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Cmo definir al lector ideal Alberto Manguel - Escritura Creativa ...

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ENVIO 55<br />

Teoría e imágenes<br />

Cómo trabajar la propia estética en un relato literario<br />

Polisemias<br />

No es sencillo hablar de lo que pensamos sobre la escritura, de nuestra propia estética, de<br />

lo que sentimos o nos mueve a escribir. T<strong>al</strong> vez es una pregunta sin respuesta, aunque casi<br />

todos los escritores suelen encontrarse con ella. ¿Qué buscamos a la hora de redactar un<br />

texto? ¿Cuáles son las imágenes que re<strong>al</strong>mente nos representan? Muchos autores han<br />

redactado sus estéticas de manera teórica: Poe, Piglia, Cortázar, Lispector. Pero no todos<br />

ellos han hecho una síntesis como la que os vamos a propone ahora.<br />

Vamos a trabajar, pues, sobre dos textos conocidos. Os los volvemos a enviar para<br />

que los tengáis a mano y, a partir de esta lectura que ya habéis recorrido hace <strong>al</strong>gún tiempo<br />

vamos a lanzarnos a la aventura de redactar un cuento cuya imagen represente nuestras<br />

percepciones de lo literario.<br />

Escribir es para mí:<br />

Como una piedra en el zapato<br />

Como tirarme por un precipicio<br />

Como darme un baño de espuma<br />

Como…<br />

Como tantas cosas…<br />

Para Cortázar, por ejemplo, es como vomitar conejitos.<br />

Pero esto lo ha explicado también en numerosos ensayos. En este envío, se trata de ver<br />

qué elementos comunes hay entre lo que dice Cortázar sobre lo que es para él escribir un<br />

cuento y la metáfora o simbología representada en Carta a una señorita en París.<br />

Si leemos ambos textos con atención –siempre es agradable repasar a Cortázar-,<br />

veremos que en ambos hay puntos comunes, pero sucede que si bien en el texto teórico las<br />

ideas aparecen explicitadas de forma ordenada y racion<strong>al</strong>, en el relato aparecen pintadas<br />

gráficamente, pero de manera simbólica. Es decir, podemos interpretar qué son los<br />

famosos conejitos de Cortázar, pero siempre habrá más de una lectura, más de una<br />

interpretación. Decimos, pues, que los símbolos son polisémicos, es decir, que tienen más<br />

de una lectura válida y posible.<br />

No se trata, en re<strong>al</strong>idad, de un divorcio entre teoría y práctica sino de dos maneras de<br />

mostrar o representar una sensación o idea. Y de esto va el envío de hoy.<br />

Os propongo, pues, leer ambos textos y buscar cuidadosamente qué puntos en común<br />

existen en ellos.<br />

1


Del cuento breve y sus <strong>al</strong>rededores<br />

Julio Cortázar<br />

León L. Affirmait qu´il n´y avait qu´une chose de plus<br />

épouvantable que l´Épouvante: la journée norm<strong>al</strong>e, le<br />

quotidien, nous mêmes dans le quadre forgé par<br />

l´´Epouvante.<br />

Dieu a crée la mort. Il a crée la vie. Soit, déclamait LL.<br />

Mais ne dites pas que c´est Lui qui a créé la “journée<br />

norm<strong>al</strong>e”, la “vie de-tous-les-jours”. Grande est mon impieté,<br />

soit. Mais devant cette c<strong>al</strong>omnie, devant ce blasphème, elle<br />

reculle.<br />

Piotr Rawics. Le sang du ciel.<br />

Alguna vez Horacio Quiroga intentó un “Decálogo del perfecto cuentista”, cuyo mero<br />

título v<strong>al</strong>e ya como un guiño de ojo <strong>al</strong> <strong>lector</strong>. Si nueve de los preceptos son<br />

considerablemente prescindibles, el último me parece de una lucidez impecable. “Cuenta<br />

como si el relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes,<br />

de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento”.<br />

La noción de pequeño ambiente da su sentido más hondo <strong>al</strong> consejo, <strong>al</strong> <strong>definir</strong> la<br />

forma cerrada del cuento, lo que ya en otra ocasión he llamado su esfericidad 1 : pero a esa<br />

noción se suma otra igu<strong>al</strong>mente significativa: que el narrador pudo haber sido uno de los<br />

personajes, es decir que la situación narrativa en sí debe nacer y darse dentro de la esfera,<br />

trabajando del interior hacia el exterior, sin que los límites del relato se vean trazados<br />

como quien modela una esfera de arcilla. Dicho de otro modo, el sentimiento de la esfera<br />

debe preexistir de <strong>al</strong>guna manera <strong>al</strong> acto de escribir el cuento, como si el narrador,<br />

sometido por la forma que asume, se moviera implícitamente en ella y la llevara a su<br />

extrema tensión, lo que hace precisamente la perfección de la forma esférica.<br />

Estoy hablando del cuento contemporáneo, digamos del que nace con Edgar Allan<br />

Poe, y que se propone como una máquina inf<strong>al</strong>ible destinada a cumplir su misión<br />

narrativa con la máxima economía de medios; precisamente la diferencia entre el cuento y<br />

lo que los franceses llaman nouvelle y los anglosajones long short story se basa en esa<br />

implacable carrera contra el reloj que es un cuento plenamente logrado. Basta con pensar<br />

en “The Cask of Amontillado 2 ”, “Bliss”, “Las ruinas circulares” y “The killers”. Esto no quiere<br />

decir que cuentos más extensos no puedan ser igu<strong>al</strong>mente perfectos, pero me parece<br />

obvio que las narraciones arquetípicas de los últimos cien años han nacido de una<br />

despiadada eliminación de todos los elementos privativos de la nouvelle y de la novela, los<br />

exordios, circunloquios, desarrollos y demás recursos narrativos; si un cuento largo de<br />

Henry James o de D.H. Lawrence puede ser considerado tan geni<strong>al</strong> como aquellos,<br />

1 Los subrayados son nuestros.<br />

2. E. A. Poe, El barril de amontillado.Bliss. J.L. Borges. Las ruinas circulares.Hemingway. “Los asesinos”<br />

2


preciso será convenir en que estos autores trabajaron con una apertura temática y<br />

lingüística que de <strong>al</strong>guna manera facilitaba su labor mientras que lo siempre asombroso de<br />

los cuentos contra reloj está en que potencian vertiginosamente un mínimo de elementos,<br />

probando que ciertas situaciones o terrenos narrativos privilegiados pueden traducirse en<br />

un relato de proyecciones tan vastas como la más elaborada de las nouvelles.<br />

Lo que sigue se basa parci<strong>al</strong>mente en experiencias person<strong>al</strong>es cuya descripción<br />

mostrará quizá, digamos desde el exterior de la esfera, <strong>al</strong>gunas de las constantes que<br />

gravitan en un cuento de este tipo. Vuelvo <strong>al</strong> hermano Quiroga para recordar que dice:<br />

“Cuenta como si el relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus<br />

personajes, de los que pudiste haber sido uno”. La noción de ser uno de los personajes se<br />

traduce por lo gener<strong>al</strong> en el relato en primera persona, que nos sitúa de rondón en un plano<br />

interno. Hace muchos años, en Buenos Aires, Ana María Barrenechea me reprochó<br />

amistosamente un exceso en el uso de la primera persona, creo que con referencia a los<br />

relatos de Las armas secretas, aunque quizá se trataba de los de Fin<strong>al</strong> de juego. Cuando le<br />

señ<strong>al</strong>é que había varios en tercera persona, insistió en que no era así y tuve que probárselo<br />

libro en mano. Llegamos a la hipótesis de que quizá la tercera actuaba como una primera<br />

persona disfrazada 3 , y que por eso la memoria tendía a homogeneizar monótonamente la<br />

serie de relatos del libro.<br />

En ese momento, o más tarde, encontré una suerte de explicación por la vía contraria,<br />

sabiendo que cuando escribo un cuento busco instintivamente que sea de <strong>al</strong>guna manera<br />

ajeno a mí en tanto demiurgo, que eche a vivir con una vida independiente, y que el <strong>lector</strong><br />

tenga o pueda tener la sensación de que en cierto modo está leyendo <strong>al</strong>go que ha nacido<br />

por sí mismo, en sí mismo y hasta de sí mismo, en todo caso con la mediación pero jamás<br />

con la presencia manifiesta del demiurgo. Recordé que siempre me han irritado los<br />

relatos donde los personajes tienen que quedarse como <strong>al</strong> margen mientras el narrador<br />

explica por su cuenta (aunque esa cuenta sea la mera explicación y no suponga<br />

interferencia demiúrgico) det<strong>al</strong>les o pasos de una situación a otra. El signo de un cuento<br />

me lo da eso que podríamos llamar su autarquía, el hecho de que el relato se ha<br />

desprendido del autor como una pompa de jabón de la pipa de yeso. Aunque parezca<br />

paradójico, la narración en primera persona constituye la más fácil y quizá mejor solución<br />

del problema, porque narración y acción son aquí una y la misma cosa. Incluso cuando se<br />

habla de terceros, quien lo hace es parte de la acción, está en la burbuja y no en la pipa.<br />

