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Septiembre 2012<br />
La revista es<br />
de publicación<br />
mensual y se<br />
edita en Madrid,<br />
España.<br />
ISSN<br />
2254-0466<br />
Editor<br />
J. R. Plana<br />
Ayudante ed.<br />
Cristina Miguel<br />
Ilustración,<br />
diseño y<br />
maquetación<br />
J. R. Plana<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> es<br />
una publicación<br />
independiente,<br />
todos los autores<br />
colaboran de forma<br />
desinteresada<br />
y voluntaria. La<br />
revista no se hace<br />
responsable de las<br />
opiniones de los<br />
autores.<br />
Copyright © 2012<br />
Jorge R. Plana, de<br />
la revista y todo<br />
su contenido. Todos<br />
los derechos<br />
reservados; reproducción<br />
prohibida<br />
sin previa autorización.<br />
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Anima<strong>Barda</strong><br />
Anima <strong>Barda</strong> (g +)<br />
La revista de relatos de ficción<br />
Pulp Magazine<br />
www.animabarda.com<br />
Novela por entregas<br />
LA GUERRERA DE LOS SUEÑOS II • Fantasía<br />
Ana Gasull<br />
EL PERGAMINO DE ISAMU VI • Aventura samurái<br />
Ramón Plana<br />
Relatos cortos<br />
ARMAS GEMELAS • Western<br />
Eleazar Herrera<br />
OJOS DE MUERTO • Terror<br />
J. R. Plana<br />
ESTACIÓN EUROPA • Ciencia Ficción<br />
Diego Fernández Villaverde<br />
MANTIDAE • Erótico<br />
Cris Miguel<br />
NO HABRÁ FINAL FELIZ • Noir<br />
Ricardo Castillo<br />
El resto<br />
UNAS PALABRAS DEL JEFE • Editorial<br />
J. R. Plana<br />
HISTORIAS DEL PULP • De interés general<br />
BESTIARIO • Los autores<br />
Núm. VII<br />
Si quieres contactar con nosotros, escríbenos a respuesta@animabarda.com<br />
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Si quieres colaborar en la revista, escríbenos a redaccion@animabarda.com y te<br />
informaremos de las condiciones.
UNAS PALABRAS DEL JEFE<br />
Unas palabras del jefe<br />
Se está muriendo la suegra y en su agonía,<br />
mira hacia la ventana y dice:<br />
–Qué bello atardecer.<br />
Y el yerno le dice:<br />
–No se distraiga, suegra. Concentradita…<br />
mirando el túnel, mirando el túnel.<br />
Esta Jaimito en su casa y a esto que llegan<br />
unas amigas de su madre. Lo llama su<br />
progenitora para que vaya a saludar y cuando<br />
está allí le dicen las amigas:<br />
–Anda, Jaimito, haznos alguna gracia para<br />
que nos riamos.<br />
–Quita, quita –dice la madre, que se lo<br />
conoce–. Mejor vete ya.<br />
–Que no mujer, déjalo que haga una gracia<br />
–insisten–. Vamos Jaimito.<br />
Entonces Jaimito se queda pensativo un<br />
momento, mira a las señoras y, señalando a<br />
una, dice:<br />
–Hágame el favor, póngase a cuatro patas.<br />
La señora obedece divertida mientras las<br />
amigas se ríen.<br />
–Ahora ladre –dice Jaimito.<br />
–¡Guau, guau!<br />
¡Plam! Jaimito le pega una patada en la boca<br />
a la señora.<br />
–¡Ay, ay! –grita con las manos en los dientes.<br />
–¡Pero Jaimito, qué haces! –grita su madre.<br />
A lo que Jaimito contesta:<br />
–¿No lo has visto? Me quería morder.<br />
Saben aquel que le dice un cirujano al<br />
paciente:<br />
–¿Lo ve? ¿Lo ve? No ha querido usted<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
J. R. Plana<br />
como siempre os acabo soltando una<br />
Y rollo patatero o charla sentimental,<br />
hoy sólo tocan chistes, a ver si así os leéis la<br />
editorial.<br />
Obviamente, los chistes no son míos.<br />
Estáis de suerte.<br />
anestesia para amputarle la pierna y ahora<br />
no para de chillar.<br />
Y contesta:<br />
–No, doctor, es el ruidito de la sierra, que<br />
me da dentera, ¿sabe?<br />
Esto es una señorita que intenta subir<br />
a un autobús pero su falda estrecha<br />
se lo impedía. En esto que se la sube hasta<br />
los muslos dejando al aire el liguero. Y un<br />
matrimonio que estaba en la parada la mujer<br />
le dice al marido:<br />
–Paco, ¿no te parece indecente, lasciva<br />
y obscena la forma que tienen de mirar los<br />
hombres a esta chica que sube el autobús?<br />
Y dice el tío con los ojos desorbitados:<br />
–¿Qué autobús?<br />
E ra un manicomio y un día el director<br />
coge a tres locos para ver si les puede<br />
dar el alta y les dice:<br />
–Venid aquí. -Se acercan los tres-. A ver tú,<br />
seis por seis, ¿cuánto es?<br />
Y dice el tío:<br />
–Febrero.<br />
–Vale, de puta madre.–Le dice a otro–: Tú,<br />
seis por seis.<br />
–Mil.<br />
–Vale, de un nido también. –Le dice al<br />
tercero–: Tú, seis por seis.<br />
Y dice el tío:<br />
–Treinta y seis.<br />
–Coño –dice–. ¿Y cómo has llegado a esta<br />
conclusión?<br />
–Muy fácil, he dividido febrero por mil.<br />
3
4<br />
Historia del Pulp<br />
Black Mask fue uno de los pulp magazine<br />
culpables de que la novela policíaca alcanzara<br />
semejante éxito en Estados Unidos.<br />
Fundada en 1920 a manos del crítico<br />
teatral George Jean Nathan y el<br />
periodista H. L. Menkel, Black Mask no nació<br />
con la finalidad de publicar exclusivamente<br />
relatos o novelas policíacas; ese salto tuvo<br />
lugar en 1933. Hasta entonces, Black Mask<br />
ofrecía cinco temáticas diferentes en su<br />
interior, de hecho se anunciaba como la<br />
revista con “las mejores historias de aventura,<br />
las mejores historias de misterio y detectives,<br />
los mejores romances, las mejores historias<br />
de amor y las mejores historias de lo oculto”<br />
Después de ocho números, los fundadores<br />
Mencken y Nathan consideraron que la<br />
inversión inicial de 500 dólares ya había sido<br />
suficientemente rentabilizada y vendieron<br />
la revista a sus editores por 12,500 dólares.<br />
En 1926, Joseph Shaw se hizo cargo de la<br />
dirección editorial, el cual convirtió la revista<br />
en una salida para la creciente escuela de<br />
escritores de crimen, liderados por Carroll<br />
John Daly. De hecho, el personaje de Daly, el<br />
detective Race Williams, se estableció como<br />
modelo para muchos detectives privados<br />
posteriores, de carácter tosco y espabilado y<br />
lengua afilada.<br />
Posteriormente, Black Mask publicó a<br />
otros autores como Dashiell Hammett, Erle<br />
Stanley Gardner, Paul Cain o Raymond<br />
Chandler. El autor George Harmon Coxe<br />
creó “Casey, el fotógrafo del crimen”, que<br />
se convirtió en una franquicia mediática<br />
con novelas, películas, televisión, radio y<br />
comic. Ocasionalmente, Black Mask también<br />
publicó algunas historias de aventuras y del<br />
oeste.<br />
Aunque al principio se conoció a la revista<br />
por sus autores masculinos, también publicó<br />
a un gran número de escritoras de novelas<br />
de misterio, entre ellas Marjory Stoneman<br />
HISTORIA DEL PULP<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
Douglas, katherine Brocklebank o Dorothy<br />
Dunn. La revista era un éxito y muchos de<br />
los escritores cosecharon grandes ventas y<br />
una excelente opinión entre la crítica.<br />
A principios de los 30, Black Mask estaba<br />
en lo más alto de sus ventas. Sin embargo, los<br />
lectores empezaron a perder interés según<br />
se expandían la radio, el cine y otros pulp<br />
magazines de la competencia. En 1936, Shaw,<br />
que se negaba a recortar el ya escaso salario<br />
de los escritores, renunció, y muchos de los<br />
escritores de mejor calidad abandonaron con<br />
él. Su sucesor, Fanny Ellsworth, se las apañó<br />
para atraer a nuevos escritores, pero a pesar<br />
de sus esfuerzos la revista cesó su publicación<br />
en 1951. Fue resucitada en 1985 para volver<br />
a desaparecer en 1987 debido a una disputa<br />
sobre los derechos del nombre.<br />
Esta revista fue el pulp magazine que<br />
inspiró a Quentin Tarantino para hacer Pulp<br />
Fiction. Originalmente, el título de la película<br />
iba a ser Black Mask, pero al final el director<br />
decidió cambiarlo.
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<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
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6<br />
ELEAZAR HERRERA<br />
ARMAS GEMELAS<br />
por Eleazar Herrera<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine
El ferrocarril es el futuro, y por él deben<br />
hacerse varios sacrificios. El primero es<br />
destruir la aldea de los Pluma Negra, que<br />
se interpone entre dos ciudades comerciales<br />
muy importantes. Al principio fuimos<br />
en son de paz, con banderas blancas y<br />
sombreros ridículos, para hablar con el jefe<br />
de la tribu y llegar a un acuerdo. Lejos de<br />
colaborar, el jefe nos amenazó con destrozar<br />
los raíles si East Way no da marcha atrás<br />
en el proyecto. Sí..., éramos dos, Machine<br />
y yo, contra una horda de comanches<br />
enfurecidos, pero el muy necio se ha puesto<br />
de su parte. Y ahora no sé a quién disparar<br />
primero.<br />
ARMAS GEMELAS<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
¿<br />
Qué harías si tu mejor amigo, tu aliado,<br />
ése que te cubría las espaldas en mil y<br />
un batallas, decidiera pasarse al otro bando?<br />
¿A quién disparas, ahora que estás rodeado<br />
por un centenar de cuchillos y una escopeta?<br />
La respuesta sería fácil si no fuera Machine<br />
el que sujetara el arma.<br />
Pero dejadme que os ponga en antecedentes…<br />
El tío del sombrero rancio y yo somos amigos<br />
desde que tengo uso de razón. Crecimos<br />
en el mismo condado, y juntos compramos<br />
nuestra primera pistola. El destino nos separó<br />
durante unos años en los que yo pasé a<br />
formar parte de East Way S.A, una compañía<br />
ferroviaria, y él… bueno, quién sabe qué<br />
hizo. Nunca me lo contó. Machine es esencialmente<br />
molesto y misterioso. Tras ese tiempo<br />
volvió con una cicatriz en el hombro, pero no<br />
sé nada más allá; pudo haber sido desde un<br />
caimán a una pelea por una camisa granate.<br />
Le encanta ese color.<br />
Ahora lleva puesta la misma camisa que<br />
llevaba el día en que, de nuevo, se cruzaron<br />
nuestros caminos. Granate y a rayas grises,<br />
con una línea de volantes paralela a los botones.<br />
El reencuentro no ha sido nada especial.<br />
Nos estrechamos la mano, simplemente, y él<br />
me confiesa que Green Way le ha contratado<br />
para un asunto con un poblado indio. Pido a<br />
mis superiores de East Way, la otra compañía<br />
aliada, permiso para poder acompañarle,<br />
y no ven ningún inconveniente. Yo tampoco.<br />
¿Cómo voy a imaginar que sería traicionado<br />
de esta manera?<br />
Los Pluma Negra llevan toda la vida avituallados<br />
aquí, a caballo entre Cheyenne y<br />
Denver, dos capitales con un acuerdo fronterizo<br />
para el intercambio de mercancías. La<br />
construcción del ferrocarril se ha convertido<br />
casi en una obligación para los dirigentes de<br />
ambos estados, y es por eso que han mandado<br />
a los vaqueros más fuertes y conocidos a<br />
reubicar a las aldeas que se interpongan en<br />
su camino.<br />
Llegamos tras cabalgar varias millas y alzamos<br />
un campamento a un kilómetro del<br />
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8<br />
poblado. Al principio todo va como debía ir:<br />
Machine y yo trazamos una estrategia sorpresiva<br />
y especulamos acerca de las reacciones<br />
que provocaría en sus habitantes. Después,<br />
bueno, la conversación tomó otro rumbo; hablamos<br />
de nuestras cosas, de la última vez<br />
que nos vimos y de aquella mujer, Rosela, de<br />
la que nos enamoramos y por la cual nos peleamos.<br />
Como dos adolescentes en cuerpos de<br />
adultos. Encaprichados hasta la médula.<br />
Raya la aurora, y con ella, nos dirigimos<br />
hasta las lindes del poblado. No sabemos<br />
exactamente qué esperar, pero seguimos a<br />
pies juntillas nuestro plan. Yo arremeto desde<br />
la retaguardia, cargándome a docenas de<br />
analfabetos. Cuando todas sus atenciones<br />
están volcadas en mí —pobres, ¡pobres ilusos!—,<br />
Machine sale de su escondite y captura<br />
como rehén a la mujer del tal Gran Cuervo,<br />
el jefe de la tribu.<br />
Y aquí todo se tuerce.<br />
No sé qué ocurre exactamente. Le pierdo el<br />
rastro cuando se lleva a la mujer a una tienda.<br />
Espero durante todo el día en mi puesto<br />
a que salga, en vano: tras la cortina floral de<br />
aquella choza solo veo una columna de humo<br />
irguiéndose hasta el cielo. Incluso cuando salen<br />
la luna y las estrellas, Machine sigue sin<br />
aparecer.<br />
Nunca lo he dado por muerto, aunque de<br />
haberlo hecho, no habría dilema ahora. Algo<br />
ha hecho esa bruja. Algo lo ha cambiado, estoy<br />
seguro de ello. Machine es terco como una<br />
mula. Solo las artimañas de un chamán podrían<br />
doblar su voluntad…<br />
En el cuarto anochecer doy a Machine por<br />
perdido. Quién sabe qué clase de brujería se<br />
lo ha llevado. Vuelvo a mi campamento: es la<br />
hora de pasar a la acción. Me pongo una camiseta<br />
blanca y unos tejanos lisos a juego con<br />
las botas de espuelas. Me ato un pañuelo rojo<br />
alrededor del cuello y me desabrocho un par<br />
de botones de la camisa. Después me alboroto<br />
el pelo y coloco el sombrero.<br />
Ah, sí. Un vaquero como Dios manda.<br />
Me armo hasta los dientes y camino a paso<br />
lento —ensayando la pose de vez en cuando:<br />
ELEAZAR HERRERA<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
nadie debe perder las formas, ni en el peor de<br />
los casos— hasta la entrada del poblado. Antes<br />
de que un Pluma Negra me divise desde<br />
su atalaya, saco mi revólver y le pego un tiro.<br />
El cuerpo cae con un ruido seco en el suelo<br />
árido, levantando una polvareda. No es el cadáver<br />
quien les alerta de mi presencia, sino<br />
el dulce eco de la pistola que rebota por una<br />
cordillera lejana.<br />
De inmediato los Pluma Negra forman un<br />
semicírculo en torno a la frontera. Aunque se<br />
encuentran a una distancia prudencial, veo<br />
que algunos portaban arcos, machetes, cuchillos,<br />
o piedras. Nos observamos en silencio.<br />
Cualquier movimiento provocaría una sangría.<br />
Tomo aire sin mover demasiado el pecho;<br />
ellos no mueven ni un milímetro de su<br />
cuerpo.<br />
Así paso horas, o eso me parece, hasta que<br />
el círculo se rompe por la llegada de Cuervo,<br />
el jefe de la tribu. Desarmado, anoto mentalmente.<br />
—Yo venir a hablar. Paz. Paz siempre.<br />
Ni paz ni hostias, pienso, aunque no digo<br />
nada.<br />
—Si tú bajar las armas, Plumas Negras<br />
también. Hablar mejor opción —insiste.<br />
Amartillo el revólver y le apunto. La aldea<br />
entera se tensa, pero Cuervo no hace ademán<br />
de defenderse.<br />
—¿Dónde está Machine? Le habéis matado,<br />
¿verdad?<br />
—¿Tú querer ver hombre blanco?<br />
Asiento lentamente, a sabiendas de que es<br />
una trampa.<br />
—Si tú no disparar, yo traer hombre blanco.<br />
Una expresión de sorpresa se acomoda en<br />
mi rostro. Ni mis mejores años de entrenamiento<br />
podrían disimularla. Aprieto el gatillo<br />
sin soltarlo. Mi mente me grita «¡TRAM-<br />
PA, TRAMPA!» una y otra vez.<br />
—¿Está vivo? ¿Dónde le retenéis? Juro por<br />
Dios…<br />
—Vivo —repite.<br />
Su férreo asentimiento me hace dudar. Machine<br />
puede estar secuestrado. Después de
todo, los Pluma Negra pueden haberle sonsacado<br />
mi parte del plan. Una vez advertidos<br />
solo tendrían que esperarme.<br />
—Traédmelo o disparo. Dispararé de verdad.<br />
—No encuentro a la mujer de Cuervo<br />
entre la multitud. Sin duda, está con Machine.<br />
Cuervo retrocede sobre sus pasos y se interna<br />
en una de las tiendas. Entre tanta diadema<br />
de plumas no puedo reconocer el rostro<br />
de Machine en el extraño que acompaña a<br />
Cuervo y a la mujer india. No sé su nombre.<br />
Nunca lo sabré.<br />
Una planta rodadora rompe el silencio.<br />
Tanto los Plumas Negras como yo nos hemos<br />
quedado absortos en nuestros pensamientos.<br />
Quizás es que el siguiente movimiento depende<br />
enteramente de lo que trajera Cuervo.<br />
Y ha traído a Machine.<br />
No veo nada que no sea la escopeta cargada<br />
en su hombro… apuntándome. Ni su rostro,<br />
ni su camisa, el poblado entero se desvanece.<br />
Machine me apunta con un arma. A mí, su<br />
aliado. Y va en serio.<br />
Si pudiera, huiría del presente.<br />
—¿Qué haces? —balbuceo con la mandíbula<br />
desencajada.<br />
—Vas a volver por donde has venido —responde<br />
él, impertérrito— y vas a decirles que<br />
has cambiado de idea. El ferrocarril puede<br />
bordear el poblado.<br />
Alzo las cejas. No puedo dar crédito a mis<br />
oídos. Machine está embrujado, enfermo,<br />
enajenado, cualquier adjetivo valdría para<br />
describir su locura. Rodear la aldea significaría<br />
aumentar los costes de producción, y<br />
¿acaso los estados podrían afrontar tal cantidad<br />
de dinero? Machine parece leerme el<br />
pensamiento, porque añade:<br />
—Somos marionetas de las grandes corporaciones,<br />
amigo. Más que vaqueros, parecemos<br />
sicarios. «Machine, necesito que vayas a<br />
Colorado y desahucies a una familia que no<br />
tiene dinero ni para comer, y después quizás<br />
tengas tiempo para matar un par de indios<br />
imbéciles al otro lado de Estados Unidos». ¿A<br />
ti qué te han prometido? Yo tengo dos millo-<br />
ARMAS GEMELAS<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
nes de dólares esperándome en casa. ¿Qué<br />
voy a hacer con ellos? No quiero gastarlos<br />
sabiendo que me he cobrado vidas inocentes.<br />
Tú tampoco deberías.<br />
Intento recomponer mi postura, analizando<br />
cada palabra que sale de su boca. No sé<br />
qué clase de brujería es esta, pero parece convincente.<br />
¿Han lavado el cerebro a Machine,<br />
el de la férrea voluntad, el cowboy coqueto?<br />
No paro de darle vueltas. No me cabe otra<br />
posibilidad en la cabeza, pese a que muy en el<br />
fondo creo que su discurso es verdadero.<br />
Sin embargo, no dejo traslucir mis impresiones.<br />
Aprieto los labios y finjo. He de ponerle<br />
a prueba.<br />
—¿Cuatro días, Machine? ¿Estos… aborígenes…<br />
te han comido la cabeza en cuatro<br />
días? No te reconozco. ¿Qué te ha hecho esa<br />
mujer? —La señalo, cabeceando. No me gusta,<br />
pero voy a ser grosero—: Te la has tirado,<br />
¿verdad? Le has prometido el cielo y la tierra<br />
a cambio de un buen polvo. Eres un animal<br />
de costumbres…<br />
Como movido por un resorte, Cuervo da un<br />
paso hacia delante y me derriba de un puñetazo.<br />
Tiene el semblante arrugado por la<br />
ira. Desde el suelo, veo que está a punto de<br />
propinarme una patada, pero ella lo agarra<br />
del brazo y tira de él hacia atrás. Cuervo se<br />
lo piensa mejor, porque me escupe y vuelve a<br />
su posición.<br />
Permanezco inmóvil durante unos instantes,<br />
sopesando mis opciones. Primero voy a<br />
confeccionar una lista de cosas que no puedo<br />
hacer:<br />
LISTA DE COSAS QUE NO PUEDO HA-<br />
CER<br />
1) Atacar desde mi posición. Necesitaría<br />
un disparo certero.<br />
2) Devolverle el golpe a Cuervo. Machine<br />
me volaría la cabeza.<br />
3) Hablar desde el suelo. Me rodearían.<br />
4) Huir como un cobarde. Me perseguirían.<br />
Como siempre, lo mejor está cogido. Vea-<br />
9
10<br />
mos qué puedo hacer en realidad…<br />
LISTA DE COSAS QUE PUEDO HACER<br />
1) Levantarme y hablar civilizadamente.<br />
2) Coger la piedra que hay a mi derecha y<br />
guardármela por si las moscas.<br />
3) Quedarme así hasta que se olviden de<br />
mí.<br />
No son grandes opciones. Descarto la tercera<br />
y agarro la piedra rápidamente. Los indios<br />
se tensan, pero al ver que me la guardo en<br />
el bolsillo delantero de la camisa, respiran y<br />
retroceden.<br />
—Voy a levantarme —advierto, y lo hago<br />
despacio para que puedan observar cada uno<br />
de mis movimientos. Una vez en pie, me recoloco<br />
el sombrero sin soltar el revólver. Inspiro.<br />
Espiro. Vamos allá—: Bien, hablem…<br />
Una bala me vuela el sombrero y yo doy un<br />
par de zancadas hacia atrás, sobresaltado. El<br />
sonido del disparo ha sido atronador. ¡Joder!<br />
¡Hasta los indios se han asustado! La escopeta<br />
exhala una bocanada de humo que nos<br />
envuelve, como otorgándome una prórroga.<br />
—¿Pero qué narices haces, Machine? ¿Es<br />
que estás loco?<br />
—Voy a quedarme aquí, con los Plumas<br />
Negras.<br />
—Pues yo no puedo permitírtelo. —Eres<br />
mi amigo, me habría gustado decirle, pero no<br />
hay lugar para confesiones—. Me temo que<br />
las obras deben continuar tal y como estipula<br />
East Way. Es mi trabajo. Lo siento, Machine.<br />
Pero aún estás a tiempo de volver conmigo.<br />
Se instala un nuevo silencio.<br />
Machine me escudriña largamente con la<br />
mirada. Duda, pues no sabe si hace bien en<br />
abrir la boca.<br />
—Cuando llegamos aquí, tenía claro lo que<br />
íbamos a hacer: entrar, destruir el poblado<br />
y volver a por nuestra recompensa. Reconozco<br />
que he pensado así durante muchos años,<br />
es una estrategia que me ha durado mucho<br />
tiempo. La vida me ha sonreído casi siempre<br />
y gracias a esto no me falta ni dinero ni salud.<br />
Pero cuando secuestré a Cuervo Blanco,<br />
ELEAZAR HERRERA<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
las cosas cambiaron.<br />
Ya lo sé, añado mentalmente. Ya lo sé.<br />
—Nos metimos en su tienda. Mi plan era<br />
esperar a que viniera Cuervo y obligar al poblado<br />
entero a hacer las maletas. Mientras<br />
esperaba su llegada, Cuervo Blanco empezó<br />
a hablarme. Tiene una voz suave y rasgada<br />
como el aleteo de un pájaro, pero eso no es lo<br />
importante. Me habló de sus sueños. ¿Sabes?<br />
Cuando un Pluma Negra asciende al poder,<br />
él y su mujer deben pasar la noche al raso<br />
para hablar con las Aves Estelares. Los sueños<br />
les indicarán el camino del buen líder.<br />
»Cuervo Blanco me contó que había visto<br />
cómo dos Aves Estelares caían del mismo cielo,<br />
hiriéndose de gravedad. Nunca más volverían<br />
a volar, nunca más volverían al lugar<br />
donde pertenecen. Así, una se tenía a la otra,<br />
pero sus ambiciones eran muy diferentes.<br />
Mientras una se negó a creer que quedaría<br />
postrada en tierra para siempre, la otra aceptó<br />
su destino y evolucionó hasta tomar la forma<br />
de un ave con plumas. No podría volver a<br />
las estrellas, pero podría planear y surcar la<br />
tierra con sus nuevas alas.<br />
»Esos somos tú y yo. ¿Lo entiendes? El ferrocarril<br />
