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Pdf Nº7 - Ánima Barda

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Septiembre 2012<br />

La revista es<br />

de publicación<br />

mensual y se<br />

edita en Madrid,<br />

España.<br />

ISSN<br />

2254-0466<br />

Editor<br />

J. R. Plana<br />

Ayudante ed.<br />

Cristina Miguel<br />

Ilustración,<br />

diseño y<br />

maquetación<br />

J. R. Plana<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> es<br />

una publicación<br />

independiente,<br />

todos los autores<br />

colaboran de forma<br />

desinteresada<br />

y voluntaria. La<br />

revista no se hace<br />

responsable de las<br />

opiniones de los<br />

autores.<br />

Copyright © 2012<br />

Jorge R. Plana, de<br />

la revista y todo<br />

su contenido. Todos<br />

los derechos<br />

reservados; reproducción<br />

prohibida<br />

sin previa autorización.<br />

Búscanos en las redes<br />

sociales<br />

@animabarda<br />

www.facebook.com/<br />

Anima<strong>Barda</strong><br />

Anima <strong>Barda</strong> (g +)<br />

La revista de relatos de ficción<br />

Pulp Magazine<br />

www.animabarda.com<br />

Novela por entregas<br />

LA GUERRERA DE LOS SUEÑOS II • Fantasía<br />

Ana Gasull<br />

EL PERGAMINO DE ISAMU VI • Aventura samurái<br />

Ramón Plana<br />

Relatos cortos<br />

ARMAS GEMELAS • Western<br />

Eleazar Herrera<br />

OJOS DE MUERTO • Terror<br />

J. R. Plana<br />

ESTACIÓN EUROPA • Ciencia Ficción<br />

Diego Fernández Villaverde<br />

MANTIDAE • Erótico<br />

Cris Miguel<br />

NO HABRÁ FINAL FELIZ • Noir<br />

Ricardo Castillo<br />

El resto<br />

UNAS PALABRAS DEL JEFE • Editorial<br />

J. R. Plana<br />

HISTORIAS DEL PULP • De interés general<br />

BESTIARIO • Los autores<br />

Núm. VII<br />

Si quieres contactar con nosotros, escríbenos a respuesta@animabarda.com<br />

32<br />

37<br />

6<br />

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3<br />

4<br />

52<br />

Si quieres colaborar en la revista, escríbenos a redaccion@animabarda.com y te<br />

informaremos de las condiciones.


UNAS PALABRAS DEL JEFE<br />

Unas palabras del jefe<br />

Se está muriendo la suegra y en su agonía,<br />

mira hacia la ventana y dice:<br />

–Qué bello atardecer.<br />

Y el yerno le dice:<br />

–No se distraiga, suegra. Concentradita…<br />

mirando el túnel, mirando el túnel.<br />

Esta Jaimito en su casa y a esto que llegan<br />

unas amigas de su madre. Lo llama su<br />

progenitora para que vaya a saludar y cuando<br />

está allí le dicen las amigas:<br />

–Anda, Jaimito, haznos alguna gracia para<br />

que nos riamos.<br />

–Quita, quita –dice la madre, que se lo<br />

conoce–. Mejor vete ya.<br />

–Que no mujer, déjalo que haga una gracia<br />

–insisten–. Vamos Jaimito.<br />

Entonces Jaimito se queda pensativo un<br />

momento, mira a las señoras y, señalando a<br />

una, dice:<br />

–Hágame el favor, póngase a cuatro patas.<br />

La señora obedece divertida mientras las<br />

amigas se ríen.<br />

–Ahora ladre –dice Jaimito.<br />

–¡Guau, guau!<br />

¡Plam! Jaimito le pega una patada en la boca<br />

a la señora.<br />

–¡Ay, ay! –grita con las manos en los dientes.<br />

–¡Pero Jaimito, qué haces! –grita su madre.<br />

A lo que Jaimito contesta:<br />

–¿No lo has visto? Me quería morder.<br />

Saben aquel que le dice un cirujano al<br />

paciente:<br />

–¿Lo ve? ¿Lo ve? No ha querido usted<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

J. R. Plana<br />

como siempre os acabo soltando una<br />

Y rollo patatero o charla sentimental,<br />

hoy sólo tocan chistes, a ver si así os leéis la<br />

editorial.<br />

Obviamente, los chistes no son míos.<br />

Estáis de suerte.<br />

anestesia para amputarle la pierna y ahora<br />

no para de chillar.<br />

Y contesta:<br />

–No, doctor, es el ruidito de la sierra, que<br />

me da dentera, ¿sabe?<br />

Esto es una señorita que intenta subir<br />

a un autobús pero su falda estrecha<br />

se lo impedía. En esto que se la sube hasta<br />

los muslos dejando al aire el liguero. Y un<br />

matrimonio que estaba en la parada la mujer<br />

le dice al marido:<br />

–Paco, ¿no te parece indecente, lasciva<br />

y obscena la forma que tienen de mirar los<br />

hombres a esta chica que sube el autobús?<br />

Y dice el tío con los ojos desorbitados:<br />

–¿Qué autobús?<br />

E ra un manicomio y un día el director<br />

coge a tres locos para ver si les puede<br />

dar el alta y les dice:<br />

–Venid aquí. -Se acercan los tres-. A ver tú,<br />

seis por seis, ¿cuánto es?<br />

Y dice el tío:<br />

–Febrero.<br />

–Vale, de puta madre.–Le dice a otro–: Tú,<br />

seis por seis.<br />

–Mil.<br />

–Vale, de un nido también. –Le dice al<br />

tercero–: Tú, seis por seis.<br />

Y dice el tío:<br />

–Treinta y seis.<br />

–Coño –dice–. ¿Y cómo has llegado a esta<br />

conclusión?<br />

–Muy fácil, he dividido febrero por mil.<br />

3


4<br />

Historia del Pulp<br />

Black Mask fue uno de los pulp magazine<br />

culpables de que la novela policíaca alcanzara<br />

semejante éxito en Estados Unidos.<br />

Fundada en 1920 a manos del crítico<br />

teatral George Jean Nathan y el<br />

periodista H. L. Menkel, Black Mask no nació<br />

con la finalidad de publicar exclusivamente<br />

relatos o novelas policíacas; ese salto tuvo<br />

lugar en 1933. Hasta entonces, Black Mask<br />

ofrecía cinco temáticas diferentes en su<br />

interior, de hecho se anunciaba como la<br />

revista con “las mejores historias de aventura,<br />

las mejores historias de misterio y detectives,<br />

los mejores romances, las mejores historias<br />

de amor y las mejores historias de lo oculto”<br />

Después de ocho números, los fundadores<br />

Mencken y Nathan consideraron que la<br />

inversión inicial de 500 dólares ya había sido<br />

suficientemente rentabilizada y vendieron<br />

la revista a sus editores por 12,500 dólares.<br />

En 1926, Joseph Shaw se hizo cargo de la<br />

dirección editorial, el cual convirtió la revista<br />

en una salida para la creciente escuela de<br />

escritores de crimen, liderados por Carroll<br />

John Daly. De hecho, el personaje de Daly, el<br />

detective Race Williams, se estableció como<br />

modelo para muchos detectives privados<br />

posteriores, de carácter tosco y espabilado y<br />

lengua afilada.<br />

Posteriormente, Black Mask publicó a<br />

otros autores como Dashiell Hammett, Erle<br />

Stanley Gardner, Paul Cain o Raymond<br />

Chandler. El autor George Harmon Coxe<br />

creó “Casey, el fotógrafo del crimen”, que<br />

se convirtió en una franquicia mediática<br />

con novelas, películas, televisión, radio y<br />

comic. Ocasionalmente, Black Mask también<br />

publicó algunas historias de aventuras y del<br />

oeste.<br />

Aunque al principio se conoció a la revista<br />

por sus autores masculinos, también publicó<br />

a un gran número de escritoras de novelas<br />

de misterio, entre ellas Marjory Stoneman<br />

HISTORIA DEL PULP<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

Douglas, katherine Brocklebank o Dorothy<br />

Dunn. La revista era un éxito y muchos de<br />

los escritores cosecharon grandes ventas y<br />

una excelente opinión entre la crítica.<br />

A principios de los 30, Black Mask estaba<br />

en lo más alto de sus ventas. Sin embargo, los<br />

lectores empezaron a perder interés según<br />

se expandían la radio, el cine y otros pulp<br />

magazines de la competencia. En 1936, Shaw,<br />

que se negaba a recortar el ya escaso salario<br />

de los escritores, renunció, y muchos de los<br />

escritores de mejor calidad abandonaron con<br />

él. Su sucesor, Fanny Ellsworth, se las apañó<br />

para atraer a nuevos escritores, pero a pesar<br />

de sus esfuerzos la revista cesó su publicación<br />

en 1951. Fue resucitada en 1985 para volver<br />

a desaparecer en 1987 debido a una disputa<br />

sobre los derechos del nombre.<br />

Esta revista fue el pulp magazine que<br />

inspiró a Quentin Tarantino para hacer Pulp<br />

Fiction. Originalmente, el título de la película<br />

iba a ser Black Mask, pero al final el director<br />

decidió cambiarlo.


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<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

