Envío 68 Saki - Escritura Creativa · Clara Obligado
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<strong>Envío</strong> <strong>68</strong><br />
<strong>Saki</strong><br />
“Empiezas un cuento de <strong>Saki</strong> y lo acabas. Acabas uno y tienes que<br />
empezar otro, y cuando los acabas ya nunca los olvidas. Siguen<br />
siendo adictivos porque superan con creces la simple diversión. La<br />
risa se combina con una sensación de salvajismo, el ingenio urbano<br />
con el panteísmo y el completo desprecio por la moralidad con el<br />
idealismo, de modo que salimos de ellos con la perturbadora<br />
sensación de que hemos participado en un canto al instinto<br />
desnudo e inteligente. La civilización se ha visto derrocada y<br />
sustituida por una extraña supernaturaleza, y toda esa adoración<br />
del instinto nos ellega de un modo tanto más contundente por<br />
cuanto surge del decorado de una reunión en una casa de campo,<br />
un té vespertino y todas las veneradas convenciones de la sociedad<br />
eduardiana”.<br />
1<br />
Tom Sharpe<br />
La lectura de este escritor inglés nacido en Birmania se remonta a mi infancia. Sus textos,<br />
siempre aparentemente sencillos pero profundamente inquietantes, pregnaron muchas<br />
tardes juveniles y me hicieron sentir que pertenecía a un club de lectores selecto y secreto.<br />
Hasta hace muy poco tiempo, decir “<strong>Saki</strong>”, conocerlo o no, dividía a los lectores. Los<br />
buscadores de perlas lo adoraban, los que se dejaban arrastrar por el mercado ignoraban su<br />
existencia.<br />
El primer cuento que leí de este autor pude encontrarlo en la la Antología de la literatura<br />
fantástica 1 Borges, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares. Se trataba de Sredni Vashtar, y<br />
1 Borges, Jorge Luis, Ocampo, Silvina, Bioy Casares, Adolfo. Antología de la literatura fantástica. Buenos Aires,<br />
Sudamericana, 1965.
tan misterioso título venía acompañado por esta exigua biografía del autor: “<strong>Saki</strong>, (H.H.<br />
Munro), escritor inglés, nació en Akyab, Birmania, murió en 1916 en el ataque de<br />
Beaumont Hamel. Su obra comprende …” y allí se enumeraba una serie de libros en<br />
inglés. De entre ellos, sólo The stories of <strong>Saki</strong>, (1930), daba la idea de que la obra del<br />
cuentista inglés había trascendido su época.<br />
Allí quedó la cosa hasta hace poco tiempo, cuando cayó en mis manos un ejemplar de<br />
los cuentos completos, uno de los primeros que aparece en nuestra lengua. En el prólogo,<br />
aparece este comentario sobre su obra que bien puede servirnos como presentación:<br />
“Los biógrafos de Hector Hugh Munro nos ilustran sobre sus tendencia y costumbres: era<br />
conservador, dado al antisemitismo y la misoginia, y homosexual: unos rasgos que, con mayor o<br />
menor grado de ocultamiento pueden leerse en sus cuentos. Sólo el último de ellos no era de buen<br />
tono en la sociedad londinense de principios del siglo XX y se mantuvo cuidadosamente oculto.<br />
Ediel Munro, que tras la muerte de su hermano se convirtió en su albacea y destruyó todos los<br />
papeles que juzgó inadecuados, explica en la digrafía “oficial” que <strong>Saki</strong> era gran admirador de la<br />
poesía persa y las historias orientales y que el origen del pseudónimo se encuentra en las Rubaiyyat<br />
de Omar Jayán. Esta obra del poeta persa del siglo XII alcanzó una gran fama en la cultura<br />
inglesa de ls segunda mitad del siglo XIX en la adaptación libre realizada por Edward Fitzgerald.<br />
El la última cuarteta del poema aparece la palabra “<strong>Saki</strong>”, que quiere decir “copero”. Según esta<br />
versión, el pseudónimo constituía un homenaje a una obra admirada. (…)<br />
¿Por qué <strong>Saki</strong>”? Es cierto que en la poesía sufi saqi, el copero, es el muchacho encargado<br />
de verter el vino divino que permitirá al poeta convertirse en espejo de lo invisible y, en tanto que<br />
tal, es la figura a la que el poeta apela en busca de inspiración, como ocurre con la Musa en la<br />
tradición occidental. Y, en este sentido, podríamos leer en el nombre una declaración de<br />
intenciones, una aspiración a la inspiración y la escritura. Ahora bien, superponiéndose a estas<br />
resonancias, no hay que olvidar que dentro de nuestra tradición el copero por excelencia es<br />
Ganímedes, el joven raptado por Zeus y convertido más tarde en copero de los dioses. Y, teniendo<br />
en cuenta la orientación sexual de Hector H. Munro, la elección del nombre también podría leerse<br />
como una referencia oculta a ella, quizás un grito sordo de protesta en una sociedad que acababa<br />
de vivir el proceso contra Oscar Wilde. Esta hipótesis habla de las pulsiones sexuales de un<br />
personaje real, Hector Hugh Munro, cuyas emociones es posible distinguir veladamente el la obra<br />
literaria de <strong>Saki</strong> donde se distinguen elementos de lo teorizado como “camp” por Susan Sontag:<br />
una visión del mundo que prima el esteticismo, la artificiosidad, el distanciamiento, la exageración<br />
y la ironía, una sensibilidad cuyo gran exponente sería Wilde.” 2<br />
Con esta presentación, y la síntesis que haremos de su biografía, os invitamos a que os<br />
suméis a esta pequeña secta, cada vez más amplia, que constituímos los lectores del autor.<br />
Os ofrezco también el texto del primer cuento de <strong>Saki</strong> que leí y que me dejó totalmente<br />
convencida de que me encontraba frente a un gran autor.<br />
2 Juan Gabriel López Guix. Prólogo (En: <strong>Saki</strong>, Cuentos completos. Barcelona, Alpha Decay, 2005).<br />