Quizá por eso, en mis relatos en tercera persona, he procurado casi siempre no s<strong>al</strong>irme de<br />

una narración strictu senso, sin esas tomas de distancia que equiv<strong>al</strong>en a un juicio sobre lo<br />

que está pasando. Me parece una vanidad querer intervenir en un cuento con <strong>al</strong>go más<br />

que con el cuento en sí.<br />

Esto lleva necesariamente a la cuestión de la técnica narrativa, entendiendo por esto el<br />

especi<strong>al</strong> enlace en que se sitúan el narrador y lo narrado. Person<strong>al</strong>mente ese enlace se me<br />

ha dado siempre como una polarización, es decir que si existe el obvio puente de un<br />

lenguaje yendo de ese puente me separa, como escritor, del cuento como cosa escrita, <strong>al</strong><br />

punto que el relato queda siempre, con la última p<strong>al</strong>abra, en la orilla opuesta. Un verso<br />

admirable de Pablo Neruda: “Mis criaturas nacen de un largo rechazo”, me parece la<br />

mejor definición de un proceso en el que escribir es de <strong>al</strong>guna manera exorcizar; rechazar<br />

criaturas invasoras proyectándolas a una condición que paradójicamente les da existencia<br />

univers<strong>al</strong> a la vez que las sitúa en el otro extremo del puente, donde ya no está el narrador<br />

que ha soltado la burbuja de su pipa de yeso. Quizá sea exagerado afirmar que todo<br />

cuento breve plenamente logrado, y en especi<strong>al</strong> los cuentos fantásticos, son productos<br />

3 Más tarde, la crítica literaria llamará a este fenómeno, tan claramente explicado por Cortázar, “foc<strong>al</strong>ización<br />

interna”.<br />

3


neuróticos, pesadillas o <strong>al</strong>ucinaciones neutr<strong>al</strong>izadas mediante la objetivación y el traslado a<br />

un medio exterior <strong>al</strong> terreno neurótico; de todas maneras, en cu<strong>al</strong>quier cuento breve<br />

memorable se percibe esa polarización, como si el autor hubiera querido desprenderse lo<br />

antes posible y de la manera más absoluta de su criatura, exorcizándola en la única forma<br />

en que le era dado hacerlo: escribiéndola.<br />

Este rasgo común no se lograría sin las condiciones y la atmósfera que acompañan <strong>al</strong><br />

exorcismo. Pretender liberarse de criaturas obsesionantes a base de mera técnica narrativa<br />

puede quizá dar un cuento, pero <strong>al</strong> f<strong>al</strong>tar la polarización esenci<strong>al</strong>, el rechazo catártico, el<br />

resultado literario será precisamente eso, literario; <strong>al</strong> cuento le f<strong>al</strong>tará la atmósfera que<br />

ningún análisis estilístico lograría explicar, el aura que pervive en el relato, y poseerá <strong>al</strong><br />

<strong>lector</strong> como había poseído, en el otro extremo del puente, <strong>al</strong> autor. Un cuentista eficaz<br />

puede escribir relatos literariamente válidos, pero si <strong>al</strong>guna vez ha pasado por la<br />

experiencia de liberarse de un cuento como quien se quita de encima una <strong>al</strong>imaña, sabrá<br />

de la diferencia que hay entre posesión y cocina literaria, y a su vez un buen <strong>lector</strong> de<br />

cuentos distinguirá inf<strong>al</strong>iblemente entre lo que viene de un territorio indefinible y<br />

ominoso, y el producto de un mero métier. Quizá el rasgo diferenci<strong>al</strong> más penetrante –lo<br />

he señ<strong>al</strong>ado ya en otra parte- sea la tensión interna de la trama narrativa. De una manera<br />

que ninguna técnica podría enseñar o promover, el gran cuento breve condensa la<br />

obsesión de la <strong>al</strong>imaña, es una presencia <strong>al</strong>ucinante que se inst<strong>al</strong>a desde las primeras frases<br />

para fascinar <strong>al</strong> <strong>lector</strong>, hacerle perder contacto con la desvaída re<strong>al</strong>idad que lo rodea,<br />

arrastrarlo a una sumersión más intensa y avas<strong>al</strong>ladora. De un cuento así se s<strong>al</strong>e como de<br />

un acto de amor, agotado y fuera del mundo circundante, <strong>al</strong> que se vuelve poco a poco<br />

con una mirada de sorpresa, de lento reconocimiento, muchas veces de <strong>al</strong>ivio y tantas<br />

otras de resignación. El hombre que escribió ese cuento pasó por una experiencia todavía<br />

más extenuante, porque de su capacidad de transvasar la obsesión dependía el regreso a<br />

condiciones más tolerables; y la tensión del cuento nación de esa eliminación fulgurante<br />

de ideas intermedias, de etapas preparatorias, de toda la retórica literaria deliberada,<br />

puesto que había en juego una operación en <strong>al</strong>guna medida fat<strong>al</strong> que no toleraba pérdida<br />

de tiempo; estaba <strong>al</strong>lí y sólo de un manotazo podía arrancársela del cuello o de la cara. En<br />

todo caso así me tocó escribir muchos de mis cuentos; incluso en <strong>al</strong>gunos relativamente<br />

largos, como Las armas secretas, la angustia omnipresente a lo largo de todo un día me<br />

obligó a trabajar empecinadamente hasta terminar el relato y sólo entonces, sin cuidarme<br />

de releerlo, bajar a la c<strong>al</strong>le y caminar por mí mismo, sin ser ya Pierre, sin ser ya Michèle.<br />

Esto permite sostener que cierta gama de cuentos nace de un estado de trance,<br />

anorm<strong>al</strong> para los cánones de la norm<strong>al</strong>idad <strong>al</strong> uso, y que el aturo los escribe mientras está<br />

en lo que los franceses llaman un état second. Que Poe haya logrado uno de sus mejores<br />

relatos en ese estado (paradójicamente reservaba la fri<strong>al</strong>dad racion<strong>al</strong> para la poesía, por lo<br />

menos en la intención) lo prueba más acá de toda evidencia testimoni<strong>al</strong> el efecto<br />

traumático, contagioso y para <strong>al</strong>gunos diabólicos del The Tell-T<strong>al</strong>e Herat o de Berenice. No<br />

f<strong>al</strong>tará quien estime que exagero esta noción de un estado ex- orbitado como el único<br />

terreno donde puede nacer un gran cuento breve; haré notar que me refiero a relatos<br />

donde el tema mismo contiene la “anorm<strong>al</strong>idad”, como los citados de Poe, y que me baso<br />

en mi propia experiencia toda vez que me vi obligado a escribir un cuento para evitar <strong>al</strong>go<br />

mucho peor. ¿Cómo describir la atmósfera que antecede y envuelve el acto de escribirlo?<br />

Si Poe hubiera tenido ocasión de hablar de eso, estas páginas no serían intentadas, pero él<br />

c<strong>al</strong>ló ese círculo de su infierno y se limitó a convertirlo en The black cat o en Ligeia. No sé<br />

de otros testimonios que puedan ayudar a comprender el proceso desencadenante y<br />

condicionante de un cuento breve digno de recuerdo; apelo entonces a mi propia<br />

situación de cuentista y veo a un hombre relativamente feliz y cotidiano, envuelto en las<br />

mismas pequeñeces y dentistas de todo habitante de una gran ciudad, que lee el periódico<br />

4


y se enamora y va <strong>al</strong> teatro y que de pronto, instantáneamente, en un viaje en subte, en un<br />

café, en un sueño, en la oficina mientras revisa una traducción acerca del an<strong>al</strong>fabetismo en<br />