5


6<br />

ELEAZAR HERRERA<br />

ARMAS GEMELAS<br />

por Eleazar Herrera<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine


El ferrocarril es el futuro, y por él deben<br />

hacerse varios sacrificios. El primero es<br />

destruir la aldea de los Pluma Negra, que<br />

se interpone entre dos ciudades comerciales<br />

muy importantes. Al principio fuimos<br />

en son de paz, con banderas blancas y<br />

sombreros ridículos, para hablar con el jefe<br />

de la tribu y llegar a un acuerdo. Lejos de<br />

colaborar, el jefe nos amenazó con destrozar<br />

los raíles si East Way no da marcha atrás<br />

en el proyecto. Sí..., éramos dos, Machine<br />

y yo, contra una horda de comanches<br />

enfurecidos, pero el muy necio se ha puesto<br />

de su parte. Y ahora no sé a quién disparar<br />

primero.<br />

ARMAS GEMELAS<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

¿<br />

Qué harías si tu mejor amigo, tu aliado,<br />

ése que te cubría las espaldas en mil y<br />

un batallas, decidiera pasarse al otro bando?<br />

¿A quién disparas, ahora que estás rodeado<br />

por un centenar de cuchillos y una escopeta?<br />

La respuesta sería fácil si no fuera Machine<br />

el que sujetara el arma.<br />

Pero dejadme que os ponga en antecedentes…<br />

El tío del sombrero rancio y yo somos amigos<br />

desde que tengo uso de razón. Crecimos<br />

en el mismo condado, y juntos compramos<br />

nuestra primera pistola. El destino nos separó<br />

durante unos años en los que yo pasé a<br />

formar parte de East Way S.A, una compañía<br />

ferroviaria, y él… bueno, quién sabe qué<br />

hizo. Nunca me lo contó. Machine es esencialmente<br />

molesto y misterioso. Tras ese tiempo<br />

volvió con una cicatriz en el hombro, pero no<br />

sé nada más allá; pudo haber sido desde un<br />

caimán a una pelea por una camisa granate.<br />

Le encanta ese color.<br />

Ahora lleva puesta la misma camisa que<br />

llevaba el día en que, de nuevo, se cruzaron<br />

nuestros caminos. Granate y a rayas grises,<br />

con una línea de volantes paralela a los botones.<br />

El reencuentro no ha sido nada especial.<br />

Nos estrechamos la mano, simplemente, y él<br />

me confiesa que Green Way le ha contratado<br />

para un asunto con un poblado indio. Pido a<br />

mis superiores de East Way, la otra compañía<br />

aliada, permiso para poder acompañarle,<br />

y no ven ningún inconveniente. Yo tampoco.<br />

¿Cómo voy a imaginar que sería traicionado<br />

de esta manera?<br />

Los Pluma Negra llevan toda la vida avituallados<br />

aquí, a caballo entre Cheyenne y<br />

Denver, dos capitales con un acuerdo fronterizo<br />

para el intercambio de mercancías. La<br />

construcción del ferrocarril se ha convertido<br />

casi en una obligación para los dirigentes de<br />

ambos estados, y es por eso que han mandado<br />

a los vaqueros más fuertes y conocidos a<br />

reubicar a las aldeas que se interpongan en<br />

su camino.<br />

Llegamos tras cabalgar varias millas y alzamos<br />

un campamento a un kilómetro del<br />

7


8<br />

poblado. Al principio todo va como debía ir:<br />

Machine y yo trazamos una estrategia sorpresiva<br />

y especulamos acerca de las reacciones<br />

que provocaría en sus habitantes. Después,<br />

bueno, la conversación tomó otro rumbo; hablamos<br />

de nuestras cosas, de la última vez<br />

que nos vimos y de aquella mujer, Rosela, de<br />

la que nos enamoramos y por la cual nos peleamos.<br />

Como dos adolescentes en cuerpos de<br />

adultos. Encaprichados hasta la médula.<br />

Raya la aurora, y con ella, nos dirigimos<br />

hasta las lindes del poblado. No sabemos<br />

exactamente qué esperar, pero seguimos a<br />

pies juntillas nuestro plan. Yo arremeto desde<br />

la retaguardia, cargándome a docenas de<br />

analfabetos. Cuando todas sus atenciones<br />

están volcadas en mí —pobres, ¡pobres ilusos!—,<br />

Machine sale de su escondite y captura<br />

como rehén a la mujer del tal Gran Cuervo,<br />

el jefe de la tribu.<br />

Y aquí todo se tuerce.<br />

No sé qué ocurre exactamente. Le pierdo el<br />

rastro cuando se lleva a la mujer a una tienda.<br />

Espero durante todo el día en mi puesto<br />

a que salga, en vano: tras la cortina floral de<br />

aquella choza solo veo una columna de humo<br />

irguiéndose hasta el cielo. Incluso cuando salen<br />

la luna y las estrellas, Machine sigue sin<br />

aparecer.<br />

Nunca lo he dado por muerto, aunque de<br />

haberlo hecho, no habría dilema ahora. Algo<br />

ha hecho esa bruja. Algo lo ha cambiado, estoy<br />

seguro de ello. Machine es terco como una<br />

mula. Solo las artimañas de un chamán podrían<br />

doblar su voluntad…<br />

En el cuarto anochecer doy a Machine por<br />

perdido. Quién sabe qué clase de brujería se<br />

lo ha llevado. Vuelvo a mi campamento: es la<br />

hora de pasar a la acción. Me pongo una camiseta<br />

blanca y unos tejanos lisos a juego con<br />

las botas de espuelas. Me ato un pañuelo rojo<br />

alrededor del cuello y me desabrocho un par<br />

de botones de la camisa. Después me alboroto<br />

el pelo y coloco el sombrero.<br />

Ah, sí. Un vaquero como Dios manda.<br />

Me armo hasta los dientes y camino a paso<br />

lento —ensayando la pose de vez en cuando:<br />

ELEAZAR HERRERA<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

nadie debe perder las formas, ni en el peor de<br />

los casos— hasta la entrada del poblado. Antes<br />

de que un Pluma Negra me divise desde<br />

su atalaya, saco mi revólver y le pego un tiro.<br />

El cuerpo cae con un ruido seco en el suelo<br />

árido, levantando una polvareda. No es el cadáver<br />

quien les alerta de mi presencia, sino<br />

el dulce eco de la pistola que rebota por una<br />

cordillera lejana.<br />

De inmediato los Pluma Negra forman un<br />

semicírculo en torno a la frontera. Aunque se<br />

encuentran a una distancia prudencial, veo<br />

que algunos portaban arcos, machetes, cuchillos,<br />

o piedras. Nos observamos en silencio.<br />

Cualquier movimiento provocaría una sangría.<br />

Tomo aire sin mover demasiado el pecho;<br />

ellos no mueven ni un milímetro de su<br />

cuerpo.<br />

Así paso horas, o eso me parece, hasta que<br />

el círculo se rompe por la llegada de Cuervo,<br />

el jefe de la tribu. Desarmado, anoto mentalmente.<br />

—Yo venir a hablar. Paz. Paz siempre.<br />

Ni paz ni hostias, pienso, aunque no digo<br />

nada.<br />

—Si tú bajar las armas, Plumas Negras<br />

también. Hablar mejor opción —insiste.<br />

Amartillo el revólver y le apunto. La aldea<br />

entera se tensa, pero Cuervo no hace ademán<br />

de defenderse.<br />

—¿Dónde está Machine? Le habéis matado,<br />

¿verdad?<br />

—¿Tú querer ver hombre blanco?<br />

Asiento lentamente, a sabiendas de que es<br />

una trampa.<br />

—Si tú no disparar, yo traer hombre blanco.<br />

Una expresión de sorpresa se acomoda en<br />

mi rostro. Ni mis mejores años de entrenamiento<br />

podrían disimularla. Aprieto el gatillo<br />

sin soltarlo. Mi mente me grita «¡TRAM-<br />

PA, TRAMPA!» una y otra vez.<br />

—¿Está vivo? ¿Dónde le retenéis? Juro por<br />

Dios…<br />

—Vivo —repite.<br />

Su férreo asentimiento me hace dudar. Machine<br />

puede estar secuestrado. Después de


todo, los Pluma Negra pueden haberle sonsacado<br />

mi parte del plan. Una vez advertidos<br />

solo tendrían que esperarme.<br />

—Traédmelo o disparo. Dispararé de verdad.<br />

—No encuentro a la mujer de Cuervo<br />

entre la multitud. Sin duda, está con Machine.<br />

Cuervo retrocede sobre sus pasos y se interna<br />

en una de las tiendas. Entre tanta diadema<br />

de plumas no puedo reconocer el rostro<br />

de Machine en el extraño que acompaña a<br />

Cuervo y a la mujer india. No sé su nombre.<br />

Nunca lo sabré.<br />

Una planta rodadora rompe el silencio.<br />

Tanto los Plumas Negras como yo nos hemos<br />

quedado absortos en nuestros pensamientos.<br />

Quizás es que el siguiente movimiento depende<br />

enteramente de lo que trajera Cuervo.<br />

Y ha traído a Machine.<br />

No veo nada que no sea la escopeta cargada<br />

en su hombro… apuntándome. Ni su rostro,<br />

ni su camisa, el poblado entero se desvanece.<br />

Machine me apunta con un arma. A mí, su<br />

aliado. Y va en serio.<br />

Si pudiera, huiría del presente.<br />

—¿Qué haces? —balbuceo con la mandíbula<br />

desencajada.<br />

—Vas a volver por donde has venido —responde<br />

él, impertérrito— y vas a decirles que<br />

has cambiado de idea. El ferrocarril puede<br />

bordear el poblado.<br />

Alzo las cejas. No puedo dar crédito a mis<br />

oídos. Machine está embrujado, enfermo,<br />

enajenado, cualquier adjetivo valdría para<br />

describir su locura. Rodear la aldea significaría<br />

aumentar los costes de producción, y<br />

¿acaso los estados podrían afrontar tal cantidad<br />

de dinero? Machine parece leerme el<br />

pensamiento, porque añade:<br />

—Somos marionetas de las grandes corporaciones,<br />

amigo. Más que vaqueros, parecemos<br />

sicarios. «Machine, necesito que vayas a<br />

Colorado y desahucies a una familia que no<br />

tiene dinero ni para comer, y después quizás<br />

tengas tiempo para matar un par de indios<br />

imbéciles al otro lado de Estados Unidos». ¿A<br />

ti qué te han prometido? Yo tengo dos millo-<br />

ARMAS GEMELAS<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

nes de dólares esperándome en casa. ¿Qué<br />

voy a hacer con ellos? No quiero gastarlos<br />

sabiendo que me he cobrado vidas inocentes.<br />

Tú tampoco deberías.<br />

Intento recomponer mi postura, analizando<br />

cada palabra que sale de su boca. No sé<br />

qué clase de brujería es esta, pero parece convincente.<br />

¿Han lavado el cerebro a Machine,<br />

el de la férrea voluntad, el cowboy coqueto?<br />

No paro de darle vueltas. No me cabe otra<br />

posibilidad en la cabeza, pese a que muy en el<br />

fondo creo que su discurso es verdadero.<br />

Sin embargo, no dejo traslucir mis impresiones.<br />

Aprieto los labios y finjo. He de ponerle<br />

a prueba.<br />

—¿Cuatro días, Machine? ¿Estos… aborígenes…<br />

te han comido la cabeza en cuatro<br />

días? No te reconozco. ¿Qué te ha hecho esa<br />

mujer? —La señalo, cabeceando. No me gusta,<br />

pero voy a ser grosero—: Te la has tirado,<br />

¿verdad? Le has prometido el cielo y la tierra<br />

a cambio de un buen polvo. Eres un animal<br />

de costumbres…<br />

Como movido por un resorte, Cuervo da un<br />

paso hacia delante y me derriba de un puñetazo.<br />

Tiene el semblante arrugado por la<br />

ira. Desde el suelo, veo que está a punto de<br />

propinarme una patada, pero ella lo agarra<br />

del brazo y tira de él hacia atrás. Cuervo se<br />

lo piensa mejor, porque me escupe y vuelve a<br />

su posición.<br />

Permanezco inmóvil durante unos instantes,<br />

sopesando mis opciones. Primero voy a<br />

confeccionar una lista de cosas que no puedo<br />

hacer:<br />

LISTA DE COSAS QUE NO PUEDO HA-<br />

CER<br />

1) Atacar desde mi posición. Necesitaría<br />

un disparo certero.<br />

2) Devolverle el golpe a Cuervo. Machine<br />

me volaría la cabeza.<br />

3) Hablar desde el suelo. Me rodearían.<br />

4) Huir como un cobarde. Me perseguirían.<br />

Como siempre, lo mejor está cogido. Vea-<br />

9


10<br />

mos qué puedo hacer en realidad…<br />

LISTA DE COSAS QUE PUEDO HACER<br />

1) Levantarme y hablar civilizadamente.<br />

2) Coger la piedra que hay a mi derecha y<br />

guardármela por si las moscas.<br />

3) Quedarme así hasta que se olviden de<br />

mí.<br />

No son grandes opciones. Descarto la tercera<br />

y agarro la piedra rápidamente. Los indios<br />

se tensan, pero al ver que me la guardo en<br />

el bolsillo delantero de la camisa, respiran y<br />

retroceden.<br />

—Voy a levantarme —advierto, y lo hago<br />

despacio para que puedan observar cada uno<br />

de mis movimientos. Una vez en pie, me recoloco<br />

el sombrero sin soltar el revólver. Inspiro.<br />

Espiro. Vamos allá—: Bien, hablem…<br />

Una bala me vuela el sombrero y yo doy un<br />

par de zancadas hacia atrás, sobresaltado. El<br />

sonido del disparo ha sido atronador. ¡Joder!<br />

¡Hasta los indios se han asustado! La escopeta<br />

exhala una bocanada de humo que nos<br />

envuelve, como otorgándome una prórroga.<br />

—¿Pero qué narices haces, Machine? ¿Es<br />

que estás loco?<br />

—Voy a quedarme aquí, con los Plumas<br />

Negras.<br />

—Pues yo no puedo permitírtelo. —Eres<br />

mi amigo, me habría gustado decirle, pero no<br />

hay lugar para confesiones—. Me temo que<br />

las obras deben continuar tal y como estipula<br />

East Way. Es mi trabajo. Lo siento, Machine.<br />

Pero aún estás a tiempo de volver conmigo.<br />

Se instala un nuevo silencio.<br />

Machine me escudriña largamente con la<br />

mirada. Duda, pues no sabe si hace bien en<br />

abrir la boca.<br />

—Cuando llegamos aquí, tenía claro lo que<br />

íbamos a hacer: entrar, destruir el poblado<br />

y volver a por nuestra recompensa. Reconozco<br />

que he pensado así durante muchos años,<br />

es una estrategia que me ha durado mucho<br />

tiempo. La vida me ha sonreído casi siempre<br />

y gracias a esto no me falta ni dinero ni salud.<br />

Pero cuando secuestré a Cuervo Blanco,<br />

ELEAZAR HERRERA<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

las cosas cambiaron.<br />

Ya lo sé, añado mentalmente. Ya lo sé.<br />

—Nos metimos en su tienda. Mi plan era<br />

esperar a que viniera Cuervo y obligar al poblado<br />

entero a hacer las maletas. Mientras<br />

esperaba su llegada, Cuervo Blanco empezó<br />

a hablarme. Tiene una voz suave y rasgada<br />

como el aleteo de un pájaro, pero eso no es lo<br />

importante. Me habló de sus sueños. ¿Sabes?<br />

Cuando un Pluma Negra asciende al poder,<br />

él y su mujer deben pasar la noche al raso<br />

para hablar con las Aves Estelares. Los sueños<br />

les indicarán el camino del buen líder.<br />

»Cuervo Blanco me contó que había visto<br />

cómo dos Aves Estelares caían del mismo cielo,<br />

hiriéndose de gravedad. Nunca más volverían<br />

a volar, nunca más volverían al lugar<br />

donde pertenecen. Así, una se tenía a la otra,<br />

pero sus ambiciones eran muy diferentes.<br />

Mientras una se negó a creer que quedaría<br />

postrada en tierra para siempre, la otra aceptó<br />

su destino y evolucionó hasta tomar la forma<br />

de un ave con plumas. No podría volver a<br />

las estrellas, pero podría planear y surcar la<br />

tierra con sus nuevas alas.<br />

»Esos somos tú y yo. ¿Lo entiendes? El ferrocarril<br />

no hace falta. ¡El mundo no necesita<br />

más esclavos!<br />

Un murmullo de conformidad recorre la aldea<br />

india. No puedo creer que Machine lo deje<br />

todo por el delirio nocturno de una persona.<br />

Es inconcebible, aunque empiezo a creer que<br />

es verdad.<br />

—Tienes todo lo que quieres, ¿y vas a dejarlo?<br />

¿Así sin más, ya está? ¿Se acabó? ¿Vas<br />

a quedarte con los Plumas Negras para siempre?<br />

—No he hablado de quedarme —replica él,<br />

evitando mirar a Cuervo Blanco—. Cuando el<br />

poblado esté a salvo me marcharé.<br />

—¿Y a dónde irás?<br />

—No lo sé. Lejos.<br />

Bueno, ¿y ahora qué? ¿Qué se supone que<br />

tengo que hacer yo? Quiero contestarme, pero<br />

Machine, una vez más, se adelanta:<br />

—Resolveremos este asunto como verdaderos<br />

vaqueros. —Se hurgó en el bolsillo y sacó


dos balas que fueron directas a la cámara.<br />

Luego deslizó la barra y puso el seguro—. Tenemos<br />

un campo maravilloso para batirnos<br />

en duelo. Vamos. Nos situaremos cerca de<br />

aquella colina —señaló con el dedo un montículo<br />

fuera del área de la aldea— y contaremos<br />

veinte pasos. Ya sabes lo que hay que<br />

hacer después.<br />

Machine se dirige hacia allí sin esperar mi<br />

respuesta. Observo las caras de incredulidad<br />

de los indios, que tampoco esperaban esta reacción<br />

y me pregunto qué narices pasa. Yo no<br />

quiero batirme con Machine; primero porque<br />

es mi amigo, y segundo porque no quiero morir.<br />

El duelo estará muy igualado.<br />

—No quiero hacerlo —digo en voz alta para<br />

que pueda oírme.<br />

—Entonces te dispararé ahora.<br />

Me giro rápidamente y veo la escopeta a<br />

pocos pasos de mí. Machine la sostiene tranquilo.<br />

Trago saliva.<br />

—Está bien, está bien.<br />

Él retira el arma y retoma la marcha. Le<br />

sigo, no sin antes devolver la vista atrás hacia<br />

los Plumas Negras.<br />

Doscientos un pasos. Ésa es la distancia<br />

que me separa del poblado. Llego a la altura<br />

de Machine, que tira la escopeta al suelo y el<br />

arma gemela de mi revólver, y nos miramos.<br />

“¿De verdad vamos a hacer esto? ¿En serio?”,<br />

le grito mentalmente. Los ojos de Machine<br />

son irreflexivos como siempre. Si nunca<br />

pude ver más allá de ellos, no espero hacerlo<br />

ahora.<br />

—Quince pasos a partir de aquí. Suerte.<br />

—Machine —le llamo antes de que se marche—.<br />

No hay vuelta atrás, ¿no?<br />

—No.<br />

—Voy a matarte.<br />

—Quién sabe.<br />

Y empieza a contar.<br />

Uno, dos, tres… Huello el terreno con convicción,<br />

pensando en que Machine ha perdido<br />

la cabeza. ¿Quién perdería toda su fortuna<br />

por un puñado de indios estúpidos? ¿Quién,<br />

ARMAS GEMELAS<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

en su sano juicio, renunciaría al transporte<br />

que cruza millas en apenas horas? ¿Acaso no<br />

sabe que el mundo está cambiando, y hay que<br />

adaptarse a él?<br />

Cuatro, cinco, seis… Siempre habrá vencedores<br />

y vencidos, es ley de vida. En el fondo<br />

es una oportunidad para los Pluma Negra<br />

entrar en la era de la Civilización y dejar<br />

atrás su rudimentaria forma de vida. ¡Cazar<br />

búfalos con hachas y arcos! ¡Salvajes! ¡Y esas<br />

ridículas cintas con plumas! ¿Predecir el futuro<br />

a través de los sueños? Eso me huele a<br />

droga dura. Y no quiero pensar en la de enfermedades<br />

que sufren en esta tierra yerma.<br />

Siete, ocho, nueve… Pero ellos son felices.<br />

No les afecta el ajetreo de la ciudad. Son ajenos<br />

al ruido de las tabernas, a las peleas entre<br />

borrachos, a las infidelidades por unos<br />

minutos de placer. Viven inmersos en una<br />

vida de leyenda. Es cierto que es difícil encontrar<br />

un silencio tan envolvente como el de<br />

aquí; he sabido apreciar el vacío que dejan los<br />

edificios y las estrellas.<br />

Diez, once, doce… Echo a temblar. Ya no<br />

puedo retractarme o salir corriendo. Si lo hiciera,<br />

Machine me liquidaría de un disparo.<br />

¿Qué vale más, mi vida o la suya? ¿Sus convicciones<br />

o las mías? ¿Los Plumas Negras o<br />

el ferrocarril?<br />

Trece, catorce, quince.<br />

Disparo.<br />

Una bala impacta en mi pecho y me desplomo<br />

sobre la grava. Machine también. Nuestra<br />

puntería no ha cambiado nada.<br />

Nada salvo que él está muerto y yo no.<br />

Con una mano temblorosa, extraigo la piedra<br />

del bolsillo del pecho. La bala ha arqueado<br />

la superficie rocosa pero no ha sido capaz de<br />

atravesarla. Suspiro. No me siento vencedor,<br />

sino vencido; Machine ha instalado una duda<br />

en mi corazón. ¿Estaré haciendo lo correcto?<br />

¿Es el ferrocarril una buena idea si para ello<br />

tenemos que exterminar otros pueblos?<br />

Apoyo la cabeza en el suelo y cierro los ojos.<br />

El sol está en lo alto.<br />

11


12<br />

J. R. PLANA<br />

OJOS DE MUERTO<br />

por J. R. Plana<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine


S upuestamente, era un hotel con encanto.<br />

Una de esas viejas casas nobles restauradas<br />

y convertidas en doce habitaciones<br />

de cincuenta euros la noche sin desayuno y<br />

en temporada baja, a la que van parejas de<br />

turistas esperando pasar un fin de semana<br />

inolvidable. Sólo que, en este caso, era martes<br />

y Bruno Ruiz estaba solo.<br />

Estaba solo y pensativo, repasando lo sucedido<br />

hacía unas horas, con la persistencia de<br />

quien sabe que ha hecho algo mal, no quiere<br />

reconocerlo y trata de justificar con cualquier<br />

excusa su comportamiento.<br />

Olga y él habían llegado a la ciudad a la<br />

hora de la siesta. Se trataba de una modesta<br />

capital de provincia, en la Mancha, sin muchas<br />

cosas que hacer o ver, de la cual no diremos<br />

el nombre para no comprometer a nadie.<br />

Pero ellos no iban por placer sino por trabajo,<br />

concretamente a una presentación para pequeños<br />

empresarios de la zona que tendría<br />

lugar al día siguiente. Bruno y Olga eran comerciales,<br />

recorrían el país vendiendo todo<br />

tipo de materiales de oficina al por mayor.<br />

La variedad y los precios asequibles estaban<br />

siendo la base del moderado éxito del negocio.<br />

Cuando estaban preparando el viaje, Olga<br />

se llevó una alegría al encontrar el pequeño<br />

hotel y persiguió a Bruno hasta que accedió ir<br />

a regañadientes. En contra de lo que muchos<br />

puedan pensar, Olga y Bruno no mantenían<br />

ninguna relación amorosa, ni siquiera se habían<br />

acostado, a pesar de que en los hoteles<br />

dormían los dos juntos para que saliera más<br />

barato. Pero eso no quitaba para que Bruno<br />

sintiera una especial debilidad por los pucheros<br />

que usaba Olga cuando quería algo –así<br />

como por la propia Olga–, de manera que<br />

cuando le propuso ir el día antes para pasar<br />

la noche en el hotel con encanto y hacer un<br />

poco de turismo, Bruno no pudo negarse. Total,<br />

los dos estaban solos y no tenían nada<br />

mejor que hacer.<br />

Ahora, Bruno maldecía entre dientes el<br />

momento en el que accedió mientras hacía<br />

zapping sin pararse a mirar lo que echaban.<br />

Estaba recostado sobre la cama individual<br />

OJOS DE MUERTO<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

con las sábanas revueltas. A un escaso metro,<br />

la otra cama permanecía con todo en su<br />

sitio, inmaculada. La habitación, que estaba<br />

totalmente a oscuras salvo por el mortecino<br />

brillo del televisor y la poca luz que entraba<br />

de la calle, tenía un ligero aire de antiguo.<br />

El techo era de vigas de madera, con grabados<br />

de viejos escudos de armas, la ventana<br />

de postigos y la tele una vieja Panasonic de<br />

29 pulgadas. Por lo demás, paredes pintadas<br />

de blanco, muebles sencillos y funcionales,<br />

apliques cilíndricos y cuadros ambientales de<br />

dudable gusto, elementos que, con el cuarto<br />

de baño estándar, hacían que Bruno hubiera<br />

puesto en duda si eso merecía llamarse hotel<br />

con encanto y cobrar cincuenta euros.<br />

Las imágenes de la televisión se sucedían a<br />

un ritmo constante y cansino, parecido al de<br />

los tambores de una galera, dejando frases a<br />

medias o movimientos cortados por el zumbido<br />

del cambio de canal. Bruno apretaba los<br />

botones mecánicamente, como un autómata,<br />

con la cabeza yendo una y otra vez a esa incómoda<br />

tarde.<br />

Olga y él habían salido a ver la ciudad después<br />

de dejar el escaso equipaje. Pasearon<br />

por las calles del centro, parándose ella de<br />

vez ante alguna tienda, cogiéndole del brazo<br />

cuando volvía con él, ilusionada por la situación.<br />

Olga no era una mujer guapa. Rondando<br />

ya los cuarenta, los ojos de huevo, los<br />

labios excesivamente gruesos y los marcados<br />

surcos que iban de la nariz a las comisuras de<br />

la boca hacían que su rostro, que de joven podía<br />

haber sido bonito, envejeciera prematuramente.<br />

Sin embargo, compensaba la falta<br />

de belleza con un cuerpo bien proporcionado<br />

y de curvas sensuales, al que Bruno se quedaba<br />

mirando más de una vez mientras veían<br />

la tele juntos en los viajes de negocios, vestida<br />

ella con su habitual pijama de dos piezas<br />

que mostraba más piel de la que su madre,<br />

si hubiera seguido viva, habría considerado<br />

adecuada.<br />

Su paseo turístico por la ciudad les llevó<br />

hasta una pequeña iglesia con pinta de ser<br />

muy vieja, del románico, había dicho ella. Por<br />

13


14<br />

supuesto, Olga era aficionada a la arquitectura<br />

religiosa, y quiso entrar arrastrando a<br />

Bruno consigo, insistiendo en ver el interior,<br />

que para ella era siempre lo más bonito. Él se<br />

dejo hacer, como siempre, aunque no por ello<br />

dejó de protestar y refunfuñar un poco. Una<br />

vez dentro, Olga reprimió una pequeña exclamación<br />

que más parecía un hipo que otra<br />

cosa. La iglesia, vista desde fuera, mentía sobre<br />

su tamaño real, ya que era más grande<br />

de lo que parecía. Descubrieron una amplia<br />

nave central recorrida por altos pilares cruciformes<br />

rematados por relieves de gárgolas,<br />

con dos hileras de bancos y un ancho altar<br />

con antiguas tallas. Dos parejas más recorrían<br />

los laterales, hablando en susurros y<br />

haciendo discretas fotos. Allí estuvieron un<br />

buen rato, Olga ilusionándose por la riqueza<br />

artística e histórica del lugar y Bruno siguiéndola<br />

con manifiesta resignación e impaciencia.<br />

Cuando por fin ella se cansó de ver<br />

santos y vírgenes, decidieron volver al hotel<br />

y de camino buscar algún sitio donde cenar.<br />

Al salir, Olga se detuvo un instante a la<br />

puerta de la iglesia para echar unas monedas<br />

a la gorrilla de un mendigo descalzo que Bruno<br />

no recordaba haber visto cuando entraron.<br />

Aunque sucio y ajado, se podía adivinar por<br />

los ojos que se trataba de un hombre joven.<br />

Tenía las mejillas hundidas y las ojeras típicas<br />

de quién está enganchado de forma irremisible<br />

a la droga. Bruno no pudo evitar soltar<br />

un bufido de desagrado y puso mala cara<br />

cuando ella volvió junto a él.<br />

—¿Por qué lo haces? —preguntó.<br />

—¿Por qué hago el qué? —respondió ella<br />

con el ceño fruncido y una sonrisa, sin saber<br />

si iba en serio o no.<br />

—Darle nada a ese —dijo Bruno escupiendo<br />

las palabras, con el mendigo a un escaso<br />

metro—. Se lo va a gastar en cartones de<br />

vino. O en coca.<br />

Olga le miró con asombro. Nunca en los<br />

años que llevaban juntos había oído hablar<br />

a Bruno con tanto desprecio. No pudo evitar<br />

sentirse incómoda.<br />

—Yo no lo creo así —contestó con aire con-<br />

J. R. PLANA<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

ciliador mientras andaba—. Pero bueno, que<br />

cada uno haga lo que quiera, ¿no?<br />

Para sorpresa de Olga, Bruno no se movió.<br />

—El libre albedrío conlleva ser responsable,<br />

y eso —espetó señalando al mendigo—,<br />

es tirar el dinero.<br />

Olga no tuvo claro si fue por la acusación,<br />

el tono o los modales, pero las palabras de<br />

Bruno le encendieron el genio.<br />

—¿Perdona? —replicó, cortante—. ¿Pero<br />

quién te crees, mi padre? ¿Crees que puedes<br />

regañarme y decirme lo que tengo que hacer?<br />

—Sí, si me obligas comportándote como<br />

una idiota —repuso él subiendo el tono. Y<br />

para dar más énfasis a sus palabras, le pegó<br />

una patada a la gorra del mendigo, desperdigando<br />

las pocas monedas por el suelo.<br />

El bofetón se oyó por toda la plaza de la<br />

iglesia. Bruno se llevó la mano a la cara, tan<br />

sorprendido como avergonzado. Olga le miraba<br />

con el rostro congestionado y la mano<br />

todavía alzada. Sin mediar palabra, se dio la<br />

vuelta y salió pisando fuerte.<br />

—¡Olga! —la llamó Bruno—. ¡Olga, espera!<br />

Pero ella siguió, ignorándole, perdiéndose<br />

entre la gente que caminaba por la calle<br />

empedrada. Bruno se quedó paralizado en el<br />

sitio, con la mano en la cara, pidiendo al cielo<br />

que le tragara la tierra. Echó un vistazo a<br />

su alrededor, tímidamente. La gente se había<br />

parado al oír los gritos, y ahora le miraban,<br />

unos con sorpresa, otros con reproche, los<br />

más con curiosidad. Pero hubo alguien que<br />

le llamó poderosamente la atención, por encima<br />

de los turistas y paisanos. Se trataba del<br />

mendigo, que se había levantado y le observaba,<br />

fijamente, al pie de las escaleras de la<br />

iglesia. La mirada del hombre hizo que Bruno<br />

se estremeciera. En ella no había enfado,<br />

desprecio, reproche o humillación; no había<br />

ningún sentimiento negativo. Realmente, no<br />

había ningún sentimiento, y eso fue lo que<br />

provocó el escalofrío que subió por la espalda<br />

de Bruno. El hombre le miraba con total indiferencia,<br />

con la mirada vacía, como quien<br />

ve a un perro callejero y no le presta ninguna<br />

atención, o un trozo de roca desprendido al


que le das una patada. Jamás, en los treinta<br />

y pico años de Bruno, se había sentido tan<br />

insignificante, tan irrelevante. Tan fuera de<br />

lugar. Era como si no estuviera allí. O aún<br />

peor, como si no tuviera que estar allí, como<br />

si fuera un error de la naturaleza.<br />

Azorado por la humillación pública y turbado<br />

por los desconcertantes sentimientos que<br />

le provocaba la mirada del mendigo, Bruno<br />

se marchó con paso vacilante en dirección al<br />

hotel, la cabeza gacha y la mano aún en la<br />

mejilla.<br />

En la habitación, con el mando en la mano<br />

y la tele zumbando de canal en canal, Bruno<br />

daba bordadas entre el sentimiento de culpa<br />

y la justificación. Se sentía mal por Olga,<br />

porque no se merecía cómo la había tratado.<br />

Sin embargo, Bruno arrastraba desde pequeño<br />

un profundo trauma psicológico, el cual<br />

le había empujado a reaccionar así. Ocurrió<br />

cuando tenía solo nueve años. La historia<br />

empieza con un vagabundo simpático y un<br />

niño que siempre le saluda al pasar junto a él<br />

de camino al colegio, y termina con el mismo<br />

mendigo hasta las cejas de caballo y el niño<br />

semidesnudo y manoseado entre cartones,<br />

tragándose las lágrimas a la espera de que<br />

sus padres se pregunten por qué tarda tanto<br />

en regresar. Aún siente arcadas cuando lo<br />

recuerda.<br />

“¿Volverá Olga? Tiene que volver”, se decía.<br />

“No tiene otro sitio donde dormir, además la<br />

ropa está aquí”. Bruno quería de veras que<br />

volviera, no sólo para pedir perdón, también<br />

porque nunca le ha gustado dormir solo.<br />

Pero los párpados le pesaban y el sueño<br />

empezaba a enturbiar su cabeza, volviéndose<br />

grotesco y sin sentido. La cabeza de Bruno<br />

se venció finalmente hacia delante, dejando<br />

la barbilla apoyada en el pecho. En la Panasonic,<br />

una vidente rodeada de letra pequeña<br />

y números 806 echaba las cartas a algún incauto<br />

nocturno.<br />

Bruno soñó con Olga. Ella estaba de pie,<br />

en una calle vieja y empedrada, rodeada de<br />

gente que se movía en un borrón de colores.<br />

Bruno intentaba llegar a ella. Primero la<br />

OJOS DE MUERTO<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

llamaba, pero sus pulmones no funcionaban<br />

