong>un</strong>dial <strong>de</strong> la Juventud. Ese «Día sintetiza<br />

en cierto modo muchos <strong>de</strong> los temas que hemos abordado en estas <strong>Cartas</strong>:<br />

¿Por qué la <strong>de</strong>cisión sobre tu vocación, eso único que sólo tú pue<strong>de</strong>s ser y hacer, es algo tan<br />

importante para llegar a ser <strong>un</strong> <strong>católico</strong> adulto? ¿Por qué es f<strong>un</strong>damental tu compromiso?<br />

¿Por qué el m<strong>un</strong>do real es el m<strong>un</strong>do <strong>de</strong> la verdad y <strong>de</strong>l amor trascen<strong>de</strong>nte, que se revela en y<br />

por medio <strong>de</strong> las realida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> este m<strong>un</strong>do? ¿Por qué «<strong>de</strong>jarse llevar» <strong>de</strong> <strong>un</strong>a imaginación<br />

sacramental es parte <strong>de</strong> que tú llegues a ser el consumado ser humano que tú mismo quieres<br />

ser? Los Días M<strong>un</strong>diales <strong>de</strong> la Juventud te ofrecen <strong>un</strong>a enorme experiencia <strong>de</strong> solidaridad y<br />

entusiasmo «<strong>católico</strong>». Y son también <strong>un</strong>a gran experiencia sacramental. En ellos pue<strong>de</strong>s ver,<br />

oír, tocar, sentir y gustar que, en la concepción católica <strong>de</strong> la realidad, se pue<strong>de</strong> encontrar a<br />

Dios en las realida<strong>de</strong>s visibles, tangibles y perceptibles, incluida la propia Iglesia y los<br />

sacramentos que esa Iglesia pone a nuestra disposición.<br />

Esa condición m<strong>un</strong>dana típicamente católica es todavía más importante en <strong>un</strong> m<strong>un</strong>do que, si<br />

se consi<strong>de</strong>ra como la última realidad, no se toma a sí mismo con suficiente seriedad. Tomarse<br />

el m<strong>un</strong>do en serio es concebir el m<strong>un</strong>do como lo que realmente es. Tomarse el m<strong>un</strong>do en serio<br />

no significa caer en la trampa <strong>de</strong>l materialismo y <strong>de</strong>l escepticismo, sino interpretarlo como es<br />

realmente, es <strong>de</strong>cir, como el ámbito <strong>de</strong> la acción <strong>de</strong> Dios, como el lugar en el que po<strong>de</strong>mos<br />

encontrar el amor que satisface nuestro <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> amor en plenitud y sin reservas.<br />

¡Bienvenido al m<strong>un</strong>do real!


FUENTES<br />

PRIMERA CARTA<br />

Las citas <strong>de</strong> Flannery O’Connor están tomadas <strong>de</strong> The Habit of Being: Letters of Flannery<br />

O’Connor, ed. Sally Fitzgerald (New York, Farrar, Straus, Giroux, 1979).<br />

SEGUNDA CARTA<br />

El libro <strong>de</strong> John E. Walsh, The Bones of S. Peter: The Fascinating Acco<strong>un</strong>t of the Search for the<br />

Apostle's Body, se pue<strong>de</strong> encontrar en librerías católicas o en internet. Las citas <strong>de</strong> Flannery<br />

O’Connor están tomadas <strong>de</strong> The Habit of Being.<br />

Existe <strong>un</strong>a bonita historia sobre el obelisco <strong>de</strong> la Plaza <strong>de</strong> San Pedro que pega mejor aquí que<br />

en su carta correspondiente. Durante siglos, el obelisco se erguía en la parte izquierda <strong>de</strong> la<br />

plaza. Cuando el papa Sixto V or<strong>de</strong>nó a su arquitecto, Domenico Fontana, trasladarlo al centro<br />