Tanzania, deja de ser él y su circunstancia y sin razón <strong>al</strong>guna, sin previo aviso, sin <strong>al</strong> aura<br />

de los epilépticos, sin la crispación que precede a las grandes jaquecas, sin nada que le dé<br />

tiempo a apretar los dientes y a respirar hondo, es un cuento, una masa informe sin p<strong>al</strong>abras<br />

ni caras ni principio ni fin pero ya un cuento, <strong>al</strong>go que solamente puede ser un cuento y<br />

además en seguida, inmediatamente. Tanzania puede irse <strong>al</strong> demonio porque ese hombre<br />

meterá la hoja de papel en la máquina y empezará a escribir aunque sus jefes y las<br />

Naciones Unidas en pleno le caigan por las orejas, aunque su mujer lo llame porque se<br />

está enfriando la sopa, aunque ocurran cosas tremendas en el mundo y haya que escuchar<br />

las informaciones radi<strong>al</strong>es o bañarse o telefonear a los amigos. Me acuerdo de una cita<br />

curiosa, creo que de Roger Fry; un niño precozmente dotado para el dibujo explicaba su<br />

método de composición diciendo: First I think and then I draw a line round my think (sic) 4 En<br />

el caso de estos cuentos sucede exactamente lo contrario: la línea verb<strong>al</strong> que los dibujará<br />

arranca sin ningún “think” previo, hay como un enorme coágulo, un bloque tot<strong>al</strong> que ya<br />

es el cuento; eso es clarísimo aunque nada pueda parecer más oscuro, y precisamente ahí<br />

reside esa especie de an<strong>al</strong>ogía onírica de signo inverso que hay en la composición de t<strong>al</strong>es<br />

cuentos, puesto que todos hemos soñado cosas medianamente claras que, una vez<br />

despiertos, eran un coágulo informe, una masa sin sentido. ¿Se sueña despierto <strong>al</strong> escribir<br />

un cuento breve? Los límites del sueño y la vigilia, ya se sabe: basta preguntarle <strong>al</strong> filósofo<br />

chino y a la mariposa. 5 . De todas maneras si la an<strong>al</strong>ogía es evidente, la relación es de signo<br />

inverso por lo menos en mi caso, puesto que arranco del bloque informe y escribo <strong>al</strong>go<br />

que sólo entonces se convierte en un cuento coherente y válido per se. La memoria,<br />

traumatizada sin duda por una experiencia vertiginosa, guarda en det<strong>al</strong>le las sensaciones<br />

de esos momentos, y me permite racion<strong>al</strong>izarlos aquí en la medida de lo posible. Hay la<br />

masa que es el cuento (¿pero qué cuento?, no lo sé y lo sé, todo está visto por <strong>al</strong>go mío<br />

que no es mi conciencia pero que v<strong>al</strong>e más que ella en esa hora fuera del tiempo y la<br />

razón), hay la angustia y la ansiedad y la maravilla, porque también las sensaciones y los<br />

sentimientos se contradicen en esos momentos; escribir un cuento así es simultáneamente<br />

terrible y maravilloso, hay una desesperación ex<strong>al</strong>tante, una ex<strong>al</strong>tación desesperada; es<br />

ahora o nunca, y el temor de que pueda ser nunca exacerba el ahora, lo vuelve máquina de<br />

escribir corriendo a todo teclado, olvido de la circunstancia, abolición de lo circundante.<br />

Y entonces la masa negra se aclara a medida que se avanza, increíblemente las cosas son<br />

de una extrema facilidad, como si el cuento ya estuviera escrito con una tinta simpática y<br />

uno le pasara por encima el pincelito que lo despierta. Escribir un cuento así no da ningún<br />

trabajo, absolutamente ninguno; todo ha ocurrido antes y ese antes, que aconteció en un<br />

plano donde la “sinfonía se agita en la profundidad”, para decirlo con Rimbaud, es el que<br />

ha provocado la obsesión, el coágulo abominable que había que arrancarse a tirones de<br />

p<strong>al</strong>abras. Y por eso, porque todo está decidido en una región que diurnamente me es<br />

ajena, ni siquiera el remate del cuento presenta problemas, sé que puedo escribir sin<br />

detenerme, viendo presentarse y sucederse episodios, y que el desenlace está tan incluido<br />

en el coágulo inici<strong>al</strong> como el punto de partida. Me acuerdo de la mañana en que me cayó<br />

encima “Una flor amarilla”: el bloque amorfo era la noción del hombre que encuentra a<br />

un niño que se le parece y tiene la deslumbradora intuición de que somos inmort<strong>al</strong>es.<br />

Escribí las primeras escenas sin la menor vacilación, pero no sabía lo que iba a ocurrir,<br />

ignoraba el desenlace de la historia. Si en ese momento <strong>al</strong>guien me hubiera interrumpido<br />

4 Primero pienso, y luego dibujo una línea <strong>al</strong>rededor de mi pensamiento.<br />

5 Se refiere <strong>al</strong> célebre relato que dice:<br />

Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Y <strong>al</strong> despertar no sabía si era Chuang Tzú y había soñado con una mariposa, o si era<br />

una mariposa y estaba soñando que era Tzu.<br />

5


para decirme: “Al fin<strong>al</strong> el protagonista va a envenenar a Luc”, me hubiera quedado<br />

estupefacto. Al fin<strong>al</strong> el protagonista envenena a Luc, pero eso llegó como todo lo<br />

anterior, como una madeja que se desovilla a medida que tiramos; la verdad es que en mis<br />

cuentos <strong>al</strong>gunos se s<strong>al</strong>van del olvido porque he sido capaz de recibir y transmitir sin<br />

demasiadas pérdidas esas latencias de una psiquis profunda, y el resto es una cierta<br />

veteranía para no f<strong>al</strong>sear el misterio, conservarlo lo más cerca posible de su fuente, con su<br />

temblor origin<strong>al</strong>, su b<strong>al</strong>buceo arquetípico.<br />

Lo que precede habrá puesto en la pista <strong>al</strong> <strong>lector</strong>: no hay diferencia genética entre este<br />

tipo de cuentos y la poesía como la entendemos a partir de Baudelaire. Pero si el acto<br />

poético me parece una suerte de magia de segundo grado, tentativa de posesión<br />

ontológica y no ya física como en la magia propiamente dicha, el cuento no tiene<br />

intenciones esenci<strong>al</strong>es, no indaga ni transmite un conocimiento o un mensaje. La génesis<br />

del cuento y del poema es sin embargo la misma, nace de un repentino extrañamiento, de<br />

un desplazarse que <strong>al</strong>tera el régimen “norm<strong>al</strong>” de la conciencia; en un tiempo en que las<br />

etiquetas y los géneros ceden a una estrepitosa bancarrota, no es inútil insistir en esa<br />

afinidad que muchos encontrarán fantasiosa. Mi experiencia me dice que, de <strong>al</strong>guna<br />

manera, un cuento breve como los que he tratado de caracterizar no tiene una estructura de<br />

prosa. Cada vez que me ha tocado revisar la traducción de uno de mis relatos (o intentar la<br />

de otros autores, como <strong>al</strong>guna vez con Poe) he sentido hasta qué punto la eficacia y el<br />

sentido del cuento dependían de esos v<strong>al</strong>ores que dan su carácter específico <strong>al</strong> poema y<br />

también <strong>al</strong> jazz: la tensión, el ritmo, la pulsación interna, lo imprevisto dentro de<br />

parámetros previstos, esa libertad fat<strong>al</strong> que no admite <strong>al</strong>teración sin una pérdida<br />

irrestañable. Los cuentos de esta especie se incorporan como cicatrices indelebles a todo<br />

<strong>lector</strong> que los merezca: son criaturas vivientes, organismos completos, ciclos cerrados, y<br />

respiran. Ellos respiran, no el narrador, a semejanza de los poemas perdurables y a<br />

diferencia de toda prosa encaminada a transmitir la respiración del narrador, a comunicarla<br />

a manera de un teléfono de p<strong>al</strong>abra. Y si se pregunta: ¿Pero entonces no hay<br />

comunicación entre el poeta (el cuentista) y el <strong>lector</strong>?, la respuesta es obvia: la<br />

comunicación se opera desde el poema o el cuento, no por medio de ellos. Y esa<br />

comunicación no es la que intenta el prosista, de teléfono a teléfono; el poeta y el<br />

narrador urden criaturas autónomas, objetos de conducta imprevisible, y sus<br />

consecuencias ocasion<strong>al</strong>es en los <strong>lector</strong>es no se diferencian esenci<strong>al</strong>mente de las que<br />

tienen para el autor, primer sorprendido de su creación, <strong>lector</strong> azorado de sí mismo.<br />

