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<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> es una<br />
revista literaria en<br />
español, de relatos<br />
y cuentos cortos de<br />
temáticas de terror,<br />
fantasía, ciencia<br />
ficción, policíaca,<br />
noir, aventuras de<br />
todo tipo, incluidas<br />
orientales y eróticas,<br />
héroes misteriosos,<br />
situaciones absurdas,<br />
relato social y<br />
de humor<br />
La revista es de publicación<br />
mensual y<br />
se edita en Madrid,<br />
España.<br />
ISBN<br />
2254-0466<br />
EDITADA POR<br />
J. R. Plana<br />
ASISTENTE ED.<br />
Cristina Miguel<br />
ILUSTR, DISEÑO<br />
Y MAQUET.<br />
J. R. Plana<br />
AUTORES<br />
Ricardo Castillo<br />
Adrián Castro<br />
Miguel C. Olmedo.<br />
M. C. Catalán<br />
Miriam G. Galocha<br />
Víctor M. Yeste<br />
Cristina Miguel<br />
Ramón Plana<br />
EL PERGAMINO DE ISAMU - I<br />
Ramón Plana<br />
Aventura samurái<br />
VICTORIA #2<br />
Cris Miguel<br />
Fantasía urbana<br />
UN BUEN NEGOCIO<br />
J. R. Plana<br />
Ciencia Ficción<br />
HASTA QUE LA MUERTE OS...<br />
Víctor M. Yeste<br />
Fantasía detectivesca<br />
EL MERCENARIO<br />
Ricardo Castillo<br />
Espada y brujería<br />
GORDO, BAJITO Y DURO...<br />
Galocha<br />
Humor<br />
FERGUS FERGUSON<br />
M. C. Catalán<br />
Humor paranormal<br />
VERDE ELÉCTRICO<br />
Cris Miguel<br />
Erótico ciencia ficción<br />
PICADILLY TALES<br />
A. C. Ojeda<br />
Intriga paranormal<br />
Pulp Magazine<br />
Núm. II Marzo 2012<br />
www.animabarda.com<br />
Relatos<br />
7<br />
17<br />
30<br />
39<br />
47<br />
60<br />
67<br />
73<br />
80<br />
3
4<br />
89<br />
95<br />
100<br />
El resto<br />
5<br />
6<br />
110<br />
CON ESAS COSAS...<br />
J. R. Plana<br />
Terror<br />
1+1 SUMAN SIEMPRE 3<br />
Miguel Cristóbal Olmedo<br />
Relato Negro<br />
Búscanos en las redes sociales<br />
CADÁVER EXQUISITO<br />
J. C. Medina<br />
Ciencia ficción<br />
UNAS PALABRAS DEL JEFE<br />
Dediquemos un minuto a leer los desvaríos del editor<br />
HISTORIA DEL PULP<br />
Elaboramos esta sección con el fin de acercar el maravilloso<br />
mundo del pulp a los lectores<br />
BESTIARIO<br />
Cátalogo de las extrañas criaturas que alimentan estas páginas<br />
@animabarda<br />
www.facebook.com/Anima<strong>Barda</strong><br />
Anima <strong>Barda</strong> (google +)<br />
Si quieres contactar con nosotros, escríbenos a respuesta@animabarda.com<br />
Si quieres colaborar en la revista, escríbenos a redaccion@animabarda.com y te informaremos de las condiciones.<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> es una publicación independiente, todos los autores colaboran de forma desinteresada y voluntaria.<br />
La revista no se hace responsable de las opiniones de los autores.<br />
Copyright © 2012 Jorge R. Plana, de la revista y todo su contenido. Todos los derechos reservados; reproducción<br />
prohibida sin previa autorización.
UNAS PALABRAS DEL JEFE<br />
Unas palabras del jefe<br />
Un gran y negro vacío cósmico ocupa<br />
la cabeza del editor. Aquí compartimos<br />
un somero trocito del abismo<br />
de ese mundo de perdición...<br />
Y aquí estamos por segunda vez. No<br />
es que sea un logro enorme, pero por lo<br />
menos es señal de que las cosas han ido<br />
medianamente bien. La verdad es que<br />
estamos contentos: habéis sido bastantes<br />
lectores, hemos recibido buenas críticas,<br />
unos cuantos colaboradores más y<br />
el perro rabioso no ha incordiado mucho<br />
con sus incoherentes discursos. Así<br />
que la valoración general es bastante<br />
positiva.<br />
Desde esta página quiero agradecer el<br />
trabajo de los escritores que se han puesto<br />
las pilas para cumplir con los cortos<br />
plazos de este mes. También mencionar<br />
a las nuevas incorporaciones y a los<br />
que están por venir, que esperamos que<br />
sean muchos.<br />
Si os fijáis, este mes no hay sección<br />
de cartas a los lectores. Esto se debe a<br />
que hemos contestado directamente a<br />
todo lo que nos ha llegado al correo o<br />
a las redes, así que ¿para qué demonios<br />
íbamos a ponerlo aquí? La rescataremos<br />
cuando recibamos algún mensaje<br />
especialmente llamativo e interesante.<br />
Seguimos remarcando que los insultos<br />
no cuentan.<br />
Y lo cierto es que me hubiera gustado<br />
pensar unas palabras más trascendentes.<br />
Hablar, por ejemplo, del mercado<br />
literario en España y el aumento de los<br />
e-book, del panorama de la literatura<br />
juvenil o de la migración del pájaro<br />
Uyuyui, pero hemos ido un poco justos<br />
de tiempo y he tenido que improvisar<br />
en el autobús de vuelta a casa. Así que...<br />
Hmm... Esto... ¿Vosotros qué tal? ¿Qué<br />
os han parecido las nominaciones de los<br />
Oscar? ¿Y los premios Goya?<br />
Os prometo que para el mes que viene<br />
me prepararé algo más inspirador. De<br />
momento aviso que os mentiría como el<br />
maldito perro rabioso si os dijera que no<br />
nos gustaría ganar algún dinerillo con<br />
la revista; podríamos pagar algo a los<br />
escritores, cubrir los gastos del servidor<br />
y organizar alguna cena. Aprovechad<br />
y decídselo a vuestros familiares, amigos<br />
y conocidos, por si alguien quiere<br />
anunciarse aquí. Y si no, habladles de la<br />