2
Apuntes para una biografía de <strong>Saki</strong><br />
Cronología<br />
1870 ― En Akyab (Hoy Sittwe), nace Héctor, el tercero de los hijos del comandante<br />
Charles Augusto Munro, inspector general de la Policía birmana y de su esposa, Mary<br />
Frances:<br />
1872 ― Muere la madre, arrolada por una vaca en el condado de Devon, en donde estaba<br />
para dar a luz a su cuarto hijo.<br />
1873 ― El padre regresa a la India, de donde sólo regresa de permiso cada cuatro años.<br />
Los hijos quedan al cuidado de la madre y dos hermanas solteras del padre en Pilton, en el<br />
norte de Devon.<br />
1880 ― Héctor enferma de meningitis.<br />
1883 ― Muere su abuela. Como su salud es frágil, Héctor no es enviado al colegio sino<br />
que recibe clases de una institutriz.<br />
1887 ― el padre se jubila de manera anticipada y se lleva a sus hijos Ethel y Héctor a<br />
Normandía, donde frecuentan a jóvenes franceses y rusos. Héctor aprenderá ruso. Luego<br />
viajará con su padre para ampliar su cultura y conoce a un hombre de letras.<br />
1891― Por sus problemas de vista no es aceptado en el ejército, sin embargo entra en la<br />
policía birmana y parte a Asia con 22 años.<br />
1893 ― Parte a Birmania para ocupar un puesto que su padre le consigue en la policía<br />
militar. Su trabajo como guardia montado consiste en visitar las comisarías del distrito de<br />
Mandalay.<br />
1894 ― renuncia a su puesto debido a los constantes ataques de malaria. Convalecencia en<br />
Devon.<br />
1896 ― Se instala en Londres decidido a ganarse la vida con la escritura.<br />
1899 ― publica su primer cuento “Emperrado” Trabaja en la biblioteca británica en la<br />
redacción de una obra sobre la historia de Rusia.<br />
1903 ― Es enviado a Macedonia, provincia turca habitada por búlgaros, serbios y griegos.<br />
En junio viaja a Serbia para informar del asesinato del rey Alejandro y la reina Draga.<br />
1904 ― Es enviado desde Belgrado a Varsovia. Aparece su primer libro de cuentos,<br />
Reginald. En el viaje conoce al periodista Rothay Reynolds, con quien entabla una amistad<br />
que le durará toda la vida.<br />
1907 ― Su hermana le informa que su padre está grave. Regresa a Devon a tiempo para<br />
despedirse de él.<br />
3
1908 ― Con la herencia paterna compra una casa en donde se instala su hermana Ethel,<br />
vuelve a alquilar su casa en Londres en el 97 de la calle Mortimer.<br />
1909 ― Inicia su carrera como escritor independiente. Colabora con algunos diarios y<br />
semanarios. Publica, a partir de ahora, gran parte de sus relatos.<br />
1914 ― Comienza la guerra y es aceptado en el 2º Regimiento de Caballería del Rey<br />
Eduardo; el ejercicio es demasiado extenuante y en otoño logra ser transferido como<br />
soldado raso al 22º Batallón de los Fusileros Reales.<br />
1916 ― Rechaza por dos veces un ascenso a oficial. Rechaza ser alejado del frente y<br />
dedicarse a hacer de intérprete con los prisioneros alemanes. Participa en la batalla de la<br />
cresta de Vimy. Viaja de permiso a Inglaterra. Comienza la ofensiva del Somme y un mes<br />
después Héctor participa en la batalla del bosque de Delville. En septiembre acepta ser<br />
ascendido a cabo primero. En octubre es enviado al hospital por un ataque de malaria.<br />
Ante las noticias de inminentes combates, abandona el hospital y se une a la compañía.<br />
Muere de un disparo en la cabeza en la madrugada del 14 de noviembre, cerca de<br />
Beaumont-Hamel, durante la batalla del Ancre.<br />
4
Este es el primer texto del autor que se publicó en castellano, y el causante de mi afición a<br />
su escritora:<br />
Sredni Vashtar<br />
[Cuento. Texto completo]<br />
<strong>Saki</strong> Conradín tenía diez años y, según la opinión profesional del médico, el niño no viviría<br />
cinco años más. Era un médico afable, ineficaz, poco se le tomaba en cuenta, pero su<br />
opinión estaba respaldada por la señora De Ropp, a quien debía tomarse en cuenta. La<br />
señora De Ropp, prima de Conradín, era su tutora, y representaba para él esos tres quintos<br />
del mundo que son necesarios, desagradables y reales; los otros dos quintos, en perpetuo<br />
antagonismo con aquéllos, estaban representados por él mismo y su imaginación. Conradín<br />
pensaba que no estaba lejos el día en que habría de sucumbir a la dominante presión de las<br />
cosas necesarias y cansadoras: las enfermedades, los cuidados excesivos y el interminable<br />
aburrimiento. Su imaginación, estimulada por la soledad, le impedía sucumbir.<br />
La señora De Ropp, aun en los momentos de mayor franqueza, no hubiera<br />
admitido que no quería a Conradín, aunque tal vez habría podido darse cuenta de que al<br />
contrariarlo por su bien cumplía con un deber que no era particularmente penoso.<br />
Conradín la odiaba con desesperada sinceridad, que sabía disimular a la perfección. Los<br />
escasos placeres que podía procurarse acrecían con la perspectiva de disgustar a su parienta,<br />
que estaba excluida del reino de su imaginación por ser un objeto sucio, inadecuado.<br />
En el triste jardín, vigilado por tantas ventanas prontas a abrirse para indicarle que<br />
no hiciera esto o aquello, o recordarle que era la hora de ingerir un remedio, Conradín<br />
hallaba pocos atractivos. Los escasos árboles frutales le estaban celosamente vedados, como<br />
si hubieran sido raros ejemplares de su especie crecidos en el desierto. Sin embargo, hubiera<br />
resultado difícil encontrar quien pagara diez chelines por su producción de todo el año. En<br />
un rincón, casi oculta por un arbusto, había una casilla de herramientas abandonada, y en<br />
