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LAS DIFERENTES EDICIONES DE LA SOMBRA DEL CAUDILLO ...

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antes. Entonces descansó, casi desvanecido por ~ dolor de la<br />

herida y los magullamientos, y enajenado por el vértigo.<br />

Anochecía. Un trazo blanco, ya apenas perceptible, cortaba a<br />

doscientos metros el terreno inclinado que descendía suavemente<br />

desde la base del precipicio: era la carretera. Axkaná la contempló<br />

remotamente. Un mareo profundo y el agolparse de sucesos que<br />

habrían cabido en años de vida lo trastornaban. Poco después oyó<br />

de nuevo voces y carreras; contuvo la respiración: parecía que los<br />

soldados pasaban de retirada.<br />

1918<br />

Vino un rato d<br />

e silen<br />

cio, de soledad. En el cielo, por la parte<br />

más oscura, apuntaban las estrellas precoces. Sólo se oían los<br />

susurros del viento. Axkaná se izó de las manos, cargando todo el<br />

peso en el brazo derecho y ayudándose con los pies, y logró al fin<br />

desasirse y quedar en pie. Los últimos dejos de luz le sirvieron<br />

para asegurarse en la postura que halló menos<br />

1919<br />

No tenía la menor idea de lo que pudiera<br />

incómoda.<br />

hacer. Se palpó la<br />

herida. La bala le había entrado por debajo de la articulación del<br />

hombro,<br />

1920 hiriéndole también el brazo; todavía le manaba sangre<br />

abundante. El hombro, por primera vez en reposo, se le inmovilizaba<br />

en un dolor agudo e invasor: ancho hacia el pecho, prolongado hasta<br />

el codo.<br />

entonces,<br />

Por lo que había visto al principio, y por lo que vio<br />

consideró que bajar del árbol no le seria imposible. El<br />

tronco, no muy<br />

1~Lto,<br />

Rato despues la<br />

tenía nudos salientes.<br />

soledad de la montaña,<br />

Esper6.<br />

poblada ya de rumores<br />

nocturnos, se sacudió a lo lejos con el áspero ludir de motores de<br />

auto: eran, sin duda los camiones y coches de la gente de Leyva,<br />

que partía. variosí9á minutos resonaron los valles con aquellos<br />

ruidos. Los camiones desembragaban y embragaban de nuevo a lo largo<br />

de las cuestas. Aquello se fue alejando; se desvaneció.<br />

Axkaná tuvo entonces mortales segundos de vacilación: ¿descendía<br />

del árbol? Descendía, ¿para qué? Pero su voluntad consciente no era<br />

ya lo que lo guiaba; guiábanle el instinto y, sobre todo, el dolor.<br />

1917 (LP:) y de los magullamientos, poseído de vértigo.<br />

1918 (LO:)(LP:> logró, al fin, desasirse y quedar en pie. La<br />

débil<br />

luz que aún quedaba le sirvió para asegurarse en la postura que<br />

halló menos incómoda.<br />

No tenía la menor idea de lo que iba a hacer.<br />

1920 (Lo:)

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