no hace falta. ¡El mundo no necesita<br />
más esclavos!<br />
Un murmullo de conformidad recorre la aldea<br />
india. No puedo creer que Machine lo deje<br />
todo por el delirio nocturno de una persona.<br />
Es inconcebible, aunque empiezo a creer que<br />
es verdad.<br />
—Tienes todo lo que quieres, ¿y vas a dejarlo?<br />
¿Así sin más, ya está? ¿Se acabó? ¿Vas<br />
a quedarte con los Plumas Negras para siempre?<br />
—No he hablado de quedarme —replica él,<br />
evitando mirar a Cuervo Blanco—. Cuando el<br />
poblado esté a salvo me marcharé.<br />
—¿Y a dónde irás?<br />
—No lo sé. Lejos.<br />
Bueno, ¿y ahora qué? ¿Qué se supone que<br />
tengo que hacer yo? Quiero contestarme, pero<br />
Machine, una vez más, se adelanta:<br />
—Resolveremos este asunto como verdaderos<br />
vaqueros. —Se hurgó en el bolsillo y sacó
dos balas que fueron directas a la cámara.<br />
Luego deslizó la barra y puso el seguro—. Tenemos<br />
un campo maravilloso para batirnos<br />
en duelo. Vamos. Nos situaremos cerca de<br />
aquella colina —señaló con el dedo un montículo<br />
fuera del área de la aldea— y contaremos<br />
veinte pasos. Ya sabes lo que hay que<br />
hacer después.<br />
Machine se dirige hacia allí sin esperar mi<br />
respuesta. Observo las caras de incredulidad<br />
de los indios, que tampoco esperaban esta reacción<br />
y me pregunto qué narices pasa. Yo no<br />
quiero batirme con Machine; primero porque<br />
es mi amigo, y segundo porque no quiero morir.<br />
El duelo estará muy igualado.<br />
—No quiero hacerlo —digo en voz alta para<br />
que pueda oírme.<br />
—Entonces te dispararé ahora.<br />
Me giro rápidamente y veo la escopeta a<br />
pocos pasos de mí. Machine la sostiene tranquilo.<br />
Trago saliva.<br />
—Está bien, está bien.<br />
Él retira el arma y retoma la marcha. Le<br />
sigo, no sin antes devolver la vista atrás hacia<br />
los Plumas Negras.<br />
Doscientos un pasos. Ésa es la distancia<br />
que me separa del poblado. Llego a la altura<br />
de Machine, que tira la escopeta al suelo y el<br />
arma gemela de mi revólver, y nos miramos.<br />
“¿De verdad vamos a hacer esto? ¿En serio?”,<br />
le grito mentalmente. Los ojos de Machine<br />
son irreflexivos como siempre. Si nunca<br />
pude ver más allá de ellos, no espero hacerlo<br />
ahora.<br />
—Quince pasos a partir de aquí. Suerte.<br />
—Machine —le llamo antes de que se marche—.<br />
No hay vuelta atrás, ¿no?<br />
—No.<br />
—Voy a matarte.<br />
—Quién sabe.<br />
Y empieza a contar.<br />
Uno, dos, tres… Huello el terreno con convicción,<br />
pensando en que Machine ha perdido<br />
la cabeza. ¿Quién perdería toda su fortuna<br />
por un puñado de indios estúpidos? ¿Quién,<br />
ARMAS GEMELAS<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
en su sano juicio, renunciaría al transporte<br />
que cruza millas en apenas horas? ¿Acaso no<br />
sabe que el mundo está cambiando, y hay que<br />
adaptarse a él?<br />
Cuatro, cinco, seis… Siempre habrá vencedores<br />
y vencidos, es ley de vida. En el fondo<br />
es una oportunidad para los Pluma Negra<br />
entrar en la era de la Civilización y dejar<br />
atrás su rudimentaria forma de vida. ¡Cazar<br />
búfalos con hachas y arcos! ¡Salvajes! ¡Y esas<br />
ridículas cintas con plumas! ¿Predecir el futuro<br />
a través de los sueños? Eso me huele a<br />
droga dura. Y no quiero pensar en la de enfermedades<br />
que sufren en esta tierra yerma.<br />
Siete, ocho, nueve… Pero ellos son felices.<br />
No les afecta el ajetreo de la ciudad. Son ajenos<br />
al ruido de las tabernas, a las peleas entre<br />
borrachos, a las infidelidades por unos<br />
minutos de placer. Viven inmersos en una<br />
vida de leyenda. Es cierto que es difícil encontrar<br />
un silencio tan envolvente como el de<br />
aquí; he sabido apreciar el vacío que dejan los<br />
edificios y las estrellas.<br />
Diez, once, doce… Echo a temblar. Ya no<br />
puedo retractarme o salir corriendo. Si lo hiciera,<br />
Machine me liquidaría de un disparo.<br />
¿Qué vale más, mi vida o la suya? ¿Sus convicciones<br />
o las mías? ¿Los Plumas Negras o<br />
el ferrocarril?<br />
Trece, catorce, quince.<br />
Disparo.<br />
Una bala impacta en mi pecho y me desplomo<br />
sobre la grava. Machine también. Nuestra<br />
puntería no ha cambiado nada.<br />
Nada salvo que él está muerto y yo no.<br />
Con una mano temblorosa, extraigo la piedra<br />
del bolsillo del pecho. La bala ha arqueado<br />
la superficie rocosa pero no ha sido capaz de<br />
atravesarla. Suspiro. No me siento vencedor,<br />
sino vencido; Machine ha instalado una duda<br />
en mi corazón. ¿Estaré haciendo lo correcto?<br />
¿Es el ferrocarril una buena idea si para ello<br />
tenemos que exterminar otros pueblos?<br />
Apoyo la cabeza en el suelo y cierro los ojos.<br />
El sol está en lo alto.<br />
11
12<br />
J. R. PLANA<br />
OJOS DE MUERTO<br />
por J. R. Plana<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine
S upuestamente, era un hotel con encanto.<br />
Una de esas viejas casas nobles restauradas<br />
y convertidas en doce habitaciones<br />
de cincuenta euros la noche sin desayuno y<br />
en temporada baja, a la que van parejas de<br />
turistas esperando pasar un fin de semana<br />
inolvidable. Sólo que, en este caso, era martes<br />
y Bruno Ruiz estaba solo.<br />
Estaba solo y pensativo, repasando lo sucedido<br />
hacía unas horas, con la persistencia de<br />
quien sabe que ha hecho algo mal, no quiere<br />
reconocerlo y trata de justificar con cualquier<br />
excusa su comportamiento.<br />
Olga y él habían llegado a la ciudad a la<br />
hora de la siesta. Se trataba de una modesta<br />
capital de provincia, en la Mancha, sin muchas<br />
cosas que hacer o ver, de la cual no diremos<br />
el nombre para no comprometer a nadie.<br />
Pero ellos no iban por placer sino por trabajo,<br />
concretamente a una presentación para pequeños<br />
empresarios de la zona que tendría<br />
lugar al día siguiente. Bruno y Olga eran comerciales,<br />
recorrían el país vendiendo todo<br />
tipo de materiales de oficina al por mayor.<br />
La variedad y los precios asequibles estaban<br />
siendo la base del moderado éxito del negocio.<br />
Cuando estaban preparando el viaje, Olga<br />
se llevó una alegría al encontrar el pequeño<br />
hotel y persiguió a Bruno hasta que accedió ir<br />
a regañadientes. En contra de lo que muchos<br />
puedan pensar, Olga y Bruno no mantenían<br />
ninguna relación amorosa, ni siquiera se habían<br />
acostado, a pesar de que en los hoteles<br />
dormían los dos juntos para que saliera más<br />
barato. Pero eso no quitaba para que Bruno<br />
sintiera una especial debilidad por los pucheros<br />
que usaba Olga cuando quería algo –así<br />
como por la propia Olga–, de manera que<br />
cuando le propuso ir el día antes para pasar<br />
la noche en el hotel con encanto y hacer un<br />
poco de turismo, Bruno no pudo negarse. Total,<br />
los dos estaban solos y no tenían nada<br />
mejor que hacer.<br />
Ahora, Bruno maldecía entre dientes el<br />
momento en el que accedió mientras hacía<br />
zapping sin pararse a mirar lo que echaban.<br />
Estaba recostado sobre la cama individual<br />
OJOS DE MUERTO<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
con las sábanas revueltas. A un escaso metro,<br />
la otra cama permanecía con todo en su<br />
sitio, inmaculada. La habitación, que estaba<br />
totalmente a oscuras salvo por el mortecino<br />
brillo del televisor y la poca luz que entraba<br />
de la calle, tenía un ligero aire de antiguo.<br />
El techo era de vigas de madera, con grabados<br />
de viejos escudos de armas, la ventana<br />
de postigos y la tele una vieja Panasonic de<br />
29 pulgadas. Por lo demás, paredes pintadas<br />
de blanco, muebles sencillos y funcionales,<br />
apliques cilíndricos y cuadros ambientales de<br />
dudable gusto, elementos que, con el cuarto<br />
de baño estándar, hacían que Bruno hubiera<br />
puesto en duda si eso merecía llamarse hotel<br />
con encanto y cobrar cincuenta euros.<br />
Las imágenes de la televisión se sucedían a<br />
un ritmo constante y cansino, parecido al de<br />
los tambores de una galera, dejando frases a<br />
medias o movimientos cortados por el zumbido<br />
del cambio de canal. Bruno apretaba los<br />
botones mecánicamente, como un autómata,<br />
con la cabeza yendo una y otra vez a esa incómoda<br />
tarde.<br />
Olga y él habían salido a ver la ciudad después<br />
de dejar el escaso equipaje. Pasearon<br />
por las calles del centro, parándose ella de<br />
vez ante alguna tienda, cogiéndole del brazo<br />
cuando volvía con él, ilusionada por la situación.<br />
Olga no era una mujer guapa. Rondando<br />
ya los cuarenta, los ojos de huevo, los<br />
labios excesivamente gruesos y los marcados<br />
surcos que iban de la nariz a las comisuras de<br />
la boca hacían que su rostro, que de joven podía<br />
haber sido bonito, envejeciera prematuramente.<br />
Sin embargo, compensaba la falta<br />
de belleza con un cuerpo bien proporcionado<br />
y de curvas sensuales, al que Bruno se quedaba<br />
mirando más de una vez mientras veían<br />
la tele juntos en los viajes de negocios, vestida<br />
ella con su habitual pijama de dos piezas<br />
que mostraba más piel de la que su madre,<br />
si hubiera seguido viva, habría considerado<br />
adecuada.<br />
Su paseo turístico por la ciudad les llevó<br />
hasta una pequeña iglesia con pinta de ser<br />
muy vieja, del románico, había dicho ella. Por<br />
13
14<br />
supuesto, Olga era aficionada a la arquitectura<br />
religiosa, y quiso entrar arrastrando a<br />
Bruno consigo, insistiendo en ver el interior,<br />
que para ella era siempre lo más bonito. Él se<br />
dejo hacer, como siempre, aunque no por ello<br />
dejó de protestar y refunfuñar un poco. Una<br />
vez dentro, Olga reprimió una pequeña exclamación<br />
que más parecía un hipo que otra<br />
cosa. La iglesia, vista desde fuera, mentía sobre<br />
su tamaño real, ya que era más grande<br />
de lo que parecía. Descubrieron una amplia<br />
nave central recorrida por altos pilares cruciformes<br />
rematados por relieves de gárgolas,<br />
con dos hileras de bancos y un ancho altar<br />
con antiguas tallas. Dos parejas más recorrían<br />
los laterales, hablando en susurros y<br />
haciendo discretas fotos. Allí estuvieron un<br />
buen rato, Olga ilusionándose por la riqueza<br />
artística e histórica del lugar y Bruno siguiéndola<br />
con manifiesta resignación e impaciencia.<br />
Cuando por fin ella se cansó de ver<br />
santos y vírgenes, decidieron volver al hotel<br />
y de camino buscar algún sitio donde cenar.<br />
Al salir, Olga se detuvo un instante a la<br />
puerta de la iglesia para echar unas monedas<br />
a la gorrilla de un mendigo descalzo que Bruno<br />
no recordaba haber visto cuando entraron.<br />
Aunque sucio y ajado, se podía adivinar por<br />
los ojos que se trataba de un hombre joven.<br />
Tenía las mejillas hundidas y las ojeras típicas<br />
de quién está enganchado de forma irremisible<br />
a la droga. Bruno no pudo evitar soltar<br />
un bufido de desagrado y puso mala cara<br />
cuando ella volvió junto a él.<br />
—¿Por qué lo haces? —preguntó.<br />
—¿Por qué hago el qué? —respondió ella<br />
con el ceño fruncido y una sonrisa, sin saber<br />
si iba en serio o no.<br />
—Darle nada a ese —dijo Bruno escupiendo<br />
las palabras, con el mendigo a un escaso<br />
metro—. Se lo va a gastar en cartones de<br />
vino. O en coca.<br />
Olga le miró con asombro. Nunca en los<br />
años que llevaban juntos había oído hablar<br />
a Bruno con tanto desprecio. No pudo evitar<br />
sentirse incómoda.<br />
—Yo no lo creo así —contestó con aire con-<br />
J. R. PLANA<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
ciliador mientras andaba—. Pero bueno, que<br />
cada uno haga lo que quiera, ¿no?<br />
Para sorpresa de Olga, Bruno no se movió.<br />
—El libre albedrío conlleva ser responsable,<br />
y eso —espetó señalando al mendigo—,<br />
es tirar el dinero.<br />
Olga no tuvo claro si fue por la acusación,<br />
el tono o los modales, pero las palabras de<br />
Bruno le encendieron el genio.<br />
—¿Perdona? —replicó, cortante—. ¿Pero<br />
quién te crees, mi padre? ¿Crees que puedes<br />
regañarme y decirme lo que tengo que hacer?<br />
—Sí, si me obligas comportándote como<br />
una idiota —repuso él subiendo el tono. Y<br />
para dar más énfasis a sus palabras, le pegó<br />
una patada a la gorra del mendigo, desperdigando<br />
las pocas monedas por el suelo.<br />
El bofetón se oyó por toda la plaza de la<br />
iglesia. Bruno se llevó la mano a la cara, tan<br />
sorprendido como avergonzado. Olga le miraba<br />
con el rostro congestionado y la mano<br />
todavía alzada. Sin mediar palabra, se dio la<br />
vuelta y salió pisando fuerte.<br />
—¡Olga! —la llamó Bruno—. ¡Olga, espera!<br />
Pero ella siguió, ignorándole, perdiéndose<br />
entre la gente que caminaba por la calle<br />
empedrada. Bruno se quedó paralizado en el<br />
sitio, con la mano en la cara, pidiendo al cielo<br />
que le tragara la tierra. Echó un vistazo a<br />
su alrededor, tímidamente. La gente se había<br />
parado al oír los gritos, y ahora le miraban,<br />
unos con sorpresa, otros con reproche, los<br />
más con curiosidad. Pero hubo alguien que<br />
le llamó poderosamente la atención, por encima<br />
de los turistas y paisanos. Se trataba del<br />
mendigo, que se había levantado y le observaba,<br />
fijamente, al pie de las escaleras de la<br />
iglesia. La mirada del hombre hizo que Bruno<br />
se estremeciera. En ella no había enfado,<br />
desprecio, reproche o humillación; no había<br />
ningún sentimiento negativo. Realmente, no<br />
había ningún sentimiento, y eso fue lo que<br />
provocó el escalofrío que subió por la espalda<br />
de Bruno. El hombre le miraba con total indiferencia,<br />
con la mirada vacía, como quien<br />
ve a un perro callejero y no le presta ninguna<br />
atención, o un trozo de roca desprendido al
que le das una patada. Jamás, en los treinta<br />
y pico años de Bruno, se había sentido tan<br />
insignificante, tan irrelevante. Tan fuera de<br />
lugar. Era como si no estuviera allí. O aún<br />
peor, como si no tuviera que estar allí, como<br />
si fuera un error de la naturaleza.<br />
Azorado por la humillación pública y turbado<br />
por los desconcertantes sentimientos que<br />
le provocaba la mirada del mendigo, Bruno<br />
se marchó con paso vacilante en dirección al<br />
hotel, la cabeza gacha y la mano aún en la<br />
mejilla.<br />
En la habitación, con el mando en la mano<br />
y la tele zumbando de canal en canal, Bruno<br />
daba bordadas entre el sentimiento de culpa<br />
y la justificación. Se sentía mal por Olga,<br />
porque no se merecía cómo la había tratado.<br />
Sin embargo, Bruno arrastraba desde pequeño<br />
un profundo trauma psicológico, el cual<br />
le había empujado a reaccionar así. Ocurrió<br />
cuando tenía solo nueve años. La historia<br />
empieza con un vagabundo simpático y un<br />
niño que siempre le saluda al pasar junto a él<br />
de camino al colegio, y termina con el mismo<br />
mendigo hasta las cejas de caballo y el niño<br />
semidesnudo y manoseado entre cartones,<br />
tragándose las lágrimas a la espera de que<br />
sus padres se pregunten por qué tarda tanto<br />
en regresar. Aún siente arcadas cuando lo<br />
recuerda.<br />
“¿Volverá Olga? Tiene que volver”, se decía.<br />
“No tiene otro sitio donde dormir, además la<br />
ropa está aquí”. Bruno quería de veras que<br />
volviera, no sólo para pedir perdón, también<br />
porque nunca le ha gustado dormir solo.<br />
Pero los párpados le pesaban y el sueño<br />
empezaba a enturbiar su cabeza, volviéndose<br />
grotesco y sin sentido. La cabeza de Bruno<br />
se venció finalmente hacia delante, dejando<br />
la barbilla apoyada en el pecho. En la Panasonic,<br />
una vidente rodeada de letra pequeña<br />
y números 806 echaba las cartas a algún incauto<br />
nocturno.<br />
Bruno soñó con Olga. Ella estaba de pie,<br />
en una calle vieja y empedrada, rodeada de<br />
gente que se movía en un borrón de colores.<br />
Bruno intentaba llegar a ella. Primero la<br />
OJOS DE MUERTO<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
llamaba, pero sus pulmones no funcionaban<br />
bien, solo dejaban salir un hilillo de aire. Nnnnnnnn...<br />
Sonaba. Nnnnn… Luego echaba a<br />
correr a un ritmo desesperadamente lento,<br />
las piernas entumecidas y torpes, y Olga estaba<br />
cada vez más lejos. Y corría, y corría,<br />
y corría, cansándose infinitamente, pero sin<br />
llegar nunca. Entonces la gente se paraba y<br />
ella desaparecía.<br />
En su lugar estaba el mendigo de la iglesia,<br />
que le miraba como esa tarde. Todos le miraban<br />
igual, como si fuera un error. Bruno se<br />
giraba, mirando en derredor, y sólo veía más<br />
y más gente con los mismos ojos, la mirada<br />
vacía.<br />
El mundo cambió de posición bruscamente,<br />
con una sacudida, y ahora la gente le miraba<br />
desde arriba. Bruno estaba tumbado en<br />
el suelo y alguien le tocaba por todas partes,<br />
gimiendo de placer. Las manos estaban calientes<br />
y sudorosas, y se restregaban contra<br />
su cuerpo desnudo con brusquedad hasta llegar<br />
a los pies, que arañaban con violencia. Él<br />
quería zafarse y gritar, pero su cuerpo no respondía<br />
y de nuevo no había aire. Nnnnnn…<br />
Abrió mucho la boca, empujando desde el esternón<br />
con todas sus fuerzas, pero, en lugar<br />
de chillar, un montón de tierra le entró directo<br />
a la garganta. Sabía a suciedad y a polvo,<br />
a ceniza y a putrefacto. Con la lengua notó<br />
como los gusanos se revolvían en la boca.<br />
Intentó toser, pero tampoco podía, y sintió<br />
como la tierra le ahogaba poco a poco, entrando<br />
en sus pulmones y llenándolo todo, repleta<br />
cada vez de más y más gusanos. Comprobó<br />
horrorizado que una pala anónima estaba<br />
echando tierra sobre él, y ésta se le metía en<br />
los ojos y le escocían. Ya no estaba en el suelo,<br />
estaba en un agujero, y el mendigo de la<br />
iglesia y el vagabundo de la droga le miraban<br />
desde arriba, impertérritos, junto con un<br />
coro de gente de rasgos planos, sin nada en<br />
su cara, ni nariz, ni boca, ni ojos, ni orejas,<br />
sólo carne.<br />
Cada vez sentía más y más peso encima y<br />
los huesos le crujían, amenazando con romperse<br />
de un momento a otro. Cuando la últi-<br />
15
16<br />
ma palada de tierra le tapó por completo y él<br />
creía que se le iban a partir todos los huesos,<br />
Bruno se despertó.<br />
Se enderezó con violencia, provocándose<br />
un tirón en el cuello entumecido por la postura.<br />
La televisión mostraba ahora un teléfono<br />
para citas mientras en un recuadro pequeño<br />
dos chicas se besaban desnudándose y tocándose<br />
con ansia. Una música baratera y repetitiva<br />
las acompañaba, haciendo de fondo<br />
para sus gemidos y frases sin doblar.<br />
Hacía frío.<br />
Bruno se frotó la cara con violencia, aún<br />
con el pulso alterado por la pesadilla. Miró<br />
a la cama de al lado con la secreta esperanza<br />
de que Olga estuviera allí, pero seguía tal<br />
cual la había dejado. Dejó escapar un suspiro<br />
de desesperación y fue a coger el mando para<br />
apagar la televisión. Pero no lo encontró.<br />
Sin encender la luz, rebuscó entre las sábanas,<br />
miró a los lados de la cama, incluso<br />
debajo, y no halló el más mínimo rastro. Cansado<br />
y empezando a notar el frío nocturno,<br />
decidió apagar la televisión directamente<br />
en el aparato. La Panasonic estaba junto a<br />
la ventana, en una insípida mesa aparador.<br />
Ésta daba a una calle que Bruno no había<br />
sido capaz de ubicar al rodear el hotel en el<br />
paseo vespertino, aunque más que calle parecía<br />
una pequeña plaza de vecinos, con casas<br />
viejas y torcidas apiñadas alrededor. Bruno<br />
llegó hasta la tele y apretó el botón. Con un<br />
pow, la imagen se estiró y luego contrajo a un<br />
minúsculo punto. La pantalla se quedó iluminada<br />
de una forma opaca, en una suerte de<br />
resplandor espectral. Ahora todo estaba aún<br />
más oscuro que antes, a merced de la luz que<br />
entraba de la peculiar calle.<br />
“Un momento”, pensó Bruno, alarmado.<br />
“¿Qué ha sido eso?”. Por el rabillo del ojo, justo<br />
cuando se giraba para volver a la cama, le<br />
pareció atisbar un tumulto en el exterior. Se<br />
precipitó a la ventana, inquieto por la visión<br />
y el atronador silencio que reinaba, olvidando<br />
momentáneamente el frío que le ponía la<br />
carne de gallina. Trató de correr el pestillo,<br />
pero era viejo y se atascaba. Apartando las<br />
J. R. PLANA<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
cortinillas, pegó el rostro contra el helado<br />
cristal, buscando el origen del movimiento<br />
que él creía haber visto. El ángulo era forzado<br />
y la pared del exterior le obstaculizaba la<br />
visión, pero aún así alcanzó a ver el final de<br />
una larga comitiva que se perdía por la plaza<br />
sin salida. Iban todos de negro, en silencio,<br />
las cabezas gachas y el paso rítmico y perezoso,<br />
envueltos en una extraña niebla. En el<br />
medio, no se distinguía bien si a hombros o<br />
flotando entre las cabezas, iba un ataúd oscuro<br />
y sin tapa, que mostraba a las estrellas el<br />
cadáver inerme y descalzo del difunto. Bruno<br />
no lo pudo ver bien, sin embargo, la forma<br />
del cuerpo y del rostro, distorsionado por la<br />
muerte, se le antojaron muy familiares. Probablemente,<br />
sería de ver ese rostro todos los<br />
días ante el espejo.<br />
Las tripas se le encogieron y el helor congeló<br />
sus manos y su cuello. Allí se quedó, con<br />
la cara apoyada, el vaho del aliento en el cristal,<br />
los ojos desorbitados, mientras la fúnebre<br />
compaña desaparecía lentamente por una<br />
calle que no tenía entrada. Fueron unos segundos,<br />
aunque a él le parecieron horas. Una<br />
sombra alargada apareció por la periferia de<br />
su visión, haciendo que girara los ojos hacia<br />
ella sin moverse un ápice. Cuando el terror<br />
invade tu cuerpo y los horrores se suceden,<br />
llega un momento en el que el organismo no<br />
puede asimilarlo y queda en estado de shock.<br />
Eso fue lo que le ocurrió a Bruno al reconocer<br />
en la sombra la mirada impávida y sin sentimiento<br />
del mendigo de la iglesia. Estaba allí,<br />