su interior Conradín halló un refugio, algo que participaba de las diversas cualidades de un<br />
cuarto de juguetes y de una catedral. La había poblado de fantasmas familiares, algunos<br />
provenientes de la historia y otros de su imaginación; estaba también orgulloso de alojar<br />
dos huéspedes de carne y hueso. En un rincón vivía una gallina del Houdán, de ralo<br />
plumaje, a la que el niño prodigaba un cariño que casi no tenía otra salida. Más atrás, en la<br />
penumbra, había un cajón, dividido en dos compartimentos, uno de ellos con barrotes<br />
colocados uno muy cerca del otro. Allí se encontraba un gran hurón de los pantanos, que<br />
un amigo, dependiente de carnicería, introdujo de contrabando, con jaula y todo, a cambio<br />
de unas monedas de plata que guardó durante mucho tiempo. Conradín tenía mucho<br />
miedo de ese animal flexible, de afilados colmillos, que era, sin embargo, su tesoro más<br />
preciado. Su presencia en la casilla era motivo de una secreta y terrible felicidad, que debía<br />
ocultársele escrupulosamente a la Mujer, como solía llamar a su prima. Y un día, quién<br />
sabe cómo, imaginó para la bestia un nombre maravilloso, y a partir de entonces el hurón<br />
de los pantanos fue para Conradín un dios y una religión.<br />
La Mujer se entregaba a la religión una vez por semana, en una iglesia de los<br />
alrededores, y obligaba a Conradín a que la acompañara, pero el servicio religioso<br />
significaba para el niño una traición a sus propias creencias. Pero todos los jueves, en el<br />
musgoso y oscuro silencio de la casilla, Conradín oficiaba un místico y elaborado rito ante<br />
5
el cajón de madera, santuario de Sredni Vashtar, el gran hurón. Ponía en el altar flores rojas<br />
cuando era la estación y moras escarlatas cuando era invierno, pues era un dios interesado<br />
especialmente en el aspecto impulsivo y feroz de las cosas; en cambio, la religión de la<br />
Mujer, por lo que podía observar Conradín, manifestaba la tendencia contraria.<br />
En las grandes fiestas espolvoreaba el cajón con nuez moscada, pero era condición<br />
importante del rito que las nueces fueran robadas. Las fiestas eran variables y tenían por<br />
finalidad celebrar algún acontecimiento pasajero. En ocasión de un agudo dolor de muelas<br />
que padeció por tres días la señora De Ropp, Conradín prolongó los festivales durante todo<br />
ese tiempo, y llegó incluso a convencerse de que Sredni Vashtar era personalmente<br />
responsable del dolor. Si el malestar hubiera durado un día más, la nuez moscada se habría<br />
agotado.<br />
La gallina del Houdán no participaba del culto de Sredni Vashtar. Conradín había<br />
dado por sentado que era anabaptista. No pretendía tener ni la más remota idea de lo que<br />
era ser anabaptista, pero tenía una íntima esperanza de que fuera algo audaz y no muy<br />
respetable. La señora De Ropp encarnaba para Conradín la odiosa imagen de la<br />
respetabilidad.<br />
Al cabo de un tiempo, las permanencias de Conradín en la casilla despertaron la<br />
atención de su tutora.<br />
―No le hará bien pasarse el día allí, con lo variable que es el tiempo -decidió<br />
repentinamente, y una mañana, a la hora del desayuno, anunció que había vendido la<br />
gallina del Houdán la noche anterior. Con sus ojos miopes atisbó a Conradín, esperando<br />
que manifestara odio y tristeza, que estaba ya preparada para contrarrestar con una retahíla<br />
de excelentes preceptos y razonamientos. Pero Conradín no dijo nada: no había nada que<br />
decir. Algo en esa cara impávida y blanca la tranquilizó momentáneamente. Esa tarde, a la<br />
hora del té, había tostadas: manjar que por lo general excluía con el pretexto de que haría<br />
daño a Conradín, y también porque hacerlas daba trabajo, mortal ofensa para la mujer de la<br />
clase media.<br />
―Creí que te gustaban las tostadas -exclamó con aire ofendido al ver que no las<br />
había tocado.<br />
―A veces -dijo Conradín.<br />
Esa noche, en la casilla, hubo un cambio en el culto al dios cajón. Hasta entonces,<br />
Conradín no había hecho más que cantar sus oraciones: ahora pidió un favor.<br />
―Una sola cosa te pido, Sredni Vashtar.<br />
No especificó su pedido. Sredni Vashtar era un dios, y un dios nada lo ignora. Y<br />
ahogando un sollozo, mientras echaba una mirada al otro rincón vacío, Conradín regresó a<br />
ese otro mundo que detestaba.<br />
Y todas las noches, en la acogedora oscuridad de su dormitorio, y todas las tardes,<br />
en la penumbra de la casilla, se elevó la amarga letanía de Conradín:<br />
―Una sola cosa te pido, Sredni Vashtar.<br />
La señora De Ropp notó que las visitas a la casilla no habían cesado, y un día llevó<br />
a cabo una inspección más completa.<br />
―¿Qué guardas en ese cajón cerrado con llave? -le preguntó-. Supongo que son<br />
conejitos de la India. Haré que se los lleven a todos.<br />
Conradín apretó los labios, pero la mujer registró su dormitorio hasta descubrir la<br />
llave, y luego se dirigió a la casilla para completar su descubrimiento. Era una tarde fría y<br />
Conradín había sido obligado a permanecer dentro de la casa. Desde la última ventana del<br />
comedor se divisaba entre los arbustos la casilla; detrás de esa ventana se instaló Conradín.<br />
Vio entrar a la mujer, y la imaginó después abriendo la puerta del cajón sagrado y<br />
examinando con sus ojos miopes el lecho de paja donde yacía su dios. Quizá tantearía la<br />
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paja movida por su torpe impaciencia. Conradín articuló con fervor su plegaria por última<br />
