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aguafuertes gallegas roberto arlt

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gárgolas que disimulan los desagües de los techados con sus bárbaras apariencias. Salgo<br />

hoy, caminando hacia el pueblo de Rojo, a pocos kilómetros de Santiago de Compostela.<br />

Camino entre tierras de sembradío, por una cinta de camino festoneada de cercas de rosas<br />

silvestres y murallones bajos de piedra, con galería natural formada por el encañizado de la<br />

viña, y doquier miro, no veo en el campo sino a mujeres que trabajan. Las provincias<br />

<strong>gallegas</strong>, se puede afirmar sin quedarse largo en el cálculo, son trabajadas en el setenta y<br />

cinco por ciento de su extensión, por mujeres. Hablar del campesino gallego es casi<br />

inventar al campesino. El hombre, en Galicia, trabaja el campo en un porcentaje mínimo. El<br />

hombre está afuera, buscándose la vida en Perú, Cuba, la Argentina, California o en el mar.<br />

Converso con campesinas. Me responden irónicas, apesadumbradas. ¿Es vida la que<br />

ellas hacen? Maridos ausentes hace cinco años, diez, quince. Escribiendo. Nada más que<br />

escribiendo, girando escasas pesetiñas. ¡Sus tierras! Apenas para vivir malamente. En<br />

Galicia, las extensiones de tierra han quedado reducidas a parcelas tan mínimas que dudo<br />

sea cierto lo que me dice una campesina: el predio en el cual ella está trabajando, mide seis<br />

pasos de ancho por treinta de largo. Más tarde, conversando con un abogado confirmo este<br />

dato, con el agregado siguiente, sumamente curioso: hubo en Redondela una tentativa de<br />

pleito, en la cual los catorce propietarios de catorce terrenos, cuyos vértices incidían en un<br />

árbol medianero, se disputaban la posesión del mismo. Aquí encontramos que ciertas tierras<br />

están afectadas de servidumbre de carro por sus tierras; en cambio, otros terrenos, disfrutan<br />

únicamente de servidumbre de persona, y toda carga que hay que pasar por él, por ejemplo<br />

el estiércol de abono, debe efectuarse en cestas cargadas sobre la cabeza. Los odios y las<br />

rencillas que provocan estos privilegios, son incontables. Mientras camino a lo largo de los<br />

sembradíos de hortalizas, patatas y maíz, comienza a llover. Me refugio bajo un soportal, y<br />

me quedo mirando cómo a través del agua se difuma el paisaje de colinas y cortinas de<br />

bosque. Las campesinas no abandonan el campo. Continúan trabajando bajo la lluvia. Yo,<br />

de caminar cien metros bajo la lluvia, tengo el traje calado, y desde allí, bajo el soportal de<br />

piedra, a cuyo pie hoza un cerdo sonrosado, miro a las mujeres. Descargan un carro de<br />

estiércol. Una desunce los bueyes, otra, arriba del monte negro del carro, con una horquilla<br />

descarga el abono, se las ve caminar borrosas a través de los hilos de agua, distribuir en la<br />

lonja achocolatada de tierra, montecillos de guano. Pienso que deben tener las ropas<br />

completamente empapadas, porque la poca lluvia que he recibido me ha calado la ropa, y

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