revista, que está bien que la lean.<br />
Gracias por estar ahí otra vez y, de<br />
parte de todo el equipo, esperamos que<br />
os lo paséis bomba con nuestras historietas.<br />
Y no perdáis de vista al perro, por si<br />
las moscas...<br />
J. R. Plana<br />
5
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
6<br />
Historia del Pulp<br />
Robert E. Howard, escritor de principios<br />
del s. XX y creador de Conan.<br />
Como el mes pasado mencionamos<br />
en un par de ocasiones a Robert E.<br />
Howard, esta vez era de obligada necesidad<br />
dedicar la Historia del Pulp a<br />
hablar sobre este autor.<br />
De nombre completo Robert Ervin<br />
Howard, este hombre nació en Texas<br />
allá por 1906. En ese estado vivió, junto<br />
a su familia, hasta morir treinta años<br />
más tarde. De naturaleza enfermiza, de<br />
joven mostró una enorme adicción al<br />
gimnasio y a la introversión, lo que le<br />
costó no tener amigos. A los diecisiete<br />
años sufría depresiones e intentó suicidarse<br />
en varias ocasiones. Esto fue la<br />
antesala de su trágico final: su madre<br />
fue excesivamente protectora con él y,<br />
por ésta estrechísima relación, cuando<br />
ella quedó en coma, Robert se pegó el<br />
tiro que terminó con su vida.<br />
Desde bien pequeño mostró interés<br />
por la lectura y la escritura, y alcanzó un<br />
alto nivel cultural. Con dieciocho años<br />
vendió su primer relato a la pulp magazine<br />
Weird Tales, revista donde publicó<br />
la mayor parte de su obra y que hoy en<br />
día sigue publicándose en Estados Unidos.<br />
Robert Howard era miembro del<br />
Círculo de Lovecraft y mostró un gran<br />
interés por los conflictos entre la civilización<br />
y la barbarie; sus personajes son<br />
casi siempre bárbaros que conquistan el<br />
poder y se vuelven reyes, y quizá es por<br />
ello que Howard es considerado uno de<br />
los padres del subgénero de espada y<br />
hechicería.<br />
Es autor reconocido de fantasía heroica<br />
y creador de personajes muy popu-<br />
lares que han llegado a nuestros días.<br />
De entre estos, el más renombrado,<br />
y para el que Howard escribió sus mejores<br />
letras, es Conan el Bárbaro, que<br />
apareció por primera vez en El Fénix<br />
en la espada, en el año 1932. Junto a él<br />
comparten escena otros como Solomon<br />
Kane, Kull el Conquistador o Sonia la<br />
Roja. Ésta última fue creada para el relato<br />
La sombra del Buitre, situado en el<br />
siglo XVI, y no forma parte del elenco<br />
de personajes de Cimmeria. Sonia fue<br />
adaptada posteriormente para que figurara<br />
en el cómic de Conan el Bárbaro.<br />
Howard tocó muchos géneros: creó<br />
relatos sobre pictos y celtas en el Imperio<br />
Romano, de boxeadores, historias<br />
del oeste, algunas eróticas, de las cuales<br />
se avergonzaba, y, por supuesto, de terror.<br />
En resumen, un autor prolífico con<br />
una magnífica carrera truncada por la<br />
fatalidad.
Ramón Plana - EL PERGAMINO DE ISAMU - I<br />
El pergamino de Isamu - I<br />
A Atsuo le han encomendado la tarea de escoltar a la esposa de su daimio en<br />
el viaje a Edo. Varios ninjas velan por su seguridad, pues el peligro acecha<br />
en los bosques. En esta misión, Atsuo tendrá que estar más alerta que nunca.<br />
por Ramón Plana<br />
I<br />
La luz del amanecer se filtraba en la<br />
sala tiñendo el ambiente con su suave<br />
tonalidad. En el pequeño jardín un pájaro<br />
voló hasta la ventana, y miró curioso<br />
hacia el interior. Dentro, dos hombres<br />
se estudiaban cuidadosamente. En<br />
silencio. Sólo se oía el tenue roce de sus<br />
pies, de vez en cuando.<br />
Ambos llevaban una espada de entrenamiento<br />
y pertenecían al clan Hirotoshi:<br />
Saito Takeshi era instructor de esgrima,<br />
Gonnosuke Atsuo era samurái. Se<br />
conocían desde hacía tres años, y desde<br />
entonces entrenaban juntos todos los<br />
días.<br />
Atsuo deslizó el pie derecho hacía<br />
atrás con un elegante movimiento y<br />
simultáneamente llevó el bokken abajo,<br />
a su espalda, ofreciendo el hombro<br />
izquierdo al ataque de su oponente. El<br />
espíritu de Takeshi vibró. Lentamente,<br />
cambió su guardia adelantando medio<br />
paso y levantando el bokken por encima<br />
de su cabeza. En las formas del arte<br />
marcial, el cielo se preparaba para atacar<br />
a la tierra.<br />
La tensión llegó a su punto álgido<br />
con sus profundas respiraciones, luego<br />
se desencadenó la tormenta. Con tremenda<br />
rapidez, Takeshi trazó un semicírculo<br />
y atacó con una serie de golpes<br />
que representaban elementos del cielo:<br />
lluvia y viento; Atsuo se desplazó por<br />
el semicírculo opuesto y paró los golpes<br />
representando árboles y piedras, realizando<br />
las técnicas con energía.<br />
El pájaro se sobresaltó con los primeros<br />
golpes y voló asustado cruzando<br />
el jardín. La ejecución de la forma de<br />
ataque fue brillante en todos sus movimientos.<br />
Atsuo se vio obligado a tomar<br />
7
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
8<br />
distancia cediendo posición, si bien<br />
paró todos los golpes y terminó con una<br />
postura ligeramente comprometida.<br />
Ambos se estudiaron otra vez valorando<br />