Breve coda sobre los cuento fantásticos. Primera observación: lo fantástico como nost<strong>al</strong>gia. Toda<br />

suspensión of disbelief obra como una tregua en el seco, implacable asedio que el<br />

determinismo hace <strong>al</strong> hombre. En esa tregua, la nost<strong>al</strong>gia introduce una variante en la<br />

afirmación de Ortega: hay hombres que en <strong>al</strong>gún momento cesan de ser ellos y su<br />

circunstancia, hay una hora en la que se anhela ser uno mismo y lo inesperado, uno<br />

mismo y el momento en que la puerta que antes y después da <strong>al</strong> zaguán se entorna<br />

lentamente para dejarnos ver el prado donde relincha el unicornio.<br />

Segunda observación: lo fantástico exige un desarrollo tempor<strong>al</strong> ordinario. Su irrupción<br />

<strong>al</strong>tera instantáneamente el presente, pero la puerta que da <strong>al</strong> zaguán ha sido y será la<br />

misma en el pasado y el futuro. Sólo la <strong>al</strong>teración momentánea dentro de la regularidad<br />

delata lo fantástico, pero es necesario que lo excepcion<strong>al</strong> pase a ser también la regla, sin<br />

desplazar las estructuras ordinarias entre las cu<strong>al</strong>es se ha insertado. Descubrir en una nube<br />

el perfil de Beethoven sería inquietante si durara diez segundos antes de deshilacharse y<br />

volverse fragata o p<strong>al</strong>oma: su carácter fantástico sólo se afirmaría en caso de que el perfil<br />

de Beethoven siguiera <strong>al</strong>lí mientras el resto de las nubes se conduce con su<br />

desintencionado desorden sempiterno. En la m<strong>al</strong>a literatura fantástica, los perfiles<br />

6


sobrenatur<strong>al</strong>es suelen introducirse como cuñas instantáneas, efímeras en la sólida masa de<br />

lo consuetudinario; así, una señora que se ha ganado el odio minucioso del <strong>lector</strong>, es<br />

meritoriamente estrangulada a último minuto gracias a una mano fantasm<strong>al</strong> que entra por<br />

la chimenea y se va por la ventana sin mayores rodeos, aparte de que en esos casos el<br />

autor se cree obligado a proveer una “explicación” a base de antepasados vengativos o<br />

m<strong>al</strong>eficios m<strong>al</strong>ayos. Agrego que la peor literatura de este género es sin embargo la que<br />

opta por el procedimiento inverso, es decir el desplazamiento de lo tempor<strong>al</strong> ordinario<br />

por una especie de full-time de lo fantástico, invadiendo la casi tot<strong>al</strong>idad del escenario con<br />

gran despliegue de cotillón sobrenatur<strong>al</strong>, como en el socorrido modelo de la casa<br />

encantada donde todo rezuma manifestaciones insólitas, desde que el protagonista hace<br />

sonar el <strong>al</strong>dabón de las primeras frases hasta la ventana de la buhardilla donde culmina<br />

espasmódicamente el relato. En los dos extremos (insuficiente inst<strong>al</strong>ación en la<br />

circunstancia ordinaria y rechazo casi tot<strong>al</strong> de esta última) se peca por impermeabilidad, se<br />

trabaja con materias heterogéneas momentáneamente vinculadas pero en las que no hay<br />

ósmosis ni articulación convincente. El buen <strong>lector</strong> siente que nada tienen que hacer <strong>al</strong>lí<br />

esa mano estranguladora ni ese cab<strong>al</strong>lero que a resultas de una apuesta se inst<strong>al</strong>a para<br />

pasar la noche en una tétrica morada. Este tipo de cuentos que abruma las antologías del<br />

género recuerda la receta de Edward Lear para fabricar un pastel cuyo glorioso nombre<br />

he olvidado: se toma un cerdo, se lo ata a una estaca y se le pega violentamente; mientras,<br />

por otra parte, se prepara con diversos ingredientes una masa cuya cocción sólo se<br />

interrumpe para seguir ap<strong>al</strong>eando <strong>al</strong> cerdo. Si <strong>al</strong> cabo de tres días no se ha logrado que la<br />

masa y el cerdo formen un todo homogéneo, puede considerarse que el pastel es un<br />

fracaso, por lo cu<strong>al</strong> se soltará <strong>al</strong> cerdo y se tirará la masa a la basura. Que es precisamente<br />

lo que hacemos con los cuentos donde no hay ósmosis, donde lo fantástico y lo habitu<strong>al</strong><br />

se yuxtaponen sin que nazca el pastel que esperábamos saborear estremecidamente.<br />

7


Carta a una Señorita en París 6<br />

Julio Cortázar<br />

Andrée, yo no quería venirme a vivir a su departamento de la c<strong>al</strong>le Suipacha. No tanto por<br />

los conejitos, más bien porque me duele ingresar en un orden cerrado, construido ya hasta<br />

en las más finas m<strong>al</strong>las del aire, esas que en su casa preservan la música de la lavanda, el<br />

<strong>al</strong>etear de un cisne con polvos, el juego del violín y la viola en el cuarteto de Rará. Me es<br />

amargo entrar en un ámbito donde <strong>al</strong>guien que vive bellamente lo ha dispuesto todo como<br />

una reiteración visible de su <strong>al</strong>ma, aquí los libros (de un lado en español, del otro en francés<br />

e inglés), <strong>al</strong>lí los <strong>al</strong>mohadones verdes, en este preciso sitio de la mesita el cenicero de crist<strong>al</strong><br />

que parece el corte de una pompa de jabón, y siempre un perfume, un sonido, un crecer de<br />

plantas, una fotografía del amigo muerto, ritu<strong>al</strong> de bandejas con té y tenacillas de azúcar...<br />

Ah, querida Andrée, qué difícil oponerse, aun aceptándolo con entera sumisión del propio<br />

ser, <strong>al</strong> orden minucioso que una mujer instaura en su liviana residencia. Cuán culpable<br />

tomar una tacita de met<strong>al</strong> y ponerla <strong>al</strong> otro extremo de la mesa, ponerla <strong>al</strong>lí simplemente<br />

porque uno ha traído sus diccionarios ingleses y es de este lado, <strong>al</strong> <strong>al</strong>cance de la mano,<br />

donde habrán de estar. Mover esa tacita v<strong>al</strong>e por un horrible rojo inesperado en medio de<br />

una modulación de Ozenfant, como si de golpe las cuerdas de todos los contrabajos se<br />

rompieran <strong>al</strong> mismo tiempo con el mismo espantoso chicotazo en el instante más c<strong>al</strong>lado<br />

de una sinfonía de Mozart. Mover esa tacita <strong>al</strong>tera el juego de relaciones de toda la casa, de<br />

cada objeto con otro, de cada momento de su <strong>al</strong>ma con el <strong>al</strong>ma entera de la casa y su<br />

habitante lejana. Y yo no puedo acercar los dedos a un libro, ceñir apenas el cono de luz de<br />

una lámpara, destapar la caja de música, sin que un sentimiento de ultraje y desafío me pase<br />

por los ojos como un bando de gorriones.<br />

Usted sabe por qué vine a su casa, a su quieto s<strong>al</strong>ón solicitado de mediodía. Todo parece<br />

tan natur<strong>al</strong>, como siempre que no se sabe la verdad. Usted se ha ido a París, yo me quedé<br />

con el departamento de la c<strong>al</strong>le Suipacha, elaboramos un simple y satisfactorio plan de<br />

mutua convivencia hasta que septiembre la traiga de nuevo a Buenos Aires y me lance a mí<br />

a <strong>al</strong>guna otra casa donde quizá... Pero no le escribo por eso, esta carta se la envío a causa de<br />

los conejitos, me parece justo enteraría; y porque me gusta escribir cartas, y t<strong>al</strong> vez porque<br />

llueve.<br />

Me mudé el jueves pasado, a las cinco de la tarde, entre niebla y hastío. He cerrado<br />

tantas m<strong>al</strong>etas en mi vida, me he pasado tantas horas haciendo equipajes que no llevaban a<br />