de pie, con los ojos clavados en Bruno, abiertos,<br />
y el aire parecía espesarse a su alrededor.<br />
Incapaz de emitir ni un solo sonido, Bruno se<br />
abandonó, cayendo su cuerpo al suelo como<br />
un fardo cualquiera.<br />
Una mano que le movía el pie por encima<br />
de la sábana fue lo que le despertó. Esta vez<br />
no hubo sobresalto, sino que Bruno salió del<br />
sueño poco a poco, lentamente, desperezándose.<br />
La mano volvió a moverle el pie suavemente.<br />
“¡Olga!”, acertó a pensar, entre las<br />
brumas del sueño. “¡Por fin ha vuelto!”. Abrió<br />
los ojos con esfuerzo y la luz de la televisión le
deslumbró. Estaba encendida. En la pantalla,<br />
la nieve de un canal sin señal chisporroteaba,<br />
llenando la habitación con su monótono<br />
ruido. La luz del baño iluminaba la puerta<br />
de entrada y volvía las formas un poco menos<br />
difusas.<br />
—¿Olga? —llamó Bruno, con voz pastosa—.<br />
¿Estás ahí?<br />
Se oía, además del televisor, el ruido de<br />
un grifo abierto del lavabo. Se levantó Bruno<br />
deseando ver a Olga y aclarar lo ocurrido,<br />
relajado por tener ya a alguien con quien<br />
compartir la habitación. Al acercarse al baño,<br />
su vista resbaló por la ventana, temerosa,<br />
buscando al mendigo y su sombra. Para su<br />
alivio, la plaza estaba vacía.<br />
—Olga, por fin estás aquí —dijo aliviado<br />
entrando en el aseo—. Mira, siento lo…<br />
Las palabras se quedaron en el aire y Bruno<br />
enmudeció. El aseo estaba vacío. El ruido<br />
del agua ya no se oía y los grifos estaban<br />
cerrados. Allí no había nadie, tampoco había<br />
nada abierto y todo estaba tal y como lo había<br />
visto al llegar. Entonces, con un chasquido, la<br />
luz desapareció y todo se quedó a oscuras de<br />
nuevo.<br />
Una mano le tocó el pie, moviéndolo de nuevo.<br />
Bruno abrió los ojos, sobresaltado. Estaba<br />
en su cama, aunque ahora estaba seguro de<br />
que no estaba durmiendo. La luz del baño estaba<br />
apagada y la Panasonic de 29 pulgadas<br />
seguía emitiendo el chisporroteo de la nieve,<br />
provocando extrañas formas con su vacilante<br />
iluminación. La mano insistió, pero él no se<br />
atrevió a mirar para abajo.<br />
En su lugar, dirigió la mirada hacia la<br />
cama de al lado, donde se oía el suave roce de<br />
las sábanas. Sintió confusión al ver un bulto<br />
tapado, un bulto que recordaba vagamente la<br />
forma de una persona. ¿Sería Olga? ¿Quién,<br />
si no? Esa pregunta asaltó la mente de Bruno<br />
con fuerza, sugiriendo al mismo tiempo una<br />
respuesta que se esforzó por apartar. Haciendo<br />
un esfuerzo de autocontrol, Bruno emitió<br />
un susurro apenas audible.<br />
—¿Olga? —Se calló unos instantes, escuchando.<br />
Nada—. ¿Olga, eres tú?<br />
OJOS DE MUERTO<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
Las sábanas se agitaron, el bulto se contorsionó.<br />
Había una persona en la cama, que<br />
quedó de lado, mirando a Bruno. Pero no era<br />
Olga. Los ojos del mendigo le observaban fijamente,<br />
como dos pozos oscuros en medio de<br />
una nevada. No se movían, no parpadeaban,<br />
no hacían otra cosa que no fuera mirarle.<br />
La mano le volvió a agarrar el pie, moviéndoselo.<br />
El mendigo retiró las sábanas, dejando<br />
al descubierto sus harapientas ropas, los<br />
ojos fijos en los de Bruno, y empezó a levantarse.<br />
La mano lo agarró con violencia, zarandeando<br />
todo su cuerpo. Entonces la sintió<br />
contra la piel, por debajo de la sábana, fría y<br />
seca, tiró con fiereza y Bruno se deslizó, perdiéndose<br />
debajo de las mantas, saliendo por<br />
los pies de la cama, una presa infernal sujetándolo<br />
del tobillo que lo arrastraba hacia las<br />
sombras.<br />
Bruno abrió los ojos. A pesar de estar a oscuras,<br />
supo que los tenía muy abiertos, casi<br />
desorbitados, y que el terror se reflejaba en<br />
su cara. Estaba desorientado, estaba confuso,<br />
pero sabía que no había estado soñando.<br />
Notó la cama fría y dura, y que estaba destapado.<br />
Se oía el ruido de la televisión, pero<br />
su luz no le llegaba, dejando todo sumido en<br />
la más absoluta negrura. Bruno se enderezó,<br />
las sienes palpitando, sudores fríos en la espalda,<br />
temblando como una hoja. Un fortísimo<br />
impacto en la cabeza le hizo volver con la<br />
misma inercia para abajo. Entonces lo comprendió.<br />
Miro a su alrededor, notando como<br />
perdía el control y la cordura. No estaba sobre<br />
la cama. Estaba debajo.<br />
A los lados podía ver la habitación en penumbra,<br />
iluminada por el débil resplandor<br />
del televisor, que chisporroteaba ahora con<br />
ímpetu. Bruno dirigió su vista hacia la parte<br />
de arriba y vio que eran los pies de la cama.<br />
El horror le devoró por dentro, llenándo todo<br />
su cuerpo de frío. Inhalo aire con brusquedad<br />
y largamente y empezó a agitarse, tratando<br />
de salir de allí. Reptó de espaldas, ayudándose<br />
con las manos y los pies. Notaba el frío<br />
suelo debajo, helándole aún más el sudor de<br />
la espalda. El ruido de la televisión cesó de<br />
17
18<br />
J. R. PLANA<br />
repente, dejando todo a oscuras, sumido en el más fúnebre de los silencios. Todo negro. Todo<br />
callado.<br />
Se oyó un roce, un chasquido y después las bisagras. Las luces del pasillo apartaron a las<br />
sombras de la habitación y Bruno pudo ver como la puerta se abría. Unos pies aparecieron,<br />
unos pies que reconoció al instante: eran los de Olga. Llorando de alegría, Bruno tomó el<br />
último impulso para salir de allí. Pero no pudo. Una mano, recia como el acero, le agarró del<br />
tobillo. Él pateó y chilló, pero ni sus piernas se movieron ni sus pulmones reaccionaron, sólo<br />
fue capaz de emitir un nnnn... La mano tiró de él como un palo y Bruno empezó a alejarse,<br />
poco a poco, de la rendija de luz. Horrorizado, dirigió la vista hacia su pierna y la oleada de<br />
pavor le dejó frío como un cadáver. Allí, entre las sombras, le miraban fijamente los ojos sin<br />
vida del mendigo, como dos trozos de mármol pintados, que le devolvían reflejos de su rostro<br />
desencajado. Dos ojos muertos, dos ojos sin buenas intenciones.<br />
La mano tiraba y Bruno resbalaba, incapaz de resistirse, alejándose más y más de la rendija,<br />
hundiéndose más y más en la oscuridad, alejándose de las piernas de Olga, sabiendo<br />
que ya nunca le podría pedir perdón, que ya nunca volvería a verla en pijama, que ya nunca<br />
más tendría la oportunidad de decirla todo lo que sentía por ella y nunca se había atrevido a<br />
confesar.<br />
La mano tiraba y Bruno resbalaba. Y ahora solo quedarían él, y los ojos del mendigo y el<br />
frío de la eternidad.<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine
ESTACIÓN EUROPA<br />
ESTACIÓN EUROPA<br />
por Diego Fdez.<br />
Villaverde<br />
Ricardo salió del centro de vigilancia de la estación y se dirigió de nuevo al comedor. El primer<br />
equipo de investigadores, que habían llegado a la base científica del satélite Europa<br />
de Júpiter hace ocho años, no había sufrido ningún cambio en la plantilla desde su creación.<br />
Era un grupo cerrado, y cuando Ricardo llegó hace seis meses asumió el rol de chico de los cafés,<br />
además de su labor de investigación, para poder acercarse a ellos, cosa que había conseguido con<br />
éxito. Principalmente llevaba las bebidas al equipo técnico, que no podían abandonar sus puestos<br />
bajo ninguna circunstancia. Había hecho buenas migas especialmente con James y Rita, un<br />
matrimonio que se encargaba de la seguridad de la estación. Su labor consistía en vigilar que los<br />
trabajadores siguieran las líneas de investigación aprobadas por el gobierno.<br />
En el pequeño comedor estaban sentados algunos de sus compañeros. Fátima le saludo cuando<br />
entró y le hizo una señal para que se acercara. La geóloga era la persona más atenta de la<br />
estación y habían congeniado de maravilla. Algunas veces, incluso habían compartido cama.<br />
Fátima se había rapado recientemente el pelo por alguna moda absurda que había surgido en la<br />
red. Junto a ella estaba William, un genio de las matemáticas de veinticuatro años que recibió el<br />
honor de formar parte del equipo tras terminarla carrera a los dieciséis. Era alto y delgaducho,<br />
con un largo pelo negro y amante de las teorías conspiratorias. Ricardo también creía que él sentía<br />
algo por Fátima, siempre estaba junto a ella y se mostraba muy agresivo hacia él. También<br />
se encontraba Darío, un físico de avanzada edad completamente calvo y con una espesa barba.<br />
Cuando no tenía nada que hacer, Darío solía ir a los laboratorios de sus compañeros a charlar<br />
con ellos, ya fuera sobre ciencia o simplemente gustos literarios.<br />
—¿Qué tal el trabajo, Ricardo? —preguntó Fátima, sonriente.<br />
—Bastante mal. La cámara frigorífica no estaba bien regulada y han muerto todas las colonias<br />
bacterianas que tenía dentro.<br />
Ricardo trabajaba como genetista en la estación y era el único que operaba con seres vivos. Su<br />
labor acarreaba una gran responsabilidad al tener que mantenerlos vivos en aquella inhóspita<br />
luna.<br />
—¿Tan grave es? —preguntó Darío, mientras bebía una taza de té.<br />
—Bueno, algunas especies se han salvado y puedo hacer que se reproduzcan, otras se han<br />
perdido totalmente. Y no creo que encuentre en esta luna ningún paramecio, así que tendré que<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
Los investigadores de la<br />
base científica Europa jamás<br />
pensaron que las rencillas<br />
del sistema militar les<br />
salpicarían. Ahora tendrán<br />
que enfrentarse a algo para<br />
lo que no están preparados.<br />
19
20<br />
hacer un pedido.<br />
—Vaya, pues la siguiente nave con suministros<br />
llega hoy —dijo tristemente Fátima.<br />
Con las recientes tecnologías, se tardaba<br />
aproximadamente en llegar a Europa unos<br />
diez meses, dependiendo de la posición del<br />
satélite y de la Tierra. Ese era también el<br />
intervalo de tiempo en el que las Naciones<br />
Unidas mandaban un cargamento con suministros.<br />
Cuando una nave salía de la Tierra<br />
con comida, agua, equipo científico y algunos<br />
caprichos para los trabajadores, otra salía de<br />
la estación con muestras de rocas, resultados<br />
de experimentos y residuos.<br />
—¡Ya ha vuelto a salir en las noticias el<br />
general Jericho haciendo declaraciones! —<br />
anunció William, indignado, mientras leía un<br />
periódico digital en su tablet.<br />
—¿Y que ha dicho esta vez? —se interesó<br />
Darío.<br />
—Lo de siempre. Que el sistema militar de<br />
la Tierra necesita más presupuesto, y que si<br />
algún día ocurre algo terrible no estaremos<br />
preparados.<br />
—¿Algo terrible? Todas las armas nucleares<br />
están a buen recaudo, y las pocas revueltas<br />
que hay no son más que grupos radicales<br />
con tirachinas comparados con el armamento<br />
del ejército —afirmó Fátima.<br />
—Lo que quieren estos cavernícolas es estar<br />
otra vez en el poder. Hace décadas que ni<br />
lo huelen, y echan de menos los viejos tiempos<br />
de los golpes de estado. ¡Alegan que lo<br />
único que buscan es el bien común!<br />
En el año 2053, tras años de guerra energética<br />
y escándalos financieros, numerosas<br />
revueltas ciudadanas sacudieron el mundo,<br />
hartas de conflictos y pobreza, y muchos de<br />
estos grupos llegaron al poder democráticamente.<br />
Numerosos tratados de no—agresión<br />
se firmaron y políticos profesionales gobernaron<br />
eficazmente, hasta que un día en las<br />
Naciones Unidas se llevó a cabo una propuesta:<br />
unificar a la humanidad en un gobierno<br />
federal democrático. Se celebró un referéndum<br />
global que dio la victoria al sí con un<br />
ochenta por ciento de los votos. Tras eliminar<br />
DIEGO FDEZ. VILLAVERDE<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
las desigualdades del mundo, la mayoría del<br />
presupuesto global fue destinado a la investigación<br />
científica, y uno de los objetivos era<br />
cumplir el viejo sueño del hombre de explorar<br />
la galaxia y colonizar otros planetas. Aunque<br />
se habían realizado grandes avances en la<br />
astronáutica, en el año 2100 aún no se había<br />
conseguido mandar una nave tripulada fuera<br />
del sistema solar. En ese momento, sólo había<br />
pequeñas bases de investigación en Marte<br />
y Europa.<br />
—Mucho ladrar y poco morder. Tienen que<br />
salir de vez en cuando a montar el espectáculo<br />
para que la gente no se olvide de ellos.<br />
Nunca van a conseguir nada —sentenció Darío.<br />
—Madre mía, en palabras del general: “La<br />
Tierra no está preparada para hacer frente<br />
a amenazas extraterrestres”. ¿Qué clase de<br />
locura es esta? —William se quedó un rato<br />
pensando—. ¿Creéis que pueden haber encontrado<br />
pruebas de vida alienígena?<br />
—William, no seas crío. ¿Cómo va a saber<br />
algo el ejército que la comunidad científica<br />
aún no sepa? —dijo Fátima sonriendo—. Sólo<br />
lo dicen para asustar a los analfabetos.<br />
—¿Tu qué opinas, Ricardo?<br />
—Yo… prefiero no opinar de estos temas<br />
—contestó incómodo.<br />
—¡Oh, vamos! Los brutos de tu familia militar<br />
no se van a enterar si les pones pingando<br />
—dijo agresivamente William—. ¿O es que<br />
no piensas como nosotros? ¿Crees que habría<br />
que ponerle una corona de oro a Jericho?<br />
—He dicho que prefiero no opinar.<br />
Los dos se quedaron buen rato mirándose a<br />
los ojos. El silencio incomodo se rompió cuando<br />
Rita anunció por megafonía que la nave de<br />
suministros ya había llegado.<br />
—¿Vamos a ver si han traído algo interesante?<br />
—preguntó Fátima.<br />
—Vale —contestaron Ricardo y William al<br />
mismo tiempo, secamente.<br />
Los cuatro se dirigieron al hangar, en silencio.<br />
Ricardo odiaba cuando William usaba<br />
a su familia para atacarle. Sabía que era el<br />
único que lo hacía y que el resto del equipo
creía que se estaba portando como un adolescente,<br />
pero no podía evitar ponerse a la<br />
defensiva.<br />
Darío abrió la puerta del hangar con su llave<br />
magnética. La nave de transporte estaba<br />
abierta, pero no había ningún miembro del<br />
personal de logística descargando el contenido,<br />
ni ningún otro científico curioseando.<br />
—¿Dónde está todo el mundo? —preguntó<br />
Darío.<br />
Sonó un escalofriante crujido, parecido a<br />
cuando se pisa una cucaracha. Más y más<br />
crujidos lograron ponerles en tensión, algo no<br />
iba bien. Empezaron a caer gotas de sangre<br />
del techo. Algo se precipitó pesadamente. Era<br />
un brazo humano.<br />
Los cuatro científicos miraron hacia arriba.<br />
Unas extrañas criaturas habían agarrado a<br />
los miembros del personal, habían clavado<br />
sus garras en las tuberías del techo y los estaban<br />
devorando.<br />
Se quedaron paralizados por el miedo. Fátima<br />
abrió la boca para gritar, pero de su garganta<br />
sólo salió un quejido ahogado. Una de<br />
las criaturas les vio y, seguida por el resto de<br />
los seres, comenzó a descender hacia ellos.<br />
Ricardo pudo apreciar la extraña anatomía<br />
de las bestias. Tenían el físico de unos gorilas<br />
pelados y su piel era de color marrón oscuro.<br />
Es su cara se veían dos pequeños ojos rojos<br />
y por nariz sólo se apreciaban dos agujeros<br />
sobre la boca. Su babeante sonrisa desvelaba<br />
una mandíbula de varias filas de afilados<br />
dientecillos, en vez de dedos tenían dos largas<br />
garras y sus patas traseras eran más parecidas<br />
a las de un alce que a las de un primate.<br />
—¡Corred! —gritó Ricardo.<br />
Los científicos se apresuraron a llegar a<br />
la salida, y las criaturas fueron galopando<br />
tras ellos mientras proferían sus estridentes<br />
gritos. Cuando los cuatro investigadores<br />
llegaron a la puerta, Darío pulsó el botón de<br />
emergencia que sellaba el hangar en caso de<br />
descompresión. Los monstruos intentaron<br />
romper el portón con fuertes golpes, pero después<br />
de un rato dejaron de intentarlo.<br />
—¡¿Qué coño son esas cosas?! —preguntó<br />
ESTACIÓN EUROPA<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
Fátima mientras sollozaba.<br />
—No… no lo sé —respondió Ricardo—.<br />
Quizás sean alienígenas.<br />
—¡Oh, joder! ¿Lo veis? ¡Esos bastardos de<br />
los militares sabían algo y no nos lo han dicho!<br />
—gritó William—. ¡Y ahora vamos a morir<br />
por su culpa!<br />
Sobre sus cabezas oyeron fuertes golpes<br />
metálicos que recorrían el techo, avanzando<br />
a lo largo del pasillo.<br />
—Mierda, están en el sistema de ventilación<br />
—dijo Darío—. Tenemos que llegar a<br />
una cápsula de evacuación. Hay una cerca<br />
del centro de vigilancia. Intentemos calmarnos<br />
y llegar lo más rápidamente posible.<br />
Mientras corrían hacia su destino, oyeron<br />
varios chillidos por el pasillo. Las bestias habían<br />
conseguido entrar en los laboratorios y<br />
habían empezado una masacre. Era terrible<br />
escuchar cómo se mezclaban los gritos de terror<br />
de los humanos con los aullidos de las<br />
criaturas.<br />
—Un momento. —Ricardo se detuvo, dubitativo—.<br />
No podemos usar las cápsulas de<br />
evacuación si no se ha declarado una emergencia.<br />
—¿Esto no te parece una emergencia? —<br />
preguntó William agresivamente.<br />
—Me refiero al nivel de seguridad de la estación.<br />
Deberían haberse encendido unas luces<br />
rojas y haber sonado una alarma. Sin eso<br />
el sistema no nos dejará utilizar las cápsulas.<br />
—Es cierto, en el centro de seguridad tendrían<br />
que haber activado el dispositivo de<br />
evacuación. Debe haberles ocurrido algo a<br />
James y Rita —concluyó Darío.<br />
—¿Y qué hacemos? —preguntó Fátima—.<br />
Si esas cosas están dentro no podemos ir desarmados.<br />
—Creo que hay un laboratorio de química<br />
cerca. Quizá podamos improvisar algo —dijo<br />
William, un poco más calmado.<br />
La puerta del laboratorio tenía un ojo de<br />
buey que permitía ver el interior. Ricardo<br />
echó un vistazo y vio cómo dos de las criaturas<br />
estaban ocupadas devorando a Aurora,<br />
una técnica. Recordaba haber hablado con<br />
21
22<br />
ella sobre una relación que mantenía en la<br />
red. También observó encima de la mesa más<br />
cercana a la puerta una serie de matraces<br />
con un líquido trasparente en el interior. Podía<br />
ser ácido o podía ser agua, pero era a lo<br />
único que se podían aferrar.<br />
—Voy a entrar —dijo Ricardo.<br />
—¿Estás loco? ¡Te mataran! —le gritó Fátima.<br />
—Nuestra única oportunidad de vencer a<br />
los monstruos está sobre la mesa. Alguien<br />
tiene que correr el riesgo.<br />
Abrió la puerta suavemente e intentó caminar<br />
haciendo el menor ruido posible. Las<br />
bestias le ignoraron, mientras rasgaban carne<br />
y crujían huesos. Ricardo agarró cuatro de<br />
los matraces y se dirigió fuera, sin que las<br />
bestias se inmutaran.<br />
—Vamos a ver que tienes —dijo Darío acercándose<br />
a oler los frascos—. Mala suerte, sólo<br />
es amoníaco.<br />
—Quizá podamos utilizarlo —dijo William,<br />
y se sacó del bolsillo un Zippo.<br />
—Al menos podremos prenderles fuego —<br />
dijo Fátima.<br />
—Dejemos de perder tiempo, tenemos que<br />
activar el protocolo de emergencia cuanto antes.<br />
Cada uno cogió un frasco de amoníaco y<br />
Darío se dispuso a abrir la puerta del centro<br />
de seguridad. Una de esas bestias esta machacando<br />
el cuerpo de Rita con sus garras,<br />
mientras James yacía muerto sobre el panel<br />
de control, con su brazo a punto de activar el<br />
botón de evacuación.<br />
Nada más entrar, la bestia se giró y profirió<br />
un poderoso aullido, preparándose para<br />
saltar sobre ellos. Los cuatro investigadores<br />
le tiraron los matraces que se rompieron al<br />
chocar contra su piel. William encendió su<br />
mechero y lo lanzó contra la bestia, lo que<br />
provocó la ignición del amoníaco. La bestia<br />
empezó a moverse de un lado a otro, chillando<br />
y cortando el aire con sus garras. Darío<br />
cerró la puerta desde fuera, dejando al engendro<br />
ardiendo en su interior.<br />
Esperaron a que la criatura dejara de gri-<br />
DIEGO FDEZ. VILLAVERDE<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
tar y entraron. El monstruo estaba tendido<br />
en una esquina, agonizando. William se acercó<br />
y empezó a pisotearle la cabeza. Ricardo<br />
agarró la pistola de James y le dio la de Rita<br />
a Darío.<br />
—La alarma alterará a las criaturas. Tenemos<br />
que darnos prisa y llegar cuanto antes a<br />
la cápsula —dijo Ricardo.<br />
Antes de que activara el botón, una sombra<br />
se lanzó desde un agujero del techo sobre Darío.<br />
Una acerada garra atravesó el pecho del<br />
hombre. William gritó, y Ricardo se apresuró<br />
a disparar, pero no había quitado el seguro<br />
del arma. La criatura les miró, aulló y salto<br />
de nuevo sobre Fátima. Ella esquivo el ataque,<br />
pero una de las garras consiguió herirla<br />
en una pierna. La criatura se golpeó contra la<br />
pared y Ricardo aprovechó ese momento para<br />
dispararla en el cráneo.<br />
—¿Fátima, estás bien? —preguntó Ricardo<br />
—Darío… está… ¿está? —preguntó ella<br />
con pánico en los ojos.<br />
—Me temo que sí —contestó William, que<br />
le temblaba la voz.<br />
Fátima intentó levantarse, pero la herida<br />
de la pierna la hizo volver a caerse. William<br />
se acercó a ayudarla, poniendo uno de<br />
sus brazos sobre los hombros. Ricardo recogió<br />
la otra pistola del suelo y activó el botón<br />
de emergencia. La alarma sonó por toda la<br />
estación y numerosos aullidos replicaron al<br />
unísono.<br />
—¡Vamos, vamos! —gritó Ricardo.<br />
La estación de evacuación estaba al final<br />
del pasillo. William y Fátima abrieron la<br />
marcha, mientras Ricardo les cubría la espalda.<br />
Un grupo de cinco criaturas aparecieron<br />
por detrás, cargando contra ellos.<br />
—¡Id a la puerta, yo las entretendré! —gritó<br />
Ricardo.<br />
—¡Ricardo! —exclamó Fátima, pero William<br />
ya había empezado a caminar hacia el<br />
punto de huida.<br />
Ricardo abrió fuego contra ellas. Consiguió<br />
dar a dos de las criaturas en la cabeza, y una<br />
tercera más se desplomó al recibir una bala<br />
en una pata. Las restantes se le acercaron rá
pidamente, y él se retiró poco a poco mientras<br />