bien, solo dejaban salir un hilillo de aire. Nnnnnnnn...<br />

Sonaba. Nnnnn… Luego echaba a<br />

correr a un ritmo desesperadamente lento,<br />

las piernas entumecidas y torpes, y Olga estaba<br />

cada vez más lejos. Y corría, y corría,<br />

y corría, cansándose infinitamente, pero sin<br />

llegar nunca. Entonces la gente se paraba y<br />

ella desaparecía.<br />

En su lugar estaba el mendigo de la iglesia,<br />

que le miraba como esa tarde. Todos le miraban<br />

igual, como si fuera un error. Bruno se<br />

giraba, mirando en derredor, y sólo veía más<br />

y más gente con los mismos ojos, la mirada<br />

vacía.<br />

El mundo cambió de posición bruscamente,<br />

con una sacudida, y ahora la gente le miraba<br />

desde arriba. Bruno estaba tumbado en<br />

el suelo y alguien le tocaba por todas partes,<br />

gimiendo de placer. Las manos estaban calientes<br />

y sudorosas, y se restregaban contra<br />

su cuerpo desnudo con brusquedad hasta llegar<br />

a los pies, que arañaban con violencia. Él<br />

quería zafarse y gritar, pero su cuerpo no respondía<br />

y de nuevo no había aire. Nnnnnn…<br />

Abrió mucho la boca, empujando desde el esternón<br />

con todas sus fuerzas, pero, en lugar<br />

de chillar, un montón de tierra le entró directo<br />

a la garganta. Sabía a suciedad y a polvo,<br />

a ceniza y a putrefacto. Con la lengua notó<br />

como los gusanos se revolvían en la boca.<br />

Intentó toser, pero tampoco podía, y sintió<br />

como la tierra le ahogaba poco a poco, entrando<br />

en sus pulmones y llenándolo todo, repleta<br />

cada vez de más y más gusanos. Comprobó<br />

horrorizado que una pala anónima estaba<br />

echando tierra sobre él, y ésta se le metía en<br />

los ojos y le escocían. Ya no estaba en el suelo,<br />

estaba en un agujero, y el mendigo de la<br />

iglesia y el vagabundo de la droga le miraban<br />

desde arriba, impertérritos, junto con un<br />

coro de gente de rasgos planos, sin nada en<br />

su cara, ni nariz, ni boca, ni ojos, ni orejas,<br />

sólo carne.<br />

Cada vez sentía más y más peso encima y<br />

los huesos le crujían, amenazando con romperse<br />

de un momento a otro. Cuando la últi-<br />

15


16<br />

ma palada de tierra le tapó por completo y él<br />

creía que se le iban a partir todos los huesos,<br />

Bruno se despertó.<br />

Se enderezó con violencia, provocándose<br />

un tirón en el cuello entumecido por la postura.<br />

La televisión mostraba ahora un teléfono<br />

para citas mientras en un recuadro pequeño<br />

dos chicas se besaban desnudándose y tocándose<br />

con ansia. Una música baratera y repetitiva<br />

las acompañaba, haciendo de fondo<br />

para sus gemidos y frases sin doblar.<br />

Hacía frío.<br />

Bruno se frotó la cara con violencia, aún<br />

con el pulso alterado por la pesadilla. Miró<br />

a la cama de al lado con la secreta esperanza<br />

de que Olga estuviera allí, pero seguía tal<br />

cual la había dejado. Dejó escapar un suspiro<br />

de desesperación y fue a coger el mando para<br />

apagar la televisión. Pero no lo encontró.<br />

Sin encender la luz, rebuscó entre las sábanas,<br />

miró a los lados de la cama, incluso<br />

debajo, y no halló el más mínimo rastro. Cansado<br />

y empezando a notar el frío nocturno,<br />

decidió apagar la televisión directamente<br />

en el aparato. La Panasonic estaba junto a<br />

la ventana, en una insípida mesa aparador.<br />

Ésta daba a una calle que Bruno no había<br />

sido capaz de ubicar al rodear el hotel en el<br />

paseo vespertino, aunque más que calle parecía<br />

una pequeña plaza de vecinos, con casas<br />

viejas y torcidas apiñadas alrededor. Bruno<br />

llegó hasta la tele y apretó el botón. Con un<br />

pow, la imagen se estiró y luego contrajo a un<br />

minúsculo punto. La pantalla se quedó iluminada<br />

de una forma opaca, en una suerte de<br />

resplandor espectral. Ahora todo estaba aún<br />

más oscuro que antes, a merced de la luz que<br />

entraba de la peculiar calle.<br />

“Un momento”, pensó Bruno, alarmado.<br />

“¿Qué ha sido eso?”. Por el rabillo del ojo, justo<br />

cuando se giraba para volver a la cama, le<br />

pareció atisbar un tumulto en el exterior. Se<br />

precipitó a la ventana, inquieto por la visión<br />

y el atronador silencio que reinaba, olvidando<br />

momentáneamente el frío que le ponía la<br />

carne de gallina. Trató de correr el pestillo,<br />

pero era viejo y se atascaba. Apartando las<br />

J. R. PLANA<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

cortinillas, pegó el rostro contra el helado<br />

cristal, buscando el origen del movimiento<br />

que él creía haber visto. El ángulo era forzado<br />

y la pared del exterior le obstaculizaba la<br />

visión, pero aún así alcanzó a ver el final de<br />

una larga comitiva que se perdía por la plaza<br />

sin salida. Iban todos de negro, en silencio,<br />

las cabezas gachas y el paso rítmico y perezoso,<br />

envueltos en una extraña niebla. En el<br />

medio, no se distinguía bien si a hombros o<br />

flotando entre las cabezas, iba un ataúd oscuro<br />

y sin tapa, que mostraba a las estrellas el<br />

cadáver inerme y descalzo del difunto. Bruno<br />

no lo pudo ver bien, sin embargo, la forma<br />

del cuerpo y del rostro, distorsionado por la<br />

muerte, se le antojaron muy familiares. Probablemente,<br />

sería de ver ese rostro todos los<br />

días ante el espejo.<br />

Las tripas se le encogieron y el helor congeló<br />

sus manos y su cuello. Allí se quedó, con<br />

la cara apoyada, el vaho del aliento en el cristal,<br />

los ojos desorbitados, mientras la fúnebre<br />

compaña desaparecía lentamente por una<br />

calle que no tenía entrada. Fueron unos segundos,<br />

aunque a él le parecieron horas. Una<br />

sombra alargada apareció por la periferia de<br />

su visión, haciendo que girara los ojos hacia<br />

ella sin moverse un ápice. Cuando el terror<br />

invade tu cuerpo y los horrores se suceden,<br />

llega un momento en el que el organismo no<br />

puede asimilarlo y queda en estado de shock.<br />

Eso fue lo que le ocurrió a Bruno al reconocer<br />

en la sombra la mirada impávida y sin sentimiento<br />

del mendigo de la iglesia. Estaba allí,<br />

de pie, con los ojos clavados en Bruno, abiertos,<br />

y el aire parecía espesarse a su alrededor.<br />

Incapaz de emitir ni un solo sonido, Bruno se<br />

abandonó, cayendo su cuerpo al suelo como<br />

un fardo cualquiera.<br />

Una mano que le movía el pie por encima<br />

de la sábana fue lo que le despertó. Esta vez<br />

no hubo sobresalto, sino que Bruno salió del<br />

sueño poco a poco, lentamente, desperezándose.<br />

La mano volvió a moverle el pie suavemente.<br />

“¡Olga!”, acertó a pensar, entre las<br />

brumas del sueño. “¡Por fin ha vuelto!”. Abrió<br />

los ojos con esfuerzo y la luz de la televisión le


deslumbró. Estaba encendida. En la pantalla,<br />

la nieve de un canal sin señal chisporroteaba,<br />

llenando la habitación con su monótono<br />

ruido. La luz del baño iluminaba la puerta<br />

de entrada y volvía las formas un poco menos<br />

difusas.<br />

—¿Olga? —llamó Bruno, con voz pastosa—.<br />

¿Estás ahí?<br />

Se oía, además del televisor, el ruido de<br />

un grifo abierto del lavabo. Se levantó Bruno<br />

deseando ver a Olga y aclarar lo ocurrido,<br />

relajado por tener ya a alguien con quien<br />

compartir la habitación. Al acercarse al baño,<br />

su vista resbaló por la ventana, temerosa,<br />

buscando al mendigo y su sombra. Para su<br />

alivio, la plaza estaba vacía.<br />

—Olga, por fin estás aquí —dijo aliviado<br />

entrando en el aseo—. Mira, siento lo…<br />

Las palabras se quedaron en el aire y Bruno<br />

enmudeció. El aseo estaba vacío. El ruido<br />

del agua ya no se oía y los grifos estaban<br />

cerrados. Allí no había nadie, tampoco había<br />

nada abierto y todo estaba tal y como lo había<br />

visto al llegar. Entonces, con un chasquido, la<br />

luz desapareció y todo se quedó a oscuras de<br />

nuevo.<br />

Una mano le tocó el pie, moviéndolo de nuevo.<br />

Bruno abrió los ojos, sobresaltado. Estaba<br />

en su cama, aunque ahora estaba seguro de<br />

que no estaba durmiendo. La luz del baño estaba<br />

apagada y la Panasonic de 29 pulgadas<br />

seguía emitiendo el chisporroteo de la nieve,<br />

provocando extrañas formas con su vacilante<br />

iluminación. La mano insistió, pero él no se<br />

atrevió a mirar para abajo.<br />

En su lugar, dirigió la mirada hacia la<br />

cama de al lado, donde se oía el suave roce de<br />

las sábanas. Sintió confusión al ver un bulto<br />

tapado, un bulto que recordaba vagamente la<br />

forma de una persona. ¿Sería Olga? ¿Quién,<br />

si no? Esa pregunta asaltó la mente de Bruno<br />

con fuerza, sugiriendo al mismo tiempo una<br />

respuesta que se esforzó por apartar. Haciendo<br />

un esfuerzo de autocontrol, Bruno emitió<br />

un susurro apenas audible.<br />

—¿Olga? —Se calló unos instantes, escuchando.<br />

Nada—. ¿Olga, eres tú?<br />

OJOS DE MUERTO<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

Las sábanas se agitaron, el bulto se contorsionó.<br />

Había una persona en la cama, que<br />

quedó de lado, mirando a Bruno. Pero no era<br />

Olga. Los ojos del mendigo le observaban fijamente,<br />

como dos pozos oscuros en medio de<br />

una nevada. No se movían, no parpadeaban,<br />

no hacían otra cosa que no fuera mirarle.<br />

La mano le volvió a agarrar el pie, moviéndoselo.<br />

El mendigo retiró las sábanas, dejando<br />

al descubierto sus harapientas ropas, los<br />

ojos fijos en los de Bruno, y empezó a levantarse.<br />

La mano lo agarró con violencia, zarandeando<br />

todo su cuerpo. Entonces la sintió<br />

contra la piel, por debajo de la sábana, fría y<br />

seca, tiró con fiereza y Bruno se deslizó, perdiéndose<br />

debajo de las mantas, saliendo por<br />

los pies de la cama, una presa infernal sujetándolo<br />

del tobillo que lo arrastraba hacia las<br />

sombras.<br />

Bruno abrió los ojos. A pesar de estar a oscuras,<br />

supo que los tenía muy abiertos, casi<br />

desorbitados, y que el terror se reflejaba en<br />

su cara. Estaba desorientado, estaba confuso,<br />

pero sabía que no había estado soñando.<br />

Notó la cama fría y dura, y que estaba destapado.<br />

Se oía el ruido de la televisión, pero<br />

su luz no le llegaba, dejando todo sumido en<br />

la más absoluta negrura. Bruno se enderezó,<br />

las sienes palpitando, sudores fríos en la espalda,<br />

temblando como una hoja. Un fortísimo<br />

impacto en la cabeza le hizo volver con la<br />

misma inercia para abajo. Entonces lo comprendió.<br />

Miro a su alrededor, notando como<br />

perdía el control y la cordura. No estaba sobre<br />

la cama. Estaba debajo.<br />

A los lados podía ver la habitación en penumbra,<br />

iluminada por el débil resplandor<br />

del televisor, que chisporroteaba ahora con<br />

ímpetu. Bruno dirigió su vista hacia la parte<br />

de arriba y vio que eran los pies de la cama.<br />

El horror le devoró por dentro, llenándo todo<br />

su cuerpo de frío. Inhalo aire con brusquedad<br />

y largamente y empezó a agitarse, tratando<br />

de salir de allí. Reptó de espaldas, ayudándose<br />

con las manos y los pies. Notaba el frío<br />

suelo debajo, helándole aún más el sudor de<br />

la espalda. El ruido de la televisión cesó de<br />

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18<br />

J. R. PLANA<br />

repente, dejando todo a oscuras, sumido en el más fúnebre de los silencios. Todo negro. Todo<br />

callado.<br />

Se oyó un roce, un chasquido y después las bisagras. Las luces del pasillo apartaron a las<br />

sombras de la habitación y Bruno pudo ver como la puerta se abría. Unos pies aparecieron,<br />

unos pies que reconoció al instante: eran los de Olga. Llorando de alegría, Bruno tomó el<br />

último impulso para salir de allí. Pero no pudo. Una mano, recia como el acero, le agarró del<br />

tobillo. Él pateó y chilló, pero ni sus piernas se movieron ni sus pulmones reaccionaron, sólo<br />

fue capaz de emitir un nnnn... La mano tiró de él como un palo y Bruno empezó a alejarse,<br />

poco a poco, de la rendija de luz. Horrorizado, dirigió la vista hacia su pierna y la oleada de<br />

pavor le dejó frío como un cadáver. Allí, entre las sombras, le miraban fijamente los ojos sin<br />

vida del mendigo, como dos trozos de mármol pintados, que le devolvían reflejos de su rostro<br />

desencajado. Dos ojos muertos, dos ojos sin buenas intenciones.<br />

La mano tiraba y Bruno resbalaba, incapaz de resistirse, alejándose más y más de la rendija,<br />

hundiéndose más y más en la oscuridad, alejándose de las piernas de Olga, sabiendo<br />

que ya nunca le podría pedir perdón, que ya nunca volvería a verla en pijama, que ya nunca<br />

más tendría la oportunidad de decirla todo lo que sentía por ella y nunca se había atrevido a<br />

confesar.<br />

La mano tiraba y Bruno resbalaba. Y ahora solo quedarían él, y los ojos del mendigo y el<br />

frío de la eternidad.<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine


ESTACIÓN EUROPA<br />

ESTACIÓN EUROPA<br />

por Diego Fdez.<br />

Villaverde<br />

Ricardo salió del centro de vigilancia de la estación y se dirigió de nuevo al comedor. El primer<br />

equipo de investigadores, que habían llegado a la base científica del satélite Europa<br />

de Júpiter hace ocho años, no había sufrido ningún cambio en la plantilla desde su creación.<br />

Era un grupo cerrado, y cuando Ricardo llegó hace seis meses asumió el rol de chico de los cafés,<br />

además de su labor de investigación, para poder acercarse a ellos, cosa que había conseguido con<br />

éxito. Principalmente llevaba las bebidas al equipo técnico, que no podían abandonar sus puestos<br />

bajo ninguna circunstancia. Había hecho buenas migas especialmente con James y Rita, un<br />

matrimonio que se encargaba de la seguridad de la estación. Su labor consistía en vigilar que los<br />

trabajadores siguieran las líneas de investigación aprobadas por el gobierno.<br />

En el pequeño comedor estaban sentados algunos de sus compañeros. Fátima le saludo cuando<br />

entró y le hizo una señal para que se acercara. La geóloga era la persona más atenta de la<br />

estación y habían congeniado de maravilla. Algunas veces, incluso habían compartido cama.<br />

Fátima se había rapado recientemente el pelo por alguna moda absurda que había surgido en la<br />

red. Junto a ella estaba William, un genio de las matemáticas de veinticuatro años que recibió el<br />

honor de formar parte del equipo tras terminarla carrera a los dieciséis. Era alto y delgaducho,<br />

con un largo pelo negro y amante de las teorías conspiratorias. Ricardo también creía que él sentía<br />

algo por Fátima, siempre estaba junto a ella y se mostraba muy agresivo hacia él. También<br />

se encontraba Darío, un físico de avanzada edad completamente calvo y con una espesa barba.<br />

Cuando no tenía nada que hacer, Darío solía ir a los laboratorios de sus compañeros a charlar<br />

con ellos, ya fuera sobre ciencia o simplemente gustos literarios.<br />

—¿Qué tal el trabajo, Ricardo? —preguntó Fátima, sonriente.<br />

—Bastante mal. La cámara frigorífica no estaba bien regulada y han muerto todas las colonias<br />

bacterianas que tenía dentro.<br />

Ricardo trabajaba como genetista en la estación y era el único que operaba con seres vivos. Su<br />

labor acarreaba una gran responsabilidad al tener que mantenerlos vivos en aquella inhóspita<br />

luna.<br />

—¿Tan grave es? —preguntó Darío, mientras bebía una taza de té.<br />

—Bueno, algunas especies se han salvado y puedo hacer que se reproduzcan, otras se han<br />

perdido totalmente. Y no creo que encuentre en esta luna ningún paramecio, así que tendré que<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

Los investigadores de la<br />

base científica Europa jamás<br />

pensaron que las rencillas<br />

del sistema militar les<br />

salpicarían. Ahora tendrán<br />

que enfrentarse a algo para<br />

lo que no están preparados.<br />

19


20<br />

hacer un pedido.<br />

—Vaya, pues la siguiente nave con suministros<br />

llega hoy —dijo tristemente Fátima.<br />

Con las recientes tecnologías, se tardaba<br />

aproximadamente en llegar a Europa unos<br />

diez meses, dependiendo de la posición del<br />

satélite y de la Tierra. Ese era también el<br />

intervalo de tiempo en el que las Naciones<br />

Unidas mandaban un cargamento con suministros.<br />

Cuando una nave salía de la Tierra<br />

con comida, agua, equipo científico y algunos<br />

caprichos para los trabajadores, otra salía de<br />

la estación con muestras de rocas, resultados<br />

de experimentos y residuos.<br />

—¡Ya ha vuelto a salir en las noticias el<br />

general Jericho haciendo declaraciones! —<br />

anunció William, indignado, mientras leía un<br />

periódico digital en su tablet.<br />

—¿Y que ha dicho esta vez? —se interesó<br />

Darío.<br />

—Lo de siempre. Que el sistema militar de<br />

la Tierra necesita más presupuesto, y que si<br />

algún día ocurre algo terrible no estaremos<br />

preparados.<br />

—¿Algo terrible? Todas las armas nucleares<br />

están a buen recaudo, y las pocas revueltas<br />

que hay no son más que grupos radicales<br />

con tirachinas comparados con el armamento<br />

del ejército —afirmó Fátima.<br />

—Lo que quieren estos cavernícolas es estar<br />

otra vez en el poder. Hace décadas que ni<br />

lo huelen, y echan de menos los viejos tiempos<br />

de los golpes de estado. ¡Alegan que lo<br />

único que buscan es el bien común!<br />

En el año 2053, tras años de guerra energética<br />

y escándalos financieros, numerosas<br />

revueltas ciudadanas sacudieron el mundo,<br />

hartas de conflictos y pobreza, y muchos de<br />

estos grupos llegaron al poder democráticamente.<br />

Numerosos tratados de no—agresión<br />

se firmaron y políticos profesionales gobernaron<br />

eficazmente, hasta que un día en las<br />

Naciones Unidas se llevó a cabo una propuesta:<br />

unificar a la humanidad en un gobierno<br />

federal democrático. Se celebró un referéndum<br />

global que dio la victoria al sí con un<br />

ochenta por ciento de los votos. Tras eliminar<br />

DIEGO FDEZ. VILLAVERDE<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

las desigualdades del mundo, la mayoría del<br />

presupuesto global fue destinado a la investigación<br />

científica, y uno de los objetivos era<br />

cumplir el viejo sueño del hombre de explorar<br />

la galaxia y colonizar otros planetas. Aunque<br />

se habían realizado grandes avances en la<br />

astronáutica, en el año 2100 aún no se había<br />

conseguido mandar una nave tripulada fuera<br />

del sistema solar. En ese momento, sólo había<br />

pequeñas bases de investigación en Marte<br />

y Europa.<br />

—Mucho ladrar y poco morder. Tienen que<br />

salir de vez en cuando a montar el espectáculo<br />

para que la gente no se olvide de ellos.<br />

Nunca van a conseguir nada —sentenció Darío.<br />

—Madre mía, en palabras del general: “La<br />

Tierra no está preparada para hacer frente<br />

a amenazas extraterrestres”. ¿Qué clase de<br />

locura es esta? —William se quedó un rato<br />

pensando—. ¿Creéis que pueden haber encontrado<br />

pruebas de vida alienígena?<br />

—William, no seas crío. ¿Cómo va a saber<br />

algo el ejército que la comunidad científica<br />

aún no sepa? —dijo Fátima sonriendo—. Sólo<br />

lo dicen para asustar a los analfabetos.<br />

—¿Tu qué opinas, Ricardo?<br />

—Yo… prefiero no opinar de estos temas<br />

—contestó incómodo.<br />

—¡Oh, vamos! Los brutos de tu familia militar<br />

no se van a enterar si les pones pingando<br />

—dijo agresivamente William—. ¿O es que<br />

no piensas como nosotros? ¿Crees que habría<br />

que ponerle una corona de oro a Jericho?<br />

—He dicho que prefiero no opinar.<br />

Los dos se quedaron buen rato mirándose a<br />

los ojos. El silencio incomodo se rompió cuando<br />

Rita anunció por megafonía que la nave de<br />

suministros ya había llegado.<br />

—¿Vamos a ver si han traído algo interesante?<br />

—preguntó Fátima.<br />

—Vale —contestaron Ricardo y William al<br />

mismo tiempo, secamente.<br />

Los cuatro se dirigieron al hangar, en silencio.<br />

Ricardo odiaba cuando William usaba<br />

a su familia para atacarle. Sabía que era el<br />

único que lo hacía y que el resto del equipo


creía que se estaba portando como un adolescente,<br />

pero no podía evitar ponerse a la<br />

defensiva.<br />

Darío abrió la puerta del hangar con su llave<br />

magnética. La nave de transporte estaba<br />

abierta, pero no había ningún miembro del<br />

personal de logística descargando el contenido,<br />

ni ningún otro científico curioseando.<br />

—¿Dónde está todo el mundo? —preguntó<br />

Darío.<br />

Sonó un escalofriante crujido, parecido a<br />

cuando se pisa una cucaracha. Más y más<br />

crujidos lograron ponerles en tensión, algo no<br />

iba bien. Empezaron a caer gotas de sangre<br />

del techo. Algo se precipitó pesadamente. Era<br />

un brazo humano.<br />

Los cuatro científicos miraron hacia arriba.<br />

Unas extrañas criaturas habían agarrado a<br />

los miembros del personal, habían clavado<br />

sus garras en las tuberías del techo y los estaban<br />

devorando.<br />

Se quedaron paralizados por el miedo. Fátima<br />

abrió la boca para gritar, pero de su garganta<br />

sólo salió un quejido ahogado. Una de<br />

las criaturas les vio y, seguida por el resto de<br />

los seres, comenzó a descender hacia ellos.<br />

Ricardo pudo apreciar la extraña anatomía<br />

de las bestias. Tenían el físico de unos gorilas<br />

pelados y su piel era de color marrón oscuro.<br />

Es su cara se veían dos pequeños ojos rojos<br />

y por nariz sólo se apreciaban dos agujeros<br />

sobre la boca. Su babeante sonrisa desvelaba<br />

una mandíbula de varias filas de afilados<br />

dientecillos, en vez de dedos tenían dos largas<br />

garras y sus patas traseras eran más parecidas<br />

a las de un alce que a las de un primate.<br />

—¡Corred! —gritó Ricardo.<br />

Los científicos se apresuraron a llegar a<br />

la salida, y las criaturas fueron galopando<br />

tras ellos mientras proferían sus estridentes<br />

gritos. Cuando los cuatro investigadores<br />

llegaron a la puerta, Darío pulsó el botón de<br />

emergencia que sellaba el hangar en caso de<br />

descompresión. Los monstruos intentaron<br />

romper el portón con fuertes golpes, pero después<br />

de un rato dejaron de intentarlo.<br />

—¡¿Qué coño son esas cosas?! —preguntó<br />

ESTACIÓN EUROPA<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

Fátima mientras sollozaba.<br />

—No… no lo sé —respondió Ricardo—.<br />

Quizás sean alienígenas.<br />

—¡Oh, joder! ¿Lo veis? ¡Esos bastardos de<br />

los militares sabían algo y no nos lo han dicho!<br />

—gritó William—. ¡Y ahora vamos a morir<br />

por su culpa!<br />

Sobre sus cabezas oyeron fuertes golpes<br />

metálicos que recorrían el techo, avanzando<br />

a lo largo del pasillo.<br />

—Mierda, están en el sistema de ventilación<br />

—dijo Darío—. Tenemos que llegar a<br />

una cápsula de evacuación. Hay una cerca<br />

del centro de vigilancia. Intentemos calmarnos<br />

y llegar lo más rápidamente posible.<br />

Mientras corrían hacia su destino, oyeron<br />

varios chillidos por el pasillo. Las bestias habían<br />

conseguido entrar en los laboratorios y<br />

habían empezado una masacre. Era terrible<br />

escuchar cómo se mezclaban los gritos de terror<br />

de los humanos con los aullidos de las<br />

criaturas.<br />

—Un momento. —Ricardo se detuvo, dubitativo—.<br />

No podemos usar las cápsulas de<br />

evacuación si no se ha declarado una emergencia.<br />

—¿Esto no te parece una emergencia? —<br />

preguntó William agresivamente.<br />

—Me refiero al nivel de seguridad de la estación.<br />

Deberían haberse encendido unas luces<br />

rojas y haber sonado una alarma. Sin eso<br />

el sistema no nos dejará utilizar las cápsulas.<br />

—Es cierto, en el centro de seguridad tendrían<br />

que haber activado el dispositivo de<br />

evacuación. Debe haberles ocurrido algo a<br />

James y Rita —concluyó Darío.<br />

—¿Y qué hacemos? —preguntó Fátima—.<br />

Si esas cosas están dentro no podemos ir desarmados.<br />

—Creo que hay un laboratorio de química<br />

cerca. Quizá podamos improvisar algo —dijo<br />

William, un poco más calmado.<br />

La puerta del laboratorio tenía un ojo de<br />

buey que permitía ver el interior. Ricardo<br />

echó un vistazo y vio cómo dos de las criaturas<br />

estaban ocupadas devorando a Aurora,<br />

una técnica. Recordaba haber hablado con<br />

21


22<br />

ella sobre una relación que mantenía en la<br />

red. También observó encima de la mesa más<br />

cercana a la puerta una serie de matraces<br />

con un líquido trasparente en el interior. Podía<br />

ser ácido o podía ser agua, pero era a lo<br />

único que se podían aferrar.<br />

—Voy a entrar —dijo Ricardo.<br />

—¿Estás loco? ¡Te mataran! —le gritó Fátima.<br />

—Nuestra única oportunidad de vencer a<br />

los monstruos está sobre la mesa. Alguien<br />

tiene que correr el riesgo.<br />

Abrió la puerta suavemente e intentó caminar<br />

haciendo el menor ruido posible. Las<br />

bestias le ignoraron, mientras rasgaban carne<br />

y crujían huesos. Ricardo agarró cuatro de<br />

los matraces y se dirigió fuera, sin que las<br />

bestias se inmutaran.<br />

—Vamos a ver que tienes —dijo Darío acercándose<br />

a oler los frascos—. Mala suerte, sólo<br />

es amoníaco.<br />

—Quizá podamos utilizarlo —dijo William,<br />

y se sacó del bolsillo un Zippo.<br />

—Al menos podremos prenderles fuego —<br />

dijo Fátima.<br />

—Dejemos de perder tiempo, tenemos que<br />

activar el protocolo de emergencia cuanto antes.<br />

Cada uno cogió un frasco de amoníaco y<br />

Darío se dispuso a abrir la puerta del centro<br />

de seguridad. Una de esas bestias esta machacando<br />

el cuerpo de Rita con sus garras,<br />

mientras James yacía muerto sobre el panel<br />

de control, con su brazo a punto de activar el<br />

botón de evacuación.<br />

Nada más entrar, la bestia se giró y profirió<br />

un poderoso aullido, preparándose para<br />

saltar sobre ellos. Los cuatro investigadores<br />

le tiraron los matraces que se rompieron al<br />

chocar contra su piel. William encendió su<br />

mechero y lo lanzó contra la bestia, lo que<br />

provocó la ignición del amoníaco. La bestia<br />

empezó a moverse de un lado a otro, chillando<br />

y cortando el aire con sus garras. Darío<br />

cerró la puerta desde fuera, dejando al engendro<br />

ardiendo en su interior.<br />

Esperaron a que la criatura dejara de gri-<br />

DIEGO FDEZ. VILLAVERDE<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

tar y entraron. El monstruo estaba tendido<br />

en una esquina, agonizando. William se acercó<br />

y empezó a pisotearle la cabeza. Ricardo<br />

agarró la pistola de James y le dio la de Rita<br />

a Darío.<br />

—La alarma alterará a las criaturas. Tenemos<br />

que darnos prisa y llegar cuanto antes a<br />

la cápsula —dijo Ricardo.<br />

Antes de que activara el botón, una sombra<br />

se lanzó desde un agujero del techo sobre Darío.<br />

Una acerada garra atravesó el pecho del<br />

hombre. William gritó, y Ricardo se apresuró<br />

a disparar, pero no había quitado el seguro<br />

del arma. La criatura les miró, aulló y salto<br />

de nuevo sobre Fátima. Ella esquivo el ataque,<br />

pero una de las garras consiguió herirla<br />

en una pierna. La criatura se golpeó contra la<br />

pared y Ricardo aprovechó ese momento para<br />

dispararla en el cráneo.<br />

—¿Fátima, estás bien? —preguntó Ricardo<br />

—Darío… está… ¿está? —preguntó ella<br />

con pánico en los ojos.<br />

—Me temo que sí —contestó William, que<br />

le temblaba la voz.<br />

Fátima intentó levantarse, pero la herida<br />

de la pierna la hizo volver a caerse. William<br />

se acercó a ayudarla, poniendo uno de<br />

sus brazos sobre los hombros. Ricardo recogió<br />

la otra pistola del suelo y activó el botón<br />

de emergencia. La alarma sonó por toda la<br />

estación y numerosos aullidos replicaron al<br />

unísono.<br />

—¡Vamos, vamos! —gritó Ricardo.<br />

La estación de evacuación estaba al final<br />

del pasillo. William y Fátima abrieron la<br />

marcha, mientras Ricardo les cubría la espalda.<br />

Un grupo de cinco criaturas aparecieron<br />

por detrás, cargando contra ellos.<br />

—¡Id a la puerta, yo las entretendré! —gritó<br />

Ricardo.<br />

—¡Ricardo! —exclamó Fátima, pero William<br />

ya había empezado a caminar hacia el<br />

punto de huida.<br />

Ricardo abrió fuego contra ellas. Consiguió<br />

dar a dos de las criaturas en la cabeza, y una<br />

tercera más se desplomó al recibir una bala<br />

en una pata. Las restantes se le acercaron rá


pidamente, y él se retiró poco a poco mientras<br />

seguía disparándolas. Consiguió alcanzar a<br />

otra en el pecho, pero la última de las bestias<br />

le sobrepasó por su derecha y se dirigió hacia<br />

William y Fátima. Ricardo disparó a la espalda<br />

y corrió hacia sus compañeros.<br />

Una vez en la sala, Ricardo se acercó al ordenador<br />

de la sala para programar la trayectoria<br />

de la capsula.<br />

—¿Qué diablos está pasando aquí? —preguntó<br />

William.<br />

—Mantén la calma hasta que consigamos<br />

irnos —le respondió Ricardo.<br />

—No, en serio. ¿Me puedes explicar por qué<br />

las cosas esas actúan como si no existieras?<br />

—¿A qué te refieres? —preguntó Fátima.<br />

—Entró en el laboratorio y las criaturas<br />

esas ni se inmutaron. Pese a ser el que estaba<br />

más cerca en el centro de seguridad, el bicho<br />

saltó hacia ti en vez de hacia él, ¡y ahora<br />

mismo acabamos de ver cómo han ignorado<br />

completamente al que ha estado matando a<br />

sus congéneres!<br />

—No tenemos tiempo para tus teorías ahora<br />

mismo, Will. ¿Podemos discutirlo más tarde?<br />

—¡A mí no me llames Will! —gritó William<br />

mientras daba un empujón a Ricardo—. ¡Qué<br />

curioso que este ataque se haya producido<br />

después de que llegara un miembro nuevo al<br />

equipo! ¡Y más curioso aún es que sea miembro<br />

de una larga dinastía militar!<br />

—Cálmate, por favor —le pidió Fátima<br />

—¿Y has visto esos seres? —El matemático<br />

ignoró completamente el comentario de<br />

la mujer—. ¡Parece que alguien ha juntado<br />

partes de animales de la Tierra en una batidora<br />

y les haya salido ese engendro! ¿Cómo<br />

narices esas cosas han interceptado una nave<br />

espacial y han llegado hasta aquí? ¿Acaso no<br />

es obvio? ¡Eran el cargamento de la nave!<br />

—Mira, no sé qué es lo crees que está pasando,<br />

pero todo esto lo podemos discutir<br />

dentro de la cápsula de escape.<br />

—¡No me voy a subir contigo a ningún sitio!<br />

¡No has condenado a todos!<br />

William se lanzó contra él y juntos cayeron<br />

ESTACIÓN EUROPA<br />

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al suelo. Ricardo intentó coger la pistola, pero<br />