ninguna parte, que el jueves fue un día lleno de sombras y correas, porque cuando yo veo<br />

las correas de las v<strong>al</strong>ijas es como si viera sombras, elementos de un látigo que me azota<br />

indirectamente, de la manera más sutil y más horrible. Pero hice las m<strong>al</strong>etas, avisé a la<br />

mucama que vendría a inst<strong>al</strong>arme, y subí en el ascensor. Justo entre el primero y segundo<br />

piso sentí que iba a vomitar un conejito. Nunca se lo había explicado antes, no crea que por<br />

desle<strong>al</strong>tad, pero natur<strong>al</strong>mente uno no va a ponerse a explicarle a la gente que de cuando en<br />

cuando vomita un conejito. Como siempre me ha sucedido estando a solas, guardaba el<br />

hecho igu<strong>al</strong> que se guardan tantas constancias de lo que acaece (o hace uno acaecer) en la<br />

privacía tot<strong>al</strong>. No me lo reproche, Andrée, no me lo reproche. De cuando en cuando me<br />

ocurre vomitar un conejito. No es razón para no vivir en cu<strong>al</strong>quier casa, no es razón para<br />

que uno tenga que avergonzarse y estar aislado y andar c<strong>al</strong>lándose.<br />

Cuando siento que voy a vomitar un conejito me pongo dos dedos en la boca como una<br />

pinza abierta, y espero a sentir en la garganta la pelusa tibia que sube como una<br />

efervescencia de s<strong>al</strong> de frutas. Todo es veloz e higiénico, transcurre en un brevísimo<br />

6 Cortázar, Julio. Carta a una señorita en París. (En: Bestiario, 2 ed. Buenos Aires, Sudamericana, 1972.<br />

8


instante. Saco los dedos de la boca, y en ellos traigo sujeto por las orejas a un conejito<br />

blanco. El conejito parece contento, es un conejito norm<strong>al</strong> y perfecto, sólo que muy<br />

pequeño, pequeño como un conejito de chocolate pero blanco y enteramente un conejito.<br />

Me lo pongo en la p<strong>al</strong>ma de la mano, le <strong>al</strong>zo la pelusa con una caricia de los dedos, el<br />

conejito parece satisfecho de haber nacido y bulle y pega el hocico contra mi piel,<br />

moviéndolo con esa trituración silenciosa y cosquilleante del hocico de un conejo contra la<br />

piel de una mano. Busca de comer y entonces yo (hablo de cuando esto ocurría en mi casa<br />

de las afueras) lo saco conmigo <strong>al</strong> b<strong>al</strong>cón y lo pongo en la gran maceta donde crece el<br />

trébol que a propósito he sembrado 7 . El conejito <strong>al</strong>za del todo sus orejas, envuelve un<br />

trébol tierno con un veloz molinete del hocico, y yo sé que puedo dejarlo e irme, continuar<br />

por un tiempo una vida no distinta a la de tantos que compran sus conejos en las granjas.<br />

Entre el primero y segundo piso, Andrée, como un anuncio de lo que sería mi vida en<br />

su casa, supe que iba a vomitar un conejito. En seguida tuve miedo (¿o era extrañeza? No,<br />

miedo de la misma extrañeza, acaso) porque antes de dejar mi casa, sólo dos días antes,<br />

había vomitado un conejito y estaba seguro por un mes, por cinco semanas, t<strong>al</strong> vez seis con<br />

un poco de suerte. Mire usted, yo tenía perfectamente resuelto el problema de los conejitos.<br />

Sembraba trébol en el b<strong>al</strong>cón de mi otra casa, vomitaba un conejito, lo ponía en el trébol y<br />

<strong>al</strong> cabo de un mes, cuando sospechaba que de un momento a otro... entonces reg<strong>al</strong>aba el<br />

conejo ya crecido a la señora de Molina, que creía en un hobby y se c<strong>al</strong>laba. Ya en otra<br />

maceta venía creciendo un trébol tierno y propicio, yo aguardaba sin preocupación la<br />

mañana en que la cosquilla de una pelusa subiendo me cerraba la garganta, y el nuevo<br />

conejito repetía desde esa hora la vida y las costumbres del anterior. Las costumbres,<br />

Andrée, son formas concretas del ritmo, son la cuota del ritmo que nos ayuda a vivir. No<br />

era tan terrible vomitar conejitos una vez que se había entrado en el ciclo invariable, en el<br />

método. Usted querrá saber por qué todo ese trabajo, por qué todo ese trébol y la señora<br />

de Molina. Hubiera sido preferible matar en seguida <strong>al</strong> conejito y... Ah, tendría usted que<br />

vomitar tan sólo uno, tomarlo con dos dedos y ponérselo en la mano abierta, adherido aún<br />

a usted por el acto mismo, por el aura inefable de su proximidad apenas rota. Un mes<br />

distancia tanto; un mes es tamaño, largos pelos, s<strong>al</strong>tos, ojos s<strong>al</strong>vajes, diferencia absoluta<br />

Andrée, un mes es un conejo, hace de veras a un conejo; pero el minuto inici<strong>al</strong>, cuando el<br />

copo tibio y bullente encubre una presencia inajenable... Como un poema en los primeros<br />

minutos, el fruto de una noche de Idumea 8 : tan de uno que uno mismo... y después tan no<br />

uno, tan aislado y distante en su llano mundo blanco tamaño carta.<br />

Me decidí, con todo, a matar el conejito apenas naciera. Yo viviría cuatro meses en su<br />

casa: cuatro -quizá, con suerte, tres- cucharadas de <strong>al</strong>cohol en el hocico. (¿Sabe usted que la<br />

misericordia permite matar instantáneamente a un conejito dándole a beber una cucharada<br />

de <strong>al</strong>cohol? Su carne sabe luego mejor, dicen, aun-que yo... Tres o cuatro cucharadas de<br />

<strong>al</strong>cohol, luego el cuarto de baño o un paquete sumándose a los desechos.) Al cruzar el<br />

tercer piso el conejito se movía en mi mano abierta. Sara esperaba arriba, para ayudarme a<br />

entrar las v<strong>al</strong>ijas... ¿Cómo explicarle que un capricho, una tienda de anim<strong>al</strong>es? Envolví el<br />

conejito en mi pañuelo, lo puse en el bolsillo del sobretodo dejando el sobretodo suelto<br />

para no oprimirlo. Apenas se movía. Su menuda conciencia debía estarle revelando hechos<br />

importantes: que la vida es un movimiento hacia arriba con un click fin<strong>al</strong>, y que es también<br />

un cielo bajo, blanco, envolvente y oliendo a Lavanda, en el fondo de un pozo tibio.<br />

Sara no vio nada, la fascinaba demasiado el arduo problema de ajustar su sentido del<br />

orden a mi v<strong>al</strong>ija-ropero, mis papeles y mi displicencia ante sus elaboradas explicaciones<br />

donde abunda la expresión "por ejemplo". Apenas pude me encerré en el baño; matarlo<br />

9


ahora. Una fina zona de c<strong>al</strong>or rodeaba el pañuelo, el conejito era blanquísimo y creo que<br />

más lindo que los otros. No me miraba, solamente bullía y estaba contento, lo que era el<br />

más horrible modo de mirarme. Lo encerré en el botiquín vacío y me volví para<br />

desempacar, desorientado pero no infeliz, no culpable, no jabonándome las manos para<br />

quitarles una última convulsión.<br />

Comprendí que no podía matarlo. Pero esa misma noche vomité un conejito negro. Y<br />

dos días después uno blanco. Y a la cuarta noche un conejito gris.<br />

Usted ha de amar el bello armario de su dormitorio, con la gran puerta que se abre<br />

generosa, las tablas vacías a la espera de mi ropa. Ahora los tengo ahí. Ahí dentro. Verdad<br />

que parece imposible; ni Sara lo creería. Porque Sara nada sospecha, y el que no sospeche<br />

nada procede de mi horrible tarea, una tarea que se lleva mis días y mis noches en un solo<br />

golpe de rastrillo y me va c<strong>al</strong>cinando por dentro y endureciendo como esa estrella de mar<br />

que ha puesto usted sobre la bañera y que a cada baño parece llenarle a uno el cuerpo de s<strong>al</strong><br />

y azotes de sol y grandes rumores de la profundidad.<br />

De día duermen. Hay diez. De día duermen. Con la puerta cerrada, el armario es una<br />

noche diurna solamente para ellos, <strong>al</strong>lí duermen su noche con sosegada obediencia. Me<br />

llevo las llaves del dormitorio <strong>al</strong> partir a mi empleo. Sara debe creer que desconfío de su<br />

honradez y me mira dubitativa, se le ve todas las mañanas que está por decirme <strong>al</strong>go, pero<br />