seguía disparándolas. Consiguió alcanzar a<br />
otra en el pecho, pero la última de las bestias<br />
le sobrepasó por su derecha y se dirigió hacia<br />
William y Fátima. Ricardo disparó a la espalda<br />
y corrió hacia sus compañeros.<br />
Una vez en la sala, Ricardo se acercó al ordenador<br />
de la sala para programar la trayectoria<br />
de la capsula.<br />
—¿Qué diablos está pasando aquí? —preguntó<br />
William.<br />
—Mantén la calma hasta que consigamos<br />
irnos —le respondió Ricardo.<br />
—No, en serio. ¿Me puedes explicar por qué<br />
las cosas esas actúan como si no existieras?<br />
—¿A qué te refieres? —preguntó Fátima.<br />
—Entró en el laboratorio y las criaturas<br />
esas ni se inmutaron. Pese a ser el que estaba<br />
más cerca en el centro de seguridad, el bicho<br />
saltó hacia ti en vez de hacia él, ¡y ahora<br />
mismo acabamos de ver cómo han ignorado<br />
completamente al que ha estado matando a<br />
sus congéneres!<br />
—No tenemos tiempo para tus teorías ahora<br />
mismo, Will. ¿Podemos discutirlo más tarde?<br />
—¡A mí no me llames Will! —gritó William<br />
mientras daba un empujón a Ricardo—. ¡Qué<br />
curioso que este ataque se haya producido<br />
después de que llegara un miembro nuevo al<br />
equipo! ¡Y más curioso aún es que sea miembro<br />
de una larga dinastía militar!<br />
—Cálmate, por favor —le pidió Fátima<br />
—¿Y has visto esos seres? —El matemático<br />
ignoró completamente el comentario de<br />
la mujer—. ¡Parece que alguien ha juntado<br />
partes de animales de la Tierra en una batidora<br />
y les haya salido ese engendro! ¿Cómo<br />
narices esas cosas han interceptado una nave<br />
espacial y han llegado hasta aquí? ¿Acaso no<br />
es obvio? ¡Eran el cargamento de la nave!<br />
—Mira, no sé qué es lo crees que está pasando,<br />
pero todo esto lo podemos discutir<br />
dentro de la cápsula de escape.<br />
—¡No me voy a subir contigo a ningún sitio!<br />
¡No has condenado a todos!<br />
William se lanzó contra él y juntos cayeron<br />
ESTACIÓN EUROPA<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
al suelo. Ricardo intentó coger la pistola, pero<br />
William entrevió lo que se proponía y le golpeo<br />
con los dos puños en el pecho. El arma se<br />
le cayó, y William la lanzó lejos. Las criaturas<br />
comenzaron a golpear la puerta y con sus<br />
arremetidas ya la estaban abollando.<br />
William ignoró los ruidos y siguió pegando<br />
a Ricardo. El genetista Intentó defenderse<br />
cómo pudo, pero la furia había poseído completamente<br />
a William.<br />
Entonces sonó un disparo, y una bala atravesó<br />
el cráneo del matemático, que se derrumbó.<br />
Ricardo se lo quitó de encima y vio a<br />
Fátima con una pistola en la mano y con cara<br />
de terror.<br />
Ricardo fue hacia ella, que empezó a llorar<br />
desconsoladamente. La puerta se desplomó y<br />
las criaturas entraron. Fátima les apuntó y<br />
apretó el gatillo, pero ya no le quedaban balas.<br />
Ella se retiró lentamente hacia la pared,<br />
pero Ricardo se quedó en el centro de la sala,<br />
mientras las criaturas se le acercaban.<br />
Fátima pego un gritó ante la inminente<br />
muerte de su amante, pero los extraños seres<br />
no atacaron a Ricardo. Le rodearon y se dirigieron<br />
hacia ella.<br />
—Yo… Lo siento Fátima —dijo Ricardo—.<br />
Ya deberíamos habernos ido de la estación.<br />
Ha sido culpa de William.<br />
Ricardo vio por última vez a Fátima, mientras<br />
ella mostraba una expresión de absoluta<br />
incredulidad y furia en medio de un mar de<br />
garras y dientes. Ahora no sabía qué hacer.<br />
Si William se había dado cuenta de que estos<br />
monstruos no eran alienígenas, alguien más<br />
en la Tierra lo haría. Se dirigió al centro de<br />
seguridad para borrar todos los vídeos de seguridad<br />
y programar la autodestrucción de la<br />
base. No tenía prisa, las feromonas que hacía<br />
creer a las bestias que era uno de ellos aun<br />
durarían unas cuantas horas. Debería mandar<br />
un informe al general Jericho contándole<br />
el fracaso de la misión e inventar una historia<br />
que explicara la destrucción del centro de<br />
investigación y su milagrosa supervivencia.<br />
El bien común tendría que esperar.<br />
23
24<br />
CRIS MIGUEL<br />
MANTIDAE<br />
por Cris Miguel<br />
Aún se está adaptando a su nueva naturaleza, convertirse en una mantis adulta no es<br />
tarea fácil y mantener la normalidad mucho menos. Después de todo, ¿quién quiere<br />
pasearse por el centro pareciendo una ballena?<br />
Me miro en el espejo, ya estoy un poco sonrojada. Tengo la sensación de que lo he hecho un<br />
centenar de veces, pero, a la vez, antes de culminar siempre echo un poco el freno. En ese<br />
momento es en el que aprovechan las dudas para filtrarse por la zona más débil de mi determinación.<br />
Respiro hondo y sello todos los escapes, me atuso el pelo y salgo del baño.<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine
—Perdón, ya estoy —digo con mi sonrisa<br />
más sexy.<br />
Él, a modo de respuesta, sonríe y se hace<br />
a un lado en la cama para dejarme sitio. El<br />
alcohol todavía nubla un poco mi vista y mi<br />
cabeza, pero hasta mis perjudicados ojos son<br />
capaces de entrever el cuerpo escultural de…<br />
¡Oh, mierda! Cómo puedo ser tan mala con<br />
los nombres. ¡Qué importa! Tiene un cuerpo<br />
esculpido por los dioses. Está bien, un cuerpo<br />
esculpido por muchas horas de gimnasio,<br />
¡qué más da! Me pongo a su lado despojándome<br />
antes del minúsculo vestido que llevaba,<br />
así siempre es más fácil.<br />
—¿Te gusta? —digo coquetamente acariciándome<br />
la copa del sujetador.<br />
Para huir del negro he elegido un conjunto<br />
morado, obviamente de encaje, con virguerías<br />
en terciopelo. Irresistible. Como única y<br />
necesaria respuesta me atrae hacia su fuerte<br />
torso para besarme. Qué sensación tan cálida,<br />
está tan suave, acostumbrada como estoy<br />
a las barbas. Le miro a los ojos, arqueando<br />
levemente una ceja, y sé que derrocho sensualidad<br />
por todos los poros de mi piel. Hasta<br />
siento su erección absolutamente dispuesta.<br />
Le tengo.<br />
Respiro entrecortadamente, después de<br />
comer siempre me canso y necesito tumbarme.<br />
He llegado a dormir un dia entero después<br />
de una gran… comida. Y esta lo ha sido,<br />
hmmm… estaba tan prieto. Me pesan los párpados,<br />
me quedo tumbada boca arriba, diviso<br />
su ropa tirada en el suelo. Qué pereza ir a<br />
tirarlo. Se me cierran los ojos y no tengo ningún<br />
otro pensamiento. Me quedo dormida.<br />
II<br />
Toc, toc, toc.<br />
Suena como si me estuviesen aporreando<br />
la cabeza. Abro los ojos. La puerta, pero<br />
quién cojones será. Me pongo un albornoz, lo<br />
primero que encuentro, y abro.<br />
—¿Otra vez tú? —le digo lamentando profusamente<br />
haber abierto.<br />
—Vaya, ya veo que te has alimentado, cada<br />
MANTIDAE<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
vez me necesitas menos —arqueo una ceja.<br />
—Te dije que puedo cuidar de mí misma<br />
—le increpo apoyando la cabeza en el marco.<br />
—Déjame entrar, así puedes volver a tumbarte,<br />
está claro que aún te quedan horas<br />
para digerirlo entero.<br />
Le dejo pasar y ando pesadamente hasta<br />
el salón, me arrojo contra el sillón y hago el<br />
enorme esfuerzo de no volver a dormirme.<br />
—¿Y bien? Dime que no era nadie importante.<br />
—¿Por quién me tomas? Era un cualquiera,<br />
dudo que le echen de menos. Quizás en el<br />
gimnasio… –Enrique sonríe ante mi perezosa<br />
ocurrencia.<br />
—Esto te servirá durante una semana,<br />
pero ten en cuenta que ya no puedes aguantar<br />
tanto como antes, la semana que viene<br />
tendrás que volver a comer porque si no…<br />
—¡Vale! —le corto, no soy capaz de asimilar<br />
nada en este momento–. Me lo has explicado<br />
una docena de veces, cálmate, lo estoy<br />
haciendo, ¿no?<br />
—Sólo me preocupo por ti. —Se acerca y<br />
me acaricia la mejilla.<br />
—Además si no encuentro a nadie, me sirves<br />
tú —bromeo.<br />
—Muy graciosa. Antes de llegar a eso tengo<br />
varios candidatos que no me importaría que<br />
me quitaras de en medio.<br />
—¡Oh! Pero seguro que todos ellos tienen<br />
familia y trabajo donde notarían su ausencia<br />
enseguida, ¿es que no has aprendido nada?<br />
—le imito, es lo que siempre me dice.<br />
—Buena chica. Entiende que acabas de<br />
mutar y tengo que ser así de pesado, tu raza<br />
se extingue, Cam.<br />
—No me presiones. Anda déjame dormir.<br />
—Está bien, cuídate ¿vale? Vendré a finales<br />
de semana para saber si tienes… víveres<br />
a la vista. —Sonrío y asiento, mientras él se<br />
aleja. De lejos oigo la puerta. O no, porque<br />
vuelvo a sumirme en un profundo sueño.<br />
III<br />
Tiene que pasar una semana para que pueda<br />
salir de casa con mi aspecto habitual sin<br />
25
26<br />
que parezca una ballena. He tardado más de<br />
lo normal en hacer la digestión, con lo cual mi<br />
cuerpo no necesita otra ingesta inmediata. Lo<br />
noto, lo sé, por mucho que diga Enrique. Aún<br />
así necesito cubrirme las espaldas. Quedo<br />
con Amanda, una compañera, su queridísimo<br />
novio se va a traer unos cuantos amigos. En<br />
definitiva, un plan de esos horribles de juntar<br />
grupos que no se tienen por qué caer bien<br />
y sólo dos personas se esfuerzan porque así<br />
sea. Yo no pierdo nada, y como me ha dicho<br />
Enrique, tengo que aparentar llevar la vida<br />
más normal posible. Y eso intento.<br />
El tiempo permite que nos sentemos en una<br />
terraza, me coloco entre dos chicos, no les conozco<br />
de nada, pero fuera de la influencia de<br />
Amanda podré desplegar todos mis encantos.<br />
Empiezo…<br />
—¿Cómo os llamabais? —Supersonrisa y<br />
leve inclinación de cabeza.<br />
—Yo soy Rick —dice el de mi izquierda–, él<br />
es Paul.<br />
—Encantada. —Le toco la pierna a Rick, si<br />
ha contestado él es que está más predispuesto–.<br />
Yo soy Cameron pero vamos… todos me<br />
llaman Cam. —Me muerdo el labio.<br />
La tarde da paso a la noche enseguida, o<br />
al menos eso me parece. Sin proponérmelo,<br />
Rick me está acompañando a casa dando un<br />
relajado paseo.<br />
—Estás muy callada —me dice inclinando<br />
su hombro contra el mío.<br />
—¿Si? —Arqueo una ceja y le miro a los<br />
ojos, tiene una mirada penetrante–. Es que<br />
ya te lo he dicho todo. —Sonrío de medio lado<br />
agachando la cabeza.<br />
—Pues que pronto te quedas sin palabras…<br />
—Es que soy una mujer de acción. —Los<br />
pulsos verbales siempre se me han dado bien.<br />
—¿Ah, si? Está bien saberlo.<br />
—Esta es mi casa —digo señalando el portal<br />
y subiendo el escalón.<br />
—Oh, sí que estaba cerca —dice con un<br />
cierto deje triste en su voz.<br />
—Te lo he dicho. —Le doy un golpecito cariñoso<br />
en el pecho–. Gracias por acompañarme.<br />
—Un placer, espero verte más veces. —Sus<br />
CRIS MIGUEL<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
ojos me atrapan, no…<br />
—Seguro que sí —consigo decir–. Adios<br />
Rick.<br />
—Pasa buena noche Cam.<br />
En el ascensor apoyo mi cabeza en la pared,<br />
pero qué coño… Le tenía a tiro, ¿por qué<br />
no…? Supongo que me daba pena, es un chico<br />
muy majo. Mejor no volver a verle, desde<br />
luego.<br />
Me vibra el móvil:<br />
“Soy Rick, le he pedido tu número a Amanda,<br />
espero que no te importe. Me ha encantado<br />
conocerte”.<br />
Sonrío, un momento… ¡Sonrío! Genial…<br />
“No me ha dado tiempo a echarte de menos,<br />
para mí está claro que también ha sido<br />
un placer conocerte”.<br />
Le doy a enviar. Me tapo la cara con las<br />
manos, mejor me alejo del teléfono. Me meto<br />
en la cama con una ansiedad que hace mucho<br />
que no sentía, pensando únicamente en esos<br />
ojos grises.<br />
IV<br />
Me despierto sobresaltada, todavía no ha<br />
amanecido pero tengo un calor que no puedo<br />
aguantar y… hambre. ¡Mierda! Va a tener<br />
razón Enrique, joder. Miro el móvil, puta lucecita<br />
roja, las 6:27, ¿por qué estoy despierta?<br />
Seré subnormal. Voy a la cocina y me preparo<br />
un café. Cada vez me sacia menos la comida<br />
normal, pero algo tendré que llevarme a la<br />
boca a falta de un hombre… Es cruel hasta<br />
pensarlo. Rara vez me dan bajones por mi naturaleza,<br />
pero es que esta es la primera que<br />
tengo tanta ansiedad, ni el otro día antes de<br />
comerme a… ¡ni el otro día! Para evitar un<br />
terrible ataque de “Soy mi propio monstruo”<br />
me pongo la tele mientras desayuno algo.<br />
Me debo de quedar dormida en el sillón<br />
porque el teléfono me sobresalta.<br />
—Diga —contesto sin siquiera fijarme en<br />
el número.<br />
—Cam, ¿estás bien?<br />
—Joder Enrique… tienes el don de la oportunidad…<br />
—¿Te has alimentado?
—No. —Bostezo.<br />
—Tienes que hacerlo —dice tajantemente.<br />
—Lo sé, estoy en ello.<br />
—De acuerdo.<br />
—Oye, ¿hay una forma de no hincharme<br />
tanto? —le pregunto, me niego a salir de casa<br />
como si fuera un globo gigante.<br />
—Lo único que se me ocurre es que… lo<br />
desmiembres, pero aun así no las tengo todas<br />
conmigo, puede que no te haga el mismo<br />
efecto.<br />
—Tengo que probarlo, no puedo estar encerrada<br />
en casa y salir un día para volver a<br />
cazar y encerrarme de nuevo, ¿cómo lo hacen<br />
los demás?<br />
—Esto es sólo hasta que estabilices tu organismo,<br />
cuando termines el cambio no necesitarás<br />
comer tanto, será más periódico y<br />
más estable. Pero ahora… con el torbellino<br />
hormonal tienes que respetar tus necesidades.<br />
—Es una mierda —me quejo amargamente.<br />
—Es sólo una etapa, pasará, cuando te conviertas<br />
en una mantis adulta puede que sólo<br />
necesites alimentarte una vez al mes.<br />
—¿Y cuándo pasará eso? —pregunto viendo<br />
un rayito de luz a mi patética existencia.<br />
—En cada ser es diferente, sois pocos, la<br />
muestra no es significativa… No puedo decirte<br />
nada… –Suena visiblemente afectado.<br />
—Lo sé, demasiado haces. Gracias.<br />
—¿Me acabas de dar las gracias? —bromea<br />
al otro lado de la línea–. ¿Seguro que estás<br />
bien?<br />
—Idiota. —Cuelgo.<br />
Termino de darme el colorete y me miro en<br />
el espejo de arriba abajo. Estoy espectacular,<br />
está mal que lo piense yo, pero no deja de ser<br />
cierto. Mi ansiedad ha ido en aumento durante<br />
todo el día, así que he decidido salir a<br />
buscar algo que llevarme a la boca. El vestido<br />
deja poco a la imaginación, transmite el mensaje<br />
a la perfección, quiero guerra.<br />
El ruido del local me atruena los oídos. El<br />
MANTIDAE<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
suelo está pegajoso, demasiado sucio para los<br />
tacones que llevo. Odio estos sitios. Son más<br />
de las dos de la madrugada, la hora perfecta<br />
para cazar a un pobre inútil que se haya<br />
pasado con el alcohol. Me acerco a la barra<br />
y me pido un ron con Coca–Cola. No sé por<br />
qué, pero las bebidas oscuras en manos de<br />
una mujer les llama la atención. No es que<br />
necesite pluses, pero si me facilita la misión,<br />
mejor. Pido una pajita al camarero guiñándole<br />
un ojo, eso tampoco falla. Labios perfectos,<br />
mirada distraída, cara de “la noche podría<br />
ser mejor” y a esperar.<br />
—Hola preciosa. —Premio.<br />
—Hola. —Muerdo fingiendo nerviosismo la<br />
pajita.<br />
—¿Te lo pasas bien? —pregunta el tipo.<br />
—Bueno… Estoy esperando a mi amiga<br />
que se ha ido con Jack y todavía no ha vuelto…<br />
–Simulo fastidio.<br />
—Oh, qué pena. ¿Puedo hacerte más llevadera<br />
la espera? —Arqueo la ceja.<br />
—Eso depende… ¿Podemos ir fuera, que<br />
estoy harta de tanto ruido? –Jugueteo con mi<br />
pelo.<br />
—Claro, lo que tu quieras.<br />
Me apoyo en la pared fuera del local, miro<br />
el reloj. Quince minutos he tardado, tengo<br />
que apuntarlo en algún sitio. ¿Me darían un<br />
logro? Finjo impaciencia, no es que haga falta,<br />
pero esto es muy aburrido si no interpreto<br />
un papel.<br />
—¿Vienes mucho por aquí? —me pregunta<br />
para romper el hielo.<br />
—Hay pocas frases tan manidas como esa<br />
—bromeo.<br />
—Perdone usted, preciosa. —Me inclino levemente<br />
hacia él, quiero que capte todo mi<br />
olor.<br />
—Yo creo… –Vuelvo a mirar el reloj–. Creo<br />
que me voy a casa, no la voy a esperar. ¿Puedes<br />
acercarme? —Soltando el cebo.<br />
—Claro que sí, no te preocupes.<br />
Me subo en el coche y cojo el móvil, para<br />
aparentar que escribo a alguien. Tengo un<br />
mensaje: “Esta noche está siendo un rollo<br />
comparada con la de ayer, por qué será…”.<br />
27
28<br />
Rick. Siento un pinchazo en el estómago,<br />
como si me molestara mentirle. Dejo eso a<br />
un lado, aparcado y bien guardado en un rincón<br />
de mi minúscula conciencia y le contesto:<br />
“Ah, si? Y eso que no te has divertido conmigo<br />
de verdad”. Guardo el móvil, no quiero distracciones.<br />
—Le estaba diciendo a Paula que me iba a<br />
casa, por si acaso vuelven… –le explico como<br />
si debiera excusarme con él.<br />
—Claro. Seguro que se lo está pasando en<br />
grande y se le ha olvidado avisarte. —Me<br />
pone la mano en la pierna, sujetando el volante<br />
sólo con la izquierda.<br />
—Sí, no sería la primera vez… –me quejo y<br />
apoyo mi mano encima de la de él. Si le toco,<br />
le creo necesidad de mí, no falla–. Aparca<br />
aquí mismo, es ese portal.<br />
—De acuerdo. —Apaga el motor y se gira<br />
hacia mí.<br />
—Gracias por traerme, ¿quieres subir? —<br />
Me pongo el pelo detrás de la oreja.<br />
—Sólo si quieres. —Alzo las cejas con sorpresa<br />
y me bajo del coche esperando a que<br />
me siga.<br />
Cierro la puerta de mi piso encendiendo la<br />
luz del hall y la del salón. Suelto las llaves<br />
y el bolso en la mesa y me giro a mirarle. El<br />
tipo no está mal, no es modelo pero tiene su<br />
encanto, como si necesitara que fueran guapos…<br />
Prefiero no pensarlo más, no puedo hacer<br />
otra cosa. Me acerco sinuosamente a él y<br />
le doy un casto beso en los labios. Antes de<br />
que pueda cogerme, buscando más, me aparto<br />
y le hago señas para que me siga al dormitorio.<br />
Le beso apasionadamente abriéndome paso<br />
con mi lengua por su boca. Sabe a whisky y a<br />
tabaco. Le tiro sobre la cama y me pongo encima<br />
de él, a horcajadas. Tienen que verme,<br />
sentir mi halo. Por sus ojos sé que la combinación<br />
le está resultando embriagadora. Me<br />
agarra las caderas y la cintura, se está descontrolando.<br />
Sonrío. ¿Puede ser más fácil?<br />
V<br />
Me muevo pesadamente en la cama. Tengo<br />
CRIS MIGUEL<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
que deshacerme de su coche y su ropa, pero<br />
casi no puedo moverme, así que decido llamar<br />
a Enrique. Para eso está. Me incorporo<br />
ayudándome de la pared y del mobiliario que<br />
encuentro, y voy al salón a buscar el teléfono.<br />
Vaya mierda, como odio estar así.<br />
Tengo un mensaje: “Estoy deseando que me<br />
enseñes qué es divertirse de verdad”. Rick, de<br />
ayer por la noche. Imperceptiblemente, elevo<br />
la comisura de la boca. Agito la cabeza para<br />
alejar esos pensamientos y pulso el botón de<br />
llamada.<br />
—Hola, ¿qué tal? —Me siento en el sillón.<br />
No me sostengo en pie, soy una morsa.<br />
—Bien, ¿y tú? ¿Te has alimentado?<br />
—Sí, de eso quería hablarte. Hay un coche<br />
al lado del portal que es de mi cena. ¿Puedes<br />
encargarte de él?<br />
—¿Tienes las llaves?<br />
—¿Crees que me como hasta su cartera? —<br />
le reprocho, indignada.<br />
—No sé, perdona…<br />
—Tu ven y punto. Adiós.<br />
—En cuanto pueda me paso, cuídate.<br />
No han pasado dos horas y ya está delante<br />
de mi puerta. Como sabía que no iba a tardar<br />
demasiado, dejé el intento de volver a la<br />
cama para otro momento y me quedé en el<br />
sillón contemplando el maravillo misterio del<br />
papel de pared. Le doy todas las pertenencias<br />
del tipo y se va tan rápido como ha venido,<br />
dándome un beso en la frente. Es domingo,<br />
son las once y media. Voy a dormir todo el<br />
día.<br />
Abro los ojos, la luz todavía es capaz de colarse<br />
por la persiana. Cojo el móvil para mirar<br />
la hora: las ocho y media y dos mensajes.<br />
“Tía, vente! Hemos quedado a las diez en la<br />
pizzería esa tan barata de al lado de mi casa.<br />
Rick no para de preguntar por ti. Muak.”.<br />
Amanda y su afán por emparejar a todos los<br />
que la rodean.<br />
“Te estás haciendo la difícil o realmente no<br />
te intereso en absoluto? Te voy a ver en la<br />
cena?”. Rick. Sin saber muy bien por qué, me
hace sonreír, y me levanto para contemplarme<br />
en el espejo.<br />
Ufff… se me nota un montón, por muy<br />
ancho que me ponga el vestido parezco una<br />
embarazada a punto de echarlo, necesito mínimo<br />
ocho horas más. Me enfado con mi naturaleza<br />
de manera proporcional a las ganas<br />
que tengo de ir a esa puta cena. Joder.<br />
“Esta noche mejor me quedo en casa, no estoy<br />
muy bien del estómago. Realmente pensabas<br />
que iba a ser tan fácil?”, le contesto. A<br />
continuación me excuso también con Amanda.<br />
Me aseo y me siento en el sillón, para evitar<br />
lamentarme de lo patética que es mi vida<br />
me pongo los capítulos que me quedan de una<br />
serie. Suspiro. Tampoco estaba tan bueno.<br />
Desconecto el disco duro. Voy a la cocina<br />
me tomo un vaso de agua y apago las luces.<br />
Suena el timbre y mecánicamente miro el reloj.<br />
La una menos diez. Frunzo el ceño y voy<br />
a contestar al automático.<br />
—Soy yo, quería ver como estabas.<br />
Abro los ojos como platos. Corro al baño<br />
para ponerme un albornoz, lo más grande<br />
que tengo para cubrirme bien las formas. Da<br />
unos golpecitos en la puerta y abro.<br />
—Rick, ¿qué haces aquí? —Le doy dos besos<br />
y me hago a un lado para dejarle pasar.<br />
—No sabía si estarías despierta, quería<br />
probar suerte. —Sonrío abrazándome instintivamente<br />
a mí misma–. ¿Cómo estás?<br />
—Regular, un poco hinchada, ¿te suena? —<br />
bromeo, es lo mejor para distraer–. Ven, siéntate.<br />
¿Quieres tomar algo?<br />
—No… –Me quedo pegada a su mirada.<br />
Nos sentamos en el sillón, juntos, pero sin<br />
llegarnos a tocar.<br />
—Bueno, ¿qué tal la cena, lo habéis pasado<br />
