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aguafuertes gallegas roberto arlt

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27<br />

mancha la piedra de luz. Y mientras el resto se dibuja severo en la obscuridad, y esto es<br />

hermoso y fúnebre, os persigue por donde camináis, como un castigo. ¿Dónde ir por dentro<br />

de estos laberintos, que no se tropiece con esta vida condenada, con esta negación de la<br />

existencia feliz? Porque aquí todo niega a la vida. La piedra es fría y rugosa como las<br />

paredes del sepulcro; la luz de los fanales de hierro, lúgubre como las que lucen en torno a<br />

los ataúdes; las imágenes de piedra, cubiertas de ropas talares, con los brazos extendidos,<br />

con instrumentos de martirio a los costados, os recuerdan constantemente que morir<br />

habemos, y allí hacia donde se avanza está la advertencia de la muerte carnal; una es el<br />

frontispicio del templo de las Animas, con su dintel de mármol, donde entre llamas de<br />

mármol, arden despeinadas almas de mármol, mujeres de rostro fino, con el cabello de<br />

mármol suelto sobre las espaldas. Y si entráis en una plaza, es una plaza vasta como un mar<br />

muerto de piedra, desierta, bloqueada de murallas crestadas, con cimborrios que recortan su<br />

silueta negra en un gris cielo de atardecer, y el doble frío de la piedra y del hierro os cala el<br />

tuétano, como una llovizna de muerte os empapa el alma, y aunque se quiera resistir a tan<br />

terrible melancolía, no se puede. La ciudad, que es fortaleza de la desesperación, se os<br />

adentra con sus almenas en el alma, las callejuelas por donde camina la muerte os agotan el<br />

ánimo.<br />

¿Es posible sustraerse a tamaña incitación a morir? El Greco, que era un temperamento<br />

armonioso, que se formó en una escuela de pintura luminosa bajo la influencia de Tiziano,<br />

se identificó, contra su voluntad, tan fielmente con el siniestro panorama de Toledo,<br />

absorbió tan profundamente la taciturna atmósfera española, que quizá nadie como él ha<br />

pintado dentro de sus trajes negros, a hombres, mujeres y niños, recios de convicción<br />

religiosa y sombríos de vivir, casi lacerados por austeridades monásticas.<br />

Y es que este siniestro aparato de ciudad española, elevando la piedra en murallas hasta<br />

las nubes, dejándola oscura para que su oscuridad ciña más naturalmente el cuerpo con<br />

negruras de la muerte; esta ciudad española es tan fuerte, que dentro de ella, o se aniquila el<br />

alma en la desesperación o, si sobrevive, queda apartada para siempre de los goces de la<br />

tierra.<br />

Porque no hay aquí una sola concesión al placer, ni a la felicidad. Es inútil buscar un<br />

detalle tierno, una calle, una sola, donde la alegría esté pintada en la arquitectura. Pareciera<br />

que un gesto terminante, ha barrido de la piedra la posibilidad del jardín, que una voz ha

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