<strong>al</strong> fin<strong>al</strong> se c<strong>al</strong>la y yo estoy tan contento. (Cuando arregla el dormitorio, de nueve a diez,<br />

hago ruido en el s<strong>al</strong>ón, pongo un disco de Benny Carter que ocupa toda la atmósfera, y<br />

como Sara es también amiga de saetas y pasodobles, el armario parece silencioso y acaso lo<br />

esté, porque para los conejitos transcurre ya la noche y el descanso.)<br />

Su día principia a esa hora que sigue a la cena, cuando Sara se lleva la bandeja con un<br />

menudo tintinear de tenacillas de azúcar, me desea buenas noches -sí, me las desea, Andrée,<br />

lo más amargo es que me desea las buenas noches- y se encierra en su cuarto y de pronto<br />

estoy yo solo, solo con el armario condenado, solo con mi deber y mi tristeza.<br />

Los dejo s<strong>al</strong>ir, lanzarse ágiles <strong>al</strong> as<strong>al</strong>to del s<strong>al</strong>ón, oliendo vivaces el trébol que ocultaban<br />

mis bolsillos y ahora hace en la <strong>al</strong>fombra efímeras puntillas que ellos <strong>al</strong>teran, remueven,<br />

acaban en un momento. Comen bien, c<strong>al</strong>lados y correctos, hasta ese instante nada tengo<br />

que decir, los miro solamente desde el sofá, con un libro inútil en la mano -yo que quería<br />

leerme todos sus Giraudoux, Andrée, y la historia argentina de López que tiene usted en el<br />

anaquel más bajo-; y se comen el trébol.<br />

Son diez. Casi todos blancos. Alzan la tibia cabeza hacia las lámparas del s<strong>al</strong>ón, los tres<br />

soles inmóviles de su día, ellos que aman la luz porque su noche no tiene luna ni estrellas ni<br />

faroles. Miran su triple sol y están contentos. Así es que s<strong>al</strong>tan por la <strong>al</strong>fombra, a las sillas,<br />

diez manchas livianas se trasladan como una moviente constelación de una parte a otra,<br />

mientras yo quisiera verlos quietos, verlos a mis pies y quietos -un poco el sueño de todo<br />

dios, Andrée, el sueño nunca cumplido de los dioses-, no así insinuándose detrás del retrato<br />

de Miguel de Unamuno, en torno <strong>al</strong> jarrón verde claro, por la negra cavidad del escritorio,<br />

siempre menos de diez, siempre seis u ocho y yo preguntándome dónde andarán los dos<br />

que f<strong>al</strong>tan, y si Sara se levantara por cu<strong>al</strong>quier cosa, y la presidencia de Rivadavia que yo<br />

quería leer en la historia de López. No sé cómo resisto, Andrée. Usted recuerda que vine a<br />

descansar a su casa. No es culpa mía si de cuando en cuando vomito un conejito, si esta<br />

mudanza me <strong>al</strong>teró también por dentro -no es nomin<strong>al</strong>ismo, no es magia, solamente que las<br />

cosas no se pueden variar así de pronto, a veces las cosas viran brut<strong>al</strong>mente y cuando usted<br />

esperaba la bofetada a la derecha-. Así, Andrée, o de otro modo, pero siempre así.<br />

Le escribo de noche. Son las tres de la tarde, pero le escribo en la noche de ellos. De<br />

día duermen ¡Qué <strong>al</strong>ivio esta oficina cubierta de gritos, órdenes, máquinas Roy<strong>al</strong>,<br />

vicepresidentes y mimeógrafos! Qué <strong>al</strong>ivio, qué paz, qué horror, Andrée! Ahora me llaman<br />

por teléfono, son los amigos que se inquietan por mis noches recoletas, es Luis que me<br />

10


invita a caminar o Jorge que me guarda un concierto. Casi no me atrevo a decirles que no,<br />

invento prolongadas e ineficaces historias de m<strong>al</strong>a s<strong>al</strong>ud, de traducciones atrasadas, de<br />

evasión Y cuando regreso y subo en el ascensor ese tramo, entre el primero y segundo piso<br />

me formulo noche a noche irremediablemente la vana esperanza de que no sea verdad.<br />

Hago lo que puedo para que no destrocen sus cosas. Han roído un poco los,libros del<br />

anaquel más bajo, usted los encontrará disimulados para que Sara no se dé cuenta. ¿Quería<br />

usted mucho su lámpara con el vientre de porcelana lleno de mariposas y cab<strong>al</strong>leros<br />

antiguos? El trizado apenas se advierte, toda la noche trabajé con un cemento especi<strong>al</strong> que<br />

me vendieron en una casa inglesa -usted sabe que las casas inglesas tienen los mejores<br />

cementos- y ahora me quedo <strong>al</strong> lado para que ninguno la <strong>al</strong>cance otra vez con las patas (es<br />

casi hermoso ver cómo les gusta pararse, nost<strong>al</strong>gia de lo humano distante, quizá imitación<br />

de su dios ambulando y mirándolos hosco; además usted habrá advertido -en su infancia,<br />

quizá- que se puede dejar a un conejito en penitencia contra la pared, parado, las patitas<br />

apoyadas y muy quieto horas y horas).<br />

A las cinco de la mañana (he dormido un poco, tirado en el sofá verde y<br />

despertándome a cada carrera afelpada, a cada tintineo) los pongo en el armario y hago la<br />

limpieza. Por eso Sara encuentra todo bien aunque a veces le he visto <strong>al</strong>gún asombro<br />

contenido, un quedarse mirando un objeto, una leve decoloración en la <strong>al</strong>fombra y de<br />

nuevo el deseo de preguntarme <strong>al</strong>go, pero yo silbando las variaciones sinfónicas de Franck,<br />

de manera que nones. Para qué contarle, Andrée, las minucias desventuradas de ese<br />

amanecer sordo y veget<strong>al</strong>, en que camino entredormido levantando cabos de trébol, hojas<br />

sueltas, pelusas blancas, dándome contra los muebles, loco de sueño, y mi Gide que se<br />

atrasa, Troyat que no he traducido, y mis respuestas a una señora lejana que estará<br />

preguntándose ya si... para qué seguir todo esto, para qué seguir esta carta que escribo entre<br />

teléfonos y entrevistas.<br />

Andrée, querida Andrée, mi consuelo es que son diez y ya no más. Hace quince días<br />

contuve en la p<strong>al</strong>ma de la mano un último conejito, después nada, solamente los diez<br />

conmigo, su diurna noche y creciendo, ya feos y naciéndoles el pelo largo, ya adolescentes y<br />

llenos de urgencias y caprichos, s<strong>al</strong>tando sobre el busto de Antinoo (¿es Antinoo, verdad,<br />

ese muchacho que mira ciegamente?) o perdiéndose en el living, donde sus movimientos<br />

crean ruidos resonantes, tanto que de <strong>al</strong>lí debo echarlos por miedo a que los oiga Sara y se<br />

me aparezca horripilada, t<strong>al</strong> vez en camisón -porque Sara ha de ser así, con camisón- y<br />

entonces... Solamente diez, piense usted esa pequeña <strong>al</strong>egría que tengo en medio de todo, la<br />

creciente c<strong>al</strong>ma con que franqueo de vuelta los rígidos cielos del primero y el segundo piso.<br />

Interrumpí esta carta porque debía asistir a una tarea de comisiones. La continúo<br />

aquí en su casa, Andrée, bajo una sorda gris<strong>al</strong>la de amanecer. ¿Es de veras el día siguiente,<br />