William entrevió lo que se proponía y le golpeo<br />

con los dos puños en el pecho. El arma se<br />

le cayó, y William la lanzó lejos. Las criaturas<br />

comenzaron a golpear la puerta y con sus<br />

arremetidas ya la estaban abollando.<br />

William ignoró los ruidos y siguió pegando<br />

a Ricardo. El genetista Intentó defenderse<br />

cómo pudo, pero la furia había poseído completamente<br />

a William.<br />

Entonces sonó un disparo, y una bala atravesó<br />

el cráneo del matemático, que se derrumbó.<br />

Ricardo se lo quitó de encima y vio a<br />

Fátima con una pistola en la mano y con cara<br />

de terror.<br />

Ricardo fue hacia ella, que empezó a llorar<br />

desconsoladamente. La puerta se desplomó y<br />

las criaturas entraron. Fátima les apuntó y<br />

apretó el gatillo, pero ya no le quedaban balas.<br />

Ella se retiró lentamente hacia la pared,<br />

pero Ricardo se quedó en el centro de la sala,<br />

mientras las criaturas se le acercaban.<br />

Fátima pego un gritó ante la inminente<br />

muerte de su amante, pero los extraños seres<br />

no atacaron a Ricardo. Le rodearon y se dirigieron<br />

hacia ella.<br />

—Yo… Lo siento Fátima —dijo Ricardo—.<br />

Ya deberíamos habernos ido de la estación.<br />

Ha sido culpa de William.<br />

Ricardo vio por última vez a Fátima, mientras<br />

ella mostraba una expresión de absoluta<br />

incredulidad y furia en medio de un mar de<br />

garras y dientes. Ahora no sabía qué hacer.<br />

Si William se había dado cuenta de que estos<br />

monstruos no eran alienígenas, alguien más<br />

en la Tierra lo haría. Se dirigió al centro de<br />

seguridad para borrar todos los vídeos de seguridad<br />

y programar la autodestrucción de la<br />

base. No tenía prisa, las feromonas que hacía<br />

creer a las bestias que era uno de ellos aun<br />

durarían unas cuantas horas. Debería mandar<br />

un informe al general Jericho contándole<br />

el fracaso de la misión e inventar una historia<br />

que explicara la destrucción del centro de<br />

investigación y su milagrosa supervivencia.<br />

El bien común tendría que esperar.<br />

23


24<br />

CRIS MIGUEL<br />

MANTIDAE<br />

por Cris Miguel<br />

Aún se está adaptando a su nueva naturaleza, convertirse en una mantis adulta no es<br />

tarea fácil y mantener la normalidad mucho menos. Después de todo, ¿quién quiere<br />

pasearse por el centro pareciendo una ballena?<br />

Me miro en el espejo, ya estoy un poco sonrojada. Tengo la sensación de que lo he hecho un<br />

centenar de veces, pero, a la vez, antes de culminar siempre echo un poco el freno. En ese<br />

momento es en el que aprovechan las dudas para filtrarse por la zona más débil de mi determinación.<br />

Respiro hondo y sello todos los escapes, me atuso el pelo y salgo del baño.<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine


—Perdón, ya estoy —digo con mi sonrisa<br />

más sexy.<br />

Él, a modo de respuesta, sonríe y se hace<br />

a un lado en la cama para dejarme sitio. El<br />

alcohol todavía nubla un poco mi vista y mi<br />

cabeza, pero hasta mis perjudicados ojos son<br />

capaces de entrever el cuerpo escultural de…<br />

¡Oh, mierda! Cómo puedo ser tan mala con<br />

los nombres. ¡Qué importa! Tiene un cuerpo<br />

esculpido por los dioses. Está bien, un cuerpo<br />

esculpido por muchas horas de gimnasio,<br />

¡qué más da! Me pongo a su lado despojándome<br />

antes del minúsculo vestido que llevaba,<br />

así siempre es más fácil.<br />

—¿Te gusta? —digo coquetamente acariciándome<br />

la copa del sujetador.<br />

Para huir del negro he elegido un conjunto<br />

morado, obviamente de encaje, con virguerías<br />

en terciopelo. Irresistible. Como única y<br />

necesaria respuesta me atrae hacia su fuerte<br />

torso para besarme. Qué sensación tan cálida,<br />

está tan suave, acostumbrada como estoy<br />

a las barbas. Le miro a los ojos, arqueando<br />

levemente una ceja, y sé que derrocho sensualidad<br />

por todos los poros de mi piel. Hasta<br />

siento su erección absolutamente dispuesta.<br />

Le tengo.<br />

Respiro entrecortadamente, después de<br />

comer siempre me canso y necesito tumbarme.<br />

He llegado a dormir un dia entero después<br />

de una gran… comida. Y esta lo ha sido,<br />

hmmm… estaba tan prieto. Me pesan los párpados,<br />

me quedo tumbada boca arriba, diviso<br />

su ropa tirada en el suelo. Qué pereza ir a<br />

tirarlo. Se me cierran los ojos y no tengo ningún<br />

otro pensamiento. Me quedo dormida.<br />

II<br />

Toc, toc, toc.<br />

Suena como si me estuviesen aporreando<br />

la cabeza. Abro los ojos. La puerta, pero<br />

quién cojones será. Me pongo un albornoz, lo<br />

primero que encuentro, y abro.<br />

—¿Otra vez tú? —le digo lamentando profusamente<br />

haber abierto.<br />

—Vaya, ya veo que te has alimentado, cada<br />

MANTIDAE<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

vez me necesitas menos —arqueo una ceja.<br />

—Te dije que puedo cuidar de mí misma<br />

—le increpo apoyando la cabeza en el marco.<br />

—Déjame entrar, así puedes volver a tumbarte,<br />

está claro que aún te quedan horas<br />

para digerirlo entero.<br />

Le dejo pasar y ando pesadamente hasta<br />

el salón, me arrojo contra el sillón y hago el<br />

enorme esfuerzo de no volver a dormirme.<br />

—¿Y bien? Dime que no era nadie importante.<br />

—¿Por quién me tomas? Era un cualquiera,<br />

dudo que le echen de menos. Quizás en el<br />

gimnasio… –Enrique sonríe ante mi perezosa<br />

ocurrencia.<br />

—Esto te servirá durante una semana,<br />

pero ten en cuenta que ya no puedes aguantar<br />

tanto como antes, la semana que viene<br />

tendrás que volver a comer porque si no…<br />

—¡Vale! —le corto, no soy capaz de asimilar<br />

nada en este momento–. Me lo has explicado<br />

una docena de veces, cálmate, lo estoy<br />

haciendo, ¿no?<br />

—Sólo me preocupo por ti. —Se acerca y<br />

me acaricia la mejilla.<br />

—Además si no encuentro a nadie, me sirves<br />

tú —bromeo.<br />

—Muy graciosa. Antes de llegar a eso tengo<br />

varios candidatos que no me importaría que<br />

me quitaras de en medio.<br />

—¡Oh! Pero seguro que todos ellos tienen<br />

familia y trabajo donde notarían su ausencia<br />

enseguida, ¿es que no has aprendido nada?<br />

—le imito, es lo que siempre me dice.<br />

—Buena chica. Entiende que acabas de<br />

mutar y tengo que ser así de pesado, tu raza<br />

se extingue, Cam.<br />

—No me presiones. Anda déjame dormir.<br />

—Está bien, cuídate ¿vale? Vendré a finales<br />

de semana para saber si tienes… víveres<br />

a la vista. —Sonrío y asiento, mientras él se<br />

aleja. De lejos oigo la puerta. O no, porque<br />

vuelvo a sumirme en un profundo sueño.<br />

III<br />

Tiene que pasar una semana para que pueda<br />

salir de casa con mi aspecto habitual sin<br />

25


26<br />

que parezca una ballena. He tardado más de<br />

lo normal en hacer la digestión, con lo cual mi<br />

cuerpo no necesita otra ingesta inmediata. Lo<br />

noto, lo sé, por mucho que diga Enrique. Aún<br />

así necesito cubrirme las espaldas. Quedo<br />

con Amanda, una compañera, su queridísimo<br />

novio se va a traer unos cuantos amigos. En<br />

definitiva, un plan de esos horribles de juntar<br />

grupos que no se tienen por qué caer bien<br />

y sólo dos personas se esfuerzan porque así<br />

sea. Yo no pierdo nada, y como me ha dicho<br />

Enrique, tengo que aparentar llevar la vida<br />

más normal posible. Y eso intento.<br />

El tiempo permite que nos sentemos en una<br />

terraza, me coloco entre dos chicos, no les conozco<br />

de nada, pero fuera de la influencia de<br />

Amanda podré desplegar todos mis encantos.<br />

Empiezo…<br />

—¿Cómo os llamabais? —Supersonrisa y<br />

leve inclinación de cabeza.<br />

—Yo soy Rick —dice el de mi izquierda–, él<br />

es Paul.<br />

—Encantada. —Le toco la pierna a Rick, si<br />

ha contestado él es que está más predispuesto–.<br />

Yo soy Cameron pero vamos… todos me<br />

llaman Cam. —Me muerdo el labio.<br />

La tarde da paso a la noche enseguida, o<br />

al menos eso me parece. Sin proponérmelo,<br />

Rick me está acompañando a casa dando un<br />

relajado paseo.<br />

—Estás muy callada —me dice inclinando<br />

su hombro contra el mío.<br />

—¿Si? —Arqueo una ceja y le miro a los<br />

ojos, tiene una mirada penetrante–. Es que<br />

ya te lo he dicho todo. —Sonrío de medio lado<br />

agachando la cabeza.<br />

—Pues que pronto te quedas sin palabras…<br />

—Es que soy una mujer de acción. —Los<br />

pulsos verbales siempre se me han dado bien.<br />

—¿Ah, si? Está bien saberlo.<br />

—Esta es mi casa —digo señalando el portal<br />

y subiendo el escalón.<br />

—Oh, sí que estaba cerca —dice con un<br />

cierto deje triste en su voz.<br />

—Te lo he dicho. —Le doy un golpecito cariñoso<br />

en el pecho–. Gracias por acompañarme.<br />

—Un placer, espero verte más veces. —Sus<br />

CRIS MIGUEL<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

ojos me atrapan, no…<br />

—Seguro que sí —consigo decir–. Adios<br />

Rick.<br />

—Pasa buena noche Cam.<br />

En el ascensor apoyo mi cabeza en la pared,<br />

pero qué coño… Le tenía a tiro, ¿por qué<br />

no…? Supongo que me daba pena, es un chico<br />

muy majo. Mejor no volver a verle, desde<br />

luego.<br />

Me vibra el móvil:<br />

“Soy Rick, le he pedido tu número a Amanda,<br />

espero que no te importe. Me ha encantado<br />

conocerte”.<br />

Sonrío, un momento… ¡Sonrío! Genial…<br />

“No me ha dado tiempo a echarte de menos,<br />

para mí está claro que también ha sido<br />

un placer conocerte”.<br />

Le doy a enviar. Me tapo la cara con las<br />

manos, mejor me alejo del teléfono. Me meto<br />

en la cama con una ansiedad que hace mucho<br />

que no sentía, pensando únicamente en esos<br />

ojos grises.<br />

IV<br />

Me despierto sobresaltada, todavía no ha<br />

amanecido pero tengo un calor que no puedo<br />

aguantar y… hambre. ¡Mierda! Va a tener<br />

razón Enrique, joder. Miro el móvil, puta lucecita<br />

roja, las 6:27, ¿por qué estoy despierta?<br />

Seré subnormal. Voy a la cocina y me preparo<br />

un café. Cada vez me sacia menos la comida<br />

normal, pero algo tendré que llevarme a la<br />

boca a falta de un hombre… Es cruel hasta<br />

pensarlo. Rara vez me dan bajones por mi naturaleza,<br />

pero es que esta es la primera que<br />

tengo tanta ansiedad, ni el otro día antes de<br />

comerme a… ¡ni el otro día! Para evitar un<br />

terrible ataque de “Soy mi propio monstruo”<br />

me pongo la tele mientras desayuno algo.<br />

Me debo de quedar dormida en el sillón<br />

porque el teléfono me sobresalta.<br />

—Diga —contesto sin siquiera fijarme en<br />

el número.<br />

—Cam, ¿estás bien?<br />

—Joder Enrique… tienes el don de la oportunidad…<br />

—¿Te has alimentado?