sus nuevas posiciones. Takeshi<br />
abatió el bokken retrocediendo y saludó.<br />
- Enhorabuena, tu estrategia al utilizar<br />
la postura de la tierra ha obtenido<br />
buenos resultados.<br />
- Sí, ha funcionado, pero tu ataque me<br />
ha descentrado y he comprometido mi<br />
posición –dijo Atsuo.<br />
- ¡Vamos, Atsuo! –rió Takeshi–. No<br />
exageres, lo que pasa es que no quieres<br />
combatir más para que yo descanse,<br />
cortesía que te agradezco. Debo decir<br />
que percibo un avance en tu técnica –<br />
añadió–, y ello me alegra, amigo mío.<br />
Tus desplazamientos son impecables.<br />
Gracias por permitirme entrenar contigo.<br />
- Gracias a ti, Takeshi-sensei. Me haces<br />
un gran honor –respondió Atsuo.<br />
Y dando por terminado el ejercicio,<br />
cambiaron el bokken a la mano izquierda<br />
con un ligero movimiento de muñeca,<br />
se saludaron con una inclinación y<br />
abandonaron el dojo, a donde empezaban<br />
a llegar samuráis de menor rango<br />
para ejercitarse en el combate.<br />
El gran aprecio que ambos se tenían<br />
era conocido en todo el clan. Saito<br />
Takeshi era un hombre entrado en años,<br />
instructor de esgrima del jefe del clan,<br />
Hirotoshi Katsuro. Gozaba, además,<br />
de su confianza y amistad. Por su parte<br />
Gonnosuke Atsuo era samurái, y preceptor<br />
de arte y escritura de los hijos de<br />
Katsuro: Saburo y Aiko.<br />
Salieron al patio. Mientras, los habitantes<br />
y servidores de la casa iban apareciendo:<br />
en el establo varios mozos ce-<br />
pillaban y alimentaban a los caballos,<br />
algunos artesanos comenzaban a trabajar<br />
en sus talleres y sus discípulos calentaban<br />
los hornos, en un espacioso jardín<br />
se reunían los samuráis y los aprendices<br />
para que les fueran encomendadas las<br />
tareas, y los asistentes y ayudantes recogían<br />
y ordenaban las habitaciones.<br />
En una de las salas principales se<br />
iban reuniendo los consejeros del clan<br />
Hirotoshi. Tenían que tratar sobre las<br />
repercusiones que la situación política<br />
tendría en su feudo y en la ciudad de<br />
Edo, debían encontrar la postura más<br />
conveniente para el clan en su relación<br />
con los otros clanes y con el Shogun y<br />
estudiar la estrategia más adecuada.<br />
Corría la primavera del año 1632.<br />
Durante el mandato del tercer shogun,<br />
Tokugawa Iemitsu, el shogunato se estableció<br />
en la ciudad de Edo, la fortificó<br />
y convirtió en la sede del gobierno<br />
militar. Para ejercer un mayor control<br />
sobre los daimios, Iemitsu, impuso la<br />
política de que sus familias debían vivir<br />
de manera obligada en Edo con el shogun,<br />
mientras que los daimios debían<br />
alternar su residencia entre ésta y sus<br />
respectivos feudos. De esta manera les<br />
forzaba a mantener los gastos de las dos<br />
residencias, más los frecuentes desplazamientos,<br />
debilitando así su poder económico<br />
y militar, y evitando cualquier<br />
intento de rebelión contra el shogunato.<br />
Lo que no pudo evitar fueron las intrigas<br />
y los pactos entre clanes para arrebatar<br />
sus feudos a otros daimios, llegando<br />
incluso a la agresión y al exterminio de<br />
las familias para quedarse con sus tierras<br />
y sus bienes. En esas circunstancias,<br />
Tokugawa Iemitsu, aceptaba al vencedor<br />
siempre y cuando no fuera lo suficientemente<br />
fuerte para atentar contra él.
Era una manera de tener ocupados y<br />
contentos a los daimios más ambiciosos.<br />
Ante esta situación, los consejeros del<br />
clan Hirotoshi intentaban equilibrar los<br />
dos grupos: el que permanecería en el<br />
feudo y el grupo que iría a Edo acompañando<br />
a la familia del jefe del clan<br />
y a su servidumbre. En ambos lugares<br />
debía quedar una fuerza suficiente para<br />
atender la seguridad de las familias, así<br />
como una fuerza armada capaz de defender<br />
al feudo de los posibles ataques<br />
por parte de bandidos, ladrones y otros<br />
clanes.<br />
El jefe del clan, Katsuro, llamó a Atsuo<br />
para comunicarle personalmente su<br />
decisión: acompañaría a la familia del<br />
daimio y a su servidumbre a Edo, en calidad<br />
de preceptor de sus hijos, pero sin<br />
descuidar la seguridad de los integrantes<br />
del grupo.<br />
Para que pudiese moverse con libertad<br />
le entregó un escrito firmado por la<br />
máxima autoridad militar de la ciudad,<br />
en donde se le autorizaba a pasear por<br />
cualquier parte bajo el pretexto de dibujar<br />
diversas láminas que ilustrarían un<br />
libro para el Shogun. Este libro versaba<br />
sobre Edo, y en él se narraba el origen<br />
de la ciudad, su territorio, su fauna y<br />
flora, su evolución y su gente. Escrito<br />
por varios eruditos, Katsuro había encargado<br />
su edición manual a un taller<br />
de artesanos hacía tres años, y pretendía<br />
regalárselo al Shogun, ya que éste<br />
era un gran aficionado a la historia y a la<br />
pintura, y además le encantaban las sorpresas.<br />
Katsuro, por recomendación de<br />
sus consejeros, pretendía que todas las<br />
sensaciones del Shogun al oír el nombre<br />
del clan Hirotoshi fueran agradables.<br />
En Atsuo, por tanto, descansaría la<br />
seguridad de los integrantes del grupo<br />