bien? —rompo el hielo, me sudan las manos,<br />
estoy nerviosa. ¿Yo nerviosa?<br />
—Pues bien, tranquila, ya sabes cómo son.<br />
Éramos más o menos los de antes de ayer,<br />
salvo por un pequeño detalle. —Arqueo la<br />
ceja–. Faltabas tú.<br />
—¿Ah, sí? ¿Has notado mi ausencia? —Me<br />
MANTIDAE<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
coge de la mano que está reposando en mi rodilla.<br />
—Claro que sí, y no entiendo por qué. ¿Tú<br />
tienes alguna idea? —Sonrío.<br />
—No, estoy perdida… –Me muerdo el labio.<br />
Siento como si hubiese coqueteado con él<br />
siempre, así que cuando inclina su cabeza hacia<br />
mis labios, cubro inmediatamente la distancia<br />
que nos separa agarrándole del cuello.<br />
Su barba me raspa la barbilla, que contrarresta<br />
con la suavidad de su lengua moviéndose<br />
pausadamente al compás de la mía. Le<br />
suelto poco a poco, me muerdo el labio y le<br />
miro. Profundizo en esos ojos y no puedo evitar<br />
besarle otra vez. Si esto se parece al efecto<br />
que les causo yo, no me extraña que sea<br />
tan fácil. ¿Estará conmigo porque tampoco se<br />
puede resistir? Me separo y agacho la cabeza.<br />
Me sujeta el mentón con su mano, para que<br />
vuelva a mirarle.<br />
—Me voy, porque estas malita, pero espero<br />
que quedes conmigo de verdad. —Me da un<br />
casto beso en la mejilla, se levanta y sale por<br />
la puerta.<br />
No sé cuánto tiempo me quedo sentada en<br />
el sillón, no sé realmente si estoy pensando<br />
algo lúcido, no sé si algo tiene sentido; pero,<br />
desmarcándome de la magia y la felicidad del<br />
momento, siento un agujero en el estómago.<br />
Tengo miedo.<br />
VI<br />
—¡Cameron, por fin! ¿Dónde coño has estado,<br />
por qué no contestabas? —Enrique me<br />
grita al otro lado del teléfono.<br />
—No he parado ni un momento… –me excuso<br />
malamente.<br />
—¿Cómo que no has parado? ¿Te has alimentado?<br />
¿Estás bien? —Enrique habla frenéticamente.<br />
—No, pero aún no tengo demasiada hambre…<br />
–Cosa que es sólo medio cierta.<br />
—¡Llevas más de una semana! —Está tan<br />
alterado que le sale un gallito–. No me puedo<br />
creer que no tengas hambre, mis estudios no<br />
pueden estar tan equivocados…<br />
—Pues a lo mejor sí —miento–. Cuando no<br />
29
30<br />
pueda aguantarlo lo haré, no te preocupes.<br />
—Claro que me preocupo. ¿Qué has estado<br />
haciendo?<br />
—Bueno… –Dudo, realmente no es mi padre<br />
y no tengo por qué darle explicaciones–.<br />
He estado… estoy saliendo con un chico.<br />
—¿Un chico? ¿Un novio? Cameron, ¿estás<br />
loca?<br />
—¡Joder! No he podido resistirme, es tan…<br />
—Pero, ¿te estás escuchando? ¿Cómo vas a<br />
ocultar…? —se interrumpe alarmado–. ¿Te<br />
has acostado con él?<br />
—Aún no…<br />
—Cameron, no lo hagas, todavía no estás<br />
preparada, eres una cría, puedes hacerle<br />
daño… ¡puedes matarle!<br />
—¿Crees que no lo sé? ¿Por qué te crees que<br />
no lo he hecho? —le grito–. Tengo miedo…<br />
pero me gusta, no quiero dejarle…<br />
—De momento aliméntate —dice derrotado.<br />
—No, aún…<br />
—Cameron, no le vas a engañar si es eso<br />
lo que te preocupa. Es tu naturaleza, si no te<br />
alimentas, él… –Oigo como traga saliva–. Le<br />
harás daño…<br />
—¡No! Puedo controlarlo.<br />
Cuelgo, por eso no le había cogido el teléfono<br />
en diez días. Que te suelten tus miedos sin<br />
miramientos no sienta especialmente bien.<br />
Una parte de mí… Está bien. Sé que Enrique<br />
tiene razón, pero nunca había estado tan…<br />
no quiero hacerle daño y no quiero ir a cazar.<br />
Es mentirle, no puedo. Vuelve a sonar el teléfono.<br />
Es Enrique de nuevo.<br />
—Cam, quiero verte. Sabes que sólo me<br />
preocupo por ti, ¿por qué no me lo presentas?<br />
¿Quedamos a tomar una cerveza esta noche?<br />
—Hmm… No sé. Bueno, vale, está bien.<br />
—Me pilla tan por sorpresa que sólo puedo<br />
decir que sí.<br />
Rick llega pronto a mi casa, me abraza y<br />
pega su boca a mi cuello, erizándome todo el<br />
vello de mi cuerpo.<br />
—Estás preciosa —me susurra, yo me derrito<br />
en ese instante y me pierdo unos segun-<br />
CRIS MIGUEL<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
dos en su aroma.<br />
—Estate quieto que tenemos que irnos —<br />
digo de manera juguetona, intentando frenar<br />
sus manos.<br />
—Tranquila, no te voy a desnudar. —Se me<br />
acelera tanto el corazón que le doy un golpe<br />
en el pecho empujándole hacia atrás.<br />
—Que sosa eres… –dice con media sonrisa.<br />
Le fulmino con la mirada, pero es que no<br />
me veo preparada para… no creo que sea capaz<br />
de contenerme.<br />
Nos sentamos en una mesa al lado de la<br />
ventana. Enrique y Rick congenian al instante.<br />
En el fondo me gusta que se lleven bien,<br />
porque Enrique es como un tutor, un padre<br />
para mí. Rick apura su vaso y se levanta para<br />
ir al baño.<br />
—¿Qué te parece? —le pregunto sintiéndome<br />
una portera.<br />
—Es un tío majo, Cam… pero te veo muy<br />
enganchada. Si quieres continuar con esto<br />
tienes que tener la cabeza despejada para<br />
controlarte, no te puedes desatar.<br />
—Lo sé… –Le acaricio el brazo para que no<br />
se preocupe–. Voy a ir despacio, tú tranquilo.<br />
Pedimos tres rondas más y se nos hace<br />
más tarde de lo debido para un día laborable.<br />
Enrique se despide de nosotros en la puerta<br />
y tomamos direcciones opuestas. Le cojo<br />
la mano, me siento un poco mareada como si<br />
mi cerebro navegara a la deriva en el mar de<br />
cerveza que he bebido.<br />
Abro la puerta de casa con Rick pegado a<br />
mi espalda.<br />
—¿Te lo has pasado bien? —le pregunto<br />
agarrándome a su cuello.<br />
—No tanto como tú, por lo que veo. —Sonrío<br />
y le beso.<br />
Enfoco la vista, pero su mirada me turba<br />
mucho más que el alcohol. Me muerde el labio<br />
y enredo mi lengua con la suya. Realmente<br />
no sé cómo hemos llegado, pero me acaba<br />
de tirar en la cama sin despegar su boca de<br />
la mía.<br />
—No… –La lucidez lucha por abrirse paso–<br />
. Es muy pronto…
—Ssshh… —Me pone su dedo índice en los<br />
labios—. Relájate.<br />
Mis miedos están a flor de piel, tengo hambre,<br />
mucha. Intento resarcirla con besos y espero,<br />
en lo más profundo de mí, que el sexo<br />
sea suficiente.<br />
Me coge la cara entre sus manos.<br />
—Relájate, Cam. —Me siento culpable por<br />
parecer inexperta como si yo…<br />
Le miro, arqueo una ceja y hago que giremos<br />
para quedarme encima de él. Despliego<br />
toda mi sensualidad, me quito el vestido y me<br />
muerdo la lengua.<br />
—¿Te sigo pareciendo nerviosa? —Sonrío y<br />
él me atrae hacia sí.<br />
Me revuelve el pelo con sus manos y nos<br />
fundimos, tanto en nuestra boca como en<br />
nuestro cuerpo. Mi ansiedad va en aumento,<br />
la acallo y me concentro en desabrocharle la<br />
camisa y los pantalones. Aspiro su olor, y el<br />
efecto es embriagador. Me incorporo acariciándole<br />
el pecho, dando rienda suelta a mis<br />
manos hasta que llego a sus bóxer, de los cuales<br />
me deshago sin concesiones. Él se sienta<br />
frente a mí y libera mis pechos, se recrea en<br />
ellos varios minutos y el calor que siento es<br />
incomparable e insufrible. Le beso el cuello y<br />
recorro su oreja izquierda con mi lengua.<br />
—Te quiero dentro de mí, ¡ya! —le susurro.<br />
Mis palabras son como un resorte y me<br />
tumba debajo de él. Mi respiración se acelera<br />
y me olvido por unos segundos de coger<br />
aire cuando se introduce en mi interior. No<br />
puedo. Tengo muchísima hambre. Me agarro<br />
a su espalda para sujetarme de sus arremetidas.<br />
Desprendemos intensidad, deseo. Nos<br />
desborda el anhelo reprimido, pero ahora da<br />
igual, nos fundimos y no había sido nunca<br />
tan dulce, tan…<br />
—¿Rick? —Por algún motivo se ha detenido–.<br />
¿Rick? —Me asusto y le agito y…<br />
No se mueve, está paralizado. Ahogo un<br />
grito y salgo de debajo de él, pero qué… Las<br />
lágrimas corren libres por mis mejillas y me<br />
olvido de parpadear. El hambre se me va de<br />
golpe y sólo deja… desolación.<br />
Le examino, aunque no dejo de temblar.<br />
MANTIDAE<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
Veo que tiene la marca de mis uñas en la espalda<br />
y que tienen mal aspecto… Me levanto<br />
corriendo a por el móvil.<br />
—¡Enrique! —sollozo–. He hecho algo horrible,<br />
he…<br />
—Cam, ¿qué ocurre?<br />
—Es Rick, lo he matado… –Me froto la<br />
cara.<br />
—¿Qué? ¿Te lo has…?<br />
—¡No! —grito.<br />
—¿Entonces?<br />
Le explico a duras penas lo que creo que ha<br />
pasado y me cuelga para venir a encontrarse<br />
conmigo aquí. Nunca me he sentido tan culpable,<br />
tan irresponsable… le he matado y sabía<br />
que podía ocurrir.<br />
* * *<br />
—Cam. —Enrique utiliza su llave, que la<br />
tiene sólo para emergencias. Al fin y al cabo,<br />
ésta lo es.<br />
Entra en el piso y vuelve a llamarla, pero el<br />
silencio es el único que responde.<br />
—Cam, ¿dónde estás? Puede que tenga solución<br />
y no esté…<br />
La puerta del baño está entreabierta, Enrique<br />
siente un peso en el estómago. Algo va<br />
mal. La abre lentamente y la imagen le rompe<br />
el alma. Cam está en la bañera, sumergida,<br />
con los ojos abiertos, sin vida.<br />
Movido por la impotencia la incorpora y la<br />
abraza. No respira, no hay nada que hacer.<br />
—¿Qué ha pasado? —Una voz le sobresalta<br />
y hace que el corazón le dé una voltereta.<br />
—¿Rick? Oh, Dios mío… –Enrique abraza<br />
más fuerte a Cam.<br />
—¿Qué ha pasado? ¿Está…? —Rick está en<br />
la puerta del baño, en estado de shock.<br />
Enrique asiente. Cam ha acabado con su<br />
vida antes de que él llegara para decir que<br />
quizás Rick sólo estaba paralizado, que era<br />
un mecanismo de las mantis, pero que no sabía<br />
bien su funcionamiento. Ahora ya era tarde,<br />
la había perdido, no había sabido cuidar<br />
de ella… ¿Cuántas pérdidas más será capaz<br />
de soportar?<br />
31
32<br />
LA GUERRERA<br />
DE LOS SUEÑOS II<br />
por Ana Gasull<br />
Ahora que ya sabe dónde está, Aurora debe<br />
buscar la forma de regresar a su casa y recobrar<br />
la conciencia, pero un peligro acecha la ciudad.<br />
Un peligro que podría costarle la vida… y la<br />
libertad.<br />
ANA GASULL<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
V uestra historia es triste —sentenció<br />
Dahlia mientras volvía a llenarle la taza<br />
con té de hierbas dulces—, pero no es vuestro<br />
final.<br />
—No, desde luego que no. No estoy muerta,<br />
sólo he caído en un profundo sueño que me he<br />
trasportado hasta aquí y, además, he perdido<br />
toda mi magia.<br />
Dalia negó con la cabeza con gesto preocupado,<br />
sin detectar el sarcasmo.<br />
—No creo que sea eso lo que ha ocurrido.<br />
Aurora se relamió los labios y cogió la taza<br />
que la muchacha le ofrecía.<br />
—¿Qué quieres decir?<br />
—Aunque en el mismo océano, vuestro reino<br />
y este forman parte de dimensiones diferentes<br />
y, por ende, tiene efectos secundarios en vuestro<br />
cuerpo. Además, aquí la magia es mucho<br />
más primitiva, no parece estar tan avanzada<br />
como la vuestra. Dígame, Princesa, ¿tenéis<br />
magos y brujos en vuestra tierra?<br />
—Claro que sí, ¿aquí no hay?<br />
Dahlia negó y le entregó un trozo de pan con<br />
mantequilla.<br />
—¿No queréis leche con vuestro té, Princesa?<br />
—Por favor —respondió mientras le acercaba<br />
la taza con delicadeza—, pero no me llaméis<br />
Princesa en este reino desconocido, podría ser<br />
peligroso.<br />
—Está bien, podéis ser mi prima, la pequeña<br />
dama Aurora.<br />
—Me parece bien, prima Dahlia. Pero debes<br />
ayudarme a regresar a casa, aunque quede<br />
atrapada en mi cuerpo en un sueño eterno del<br />
que sólo un beso podrá despertarme.<br />
—¿Un beso?<br />
—Así es —afirmó Aurora con una sonrisa<br />
triste en los labios—; un beso de amor verdadero.<br />
Ésa es la maldición de Maléfica, el hada<br />
maligna que me impuso esta condena de bebé.<br />
Dahlia no supo qué hacer.<br />
—Tal vez… tal vez estés aquí por alguna razón.<br />
—¿Cómo?<br />
—Puede que el destino te tenga reservado<br />
algo en este lugar, en este reino. Los dioses tienen<br />
una forma extraña de actuar: tal vez tanto
los tuyos como los míos se hayan puesto de<br />
acuerdo para mandarte aquí.<br />
Aurora se apartó el pelo de la cara con una<br />
mano muy delicadamente, con el rostro mostrando<br />
una expresión incierta. No las tenía<br />
todas.<br />
—¿Estás segura?<br />
—Vayamos a ver a un experto.<br />
—¿Un experto? ¿Un experto en qué?<br />
Dahlia se levantó de golpe y arrastró a Aurora<br />
consigo. Una gota de té le resbaló de los<br />
labios a la barbilla y le humedeció la piel.<br />
Dahlia, con una sonrisa amable, le pasó los<br />
dedos por el mentón y limpió el líquido resbaladizo.<br />
—Vamos, Princesa, te llevaré ante nuestro<br />
sabio.<br />
—¿Aquí también gozáis de los favores y la<br />
sabiduría de un sabio? ¿Y todo lo sabe? ¿Vive<br />
en las montañas o en el desierto?<br />
Dahlia rió ante sus preguntas atolondradas.<br />
Tenía la voz bonita, suave, como la música<br />
de las flores de campanilla, más propia de<br />
una sirena en sus dominios que de una costurera.<br />
Aurora entrelazó los dedos con los suyos<br />
y se sintió inmediatamente reconfortada en<br />
ese extraño mundo, desconocido y hostil hacia<br />
ella. Ese reino, en esa nueva dimensión,<br />
le había arrebatado la magia, la fuente de su<br />
poder, su seguridad: de ella dependía su fuerza<br />
y era eso lo que le daba la ventaja en los<br />
combates. Y, además, era el símbolo de su linaje.<br />
En Ímila era común la magia y los pocos<br />
que carecían de ella, seguían teniendo características<br />
o dones especiales, aun podían hacer<br />
pociones y brebajes o se centraban en leer<br />
las cartas; pero en la familia real, la magia<br />
brotaba con más fuerza, estaba mucho más<br />
presente en sus vidas, los hacía mucho más<br />
poderosos que al resto de mortales. Por eso<br />
gobernaban, juraban protección<br />
y felicidad al pueblo hasta el día en el que<br />
el poder los abandonase o ya no fueran aptos.<br />
Y ese día había llegado, porque la única heredera<br />
al trono lo había perdido. ¿Y qué ocurriría<br />
si eso resultaba ser para siempre, si no<br />
lograba irse de ahí, si nadie le daba un beso<br />
LA GUERRERA DE LOS SUEÑOS II<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
de amor verdadero y no despertaba? Sus mayores<br />
temores empezaban a materializarse<br />
ante sus ojos, abriéndose paso en su mente,<br />
haciéndose un hueco en su subconsciente.<br />
Las calles de Amel parecían estar siempre<br />
abarrotadas y tuvo que agarrarse a su acompañante<br />
para no dejarse llevar por el flujo de<br />
personas que las rodeaban y las empujaban<br />
de un lado a otro. Dahlia era buena y simpática,<br />
y la entretuvo con su parloteo durante<br />
todo el camino, aunque muchas veces se abstrajo<br />
con lo que veía a su alrededor y la dejó<br />
hablando sola.<br />
Jamás había salido de Ímila y todo lo que<br />
veía era nuevo y extraño. Amel era una ciudad<br />
tosca y sucia en comparación con su tierra<br />
natal, donde todo era delicado y hermoso,<br />
donde la belleza era primordial en las vidas<br />
de las personas; pero Amel estaba construida<br />
sobre piedra y tierra, conocía las heladas de<br />
invierno y el calor sofocante de verano. Y, en<br />
esos momentos, el sol brillaba encendido en<br />
el firmamento, marcando el ritmo cansado de<br />
sus pasos y la rapidez con la que las gotas de<br />
sudor le caían por la frente.<br />
Su vestido había sido substituido por uno<br />
más sencillo, más apagado y no tan delicado;<br />
la seda, que habría sido una ayuda bajo<br />
ese calor sofocante, había dado paso a un material<br />
un poco más grueso, que la asfixiaba.<br />
Dahlia lo había llamado algodón y ella, acostumbrada<br />
a la delicadeza de las sedas y a una<br />
primavera eterna, no había pensado que llegaría<br />
a molestarla tanto. Incluso su ropa de<br />
combate era más ligera y diseñada de forma<br />
que le resultara cómoda y fresca.<br />
—Esa es la casa de Alej, el Sabio.<br />
Dahlia señalaba un edificio alto, una torre<br />
circular con una aguja plateada en la cima.<br />
En Ímila había una parecida, dorada como<br />
los rayos del sol, sobre un acantilado, donde<br />
vivía su sabio.<br />
—Tal vez no nos reciba —dudó Aurora.<br />
Dahlia le estrechó la mano con suavidad y<br />
tiró de ella para que siguiera andando.<br />
—No te preocupes por eso, nos recibirá.<br />
Respecto a tu pregunta anterior, como pue-<br />
33
34<br />
des ver, vive en la ciudad, con los otros habitantes,<br />
pero en una casa un poco más lujosa.<br />
Aunque sólo vive allí porque es lo suficientemente<br />
grande como para albergar todos sus<br />
libros y otros cachivaches.<br />
La puerta estaba cerrada a cal y canto,<br />
pero Dahlia no parecía preocupada. Cuando<br />
su sabio cerraba la puerta, Aurora sabía que<br />
no debía molestarlo, porque se encontraba<br />
enfrascado en alguno de sus proyectos. A veces<br />
lo molestaba igual, sólo por el placer de<br />
verlo ponerse rojo como una grana y perder<br />
los nervios, pero muy de vez en cuando.<br />
Dahlia agarró una cuerda y la sacudió<br />
con fuerza. La enorme campana de bronce,<br />
grande como una cabeza de toro, repiqueteó<br />
con energía y resonó a través de todas las<br />
paredes. La puerta tardó unos segundos en<br />
abrirse, entraron por la pequeña rendija que<br />
se hizo y la cerraron tras de sí. En el rellano<br />
había una chiquilla joven, de no más de seis<br />
años, que las esperaba con una reverencia<br />
preparada y una bienvenida en los labios.<br />
—Kara, pequeña, llévanos ante Alej.<br />
—El señor Alej está en su estudio, mi hermano<br />
ha ido a avisarle de que tiene visita,<br />
seguidme.<br />
Los ojos le picaban por los humos que corrían<br />
por la casa, con extraños olores especiados<br />
algunos, otros con fragancias de animales<br />
muertos y líquidos sin nombre. Kara caminaba<br />
dando saltitos, como si sus pies desearan<br />
ponerse a bailar en cualquier momento. Los<br />
guió por pasillos ascendentes por el centro de<br />
la torre, donde no había escaleras, y pasaron<br />
puertas de roble barnizadas recientemente<br />
y arcos que daban a más pasillos, engullidos<br />
por la oscuridad.<br />
Alej, el Sabio, los esperaba en lo alto de la<br />
subida, ataviado con una túnica del mismo<br />
celeste desvaído que el de sus ojos.<br />
Aurora se inclinó a sus pies y le besó el<br />
anillo, que indicaba su rango y la orden a la<br />
que pertenecía. Sus labios tocaron la piedra<br />
fría, el jade pulido en las montañas del Lejano<br />
Continente, más allá de donde se encontraban<br />
Ímila y otros muchos reinos. Alej le<br />
ANA GASULL<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
colocó las manos en los hombros y la ayudó a<br />
levantarse.<br />
—No te he visto jamás en Amel y conozco a<br />
cada uno de sus habitantes.<br />
—Es mi amiga, Aurora.<br />
—Aurora…<br />
—Princesa de Ímila —aclaró ella cuando<br />
vio el reconocimiento en sus ojos viejos y cansados—,<br />
única heredera al trono, descendiente<br />
de los reyes de la primavera y las princesas<br />
del mar de los delfines. Pupila de otro de<br />
vuestros hermanos de la orden.<br />
—Sí, sí, ya sabía quien eras, niña. ¿Qué<br />
haces aquí, tan lejos de tu reino y tu palacio<br />
de cristal? ¿Dónde están tu escolta y tus doncellas?<br />
¿Y tus padres? ¿Por qué el rey no ha<br />
preparado un gran festín para vosotros? ¿Y<br />
qué haces viva, aun, si hace poco fue tu decimosexto<br />
cumpleaños? Juraría que deberías<br />
estar muerta, ¿no es así, chica?<br />
—Muerta no —siseó, ofendida por su tono<br />
despectivo y la burla en sus ojos—: sólo dormida.<br />
Alej suspiró y se dio la vuelta hacia una<br />
puerta entreabierta. Dentro, una sala circular,<br />
como toda la torre, daba a la ciudad con<br />
vistas al castillo y a su muralla. El estudio<br />
había sido llenado por objetos de valor sólo<br />
para un intelectual, con estanterías repletas<br />
de libros más viejos que los reinos y sus primeros<br />
reyes, y en el centro se había colocado<br />
un escritorio con una silla de patas altas y<br />
delgadas. A duras penas cabía el dueño por sí<br />
solo, pero fue una verdadera proeza cuando<br />
entraron los tres.<br />
—Muerta, dormida… ¿Qué más da? La<br />
única diferencia es que aun se respira. Pero<br />
no te veo muy dormida.<br />
—Lo estoy. En teoría. Maléfica me engañó<br />
y me pinché con una cosa de esas para hilar.<br />
—Un huso —aclaró el sabio.<br />
—Sí, eso.<br />
—Maestro —interrumpió Dahlia, acercándose<br />
más a él y tomándole las manos—, por<br />
favor, debe ayudarla a regresar. Creemos<br />
que, por alguna razón, su mente ha creado a<br />
un yo paralelo y la ha mandado aquí, mien
tras su cuerpo original se ha quedado en Ímila,<br />
dormida, aguardando…<br />
—Un beso de amor verdadero —escupió—.<br />
Un beso. A las hadas madrinas les encantan<br />
estas cosas y a la más jovencita, todavía más.<br />
Como si antes de los dieciséis pudiera conocer<br />
el amor verdadero. Estaban locas. Te pudrirás<br />
aquí, niña. A no ser que encuentres el<br />
amor verdadero aquí, pero dudo que eso funcione<br />
si este no es tu cuerpo original.<br />
—Maestro…<br />
Suspiró; parecía cansado, como si llevara<br />
mucho tiempo soportando una carga que no<br />
le correspondía.<br />
—Está bien, buscaré qué se puede hacer,<br />
pero no os hagáis ilusiones. Sin embargo…<br />
Se detuvo, inseguro, y se acercó a una pequeña<br />
ventana apartando de su camino todos<br />
sus trastos.<br />
—¿Lo habéis oído? —preguntó, con el ceño<br />
fruncido.<br />
Se acercaron a él mientras abría la ventana,<br />
y de repente les llegó el ruido de las<br />
campanas de las murallas y el castillo, como<br />
un centenar de aullidos de lobos en la noche.<br />
Más allá, el acero chocaba contra el acero<br />
y los chillidos se propagaban como lo había<br />
hecho la peste anteriormente. La carne se le<br />
puso de gallina y ella y Dahlia se agarraron<br />
de las manos.<br />
—Maestro, ¿qué ocurre?<br />
Una de las paredes estalló en mil pedazos<br />
y se abrió un boquete, grande como la cabeza<br />
de un bebé. Se apartaron justo a tiempo,<br />