—No. —Bostezo.<br />

—Tienes que hacerlo —dice tajantemente.<br />

—Lo sé, estoy en ello.<br />

—De acuerdo.<br />

—Oye, ¿hay una forma de no hincharme<br />

tanto? —le pregunto, me niego a salir de casa<br />

como si fuera un globo gigante.<br />

—Lo único que se me ocurre es que… lo<br />

desmiembres, pero aun así no las tengo todas<br />

conmigo, puede que no te haga el mismo<br />

efecto.<br />

—Tengo que probarlo, no puedo estar encerrada<br />

en casa y salir un día para volver a<br />

cazar y encerrarme de nuevo, ¿cómo lo hacen<br />

los demás?<br />

—Esto es sólo hasta que estabilices tu organismo,<br />

cuando termines el cambio no necesitarás<br />

comer tanto, será más periódico y<br />

más estable. Pero ahora… con el torbellino<br />

hormonal tienes que respetar tus necesidades.<br />

—Es una mierda —me quejo amargamente.<br />

—Es sólo una etapa, pasará, cuando te conviertas<br />

en una mantis adulta puede que sólo<br />

necesites alimentarte una vez al mes.<br />

—¿Y cuándo pasará eso? —pregunto viendo<br />

un rayito de luz a mi patética existencia.<br />

—En cada ser es diferente, sois pocos, la<br />

muestra no es significativa… No puedo decirte<br />

nada… –Suena visiblemente afectado.<br />

—Lo sé, demasiado haces. Gracias.<br />

—¿Me acabas de dar las gracias? —bromea<br />

al otro lado de la línea–. ¿Seguro que estás<br />

bien?<br />

—Idiota. —Cuelgo.<br />

Termino de darme el colorete y me miro en<br />

el espejo de arriba abajo. Estoy espectacular,<br />

está mal que lo piense yo, pero no deja de ser<br />

cierto. Mi ansiedad ha ido en aumento durante<br />

todo el día, así que he decidido salir a<br />

buscar algo que llevarme a la boca. El vestido<br />

deja poco a la imaginación, transmite el mensaje<br />

a la perfección, quiero guerra.<br />

El ruido del local me atruena los oídos. El<br />

MANTIDAE<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

suelo está pegajoso, demasiado sucio para los<br />

tacones que llevo. Odio estos sitios. Son más<br />

de las dos de la madrugada, la hora perfecta<br />

para cazar a un pobre inútil que se haya<br />

pasado con el alcohol. Me acerco a la barra<br />

y me pido un ron con Coca–Cola. No sé por<br />

qué, pero las bebidas oscuras en manos de<br />

una mujer les llama la atención. No es que<br />

necesite pluses, pero si me facilita la misión,<br />

mejor. Pido una pajita al camarero guiñándole<br />

un ojo, eso tampoco falla. Labios perfectos,<br />

mirada distraída, cara de “la noche podría<br />

ser mejor” y a esperar.<br />

—Hola preciosa. —Premio.<br />

—Hola. —Muerdo fingiendo nerviosismo la<br />

pajita.<br />

—¿Te lo pasas bien? —pregunta el tipo.<br />

—Bueno… Estoy esperando a mi amiga<br />

que se ha ido con Jack y todavía no ha vuelto…<br />

–Simulo fastidio.<br />

—Oh, qué pena. ¿Puedo hacerte más llevadera<br />

la espera? —Arqueo la ceja.<br />

—Eso depende… ¿Podemos ir fuera, que<br />

estoy harta de tanto ruido? –Jugueteo con mi<br />

pelo.<br />

—Claro, lo que tu quieras.<br />

Me apoyo en la pared fuera del local, miro<br />

el reloj. Quince minutos he tardado, tengo<br />

que apuntarlo en algún sitio. ¿Me darían un<br />

logro? Finjo impaciencia, no es que haga falta,<br />

pero esto es muy aburrido si no interpreto<br />

un papel.<br />

—¿Vienes mucho por aquí? —me pregunta<br />

para romper el hielo.<br />

—Hay pocas frases tan manidas como esa<br />

—bromeo.<br />

—Perdone usted, preciosa. —Me inclino levemente<br />

hacia él, quiero que capte todo mi<br />

olor.<br />

—Yo creo… –Vuelvo a mirar el reloj–. Creo<br />

que me voy a casa, no la voy a esperar. ¿Puedes<br />

acercarme? —Soltando el cebo.<br />

—Claro que sí, no te preocupes.<br />

Me subo en el coche y cojo el móvil, para<br />

aparentar que escribo a alguien. Tengo un<br />

mensaje: “Esta noche está siendo un rollo<br />

comparada con la de ayer, por qué será…”.<br />

27


28<br />

Rick. Siento un pinchazo en el estómago,<br />

como si me molestara mentirle. Dejo eso a<br />

un lado, aparcado y bien guardado en un rincón<br />

de mi minúscula conciencia y le contesto:<br />

“Ah, si? Y eso que no te has divertido conmigo<br />

de verdad”. Guardo el móvil, no quiero distracciones.<br />

—Le estaba diciendo a Paula que me iba a<br />

casa, por si acaso vuelven… –le explico como<br />

si debiera excusarme con él.<br />

—Claro. Seguro que se lo está pasando en<br />

grande y se le ha olvidado avisarte. —Me<br />

pone la mano en la pierna, sujetando el volante<br />

sólo con la izquierda.<br />

—Sí, no sería la primera vez… –me quejo y<br />

apoyo mi mano encima de la de él. Si le toco,<br />

le creo necesidad de mí, no falla–. Aparca<br />

aquí mismo, es ese portal.<br />

—De acuerdo. —Apaga el motor y se gira<br />

hacia mí.<br />

—Gracias por traerme, ¿quieres subir? —<br />

Me pongo el pelo detrás de la oreja.<br />

—Sólo si quieres. —Alzo las cejas con sorpresa<br />

y me bajo del coche esperando a que<br />

me siga.<br />

Cierro la puerta de mi piso encendiendo la<br />

luz del hall y la del salón. Suelto las llaves<br />

y el bolso en la mesa y me giro a mirarle. El<br />

tipo no está mal, no es modelo pero tiene su<br />

encanto, como si necesitara que fueran guapos…<br />

Prefiero no pensarlo más, no puedo hacer<br />

otra cosa. Me acerco sinuosamente a él y<br />

le doy un casto beso en los labios. Antes de<br />

que pueda cogerme, buscando más, me aparto<br />

y le hago señas para que me siga al dormitorio.<br />

Le beso apasionadamente abriéndome paso<br />

con mi lengua por su boca. Sabe a whisky y a<br />

tabaco. Le tiro sobre la cama y me pongo encima<br />

de él, a horcajadas. Tienen que verme,<br />

sentir mi halo. Por sus ojos sé que la combinación<br />

le está resultando embriagadora. Me<br />

agarra las caderas y la cintura, se está descontrolando.<br />

Sonrío. ¿Puede ser más fácil?<br />

V<br />

Me muevo pesadamente en la cama. Tengo<br />

CRIS MIGUEL<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

que deshacerme de su coche y su ropa, pero<br />

casi no puedo moverme, así que decido llamar<br />

a Enrique. Para eso está. Me incorporo<br />

ayudándome de la pared y del mobiliario que<br />

encuentro, y voy al salón a buscar el teléfono.<br />

Vaya mierda, como odio estar así.<br />

Tengo un mensaje: “Estoy deseando que me<br />

enseñes qué es divertirse de verdad”. Rick, de<br />

ayer por la noche. Imperceptiblemente, elevo<br />

la comisura de la boca. Agito la cabeza para<br />

alejar esos pensamientos y pulso el botón de<br />

llamada.<br />

—Hola, ¿qué tal? —Me siento en el sillón.<br />

No me sostengo en pie, soy una morsa.<br />

—Bien, ¿y tú? ¿Te has alimentado?<br />

—Sí, de eso quería hablarte. Hay un coche<br />

al lado del portal que es de mi cena. ¿Puedes<br />

encargarte de él?<br />

—¿Tienes las llaves?<br />

—¿Crees que me como hasta su cartera? —<br />

le reprocho, indignada.<br />

—No sé, perdona…<br />

—Tu ven y punto. Adiós.<br />

—En cuanto pueda me paso, cuídate.<br />

No han pasado dos horas y ya está delante<br />

de mi puerta. Como sabía que no iba a tardar<br />

demasiado, dejé el intento de volver a la<br />

cama para otro momento y me quedé en el<br />

sillón contemplando el maravillo misterio del<br />

papel de pared. Le doy todas las pertenencias<br />

del tipo y se va tan rápido como ha venido,<br />

dándome un beso en la frente. Es domingo,<br />

son las once y media. Voy a dormir todo el<br />

día.<br />

Abro los ojos, la luz todavía es capaz de colarse<br />

por la persiana. Cojo el móvil para mirar<br />

la hora: las ocho y media y dos mensajes.<br />

“Tía, vente! Hemos quedado a las diez en la<br />

pizzería esa tan barata de al lado de mi casa.<br />

Rick no para de preguntar por ti. Muak.”.<br />

Amanda y su afán por emparejar a todos los<br />

que la rodean.<br />

“Te estás haciendo la difícil o realmente no<br />

te intereso en absoluto? Te voy a ver en la<br />

cena?”. Rick. Sin saber muy bien por qué, me


hace sonreír, y me levanto para contemplarme<br />

en el espejo.<br />

Ufff… se me nota un montón, por muy<br />

ancho que me ponga el vestido parezco una<br />

embarazada a punto de echarlo, necesito mínimo<br />

ocho horas más. Me enfado con mi naturaleza<br />

de manera proporcional a las ganas<br />

que tengo de ir a esa puta cena. Joder.<br />

“Esta noche mejor me quedo en casa, no estoy<br />

muy bien del estómago. Realmente pensabas<br />

que iba a ser tan fácil?”, le contesto. A<br />

continuación me excuso también con Amanda.<br />

Me aseo y me siento en el sillón, para evitar<br />

lamentarme de lo patética que es mi vida<br />

me pongo los capítulos que me quedan de una<br />

serie. Suspiro. Tampoco estaba tan bueno.<br />

Desconecto el disco duro. Voy a la cocina<br />

me tomo un vaso de agua y apago las luces.<br />

Suena el timbre y mecánicamente miro el reloj.<br />

La una menos diez. Frunzo el ceño y voy<br />

a contestar al automático.<br />

—Soy yo, quería ver como estabas.<br />

Abro los ojos como platos. Corro al baño<br />

para ponerme un albornoz, lo más grande<br />

que tengo para cubrirme bien las formas. Da<br />

unos golpecitos en la puerta y abro.<br />

—Rick, ¿qué haces aquí? —Le doy dos besos<br />

y me hago a un lado para dejarle pasar.<br />

—No sabía si estarías despierta, quería<br />

probar suerte. —Sonrío abrazándome instintivamente<br />

a mí misma–. ¿Cómo estás?<br />

—Regular, un poco hinchada, ¿te suena? —<br />

bromeo, es lo mejor para distraer–. Ven, siéntate.<br />

¿Quieres tomar algo?<br />

—No… –Me quedo pegada a su mirada.<br />

Nos sentamos en el sillón, juntos, pero sin<br />

llegarnos a tocar.<br />

—Bueno, ¿qué tal la cena, lo habéis pasado<br />

bien? —rompo el hielo, me sudan las manos,<br />

estoy nerviosa. ¿Yo nerviosa?<br />

—Pues bien, tranquila, ya sabes cómo son.<br />

Éramos más o menos los de antes de ayer,<br />

salvo por un pequeño detalle. —Arqueo la<br />

ceja–. Faltabas tú.<br />

—¿Ah, sí? ¿Has notado mi ausencia? —Me<br />

MANTIDAE<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

coge de la mano que está reposando en mi rodilla.<br />

—Claro que sí, y no entiendo por qué. ¿Tú<br />

tienes alguna idea? —Sonrío.<br />

—No, estoy perdida… –Me muerdo el labio.<br />

Siento como si hubiese coqueteado con él<br />

siempre, así que cuando inclina su cabeza hacia<br />

mis labios, cubro inmediatamente la distancia<br />

que nos separa agarrándole del cuello.<br />

Su barba me raspa la barbilla, que contrarresta<br />

con la suavidad de su lengua moviéndose<br />

pausadamente al compás de la mía. Le<br />

suelto poco a poco, me muerdo el labio y le<br />

miro. Profundizo en esos ojos y no puedo evitar<br />

besarle otra vez. Si esto se parece al efecto<br />

que les causo yo, no me extraña que sea<br />

tan fácil. ¿Estará conmigo porque tampoco se<br />

puede resistir? Me separo y agacho la cabeza.<br />

Me sujeta el mentón con su mano, para que<br />

vuelva a mirarle.<br />

—Me voy, porque estas malita, pero espero<br />

que quedes conmigo de verdad. —Me da un<br />

casto beso en la mejilla, se levanta y sale por<br />

la puerta.<br />

No sé cuánto tiempo me quedo sentada en<br />

el sillón, no sé realmente si estoy pensando<br />

algo lúcido, no sé si algo tiene sentido; pero,<br />

desmarcándome de la magia y la felicidad del<br />

momento, siento un agujero en el estómago.<br />

Tengo miedo.<br />

VI<br />

—¡Cameron, por fin! ¿Dónde coño has estado,<br />

por qué no contestabas? —Enrique me<br />

grita al otro lado del teléfono.<br />

—No he parado ni un momento… –me excuso<br />

malamente.<br />

—¿Cómo que no has parado? ¿Te has alimentado?<br />

¿Estás bien? —Enrique habla frenéticamente.<br />

—No, pero aún no tengo demasiada hambre…<br />

–Cosa que es sólo medio cierta.<br />

—¡Llevas más de una semana! —Está tan<br />

alterado que le sale un gallito–. No me puedo<br />

creer que no tengas hambre, mis estudios no<br />

pueden estar tan equivocados…<br />

—Pues a lo mejor sí —miento–. Cuando no<br />

29


30<br />

pueda aguantarlo lo haré, no te preocupes.<br />

—Claro que me preocupo. ¿Qué has estado<br />

haciendo?<br />

—Bueno… –Dudo, realmente no es mi padre<br />

y no tengo por qué darle explicaciones–.<br />

He estado… estoy saliendo con un chico.<br />

—¿Un chico? ¿Un novio? Cameron, ¿estás<br />

loca?<br />

—¡Joder! No he podido resistirme, es tan…<br />

—Pero, ¿te estás escuchando? ¿Cómo vas a<br />

ocultar…? —se interrumpe alarmado–. ¿Te<br />

has acostado con él?<br />

—Aún no…<br />

—Cameron, no lo hagas, todavía no estás<br />

preparada, eres una cría, puedes hacerle<br />

daño… ¡puedes matarle!<br />

—¿Crees que no lo sé? ¿Por qué te crees que<br />

no lo he hecho? —le grito–. Tengo miedo…<br />

pero me gusta, no quiero dejarle…<br />

—De momento aliméntate —dice derrotado.<br />

—No, aún…<br />

—Cameron, no le vas a engañar si es eso<br />

lo que te preocupa. Es tu naturaleza, si no te<br />

alimentas, él… –Oigo como traga saliva–. Le<br />

harás daño…<br />

—¡No! Puedo controlarlo.<br />

Cuelgo, por eso no le había cogido el teléfono<br />

en diez días. Que te suelten tus miedos sin<br />

miramientos no sienta especialmente bien.<br />

Una parte de mí… Está bien. Sé que Enrique<br />

tiene razón, pero nunca había estado tan…<br />

no quiero hacerle daño y no quiero ir a cazar.<br />

Es mentirle, no puedo. Vuelve a sonar el teléfono.<br />

Es Enrique de nuevo.<br />

—Cam, quiero verte. Sabes que sólo me<br />

preocupo por ti, ¿por qué no me lo presentas?<br />

¿Quedamos a tomar una cerveza esta noche?<br />

—Hmm… No sé. Bueno, vale, está bien.<br />

—Me pilla tan por sorpresa que sólo puedo<br />

decir que sí.<br />

Rick llega pronto a mi casa, me abraza y<br />

pega su boca a mi cuello, erizándome todo el<br />

vello de mi cuerpo.<br />

—Estás preciosa —me susurra, yo me derrito<br />

en ese instante y me pierdo unos segun-<br />

CRIS MIGUEL<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

dos en su aroma.<br />

—Estate quieto que tenemos que irnos —<br />

digo de manera juguetona, intentando frenar<br />

sus manos.<br />

—Tranquila, no te voy a desnudar. —Se me<br />

acelera tanto el corazón que le doy un golpe<br />

en el pecho empujándole hacia atrás.<br />

—Que sosa eres… –dice con media sonrisa.<br />

Le fulmino con la mirada, pero es que no<br />

me veo preparada para… no creo que sea capaz<br />

de contenerme.<br />

Nos sentamos en una mesa al lado de la<br />

ventana. Enrique y Rick congenian al instante.<br />

En el fondo me gusta que se lleven bien,<br />

porque Enrique es como un tutor, un padre<br />

para mí. Rick apura su vaso y se levanta para<br />

ir al baño.<br />

—¿Qué te parece? —le pregunto sintiéndome<br />

una portera.<br />

—Es un tío majo, Cam… pero te veo muy<br />

enganchada. Si quieres continuar con esto<br />

tienes que tener la cabeza despejada para<br />

controlarte, no te puedes desatar.<br />

—Lo sé… –Le acaricio el brazo para que no<br />

se preocupe–. Voy a ir despacio, tú tranquilo.<br />

Pedimos tres rondas más y se nos hace<br />

más tarde de lo debido para un día laborable.<br />

Enrique se despide de nosotros en la puerta<br />

y tomamos direcciones opuestas. Le cojo<br />

la mano, me siento un poco mareada como si<br />

mi cerebro navegara a la deriva en el mar de<br />

cerveza que he bebido.<br />

Abro la puerta de casa con Rick pegado a<br />

mi espalda.<br />

—¿Te lo has pasado bien? —le pregunto<br />

agarrándome a su cuello.<br />

—No tanto como tú, por lo que veo. —Sonrío<br />

y le beso.<br />

Enfoco la vista, pero su mirada me turba<br />

mucho más que el alcohol. Me muerde el labio<br />

y enredo mi lengua con la suya. Realmente<br />

no sé cómo hemos llegado, pero me acaba<br />

de tirar en la cama sin despegar su boca de<br />

la mía.<br />

—No… –La lucidez lucha por abrirse paso–<br />

. Es muy pronto…


—Ssshh… —Me pone su dedo índice en los<br />

labios—. Relájate.<br />

Mis miedos están a flor de piel, tengo hambre,<br />

mucha. Intento resarcirla con besos y espero,<br />

en lo más profundo de mí, que el sexo<br />

sea suficiente.<br />

Me coge la cara entre sus manos.<br />

—Relájate, Cam. —Me siento culpable por<br />

parecer inexperta como si yo…<br />

Le miro, arqueo una ceja y hago que giremos<br />

para quedarme encima de él. Despliego<br />

toda mi sensualidad, me quito el vestido y me<br />

muerdo la lengua.<br />

—¿Te sigo pareciendo nerviosa? —Sonrío y<br />

él me atrae hacia sí.<br />

Me revuelve el pelo con sus manos y nos<br />

fundimos, tanto en nuestra boca como en<br />

nuestro cuerpo. Mi ansiedad va en aumento,<br />

la acallo y me concentro en desabrocharle la<br />

camisa y los pantalones. Aspiro su olor, y el<br />

efecto es embriagador. Me incorporo acariciándole<br />

el pecho, dando rienda suelta a mis<br />

manos hasta que llego a sus bóxer, de los cuales<br />

me deshago sin concesiones. Él se sienta<br />

frente a mí y libera mis pechos, se recrea en<br />

ellos varios minutos y el calor que siento es<br />

incomparable e insufrible. Le beso el cuello y<br />

recorro su oreja izquierda con mi lengua.<br />

—Te quiero dentro de mí, ¡ya! —le susurro.<br />

Mis palabras son como un resorte y me<br />

tumba debajo de él. Mi respiración se acelera<br />

y me olvido por unos segundos de coger<br />

aire cuando se introduce en mi interior. No<br />

puedo. Tengo muchísima hambre. Me agarro<br />

a su espalda para sujetarme de sus arremetidas.<br />

Desprendemos intensidad, deseo. Nos<br />

desborda el anhelo reprimido, pero ahora da<br />

igual, nos fundimos y no había sido nunca<br />

tan dulce, tan…<br />

—¿Rick? —Por algún motivo se ha detenido–.<br />

¿Rick? —Me asusto y le agito y…<br />

No se mueve, está paralizado. Ahogo un<br />

grito y salgo de debajo de él, pero qué… Las<br />

lágrimas corren libres por mis mejillas y me<br />

olvido de parpadear. El hambre se me va de<br />

golpe y sólo deja… desolación.<br />

Le examino, aunque no dejo de temblar.<br />

MANTIDAE<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

Veo que tiene la marca de mis uñas en la espalda<br />

y que tienen mal aspecto… Me levanto<br />

corriendo a por el móvil.<br />

—¡Enrique! —sollozo–. He hecho algo horrible,<br />

he…<br />

—Cam, ¿qué ocurre?<br />

—Es Rick, lo he matado… –Me froto la<br />

cara.<br />

—¿Qué? ¿Te lo has…?<br />

—¡No! —grito.<br />

—¿Entonces?<br />

Le explico a duras penas lo que creo que ha<br />

pasado y me cuelga para venir a encontrarse<br />

conmigo aquí. Nunca me he sentido tan culpable,<br />

tan irresponsable… le he matado y sabía<br />

que podía ocurrir.<br />

* * *<br />

—Cam. —Enrique utiliza su llave, que la<br />

tiene sólo para emergencias. Al fin y al cabo,<br />

ésta lo es.<br />

Entra en el piso y vuelve a llamarla, pero el<br />

silencio es el único que responde.<br />

—Cam, ¿dónde estás? Puede que tenga solución<br />

y no esté…<br />

La puerta del baño está entreabierta, Enrique<br />

siente un peso en el estómago. Algo va<br />

mal. La abre lentamente y la imagen le rompe<br />

el alma. Cam está en la bañera, sumergida,<br />

con los ojos abiertos, sin vida.<br />

Movido por la impotencia la incorpora y la<br />

abraza. No respira, no hay nada que hacer.<br />

—¿Qué ha pasado? —Una voz le sobresalta<br />

y hace que el corazón le dé una voltereta.<br />

—¿Rick? Oh, Dios mío… –Enrique abraza<br />

más fuerte a Cam.<br />

—¿Qué ha pasado? ¿Está…? —Rick está en<br />

la puerta del baño, en estado de shock.<br />

Enrique asiente. Cam ha acabado con su<br />

vida antes de que él llegara para decir que<br />

quizás Rick sólo estaba paralizado, que era<br />

un mecanismo de las mantis, pero que no sabía<br />

bien su funcionamiento. Ahora ya era tarde,<br />

la había perdido, no había sabido cuidar<br />

de ella… ¿Cuántas pérdidas más será capaz<br />

de soportar?<br />

31


32<br />

LA GUERRERA<br />

DE LOS SUEÑOS II<br />

por Ana Gasull<br />

Ahora que ya sabe dónde está, Aurora debe<br />

buscar la forma de regresar a su casa y recobrar<br />

la conciencia, pero un peligro acecha la ciudad.<br />

Un peligro que podría costarle la vida… y la<br />

libertad.<br />

ANA GASULL<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

V uestra historia es triste —sentenció<br />

Dahlia mientras volvía a llenarle la taza<br />

con té de hierbas dulces—, pero no es vuestro<br />

final.<br />

—No, desde luego que no. No estoy muerta,<br />

sólo he caído en un profundo sueño que me he<br />

trasportado hasta aquí y, además, he perdido<br />

toda mi magia.<br />

Dalia negó con la cabeza con gesto preocupado,<br />

sin detectar el sarcasmo.<br />

—No creo que sea eso lo que ha ocurrido.<br />

Aurora se relamió los labios y cogió la taza<br />

que la muchacha le ofrecía.<br />

—¿Qué quieres decir?<br />

—Aunque en el mismo océano, vuestro reino<br />

y este forman parte de dimensiones diferentes<br />

y, por ende, tiene efectos secundarios en vuestro<br />

cuerpo. Además, aquí la magia es mucho<br />

más primitiva, no parece estar tan avanzada<br />

como la vuestra. Dígame, Princesa, ¿tenéis<br />

magos y brujos en vuestra tierra?<br />

—Claro que sí, ¿aquí no hay?<br />

Dahlia negó y le entregó un trozo de pan con<br />

mantequilla.<br />

—¿No queréis leche con vuestro té, Princesa?<br />

—Por favor —respondió mientras le acercaba<br />

la taza con delicadeza—, pero no me llaméis<br />

Princesa en este reino desconocido, podría ser<br />

peligroso.<br />

—Está bien, podéis ser mi prima, la pequeña<br />

dama Aurora.<br />

—Me parece bien, prima Dahlia. Pero debes<br />

ayudarme a regresar a casa, aunque quede<br />

atrapada en mi cuerpo en un sueño eterno del<br />

que sólo un beso podrá despertarme.<br />

—¿Un beso?<br />

—Así es —afirmó Aurora con una sonrisa<br />

triste en los labios—; un beso de amor verdadero.<br />

Ésa es la maldición de Maléfica, el hada<br />

maligna que me impuso esta condena de bebé.<br />

Dahlia no supo qué hacer.<br />

—Tal vez… tal vez estés aquí por alguna razón.<br />

—¿Cómo?<br />

—Puede que el destino te tenga reservado<br />

algo en este lugar, en este reino. Los dioses tienen<br />

una forma extraña de actuar: tal vez tanto


los tuyos como los míos se hayan puesto de<br />

acuerdo para mandarte aquí.<br />

Aurora se apartó el pelo de la cara con una<br />

mano muy delicadamente, con el rostro mostrando<br />

una expresión incierta. No las tenía<br />

todas.<br />

—¿Estás segura?<br />

—Vayamos a ver a un experto.<br />

—¿Un experto? ¿Un experto en qué?<br />

Dahlia se levantó de golpe y arrastró a Aurora<br />

consigo. Una gota de té le resbaló de los<br />

labios a la barbilla y le humedeció la piel.<br />

Dahlia, con una sonrisa amable, le pasó los<br />

dedos por el mentón y limpió el líquido resbaladizo.<br />

—Vamos, Princesa, te llevaré ante nuestro<br />

sabio.<br />

—¿Aquí también gozáis de los favores y la<br />

sabiduría de un sabio? ¿Y todo lo sabe? ¿Vive<br />

en las montañas o en el desierto?<br />

Dahlia rió ante sus preguntas atolondradas.<br />

Tenía la voz bonita, suave, como la música<br />

de las flores de campanilla, más propia de<br />

una sirena en sus dominios que de una costurera.<br />

Aurora entrelazó los dedos con los suyos<br />

y se sintió inmediatamente reconfortada en<br />

ese extraño mundo, desconocido y hostil hacia<br />

ella. Ese reino, en esa nueva dimensión,<br />

le había arrebatado la magia, la fuente de su<br />

poder, su seguridad: de ella dependía su fuerza<br />

y era eso lo que le daba la ventaja en los<br />

combates. Y, además, era el símbolo de su linaje.<br />

En Ímila era común la magia y los pocos<br />

que carecían de ella, seguían teniendo características<br />

o dones especiales, aun podían hacer<br />

pociones y brebajes o se centraban en leer<br />

las cartas; pero en la familia real, la magia<br />

brotaba con más fuerza, estaba mucho más<br />

presente en sus vidas, los hacía mucho más<br />

poderosos que al resto de mortales. Por eso<br />

gobernaban, juraban protección<br />

y felicidad al pueblo hasta el día en el que<br />

el poder los abandonase o ya no fueran aptos.<br />

Y ese día había llegado, porque la única heredera<br />

al trono lo había perdido. ¿Y qué ocurriría<br />

si eso resultaba ser para siempre, si no<br />

lograba irse de ahí, si nadie le daba un beso<br />

LA GUERRERA DE LOS SUEÑOS II<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

de amor verdadero y no despertaba? Sus mayores<br />

temores empezaban a materializarse<br />

ante sus ojos, abriéndose paso en su mente,<br />

haciéndose un hueco en su subconsciente.<br />

Las calles de Amel parecían estar siempre<br />

abarrotadas y tuvo que agarrarse a su acompañante<br />

para no dejarse llevar por el flujo de<br />

personas que las rodeaban y las empujaban<br />

de un lado a otro. Dahlia era buena y simpática,<br />

y la entretuvo con su parloteo durante<br />

todo el camino, aunque muchas veces se abstrajo<br />

con lo que veía a su alrededor y la dejó<br />

hablando sola.<br />

Jamás había salido de Ímila y todo lo que<br />

veía era nuevo y extraño. Amel era una ciudad<br />

tosca y sucia en comparación con su tierra<br />

natal, donde todo era delicado y hermoso,<br />

donde la belleza era primordial en las vidas<br />

de las personas; pero Amel estaba construida<br />

sobre piedra y tierra, conocía las heladas de<br />

invierno y el calor sofocante de verano. Y, en<br />

esos momentos, el sol brillaba encendido en<br />

el firmamento, marcando el ritmo cansado de<br />

sus pasos y la rapidez con la que las gotas de<br />

sudor le caían por la frente.<br />

Su vestido había sido substituido por uno<br />

más sencillo, más apagado y no tan delicado;<br />

la seda, que habría sido una ayuda bajo<br />

ese calor sofocante, había dado paso a un material<br />

un poco más grueso, que la asfixiaba.<br />

Dahlia lo había llamado algodón y ella, acostumbrada<br />

a la delicadeza de las sedas y a una<br />

primavera eterna, no había pensado que llegaría<br />

a molestarla tanto. Incluso su ropa de<br />

combate era más ligera y diseñada de forma<br />

que le resultara cómoda y fresca.<br />

—Esa es la casa de Alej, el Sabio.<br />

Dahlia señalaba un edificio alto, una torre<br />

circular con una aguja plateada en la cima.<br />

En Ímila había una parecida, dorada como<br />

los rayos del sol, sobre un acantilado, donde<br />

vivía su sabio.<br />

—Tal vez no nos reciba —dudó Aurora.<br />

Dahlia le estrechó la mano con suavidad y<br />

tiró de ella para que siguiera andando.<br />

—No te preocupes por eso, nos recibirá.<br />

Respecto a tu pregunta anterior, como pue-<br />

33


34<br />

des ver, vive en la ciudad, con los otros habitantes,<br />

pero en una casa un poco más lujosa.<br />

Aunque sólo vive allí porque es lo suficientemente<br />

grande como para albergar todos sus<br />

libros y otros cachivaches.<br />

La puerta estaba cerrada a cal y canto,<br />

pero Dahlia no parecía preocupada. Cuando<br />

su sabio cerraba la puerta, Aurora sabía que<br />

no debía molestarlo, porque se encontraba<br />

enfrascado en alguno de sus proyectos. A veces<br />

lo molestaba igual, sólo por el placer de<br />

verlo ponerse rojo como una grana y perder<br />

los nervios, pero muy de vez en cuando.<br />

Dahlia agarró una cuerda y la sacudió<br />

con fuerza. La enorme campana de bronce,<br />

grande como una cabeza de toro, repiqueteó<br />

con energía y resonó a través de todas las<br />

paredes. La puerta tardó unos segundos en<br />

abrirse, entraron por la pequeña rendija que<br />

se hizo y la cerraron tras de sí. En el rellano<br />

había una chiquilla joven, de no más de seis<br />

años, que las esperaba con una reverencia<br />

preparada y una bienvenida en los labios.<br />

—Kara, pequeña, llévanos ante Alej.<br />

—El señor Alej está en su estudio, mi hermano<br />

ha ido a avisarle de que tiene visita,<br />

seguidme.<br />

Los ojos le picaban por los humos que corrían<br />

por la casa, con extraños olores especiados<br />

algunos, otros con fragancias de animales<br />

muertos y líquidos sin nombre. Kara caminaba<br />

dando saltitos, como si sus pies desearan<br />

ponerse a bailar en cualquier momento. Los<br />

guió por pasillos ascendentes por el centro de<br />

la torre, donde no había escaleras, y pasaron<br />

puertas de roble barnizadas recientemente<br />

y arcos que daban a más pasillos, engullidos<br />

por la oscuridad.<br />

Alej, el Sabio, los esperaba en lo alto de la<br />

subida, ataviado con una túnica del mismo<br />

celeste desvaído que el de sus ojos.<br />

Aurora se inclinó a sus pies y le besó el<br />

anillo, que indicaba su rango y la orden a la<br />

que pertenecía. Sus labios tocaron la piedra<br />

fría, el jade pulido en las montañas del Lejano<br />

Continente, más allá de donde se encontraban<br />

Ímila y otros muchos reinos. Alej le<br />

ANA GASULL<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

colocó las manos en los hombros y la ayudó a<br />

levantarse.<br />

—No te he visto jamás en Amel y conozco a<br />

cada uno de sus habitantes.<br />

—Es mi amiga, Aurora.<br />

—Aurora…<br />

—Princesa de Ímila —aclaró ella cuando<br />

vio el reconocimiento en sus ojos viejos y cansados—,<br />

única heredera al trono, descendiente<br />

de los reyes de la primavera y las princesas<br />

del mar de los delfines. Pupila de otro de<br />

vuestros hermanos de la orden.<br />

—Sí, sí, ya sabía quien eras, niña. ¿Qué<br />

haces aquí, tan lejos de tu reino y tu palacio<br />

de cristal? ¿Dónde están tu escolta y tus doncellas?<br />

¿Y tus padres? ¿Por qué el rey no ha<br />

preparado un gran festín para vosotros? ¿Y<br />

qué haces viva, aun, si hace poco fue tu decimosexto<br />

cumpleaños? Juraría que deberías<br />

estar muerta, ¿no es así, chica?<br />

—Muerta no —siseó, ofendida por su tono<br />

despectivo y la burla en sus ojos—: sólo dormida.<br />

Alej suspiró y se dio la vuelta hacia una<br />

puerta entreabierta. Dentro, una sala circular,<br />

como toda la torre, daba a la ciudad con<br />

vistas al castillo y a su muralla. El estudio<br />

había sido llenado por objetos de valor sólo<br />

para un intelectual, con estanterías repletas<br />

de libros más viejos que los reinos y sus primeros<br />

reyes, y en el centro se había colocado<br />

un escritorio con una silla de patas altas y<br />

delgadas. A duras penas cabía el dueño por sí<br />

solo, pero fue una verdadera proeza cuando<br />

entraron los tres.<br />

—Muerta, dormida… ¿Qué más da? La<br />

única diferencia es que aun se respira. Pero<br />

no te veo muy dormida.<br />

—Lo estoy. En teoría. Maléfica me engañó<br />

y me pinché con una cosa de esas para hilar.<br />

—Un huso —aclaró el sabio.<br />

—Sí, eso.<br />

—Maestro —interrumpió Dahlia, acercándose<br />

más a él y tomándole las manos—, por<br />

favor, debe ayudarla a regresar. Creemos<br />

que, por alguna razón, su mente ha creado a<br />

un yo paralelo y la ha mandado aquí, mien


tras su cuerpo original se ha quedado en Ímila,<br />

dormida, aguardando…<br />

—Un beso de amor verdadero —escupió—.<br />

Un beso. A las hadas madrinas les encantan<br />

estas cosas y a la más jovencita, todavía más.<br />

Como si antes de los dieciséis pudiera conocer<br />

el amor verdadero. Estaban locas. Te pudrirás<br />

aquí, niña. A no ser que encuentres el<br />

amor verdadero aquí, pero dudo que eso funcione<br />

si este no es tu cuerpo original.<br />

—Maestro…<br />

Suspiró; parecía cansado, como si llevara<br />

mucho tiempo soportando una carga que no<br />

le correspondía.<br />

—Está bien, buscaré qué se puede hacer,<br />

pero no os hagáis ilusiones. Sin embargo…<br />

Se detuvo, inseguro, y se acercó a una pequeña<br />

ventana apartando de su camino todos<br />

sus trastos.<br />

—¿Lo habéis oído? —preguntó, con el ceño<br />

fruncido.<br />

Se acercaron a él mientras abría la ventana,<br />

y de repente les llegó el ruido de las<br />

campanas de las murallas y el castillo, como<br />

un centenar de aullidos de lobos en la noche.<br />

Más allá, el acero chocaba contra el acero<br />

y los chillidos se propagaban como lo había<br />

hecho la peste anteriormente. La carne se le<br />

puso de gallina y ella y Dahlia se agarraron<br />

de las manos.<br />

—Maestro, ¿qué ocurre?<br />

Una de las paredes estalló en mil pedazos<br />

y se abrió un boquete, grande como la cabeza<br />

de un bebé. Se apartaron justo a tiempo,<br />

antes de que una bala de cañón les abriera la<br />

cabeza a todos.<br />

—¿A ti qué te parece, niña? —le graznó, cerrando<br />

de nuevo la ventana de un golpe—.<br />

Seguidme.<br />

No tuvieron tiempo de cuestionarlo, pues<br />

el maestro se precipitó detrás del escritorio<br />

y abrió una trampilla que había debajo.<br />

Dentro, la oscuridad era absoluta, pero él la<br />

iluminó con una de las antorchas que había<br />

encendidas por el estudio, pues la pequeña<br />

ventana no dejaba pasar mucha luz.<br />

Cogió a Dahlia de la muñeca sin delicadeza<br />

LA GUERRERA DE LOS SUEÑOS II<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