Ramón Plana - EL PERGAMINO DE ISAMU - I<br />
y sus familiares en Edo, ayudado por<br />
una treintena de samuráis del clan, cincuenta<br />
soldados y una veintena de servidores.<br />
El grupo partiría por la mañana,<br />
y Katsuro y su séquito se reunirían<br />
con ellos dos meses después. Takeshi<br />
iría en este segundo grupo, protegiendo<br />
a su señor con el resto de los samuráis,<br />
excepto un retén que se quedaría en el<br />
feudo para no dejarlo desprotegido. Atsuo<br />
se retiró para hacer los preparativos<br />
del viaje y seleccionar al personal necesario.<br />
Su asistente, Fujio, le esperaba en la<br />
puerta de la gran sala. Se trataba de un<br />
joven de quince años que Atsuo tomó<br />
como aprendiz por amistad con su padre,<br />
un antiguo samurái que luchó en la<br />
batalla de Sekigahara con el tío de Atsuo.<br />
El muchacho era espigado y bien<br />
parecido, además de atento y resuelto.<br />
Atsuo se había acostumbrado a dejarle<br />
a Fujio la iniciativa en las tareas domésticas<br />
y el trato con los servidores. Todos<br />
los días disponía de un rato para enseñarle<br />
esgrima, y al final de la jornada<br />
continuaban con la caligrafía y la filosofía,<br />
disciplinas en las que ya destacaba<br />
pese a su juventud.<br />
Antes de dirigirse a las dependencias<br />
comunes para hablar con el encargado<br />
de los servidores y el jefe de los samuráis,<br />
Atsuo le encomendó a Fujio sus tareas.<br />
- Prepárate a salir de viaje, tenemos<br />
que ir a Edo por un tiempo. Empaqueta<br />
nuestras cosas y ocúpate de ensillar<br />
nuestras monturas. También necesitaremos<br />
una caballería para que lleve nuestro<br />
equipaje y lo necesario para seguir<br />
allí con los estudios de Saburo y Aiko.<br />
Habla con los muleros.<br />
Fujio salió corriendo con una sonrisa,<br />
9
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
10<br />
esos viajes le gustaban más que la vida<br />
rutinaria en la hacienda. Atsuo fue a las<br />
habitaciones de Takeshi, y allí le encontró<br />
preparando un envoltorio.<br />
- Pasa Atsuo, iba a ir a verte ahora<br />
mismo. Me acabo de enterar que mañana<br />
partes a Edo con la señora Yoko y los<br />
niños.<br />
- Con tu permiso Takeshi, venía a informarte<br />
de ello y a pedirte consejo -dijo<br />
Atsuo.<br />
- Verás, antes de nada quiero pedirte<br />
un gran favor –Takeshi se quedó pensativo<br />
un momento–. Hace tiempo que<br />
quería ir a Edo a visitar a un buen amigo<br />
mío al que también te interesará conocer.<br />
Se llama Okamoto Isamu, lo conocen<br />
como el Armero de Edo.<br />
- He oído hablar de él –dijo Atsuo–.<br />
Ignoraba que le conocieses.<br />
-Sí, hace muchos años –la mirada de<br />
Takeshi se perdió por breves momentos–,<br />
cuando yo era un joven que buscaba<br />
encontrarme a mí mismo en el<br />
camino de la espada. Él me enseñó el<br />
auténtico Bushido –volvió de nuevo a<br />
la conversación–. Necesito que le lleves<br />
esta katana para que la repare y afile. La<br />
reconocerá nada más verla. ¿Me harás<br />
ese favor?<br />
- ¡Por supuesto, Takeshi! –exclamó<br />
Atsuo–. Cuenta con ello, estaré encantado<br />
de hacerte cualquier encargo. Además<br />
será un honor conocerle.<br />
- Bien, te lo agradezco. Ahora vamos<br />
a comentar tu viaje y lo que te espera en<br />
Edo.<br />
II<br />
La mañana encontró al grupo preparado<br />
para la partida. Atsuo se acercó a la<br />
cabecera de la caravana y le cedió la dirección<br />
a Matsushiro, uno de los samu-<br />
ráis con más experiencia en el mando y<br />
un amplio historial de batallas, persona<br />
de confianza de Takeshi. El veterano<br />
samurái se lo agradeció ceremoniosamente<br />
y partió a revisar la colocación<br />
de los estandartes y de los integrantes<br />
de la caravana; hizo comprobar la carga<br />
de las mulas, las barras y enganches<br />
de los palanquines y pasó revista a los<br />
samuráis, soldados y alabarderos. Con<br />
su celo demostró que no quería dejar<br />
nada al azar.<br />
Mientras, los caballos golpeaban el<br />
suelo con los cascos, inquietos por salir.<br />
Sobre ellos, diez jinetes lucían sus<br />
armaduras ligeras, sujetando con firmeza<br />
las bridas. Detrás de ellos iban seis<br />
samuráis a pie y los tres palanquines:<br />
uno con la señora del clan, Yoko, otro<br />
con sus hijos Saburo y Aiko y un tercero<br />
con las damas al servicio de la señora.<br />
Siguiendo a los palanquines iban otros<br />
cuatro samuráis. Luego el personal de<br />
servicio con las caballerías, equipajes,<br />
bultos y víveres; cerrando la comitiva<br />
el grupo de soldados y alabarderos, que<br />
cubrían la retaguardia. En total llevaban<br />
una fuerza de combate de veinte<br />
samuráis y otros tantos entre soldados<br />
y alabarderos.<br />
Atsuo montaba su caballo, y Fujio se<br />
había apropiado de una yegua joven y<br />
nerviosa de las caballerizas. El preceptor<br />
se situó al lado del palanquín de<br />
Yoko, y Fujio junto al de Saburo y Aiko,<br />
con los que se puso a charlar. Por fin<br />
Matsushiro dio la orden de partida y la<br />
caravana comenzó la marcha. Tardarían<br />
alrededor de tres días en llegar a Edo.<br />
Mientras atravesaban el feudo del<br />