<strong>de</strong> la plaza, Fontana se encontró con <strong>un</strong> problema: nadie sabía cómo hacerlo. Novecientos<br />

hombres, ciento cincuenta caballos y cuarenta y siete grúas estaban preparados en la plaza el<br />

día 18 <strong>de</strong> septiembre <strong>de</strong> 1586, para remover y volver a en<strong>de</strong>rezar el obelisco sin causar daños<br />

irreparables. El Papa or<strong>de</strong>nó que la maniobra se realizara en completo silencio, para evitar que<br />

se espantaran los caballos; y para subrayar ese p<strong>un</strong>to, or<strong>de</strong>nó que se levantara <strong>un</strong> patíbulo en<br />

el que sería inmediatamente ejecutado el que hiciera el menor ruido. Cuando las maromas<br />

empezaron a elevar el obelisco, se tensaron tanto que empezaron a romperse; pero nadie se<br />

atrevía ni a respirar; hasta que, por fin, <strong>un</strong> marinero gritó: Acqua alle f<strong>un</strong>i («Agua a las<br />

maromas»). Y <strong>de</strong> ese modo, salvó su vida y el obelisco. El papa Sixto estaba tan contento <strong>de</strong><br />

que se hubiera <strong>de</strong>sobe<strong>de</strong>cido su mandato, que concedió a Bordighera, ciudad natal <strong>de</strong>l<br />

marinero, el privilegio <strong>de</strong> proporcionar las palmas para el servicio litúrgico <strong>de</strong>l Domingo <strong>de</strong><br />

Ramos en San Pedro, <strong>un</strong>a tradición que aún está vigente a día <strong>de</strong> hoy.<br />

TERCERA CARTA<br />

Las citas <strong>de</strong> Jaroslav Pelikan está tomadas <strong>de</strong> la obra Jesus Through the Centuries: His Place in<br />

the History of Culture (Yale University Press, New Haven 1985). Trad. esp.: Jesús a través <strong>de</strong> los<br />

siglos (Her<strong>de</strong>r, Barcelona 1989).<br />

La biografía <strong>de</strong> Waugh que se cita es la <strong>de</strong> Martin Stannard, Evelyn Waugh: The Latter Years,<br />

1939-1966 (Norton, New York 1992).


La carta <strong>de</strong> Waugh a George Orwell se encuentra en The Letters of Evelyn Waugh, ed. Mark<br />

Amory (Penguin, New York 1980).<br />

La <strong>de</strong>scripción <strong>de</strong>l catolicismo que hace Hans Urs Von Balthasar, como «Dios en busca nuestra»<br />

está tomada <strong>de</strong> la obra <strong>de</strong>l propio Balthasar, In the Fulness of Faith: On the Centrality of the<br />

Distinctively Catholic (Ignatius Press, San Francisco 1988).<br />

CUARTA CARTA<br />

Sobre los recuerdos vocacionales <strong>de</strong>l papa Juan Pablo II, véase Gift and Mystery: On the Fiftieth<br />

Anniversary of My Priestly Ordination (Doubleday, New York 1996). Trad. esp.: Don y misterio,<br />

autobiografía (Plaza & Janés, Barcelona 1997).<br />

El análisis <strong>de</strong> Hans Urs von Balthasar sobre las diferentes imágenes o perfiles <strong>de</strong> la Iglesia a<br />

través <strong>de</strong> los tiempos se encuentra en The Office of Peter and the Structure of the Church<br />

(Ignatius, San Francisco 1986).<br />

QUINTA CARTA<br />

La dirección <strong>de</strong> Newman en Roma en 1879 se cita en Ian Ker, John Henry Newman: A<br />

Biography, (Oxford University Press, New York 1988).<br />

La historia <strong>de</strong> la conversión <strong>de</strong> Edith Stein se pue<strong>de</strong> encontrar en Freda Mary Oben, Edith<br />

Stein: Scholar, Feminist, Saint (Alba House, New York 1988).<br />

La cita tomada <strong>de</strong> la obra <strong>de</strong> Newman Loss and Gain proce<strong>de</strong> <strong>de</strong> Avery Cardinal Dulles, S.J.,<br />

Newman (Continuum, New York 2002).<br />

El texto <strong>de</strong>l Manifiesto <strong>de</strong> Hartford está en Against the World For the World: The Hartford<br />

Appeal and the Future of American Religion, Peter L. Berger y Richard John Neuhaus (eds.)<br />