antes de que una bala de cañón les abriera la<br />
cabeza a todos.<br />
—¿A ti qué te parece, niña? —le graznó, cerrando<br />
de nuevo la ventana de un golpe—.<br />
Seguidme.<br />
No tuvieron tiempo de cuestionarlo, pues<br />
el maestro se precipitó detrás del escritorio<br />
y abrió una trampilla que había debajo.<br />
Dentro, la oscuridad era absoluta, pero él la<br />
iluminó con una de las antorchas que había<br />
encendidas por el estudio, pues la pequeña<br />
ventana no dejaba pasar mucha luz.<br />
Cogió a Dahlia de la muñeca sin delicadeza<br />
LA GUERRERA DE LOS SUEÑOS II<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
alguna y la empujó hacia el agujero y oyeron<br />
su grito mientras desaparecía en la oscuridad.<br />
—¡Los niños! —exclamó Dahlia, desde la<br />
oscuridad.<br />
—Saben lo que deben hacer.<br />
Fue su turno después, y sintió los dedos<br />
huesudos del Maestro en su muñeca, ejerciendo<br />
una presión inaudita para alguien de<br />
su edad. El suelo abandonó sus pies cuando él<br />
la empujó y se vio cayendo al vacío, a través<br />
del agujero de la trampilla y hacia un suelo<br />
cercano, duro y frío.<br />
Al caer, tuvo que rodar rápidamente hacia<br />
un lado, pues temía que Alej le cayera encima,<br />
pero vio como el hombre bajaba tranquilamente<br />
por una escalerilla clavada a la<br />
pared, antorcha en mano, y cerraba la trampilla.<br />
La llama les iluminó los rostros y los<br />
alrededores, y él se colocó delante para guiarlas.<br />
—¿Qué está pasando? —preguntó Aurora,<br />
agarrando a Dahlia del brazo para ayudarla<br />
a mantener el equilibrio sobre el suelo desnivelado.<br />
—La ciudad es atacada.<br />
—No sabía que estuvierais en guerra.<br />
—No lo estamos —aclaró el sabio, pero no<br />
dijo nada más.<br />
Aurora miró a Dahlia en busca de alguna<br />
respuesta más elocuente, pero ella simplemente<br />
se encogió de hombros y siguió caminando.<br />
Tenía el labio superior empapado en sudor.<br />
El suelo y las paredes de piedra estaban fríos,<br />
pero el aire era caliente y húmedo, estancado<br />
en el interior de la tierra, y se enrollaba a su<br />
alrededor como serpientes de vapor. El sudor<br />
les corría por los miembros en ríos de plata y<br />
lava cuando la luz de la antorcha lo alcanzaba,<br />
pero se convertía en aire al poco rato.<br />
Más adelante vieron una luz, pero los portadores<br />
de esa antorcha los habían visto antes<br />
y deshicieron sus pasos. Habían aparecido<br />
de uno de los otros túneles anexados, como<br />
una exhalación, y se acercaron a ellos con la<br />
misma rapidez.<br />
35
36<br />
—¡Maestro!<br />
Un pequeño bulto se enredó entre los pliegues<br />
de su túnica y sus piernas.<br />
—Kara —dijo él, dulcificando el tono que<br />
hasta entonces había estado utilizando con<br />
Aurora—, te dije que en caso de peligro, huyerais<br />
sin mirar atrás.<br />
—Pero sabíamos que erais vos, Maestro, lo<br />
sabíamos.<br />
—No, no lo sabíais. Pero será mejor que<br />
nos demos prisa. ¿Y tu hermano?<br />
—Estoy aquí, Maestro —dijo una vocecita<br />
no mucho mayor que Kara.<br />
De las tinieblas salió un chiquillo parecido<br />
a Kara, pero más alto, que hizo una reverencia<br />
educada y elegante y tomó la antorcha de<br />
manos de la niña.<br />
—Bien, vamos.<br />
Desde la superficie les llegaban los horrores<br />
que la gente sufría; gritos de auxilio y de<br />
dolor, gruñidos feroces que les ponía la piel<br />
de gallina, los aceros chocando entre sí, los<br />
moribundos y los caídos pidiendo misericordia,<br />
el llanto de los niños y los bebés asustados…<br />
Kara y su hermano tenían el miedo<br />
escrito en el rostro, pero ni una lágrima se<br />
había escapado aun de sus ojos.<br />
—Ya falta poco —anunció Alej, con la manita<br />
de Kara entre la suya—. Doblemos por<br />
aquí.<br />
En ese tramo, la pendiente era pronunciada<br />
y peligrosa, y terminaron subiendo a<br />
cuatro gatas, ayudándose de las manos para<br />
poder trepar. El peligro residía en las piedras<br />
que se soltaban mientras se agarraban<br />
a ellas para poder auparse, pues podían desprenderse<br />
en cualquier momento y hacerlos<br />
rodar hacia abajo.<br />
El hermano mayor de Kara fue el primero<br />
en llegar a la cima y se estiró boca abajo para<br />
poder ayudar a su hermana a trepar. Entre<br />
Dahlia y Aurora echaron una mano al Maestro,<br />
que<br />
se debatía con un tramo especialmente empinado,<br />
y lo empujaron hacia arriba mientras<br />
los dos niños lo agarraban de la parte de<br />
atrás de la túnica.<br />
ANA GASULL<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
Finalmente, al llegar, Alej empujó con todas<br />
sus fuerzas hacia arriba y una trampilla<br />
como la de su estudio se abrió con dificultad.<br />
La luz del sol, abrasante, les besó los párpados<br />
y las pupilas, y salieron como pudieron,<br />
arrastrándose por el suelo y manchándose<br />
las ropas con la hierba y la tierra.<br />
Unos cuantos hombres y mujeres los ayudaron<br />
a salir y se aseguraron de que no estuvieran<br />
heridos.<br />
—Linka —exclamó un hombre de mediana<br />
edad, con una barra de pan en las manos<br />
que repartió entre los niños que se agolpaban<br />
a su alrededor—. Linka y sus bárbaros<br />
han atacado la ciudad y se apoderan de ella.<br />
El Rey ha mandado evacuarla, pero muchos<br />
han caído muertos y otros tantos se han rendido<br />
para evitar una masacre. Hemos obligado<br />
a la familia Real a huir, pues habrían<br />
muerto si no. Están más allá, atendiendo a<br />
los heridos y haciendo planes de guerra. Pero<br />
todo está perdido, puedo ver las columnas de<br />
humo desde aquí. Amel ha caído y junto a<br />
ella, Guinna.<br />
Desde donde estaban, aun se podía ver con<br />
claridad la muralla y los edificios más altos<br />
de la ciudad. La torre del sabio oscilaba en<br />
el firmamento, y contuvieron el aliento esperando<br />
a que se derrumbara. Finalmente, la<br />
primera piedra cayó desde lo más alto y la<br />
siguió la torre entera, que se vino abajo como<br />
lo haría un castillo de papel si soplase muy<br />
fuerte el viento.<br />
Aun hacía un precioso día de verano, en el<br />
que los pajaritos piaban sin descanso y un<br />
río llevaba sus aguas dulces hacia el mar. La<br />
hierba estaba fresca y la tierra, caliente. Y<br />
de haber estado en su casa, se habría bañado<br />
en cueros en el lago del Bosque de las Hadas.<br />
Pero no estaba en su casa y debía encontrar<br />
una forma de regresar.<br />
Alej, el Sabio se acercó a ella por detrás y le<br />
colocó una mano en el hombro.<br />
—Mucho me temo, niña, que ya no tienes<br />
forma de regresar. No con mi ayuda, pues todos<br />
mis libros estaban allí.
EL PERGAMINO DE ISAMU VI<br />
EL PERGAMINO DE ISAMU VI<br />
por Ramón Plana<br />
La alta política de Edo entra en escena. Después de un encuentro con soldados de<br />
Takayama, Atsuo descubre una conspiración para matarlo en un duelo, pero el armero<br />
y el ninja le ayudan para evitarlo.<br />
XI<br />
Era Matsumura Hiroto, consejero del shogun, hombre importante en el gobierno, uno de los<br />
fundadores de la milicia y gran amigo del clan Takayama, al que siempre intentaba favorecer.<br />
En su conversación con el samurái, se apartó del camino principal y empezaron a subir la<br />
ligera cuesta en dirección al refugio de Atsuo y Saburo. Se detuvieron a unos metros del grupo<br />
de árboles y eso permitió que oyeran su charla sin ser vistos.<br />
—¡Escucha Obura, ese hombre es muy peligroso para nosotros, debes acabar con él cuanto<br />
antes! —Hiroto reforzaba sus palabras golpeando su mano izquierda con el puño—. Para eso<br />
estás como responsable de mi seguridad, me será fácil exculparte ante el shogun por repeler un<br />
intento de agresión o por matar a alguien en un duelo.<br />
—Y lo haré, Hiroto-san, ese hombre mató a Ebizo y he jurado que acabaré con él. Pero a su<br />
tiempo. Para una venganza no hay que tener prisa. Antes de enfrentarme a él me gustaría conocerlo,<br />
quiero saber cómo hacerle sufrir, hacerle daño en lo que más quiera.<br />
—¿No comprendes que está acercándose demasiado al armero? No quiero que sospeche nada<br />
del acuerdo entre Kaoru y yo. No debe relacionarme con el clan Takayama. Ese maldito preceptor,<br />
al ser un hombre importante para los Hirotoshi, tendrá acceso al palacio, podría descubrirme<br />
ante el shogun. Además, tampoco me gusta que vaya a ver a Isamu. Cuanto más hablen los<br />
dos, más cerca estarán de adivinar nuestras intenciones. Debes hacerlo deprisa, ¡tendrás que ol-<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
37
38<br />
vidarte de tu venganza! —exclamó tajante—.<br />
Ahora sígueme a palacio, el shogun me ha<br />
concedido unos momentos para hablar con él,<br />
y tengo que aprovecharlos. Debo justificar las<br />
expropiaciones que pretendo realizar para la<br />
milicia.<br />
Ambos se alejaron en dirección al jefe de<br />
protocolo que esperaba pacientemente a la<br />
sombra de unas acacias. Luego, después de<br />
los saludos de rigor, se fueron hacia el palacio<br />
charlando animadamente.<br />
Mientras los veían alejarse, Saburo se volvió<br />
hacia su preceptor.<br />
—Atsuo-san, hablaban de ti.<br />
—Sí, eso parece. No les hace gracia que<br />
esté en contacto con Isamu. —Se quedó pensativo—.<br />
Me gustaría saber a qué expropiaciones<br />
se refería Hiroto.<br />
Se acercó de nuevo al lienzo y continuó dibujando<br />
el pequeño estanque con la linterna<br />
de piedra y la torre al fondo. Saburo se asomó<br />
por encima de su hombro y contempló asombrado<br />
los precisos trazos del pincel de su<br />
maestro y la delicada mezcla de los colores.<br />
—¡Atsuo-san! —exclamó sorprendido—.<br />
¿Por qué es más bonito tu dibujo que el natural?<br />
—Porque en el dibujo yo resalto su espíritu<br />
—dijo Atsuo sonriendo.<br />
—¿Me puedes acabar de contar tu historia?<br />
Me tiene muy intrigado lo que pasó con Gorou.<br />
¿Cómo lo llevaste al cobertizo si estaba<br />
tan débil?<br />
—Verás —dijo Atsuo retomando el hilo del<br />
relato—. Cuando Saicho me autorizó a traer<br />
a Gorou al cobertizo, le pedí ayuda a Ori para<br />
esa delicada tarea. El joven monje vino por la<br />
tarde con un borriquillo prestado por alguien<br />
de la aldea. Con él, bajamos por estrechos<br />
senderos de tierra hasta el riachuelo, desatamos<br />
al bruto y lo pusimos sobre el animal.<br />
Estaba tan débil que no hizo esfuerzo alguno<br />
por atacarnos o huir.<br />
»Estuvo en el cobertizo tres semanas sin<br />
levantarse del jergón de paja en que le pusimos.<br />
Durante ese tiempo le curé todos los<br />
días con un ungüento que me hizo Saicho,<br />
RAMÓN PLANA<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
hasta que le sanaron los arañazos. También<br />
le alimentaba con verdura, frutas, legumbres<br />
y algo de carne de aves que cazábamos por<br />
las cercanías. Así fue recuperando las fuerzas,<br />
tomando interés de nuevo por lo que había<br />
a su alrededor y por la vida.<br />
»Le pedí a Ichiro que diésemos las clases en<br />
el pequeño patio que había delante del cobertizo<br />
para no perderle de vista, y él consintió.<br />
Así pasó otro mes, y la pierna y el brazo rotos<br />
fueron soldando y recuperándose bastante<br />
bien, pronto podría levantarse. Entonces<br />
ocurrió lo imprevisto. Gorou pidió permiso<br />
a Ichiro para escuchar nuestras clases, y mi<br />
maestro se lo concedió. Poco a poco su ánimo<br />
por conocer se fue acrecentando y el afán por<br />
la venganza desapareció.<br />
»Saicho también observó el cambio y le dejó<br />
entrar al templo para que encontrase la paz.<br />
También le permitió asistir a las sesiones de<br />
estudio diario que él lideraba sobre el sintoísmo<br />
y el budismo zen. Allí nos juntábamos todos,<br />
analizábamos textos y debatíamos sobre<br />
sus conceptos. Así comenzamos a conocerle, y<br />
él a nosotros.<br />
»Le pregunté a mi maestro el por qué del<br />
cambio de actitud de Gorou, y me dijo: “Verás<br />
Atsuo, la montaña nos trae muchas bendiciones,<br />
pero su verdadera naturaleza es el<br />
propio miedo. Nos enseña a vivir con él, nos<br />
enseña a sufrir, y nos hace conscientes de<br />
nuestra propia pequeñez. Por eso se explica<br />
el cambio de Gorou. Por primera vez se ha<br />
enfrentado a algo que no podía dominar por<br />
la fuerza bruta, y ha dependido de alguien<br />
que tenía sobre él el poder de la vida y de la<br />
muerte. El pasar miedo es la lección más útil<br />
para alguien así. Por suerte para él, no lo mataste<br />
y tuviste piedad”.<br />
»Reflexioné sobre lo que me decía Ichiro y<br />
me di cuenta de que la espada tiene dos usos:<br />
quita la vida, pero también la puede dar. El<br />
cambio continuó para bien. Gorou se integró<br />
en nuestra pequeña comunidad, empezó<br />
a trabajar en pequeñas tareas hasta que se<br />
recuperó. Luego le pidió permiso a Saicho<br />
humildemente para convertirse en aprendiz
de la congregación, y como éste accediera,<br />
comenzó a visitar las aldeas acompañándolo.<br />
Desde entonces no paró de trabajar y servir a<br />
los habitantes de la montaña, aprendiendo de<br />
los monjes jóvenes los rudimentos de la medicina<br />
y la acupuntura, acompañándoles en<br />
sus muchos viajes. Su enorme fuerza y coraje<br />
estaban ahora al servicio de la comunidad.<br />
—¡Vaya Atsuo-san! —exclamó Saburo—.<br />
Ahora lo entiendo. Si perdonas la vida, a veces,<br />
la persona mejora y pasa a ser buena,<br />
pero… ¿cómo sabes si se volverá buena o no?<br />
—Tu cabeza no lo sabrá, Saburo, pero seguro<br />
que tu corazón sí. Por eso debemos mejorar<br />
continuamente nuestra técnica y nuestro<br />
espíritu, para que nunca nos fallen ni la<br />
una ni el otro.<br />
—Vale, la técnica se mejora con la práctica,<br />
pero… ¿y el espíritu, cómo se mejora?<br />
—Pues siguiendo las siete virtudes del<br />
bushido: decisiones correctas, coraje, benevolencia,<br />
respeto, honestidad, honor y lealtad;<br />
y sobre todo ayuda a los demás siempre que<br />
puedas.<br />
—¿Y qué fue de Gorou?<br />
—La última vez que supe de él fue hace<br />
un par de años. Trabaja intensamente por la<br />
comunidad de la montaña; tanto es así que<br />
Saicho lo recomendó al magistrado como alguacil.<br />
Lo hizo también debido al respeto que<br />
inspiraba su fuerza física entre los forajidos.<br />
Y ahora, además de cuidar de la salud de los<br />
lugareños, también cuida de que se cumpla<br />
la ley.<br />
—¡Tuviste buen juicio para tus pocos años<br />
Atsuo-san! Menos mal que no lo mataste.<br />
—¡Sí! Siempre me alegraré de no haberlo<br />
hecho. —Miró el pergamino en el que estaba<br />
dibujando—. ¡Bueno, esto ya está! —exclamó—.<br />
Mira, ahí viene Fujio.<br />
El joven cruzaba el portón saludando a los<br />
samuráis de guardia. Luego continuó por el<br />
sendero acercándose al grupo de árboles en<br />
donde estaban pintando Atsuo y Saburo.<br />
—¡Hola! —dijo con desenfado—. ¿Cómo<br />
van las cosas por aquí? Allí llegué con el permiso<br />
justo a tiempo. Estaban los samuráis de<br />
EL PERGAMINO DE ISAMU VI<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
Takayama diciendo a las chicas que se fueran<br />
de la calle, que allí no se podía dibujar.<br />
Cuando les enseñé el pase llamaron al inspector<br />
jefe de asistentes; éste vino, lo leyó y<br />
dijo que podíamos estar un rato, pero luego<br />
debíamos despejar la calle, pues esperaban a<br />
alguien muy importante. No sabemos quién<br />
podrá ser.<br />
—Bueno —dijo Atsuo—, supongo que será<br />
Hiroto al que esperan, ya que ahora está con<br />
el shogun. Irá a contarles cómo le ha ido la audiencia<br />
y a preparar el siguiente movimiento.<br />
Deberíamos tener alguien en palacio; hablaré<br />
con Isamu de ello. ¡Bueno chicos! Vamos<br />
a recoger, no debemos levantar sospechas.<br />
Fujio, tú vuelve a buscar a Michiko y Aiko.<br />
Nos encontraremos en el viejo cedro que hay<br />
a medio camino yendo a casa.<br />
El joven asintió y comenzó a bajar hacia el<br />
portón. Mientras, Saburo recogía los pergaminos<br />
para guardarlos en el cilindro y empaquetaba<br />
las tintas. Una vez todo dispuesto,<br />
el preceptor y su discípulo comenzaron a<br />
descender por el camino que les llevaba a la<br />
caseta del cuerpo de guardia.<br />
En ese momento, girando por el camino<br />
principal, apareció el consejero Matsumura<br />
Hiroto seguido de su comitiva. Caminaba a<br />
zancadas y traía cara de mal humor, inmediatamente<br />
detrás de él iba el capitán de su<br />
guardia, Obura, seguido por el resto de sus<br />
samuráis. Se dirigían a la puerta principal en<br />
donde esperaban los sirvientes con el palanquín.<br />
El consejero reconoció a Saburo y llamó<br />
la atención de Obura con un gesto. Luego exclamó<br />
en voz alta.<br />
—¡Vaya, qué agradable sorpresa! El primogénito<br />
del clan Hirotoshi —Se salió del camino<br />
dirigiéndose hacia Atsuo y Saburo.<br />
El muchacho le miró desconcertado, luego<br />
reaccionó saludándolo con educación.<br />
—Señor consejero, es un honor que me recuerde.<br />
—Dime joven, ¿qué te ha traído a los jardines<br />
de palacio? —preguntó sonriendo, luego<br />
observó los útiles que llevaban ambos—. ¿Tal<br />
vez la pintura?<br />
39
40<br />
—Así es, Hiroto-san.<br />
—¿Y quién es tu acompañante?<br />
—Perdone que no me haya presentado,<br />
consejero, soy Gonnosuke Atsuo preceptor de<br />
Saburo.<br />
—¡Ah! He oído hablar de usted. Este es el<br />
capitán de mi guardia personal, Obura, un<br />
gran espadachín. ¿Os gusta la esgrima Atsuo?<br />
—Sólo como ejercicio. Me interesan más la<br />
filosofía y la caligrafía.<br />
—Dicen que los expertos en caligrafía dominan<br />
también el arte de la espada —intervino<br />
Obura con una sonrisa—. ¿Tal vez le<br />
apetecería practicar un poco conmigo?<br />
—Cuando nos conozcamos mejor —dijo el<br />
preceptor riendo—, así no me sentiré tan ridículo<br />
a su lado.<br />
—¡Bien! —terció Hiroto—. Me agradará recibiros<br />
en mi casa. —Se quedó pensativo un<br />
momento, luego su cara se iluminó—. ¡Vaya!<br />
Qu buena idea, os mandaré una invitación oficial<br />
para visitarme, se la enviaré a tu madre;<br />
y cuento con que la acompañéis el preceptor<br />
y tú, Saburo. Ahora perdonar, pero tengo un<br />
poco de prisa. Me alegro de haberos visto. Y<br />
saluda a tus padres de mi parte, por favor.<br />
—Lo haré, señor consejero. Yo también me<br />
alegro de veros.<br />
Mientras Hiroto llegaba hasta el palanquín<br />
y se acomodaba, Atsuo y Saburo cruzaron el<br />
portón y bajaron hacia la ciudad. Era cerca<br />
del mediodía y el sol caía con fuerza, la gente<br />
al caminar buscaba la sombra de los árboles.<br />
Poco a poco el camino se iba quedando vacio<br />
al acercarse la hora de la comida. Fueron<br />
hasta el cruce, torcieron a la izquierda y después<br />
de un corto paseo llegaron al enorme<br />
cedro de la carretera, pero los chicos aún no<br />
habían llegado.<br />
Se sentaron bajo sus ramas mientras esperaban.<br />
Saburo miraba al suelo con el ceño<br />
fruncido mostrando preocupación. Acomodó<br />
el cilindro, sacó una calabaza de agua y se la<br />
ofreció al preceptor.<br />
—Atsuo-san, ¿qué haremos si Hiroto nos<br />
invita a su casa?<br />
RAMÓN PLANA<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
—Pues iremos —dijo Atsuo después de beber—.<br />
Sería de muy mala educación que nos<br />
negáramos.<br />
—¡Pero tengo miedo por mi madre! —exclamó<br />
el joven mientras guardaba la calabaza.<br />
—No te preocupes, podemos ir tú y yo; tu<br />
madre no irá si no está tu padre, es lo correcto.<br />
—¿No será una encerrona para hacerte<br />
combatir con Obura?<br />
—Es probable, pero intentaré evitar el<br />
combate y utilizar la encerrona en nuestro<br />
favor —dijo Atsuo con una sonrisa—. Algo se<br />
me ocurrirá.<br />
Se quedaron los dos contemplando pasar a<br />
la gente. Llevaban así un poco cuando oyeron<br />
un pequeño tumulto, y poco después vieron<br />
doblar la esquina corriendo a Fujio, Michiko<br />
y Aiko. Algo más tarde, aparecieron persiguiéndoles<br />
tres guardias con el emblema de<br />
la casa de Takayama en su uniforme.<br />
—¡Alto! Qs he dicho que os paréis —gritaba<br />
el de más edad, jadeando.<br />
—¡No tenéis autoridad para detenernos!<br />
—decía Fujio mirando hacia atrás mientras<br />
corría—. Además, no hacíamos nada.<br />
—¡Eso lo veremos ahora! —exclamó con rabia—.<br />
Detenlos Kuro, antes de que se escapen.<br />
El guardia más joven echó hacia atrás el<br />
brazo armado con una naginata, preparándose<br />
para lanzarla sobre Aiko que iba más<br />
atrasada. Atsuo se adelantó al movimiento y<br />
desplazándose con rapidez intervino sujetando<br />
el arma por el extremo. La inercia de la<br />
carrera hizo que los pies del guardia joven se<br />
levantaran en el aire y él cayera sobre la espalda,<br />
quedándose conmocionado en el suelo<br />
por el golpe.<br />
—¡Maldita sea! —exclamó el guardia—.<br />
¿Cómo os atrevéis a inmiscuiros en los asuntos<br />
de la casa Takayama?<br />
—Porque estos jóvenes son discípulos míos<br />
—dijo Atsuo tranquilamente.<br />
—¡Entonces sois tan culpable como ellos!<br />
Vamos a darle su merecido al maestro de estos<br />
delincuentes —dijo rabioso empujando al
otro guardia contra Atsuo.<br />
La gente se apartaba de la trifulca mientras<br />
miraban, curiosos, para averiguar en<br />
qué quedaba la discusión. Los dos guardias<br />
atacaron al preceptor por lados distintos, intentando<br />
sujetarle los brazos para impedirle<br />
desenvainar la katana.<br />
Atsuo se dejó coger las muñecas. Luego, se<br />
agachó suavemente, arqueando un poco los<br />
brazos para romper la vertical de los guardias,<br />
cruzó el brazo derecho por debajo del izquierdo,<br />
los levantó y pasó por debajo de sus<br />
manos alzadas, girando y levantándose a la<br />
vez. Así, le ganó la espalda al de la mano derecha<br />
mientras que el de la izquierda quedaba<br />
frente a él. El guardia joven, sintiéndose<br />
caer, soltó la mano de Atsuo y se desplomó<br />
entre el guardia de más edad y el preceptor.<br />
Atsuo aprovechó el desconcierto creado con<br />
su técnica para empujar con fuerza al guardia<br />
que quedaba en pie, derribándolo.<br />
Las exclamaciones de la gente comentando<br />