alguna y la empujó hacia el agujero y oyeron<br />

su grito mientras desaparecía en la oscuridad.<br />

—¡Los niños! —exclamó Dahlia, desde la<br />

oscuridad.<br />

—Saben lo que deben hacer.<br />

Fue su turno después, y sintió los dedos<br />

huesudos del Maestro en su muñeca, ejerciendo<br />

una presión inaudita para alguien de<br />

su edad. El suelo abandonó sus pies cuando él<br />

la empujó y se vio cayendo al vacío, a través<br />

del agujero de la trampilla y hacia un suelo<br />

cercano, duro y frío.<br />

Al caer, tuvo que rodar rápidamente hacia<br />

un lado, pues temía que Alej le cayera encima,<br />

pero vio como el hombre bajaba tranquilamente<br />

por una escalerilla clavada a la<br />

pared, antorcha en mano, y cerraba la trampilla.<br />

La llama les iluminó los rostros y los<br />

alrededores, y él se colocó delante para guiarlas.<br />

—¿Qué está pasando? —preguntó Aurora,<br />

agarrando a Dahlia del brazo para ayudarla<br />

a mantener el equilibrio sobre el suelo desnivelado.<br />

—La ciudad es atacada.<br />

—No sabía que estuvierais en guerra.<br />

—No lo estamos —aclaró el sabio, pero no<br />

dijo nada más.<br />

Aurora miró a Dahlia en busca de alguna<br />

respuesta más elocuente, pero ella simplemente<br />

se encogió de hombros y siguió caminando.<br />

Tenía el labio superior empapado en sudor.<br />

El suelo y las paredes de piedra estaban fríos,<br />

pero el aire era caliente y húmedo, estancado<br />

en el interior de la tierra, y se enrollaba a su<br />

alrededor como serpientes de vapor. El sudor<br />

les corría por los miembros en ríos de plata y<br />

lava cuando la luz de la antorcha lo alcanzaba,<br />

pero se convertía en aire al poco rato.<br />

Más adelante vieron una luz, pero los portadores<br />

de esa antorcha los habían visto antes<br />

y deshicieron sus pasos. Habían aparecido<br />

de uno de los otros túneles anexados, como<br />

una exhalación, y se acercaron a ellos con la<br />

misma rapidez.<br />

35


36<br />

—¡Maestro!<br />

Un pequeño bulto se enredó entre los pliegues<br />

de su túnica y sus piernas.<br />

—Kara —dijo él, dulcificando el tono que<br />

hasta entonces había estado utilizando con<br />

Aurora—, te dije que en caso de peligro, huyerais<br />

sin mirar atrás.<br />

—Pero sabíamos que erais vos, Maestro, lo<br />

sabíamos.<br />

—No, no lo sabíais. Pero será mejor que<br />

nos demos prisa. ¿Y tu hermano?<br />

—Estoy aquí, Maestro —dijo una vocecita<br />

no mucho mayor que Kara.<br />

De las tinieblas salió un chiquillo parecido<br />

a Kara, pero más alto, que hizo una reverencia<br />

educada y elegante y tomó la antorcha de<br />

manos de la niña.<br />

—Bien, vamos.<br />

Desde la superficie les llegaban los horrores<br />

que la gente sufría; gritos de auxilio y de<br />

dolor, gruñidos feroces que les ponía la piel<br />

de gallina, los aceros chocando entre sí, los<br />

moribundos y los caídos pidiendo misericordia,<br />

el llanto de los niños y los bebés asustados…<br />

Kara y su hermano tenían el miedo<br />

escrito en el rostro, pero ni una lágrima se<br />

había escapado aun de sus ojos.<br />

—Ya falta poco —anunció Alej, con la manita<br />

de Kara entre la suya—. Doblemos por<br />

aquí.<br />

En ese tramo, la pendiente era pronunciada<br />

y peligrosa, y terminaron subiendo a<br />

cuatro gatas, ayudándose de las manos para<br />

poder trepar. El peligro residía en las piedras<br />

que se soltaban mientras se agarraban<br />

a ellas para poder auparse, pues podían desprenderse<br />

en cualquier momento y hacerlos<br />

rodar hacia abajo.<br />

El hermano mayor de Kara fue el primero<br />

en llegar a la cima y se estiró boca abajo para<br />

poder ayudar a su hermana a trepar. Entre<br />

Dahlia y Aurora echaron una mano al Maestro,<br />

que<br />

se debatía con un tramo especialmente empinado,<br />

y lo empujaron hacia arriba mientras<br />

los dos niños lo agarraban de la parte de<br />

atrás de la túnica.<br />

ANA GASULL<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

Finalmente, al llegar, Alej empujó con todas<br />

sus fuerzas hacia arriba y una trampilla<br />

como la de su estudio se abrió con dificultad.<br />

La luz del sol, abrasante, les besó los párpados<br />

y las pupilas, y salieron como pudieron,<br />

arrastrándose por el suelo y manchándose<br />

las ropas con la hierba y la tierra.<br />

Unos cuantos hombres y mujeres los ayudaron<br />

a salir y se aseguraron de que no estuvieran<br />

heridos.<br />

—Linka —exclamó un hombre de mediana<br />

edad, con una barra de pan en las manos<br />

que repartió entre los niños que se agolpaban<br />

a su alrededor—. Linka y sus bárbaros<br />

han atacado la ciudad y se apoderan de ella.<br />

El Rey ha mandado evacuarla, pero muchos<br />

han caído muertos y otros tantos se han rendido<br />

para evitar una masacre. Hemos obligado<br />

a la familia Real a huir, pues habrían<br />

muerto si no. Están más allá, atendiendo a<br />

los heridos y haciendo planes de guerra. Pero<br />

todo está perdido, puedo ver las columnas de<br />

humo desde aquí. Amel ha caído y junto a<br />

ella, Guinna.<br />

Desde donde estaban, aun se podía ver con<br />

claridad la muralla y los edificios más altos<br />

de la ciudad. La torre del sabio oscilaba en<br />

el firmamento, y contuvieron el aliento esperando<br />

a que se derrumbara. Finalmente, la<br />

primera piedra cayó desde lo más alto y la<br />

siguió la torre entera, que se vino abajo como<br />

lo haría un castillo de papel si soplase muy<br />

fuerte el viento.<br />

Aun hacía un precioso día de verano, en el<br />

que los pajaritos piaban sin descanso y un<br />

río llevaba sus aguas dulces hacia el mar. La<br />

hierba estaba fresca y la tierra, caliente. Y<br />

de haber estado en su casa, se habría bañado<br />

en cueros en el lago del Bosque de las Hadas.<br />

Pero no estaba en su casa y debía encontrar<br />

una forma de regresar.<br />

Alej, el Sabio se acercó a ella por detrás y le<br />

colocó una mano en el hombro.<br />

—Mucho me temo, niña, que ya no tienes<br />

forma de regresar. No con mi ayuda, pues todos<br />

mis libros estaban allí.


EL PERGAMINO DE ISAMU VI<br />

EL PERGAMINO DE ISAMU VI<br />

por Ramón Plana<br />

La alta política de Edo entra en escena. Después de un encuentro con soldados de<br />

Takayama, Atsuo descubre una conspiración para matarlo en un duelo, pero el armero<br />

y el ninja le ayudan para evitarlo.<br />

XI<br />

Era Matsumura Hiroto, consejero del shogun, hombre importante en el gobierno, uno de los<br />

fundadores de la milicia y gran amigo del clan Takayama, al que siempre intentaba favorecer.<br />

En su conversación con el samurái, se apartó del camino principal y empezaron a subir la<br />

ligera cuesta en dirección al refugio de Atsuo y Saburo. Se detuvieron a unos metros del grupo<br />

de árboles y eso permitió que oyeran su charla sin ser vistos.<br />

—¡Escucha Obura, ese hombre es muy peligroso para nosotros, debes acabar con él cuanto<br />

antes! —Hiroto reforzaba sus palabras golpeando su mano izquierda con el puño—. Para eso<br />

estás como responsable de mi seguridad, me será fácil exculparte ante el shogun por repeler un<br />

intento de agresión o por matar a alguien en un duelo.<br />

—Y lo haré, Hiroto-san, ese hombre mató a Ebizo y he jurado que acabaré con él. Pero a su<br />

tiempo. Para una venganza no hay que tener prisa. Antes de enfrentarme a él me gustaría conocerlo,<br />

quiero saber cómo hacerle sufrir, hacerle daño en lo que más quiera.<br />

—¿No comprendes que está acercándose demasiado al armero? No quiero que sospeche nada<br />

del acuerdo entre Kaoru y yo. No debe relacionarme con el clan Takayama. Ese maldito preceptor,<br />

al ser un hombre importante para los Hirotoshi, tendrá acceso al palacio, podría descubrirme<br />

ante el shogun. Además, tampoco me gusta que vaya a ver a Isamu. Cuanto más hablen los<br />

dos, más cerca estarán de adivinar nuestras intenciones. Debes hacerlo deprisa, ¡tendrás que ol-<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