(Seabury, New York 1976).<br />

SEXTA CARTA<br />

La biografía <strong>de</strong> Belloc por Joseph Pearce lleva por título: Old Th<strong>un</strong><strong>de</strong>r: A Life of Hillaire Belloc<br />

(Ignatius, San Francisco 2002).<br />

Las citas <strong>de</strong> G. K. Chesterton, Orthodoxy, están tomadas <strong>de</strong> la edición Image Books (Doubleday<br />

Image, Gar<strong>de</strong>n City: N.Y., 1959).<br />

La introducción <strong>de</strong> Chesterton a Sto. Tomás <strong>de</strong> Aquino se encuentra en St. Thomas Aquinas /<br />

St. Francis of Assisi (Ignatius, San Francisco 2002).<br />

El poema «Pied Beauty», <strong>de</strong> Gerald Manley Hopkins está tomado <strong>de</strong> Hopkins: Poems and Prose<br />

(Penguin, London 1963). Pue<strong>de</strong> verse la edición española Poesía (Comares, Granada 2000)


SÉPTIMA CARTA<br />

La carta <strong>de</strong> Evelyn Waugh a Edith Sitwell, <strong>de</strong> 9 <strong>de</strong> Agosto <strong>de</strong> 1955 está incluida en The Letters<br />

of Evelyn Waugh.<br />

Las citas <strong>de</strong> Retorno a Bri<strong>de</strong>shead están tomadas <strong>de</strong> la edición Penguin <strong>de</strong> clásicos (Penguin,<br />

London 2000).<br />

La biografía <strong>de</strong> Waugh por Douglas Lane Patey lleva por título: The Life of Evelyn Waugh: A<br />

Critical Biography, (Blackwell, Oxford 1998).<br />

La referencia <strong>de</strong> C. S. Lewis al cielo como «gusto adquirido» está tomada <strong>de</strong> la introducción a<br />

la traducción <strong>de</strong> Dante, Paradiso, por Dorothy L. Sayers (Penguin, London 1962).<br />

Las citas <strong>de</strong> Robert Bolt, A Man for All Seasons, están tomadas <strong>de</strong> la edición en Vintage Books<br />

(Vintage, New York 1962).<br />

OCTAVA CARTA<br />

La obra <strong>de</strong> H. V. Morton, A Traveler in Rome ha tenido <strong>un</strong>a reciente reimpresión en DaCapo<br />

Press; la cita está tomada <strong>de</strong> la edición <strong>de</strong> 2002.<br />

La «teología <strong>de</strong>l cuerpo» se expone con más <strong>de</strong>talle en mi obra Biografía <strong>de</strong> Juan Pablo II,<br />

Testigo <strong>de</strong> Esperanza (Plaza & Janés, Barcelona 2000). Para <strong>un</strong>a exposición más <strong>de</strong>tallada,<br />

véase Christopher West, Theology of the Body Explained (Pauline Books and Media, Boston<br />

2003). Los 129 textos originales <strong>de</strong> <strong>un</strong>a «Teología <strong>de</strong>l cuerpo», pron<strong>un</strong>ciados por Juan Pablo II<br />

en diferentes audiencias, se han publicado en <strong>un</strong> solo volumen por Pauline Books and Media.<br />

NOVENA CARTA<br />

Más información sobre la parroquia <strong>de</strong> St. Mary, en Greenville, Carolina <strong>de</strong>l Sur, se pue<strong>de</strong><br />

obtener en la página Web <strong>de</strong> la parroquia: www.stmarysgvl.org<br />

La <strong>de</strong>scripción que hace el Concilio Vaticano II <strong>de</strong> la liturgia como participación en la liturgia<br />

celeste se pue<strong>de</strong> encontrar en Sacrosanctum Concilium, «Constitución dogmática sobre la<br />

Sagrada Liturgia», n. 8.<br />

Los textos <strong>de</strong>l Catecismo <strong>de</strong> la Iglesia Católica se encuentran en el n. 2460.<br />

DÉCIMA CARTA<br />

La <strong>de</strong>scripción <strong>de</strong> la «Misa por la Patria», <strong>de</strong> Michael Kaufman, está tomada <strong>de</strong> su libro Mad<br />

Dreams, Saving Graces: Poland, A Nation in Conspiracy (Random House, New York 1989).