la manera de soltarse de Atsuo sirvieron de<br />
acicate a los guardias para ponerse en pie e<br />
intentar un nuevo ataque.<br />
El más joven, renqueando un poco, atacó<br />
con un golpe vertical, pero fue demasiado<br />
lento y Atsuo lo bloqueó con su mano; luego,<br />
con un fuerte tirón, derribó al guardia quitándole<br />
la naginata con facilidad y tirándola<br />
a su espalda. El segundo le atacó con una<br />
estocada al plexo solar, el preceptor giró dejando<br />
pasar la katana y al quedar el guardia<br />
desequilibrado, le cogió por la muñeca adelantada<br />
colocando el pulgar sobre el nudillo<br />
del dedo medio y, retorciéndola hacia fuera,<br />
giró sobre si mismo derribándolo, mientras<br />
con la otra mano le arrebataba el arma que<br />
siguió el mismo camino que la anterior.<br />
El tercer guardia le miró con desconfianza,<br />
en su cara se veía lo poco animado que estaba<br />
a atacarlo. Se decidió a parlamentar.<br />
—¡Identificaros señor! ¡Y explicar por qué<br />
defendéis a unos truhanes como estos!<br />
—Soy Gonnosuke Atsuo, del clan Hirothosi.<br />
Y estos jóvenes no son truhanes, son mis<br />
pupilos y respondo de ellos. Ya me he identi-<br />
EL PERGAMINO DE ISAMU VI<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
ficado; ahora explicadme vosotros el por qué<br />
de esta absurda persecución.<br />
—Verá excelencia, estos jóvenes estaban<br />
rondando alrededor de la casa del señor<br />
Takayama y cuando les hemos dicho que se<br />
fueran se han negado.<br />
—¡La calle no es vuestra, es de todos! Y<br />
los muchachos están cumpliendo un trabajo<br />
para el que tienen permiso. Si seguís molestándonos,<br />
iré a quejarme al señor Takayama<br />
de vuestra falta de sensatez y vuestra insolencia.<br />
—Atsuo percibió cómo el guardia se<br />
preocupaba, así que insistió—: Tenemos que<br />
cumplir un encargo para el shogun, por lo<br />
que nos veréis a menudo en la calle que tan<br />
celosamente guardáis. Os aconsejo que no<br />
volváis a intentar detenernos o le crearéis a<br />
vuestro señor un montón de problemas que él<br />
no os agradecerá. —Se volvió hacia los chicos,<br />
continuando el camino.<br />
El atribulado guardia murmuró una disculpa<br />
y volviéndose hacia sus dos compañeros<br />
les apremió para que recogieran las armas<br />
y volvieran a su puesto. Esperaba que su<br />
daimio, Takayama Kaoru, no se enterara del<br />
pequeño conflicto, pues era famosa su crueldad<br />
en los castigos a los hombres del clan<br />
que, según su criterio, fallaban.<br />
Al ver que el espectáculo había terminado<br />
y que el calor aumentaba, los curiosos comenzaron<br />
a desfilar cada uno a sus quehaceres.<br />
El grupo de Atsuo siguió su camino, hasta<br />
llegar a la puerta principal de la enorme casa<br />
del clan. Una vez entraron, Atsuo advirtió a<br />
la guardia que estuviesen atentos por si alguien<br />
les hubiera seguido, y luego les dijo a<br />
los chicos:<br />
—Refrescaros y poneros cómodos. Nos vemos<br />
en un rato para ver los dibujos que habéis<br />
hecho y comprobar nuestro avance. Luego<br />
comeremos en la sala.<br />
Y se retiró a sus habitaciones. Separó los<br />
dibujos que había hecho ese día y se sentó a<br />
pensar.<br />
La amenaza del combate con Obura se podía<br />
aprovechar en beneficio del clan, pero<br />
había que idear la mejor manera de hacerlo.<br />
41
42<br />
Debía hablar otra vez con el armero de Edo,<br />
tenían que tratar de tener alguien en el palacio<br />
para enterarse de lo que allí se hablaba.<br />
También quería saber cómo le iba a Nobu con<br />
la caravana de los heridos, tenía la sensación<br />
de que pronto le necesitaría y deseaba que<br />
llegara cuanto antes.<br />
Otra cosa que le inquietaba era la falta<br />
de noticias del ninja Shinzo Kaito, esperaba<br />
que no le hubiese pasado nada, también a él<br />
lo necesitaría pronto. Decidió acercarse esa<br />
tarde a casa de Isamu y comentarle las novedades,<br />
probablemente él sabría algo más y<br />
podría orientarle. Sintiéndose más tranquilo,<br />
se levantó y salió a buscar a los muchachos.<br />
La alegría de la juventud era contagiosa y le<br />
ayudaba a evadirse de los problemas.<br />
XII<br />
Era media tarde cuando Atsuo salió a la calle<br />
en dirección a la casa del armero. La brisa<br />
soplaba del mar trayendo un intenso olor a<br />
salitre y el ambiente era fresco y agradable.<br />
La gente se afanaba en sus trabajos sabiendo<br />
que el sol se pondría dentro de pocas horas.<br />
Caminó un rato sin rumbo para comprobar<br />
si le seguía alguien, luego varió la dirección<br />
bruscamente y se dirigió hacia el barrio de<br />
los artesanos. Llegó a la fuente y se entretuvo<br />
viendo jugar a unos niños; allí comprobó<br />
que no venía nadie detrás de él. Continuó por<br />
el camino del oeste y en unos momentos estaba<br />
ante la puerta de la casa. Allí percibió<br />
de nuevo el olor de las flores, su fragancia le<br />
trajo a la memoria a la dulce Hanako, la hija<br />
de Isamu.<br />
Sonriendo ante el recuerdo, tiró de la anilla<br />
y oyó el tintineo de la pequeña campana en el<br />
interior de la casa. Al poco tiempo, la puerta<br />
se abrió y Hanako le obsequió con una preciosa<br />
sonrisa.<br />
—Atsuo-san, sea bienvenido a nuestra<br />
casa, mi padre le esperaba. —Bajó la mirada<br />
y se retiró dejándole el paso libre.<br />
—Hola Hanako, los dioses te son propicios<br />
y aumentan tu belleza cada día —dijo Atsuo,<br />
arrepintiéndose en el acto de su lisonja.<br />
—Sois muy amable, Atsuo-san —contestó<br />
RAMÓN PLANA<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
ella enrojeciendo sin atreverse a mirarle.<br />
—Disculpa mi atrevimiento, Hanako —dijo<br />
con tono bajo mientras se descalzaba—, el<br />
aroma de tus flores y tu amable voz me han<br />
provocado una sensación de bienestar que me<br />
ha hecho olvidar las buenas formas.<br />
—No tengo nada que disculparos Atsuosan,<br />
lo único que haré será plantar más flores<br />
para agradaros —dijo ella en el mismo tono<br />
bajo, levantando la mirada con una sonrisa<br />
que dejó al preceptor obnubilado.<br />
Atsuo tragó saliva preguntándose por qué<br />
tenía que haber dicho nada. Luego intentó<br />
recobrar la compostura mientras se calzaba<br />
los zoris de invitado. Se irguió, y no pudo por<br />
menos que sonreír él también ante la simpática<br />
y dulce mirada femenina. El episodio se<br />
iba de sus manos, y el hecho le producía una<br />
agradable sensación.<br />
Caminaron ambos hasta la sala principal<br />
y, cuando iban a entrar, se descorrió un panel<br />
de shoji en la pared opuesta, por donde apareció<br />
Isamu seguido de Shinzo Kaito.<br />
—¡Vaya Atsuo! —exclamó el armero—. Me<br />
alegro de verte, no sabes cómo me tranquiliza<br />
que hayas venido.<br />
—Gracias Isamu, necesito tu consejo y me<br />
he adelantado. —Se giró hacia el ninja—.<br />
¡Kaito! Estaba preocupado por no saber nada<br />
de usted en tanto tiempo.<br />
—Hola Atsuo-san, es un placer verle de<br />
nuevo —respondió con una sonrisa el líder<br />
del clan Shinzo.<br />
Los tres se sentaron sobre los tatamis<br />
mientras Hanako salía discretamente y ordenaba<br />
en la cocina que les preparasen un té<br />
de jazmines y unos buñuelos para servirlos<br />
mientras hablaban.<br />
Comenzó el armero comentándoles las noticias<br />
que le trajo el consejero Sinzaemon<br />
Simada, amigo de Isamu y partidario, por<br />
tanto, del clan Hirotoshi. Según le contó, el<br />
shogun había recibido en audiencia al consejero<br />
Matsumura Hiroto, el cuál le había insistido<br />
sobre unas expropiaciones necesarias<br />
para la seguridad de Edo.<br />
Pretendía ampliar la milicia y crear sedes
y acuartelamientos en casas estratégicamente<br />
situadas por la ciudad. Para eso debían ser<br />
expropiadas a sus actuales dueños en interés<br />
del gobierno. Simada había conseguido<br />
la lista a través de una persona cercana al<br />
shogun, y entre las quince casas a expropiar<br />
estaban la de Isamu y la del clan Hirotoshi.<br />
—¡Debemos actuar con rapidez! —opinaba<br />
Isamu—. Pero también debemos pensar el alcance<br />
de nuestra respuesta.<br />
El preceptor les informó de su visita a los<br />
jardines de palacio, su encuentro con Hiroto<br />
y Obura, la invitación de éste a visitar su<br />
casa y de la trifulca con los guardias de Takayama.<br />
—Tenemos dibujos de Hiroto y Obura entrando<br />
en la casa de Takayama, así como el<br />
dibujo de un comerciante que entró poco después<br />
que ellos —aseguró Atsuo—, nos falta<br />
identificar a este último.<br />
—Si va vestido de comerciante debe de ser<br />
Gensai Arata —afirmó Kaito—. Sé que Takayama<br />
le obliga a ir a su casa a la luz del día y<br />
disfrazado de esa guisa.<br />
—Os enseñaré los dibujos para que lo confirméis<br />
—apuntó Atsuo—. Ahora me gustaría<br />
saber por dónde está Nobu con la caravana,<br />
creo que los necesitaremos a todos muy pronto.<br />
—Eso se lo puedo decir yo, Atsuo-san —dijo<br />
Kaito mirándolo—, he estado con él todo el<br />
tiempo. Está a menos de una hora de la ciudad,<br />
esperando que oscurezca para entrar en<br />
la casa con los carros sin que lo vean ojos inoportunos.<br />
Yo me he adelantado atendiendo<br />
a la llamada de Isamu.<br />
—¿La llamada de Isamu? —repitió Atsuo<br />
mirando al armero—. No sabía que estuviesen<br />
en contacto.<br />
El armero de Edo se echo a reír.<br />
—¡Sí! Desde hace mucho tiempo, ¿verdad<br />
Kaito? Velamos por el clan Hirotoshi y por<br />
nosotros mismos —dijo con una sonrisa—.<br />
Las tres casas unidas, con enemigos comunes.<br />
—Así es —afirmó Kaito—. Utilizamos palomas<br />
y mensajes…<br />
EL PERGAMINO DE ISAMU VI<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
—Debajo de la silla de montar —interrumpió<br />
Atsuo sonriendo.<br />
—No es eso exactamente, pero algo parecido<br />
—terminó Kaito riéndose.<br />
—¡Bueno amigos! Tomemos el té —sugirió<br />
Isamu—, y luego vamos a hablar del encuentro<br />
de Atsuo con Obura.<br />
—Es una persona peligrosa —aseguró Kaito<br />
con gravedad.<br />
—¿Qué me podéis contar de él? —inquirió<br />
Atsuo.<br />
—Kaito lo conoce, ¿verdad? —aseguró el<br />
armero.<br />
—Veréis, con la katana es el más peligroso<br />
del clan Gensai. Lo mandaron muy joven a la<br />
escuela Mashashi. Allí pasó cuatro años.<br />
—¡La escuela del aguijón! —exclamó Atsuo<br />
mostrando sorpresa—. Es una escuela de<br />
asesinos y tramposos.<br />
—Veo que la conoces —dijo Isamu mirándole—.<br />
¿Conoces también sus técnicas?<br />
—No, no las conozco. Pero oí hablar de<br />
ellas a Ichiro, mi maestro. Me previno advirtiéndome<br />
que vigilara sus armas durante el<br />
combate y que evitase la corta distancia.<br />
—¿Tú fuiste pupilo de Shiotani Ichiro? —<br />
preguntó Kaito con cara de asombro—. Ahora<br />
me explico la brillante ejecución del golpe<br />
de la golondrina en el bosque. Siempre pensé<br />
que, aunque samurái, eras hombre de libros,<br />
Atsuo-san.<br />
—Y lo soy, Kaito. Pero mi maestro también<br />
me enseñó esgrima.<br />
—Pues si Atsuo ejecuta bien ese golpe, Ichiro<br />
le enseñó bien —aseguró Isamu—. Sólo se<br />
puede ejecutar si se es un virtuoso. Creo que<br />
Obura va a pasar un mal rato, pero debemos<br />
asegurarnos de que sea el último.<br />
Los dos le miraron esperando que aclarase<br />
su comentario.<br />
—Por favor, amigos, acompañadme a mi<br />
dojo. Voy a indicaros en qué consiste la escuela<br />
del aguijón y cómo se les puede vencer.<br />
El preceptor y el ninja se miraron sorprendidos,<br />
levantándose para seguir al armero.<br />
43
44<br />
RICARDO CASTILLO<br />
NO HABRÁ<br />
FINAL FELIZ<br />
por Ricardo Castillo<br />
Un hombre se interpone en la apacible vida de una pareja relajada. La permitida<br />
intrusión atraerá consecuencias que todos van a lamentar.<br />
I<br />
Has pensado en lo que estás haciendo? ¡Es una locura! —Yo intentaba no gritar, pero las<br />
palabras se me aturullaban en la garganta y tenía que echarlas a empujones.<br />
—Sí, Luis, y es lo que siento —me dijo ella sin dejar de hacer la maleta, yendo de un lado para<br />
otro—. No puedo llevar la contraria a mi corazón. Aún soy joven, si no lo hago ahora nunca lo<br />
haré.<br />
—Pero si es que no tienes por qué hacer nada. —Mi discurso iba del reproche a la suplica.<br />
—Quiero hacerlo. De verdad, es lo que siento, no lo cuestiones más.<br />
—¡Carmen, por Dios! ¡Escúchate! ¡Pareces una adolescente!<br />
—¡Prefiero comportarme como una quinceañera que volverme una gallina amargada como tu<br />
madre! ¿Es eso lo que quieres? ¿Qué me parezca a ella, verdad? ¡Pues ya te puedes ir olvidando!<br />
¡Ya te lo dije cuando empezamos, que yo era impulsiva y apasionada, que esto podía pasar!<br />
—¿Pero qué carajo tiene que ver mi madre en todo esto?<br />
Hasta que no cerró la maleta y salió por la puerta no dejamos de discutir. Bueno, si es que a<br />
eso se le puede llamar discutir. Ella se defendía atacando, haciendo requiebros y abriéndome<br />
nuevos frentes, mientras yo iba detrás, intentando que se diera cuenta de la locura que estaba<br />
cometiendo, desesperado, suplicando que no lo hiciera, rebatiendo malamente sus inesperados<br />
ataques y cada vez más desconcertado por los giros que tomaba la conversación. Pero Carmen<br />
seguía, implacable, dando la vuelta a las cosas como solo una mujer acorralada sabe hacer. Y<br />
así lo hizo hasta que se fue. Afuera, las últimas luces del ocaso daban paso poco a poco a la iluminación<br />
artificial de las farolas. Mi novia me estaba dejando y salvajes instintos homicidas se<br />
apoderaban de mí.<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine
II<br />
Carmen y yo llevábamos unos cuantos<br />
años juntos, suficientes para habernos ido a<br />
vivir juntos y conocernos muy bien el uno al<br />
otro. Habíamos desarrollado una gran complicidad<br />
y teníamos una buena lista de cosas<br />
en común, aderezada por otra de puntos en<br />
conflicto, lo justo y suficiente para garantizar<br />
una convivencia tranquila pero interesante.<br />
Siempre he pensado que estar con alguien<br />
demasiado parecido a ti tiene el mismo interés<br />
que salir con un espejo.<br />
Estábamos a gusto, y sorteábamos todos<br />
los problemas con generosas dosis de sinceridad<br />
y amistad. Todo iba como la seda hasta<br />
que, de la manera más tonta, apareció él.<br />
Fue en una fiesta del trabajo. O quizá una<br />
cena. No lo recuerdo bien. Sólo sé que, cuando<br />
Carmen volvió a casa y empezó a contarme lo<br />
que había hecho, me dijo que había conocido<br />
a un futbolista. Sergio, se llamaba. Tenía un<br />
contrato con no se qué marca y la empresa<br />
de Carmen era la encargada de gestionarlo,<br />
así que por eso estaba allí. A ella le hizo mucha<br />
ilusión conocer a un famoso y él estuvo<br />
encantado de que el grupo de compañeros de<br />
Carmen le prestaran atención.<br />
—De todas maneras —dijo ella, pasando su<br />
mano por encima de mí mientras encontraba<br />
la postura en la cama—, creo que es gay. Así<br />
que no hay de qué preocuparse.<br />
III<br />
Empezaron a verse en el trabajo. Sergio<br />
demostró especial interés por Carmen, ya<br />
que pidió que fuera su departamento el que<br />
se ocupara de lo suyo. Cada dos por tres el<br />
futbolista tenía que pasarse por allí para una<br />
sesión de fotos o algo por el estilo, así que avisaba<br />
a Carmen y charlaban un rato. Incluso<br />
se unió a su grupo en los descansos del trabajo.<br />
Carmen reconoció que el chico le parecía<br />
muy atractivo, aunque aún no tenía claro que<br />
no fuera homosexual. También le sorprendió<br />
descubrir lo tímido que era, y aún más saber<br />
que no era tan tonto o iletrado como pueden<br />
parecer los de su profesión. Los compañeros<br />
NO HABRÁ FINAL FELIZ<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
de Carmen hablaban de cine y televisión, de<br />
tendencias culturales, incluso ocasionalmente<br />
de literatura, y él, aunque no intervenía<br />
mucho, siempre prestaba atención y nunca<br />
parecía aburrido, añadiendo alguna observación<br />
casual que demostraba que sabía de lo<br />
que estaba hablando.<br />
IV<br />
Llegó el día en que Sergio mostró un sospechoso<br />
exceso de interés en Carmen. Cuando<br />
pasaba por allí, iba a su mesa a buscarla o le<br />
informaba de sus próximas visitas por email.<br />
Luego empezaron a escribirse más regularmente,<br />
pues a Carmen le resultaba fascinante<br />
tener acceso a un futbolista profesional y<br />
a todos los cotilleos que ello conlleva. Él le<br />
contaba las fiestas a las que acudía, los escarceos<br />
amorosos más sonados, los piques en los<br />
vestuarios, y luego hablaban de gustos y aficiones,<br />
conociéndose poco a poco. Un día él le<br />
preguntó si le gustaban los coches, y ante la<br />
respuesta afirmativa de ella, al día siguiente<br />
la invitó a bajar al parking de la empresa<br />
para contemplar el Ferrari recién comprado.<br />
Incluso la animó a dar una vuelta, pero ella<br />
rechazó alarmada por el qué dirán.<br />
Todo esto me lo contaba Carmen sin dejarse<br />
un solo detalle. No había nada malo, decía,<br />
en aquella relación, solo se estaban conociendo.<br />
Puede que él no fuera tan gay y sí se sintiera<br />
atraído por ella, pero Carmen se sentía<br />
segura, pensaba que sabía lo que hacía. A mí<br />
aquel pampaneo no me gustaba un pelo, pero<br />
confiaba en ella. Y claro, al hablarlo todo y yo<br />
no mostrarme especialmente preocupado, la<br />
culpabilidad por la traición se fue diluyendo<br />
lentamente hasta desaparecer.<br />
V<br />
Para no ser la comidilla de la oficina, Carmen<br />
decidió aceptar la propuesta de salir con<br />
Sergio con una condición: tenían que ir con<br />
los amigos del trabajo. Él accedió y allí que se<br />
fueron todos juntos a cenar. Como eran solo<br />
seis contando a Sergio, no fue hasta el final<br />
de la noche, mientras tomaban unas copas en<br />
45
46<br />
una terraza, cuando el futbolista pudo encontrar<br />
un momento para estar a solas con Carmen.<br />
Ella se había levantado para ir al baño,<br />
y él aprovechó para esperarla a la salida del<br />
aseo de mujeres, haciendo como que hablaba<br />
por teléfono. Casualidades de la vida, colgó<br />
justo cuando ella salía. Qué feliz coincidencia.<br />
Hablaron unos minutos, pero eso le bastó<br />
para confesar a Carmen que le gustaría quedar<br />
con ella a solas. Ella se quedó muy azorada,<br />
balbució un “lo pensaré” y volvió disimulando<br />
lo mejor que podía el sofoco. Luego,<br />
cuando volvió a casa y me lo contó, yo me enfurecí,<br />
diciendo que estaba claro lo que buscaba<br />
ese tío, que estaba claro desde el principio<br />
y que si no lo había dicho era porque confiaba<br />
en que ella se diera cuenta. Al fin y al cabo,<br />
no era la primera vez que hablábamos de ese<br />
gran problema de las mujeres: no querer asumir<br />
que la amistad con un hombre tarde o<br />
temprano degenera en interés sexual. Pero<br />
ella se enrocó y no cedió un ápice, convencida<br />
de que sólo se trataba de amistad y que<br />
era lógico que se lo pidiera, pues no habían<br />
tenido ocasión de hablar a solas. Enfadados<br />
el uno con el otro, nos fuimos a dormir y no<br />
hablamos más del tema.<br />
VI<br />
A pesar de que yo no estaba de acuerdo,<br />
Carmen accedió a quedar con Sergio. Fueron<br />
a comer y pasaron la tarde juntos, charlando<br />
en un café. Ella había tomado la decisión de<br />
que hablaría con Sergio, le pondría las cartas<br />
sobre la mesa y dejaría las cosas claras.<br />
Ella tenía novio y estaba muy bien, no quería<br />
cambiar nada. Sólo buscaba amistad. Él le<br />
dijo que por supuesto, que ya sabía que tenía<br />
novio, que solo quería conocerla mejor. Así<br />
que, contenta por haber aclarado las cosas,<br />
volvió a casa y me lo restregó. Yo no quise<br />
reconocer su victoria, ya que el ser humano<br />
es muy ladino y Sergio bien podía estar fingiendo<br />
una retirada si con eso ganaba tiempo<br />
para lograr la victoria. Ella me llamó paranoico<br />
y por primera vez desde hacía mucho<br />
RICARDO CASTILLO<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
tiempo me sacó el tema que hablamos cuando<br />
nos conocimos: la infidelidad y la confianza.<br />
Hacía años, llegamos a un acuerdo que consistía<br />
en permitir deslices si con ello asegurábamos<br />
la estabilidad en la pareja. Era una<br />
utopía y una gilipollez, ahora lo sé, pero en<br />
aquel momento me pareció una idea interesante.<br />
Confiábamos el uno en el otro, estábamos<br />
bien y valorábamos nuestra relación por<br />
encima de otras cosas, por eso nos permitíamos<br />
mutuamente tener aventuras con el objetivo<br />
de no enclaustrarnos y caer en el tedio.<br />
Había dos condiciones: contarlo siempre y no<br />
buscar otra cosa que no fuera sexo. Con eso<br />
garantizábamos no acabar hartos el uno del<br />
otro. El trato cayó en el olvido cuando ella se<br />
puso celosa de una compañera de trabajo que<br />
me tiraba los trastos y yo me puse celoso de<br />
un conocido de un amigo que hizo otro tanto<br />
con Carmen. Y ahora, después de tanto tiempo,<br />
volvía a sacar el tema, que ya estaba viejo<br />
y oxidado en un rincón.<br />
Lo blandió con fiereza, olvidando la lógica<br />
y haciéndome quedar como un egoísta misógino<br />
que no respeta su palabra. Cuando se<br />
lo rebatí diciéndo que ella había hecho lo<br />
mismo, empezó entonces a usar su argumento<br />
favorito: era lo que sentía y contra eso no<br />
se puede luchar. La pelea terminó con que o<br />
aceptaba que ella hiciera lo que tenía que hacer<br />
o me iba por la puerta. Lo que más me<br />
fascina de las mujeres es su habilidad para<br />
hacer que los hombres tomen la decisión menos<br />
sensata.<br />
Esa noche apenas dormí, preso de los remordimientos,<br />
consciente de que había dado<br />
mi consentimiento tácito a que Carmen se<br />
acostara con Sergio. ¿Y qué otra cosa podía<br />
hacer? Me preguntaba yo. Pero el amor es<br />
ciego y sordo, y nadie mejor que él para anestesiar<br />
los sufrimientos de la realidad.<br />
VII<br />
A partir de ahí los acontecimientos se precipitaron.<br />
Carmen habló con Sergio y le contó<br />
sus intenciones, y él se mostró de acuerdo. A<br />
ver. Qué coño iba a decir. El imbécil.