37


38<br />

vidarte de tu venganza! —exclamó tajante—.<br />

Ahora sígueme a palacio, el shogun me ha<br />

concedido unos momentos para hablar con él,<br />

y tengo que aprovecharlos. Debo justificar las<br />

expropiaciones que pretendo realizar para la<br />

milicia.<br />

Ambos se alejaron en dirección al jefe de<br />

protocolo que esperaba pacientemente a la<br />

sombra de unas acacias. Luego, después de<br />

los saludos de rigor, se fueron hacia el palacio<br />

charlando animadamente.<br />

Mientras los veían alejarse, Saburo se volvió<br />

hacia su preceptor.<br />

—Atsuo-san, hablaban de ti.<br />

—Sí, eso parece. No les hace gracia que<br />

esté en contacto con Isamu. —Se quedó pensativo—.<br />

Me gustaría saber a qué expropiaciones<br />

se refería Hiroto.<br />

Se acercó de nuevo al lienzo y continuó dibujando<br />

el pequeño estanque con la linterna<br />

de piedra y la torre al fondo. Saburo se asomó<br />

por encima de su hombro y contempló asombrado<br />

los precisos trazos del pincel de su<br />

maestro y la delicada mezcla de los colores.<br />

—¡Atsuo-san! —exclamó sorprendido—.<br />

¿Por qué es más bonito tu dibujo que el natural?<br />

—Porque en el dibujo yo resalto su espíritu<br />

—dijo Atsuo sonriendo.<br />

—¿Me puedes acabar de contar tu historia?<br />

Me tiene muy intrigado lo que pasó con Gorou.<br />

¿Cómo lo llevaste al cobertizo si estaba<br />

tan débil?<br />

—Verás —dijo Atsuo retomando el hilo del<br />

relato—. Cuando Saicho me autorizó a traer<br />

a Gorou al cobertizo, le pedí ayuda a Ori para<br />

esa delicada tarea. El joven monje vino por la<br />

tarde con un borriquillo prestado por alguien<br />

de la aldea. Con él, bajamos por estrechos<br />

senderos de tierra hasta el riachuelo, desatamos<br />

al bruto y lo pusimos sobre el animal.<br />

Estaba tan débil que no hizo esfuerzo alguno<br />

por atacarnos o huir.<br />

»Estuvo en el cobertizo tres semanas sin<br />

levantarse del jergón de paja en que le pusimos.<br />

Durante ese tiempo le curé todos los<br />

días con un ungüento que me hizo Saicho,<br />

RAMÓN PLANA<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

hasta que le sanaron los arañazos. También<br />

le alimentaba con verdura, frutas, legumbres<br />

y algo de carne de aves que cazábamos por<br />

las cercanías. Así fue recuperando las fuerzas,<br />

tomando interés de nuevo por lo que había<br />

a su alrededor y por la vida.<br />

»Le pedí a Ichiro que diésemos las clases en<br />

el pequeño patio que había delante del cobertizo<br />

para no perderle de vista, y él consintió.<br />

Así pasó otro mes, y la pierna y el brazo rotos<br />

fueron soldando y recuperándose bastante<br />

bien, pronto podría levantarse. Entonces<br />

ocurrió lo imprevisto. Gorou pidió permiso<br />

a Ichiro para escuchar nuestras clases, y mi<br />

maestro se lo concedió. Poco a poco su ánimo<br />

por conocer se fue acrecentando y el afán por<br />

la venganza desapareció.<br />

»Saicho también observó el cambio y le dejó<br />

entrar al templo para que encontrase la paz.<br />

También le permitió asistir a las sesiones de<br />

estudio diario que él lideraba sobre el sintoísmo<br />

y el budismo zen. Allí nos juntábamos todos,<br />

analizábamos textos y debatíamos sobre<br />

sus conceptos. Así comenzamos a conocerle, y<br />

él a nosotros.<br />

»Le pregunté a mi maestro el por qué del<br />

cambio de actitud de Gorou, y me dijo: “Verás<br />

Atsuo, la montaña nos trae muchas bendiciones,<br />

pero su verdadera naturaleza es el<br />

propio miedo. Nos enseña a vivir con él, nos<br />

enseña a sufrir, y nos hace conscientes de<br />

nuestra propia pequeñez. Por eso se explica<br />

el cambio de Gorou. Por primera vez se ha<br />

enfrentado a algo que no podía dominar por<br />

la fuerza bruta, y ha dependido de alguien<br />

que tenía sobre él el poder de la vida y de la<br />

muerte. El pasar miedo es la lección más útil<br />

para alguien así. Por suerte para él, no lo mataste<br />

y tuviste piedad”.<br />

»Reflexioné sobre lo que me decía Ichiro y<br />

me di cuenta de que la espada tiene dos usos:<br />

quita la vida, pero también la puede dar. El<br />

cambio continuó para bien. Gorou se integró<br />

en nuestra pequeña comunidad, empezó<br />

a trabajar en pequeñas tareas hasta que se<br />

recuperó. Luego le pidió permiso a Saicho<br />

humildemente para convertirse en aprendiz


de la congregación, y como éste accediera,<br />

comenzó a visitar las aldeas acompañándolo.<br />

Desde entonces no paró de trabajar y servir a<br />

los habitantes de la montaña, aprendiendo de<br />

los monjes jóvenes los rudimentos de la medicina<br />

y la acupuntura, acompañándoles en<br />

sus muchos viajes. Su enorme fuerza y coraje<br />

estaban ahora al servicio de la comunidad.<br />

—¡Vaya Atsuo-san! —exclamó Saburo—.<br />

Ahora lo entiendo. Si perdonas la vida, a veces,<br />

la persona mejora y pasa a ser buena,<br />

pero… ¿cómo sabes si se volverá buena o no?<br />

—Tu cabeza no lo sabrá, Saburo, pero seguro<br />

que tu corazón sí. Por eso debemos mejorar<br />

continuamente nuestra técnica y nuestro<br />

espíritu, para que nunca nos fallen ni la<br />

una ni el otro.<br />

—Vale, la técnica se mejora con la práctica,<br />

pero… ¿y el espíritu, cómo se mejora?<br />

—Pues siguiendo las siete virtudes del<br />

bushido: decisiones correctas, coraje, benevolencia,<br />

respeto, honestidad, honor y lealtad;<br />

y sobre todo ayuda a los demás siempre que<br />

puedas.<br />

—¿Y qué fue de Gorou?<br />

—La última vez que supe de él fue hace<br />

un par de años. Trabaja intensamente por la<br />

comunidad de la montaña; tanto es así que<br />

Saicho lo recomendó al magistrado como alguacil.<br />

Lo hizo también debido al respeto que<br />

inspiraba su fuerza física entre los forajidos.<br />

Y ahora, además de cuidar de la salud de los<br />

lugareños, también cuida de que se cumpla<br />

la ley.<br />

—¡Tuviste buen juicio para tus pocos años<br />

Atsuo-san! Menos mal que no lo mataste.<br />

—¡Sí! Siempre me alegraré de no haberlo<br />

hecho. —Miró el pergamino en el que estaba<br />

dibujando—. ¡Bueno, esto ya está! —exclamó—.<br />

Mira, ahí viene Fujio.<br />

El joven cruzaba el portón saludando a los<br />

samuráis de guardia. Luego continuó por el<br />

sendero acercándose al grupo de árboles en<br />

donde estaban pintando Atsuo y Saburo.<br />

—¡Hola! —dijo con desenfado—. ¿Cómo<br />

van las cosas por aquí? Allí llegué con el permiso<br />

justo a tiempo. Estaban los samuráis de<br />

EL PERGAMINO DE ISAMU VI<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

Takayama diciendo a las chicas que se fueran<br />

de la calle, que allí no se podía dibujar.<br />

Cuando les enseñé el pase llamaron al inspector<br />

jefe de asistentes; éste vino, lo leyó y<br />

dijo que podíamos estar un rato, pero luego<br />

debíamos despejar la calle, pues esperaban a<br />

alguien muy importante. No sabemos quién<br />

podrá ser.<br />

—Bueno —dijo Atsuo—, supongo que será<br />

Hiroto al que esperan, ya que ahora está con<br />

el shogun. Irá a contarles cómo le ha ido la audiencia<br />

y a preparar el siguiente movimiento.<br />

Deberíamos tener alguien en palacio; hablaré<br />

con Isamu de ello. ¡Bueno chicos! Vamos<br />

a recoger, no debemos levantar sospechas.<br />

Fujio, tú vuelve a buscar a Michiko y Aiko.<br />

Nos encontraremos en el viejo cedro que hay<br />

a medio camino yendo a casa.<br />

El joven asintió y comenzó a bajar hacia el<br />

portón. Mientras, Saburo recogía los pergaminos<br />

para guardarlos en el cilindro y empaquetaba<br />

las tintas. Una vez todo dispuesto,<br />

el preceptor y su discípulo comenzaron a<br />

descender por el camino que les llevaba a la<br />

caseta del cuerpo de guardia.<br />

En ese momento, girando por el camino<br />

principal, apareció el consejero Matsumura<br />

Hiroto seguido de su comitiva. Caminaba a<br />

zancadas y traía cara de mal humor, inmediatamente<br />

detrás de él iba el capitán de su<br />

guardia, Obura, seguido por el resto de sus<br />

samuráis. Se dirigían a la puerta principal en<br />

donde esperaban los sirvientes con el palanquín.<br />

El consejero reconoció a Saburo y llamó<br />

la atención de Obura con un gesto. Luego exclamó<br />

en voz alta.<br />

—¡Vaya, qué agradable sorpresa! El primogénito<br />

del clan Hirotoshi —Se salió del camino<br />

dirigiéndose hacia Atsuo y Saburo.<br />

El muchacho le miró desconcertado, luego<br />

reaccionó saludándolo con educación.<br />

—Señor consejero, es un honor que me recuerde.<br />

—Dime joven, ¿qué te ha traído a los jardines<br />

de palacio? —preguntó sonriendo, luego<br />

observó los útiles que llevaban ambos—. ¿Tal<br />

vez la pintura?<br />

39


40<br />

—Así es, Hiroto-san.<br />

—¿Y quién es tu acompañante?<br />

—Perdone que no me haya presentado,<br />

consejero, soy Gonnosuke Atsuo preceptor de<br />

Saburo.<br />

—¡Ah! He oído hablar de usted. Este es el<br />

capitán de mi guardia personal, Obura, un<br />

gran espadachín. ¿Os gusta la esgrima Atsuo?<br />

—Sólo como ejercicio. Me interesan más la<br />

filosofía y la caligrafía.<br />

—Dicen que los expertos en caligrafía dominan<br />

también el arte de la espada —intervino<br />

Obura con una sonrisa—. ¿Tal vez le<br />

apetecería practicar un poco conmigo?<br />

—Cuando nos conozcamos mejor —dijo el<br />

preceptor riendo—, así no me sentiré tan ridículo<br />

a su lado.<br />

—¡Bien! —terció Hiroto—. Me agradará recibiros<br />

en mi casa. —Se quedó pensativo un<br />

momento, luego su cara se iluminó—. ¡Vaya!<br />

Qu buena idea, os mandaré una invitación oficial<br />

para visitarme, se la enviaré a tu madre;<br />

y cuento con que la acompañéis el preceptor<br />

y tú, Saburo. Ahora perdonar, pero tengo un<br />

poco de prisa. Me alegro de haberos visto. Y<br />

saluda a tus padres de mi parte, por favor.<br />

—Lo haré, señor consejero. Yo también me<br />

alegro de veros.<br />

Mientras Hiroto llegaba hasta el palanquín<br />

y se acomodaba, Atsuo y Saburo cruzaron el<br />

portón y bajaron hacia la ciudad. Era cerca<br />

del mediodía y el sol caía con fuerza, la gente<br />

al caminar buscaba la sombra de los árboles.<br />

Poco a poco el camino se iba quedando vacio<br />

al acercarse la hora de la comida. Fueron<br />

hasta el cruce, torcieron a la izquierda y después<br />

de un corto paseo llegaron al enorme<br />

cedro de la carretera, pero los chicos aún no<br />

habían llegado.<br />

Se sentaron bajo sus ramas mientras esperaban.<br />

Saburo miraba al suelo con el ceño<br />

fruncido mostrando preocupación. Acomodó<br />

el cilindro, sacó una calabaza de agua y se la<br />

ofreció al preceptor.<br />

—Atsuo-san, ¿qué haremos si Hiroto nos<br />

invita a su casa?<br />

RAMÓN PLANA<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

—Pues iremos —dijo Atsuo después de beber—.<br />

Sería de muy mala educación que nos<br />

negáramos.<br />

—¡Pero tengo miedo por mi madre! —exclamó<br />

el joven mientras guardaba la calabaza.<br />

—No te preocupes, podemos ir tú y yo; tu<br />

madre no irá si no está tu padre, es lo correcto.<br />

—¿No será una encerrona para hacerte<br />

combatir con Obura?<br />

—Es probable, pero intentaré evitar el<br />

combate y utilizar la encerrona en nuestro<br />

favor —dijo Atsuo con una sonrisa—. Algo se<br />

me ocurrirá.<br />

Se quedaron los dos contemplando pasar a<br />

la gente. Llevaban así un poco cuando oyeron<br />

un pequeño tumulto, y poco después vieron<br />

doblar la esquina corriendo a Fujio, Michiko<br />

y Aiko. Algo más tarde, aparecieron persiguiéndoles<br />

tres guardias con el emblema de<br />

la casa de Takayama en su uniforme.<br />

—¡Alto! Qs he dicho que os paréis —gritaba<br />

el de más edad, jadeando.<br />

—¡No tenéis autoridad para detenernos!<br />

—decía Fujio mirando hacia atrás mientras<br />

corría—. Además, no hacíamos nada.<br />

—¡Eso lo veremos ahora! —exclamó con rabia—.<br />

Detenlos Kuro, antes de que se escapen.<br />

El guardia más joven echó hacia atrás el<br />

brazo armado con una naginata, preparándose<br />

para lanzarla sobre Aiko que iba más<br />

atrasada. Atsuo se adelantó al movimiento y<br />

desplazándose con rapidez intervino sujetando<br />

el arma por el extremo. La inercia de la<br />

carrera hizo que los pies del guardia joven se<br />

levantaran en el aire y él cayera sobre la espalda,<br />

quedándose conmocionado en el suelo<br />

por el golpe.<br />

—¡Maldita sea! —exclamó el guardia—.<br />

¿Cómo os atrevéis a inmiscuiros en los asuntos<br />

de la casa Takayama?<br />

—Porque estos jóvenes son discípulos míos<br />

—dijo Atsuo tranquilamente.<br />

—¡Entonces sois tan culpable como ellos!<br />

Vamos a darle su merecido al maestro de estos<br />

delincuentes —dijo rabioso empujando al


otro guardia contra Atsuo.<br />

La gente se apartaba de la trifulca mientras<br />

miraban, curiosos, para averiguar en<br />

qué quedaba la discusión. Los dos guardias<br />

atacaron al preceptor por lados distintos, intentando<br />

sujetarle los brazos para impedirle<br />

desenvainar la katana.<br />

Atsuo se dejó coger las muñecas. Luego, se<br />

agachó suavemente, arqueando un poco los<br />

brazos para romper la vertical de los guardias,<br />

cruzó el brazo derecho por debajo del izquierdo,<br />

los levantó y pasó por debajo de sus<br />

manos alzadas, girando y levantándose a la<br />

vez. Así, le ganó la espalda al de la mano derecha<br />

mientras que el de la izquierda quedaba<br />

frente a él. El guardia joven, sintiéndose<br />

caer, soltó la mano de Atsuo y se desplomó<br />

entre el guardia de más edad y el preceptor.<br />

Atsuo aprovechó el desconcierto creado con<br />

su técnica para empujar con fuerza al guardia<br />

que quedaba en pie, derribándolo.<br />

Las exclamaciones de la gente comentando<br />

la manera de soltarse de Atsuo sirvieron de<br />

acicate a los guardias para ponerse en pie e<br />

intentar un nuevo ataque.<br />

El más joven, renqueando un poco, atacó<br />

con un golpe vertical, pero fue demasiado<br />

lento y Atsuo lo bloqueó con su mano; luego,<br />

con un fuerte tirón, derribó al guardia quitándole<br />

la naginata con facilidad y tirándola<br />

a su espalda. El segundo le atacó con una<br />

estocada al plexo solar, el preceptor giró dejando<br />

pasar la katana y al quedar el guardia<br />

desequilibrado, le cogió por la muñeca adelantada<br />

colocando el pulgar sobre el nudillo<br />

del dedo medio y, retorciéndola hacia fuera,<br />

giró sobre si mismo derribándolo, mientras<br />

con la otra mano le arrebataba el arma que<br />

siguió el mismo camino que la anterior.<br />

El tercer guardia le miró con desconfianza,<br />

en su cara se veía lo poco animado que estaba<br />

a atacarlo. Se decidió a parlamentar.<br />

—¡Identificaros señor! ¡Y explicar por qué<br />

defendéis a unos truhanes como estos!<br />

—Soy Gonnosuke Atsuo, del clan Hirothosi.<br />

Y estos jóvenes no son truhanes, son mis<br />

pupilos y respondo de ellos. Ya me he identi-<br />

EL PERGAMINO DE ISAMU VI<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

ficado; ahora explicadme vosotros el por qué<br />

de esta absurda persecución.<br />

—Verá excelencia, estos jóvenes estaban<br />

rondando alrededor de la casa del señor<br />

Takayama y cuando les hemos dicho que se<br />

fueran se han negado.<br />

—¡La calle no es vuestra, es de todos! Y<br />

los muchachos están cumpliendo un trabajo<br />

para el que tienen permiso. Si seguís molestándonos,<br />

iré a quejarme al señor Takayama<br />

de vuestra falta de sensatez y vuestra insolencia.<br />

—Atsuo percibió cómo el guardia se<br />

preocupaba, así que insistió—: Tenemos que<br />

cumplir un encargo para el shogun, por lo<br />

que nos veréis a menudo en la calle que tan<br />

celosamente guardáis. Os aconsejo que no<br />

volváis a intentar detenernos o le crearéis a<br />

vuestro señor un montón de problemas que él<br />

no os agradecerá. —Se volvió hacia los chicos,<br />

continuando el camino.<br />

El atribulado guardia murmuró una disculpa<br />

y volviéndose hacia sus dos compañeros<br />

les apremió para que recogieran las armas<br />

y volvieran a su puesto. Esperaba que su<br />

daimio, Takayama Kaoru, no se enterara del<br />

pequeño conflicto, pues era famosa su crueldad<br />

en los castigos a los hombres del clan<br />

que, según su criterio, fallaban.<br />

Al ver que el espectáculo había terminado<br />

y que el calor aumentaba, los curiosos comenzaron<br />

a desfilar cada uno a sus quehaceres.<br />

El grupo de Atsuo siguió su camino, hasta<br />

llegar a la puerta principal de la enorme casa<br />

del clan. Una vez entraron, Atsuo advirtió a<br />

la guardia que estuviesen atentos por si alguien<br />

les hubiera seguido, y luego les dijo a<br />

los chicos:<br />

—Refrescaros y poneros cómodos. Nos vemos<br />

en un rato para ver los dibujos que habéis<br />

hecho y comprobar nuestro avance. Luego<br />

comeremos en la sala.<br />

Y se retiró a sus habitaciones. Separó los<br />

dibujos que había hecho ese día y se sentó a<br />

pensar.<br />

La amenaza del combate con Obura se podía<br />

aprovechar en beneficio del clan, pero<br />

había que idear la mejor manera de hacerlo.<br />

41


42<br />

Debía hablar otra vez con el armero de Edo,<br />

tenían que tratar de tener alguien en el palacio<br />

para enterarse de lo que allí se hablaba.<br />

También quería saber cómo le iba a Nobu con<br />

la caravana de los heridos, tenía la sensación<br />

de que pronto le necesitaría y deseaba que<br />

llegara cuanto antes.<br />

Otra cosa que le inquietaba era la falta<br />

de noticias del ninja Shinzo Kaito, esperaba<br />

que no le hubiese pasado nada, también a él<br />

lo necesitaría pronto. Decidió acercarse esa<br />

tarde a casa de Isamu y comentarle las novedades,<br />

probablemente él sabría algo más y<br />

podría orientarle. Sintiéndose más tranquilo,<br />

se levantó y salió a buscar a los muchachos.<br />

La alegría de la juventud era contagiosa y le<br />

ayudaba a evadirse de los problemas.<br />

XII<br />

Era media tarde cuando Atsuo salió a la calle<br />

en dirección a la casa del armero. La brisa<br />

soplaba del mar trayendo un intenso olor a<br />

salitre y el ambiente era fresco y agradable.<br />

La gente se afanaba en sus trabajos sabiendo<br />

que el sol se pondría dentro de pocas horas.<br />

Caminó un rato sin rumbo para comprobar<br />

si le seguía alguien, luego varió la dirección<br />

bruscamente y se dirigió hacia el barrio de<br />

los artesanos. Llegó a la fuente y se entretuvo<br />

viendo jugar a unos niños; allí comprobó<br />

que no venía nadie detrás de él. Continuó por<br />

el camino del oeste y en unos momentos estaba<br />

ante la puerta de la casa. Allí percibió<br />

de nuevo el olor de las flores, su fragancia le<br />

trajo a la memoria a la dulce Hanako, la hija<br />

de Isamu.<br />

Sonriendo ante el recuerdo, tiró de la anilla<br />

y oyó el tintineo de la pequeña campana en el<br />

interior de la casa. Al poco tiempo, la puerta<br />

se abrió y Hanako le obsequió con una preciosa<br />

sonrisa.<br />

—Atsuo-san, sea bienvenido a nuestra<br />

casa, mi padre le esperaba. —Bajó la mirada<br />

y se retiró dejándole el paso libre.<br />

—Hola Hanako, los dioses te son propicios<br />

y aumentan tu belleza cada día —dijo Atsuo,<br />

arrepintiéndose en el acto de su lisonja.<br />

—Sois muy amable, Atsuo-san —contestó<br />

RAMÓN PLANA<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

ella enrojeciendo sin atreverse a mirarle.<br />

—Disculpa mi atrevimiento, Hanako —dijo<br />

con tono bajo mientras se descalzaba—, el<br />

aroma de tus flores y tu amable voz me han<br />

provocado una sensación de bienestar que me<br />

ha hecho olvidar las buenas formas.<br />

—No tengo nada que disculparos Atsuosan,<br />

lo único que haré será plantar más flores<br />

para agradaros —dijo ella en el mismo tono<br />

bajo, levantando la mirada con una sonrisa<br />

que dejó al preceptor obnubilado.<br />

Atsuo tragó saliva preguntándose por qué<br />

tenía que haber dicho nada. Luego intentó<br />

recobrar la compostura mientras se calzaba<br />

los zoris de invitado. Se irguió, y no pudo por<br />

menos que sonreír él también ante la simpática<br />

y dulce mirada femenina. El episodio se<br />

iba de sus manos, y el hecho le producía una<br />

agradable sensación.<br />

Caminaron ambos hasta la sala principal<br />

y, cuando iban a entrar, se descorrió un panel<br />

de shoji en la pared opuesta, por donde apareció<br />

Isamu seguido de Shinzo Kaito.<br />

—¡Vaya Atsuo! —exclamó el armero—. Me<br />

alegro de verte, no sabes cómo me tranquiliza<br />

que hayas venido.<br />

—Gracias Isamu, necesito tu consejo y me<br />

he adelantado. —Se giró hacia el ninja—.<br />

¡Kaito! Estaba preocupado por no saber nada<br />

de usted en tanto tiempo.<br />

—Hola Atsuo-san, es un placer verle de<br />

nuevo —respondió con una sonrisa el líder<br />

del clan Shinzo.<br />

Los tres se sentaron sobre los tatamis<br />

mientras Hanako salía discretamente y ordenaba<br />

en la cocina que les preparasen un té<br />

de jazmines y unos buñuelos para servirlos<br />

mientras hablaban.<br />

Comenzó el armero comentándoles las noticias<br />

que le trajo el consejero Sinzaemon<br />

Simada, amigo de Isamu y partidario, por<br />

tanto, del clan Hirotoshi. Según le contó, el<br />

shogun había recibido en audiencia al consejero<br />

Matsumura Hiroto, el cuál le había insistido<br />

sobre unas expropiaciones necesarias<br />

para la seguridad de Edo.<br />

Pretendía ampliar la milicia y crear sedes


y acuartelamientos en casas estratégicamente<br />

situadas por la ciudad. Para eso debían ser<br />

expropiadas a sus actuales dueños en interés<br />

del gobierno. Simada había conseguido<br />

la lista a través de una persona cercana al<br />

shogun, y entre las quince casas a expropiar<br />

estaban la de Isamu y la del clan Hirotoshi.<br />

—¡Debemos actuar con rapidez! —opinaba<br />

Isamu—. Pero también debemos pensar el alcance<br />

de nuestra respuesta.<br />

El preceptor les informó de su visita a los<br />

jardines de palacio, su encuentro con Hiroto<br />

y Obura, la invitación de éste a visitar su<br />

casa y de la trifulca con los guardias de Takayama.<br />

—Tenemos dibujos de Hiroto y Obura entrando<br />

en la casa de Takayama, así como el<br />

dibujo de un comerciante que entró poco después<br />

que ellos —aseguró Atsuo—, nos falta<br />

identificar a este último.<br />

—Si va vestido de comerciante debe de ser<br />

Gensai Arata —afirmó Kaito—. Sé que Takayama<br />

le obliga a ir a su casa a la luz del día y<br />

disfrazado de esa guisa.<br />

—Os enseñaré los dibujos para que lo confirméis<br />

—apuntó Atsuo—. Ahora me gustaría<br />

saber por dónde está Nobu con la caravana,<br />

creo que los necesitaremos a todos muy pronto.<br />

—Eso se lo puedo decir yo, Atsuo-san —dijo<br />

Kaito mirándolo—, he estado con él todo el<br />

tiempo. Está a menos de una hora de la ciudad,<br />

esperando que oscurezca para entrar en<br />

la casa con los carros sin que lo vean ojos inoportunos.<br />

Yo me he adelantado atendiendo<br />

a la llamada de Isamu.<br />

—¿La llamada de Isamu? —repitió Atsuo<br />

mirando al armero—. No sabía que estuviesen<br />

en contacto.<br />

El armero de Edo se echo a reír.<br />

—¡Sí! Desde hace mucho tiempo, ¿verdad<br />

Kaito? Velamos por el clan Hirotoshi y por<br />

nosotros mismos —dijo con una sonrisa—.<br />

Las tres casas unidas, con enemigos comunes.<br />

—Así es —afirmó Kaito—. Utilizamos palomas<br />

y mensajes…<br />

EL PERGAMINO DE ISAMU VI<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

—Debajo de la silla de montar —interrumpió<br />

Atsuo sonriendo.<br />

—No es eso exactamente, pero algo parecido<br />

—terminó Kaito riéndose.<br />

—¡Bueno amigos! Tomemos el té —sugirió<br />

Isamu—, y luego vamos a hablar del encuentro<br />

de Atsuo con Obura.<br />

—Es una persona peligrosa —aseguró Kaito<br />

con gravedad.<br />

—¿Qué me podéis contar de él? —inquirió<br />

Atsuo.<br />

—Kaito lo conoce, ¿verdad? —aseguró el<br />

armero.<br />

—Veréis, con la katana es el más peligroso<br />

del clan Gensai. Lo mandaron muy joven a la<br />

escuela Mashashi. Allí pasó cuatro años.<br />

—¡La escuela del aguijón! —exclamó Atsuo<br />

mostrando sorpresa—. Es una escuela de<br />

asesinos y tramposos.<br />

—Veo que la conoces —dijo Isamu mirándole—.<br />

¿Conoces también sus técnicas?<br />

—No, no las conozco. Pero oí hablar de<br />

ellas a Ichiro, mi maestro. Me previno advirtiéndome<br />

que vigilara sus armas durante el<br />

combate y que evitase la corta distancia.<br />

—¿Tú fuiste pupilo de Shiotani Ichiro? —<br />

preguntó Kaito con cara de asombro—. Ahora<br />

me explico la brillante ejecución del golpe<br />

de la golondrina en el bosque. Siempre pensé<br />

que, aunque samurái, eras hombre de libros,<br />

Atsuo-san.<br />

—Y lo soy, Kaito. Pero mi maestro también<br />

me enseñó esgrima.<br />

—Pues si Atsuo ejecuta bien ese golpe, Ichiro<br />

le enseñó bien —aseguró Isamu—. Sólo se<br />

puede ejecutar si se es un virtuoso. Creo que<br />

Obura va a pasar un mal rato, pero debemos<br />

asegurarnos de que sea el último.<br />

Los dos le miraron esperando que aclarase<br />

su comentario.<br />

—Por favor, amigos, acompañadme a mi<br />

dojo. Voy a indicaros en qué consiste la escuela<br />

del aguijón y cómo se les puede vencer.<br />

El preceptor y el ninja se miraron sorprendidos,<br />

levantándose para seguir al armero.<br />

43


44<br />

RICARDO CASTILLO<br />

NO HABRÁ<br />

FINAL FELIZ<br />

por Ricardo Castillo<br />

Un hombre se interpone en la apacible vida de una pareja relajada. La permitida<br />

intrusión atraerá consecuencias que todos van a lamentar.<br />

I<br />

Has pensado en lo que estás haciendo? ¡Es una locura! —Yo intentaba no gritar, pero las<br />

palabras se me aturullaban en la garganta y tenía que echarlas a empujones.<br />

—Sí, Luis, y es lo que siento —me dijo ella sin dejar de hacer la maleta, yendo de un lado para<br />

otro—. No puedo llevar la contraria a mi corazón. Aún soy joven, si no lo hago ahora nunca lo<br />

haré.<br />

—Pero si es que no tienes por qué hacer nada. —Mi discurso iba del reproche a la suplica.<br />

—Quiero hacerlo. De verdad, es lo que siento, no lo cuestiones más.<br />

—¡Carmen, por Dios! ¡Escúchate! ¡Pareces una adolescente!<br />

—¡Prefiero comportarme como una quinceañera que volverme una gallina amargada como tu<br />

madre! ¿Es eso lo que quieres? ¿Qué me parezca a ella, verdad? ¡Pues ya te puedes ir olvidando!<br />

¡Ya te lo dije cuando empezamos, que yo era impulsiva y apasionada, que esto podía pasar!<br />

—¿Pero qué carajo tiene que ver mi madre en todo esto?<br />

Hasta que no cerró la maleta y salió por la puerta no dejamos de discutir. Bueno, si es que a<br />

eso se le puede llamar discutir. Ella se defendía atacando, haciendo requiebros y abriéndome<br />

nuevos frentes, mientras yo iba detrás, intentando que se diera cuenta de la locura que estaba<br />

cometiendo, desesperado, suplicando que no lo hiciera, rebatiendo malamente sus inesperados<br />

ataques y cada vez más desconcertado por los giros que tomaba la conversación. Pero Carmen<br />

seguía, implacable, dando la vuelta a las cosas como solo una mujer acorralada sabe hacer. Y<br />

así lo hizo hasta que se fue. Afuera, las últimas luces del ocaso daban paso poco a poco a la iluminación<br />

artificial de las farolas. Mi novia me estaba dejando y salvajes instintos homicidas se<br />

apoderaban de mí.<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine


II<br />

Carmen y yo llevábamos unos cuantos<br />

años juntos, suficientes para habernos ido a<br />

vivir juntos y conocernos muy bien el uno al<br />

otro. Habíamos desarrollado una gran complicidad<br />

y teníamos una buena lista de cosas<br />

en común, aderezada por otra de puntos en<br />

conflicto, lo justo y suficiente para garantizar<br />

una convivencia tranquila pero interesante.<br />

Siempre he pensado que estar con alguien<br />

demasiado parecido a ti tiene el mismo interés<br />

que salir con un espejo.<br />

Estábamos a gusto, y sorteábamos todos<br />

los problemas con generosas dosis de sinceridad<br />

y amistad. Todo iba como la seda hasta<br />

que, de la manera más tonta, apareció él.<br />

Fue en una fiesta del trabajo. O quizá una<br />

cena. No lo recuerdo bien. Sólo sé que, cuando<br />

Carmen volvió a casa y empezó a contarme lo<br />

que había hecho, me dijo que había conocido<br />

a un futbolista. Sergio, se llamaba. Tenía un<br />

contrato con no se qué marca y la empresa<br />

de Carmen era la encargada de gestionarlo,<br />

así que por eso estaba allí. A ella le hizo mucha<br />

ilusión conocer a un famoso y él estuvo<br />

encantado de que el grupo de compañeros de<br />

Carmen le prestaran atención.<br />

—De todas maneras —dijo ella, pasando su<br />

mano por encima de mí mientras encontraba<br />

la postura en la cama—, creo que es gay. Así<br />

que no hay de qué preocuparse.<br />

III<br />

Empezaron a verse en el trabajo. Sergio<br />

demostró especial interés por Carmen, ya<br />

que pidió que fuera su departamento el que<br />

se ocupara de lo suyo. Cada dos por tres el<br />

futbolista tenía que pasarse por allí para una<br />

sesión de fotos o algo por el estilo, así que avisaba<br />

a Carmen y charlaban un rato. Incluso<br />

se unió a su grupo en los descansos del trabajo.<br />

Carmen reconoció que el chico le parecía<br />

muy atractivo, aunque aún no tenía claro que<br />

no fuera homosexual. También le sorprendió<br />

descubrir lo tímido que era, y aún más saber<br />

que no era tan tonto o iletrado como pueden<br />

parecer los de su profesión. Los compañeros<br />

NO HABRÁ FINAL FELIZ<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

de Carmen hablaban de cine y televisión, de<br />

tendencias culturales, incluso ocasionalmente<br />

de literatura, y él, aunque no intervenía<br />

mucho, siempre prestaba atención y nunca<br />

parecía aburrido, añadiendo alguna observación<br />

casual que demostraba que sabía de lo<br />

que estaba hablando.<br />

IV<br />

Llegó el día en que Sergio mostró un sospechoso<br />

exceso de interés en Carmen. Cuando<br />

pasaba por allí, iba a su mesa a buscarla o le<br />

informaba de sus próximas visitas por email.<br />

Luego empezaron a escribirse más regularmente,<br />

pues a Carmen le resultaba fascinante<br />

tener acceso a un futbolista profesional y<br />

a todos los cotilleos que ello conlleva. Él le<br />

contaba las fiestas a las que acudía, los escarceos<br />

amorosos más sonados, los piques en los<br />

vestuarios, y luego hablaban de gustos y aficiones,<br />

conociéndose poco a poco. Un día él le<br />

preguntó si le gustaban los coches, y ante la<br />

respuesta afirmativa de ella, al día siguiente<br />

la invitó a bajar al parking de la empresa<br />

para contemplar el Ferrari recién comprado.<br />

Incluso la animó a dar una vuelta, pero ella<br />

rechazó alarmada por el qué dirán.<br />

Todo esto me lo contaba Carmen sin dejarse<br />

un solo detalle. No había nada malo, decía,<br />

en aquella relación, solo se estaban conociendo.<br />

Puede que él no fuera tan gay y sí se sintiera<br />

atraído por ella, pero Carmen se sentía<br />

segura, pensaba que sabía lo que hacía. A mí<br />

aquel pampaneo no me gustaba un pelo, pero<br />

confiaba en ella. Y claro, al hablarlo todo y yo<br />

no mostrarme especialmente preocupado, la<br />

culpabilidad por la traición se fue diluyendo<br />

lentamente hasta desaparecer.<br />

V<br />

Para no ser la comidilla de la oficina, Carmen<br />

decidió aceptar la propuesta de salir con<br />

Sergio con una condición: tenían que ir con<br />

los amigos del trabajo. Él accedió y allí que se<br />

fueron todos juntos a cenar. Como eran solo<br />

seis contando a Sergio, no fue hasta el final<br />

de la noche, mientras tomaban unas copas en<br />

45


46<br />

una terraza, cuando el futbolista pudo encontrar<br />

un momento para estar a solas con Carmen.<br />

Ella se había levantado para ir al baño,<br />

y él aprovechó para esperarla a la salida del<br />

aseo de mujeres, haciendo como que hablaba<br />

por teléfono. Casualidades de la vida, colgó<br />

justo cuando ella salía. Qué feliz coincidencia.<br />

Hablaron unos minutos, pero eso le bastó<br />

para confesar a Carmen que le gustaría quedar<br />

con ella a solas. Ella se quedó muy azorada,<br />

balbució un “lo pensaré” y volvió disimulando<br />

lo mejor que podía el sofoco. Luego,<br />

cuando volvió a casa y me lo contó, yo me enfurecí,<br />

diciendo que estaba claro lo que buscaba<br />

ese tío, que estaba claro desde el principio<br />

y que si no lo había dicho era porque confiaba<br />

en que ella se diera cuenta. Al fin y al cabo,<br />

no era la primera vez que hablábamos de ese<br />

gran problema de las mujeres: no querer asumir<br />

que la amistad con un hombre tarde o<br />

temprano degenera en interés sexual. Pero<br />

ella se enrocó y no cedió un ápice, convencida<br />

de que sólo se trataba de amistad y que<br />

era lógico que se lo pidiera, pues no habían<br />

tenido ocasión de hablar a solas. Enfadados<br />

el uno con el otro, nos fuimos a dormir y no<br />

hablamos más del tema.<br />

VI<br />

A pesar de que yo no estaba de acuerdo,<br />

Carmen accedió a quedar con Sergio. Fueron<br />

a comer y pasaron la tarde juntos, charlando<br />

en un café. Ella había tomado la decisión de<br />

que hablaría con Sergio, le pondría las cartas<br />

sobre la mesa y dejaría las cosas claras.<br />

Ella tenía novio y estaba muy bien, no quería<br />

cambiar nada. Sólo buscaba amistad. Él le<br />

dijo que por supuesto, que ya sabía que tenía<br />

novio, que solo quería conocerla mejor. Así<br />

que, contenta por haber aclarado las cosas,<br />

volvió a casa y me lo restregó. Yo no quise<br />

reconocer su victoria, ya que el ser humano<br />

es muy ladino y Sergio bien podía estar fingiendo<br />

una retirada si con eso ganaba tiempo<br />

para lograr la victoria. Ella me llamó paranoico<br />

y por primera vez desde hacía mucho<br />

RICARDO CASTILLO<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

tiempo me sacó el tema que hablamos cuando<br />

nos conocimos: la infidelidad y la confianza.<br />

Hacía años, llegamos a un acuerdo que consistía<br />

en permitir deslices si con ello asegurábamos<br />

la estabilidad en la pareja. Era una<br />

utopía y una gilipollez, ahora lo sé, pero en<br />

aquel momento me pareció una idea interesante.<br />

Confiábamos el uno en el otro, estábamos<br />

bien y valorábamos nuestra relación por<br />

encima de otras cosas, por eso nos permitíamos<br />

mutuamente tener aventuras con el objetivo<br />

de no enclaustrarnos y caer en el tedio.<br />

Había dos condiciones: contarlo siempre y no<br />

buscar otra cosa que no fuera sexo. Con eso<br />

garantizábamos no acabar hartos el uno del<br />

otro. El trato cayó en el olvido cuando ella se<br />

puso celosa de una compañera de trabajo que<br />

me tiraba los trastos y yo me puse celoso de<br />

un conocido de un amigo que hizo otro tanto<br />

con Carmen. Y ahora, después de tanto tiempo,<br />

volvía a sacar el tema, que ya estaba viejo<br />

y oxidado en un rincón.<br />

Lo blandió con fiereza, olvidando la lógica<br />

y haciéndome quedar como un egoísta misógino<br />

que no respeta su palabra. Cuando se<br />

lo rebatí diciéndo que ella había hecho lo<br />

mismo, empezó entonces a usar su argumento<br />

favorito: era lo que sentía y contra eso no<br />

se puede luchar. La pelea terminó con que o<br />

aceptaba que ella hiciera lo que tenía que hacer<br />

o me iba por la puerta. Lo que más me<br />

fascina de las mujeres es su habilidad para<br />

hacer que los hombres tomen la decisión menos<br />

sensata.<br />

Esa noche apenas dormí, preso de los remordimientos,<br />

consciente de que había dado<br />

mi consentimiento tácito a que Carmen se<br />

acostara con Sergio. ¿Y qué otra cosa podía<br />

hacer? Me preguntaba yo. Pero el amor es<br />

ciego y sordo, y nadie mejor que él para anestesiar<br />

los sufrimientos de la realidad.<br />

VII<br />

A partir de ahí los acontecimientos se precipitaron.<br />

Carmen habló con Sergio y le contó<br />

sus intenciones, y él se mostró de acuerdo. A<br />

ver. Qué coño iba a decir. El imbécil.