vez. Pero sabía al rezar que no creía. La mujer aparecería de un momento a otro con esa<br />
sonrisa fruncida que él tanto detestaba, y dentro de una o dos horas el jardinero se llevaría<br />
a su dios prodigioso, no ya un dios, sino un simple hurón de color pardo, en un cajón. Y<br />
sabía que la Mujer terminaría como siempre por triunfar, y que sus persecuciones, su<br />
tiranía y su sabiduría superior irían venciéndolo poco a poco, hasta que a él ya nada le<br />
importara, y la opinión del médico se vería confirmada. Y como un desafío, comenzó a<br />
cantar en alta voz el himno de su ídolo amenazado:<br />
Sredni Vashtar avanzó:<br />
Sus pensamientos eran pensamientos rojos y sus dientes eran blancos.<br />
Sus enemigos pidieron paz, pero él le trajo muerte.<br />
Sredni Vashtar el hermoso.<br />
De pronto dejó de cantar y se acercó a la ventana.<br />
La puerta de la casilla seguía entreabierta. Los minutos pasaban. Los minutos eran<br />
largos, pero pasaban. Miró a los estorninos que volaban y corrían por el césped; los contó<br />
una y otra vez, sin perder de vista la puerta. Una criada de expresión agria entró para<br />
preparar la mesa para el té. Conradín seguía esperando y vigilando. La esperanza<br />
gradualmente se deslizaba en su corazón, y ahora empezó a brillar una mirada de triunfo en<br />
sus ojos que antes sólo habían conocido la melancólica paciencia de la derrota. Con una<br />
exultación furtiva, volvió a gritar el peán de victoria y devastación. Sus ojos fueron<br />
recompensados: por la puerta salió un animal largo, bajo, amarillo y castaño, con ojos<br />
deslumbrados por la luz del crepúsculo y oscuras manchas mojadas en la piel de las<br />
mandíbulas y del cuello. Conradín se hincó de rodillas. El Gran Hurón de los Pantanos se<br />
dirigió al arroyuelo que estaba al extremo del jardín, bebió, cruzó un puentecito de madera<br />
y se perdió entre los arbustos. Ese fue el tránsito de Sredni Vashtar.<br />
―Está servido el té -anunció la criada de expresión agria-. ¿Dónde está la señora?<br />
―Fue hace un rato a la casilla -dijo Conradín.<br />
Y mientras la criada salió en busca de la señora, Conradín sacó de un cajón del<br />
aparador el tenedor de las tostadas y se puso a tostar un pedazo de pan. Y mientras lo<br />
tostaba y lo untaba con mucha mantequilla, y mientras duraba el lento placer de<br />
comérselo, Conradín estuvo atento a los ruidos y silencios que llegaban en rápidos<br />
espasmos desde más allá de la puerta del comedor. El estúpido chillido de la criada, el coro<br />
de interrogantes clamores de los integrantes de la cocina que la acompañaba, los<br />
escurridizos pasos y las apresuradas embajadas en busca de ayuda exterior, y luego, después<br />
de una pausa, los asustados sollozos y los pasos arrastrados de quienes llevaban una carga<br />
pesada.<br />
―¿Quién se lo dirá al pobre chico? ¡Yo no podría! -exclamó una voz chillona.<br />
Y mientras discutían entre sí el asunto, Conradín se preparó otra tostada.<br />
7
El dato escondido 3<br />
Mario Vargas Llosa<br />
En alguna parte, Ernest Hemingway cuenta que, en sus comienzos literarios, se le ocurrió<br />
de pronto, en una historia que estaba escribiendo, suprimir el hecho principal: que su<br />
protagonista se ahorcaba. Y dice que, de este modo, descubrió un recurso narrativo que<br />
utilizaría con frecuencia en sus futuros cuentos y novelas. En efecto, no sería exagerado<br />
decir que las mejores historias de Hemingway están llenas de silencios significativos, datos<br />
escamoteados por un astuto narrador que se las arregla para que las informaciones que calla<br />
sean sin embargo locuaces y azucen la imaginación del lector, de modo que éste tenga que<br />
llenar aquellos blancos de la historia con hipótesis y conjeturas de su propia cosecha.<br />
Llamemos a este procedimiento ‘el dato escondido’ y digamos rápidamente que, aunque<br />
Hemingway le dio un uso personal y múltiple (algunas veces, magistral), estuvo lejos de<br />
inventarlo, pues es una técnica vieja como la novela y que aparece en todas las historias<br />
clásicas.<br />
Pero, es verdad que pocos autores modernos se sirvieron de él con la audacia con<br />
que lo hizo el autor de El viejo y el mar. ¿Recuerda usted ese cuento magistral, acaso el más<br />
célebre de Hemingway, llamado "Los asesinos"? Lo más importante de la historia es un<br />
gran signo de interrogación: ¿por qué quieren matar al sueco Ele Andreson ese par de<br />
forajidos que entran con fusiles de cañones recortados al pequeño restaurante Henry’s de<br />
esa localidad innominada? ¿Y por qué ese misterioso Ole Andreson, cuando el joven Nick<br />
Adams le previene que hay un par de asesinos buscándolo para acabar con él, rehúsa huir o<br />
dar parte a la policía y se resigna con fatalismo a su suerte? Nunca lo sabremos. Si<br />
queremos una respuesta para estas dos preguntas cruciales de la historia, tenemos que<br />
inventárnosla nosotros, los lectores, a partir de los escasos datos que el narrador<br />
omnisciente e impersonal nos proporciona: que, antes de avecindarse en el lugar, el sueco<br />
Ole Andreson parece haber sido boxeador, en Chicago, donde algo hizo (algo errado, dice<br />
él) que selló su suerte.<br />
El ‘dato escondido’ o narrar por omisión no puede ser gratuito y arbitrario. Es<br />
preciso que el silencio del narrador sea significativo, que ejerza una influencia inequívoca<br />
sobre la parte explícita de la historia, que esa ausencia se haga sentir y active la curiosidad,<br />
la expectativa y la fantasía del lector.<br />
Hemingway fue un eximio maestro en el uso de esta técnica narrativa, como se<br />