Andrée? Un trozo en blanco de la página será para usted el interv<strong>al</strong>o, apenas el puente que<br />

une mi letra de ayer a mi letra de hoy. Decirle que en ese interv<strong>al</strong>o todo se ha roto, donde<br />

mira usted el puente fácil oigo yo quebrarse la cintura furiosa del agua, para mí este lado del<br />

papel, este lado de mi carta no continúa la c<strong>al</strong>ma con que venía yo escribiéndole cuando la<br />

dejé para asistir a una tarea de comisiones. En su cúbica noche sin tristeza duermen once<br />

conejitos; acaso ahora mismo, pero no, no ahora - En el ascensor, luego, o <strong>al</strong> entrar; ya no<br />

importa dónde, si el cuándo es ahora, si puede ser en cu<strong>al</strong>quier ahora de los que me<br />

quedan.<br />

Basta ya, he escrito esto porque me importa probarle que no fui tan culpable en el<br />

destrozo ins<strong>al</strong>vable de su casa. Dejaré esta carta esperándola, sería sórdido que el correo se<br />

la entregara <strong>al</strong>guna clara mañana de París. Anoche di vuelta los libros del segundo estante,<br />

11


<strong>al</strong>canzaban ya a ellos, parándose o s<strong>al</strong>tando, royeron los lomos para afilarse los dientes -no<br />

por hambre, tienen todo el trébol que les compro y <strong>al</strong>maceno en los cajones del escritorio.<br />

Rompieron las cortinas, las telas de los sillones, el borde del autorretrato de Augusto<br />

Torres, llenaron de pelos la <strong>al</strong>fombra y también gritaron, estuvieron en círculo bajo la luz<br />

de la lámpara, en círculo y como adorándome, y de pronto gritaban, gritaban como yo no<br />

creo que griten los conejos.<br />

He querido en vano sacar los pelos que estropean la <strong>al</strong>fombra, <strong>al</strong>isar el borde de la<br />

tela roída, encerrarlos de nuevo en el armario. El día sube, t<strong>al</strong> vez Sara se levante pronto.<br />

Es casi extraño que no me importe verlos brincar en busca de juguetes. No tuve tanta<br />

culpa, usted verá cuando llegue que muchos de los destrozos están bien reparados con el<br />

cemento que compré en una casa inglesa, yo hice lo que pude para evitarle un enojo...<br />

En cuanto a mí, del diez <strong>al</strong> once hay como un hueco insuperable. Usted ve: diez estaba<br />

bien, con un armario, trébol y esperanza, cuántas cosas pueden construirse. No ya con<br />

once, porque decir once es seguramente doce, Andrée, doce que serán trece. Entonces está<br />

el amanecer y una fría soledad en la que caben la <strong>al</strong>egría, los recuerdos, usted y acaso tantos<br />

más. Está este b<strong>al</strong>cón sobre Suipacha lleno de <strong>al</strong>ba, los primeros sonidos de la ciudad. No<br />

creo que les sea difícil juntar once conejitos s<strong>al</strong>picados sobre los adoquines, t<strong>al</strong> vez ni se<br />

fijen en ellos, atareados con el otro cuerpo que conviene llevarse pronto, antes de que<br />

pasen los primeros colegi<strong>al</strong>es.<br />

12


Curiosidades<br />

¿Qué quiere decir “domingo”<br />

La p<strong>al</strong>abra que designa nuestro día de descanso, el domingo, tiene como origen el latín, y<br />

quiere decir dominicus dies, o sea día del Señor. En otras culturas, como la británica o <strong>al</strong>emana,<br />

el día está dedicado <strong>al</strong> astro rey, el Sol. Por ello se llama <strong>al</strong> domingo sunday y sontag, términos<br />

que quieren decir “día del Sol”.<br />

¿Quién era Europa?<br />

Era una hermosa muchacha de la que Zeus se enamoró. Como no estaba acostumbrado a<br />

que nada se interpusiera en su camino, así que se transformó en toro y, cuando estaba<br />

bañándose en el río, la atrajo y mediante engaños la raptó. Entonces se la llevó a la isla de<br />

Creta, donde la sedujo. Fruto de estos amores Europa dio a luz tres hijos.<br />

De dónde viene la p<strong>al</strong>abra “cuento”<br />

La p<strong>al</strong>abra “cuento” proviene del latín, de computus, que quiere decir contar numéricamente.<br />

De <strong>al</strong>lí pasa a “contar acontecimientos” y –aunque sin duda su cuna está en la tradición<br />

or<strong>al</strong>- pronto se convertirá en un género literario independiente. A veces se identifica el<br />

género con la literatura infantil, pero no es necesario que así sea: hay cuentos para adultos.<br />

Poco a poco se comprende que no es un hermano menor de la novela sino un género<br />

independiente muy difícil de escribir.<br />

¿Conoces el origen de la p<strong>al</strong>abra candidato?<br />

Pues tiene un origen bien interesante y que sería bueno que conocieran los políticos.<br />

Candidato procede del latín, de “candidus”, que quiere decir “blanco”. En la antigua Roma<br />

se tenía la creencia de que cu<strong>al</strong>quier persona que aspirara <strong>al</strong> poder tenía que tener la<br />

conciencia limpia, y se la vestía, como símbolo, con una túnica blanca. El candidato era,<br />

pues, el “blanqueado”, el que no tenía mancha. El mismo origen tienen las p<strong>al</strong>abras<br />

“cándido” o “candor”.<br />

¿Qué es la “mímesis”?<br />

La p<strong>al</strong>abra mímesis, tan utilizada en literatura, es un término que incorpora Aristóteles a su<br />

Poética. Mimesis quiere decir “imitación”. Para el filósofo griego se debe preferir lo<br />

“imposible verosímil” que lo “posible increíble”. Así la función del poeta no es representar<br />

la verdad sino “imitar” lo que verosímilmente puede acaecer. Este concepto ha sido<br />

debatido a lo largo de los siglos, y diferentes escuelas estéticas lo han interpretado a su<br />

manera.<br />

13


Si queremos escribir, tenemos que educar a ese <strong>lector</strong> que llevamos dentro. Es un <strong>lector</strong><br />

que lee nuestros propios textos y que debería ser capaz de detectar errores y encontrar<br />

soluciones, una <strong>lector</strong>a que se siente capaz de distanciarse para ajustar aquello que no está<br />

del todo bien planteado. Pero para lograr esta perspectiva, sin duda indispensable, es<br />

necesario que nos formemos. Para ello conviene que <strong>al</strong>imentemos a ese “<strong>lector</strong> o <strong>lector</strong>a<br />

virtu<strong>al</strong>es” que somos nosotros mismos.<br />

¿Y cómo podemos hacer para formarnos como <strong>lector</strong>es? Lo primero es conseguir una<br />

buena librería, si es pequeña mejor, porque las grandes superficies se dirigen <strong>al</strong> <strong>lector</strong><br />

masivo y no <strong>al</strong> buscador de joyas. Se trata de descubrir un librero o librera que sea capaz de<br />

recomendarnos ese texto maravilloso que esconden las estanterías. Porque no es corriente<br />

que los grandes libros estén entre las novedades, aunque puede ser. Hablar con el librero,<br />

explicarle nuestros gustos, pedirle consejo, puede ser una forma de encontrar libros<br />

interesantes.<br />

No hay que temer a los clásicos: en ellos el tiempo pule nuestra elección, la hacer más<br />

certera. Leer a los autores que nos precedieron y que han soportado el paso de los años sin<br />

decaer es toda una clase de escritura. No se trata de leer por leer, sino de leer aprendiendo:<br />

subraya, pues, las ideas que te parezcan interesantes. Dickens nos enseñará a plantear<br />

personajes, las Brontë a narrar la pasión, Isak Dinesen a contar una historia de forma<br />

inolvidable: <strong>al</strong>lí, en los libros, está todo lo que necesitamos saber, el pez dorado de la<br />

sabiduría: pero claro, hay que saber pescarlo.<br />

Te recomiendo copiar las frases que te gustan, los trucos literarios que te parecen<br />

inteligentes. Un buen cuaderno de notas puede ser no sólo un instrumento de formación,<br />

sino también un recurso cuando las ideas se agotan. Y aquí van unas observaciones sobre la<br />

lectura de un imprescindible cuando se habla de este tema: <strong>Alberto</strong> <strong>Manguel</strong>.<br />

14


Cómo <strong>definir</strong> <strong>al</strong> <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong><br />

<strong>Alberto</strong> <strong>Manguel</strong> 9<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> es el escritor en el instante anterior a la escritura.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> no reconstruye un texto: lo recrea.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> no sigue el hilo de la narración: avanza con él.<br />

Un célebre programa de radio para niños en la BBC siempre comenzaba con la pregunta:<br />