clan, Atsuo iba pensando en su conversación<br />
con Takeshi. Le sorprendió<br />
que su amigo conociera a Isamu, el
Armero de Edo, y esperaba con agrado<br />
la oportunidad de conocerlo él también.<br />
Llevaba la katana que aquél le había<br />
confiado, envuelta entre sus ropas como<br />
un fardo más. Dos soldados al final de<br />
la caravana llevaban la orden de no perder<br />
de vista los bultos de Atsuo.<br />
La mañana era luminosa, las tierras<br />
mostraban intensos colores según sus<br />
siembras, bandadas de pájaros iban de<br />
un lado para otro aprovechando las suaves<br />
corrientes de aire llenas de insectos,<br />
los labradores dejaban de trabajar y se<br />
inclinaban al paso de la caravana reconociendo<br />
los estandartes del daimio y el<br />
palanquín de Yoko.<br />
Un par de perros de la hacienda<br />
acompañó al grupo hasta la linde de<br />
las tierras de labor con el bosque, allí se<br />
quedaron contemplando cómo se perdían<br />
en el sendero que atravesaba los<br />
árboles. Luego se volvieron a la casa.<br />
Tres días antes, Katsuro decidió enviar<br />
a su familia a Edo, y acto seguido<br />
mandó en secreto a cinco exploradores<br />
para que fueran revisando el camino<br />
y sus proximidades. Estos exploradores,<br />
expertos en ocultación y artes marciales,<br />
pertenecían a la familia Shinzo,<br />
cuya actividad ninja estaba al servicio<br />
del clan Hirotoshi. Estaban dirigidos<br />
por Kaito, y nadie en el clan sabía cómo<br />
se ponía Katsuro en contacto con ellos.<br />
Nadie, excepto quizá Takeshi, a quién<br />
la familia Shinzo respetaba tanto como<br />
al daimio.<br />
Fue el instructor de esgrima, cuando<br />
le pidió el favor a Atsuo para que le llevara<br />
la katana al armero de Edo, el que<br />
le advirtió en su habitación.<br />
- Mira todas las mañana debajo de tu<br />
silla de montar -le dijo con seriedad-.<br />
Un amigo te dejará mensajes con in-<br />
Ramón Plana - EL PERGAMINO DE ISAMU - I<br />
formación que te será útil para la seguridad<br />
de la caravana. Si quieres ponerte<br />
en contacto con él, utiliza el mismo procedimiento.<br />
Atsuo miraba a su alrededor en el<br />
bosque, preguntándose por donde andarían<br />
los integrantes de la familia<br />
Shinzo. Se sentía más tranquilo sabiendo<br />
que tenía aliados tan expertos por<br />
los alrededores.<br />
El viaje transcurría tranquilo. Dejaron<br />
el bosque llano y entraron en terreno<br />
abrupto, en donde el paso de los palanquines<br />
y las caballerías se hizo más<br />
lento. La vegetación seguía siendo exuberante,<br />
formada principalmente por<br />
abetos, cedros y coníferas; su amplio<br />
porte hacía que el sendero fuera serpenteando<br />
con frecuentes cambios de nivel.<br />
El piar de los pájaros les acompañaba<br />
haciendo más ameno el camino. Atsuo<br />
estaba atento, la compañía de los gorriones<br />
le indicaba que no había ojos indiscretos<br />
cerca del sendero. A pesar de<br />
ello puso la mano con descuido sobre la<br />
empuñadura de la katana.<br />
Un poco más atrás, Fujio seguía en<br />
animada conversación con Aiko y Saburo,<br />
sus risas coreadas por los trinos<br />
rebotaban en la bóveda del bosque.<br />
Matsushiro mandó adelantarse a dos<br />
exploradores, conocía el terreno y sabía<br />
que estaban a poca distancia de una<br />
zona despejada. El caballo de Matsushiro<br />
cabeceó inquieto mientras los dos<br />
hombres se adelantaban en silencio, saliendo<br />
del sendero para dar un pequeño<br />
rodeo.<br />
A los pocos minutos la caravana<br />
entró en un claro. Atsuo reconoció<br />
una señal del clan, tres piedras<br />
blancas colocadas en ángulo apuntaban<br />
a un árbol, en su tronco se veían<br />
11
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
12<br />
dos rayas diagonales cruzadas y en<br />
cada uno de sus cuatro ángulos un circulo.<br />
Era el Kamon o emblema de la familia<br />
Hirotoshi. Los dos exploradores<br />
estaban acondicionando un espacio. La<br />
zona parecía segura.<br />
Los porteadores acercaron los palanquines<br />
al resguardo de un cedro de<br />
enorme circunferencia. Lo servidores se<br />
pusieron a la tarea de encender un fuego<br />
y traer agua para preparar la comida.<br />
Mientras los soldados se ocupaban<br />
de descargar las caballerías, trabarlas y<br />
dejar vigilancia, los samuráis colocaron<br />
los estandartes y se distribuyeron estratégicamente,<br />
estableciendo varios niveles<br />
de protección en torno a las personas<br />
de rango.<br />
Por indicación de Atsuo, Fujio se ocupó<br />
de sus monturas y revisó el equipaje.<br />
Se colocaron unos paneles de lienzo<br />
para cortar el aire a las señoras. Finalmente<br />
Matsushiro distribuyó los puestos<br />
de vigilancia y envió tres soldados<br />
sendero adelante para buscar huellas o<br />
indicios de que alguien se aproximara<br />
al claro.<br />
Llevaban allí un rato cuando aparecieron<br />
de vuelta los exploradores que<br />
había mandado Matsushiro. Su informe<br />
era tranquilizador, no habían visto nada<br />
sospechoso en un amplio tramo del sendero.<br />
Luego de informar, se fueron con<br />
sus compañeros de armas a descansar y<br />
reponer fuerzas.<br />
Atsuo, para aprovechar el tiempo<br />