advierte en "Los asesinos", ejemplo de economía narrativa, texto que es como la punta de<br />
un iceberg, una pequeña prominencia visible que deja entrever en su brillantez<br />
relampagueante toda la compleja masa anecdótica sobre la que reposa y que ha sido birlada<br />
al lector. Narrar callando, mediante alusiones que convierten el escamoteo en expectativa y<br />
fuerzan al lector a intervenir activamente en la elaboración de la historia con conjeturas y<br />
suposiciones, es una de las más frecuentes maneras que tienen los narradores para hacer<br />
brotar vivencias en sus historias, es decir, dotarlas de poder de persuasión.<br />
¿Recuerda usted el gran ‘dato escondido’ de la (a mi juicio) mejor novela de<br />
Hemingway, The sun also rises? Sí, esa misma: la importancia de Jake Barnes, el narrador de<br />
la novela. No está nunca explícitamente referida; ella va surgiendo -casi me atrevería a decir<br />
que el lector, espoleado por lo que lee, la va imponiendo al personaje- de un silencio<br />
comunicativo, esa extraña distancia física, la casta relación corporal que lo une a la bella<br />
Brett, mujer a la que transparentemente y que sin duda también lo ama y podría haberlo<br />
3 Tomado de www.ciudadseva.com<br />
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amado si no fuera por algún obstáculo o impedimento del que nunca tenemos información<br />
precisa. La impotencia de Jake Barnes es un silencio extraordinariamente explícito, una<br />
ausencia que se va haciendo muy llamativa a medida que el lector se sorprende con el<br />
comportamiento inusitado y contradictorio de Jake Barnes para con Brett, hasta que la<br />
única manera de explicárselo es descubriendo (¿inventando?) su importancia. Aunque<br />
silenciado, o, tal vez, precisamente por la manera en que lo está, ese ‘dato escondido’ baña<br />
la historia de The sun also rises con una luz muy particular.<br />
La celosía, de Robbe-Grillet (La Jalousie, en francés) es otra novela donde un<br />
ingrediente esencial de la historia –nada menos que el personaje central – ha sido exiliado<br />
de la narración, pero de tal modo que su ausencia se proyecta en ella de manera que se hace<br />
sentir a cada instante. Como en casi todas las novelas de Robbe-Grillet, en La Jalousie no<br />
hay propiamente una historia, no por lo menos como se entendía a la manera tradicional –<br />
un argumento con principio, desarrollo y conclusión-, sino, más bien, los indicios o<br />
síntomas de una historia que desconocemos y que estamos obligados a reconstruir como los<br />
arqueólogos reconstruyen los palacios babilónicos a partir de un puñado de piedras<br />
enterradas por los siglos, o los zoológicos reedifican a los dinosaurios y pterodáctilos de la<br />
prehistoria valiéndose de una clavícula o un metacarpo. De manera que podemos decir que<br />
las novelas de Robbe-Grillet están todas concebidas a partir de ‘datos escondidos’.<br />
Ahora bien, en La Jalousie este procedimiento es particularmente funcional, pues,<br />
para que lo que en ella se encuentra tenga sentido, es imprescindible que esa ausencia, ese<br />
ser abolido, se haga presente, tome forma en la conciencia del lector. ¿Quién es ese ser<br />
invisible? Un marido celoso, como lo sugiere el título del libro con su ambivalente<br />
significado (jalousie es celosía, una ventana enrejada, pero también los celos), alguien que,<br />
poseído por el demonio de la desconfianza, espía minuciosamente todos los movimientos<br />
de la mujer a la que cela sin ser advertido por ella. Esto no lo sabe con certeza el lector; lo<br />
deduce o inventa inducido por la naturaleza de la descripción, que es la de una mirada<br />
obsesiva, enfermiza, dedicada al escrutinio detallado, enloquecido, de los más ínfimos<br />
desplazamientos, gestos e iniciativas de la esposa. ¿Quién es el matemático observador?<br />
¿Por qué somete a esa mujer a este asedio visual? Esos ‘datos escondidos’ no tienen<br />
respuesta dentro del discurso novelesco y el propio lector debe esclarecerlos a partir de las<br />
pocas pistas que la novela le ofrece. A esos ‘datos escondidos’ definitivos, abolidos para<br />
siempre de una novela, podemos llamarlos elípticos, para diferenciarlos de los que sólo han<br />
sido temporalmente ocultados al lector, desplazados en la cronología novelesca para crear<br />
expectativa, suspenso, como ocurre en las novelas policiales, donde sólo al final se descubre<br />
al asesino. A esos ‘datos escondidos’ sólo momentáneos -descolocados- podemos llamarlos<br />
‘datos escondidos en hipérbaton’, figura poética que, como usted recordará, consiste en<br />
descolocar una palabra en el verso por razones de eufonía o rima ("Era del año la estación<br />
florida..." en vez del orden regular: "Era la estación florida del año...").<br />
Quizás el ‘dato escondido’ más notable en una novela moderna sea el que tiene<br />
lugar en la tremebunda Santuario (Sanctuary), de Faulkner, donde el cráter de la historia -la<br />
desfloración de la juvenil y frívola Temple Drake, por Popeye, un gángster impotente y<br />
psicópata, valiéndose de una mazorca de maíz- está desplazado y disuelto en hilachas de<br />
información que permiten al lector, poco a poco y retroactivamente, tomar conciencia del<br />
horrendo suceso. De este ominoso, abominable silencio, irradia la atmósfera en que<br />
transcurre Santuario: una atmósfera de salvajismo, represión sexual, miedo, prejuicio y<br />
primitivismo que da a Jefferson, Memphis y los otros escenarios de la historia, un carácter<br />
simbólico, de mundo del ‘mal’, de la perdición y caída del hombre, en el sentido bíblico del<br />