La <strong>de</strong>scripción que hace Hans Urs von Balthasar <strong>de</strong> alg<strong>un</strong>os santos como «números <strong>un</strong>o <strong>de</strong><br />

Dios» está tomada <strong>de</strong> la introducción a su libro Two Sisters in The Spirit (Ignatius, San Francisco<br />

1992).<br />

La cita <strong>de</strong> Dawson está tomada <strong>de</strong> Christopher Dawson, Religion and the Rise of Western<br />

Culture (Doubleday Image, New York 1991). Trad. esp., La religión y el origen <strong>de</strong> la cultura<br />

occi<strong>de</strong>ntal (Encuentro, Madrid 1995)<br />

Las reflexiones <strong>de</strong> Juan Pablo II sobre sus luchas por la vocación se encuentran en Don y<br />

Misterio.<br />

La <strong>de</strong>scripción <strong>de</strong> la cruz, por Hans Urs von Balthasar, está tomada <strong>de</strong> The Threefold Garland:<br />

Tke World’s Salvation in Mary’s Prayer (lgnatius, San Francisco 1982).<br />

Las reflexiones <strong>de</strong> Peter Kreeft sobre el sufrimiento se encuentran en Making Sense Out of<br />

Suffering (Ann Arbor, Mich., Servant, 1986).<br />

El estudio <strong>de</strong> Leon Kass, «L’Chaim and Its Limits» está en The First Things, mayo 2001.<br />

DUODÉCIMA CARTA<br />

La incomparable Guía <strong>de</strong> la Catedral <strong>de</strong> Chartres, <strong>de</strong> Malcolm Miller, lleva por título Chartres<br />

Cathedral (Andover, U.K., Jarrold, 1996).<br />

El análisis <strong>de</strong> Hans Urs von Balthasar sobre el «genio» <strong>de</strong>l arte y lo que nos enseña sobre Dios<br />

se pue<strong>de</strong> encontrar en Gloria, <strong>un</strong>a estética teológica (Madrid, Encuentro).<br />

La famosa expresión <strong>de</strong> san Agustín, «Tar<strong>de</strong> te amé» está en sus Confesiones, X, 25, 38.<br />

EJ análisis <strong>de</strong> iconos realizado por el car<strong>de</strong>nal Schönborn se pue<strong>de</strong> encontrar en Christoph<br />

Schönborn, El icono <strong>de</strong> Cristo (Madrid, Encuentro, 1999).<br />

DÉCIMO TERCERA CARTA<br />

Pue<strong>de</strong> encontrarse información sobre la Vieja Catedral <strong>de</strong> Baltimore en<br />

www.baltimorebasilica.org.<br />

La contribución <strong>de</strong>l pensamiento y <strong>de</strong> la vida católica medieval a la <strong>de</strong>mocracia mo<strong>de</strong>rna se<br />

presentan <strong>de</strong> forma esquemática en John Courtney Murray, S.J., We HoId These Truths:<br />

Catholic Reflections on the American Proposition (Doubleday Image, Gar<strong>de</strong>n City, N.Y., 1964).<br />

La distinción que establece Servais Pinckaers entre «libertad <strong>de</strong> indiferencia» y «libertad por<br />

excelencia» está tomada <strong>de</strong> su libro, The Sources of Christian Ethics (Catholic University of<br />

America Press, Washington 1995).


DÉCIMO CUARTA CARTA<br />

El libro <strong>de</strong> Henri <strong>de</strong> Lubac, El drama <strong>de</strong>l Humanismo ateo, se publicó en Madrid, Encuentro<br />

1997.<br />

Las i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> Reinhold Niebuhr sobre fe, esperanza, amor y perdón se citan en el ensayo <strong>de</strong><br />

Wilfred McClay, «The New lrony of American History», en The First Things, febrero 2002.<br />

El artículo <strong>de</strong> David Brooks, «Kicking the Secularist Habit A Six-Step Program» se publicó en la<br />

revista Atlantic, número <strong>de</strong> marzo <strong>de</strong> 2003.<br />

El libro <strong>de</strong> Philip Jenkins, The New Christendom: The Coming of Global Christianity, se publicó<br />

en Oxford University Press, en 2002.

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