Quedaron un par de veces más para charlar<br />
y conocerse. Raro era el día que Carmen<br />
y yo no discutíamos a causa de Sergio. Estaba<br />
siempre presente, como una herida en un<br />
mal sitio, esperando agazapada para, cuando<br />
menos te lo esperas, golpearse contra la esquina<br />
de una mesa o el marco de una puerta<br />
y de nuevo empezar a sangrar. Yo estaba<br />
de un humor nefasto, que cambiaba según el<br />
momento, en una especie de maniobra desesperada<br />
por recuperar el control. Si consigo<br />
despertar de nuevo el interés, me decía<br />
mentalmente, si consigo traer recuerdos a la<br />
mente de Carmen, volverá a ser mía y se olvidará<br />
de ese mamarracho.<br />
Obviamente esto no ocurrió, y llegó el día<br />
en el que se acostaron.<br />
VIII<br />
Para mí fue un día asqueroso, horrible, un<br />
pozo negro y ponzoñoso en el calendario. No<br />
tenía ganas de hacer nada a parte de compadecerme<br />
de mi mismo. Pasé la tarde dando<br />
vueltas por casa, arrastrándome del sillón a<br />
la cama, sin decidirme. El sol se fue y llegó la<br />
noche, y aún no tenía noticias de Carmen. No<br />
hay nada mejor para que la imaginación se<br />
dispare que no tener nada que hacer. Visualicé,<br />
con asco e ira, los dos cuerpos juntos, acariciándose,<br />
rodeados de sábanas revueltas y<br />
olor a sudor. Me imaginé a Carmen gimiendo<br />
de placer, un placer dado por otro hombre<br />
que no era yo. Si alguna vez habéis sentido<br />
algo parecido, sabréis a lo que me refiero.<br />
Llevaban ya más de tres horas. ¿Realmente<br />
habían estado las tres horas haciendo lo mismo?<br />
¿Habrían ido a tomar algo? ¿Se habrían<br />
peleado? ¿La tendría amordazada en un armario?<br />
Luego empecé a imaginarme qué contaría<br />
Sergio con sus amigos. ¿Se jactaría de ser un<br />
conquistador? ¿Lo exhibiría como un trofeo,<br />
un triunfo? ¿Presumiría de haberle robado la<br />
novia a un pringado? ¿Y qué dirían sus amigos?<br />
Probablemente le jalearían y le vitorearían<br />
por macho. Hijos de puta.<br />
Era ya medianoche, habían pasado cinco<br />
NO HABRÁ FINAL FELIZ<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
horas desde que quedaron, y por fin tuve noticias<br />
de ella. Volvía para casa, la traía en<br />
coche. En media hora estaba aquí. Suspiré de<br />
alivio para luego volver a sumirme en mi vórtice<br />
de mal humor y desgana.<br />
Carmen me encontró sentado en una silla<br />
frente a la ventana, todas las luces apagadas<br />
y la vista fija en el horizonte de edificios y<br />
rascacielos.<br />
IX<br />
Hablamos mucho. Le pregunté todos los<br />
detalles y me regodeé en mi masoquismo.<br />
Ella le quitó importancia. No hemos estado<br />
las cinco horas, hemos salido a tomar algo y<br />
hemos hablado. No ha sido para tanto. No, no<br />
me ha gustado más que contigo. No, no le he<br />
hecho nada de eso.<br />
Cuando por fin la dejé dormirse, me pasé<br />
toda la noche dando vueltas, sumiéndome esporádicamente<br />
en sueños febriles y ansiosos<br />
en los que, con piernas pesadas y que no respondían,<br />
perseguía a un deportivo que se alejaba<br />
a toda velocidad una y otra vez, envuelto<br />
en el rugido del motor, gemidos de placer y<br />
una risa maníaca.<br />
X<br />
Me hubiera gustado decir que ahí acabó<br />
todo. Pero sabéis que no fue así. Siguieron<br />
viéndose. En vez de perder el interés, como<br />
había dicho Carmen, cada vez estaba más<br />
pendiente de él. Ella veía mil cualidades en<br />
Sergio, y yo no veía nada más que demonios<br />
escondidos esperando para dar un zarpazo.<br />
Dejó de preocuparme mi relación para preocuparme<br />
Carmen. ¿Dónde se estaba metiendo?<br />
¿A dónde iría a parar todo eso? Sergio se<br />
le antojaba un hombre gentil, tímido y bueno,<br />
mientras que yo seguía viendo al ambicioso,<br />
orgulloso, celoso y malicioso futbolista<br />
que se valía de todas las artimañas posibles<br />
para llevarla al huerto. Yo quería hacerla ver<br />
todos los defectos de ese tipejo, todas aquellas<br />
cosas que harían imposible una relación<br />
decente con él, esos detalles que ella nunca<br />
había soportado. Qué puedo decir. Ningún<br />
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48<br />
hombre es profeta en su tierra.<br />
XI<br />
Entonces todo estalló. Pum. Voló por los aires.<br />
De la noche a la mañana, sin comerlo ni<br />
beberlo, Carmen decidió que se iba con Sergio.<br />
Que eso era lo que sentía. La novedad y<br />
las promesas de nuevos horizontes pudieron<br />
más que el resto. Así, sin más.<br />
O bueno, quizá sí se veía venir pero yo no<br />
quise hacerme cargo.<br />
El resultado fue elemental. A la mierda la<br />
confianza, la sinceridad y la estabilidad. A la<br />
mierda nuestra relación. A la mierda yo.<br />
XII<br />
Y en ese punto me encuentro, solo en casa,<br />
con la mitad del armario vacío y una botella<br />
de ginebra que me estoy bebiendo a palo seco.<br />
Ya he repasado toda la historia cien veces,<br />
deteniéndome en los detalles más escabrosos,<br />
paladeando la tragedia. Sigo sin comprender<br />
cómo Carmen no es capaz de verlo, cómo ha<br />
podido caer tan fácilmente en las redes de ese<br />
estafador. La botella está cada vez más vacía<br />
y mis ojos más nublados. Las manos se crispan<br />
alrededor del vaso. Negros pensamientos<br />
empiezan a tomar forma en mi cabeza.<br />
XIII<br />
Sergio es un capullo arrogante, posesivo y<br />
confiado. Eso lo sé, eso lo he visto. Está en las<br />
conversaciones con Carmen, en las historias<br />
que me ha contado. Es un gilipollas. Tendrá<br />
dinero, influencias, poder. Pero no sabe con<br />
quién se está jugando los cuartos. No tiene ni<br />
puta idea.<br />
No soy un hombre malo, ni siquiera soy<br />
agresivo. Pero sí soy vengativo y despiadado.<br />
Una cosa no quita a la otra, creo yo. No me<br />
meto con los demás, pero que los demás no<br />
se metan conmigo. Si lo hacen, pueden darse<br />
por jodidos, porque no voy a parar hasta<br />
destrozarlos. Así que es mejor no tocarme los<br />
cojones.<br />
Dejo el vaso en la mesa con un fuerte golpe<br />
y camino lenta y pesadamente hacia mi me-<br />
RICARDO CASTILLO<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
silla. Saco entero el último cajón y vacío la<br />
ropa sobre la cama. Allí, entre calzoncillos y<br />
calcetines, hay una caja. Dentro, una pistola<br />
de nueve milímetros, un cargador de doce balas<br />
y un silenciador. Como he dicho, soy un<br />
hombre vengativo y despiadado. Y siempre<br />
he estado preparado para cuando las campanas<br />
tocaran arrebato.<br />
Saco la pistola, reviso que todo esté en su<br />
sitio y meto el cargador. Me la guardo en la<br />
espalda y el silenciador en el bolsillo, ya lo<br />
pondré cuando llegue a donde voy. Apago<br />
todo y salgo de casa.<br />
Soy un hombre vengativo y despiadado, y<br />
cuando me hacen enfadar no respondo de mis<br />
actos. Y ahora estoy muy enfadado. Esto no<br />
puede acabar bien.<br />
Alguien tiene que morir hoy.<br />
XIV<br />
Por suerte para mí y desgracia para Sergio,<br />
sé donde vive. Me lo contó Carmen, en uno<br />
de sus breves destellos de arrepentimiento,<br />
esos momentos bajos en los que se apiadaba<br />
de mí, en los que me veía como un perro<br />
apaleado que vuelve siempre con su dueño, la<br />
cabeza gacha y el rabo entre las piernas, dispuesto<br />
a recibir más e incapaz de renunciar a<br />
la lealtad que profesa.<br />
Es un ático, cerca del centro. Memoricé el<br />
número y la dirección por si alguna vez me<br />
era útil. Creo que ella ni siquiera se percató<br />
de la información que me estaba dando, pero<br />
yo la aproveché, guardándomela para más<br />
adelante. Y ahora resulta que es útil. Fíjese<br />
usted qué gracia.<br />
XV<br />
Conduzco como en trance. El trayecto es<br />
un lapso vacío de tiempo, algo que no soy<br />
capaz de recordar más adelante. Sólo sé que<br />
las dudas me han asaltado a medio camino a<br />
medida que el alcohol se va diluyendo. ¿Y si<br />
no estoy haciendo lo correcto? ¿No es un poco<br />
precipitado? ¿Será mejor que deje un poco<br />
de tiempo? A lo mejor ella se da cuenta de<br />
su error y vuelve, arrepentida, avergonzada,
dándome toda la razón del mundo. Sergio es<br />
un gilipollas, cariño. Ya me he dado cuenta.<br />
No, me digo. Imposible. Eso es lo que se espera<br />
siempre. Así se pasan los años, se consume<br />
la vida, esperando y esperando, aguardando<br />
a que las cosas sigan el curso que quieres<br />
para luego descubrir que el río torcía hacia el<br />
otro lado y que ahora ya es muy tarde para<br />
remontar la corriente, que suenan bravas y<br />
delante hay una cascada.<br />
Otra idea sustituye a la anterior. La tragedia.<br />
El drama. Esa pequeña parte que habita<br />
en todos los hombres, esa vena de actores que<br />
nos empuja a disfrutar de nuestro patetismo<br />
e insignificancia, de nuestra desesperación,<br />
a buscar causar la mayor impresión y pena<br />
posibles en nuestros espectadores. Me dice<br />
que salga por la puerta grande. Que no les dé<br />
el gusto de una vida fácil. Que carguen para<br />
siempre, en su conciencia, con la culpa y la<br />
vergüenza. Que carguen con mi muerte. Eso<br />
es. Una entrada arrebatadora. Un golpe de<br />
efecto en el insípido e insustancial guión de<br />
sus vidas. Un discurso que encienda la llama<br />
de la compasión en ella y le haga darse<br />
cuenta de lo que ha hecho. Y después el final.<br />
Blam. En la cabeza, entra por mi sien derecha<br />
y sale por donde quiera, llenándolo todo<br />
de sangre y sesos, una sacudida magistral y<br />
ya no hay vuelta atrás. Solo recordar, para<br />
siempre, que por su culpa se apagó mi vida.<br />
El coche está parado, el motor en silencio.<br />
Al otro lado de la calle, la entrada al edificio.<br />
Las farolas iluminan la noche y en algunas<br />
ventanas ya no se ve luz. Pero sí en el ático.<br />
Aprieto el volante, inmerso en un mar de<br />
dudas. La sed de venganza, de hacerle sufrir,<br />
pugna con el sentido trágico, con el final<br />
dramático y espectacular. ¿Será eso cobarde?<br />
Pero, ¿y qué consigo acabando con él? ¿Me<br />
perdonará ella? ¿Y si vuelvo por donde he venido?<br />
No. Volver jamás. Sé que no es cierto, pero<br />
me digo a mí mismo que he llegado al punto<br />
de no retorno. Ahora sólo queda una opción.<br />
Me bajo del coche y acelero el paso hasta<br />
la puerta, justo a tiempo de llegar antes de<br />
NO HABRÁ FINAL FELIZ<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
que se cierre, abierta unos segundos por un<br />
vecino que acaba de salir.<br />
El vestíbulo, como si fuera consciente de lo<br />
que va a ocurrir, me recibe a media luz, el<br />
ascensor abierto, esperando para elevarme<br />
hacia el acto final.<br />
XVI<br />
Las puertas se abren con un suave tañido.<br />
Hay una única puerta en el descansillo, así<br />
que no queda lugar a dudas. Es blindada,<br />
muy resistente, con lo que sólo se me ocurre<br />
una forma de entrar. Llamo al timbre mientras<br />
enrosco el silenciador.<br />
Me abre un hombre joven, de aspecto cuidado<br />
y físico de deportista, probablemente un<br />
compañero de Sergio. Una ira suave y fría me<br />
invade, y me doy cuenta de que no me importa<br />
quién sea ni lo que ocurra.<br />
A su pregunta responde mi pistola con un<br />
solo disparo, que le abre un agujero de entrada<br />
y otro de salida en la cabeza. Ni siquiera<br />
ha tenido tiempo de verlo venir. Paso por encima<br />
de él como si se tratara de un peluche<br />
grande que alguien ha dejado tirado por el<br />
suelo. El piso es lujoso, bien iluminado, con<br />
muebles caros y elegantes.<br />
Otro hombre de aspecto similar al primero,<br />
quizá un poco mayor, sale de una de las puertas<br />
laterales, llamando al otro por su nombre,<br />
extrañado por el ruido sordo que ha provocado<br />
el cuerpo al caer. Esta vez son dos disparos,<br />
seguidos, tirados sin apuntar desde la cadera,<br />
y que lo mandan al suelo con un par de<br />
agujeros en el pecho. Una parte de mí, la que<br />
no está anestesiada por la terrible sensación<br />
de lo inevitable, se estremece y protesta por<br />
la matanza deliberada. Se calla rápidamente<br />
cuando llego al salón y veo a Sergio y Carmen<br />
abrazados en la terraza, apoyados contra la<br />
barandilla.<br />
Avanzo con tranquilidad, sorteando los<br />
muebles dispersos por la estancia. Ellos me<br />
ven llegar justo cuando atravieso la cortina,<br />
que flota animada por el aire, y salgo a la terraza.<br />
Carmen grita mi nombre. El otro me<br />
mira horrorizado, el rostro congelado en una<br />
49
50<br />
expresión de estupor. Ella se pone por delante,<br />
tapando mi línea de tiro, evitando que lo<br />
mate allí mismo.<br />
Me habla, me grita, me suplica que no lo<br />
haga, que estoy loco, que esto no tiene que<br />
acabar aquí. Pero yo no presto atención. Noto<br />
que la mano me tiembla, que mi pulso es débil<br />
y que las dudas vuelven a asaltarme. ¿Y<br />
ahora qué? Ya no hay vuelta atrás, ahora sí<br />
que no, pero, ¿cómo acabar? ¿Cuál será el<br />
amargo final de esta triste historia?<br />
Sergio se escuda detrás de Carmen. Las rodillas<br />
le tiemblan y alcanzo a ver una mancha<br />
húmeda que baja por su pantalón. Creo<br />
que también está llorando. Qué hijo de puta<br />
gilipollas, Carmen es cien veces más hombre<br />
que él, no la merece.<br />
Ella intenta acercarse a mí, poco a poco.<br />
Está serena aunque grita, manteniendo una<br />
mano por delante, como si apaciguara a un<br />
animal rabioso. Al verla siento lástima, veo<br />
la pena en su rostro, un atisbo que me dice<br />
que realmente esperaba que esto acabara<br />
bien. Me siento mal, culpable, me veo infantil<br />
y fuera de lugar, y me digo que no soy quién<br />
para destrozar su vida. Lo trágico toma su<br />
lugar y me sube a escena entre los aplausos<br />
del público. La serenidad me invade y mis<br />
destrozados nervios se templan, relajados<br />
por la contemplación del futuro inmediato e<br />
ineludible.<br />
Con un suave y medido movimiento, llevo<br />
la pistola arriba y la aprieto contra mi sien.<br />
XVII<br />
Los ojos de Sergio se mueven histéricos, de<br />
un lado para otro, como si buscara a sus amigos<br />
y no comprendiera que puede haber pasado<br />
con ellos. Un brusco embate me impide<br />
terminar mi actuación, y comprendo al instante<br />
que no buscaba a sus amigos, sino que<br />
seguía con la vista la desesperada carrera de<br />
uno de ellos hacia mí. Carmen suelta un grito,<br />
alarmada, y Sergio otro, pero de victoria.<br />
El amigo y yo nos chocamos contra la barandilla<br />
y no caemos de milagro. Me agarra las<br />
dos manos. Es el segundo, el que era mayor,<br />
RICARDO CASTILLO<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
el de los agujeros en el pecho. Al tenerlo cerca<br />
me percato de que no son muy graves, uno<br />
casi ni le ha rozado el costado. Tenía que haberme<br />
asegurado de que estaba muerto.<br />
Forcejeamos, él intentando retorcerme el<br />
brazo, yo intentado volarle la cabeza. Él es<br />
más joven y está en mejor forma que yo, sin<br />
embargo tiene dos heridas de bala en las costillas<br />
y yo sé unos cuantos trucos de forcejeos.<br />
Al final, eso decanta la balanza y, cediendo<br />
levemente a su presión, movimiento que le<br />
pilla por sorpresa, consigo desequilibrarle y<br />
pegar la pistola a su frente. El arma silba y<br />
abre un agujero rojo en el cristal de detrás.<br />
Sergio y Carmen ahogan un grito mientras<br />
el hombre cae al suelo y yo me paso la lengua<br />
por los labios resecos, que me saben a sangre.<br />
XVIII<br />
Sergio, que se debatía hasta hace un momento<br />
entre ayudar a su amigo o un discreto<br />
segundo plano, se lanza contra mi estómago<br />
en un repentino ataque de ira, supongo que<br />
por la muerte de su amigo. La embestida me<br />
pilla por sorpresa y me doblo por la mitad,<br />
soltando el arma, que cae por fuera de la terraza<br />
hacia el suelo.<br />
Carmen empieza a gritar y a ordenarnos<br />
que paremos, pero no le hacemos ningún caso.<br />
Me repongo del placaje y él me suelta dos<br />
puñetazos al mentón. Llevan fuerza, pero el<br />
miedo y los nervios le restan mucha potencia.<br />
Peor para él, pienso.<br />
El tercero se lo paro y le devuelvo un directo<br />
entre ceja y ceja. Yo no estoy nervioso, sólo<br />
siento frío, y eso me da ventaja. Partiendo de<br />
la misma posición, empezamos a intercambiar<br />
golpes y empujones. Él es fuerte y está<br />
entrenado, lo que iguala la pelea.<br />
Recorremos la terraza, tirando sillas y volcando<br />
macetas, incluso rompemos una mesa<br />
de jardín de madera. Sergio coge un madero<br />
astillado y lo blande, intentado atravesarme;<br />
yo lo agarro por las muñecas y empezamos<br />
a forcejear igual que hice con su amigo hace<br />
escasos minutos. Nos desequilibramos y nos<br />
empujamos, dando bandazos por toda la te
NO HABRÁ FINAL FELIZ<br />
rraza. Carmen sigue gritando y, en un acto irreflexivo, se acerca a intentar separarnos. Un<br />
mal giro, un tropezón, y los tres nos estampamos contra la barandilla. Carmen se desequilibra<br />
y el cuerpo que tiene fuera pesa más que el que tiene dentro.<br />
Con un grito que me perseguirá toda la vida, desaparece al otro lado.<br />
XIX<br />
Nos separamos el uno del otro, tratando de agarrar a Carmen antes de que caiga. Pero es<br />
inútil. Llegamos a ver como mueve los brazos, como si quisiera volar, mientras se aleja rápido,<br />
y a la vez muy lento, hacia la calle. Sergio solloza, grita, y yo guardo un espeluznante silencio<br />
cuando en lugar de Carmen sólo queda un manchurrón oscuro y un cuerpo desmadejado.<br />
XX<br />
No hay tiempo para la pena. El futbolista, con el rostro bañado de lágrimas y congestionado<br />
por la ira, se vuelve contra mí, rugiendo de rabia y culpándome de lo ocurrido. Me golpea<br />
varias veces, pero yo no respondo. Aún no he logrado asimilar lo que acaba de ocurrir.<br />
El chico, al ver mi pasividad, vuelve a abalanzarse sobre mí y me estrella contra la balaustrada.<br />
Lo miro con sorpresa, como si acabara de llegar allí y no supiera muy bien qué está<br />
ocurriendo. Entonces lo veo. Otra vez me invade la serenidad, la calma, la capacidad para<br />
apreciar la belleza en medio de la catástrofe. Veo el final perfecto, la salida gloriosa. Sólo hay<br />
una posible, sólo una forma de cerrar el telón. De nuevo el sentido de lo trágico toma posiciones,<br />
solo que esta vez, además de los aplausos entusiastas del público, la orquesta recibe con<br />
sus más heroicos compases a los actores encargados de cumplir con el papel.<br />
Agarrando en un abrazo mortal a Sergio, tomo impulso, pego la espalda contra la baranda<br />
y me dejo vencer por la inercia, arrastrando al joven futbolista conmigo. El grita desesperado,<br />
intentando zafarse a pesar de que ya no hay huida posible. Yo me deleito en la tragedia, dedicando<br />
mis últimos pensamientos a Carmen, pidiéndola perdón y prometiéndola que algún<br />
día, cuando salde mis cuentas en el Tártaro, volveré a reunirme con ella allí donde esté.<br />
Nos precipitamos al vacío. Él, entre llantos y angustia. Yo, sumido en la más turbadora de<br />
las calmas.<br />
La gravedad hace el resto.<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
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BESTIARIO<br />
Revisión de las extrañas y retorcidas criaturas responsables de las desgracias de esta publicación.<br />
Eleazar Herrera<br />
@Sparda_<br />
Cris Miguel<br />
@Cris_MiCa<br />
Ramón Plana<br />
@DocZero48<br />
Ana Gasull<br />
@AnyaFrois<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
Diego Fernández Villaverde<br />
@LordAguafiestin<br />
J. R. Plana<br />
@jrplana<br />
Ricardo Castillo<br />
ricardocastillo68hotmail.es