término. Más que una transgresión de las leyes humanas, la sensación que tenemos ante los<br />
horrores de esta novela -la violación de Temple es apenas uno de ellos; hay, además, un<br />
ahorcamiento, un linchamiento por fuego, varios asesinatos y un variado abanico de<br />
9
degradaciones morales- es la de una victoria de los poderes infernales, de una derrota del<br />
bien por un espíritu de perdición, que ha logrado enseñorearse de la tierra. Todo Santuario<br />
está armado con ‘datos escondidos’. Además de la violación de Temple Drake, hechos tan<br />
importantes como el asesinato de Tommy y de Red o la impotencia de Popeye son,<br />
primero, silencios, omisiones que sólo retroactivamente se van revelando al lector, quien,<br />
de este modo, gracias a esos ‘datos escondidos en hipérbaton’ va comprendiendo<br />
cabalmente lo sucedido y estableciendo la cronología real de los sucesos. No sólo en ésta,<br />
en todas sus historias, Faulkner fue también consumado maestro en el uso del ‘dato<br />
escondido’.<br />
Quisiera ahora, para terminar con un último ejemplo de ‘dato escondido’, dar un<br />
salto atrás de quinientos años, hasta una de las mejores novelas de caballerías medievales, el<br />
Tirant lo Blanc, de Joanot Martorell, una de mis novelas de cabecera. En ella el ‘dato<br />
escondido’ -en sus dos modalidades: como hipérbaton o como elipsis- es utilizado con la<br />
destreza de los mejores novelistas modernos. Veamos cómo está estructurada la materia<br />
narrativa de uno de los cráteres activos de la novela: las bodas sordas que celebran Tirant y<br />
Carmesina y Diafebus y Estefanía (episodio que abarca desde mediados del capítulo CLXII<br />
hasta mediados del CLXIII). Este es el contenido del episodio. Carmesina y Estefanía<br />
introducen a Tirant y Diafebus en una cámara del palacio. Allí, sin saber que<br />
Plaerdemavida los espía por el ojo de la cerradura, las dos parejas pasan la noche entregadas<br />
a juegos amorosos, benignos en el caso de Tirant y Cermesina, radicales en el de Diafebus y<br />
Estefanía. Los amantes se separan al alba y, horas más tarde, Plaerdemavida revela a<br />
Estefanía y Carmesina que ha sido testigo ocular de las bodas sordas.<br />
En la novela esta secuencia no aparece en el orden cronológico ‘real’, sino de<br />
manera discontinua, mediante ‘mudas’ temporales y un ‘dato escondido’ en hipérbaton,<br />
gracias a lo cual el episodio se enriquece extraordinariamente de vivencias. El relato refiere<br />
los preliminares, la decisión de Carmesina y Estefanía de introducir a Tirant y Diafebus en<br />
la cámara y se explica cómo Carmesina, maliciando que iba a haber "celebración de bodas<br />
sordas", simula dormir. El narrador impersonal y omnisciente prosigue, dentro del orden<br />
‘real’ de la cronología, mostrando el deslumbramiento de Tirant cuando ve a la bella<br />
princesa y cómo cae de rodillas y le besa las manos. Aquí se produce la primera ‘muda<br />
temporal’ o ruptura de la cronología: "Y cambiaron muchas amorosas razones. Cuando les<br />
pareció que era hora de irse, se separaron uno del otro y regresaron a su cuarto". El relato<br />
da un salto al futuro, dejando en ese hiato, en ese abismo de silencio, una sabia<br />
interrogación: "¿Quién pudo dormir esa noche, unos por amor, otros por dolor?" La<br />
narración conduce luego al lector a la mañana siguiente.<br />
Plaerdemavida se levanta, entra a la cámara de la princesa Carmesina y encuentra a<br />
Estefanía "toda llena de déjame estar". ¿Qué ocurrió? ¿Por qué ese abandono voluptuoso<br />
de Estefanía? Las insinuaciones, preguntas, burlas y picardías de la deliciosa Plaerdemavida<br />
van dirigidas, en verdad, al lector, cuya curiosidad y malicia atizan. Y, por fin, luego de este<br />
largo y astuto preámbulo, la bella Plaerdemavida revela que la noche anterior ha tenido un<br />
sueño, en el que vio a Estefanía introduciendo a Tirant y Diafebus en la cámara. Aquí se<br />
produce la segunda ‘muda temporal’ o salto cronológico en el episodio. Este retrocede a la<br />
víspera y, a través del supuesto sueño de Plaerdemavida, el lector descubre lo ocurrido en el<br />
curso de las bodas sordas. El dato escondido sale a la luz, restaurando la integridad del<br />
episodio.<br />
¿La integridad cabal? No del todo. Pues, además de esta ‘muda temporal’, como<br />
usted habrá observado, se ha producido también una 'muda espacial’, un cambio de punto<br />
de vista espacial, pues quien narra lo que sucede en las bodas sordas ya no es el narrador<br />
impersonal y excéntrico del principio, sino Plaerdemavida, un narrador-personaje, que no<br />
aspira a dar un testimonio objetivo sino cargado de subjetividad (sus comentarios jocosos,<br />
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desenfadados, no sólo subjetivizan el episodio; sobre todo, lo descargan de la violencia que<br />
tendría narrada de otro modo la desfloración de Estefanía por Diafebus). Esta muda doble -<br />
temporal y espacial- introduce pues una ‘caja china’ en el episodio de las bodas sordas, es<br />
decir una narración autónoma (la de Plaerdemavida) contenida dentro de la narración<br />
general del narrador-omnisciente. (Entre paréntesis, diré que Tirant lo Blanc utiliza muchas<br />
veces también el procedimiento de las ‘cajas chinas’ o ‘muñecas rusas’. Las proezas de<br />
Tirant a lo largo del año y un día que duran las fiestas en la corte de Inglaterra no son<br />
reveladas al lector por el narrador-omnisciente, sino a través del relato que hace Diafebus al<br />
Conde de Varoic; la toma de Rodas por los genoveses transparece a través de un relato que<br />