Quedaron un par de veces más para charlar<br />

y conocerse. Raro era el día que Carmen<br />

y yo no discutíamos a causa de Sergio. Estaba<br />

siempre presente, como una herida en un<br />

mal sitio, esperando agazapada para, cuando<br />

menos te lo esperas, golpearse contra la esquina<br />

de una mesa o el marco de una puerta<br />

y de nuevo empezar a sangrar. Yo estaba<br />

de un humor nefasto, que cambiaba según el<br />

momento, en una especie de maniobra desesperada<br />

por recuperar el control. Si consigo<br />

despertar de nuevo el interés, me decía<br />

mentalmente, si consigo traer recuerdos a la<br />

mente de Carmen, volverá a ser mía y se olvidará<br />

de ese mamarracho.<br />

Obviamente esto no ocurrió, y llegó el día<br />

en el que se acostaron.<br />

VIII<br />

Para mí fue un día asqueroso, horrible, un<br />

pozo negro y ponzoñoso en el calendario. No<br />

tenía ganas de hacer nada a parte de compadecerme<br />

de mi mismo. Pasé la tarde dando<br />

vueltas por casa, arrastrándome del sillón a<br />

la cama, sin decidirme. El sol se fue y llegó la<br />

noche, y aún no tenía noticias de Carmen. No<br />

hay nada mejor para que la imaginación se<br />

dispare que no tener nada que hacer. Visualicé,<br />

con asco e ira, los dos cuerpos juntos, acariciándose,<br />

rodeados de sábanas revueltas y<br />

olor a sudor. Me imaginé a Carmen gimiendo<br />

de placer, un placer dado por otro hombre<br />

que no era yo. Si alguna vez habéis sentido<br />

algo parecido, sabréis a lo que me refiero.<br />

Llevaban ya más de tres horas. ¿Realmente<br />

habían estado las tres horas haciendo lo mismo?<br />

¿Habrían ido a tomar algo? ¿Se habrían<br />

peleado? ¿La tendría amordazada en un armario?<br />

Luego empecé a imaginarme qué contaría<br />

Sergio con sus amigos. ¿Se jactaría de ser un<br />

conquistador? ¿Lo exhibiría como un trofeo,<br />

un triunfo? ¿Presumiría de haberle robado la<br />

novia a un pringado? ¿Y qué dirían sus amigos?<br />

Probablemente le jalearían y le vitorearían<br />

por macho. Hijos de puta.<br />

Era ya medianoche, habían pasado cinco<br />

NO HABRÁ FINAL FELIZ<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

horas desde que quedaron, y por fin tuve noticias<br />

de ella. Volvía para casa, la traía en<br />

coche. En media hora estaba aquí. Suspiré de<br />

alivio para luego volver a sumirme en mi vórtice<br />

de mal humor y desgana.<br />

Carmen me encontró sentado en una silla<br />

frente a la ventana, todas las luces apagadas<br />

y la vista fija en el horizonte de edificios y<br />

rascacielos.<br />

IX<br />

Hablamos mucho. Le pregunté todos los<br />

detalles y me regodeé en mi masoquismo.<br />

Ella le quitó importancia. No hemos estado<br />

las cinco horas, hemos salido a tomar algo y<br />

hemos hablado. No ha sido para tanto. No, no<br />

me ha gustado más que contigo. No, no le he<br />

hecho nada de eso.<br />

Cuando por fin la dejé dormirse, me pasé<br />

toda la noche dando vueltas, sumiéndome esporádicamente<br />

en sueños febriles y ansiosos<br />

en los que, con piernas pesadas y que no respondían,<br />

perseguía a un deportivo que se alejaba<br />

a toda velocidad una y otra vez, envuelto<br />

en el rugido del motor, gemidos de placer y<br />

una risa maníaca.<br />

X<br />

Me hubiera gustado decir que ahí acabó<br />

todo. Pero sabéis que no fue así. Siguieron<br />

viéndose. En vez de perder el interés, como<br />

había dicho Carmen, cada vez estaba más<br />

pendiente de él. Ella veía mil cualidades en<br />

Sergio, y yo no veía nada más que demonios<br />

escondidos esperando para dar un zarpazo.<br />

Dejó de preocuparme mi relación para preocuparme<br />

Carmen. ¿Dónde se estaba metiendo?<br />

¿A dónde iría a parar todo eso? Sergio se<br />

le antojaba un hombre gentil, tímido y bueno,<br />

mientras que yo seguía viendo al ambicioso,<br />

orgulloso, celoso y malicioso futbolista<br />

que se valía de todas las artimañas posibles<br />

para llevarla al huerto. Yo quería hacerla ver<br />

todos los defectos de ese tipejo, todas aquellas<br />

cosas que harían imposible una relación<br />

decente con él, esos detalles que ella nunca<br />

había soportado. Qué puedo decir. Ningún<br />

47


48<br />

hombre es profeta en su tierra.<br />

XI<br />

Entonces todo estalló. Pum. Voló por los aires.<br />

De la noche a la mañana, sin comerlo ni<br />

beberlo, Carmen decidió que se iba con Sergio.<br />

Que eso era lo que sentía. La novedad y<br />

las promesas de nuevos horizontes pudieron<br />

más que el resto. Así, sin más.<br />

O bueno, quizá sí se veía venir pero yo no<br />

quise hacerme cargo.<br />

El resultado fue elemental. A la mierda la<br />

confianza, la sinceridad y la estabilidad. A la<br />

mierda nuestra relación. A la mierda yo.<br />

XII<br />

Y en ese punto me encuentro, solo en casa,<br />

con la mitad del armario vacío y una botella<br />

de ginebra que me estoy bebiendo a palo seco.<br />

Ya he repasado toda la historia cien veces,<br />

deteniéndome en los detalles más escabrosos,<br />

paladeando la tragedia. Sigo sin comprender<br />

cómo Carmen no es capaz de verlo, cómo ha<br />

podido caer tan fácilmente en las redes de ese<br />

estafador. La botella está cada vez más vacía<br />

y mis ojos más nublados. Las manos se crispan<br />

alrededor del vaso. Negros pensamientos<br />

empiezan a tomar forma en mi cabeza.<br />

XIII<br />

Sergio es un capullo arrogante, posesivo y<br />

confiado. Eso lo sé, eso lo he visto. Está en las<br />

conversaciones con Carmen, en las historias<br />

que me ha contado. Es un gilipollas. Tendrá<br />

dinero, influencias, poder. Pero no sabe con<br />

quién se está jugando los cuartos. No tiene ni<br />

puta idea.<br />

No soy un hombre malo, ni siquiera soy<br />

agresivo. Pero sí soy vengativo y despiadado.<br />

Una cosa no quita a la otra, creo yo. No me<br />

meto con los demás, pero que los demás no<br />

se metan conmigo. Si lo hacen, pueden darse<br />

por jodidos, porque no voy a parar hasta<br />

destrozarlos. Así que es mejor no tocarme los<br />

cojones.<br />

Dejo el vaso en la mesa con un fuerte golpe<br />

y camino lenta y pesadamente hacia mi me-<br />

RICARDO CASTILLO<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

silla. Saco entero el último cajón y vacío la<br />

ropa sobre la cama. Allí, entre calzoncillos y<br />

calcetines, hay una caja. Dentro, una pistola<br />

de nueve milímetros, un cargador de doce balas<br />

y un silenciador. Como he dicho, soy un<br />

hombre vengativo y despiadado. Y siempre<br />

he estado preparado para cuando las campanas<br />

tocaran arrebato.<br />

Saco la pistola, reviso que todo esté en su<br />

sitio y meto el cargador. Me la guardo en la<br />

espalda y el silenciador en el bolsillo, ya lo<br />

pondré cuando llegue a donde voy. Apago<br />

todo y salgo de casa.<br />

Soy un hombre vengativo y despiadado, y<br />

cuando me hacen enfadar no respondo de mis<br />

actos. Y ahora estoy muy enfadado. Esto no<br />

puede acabar bien.<br />

Alguien tiene que morir hoy.<br />

XIV<br />

Por suerte para mí y desgracia para Sergio,<br />

sé donde vive. Me lo contó Carmen, en uno<br />

de sus breves destellos de arrepentimiento,<br />

esos momentos bajos en los que se apiadaba<br />

de mí, en los que me veía como un perro<br />

apaleado que vuelve siempre con su dueño, la<br />

cabeza gacha y el rabo entre las piernas, dispuesto<br />

a recibir más e incapaz de renunciar a<br />

la lealtad que profesa.<br />

Es un ático, cerca del centro. Memoricé el<br />

número y la dirección por si alguna vez me<br />

era útil. Creo que ella ni siquiera se percató<br />

de la información que me estaba dando, pero<br />

yo la aproveché, guardándomela para más<br />

adelante. Y ahora resulta que es útil. Fíjese<br />

usted qué gracia.<br />

XV<br />

Conduzco como en trance. El trayecto es<br />

un lapso vacío de tiempo, algo que no soy<br />

capaz de recordar más adelante. Sólo sé que<br />

las dudas me han asaltado a medio camino a<br />

medida que el alcohol se va diluyendo. ¿Y si<br />

no estoy haciendo lo correcto? ¿No es un poco<br />

precipitado? ¿Será mejor que deje un poco<br />

de tiempo? A lo mejor ella se da cuenta de<br />

su error y vuelve, arrepentida, avergonzada,


dándome toda la razón del mundo. Sergio es<br />

un gilipollas, cariño. Ya me he dado cuenta.<br />

No, me digo. Imposible. Eso es lo que se espera<br />

siempre. Así se pasan los años, se consume<br />

la vida, esperando y esperando, aguardando<br />

a que las cosas sigan el curso que quieres<br />

para luego descubrir que el río torcía hacia el<br />

otro lado y que ahora ya es muy tarde para<br />

remontar la corriente, que suenan bravas y<br />

delante hay una cascada.<br />

Otra idea sustituye a la anterior. La tragedia.<br />

El drama. Esa pequeña parte que habita<br />

en todos los hombres, esa vena de actores que<br />

nos empuja a disfrutar de nuestro patetismo<br />

e insignificancia, de nuestra desesperación,<br />

a buscar causar la mayor impresión y pena<br />

posibles en nuestros espectadores. Me dice<br />

que salga por la puerta grande. Que no les dé<br />

el gusto de una vida fácil. Que carguen para<br />

siempre, en su conciencia, con la culpa y la<br />

vergüenza. Que carguen con mi muerte. Eso<br />

es. Una entrada arrebatadora. Un golpe de<br />

efecto en el insípido e insustancial guión de<br />

sus vidas. Un discurso que encienda la llama<br />

de la compasión en ella y le haga darse<br />

cuenta de lo que ha hecho. Y después el final.<br />

Blam. En la cabeza, entra por mi sien derecha<br />

y sale por donde quiera, llenándolo todo<br />

de sangre y sesos, una sacudida magistral y<br />

ya no hay vuelta atrás. Solo recordar, para<br />

siempre, que por su culpa se apagó mi vida.<br />

El coche está parado, el motor en silencio.<br />

Al otro lado de la calle, la entrada al edificio.<br />

Las farolas iluminan la noche y en algunas<br />

ventanas ya no se ve luz. Pero sí en el ático.<br />

Aprieto el volante, inmerso en un mar de<br />

dudas. La sed de venganza, de hacerle sufrir,<br />

pugna con el sentido trágico, con el final<br />

dramático y espectacular. ¿Será eso cobarde?<br />

Pero, ¿y qué consigo acabando con él? ¿Me<br />

perdonará ella? ¿Y si vuelvo por donde he venido?<br />

No. Volver jamás. Sé que no es cierto, pero<br />

me digo a mí mismo que he llegado al punto<br />

de no retorno. Ahora sólo queda una opción.<br />

Me bajo del coche y acelero el paso hasta<br />

la puerta, justo a tiempo de llegar antes de<br />

NO HABRÁ FINAL FELIZ<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

que se cierre, abierta unos segundos por un<br />

vecino que acaba de salir.<br />

El vestíbulo, como si fuera consciente de lo<br />

que va a ocurrir, me recibe a media luz, el<br />

ascensor abierto, esperando para elevarme<br />

hacia el acto final.<br />

XVI<br />

Las puertas se abren con un suave tañido.<br />

Hay una única puerta en el descansillo, así<br />

que no queda lugar a dudas. Es blindada,<br />

muy resistente, con lo que sólo se me ocurre<br />

una forma de entrar. Llamo al timbre mientras<br />

enrosco el silenciador.<br />

Me abre un hombre joven, de aspecto cuidado<br />

y físico de deportista, probablemente un<br />

compañero de Sergio. Una ira suave y fría me<br />

invade, y me doy cuenta de que no me importa<br />

quién sea ni lo que ocurra.<br />

A su pregunta responde mi pistola con un<br />

solo disparo, que le abre un agujero de entrada<br />

y otro de salida en la cabeza. Ni siquiera<br />

ha tenido tiempo de verlo venir. Paso por encima<br />

de él como si se tratara de un peluche<br />

grande que alguien ha dejado tirado por el<br />

suelo. El piso es lujoso, bien iluminado, con<br />

muebles caros y elegantes.<br />

Otro hombre de aspecto similar al primero,<br />

quizá un poco mayor, sale de una de las puertas<br />

laterales, llamando al otro por su nombre,<br />

extrañado por el ruido sordo que ha provocado<br />

el cuerpo al caer. Esta vez son dos disparos,<br />

seguidos, tirados sin apuntar desde la cadera,<br />

y que lo mandan al suelo con un par de<br />

agujeros en el pecho. Una parte de mí, la que<br />

no está anestesiada por la terrible sensación<br />

de lo inevitable, se estremece y protesta por<br />

la matanza deliberada. Se calla rápidamente<br />

cuando llego al salón y veo a Sergio y Carmen<br />

abrazados en la terraza, apoyados contra la<br />

barandilla.<br />

Avanzo con tranquilidad, sorteando los<br />

muebles dispersos por la estancia. Ellos me<br />

ven llegar justo cuando atravieso la cortina,<br />

que flota animada por el aire, y salgo a la terraza.<br />

Carmen grita mi nombre. El otro me<br />

mira horrorizado, el rostro congelado en una<br />

49


50<br />

expresión de estupor. Ella se pone por delante,<br />

tapando mi línea de tiro, evitando que lo<br />

mate allí mismo.<br />

Me habla, me grita, me suplica que no lo<br />

haga, que estoy loco, que esto no tiene que<br />

acabar aquí. Pero yo no presto atención. Noto<br />

que la mano me tiembla, que mi pulso es débil<br />

y que las dudas vuelven a asaltarme. ¿Y<br />

ahora qué? Ya no hay vuelta atrás, ahora sí<br />

que no, pero, ¿cómo acabar? ¿Cuál será el<br />

amargo final de esta triste historia?<br />

Sergio se escuda detrás de Carmen. Las rodillas<br />

le tiemblan y alcanzo a ver una mancha<br />

húmeda que baja por su pantalón. Creo<br />

que también está llorando. Qué hijo de puta<br />

gilipollas, Carmen es cien veces más hombre<br />

que él, no la merece.<br />

Ella intenta acercarse a mí, poco a poco.<br />

Está serena aunque grita, manteniendo una<br />

mano por delante, como si apaciguara a un<br />

animal rabioso. Al verla siento lástima, veo<br />

la pena en su rostro, un atisbo que me dice<br />

que realmente esperaba que esto acabara<br />

bien. Me siento mal, culpable, me veo infantil<br />

y fuera de lugar, y me digo que no soy quién<br />

para destrozar su vida. Lo trágico toma su<br />

lugar y me sube a escena entre los aplausos<br />

del público. La serenidad me invade y mis<br />

destrozados nervios se templan, relajados<br />

por la contemplación del futuro inmediato e<br />

ineludible.<br />

Con un suave y medido movimiento, llevo<br />

la pistola arriba y la aprieto contra mi sien.<br />

XVII<br />

Los ojos de Sergio se mueven histéricos, de<br />

un lado para otro, como si buscara a sus amigos<br />

y no comprendiera que puede haber pasado<br />

con ellos. Un brusco embate me impide<br />

terminar mi actuación, y comprendo al instante<br />

que no buscaba a sus amigos, sino que<br />

seguía con la vista la desesperada carrera de<br />

uno de ellos hacia mí. Carmen suelta un grito,<br />

alarmada, y Sergio otro, pero de victoria.<br />

El amigo y yo nos chocamos contra la barandilla<br />

y no caemos de milagro. Me agarra las<br />

dos manos. Es el segundo, el que era mayor,<br />

RICARDO CASTILLO<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

el de los agujeros en el pecho. Al tenerlo cerca<br />

me percato de que no son muy graves, uno<br />

casi ni le ha rozado el costado. Tenía que haberme<br />

asegurado de que estaba muerto.<br />

Forcejeamos, él intentando retorcerme el<br />

brazo, yo intentado volarle la cabeza. Él es<br />

más joven y está en mejor forma que yo, sin<br />

embargo tiene dos heridas de bala en las costillas<br />

y yo sé unos cuantos trucos de forcejeos.<br />

Al final, eso decanta la balanza y, cediendo<br />

levemente a su presión, movimiento que le<br />

pilla por sorpresa, consigo desequilibrarle y<br />

pegar la pistola a su frente. El arma silba y<br />

abre un agujero rojo en el cristal de detrás.<br />

Sergio y Carmen ahogan un grito mientras<br />

el hombre cae al suelo y yo me paso la lengua<br />

por los labios resecos, que me saben a sangre.<br />

XVIII<br />

Sergio, que se debatía hasta hace un momento<br />

entre ayudar a su amigo o un discreto<br />

segundo plano, se lanza contra mi estómago<br />

en un repentino ataque de ira, supongo que<br />

por la muerte de su amigo. La embestida me<br />

pilla por sorpresa y me doblo por la mitad,<br />

soltando el arma, que cae por fuera de la terraza<br />

hacia el suelo.<br />

Carmen empieza a gritar y a ordenarnos<br />

que paremos, pero no le hacemos ningún caso.<br />

Me repongo del placaje y él me suelta dos<br />

puñetazos al mentón. Llevan fuerza, pero el<br />

miedo y los nervios le restan mucha potencia.<br />

Peor para él, pienso.<br />

El tercero se lo paro y le devuelvo un directo<br />

entre ceja y ceja. Yo no estoy nervioso, sólo<br />

siento frío, y eso me da ventaja. Partiendo de<br />

la misma posición, empezamos a intercambiar<br />

golpes y empujones. Él es fuerte y está<br />

entrenado, lo que iguala la pelea.<br />

Recorremos la terraza, tirando sillas y volcando<br />

macetas, incluso rompemos una mesa<br />

de jardín de madera. Sergio coge un madero<br />

astillado y lo blande, intentado atravesarme;<br />

yo lo agarro por las muñecas y empezamos<br />

a forcejear igual que hice con su amigo hace<br />

escasos minutos. Nos desequilibramos y nos<br />

empujamos, dando bandazos por toda la te


NO HABRÁ FINAL FELIZ<br />

rraza. Carmen sigue gritando y, en un acto irreflexivo, se acerca a intentar separarnos. Un<br />

mal giro, un tropezón, y los tres nos estampamos contra la barandilla. Carmen se desequilibra<br />

y el cuerpo que tiene fuera pesa más que el que tiene dentro.<br />

Con un grito que me perseguirá toda la vida, desaparece al otro lado.<br />

XIX<br />

Nos separamos el uno del otro, tratando de agarrar a Carmen antes de que caiga. Pero es<br />

inútil. Llegamos a ver como mueve los brazos, como si quisiera volar, mientras se aleja rápido,<br />

y a la vez muy lento, hacia la calle. Sergio solloza, grita, y yo guardo un espeluznante silencio<br />

cuando en lugar de Carmen sólo queda un manchurrón oscuro y un cuerpo desmadejado.<br />

XX<br />

No hay tiempo para la pena. El futbolista, con el rostro bañado de lágrimas y congestionado<br />

por la ira, se vuelve contra mí, rugiendo de rabia y culpándome de lo ocurrido. Me golpea<br />

varias veces, pero yo no respondo. Aún no he logrado asimilar lo que acaba de ocurrir.<br />

El chico, al ver mi pasividad, vuelve a abalanzarse sobre mí y me estrella contra la balaustrada.<br />

Lo miro con sorpresa, como si acabara de llegar allí y no supiera muy bien qué está<br />

ocurriendo. Entonces lo veo. Otra vez me invade la serenidad, la calma, la capacidad para<br />

apreciar la belleza en medio de la catástrofe. Veo el final perfecto, la salida gloriosa. Sólo hay<br />

una posible, sólo una forma de cerrar el telón. De nuevo el sentido de lo trágico toma posiciones,<br />

solo que esta vez, además de los aplausos entusiastas del público, la orquesta recibe con<br />

sus más heroicos compases a los actores encargados de cumplir con el papel.<br />

Agarrando en un abrazo mortal a Sergio, tomo impulso, pego la espalda contra la baranda<br />

y me dejo vencer por la inercia, arrastrando al joven futbolista conmigo. El grita desesperado,<br />

intentando zafarse a pesar de que ya no hay huida posible. Yo me deleito en la tragedia, dedicando<br />

mis últimos pensamientos a Carmen, pidiéndola perdón y prometiéndola que algún<br />

día, cuando salde mis cuentas en el Tártaro, volveré a reunirme con ella allí donde esté.<br />

Nos precipitamos al vacío. Él, entre llantos y angustia. Yo, sumido en la más turbadora de<br />

las calmas.<br />

La gravedad hace el resto.<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

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52<br />

BESTIARIO<br />

Revisión de las extrañas y retorcidas criaturas responsables de las desgracias de esta publicación.<br />

Eleazar Herrera<br />

@Sparda_<br />

Cris Miguel<br />

@Cris_MiCa<br />

Ramón Plana<br />

@DocZero48<br />

Ana Gasull<br />

@AnyaFrois<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

Diego Fernández Villaverde<br />

@LordAguafiestin<br />

J. R. Plana<br />

@jrplana<br />

Ricardo Castillo<br />

ricardocastillo68hotmail.es

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