“¿Estáis sentados cómodamente? Entonces podemos empezar”. El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> sabe<br />

sentarse cómodamente.<br />

Imágenes de San Jerónimo lo muestran detenido en su traducción de la Biblia, escuchando<br />

la p<strong>al</strong>abra de Dios. El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> debe aprender a escuchar.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> es un traductor. Es capaz de desmenuzar un texto, retirarle la piel, cortarlo<br />

hasta la médula, seguir cada arteria y cada vena, y luego poner en pie a un nuevo ser<br />

viviente.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> no es un taxidermista.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> existe en el momento que precede a la creación.<br />

Para el <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> todos los recursos literarios son familiares.<br />

Para el <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong>, toda anécdota es novedosa.<br />

“Uno debe ser <strong>al</strong>go inventor para leer bien”. R<strong>al</strong>ph W<strong>al</strong>do Emerson.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> tiene una ilimitada capacidad de olvido. Puede borrar de su memoria el<br />

hecho que el Dr. Jekyll y Mr. Hyde son la misma persona, que Julién Sorel será decapitado,<br />

que el nombre del asesino de Roger Ackroyd le es conocido.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> no se interesa por los escritos de Michel Houllebecq.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> sabe aquello que el escritor sólo intuye.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> subvierte el texto. El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> no se fía de la p<strong>al</strong>abra del escritor.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> procede por acumulación: cada vez que lee un texto, agrega una nueva capa<br />

de memoria <strong>al</strong> cuento.<br />

Todo <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> es un <strong>lector</strong> asociativo. Lee como si todos los libros fueran la obra de un<br />

único escritor, prolífico e intempor<strong>al</strong>.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> no puede volcar su conocimiento en p<strong>al</strong>abras.<br />

Al cerrar un libro, el <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> siente que, de no haberlo leído, el mundo sería más pobre.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> es como Joseph Joubert que arrancaba de los libros de su biblioteca las<br />

páginas que no le gustaban.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> tiene un perverso sentido del humor.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> nunca cuenta sus libros.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> es a la vez generoso y avaro.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> lee toda literatura como si fuera anónima.<br />

EI <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> usa con placer el diccionario.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> juzga a un libro por su cubierta.<br />

9 Si no has leído aún a <strong>Alberto</strong> <strong>Manguel</strong> te recomendamos que corras a una librería, a una biblioteca y<br />

consigas un libro suyo. Te recomendamos, en particular, Una historia de la lectura, Ed. Alianza, y también Breve<br />

guía de lugares imaginarios y Diario de lecturas, ambos publicados también en Alianza editori<strong>al</strong>.<br />

15


Al leer un libro de hace siglos, el <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> se siente inmort<strong>al</strong>.<br />

Paolo y Francesca no eran <strong>lector</strong>es ide<strong>al</strong>es, ya que le confiesan a Dante que, después del<br />

primer beso, ya no leyeron más. Un <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> hubiese dado el beso y seguido leyendo.<br />

Un amor no excluye <strong>al</strong> otro.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> no sabe si es o no el <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> hasta después de acabado el libro.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> comparte la ética de Don Quijote, el deseo de Madame Bovary, el espíritu<br />

aventurero de Ulises, la desfachatez de Zazie, <strong>al</strong> menos mientras dura la narración.<br />

El <strong>lector</strong> recorre con placer senderos conocidos. “Un buen <strong>lector</strong>, un <strong>lector</strong> con mayúscula,<br />

un <strong>lector</strong> activo y creativo es un re<strong>lector</strong>”. Vladimir Nabokov.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> es politeísta.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> guarda, para un libro, la promesa de la resurrección.<br />

Robinson no es un <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong>. Lee la Biblia para encontrar respuestas. Un <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> lee<br />

para encontrar preguntas.<br />

Todo libro, bueno o m<strong>al</strong>o, tiene su <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong>.<br />

Para el <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong>, todo libro es, en cierta medida, su autobiografía.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> no tiene una nacion<strong>al</strong>idad precisa.<br />

A veces, un escritor debe esperar varios siglos para encontrar a su <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong>. Blake<br />

necesitó cientocincuenta años para encontrar a Northrop Frye.<br />

El <strong>lector</strong> idean según Stendh<strong>al</strong>: “escribo para apenas cien <strong>lector</strong>es, para seres infelices,<br />

amables, encantadores, nunca mor<strong>al</strong>es e hipócritas, a quienes me gustaría complacer.<br />

Apenas si conozco a uno o dos".<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> ha sido infeliz.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> cambia con la edad. El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> de los Veinte poemas de amor, de<br />

Neruda, a los catorce años puede no serlo a los treinta. La experiencia empaña ciertas<br />

lecturas.<br />

Pínochet, <strong>al</strong> prohibir Don Quijote por temor a que el libro pudiera leerse como una<br />

defensa de la desobediencia civil, fue su <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong>.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> nunca agota la geografía de un libro.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> debe estar dispuesto a no sólo suspender su incredulidad sino a adoptar una<br />

nueva fe.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> nunca dice: “Si solamente...".<br />

Escribir en los márgenes de un libro es marca del <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong>.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> proselitiza.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> es veleidoso sin sentirse jamás culpable.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> puede enamorarse de <strong>al</strong> menos uno de los personajes de un libro.<br />

Al <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> no le preocupan los anacronismos, la verdad document<strong>al</strong>, la precisión<br />

histórica, la exactitud topográfica.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> no es un arqueólogo.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> exige rigurosamente que se mantengan las leyes y reglas que cada libro crea<br />

para sí mismo.<br />

“Hay tres casos de <strong>lector</strong>es: la primera, aquellos que gustan de un libro sin juzgarlo; la<br />

tercera aquellos que lo juzgan sin gustarlo; y otra, entre las dos, que juzgan mientras gustan<br />

de un libro y gustan de un libro mientras lo juzgan. Estos últimos dan nueva vida a una<br />

obra de arte y no son muchos.” Goethe, en una carta a Johann Friedrich Rochlitz.<br />

Los <strong>lector</strong>es que se suicidaron después de leer Werther no eran <strong>lector</strong>es ide<strong>al</strong>es sino<br />

meramente sentiment<strong>al</strong>es. El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> es pocas veces sentiment<strong>al</strong>.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> desea llegar <strong>al</strong> fin del libro y, <strong>al</strong> mismo tiempo, que el libro no acabe.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> nunca se impacienta.<br />

Al <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> no le interesan los géneros literarios.<br />

16


El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> es (o parece ser) más inteligente que el escritor. Pero no por eso de ningún<br />

modo lo menoscaba.<br />

Llega un momento en que todo <strong>lector</strong> se considera un <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong>.<br />

Las buenas intenciones no producen <strong>lector</strong>es ide<strong>al</strong>es.<br />

El Marqués de Sade: “Sólo escribo para quienes pueden entenderme, y éstos me leerán sin<br />

correr peligro”. El Marqués de Sade se equivoca: el <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> siempre corre peligro.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> es el personaje princip<strong>al</strong> de toda novela.<br />

V<strong>al</strong>éry: “Un ide<strong>al</strong> literario: saber por fin no llenar la página de nada excepto el <strong>lector</strong>”.<br />

El <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> es <strong>al</strong>guien con quien el escritor podría pasar la noche, a gusto, con una copa<br />

de vino.<br />

No debe confundirse <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong> con <strong>lector</strong> virtu<strong>al</strong>.<br />

Un escritor no es nunca su propio <strong>lector</strong> ide<strong>al</strong>.<br />

La literatura depende, no de <strong>lector</strong>es ide<strong>al</strong>es, sino de <strong>lector</strong>es suficientes buenos.<br />

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Se trata de releer con cuidado los textos que te enviamos y luego crear una comparación:<br />

escribir para mi es como…. Esta comparación tiene que ser concreta, es decir, no debemos<br />

dar una respuesta del estilo “como un aire que vuela por el espacio” sino más bien “como<br />

tomar una cucharada de sopa c<strong>al</strong>iente”, más visu<strong>al</strong> y directa. Una vez elegida nuestra<br />

imagen, contaremos la historia de <strong>al</strong>guien que no puede vivir sin tomar esa sopa c<strong>al</strong>iente,<br />

pero que tiene las más variadas sensaciones. Esas sensaciones son las mismas que tenéis<br />

vosotros a la hora de escribir. Como en las recetas de cocina, podemos señ<strong>al</strong>ar el nivel de<br />

dificultad de nuestra propuesta: es <strong>al</strong>to.<br />

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