hacen a Tirant y al Duque de Bretaña dos caballeros de la corte de Francia, y la aventura<br />
del mercader Gaubedi surge de una historia que Tirant cuenta a la Viuda Reposada.) De<br />
este modo, pues, con el examen de un solo episodio de este libro clásico, comprobamos<br />
que los recursos y procedimientos que muchas veces parecen invenciones modernas por el<br />
uso vistoso que hacen de ellos los escritores contemporáneos, en verdad forman parte del<br />
acervo novelesco, pues los usaban ya con desenvoltura los narradores clásicos. Lo que los<br />
modernos han hecho, en la mayoría de los casos, es pulir, refinar o experimentar con nuevas<br />
posibilidades implícitas en unos sistemas de narrar que surgieron a menudo con las más<br />
antiguas manifestaciones escritas de la ficción.<br />
Quizás valdría la pena, antes de terminar esta carta, hacer una reflexión general,<br />
válida para todas las novelas, respecto a una característica innata del género de la cual se<br />
deriva el procedimiento del ‘dato escondido’, la parte escrita de toda novela es sólo una<br />
sección o fragmento de la historia que cuenta: ésta, desarrollada a cabalidad, con la<br />
acumulación de todos sus ingredientes sin excepción -pensamientos, gestos, objetos,<br />
coordenadas culturales, materiales históricos, psicológicos, ideológicos, etcétera, que<br />
presupone y contiene la historia total- abarca un material infinitamente más amplio que el<br />
explícito en el texto y que novelista alguno, ni aun el más profuso y caudaloso y con menos<br />
sentido de la economía narrativa, estaría en condiciones de explayar en su texto.<br />
Para subrayar este carácter inevitablemente parcial de todo discurso narrativo, el<br />
novelista Claude Simon -quien de este modo quería ridiculizar las pretensiones de la<br />
literatura ‘realista’ de reproducir la realidad- se valía de un ejemplo: la descripción de una<br />
cajetilla de cigarrillos Gitanes. ¿Qué elementos debía incluir aquella descripción para ser<br />
realista?, se preguntaba. El tamaño, color, contenido, inscripciones, materiales de que esa<br />
envoltura consta, desde luego. ¿Sería eso suficiente? En un sentido totalizador, de ninguna<br />
manera. Había falta, también, para no dejar ningún dato importante fuera, que la<br />
descripción incluyera asimismo un minucioso informe sobre los procesos industriales que<br />
están detrás de la confección de ese paquete y de los cigarrillos que contiene, y, por qué no,<br />
de los sistemas de distribución y comercialización que los trasladan de productor hasta el<br />
consumidor. ¿Se habría agotado de este modo la descripción total de la cajetilla de<br />
Gitanes? Por supuesto que no. El consumo de cigarrillos no es un hecho aislado, resulta de<br />
la evolución de las costumbres y la implantación de las modas, está entrañablemente<br />
conectado con la historia social, las mitologías, las políticas, los modos de vida de la<br />
sociedad; y, de otro lado, se trata de una práctica -hábito o vicio- sobre la que la publicidad<br />
y la vida económica ejercen una influencia decisiva, y que tiene unos efectos determinados<br />
sobre la salud del fumador.<br />
De donde no es difícil concluir, por este camino de la demostración llevada a<br />
extremos absurdos, que la descripción de cualquier objeto, aun el más insignificante,<br />
alargada con un sentido totalizador, conduce pura y simplemente a esa pretensión utópica:<br />
la descripción del universo.<br />
De las ficciones, podría decirse, sin duda, una cosa parecida. Que si un novelista a<br />
la hora de contar una historia, no se impone ciertos límites (es decir, si no se resigna a<br />
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esconder ciertos datos), la historia que cuenta no tendría principio ni fin, de alguna manera<br />
llegaría a conectarse con todas las historias, ser aquella quimérica totalidad, el infinito<br />
universo imaginario donde coexisten visceralmente emparentadas todas las ficciones.<br />
Ahora bien. Si se acepta este supuesto, que una novela -o, mejor, una ficción<br />
escrita- es sólo un segmento de la historia total, de la que el novelista se ve fatalmente<br />
obligado a eliminar innumerables datos por ser superfluos, prescindibles y por estar<br />
implicados en los que sí hace explícitos, hay de todas maneras que diferenciar aquellos<br />
datos excluidos por obvios o inútiles, de los ‘datos escondidos’ a que me refiero en esta<br />
carta. En efecto, mis ‘datos escondidos’ no son obvios ni inútiles. Por el contrario, tienen<br />
funcionalidad, desempeñan un papel en la trama narrativa, y es por eso que su abolición o<br />
desplazamiento tienen efectos en la historia, provocando reverberaciones Finalmente, me<br />
gustaría repetirle una comparación que hice alguna vez comentando Santuario de Faulkner.<br />
Digamos que la historia completa de una novela (aquella hecha de datos consignados y<br />
omitidos) es un cubo. Y que, cada novela particular, una vez eliminados de ella los datos<br />
superfluos y los omitidos deliberadamente para obtener un determinado efecto,<br />
desprendida de ese cubo adopta una forma determinada: ese objeto, esa escultura, reflejan<br />
la originalidad del novelista. Su forma ha sido esculpida gracias a la ayuda de distintos<br />
instrumentos, pero no hay duda de que uno de los más usados y valiosos para esta tarea de<br />
eliminar ingredientes hasta que se delinea la bella y persuasiva figura que queremos, es la<br />
del ‘dato escondido’ (si no tiene usted un nombre más bonito que darle a este<br />