mientras preparaban la comida, llamó a<br />
Saburo, Aiko y a Fujio, y juntos comenzaron<br />
una sesión de entrenamiento salpicada<br />
con comentarios y observaciones<br />
sobre el código del samurái, el bushido.<br />
Saburo era un muchacho despierto con<br />
el genio de Katsuro, su padre, y cogía el<br />
bokken con excesiva fuerza, lo que restaba<br />
eficacia a su destreza. Akio era inteligente,<br />
prefería el bo, el palo largo, al<br />
bokken y había desarrollado una gran<br />
precisión con esa arma. Fujio utilizaba<br />
el bo y el bokken indistintamente, si<br />
bien sus avances con esta arma eran notables.<br />
Comenzaron emparejándose: Saburo<br />
con Fujio y Aiko con Atsuo. Los cuatro<br />
se saludaron y empezaron a cruzar los<br />
bokken. Fujio amagó un golpe a Saburo,<br />
y cuando éste modificó la postura<br />
para bloquearlo, le atacó con rapidez<br />
buscando penetrar su guardia; Saburo<br />
rectificó mientras retrocedía, parando<br />
los ataques de Fujio a cambio de perder<br />
algo de estabilidad. Fujio empezó a<br />
reír y Saburo encolerizándose atacó con<br />
demasiado ímpetu acabando los dos en<br />
el suelo. Aiko perdió su concentración<br />
ante el escándalo de Fujio y su hermano,<br />
y Atsuo tuvo que intervenir.<br />
- Está bien. Sentaros los tres y vamos<br />
a pensar qué ha pasado para que acabéis<br />
así.<br />
Saburo se controló, y mirando con<br />
furia a Fujio se sentó en el suelo cruzando<br />
las piernas. Fujio miró al suelo,<br />
alternaba las ganas de reír con un gesto<br />
de dolor. Sin poderlo evitar se frotó las<br />
posaderas, la zona que había salido perdiendo<br />
al caerse al suelo con Saburo encima,<br />
mientras se sentaba con cuidado.<br />
Aiko también se sentó, mirándolos con<br />
gesto divertido.<br />
- Saburo, ¿qué te ha ocurrido? –preguntó<br />
Atsuo.<br />
- Me enfadó que Fujio se riera de mí,<br />
sensei –contestó.<br />
- Bien, ¿qué te tengo dicho cuando estás<br />
en combate? –continuó Atsuo.<br />
- Que mantenga la concentración y la
calma –dijo el joven.<br />
- Si lo hubieras hecho, habría sido Fujio<br />
quien hubiese perdido el combate,<br />
ya que al reírse perdió la concentración<br />
y tú podías haberle atacado entonces<br />
con eficacia. Fujio, dime qué es lo que<br />
has hecho tú mal.<br />
- Menospreciar al enemigo riéndome<br />
de él, sensei –contestó con cara compungida.<br />
- ¡Exactamente! No debéis olvidar<br />
que respetando al enemigo os respetáis<br />
vosotros mismos. No debéis dejar que<br />
os gobiernen las pasiones. Y a ti Aiko,<br />
que te tengo dicho.<br />
- Que no me distraiga en los entrenamientos,<br />
sensei.<br />
- Bien, me alegra ver que todos, por<br />
lo menos, recordáis lo que os digo –dijo<br />
Atsuo con ironía–. Ahora vais a hacer<br />
la forma primera entera, con todos sus<br />
golpes. ¡Vamos! Empezad ya.<br />
Atsuo se levantó ocultando una sonrisa.<br />
Comprobó que los tres se alineaban<br />
y comenzaban la serie de golpes y<br />
desplazamientos que conformaban la<br />
forma primera de kenjutsu. Fue a sentarse<br />
con Matsushiro, que miraba sorprendido<br />
como terminaba la práctica<br />
después de verla desarrollarse desde el<br />
principio.<br />
- Atsuo-san, no pensé que enseñar<br />
fuera tan divertido. Siéntese por favor,<br />
será un privilegio.<br />
- Gracias Matsushiro-san, me sentaré<br />
con gusto. En cuanto a la enseñanza –<br />
se quedó pensando un momento–, reconozco<br />
que sí es divertido, sobre todo<br />
con estos tres jovencitos que no dejan<br />
de sorprenderme cada día un poco más.<br />
En ese momento, se acercó una de<br />
las damas para decirles que la señora<br />
Yoko estaría muy agradecida si ambos<br />
Ramón Plana - EL PERGAMINO DE ISAMU - I<br />
quisieran compartir la comida con ella.<br />
- Dígale a la señora que iremos con<br />
mucho gusto -contestó Atsuo por los<br />
dos.<br />
Se acercaron a la zona protegida del<br />
escaso aire por los lienzos y tomaron<br />
asiento en los pequeños taburetes que<br />
portaban los sirvientes de la señora. Les<br />
sirvieron una tacita de sake templado<br />
y empezaron a charlar sobre lo que encontrarían<br />
al final del viaje. La comida<br />
discurrió con armonía, y la conversación<br />
versó sobre la variopinta y amplia<br />
comunidad que se encontraba en la ciudad<br />
de Edo.<br />
Llevaban un buen rato hablando,<br />
casi finalizando la comida, cuando los<br />
sentidos de Atsuo le avisaron de que<br />
algo no iba bien. Disimulando su alarma,<br />
miró alrededor y se dio cuenta de<br />
que el piar de los pájaros había cesado.<br />
Alertó a Matsushiro con la mirada. En<br />
ese momento notó un siseo y una sombra,<br />
y sin pensarlo ejecutó el golpe de la<br />
golondrina. Una flecha de veinte centímetros<br />
se clavó en el suelo, golpeada en<br />
el aire por la katana de Atsuo, a escasa<br />
distancia de Yoko. Matsushiro saltó cubriendo<br />
a la señora con su cuerpo mientras<br />
desenvainaba su espada y alertaba<br />
a los samuráis.<br />
Hubo un revuelo en el campamento.<br />
Se notó un ligero tumulto en la vegetación<br />
próxima, en la zona noreste del<br />
claro. Cuando los samuráis llegaron<br />
allí encontraron entre los matorrales<br />
un cuerpo oscuro tirado en el suelo. Lo<br />
arrastraron hasta el claro. Matsushiro y<br />
Atsuo se acercaron para ver que era un<br />
hombre de unos veinticinco años, fornido,<br />
totalmente vestido de negro y con<br />
una herida profunda en el cuello. En la<br />
espalda llevaba un ninjato (sable corto<br />
13
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
14<br />
propio de ninjas) y varias flechas en una<br />
bolsa a la cintura. En el suelo a su lado<br />
una fukiya (cerbatana) indicaba que el<br />
ataque había partido de él. En sus ropas<br />
y armas lucía un emblema compuesto<br />
por un círculo partido en vertical, en<br />
la mitad de la izquierda mostraba una<br />
mancha negra, la mitad de la derecha<br />
una hoja de árbol.<br />
- Es un ninja de la casa Gensai –dijo<br />
Matsushiro-. ¡Maldito sea! ¿Por qué<br />
querría matar a la señora Yoko?<br />
Miró fijamente a Atsuo, y exclamó:<br />
- ¿Cómo te diste cuenta Atsuo-san?<br />
Sin ti la señora estaría mal herida o tal<br />
vez muerta. Yo no fui capaz de percibirlo,<br />
soy deudor tuyo –y se inclinó con<br />
respeto.<br />
- No me debes nada Matsushiro –dijo<br />
Atsuo-, lo hice porque es mi deber. Hay<br />
que avisar a Katsuro de lo que ha ocurrido<br />
para que estén alerta. Además,<br />
este hombre está muerto y no lo hemos<br />
matado nosotros, por ello debemos redoblar<br />
la vigilancia.<br />
- Si, está muerto. Alguien lo ha matado<br />
de un golpe en el cuello, pero le dio<br />
tiempo a lanzar el dardo –dijo Matsushiro,<br />
luego continuó, bajando la voz–.<br />
Nos están ayudando Atsuo-san, pero…<br />
¿quién?<br />
Atsuo pensó en Shinzo Kaito, pero no<br />
quiso descubrirlo aún. Lo más prudente<br />
era que nadie lo supiese de momento.<br />
Esperaría hasta ver cómo se desarrollaban<br />
los acontecimientos y en quién podía<br />
confiar.<br />
Mientras, los sirvientes recogían el<br />
campamento para continuar la marcha,<br />
acuciados por la sensación de riesgo después<br />
del ataque. Los samuráis recorrieron<br />
las zonas próximas al claro pero no<br />
encontraron huellas ni signos de otras<br />
personas. La señora Yoko agradeció a<br />
Atsuo su rapidez y habilidad que tan<br />
eficazmente la habían ayudado. Matsushiro<br />
envió un mensajero al feudo<br />
para informar del ataque a Katsuro y<br />
tranquilizarlo sobre la salud de Yoko.<br />
Luego partieron con rapidez.<br />
El resto del trayecto lo hicieron con<br />
los soldados desplegados, vigilando<br />
matorrales y árboles. Taparon los palanquines<br />
con los lienzos para que no se<br />
distinguiesen las figuras. Los samuráis<br />
se mantuvieron en alerta, un grupo de<br />
ellos se armaron con arcos para repeler<br />
posibles ataques desde lo alto de los árboles.<br />
Llegaron a la aldea en donde iban a<br />
pasar la noche cuando estaba cayendo el<br />
sol. Las sombras se alargaban y un tono<br />
anaranjado se esparcía por las casas tiñéndolo<br />
todo. El grupo de exploradores<br />
que les precedió habían preparado dos<br />
casas y un establo muy amplio, los tres<br />
en un pequeño cerro que dominaba la<br />
aldea.<br />
La vista era estupenda. Desde la casa<br />
principal se veía el sendero por el que<br />
habían llegado y el inicio del camino<br />
que seguirían al día siguiente, y que<br />
discurría por un valle en cuyo fondo rugía<br />
un caudaloso río. A media jornada<br />
el sendero ascendería por la montaña<br />
para internarse en un bosque con abundante<br />
vegetación.<br />
El grupo se mantenía alerta después<br />
del encuentro en el claro. Matsushiro<br />
esperaba a un mensajero que traería instrucciones<br />
de Katsuro desde el feudo;<br />
mientras, colocó a todos sus hombres<br />
para que nadie pudiera acceder al cerro<br />
sin ser visto. Los soldados y alabarderos<br />
encendieron pequeños fuegos, y se<br />
situaron formando un círculo alrededor
de las dos casas y el establo. Los samuráis<br />
formaron dos anillos de vigilancia,<br />
el primero en torno a la casa principal, y<br />
el segundo en el pequeño patio interior.<br />
Dos samuráis permanecían en la estancia<br />
contigua a la de Yoko en estado de<br />
máxima alerta.<br />
Esa noche los miembros de la caravana<br />
tomaron una cena fría. Poco a poco<br />
las sombras fueron extendiéndose por<br />
toda la aldea, hasta que la única iluminación<br />
fue la que ofrecían las hogueras,<br />
los faroles y las lámparas de aceite. Fujio<br />
estaba en la casa colocando sus equipajes<br />
y preparando las esteras para pasar<br />
la noche. Atsuo se encontraba comprobando<br />
los distintos puestos de vigilancia,<br />
todo se veía en calma. Se acercó al<br />
establo y comprobó que los animales<br />
estaban tranquilos. A pesar de todo,<br />
algo le alertó. Hizo ademán de salir y se<br />
deslizó a un lugar más lóbrego. Permaneció<br />
totalmente inmóvil y en silencio.<br />
De repente observó una zona más oscura<br />
entre las vigas del techo, la que juraría<br />
que se había movido. Un suave roce<br />
a su izquierda le hizo prepararse para<br />
el ataque, cuando un suave susurro le<br />
frenó.<br />
- No Atsuo-san, por favor, no se inquiete<br />
–dijo una voz desconocida para<br />
él–. Soy Shinzo Kaito y me envía el señor<br />
Hirotoshi Katsuro.<br />