procedimiento).en la anécdota o los puntos de vista.<br />
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<strong>Saki</strong> en píldoras 4<br />
Comparado con Oscar Wilde, <strong>Saki</strong> es un crítico social extremadamente agudo, lleno de<br />
frases ingeniosas que constituyen auténticas citas. Os hacemos llegar algunas de ellas:<br />
“―La juventud –dijo el otro- debería sugerir inocencia.<br />
―Pero nunca comportarse de acuerdo con la sugerencia. No creo que las dos vayan nunca<br />
juntas. La gente dice vaguedades de la inocencia de un niño pequeño, pero se cuida mucho<br />
de no perderlo de vista veinte minutos”. (La inocencia de Reginald)<br />
“Morir antes de que te pinte Sargent es irse al cielo prematuramente” (Reginald y la Real<br />
Academia de las Artes)<br />
“No soporto la posteridad: le encanta tener la última palabra”. (idem)<br />
“El bien y el mal, la buena conducta y la rectitud moral tienen unos límites bien definidos.<br />
- Si es por eso –contestó Reginald- también los tiene el Imperio ruso. El problema es que<br />
los límites no están siempre en el mismo sitio”. (Reginald en el teatro)<br />
“Ahora mismo la moda es tener una disposición de ánimo católica con una conciencia<br />
agnóstica: así se disfruta uno del pintoresquismo medieval de lo primero con las<br />
comodidades modernas de lo segundo”. (idem)<br />
“Existen ciertas reglas fijas que uno observa por comodidad. Por ejemplo, no ser nunca<br />
irrespetuosamente descortés con un extraño inofensivo y de barba gris que puedas<br />
encontrar en bosques de pinos o en salas de fumadores de hoteles de Europa. Al final,<br />
siempre resulta ser el rey de Suecia”. (idem)<br />
“No seas nunca pionero –escribió Reginald a su amigo más querido-. El cristiano que<br />
madruga al león más gordo ayuda”. (El capricho coral de Reginald)<br />
“―Tengo una tía (dijo Reginald) que se preocupa. En realidad, no es mi tía, sólo una<br />
especie de aficionada, y, en realidad, tampoco son preocupaciones. Su vida es un éxito<br />
social y, como no tiene tragedias domésticas que valgan la pena mencionar adopta<br />
cualquier desgracia decorativa que pase, yo incluido. De este modo es la antítesis, o como<br />
se diga, de esas mujeres dulces y resignadas que uno sabe que han visto de cerca los<br />
problemas y han decidido no verlos más. Sí, se hacen querer por eso, pero debo confesar<br />
que me hacen sentir incómodo; recuerdan muchísimo al pato que sigue aleteando con<br />
4 <strong>Saki</strong>. Reginald (En: Cuentos completos, op. cit))<br />
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alegría forzada bastante después de que le hayan rebanado la cabeza”. (Reginald sobre las<br />
preocupaciones).<br />
“―Alguien ha comentado que la providencia siempre está del lado de los grandes<br />
dividendos- observó Reginald”. (Reginald en el Carlton)<br />
“- Los jóvenes tienen aspiraciones que nunca se cumplen; los mayores, recuerdos de lo que<br />
nunca sucedió. Sólo los de mediana edad son realmente conscientes de sus limitaciones”.<br />
(idem)<br />
“―Hay distintas maneras de tomarse las decepciones. Conozco a una joven que cuidó de<br />
su acaudalado tío durante una larga enfermedad que ella soportó con entereza cristiana y,<br />
cuando murió, el tío le regaló el dinero a un hospital dedicado a la fiebre porcina. Ella<br />
descubrió que para entonces se le habían terminado las existencias de entereza y ahora da<br />
recitales en los salones. A eso llamo yo ser vengativo”. (idem)<br />
“Dicen –dijo Reginald– que no hay nada más triste que la victoria, salvo la derrota”. (La<br />
nochebuena de Reginald)<br />
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Dónde encontrar a <strong>Saki</strong><br />
La bibliografía de <strong>Saki</strong> en castellano no es abundante aunque la edición de sus obras<br />
completas es una buena noticia. Es un autor cuyos textos aparecen y desaparecen, ya que<br />
no están dirigidos a un público mayoritario. Aunque sea una inversión bastante importante,<br />
puede interesaros comprar los cuentos completos. Como sucede con los libros con estas<br />
características, una vez que la edición se agota, no suele ser reeditada.<br />
<strong>Saki</strong>. La reticencia de Lady Anne. Selección y prólogo de J.L. Borges, Madrid, Siruela, 151 p.<br />
2006.<br />
――. Los juguetes de la paz. La cuadratura del círculo. Ed. Valdemar, Madrid 2006.<br />
――. Juguetes para la paz. Intervención cultural (Montesinos, Viejo Topo, Papeles fim),<br />
2005.<br />
――. Cuentos completos. Ed. Alpha Decak, 818p, 2005. (es una edición cara, pero muy<br />
completa)<br />
――. Las aventuras de Reginald.<br />
――. Crónicas de Clovis.<br />
――. Animales y más que animales. (la traducción no es buena)<br />
――. Juguetes de Paz.<br />
――. El huevo cuadrado y otros bocetos.<br />
En inglés:<br />
Todos estos títulos están en Buenos Aires, Ed. Claridad, 2006.<br />
<strong>Saki</strong>. The complete Short Stories. Penguin, 2004.<br />
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1. Suponemos que este envío te entusiasmará en la lectura de <strong>Saki</strong>. En su estela<br />
creativa, te proponemos que escribas un relato en el que un niño o niña tome<br />
relación con el mundo animal y cuestione los límites de este. (Ver ejemplo en el<br />
cuento de <strong>Saki</strong> que os enviamos).<br />
2. Lee atentamente el texto de Vargas Llosa sobre el dato escondido y escribe un<br />
relato siguiendo esta idea. Os conviene repasar el texto del iceberg, de Hemigway,<br />
que os hemos hecho llegar en un envío anterior.<br />
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