- ¡Vaya! Buen susto me ha dado Kaito,<br />
pero me alegro de oírle. Takeshi me dijo<br />
que me dejaría un mensaje bajo la silla<br />
de montar.<br />
- Y así debía haber sido –dijo Kaito.<br />
- ¿Quién nos ataco este mediodía en<br />
el claro? –preguntó Atsuo.<br />
-Era Taiki del clan Gensai, lo vimos<br />
demasiado tarde –dijo Kaito–. Debía<br />
llevar allí desde ayer. No pudimos<br />
Ramón Plana - EL PERGAMINO DE ISAMU - I<br />
impedirlo pero le costó la vida.<br />
- ¿Quién puede tener interés en matar<br />
a la señora Yoko? –inquirió Atsuo.<br />
- No lo sabemos, estamos investigando<br />
ya en Edo para descubrirlo –respondió<br />
Kaito-. Tendremos que ser muy precavidos.<br />
¡Psss cuidado!<br />
Un samurái se acercó al establo haciendo<br />
la ronda de vigilancia. Ambos<br />
dejaron de hablar hasta que se alejó.<br />
- Kaito, si usted ha llegado hasta aquí<br />
-dijo Atsuo-, nuestra vigilancia no debe<br />
ser muy buena.<br />
Kaito sonrió en la penumbra.<br />
- No crea Atsuo-san, usted no sabe<br />
lo que me ha costado. Pero no se preocupe,<br />
cuatro de mis hombres vigilan la<br />
aldea por orden de Katsuro.<br />
Atsuo le miró a la cara. Estaban a menos<br />
de un metro de distancia y, aunque<br />
era de noche, la luz de los fuegos y las<br />
lamparillas de aceite daban un poco de<br />
claridad en algunas zonas del interior<br />
del establo. Pudo apreciar que, aunque<br />
relajado, Kaito estaba vigilante, su postura<br />
le permitiría desenvainar el ninjato<br />
que llevaba a la espalda a la mínima señal<br />
de peligro. A pesar de todo lo ocurrido<br />
ese día parecía mantener una gran<br />
calma. Una cosa le intrigaba aún a Atsuo.<br />
- Dígame Kaito, ¿por qué ha venido<br />
hasta el establo, si podía dejarme el<br />
mensaje debajo de la silla?<br />
El ninja se volvió hacia él y le miró a<br />
los ojos.<br />
- Verá Atsuo-san, sentía mucha curiosidad<br />
por conocerle a usted. He oído<br />
hablar mucho del golpe de la golondrina,<br />
pero no he conocido a nadie capaz<br />
de aplicar esa técnica –le observó con<br />
admiración–. Usted ha tenido que entrenar<br />
mucho para conseguir esa per-<br />
15
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
16<br />
fección en el golpe. Quizá tanto como<br />
nosotros –volvió a mirar hacia el exterior<br />
del establo–, toda una vida entrenando.<br />
Pero no se puede desarrollar<br />
una habilidad así, si no se tiene la facultad<br />
necesaria, por eso le admiro: usted<br />
adivina el golpe y se anticipa.<br />
-Gracias por su apreciación Kaito<br />
-dijo Atsuo–. Por lo que me ha dicho<br />
Takeshi usted también tiene unas cualidades<br />
más que notables.<br />
- Me temo que tendremos que utilizarlas<br />
todas –sonrió Kaito-. Será un placer<br />
luchar a su lado Atsuo-san. Cuando<br />
nos enteremos de algo le avisaré, siempre<br />
estaré cerca de ustedes.<br />
Al momento siguiente Atsuo estaba<br />
solo. Miró hacía las sombras, pero no<br />
vio moverse nada. No le había visto<br />
irse, ni tampoco le había oído.<br />
Dejó pasar un rato y salió por la parte<br />
de atrás. Poco a poco fue acercándose<br />
a los fuegos para charlar con los soldados.<br />
Se aseguró de que no habían visto<br />
nada extraño. Luego se fue hacia la casa<br />
dando un pequeño rodeo. Mientras caminaba,<br />
su cabeza repasaba lo ocurrido<br />
en ese día y recordaba unos comentarios<br />
del jefe del clan unas semanas atrás.<br />
Hacía unos días que Katsuro les había<br />
alertado por un comentario de un<br />
amigo, el cuál le sugirió que un daimio<br />
influyente deseaba sus tierras, y para<br />
conseguirlas había maquinado una estrategia<br />
simultánea en el feudo del clan<br />
Hirotoshi y en la capital, Edo. A grandes<br />
rasgos: pretendía eliminar a una<br />
parte de los miembros de la familia y<br />
hacer caer al clan en desgracia frente al<br />
shogun, para luego justificar un ataque<br />
y posteriormente reclamar su feudo. La<br />
amenaza parecía, entonces, que era cierta.<br />
En ese momento, Atsuo se propuso<br />
descubrir al enemigo y anular sus intenciones.<br />
Con esa determinación, se retiró a<br />
descansar. El viaje a Edo prometía ser<br />
mucho más complicado e interesante de<br />
lo que parecía al principio.
Victoria #2:<br />
por Cris Miguel<br />
Cris Miguel - VICTORIA #2<br />
Victoria y Manuel pertenecen a una organización que protege a los humanos,<br />
concretamente a los humanos de Madrid. Ambos lucharán contra las<br />
criaturas sobrenaturales que se encuentren en su camino y por lograr una<br />
credibilidad que aún no han podido demostrar.<br />
Lleva otra cerveza al salón. Ha invitado<br />
a los tres, y se están tomando unas<br />
cañas en lo que terminan de hacerse las<br />
pizzas en el horno.<br />
- ...porque no me cuadra. Ya te digo<br />
que es muy raro -está diciendo Manuel.<br />
- ¿Cómo puedes ser tan pesado? ¡Todavía<br />
sigues con lo mismo! -le increpa<br />
Victoria, sentándose en el sillón junto a<br />
Gonzalo.<br />
- ¿Qué pasa? -contesta poniéndose a<br />
la defensiva-. Tú también lo piensas.<br />
Su compañero, Manuel, llevaba semanas<br />
dando vueltas al mismo molino.<br />
Desde el incendio en el polígono no se<br />
habían producido ataques, y esa cuestión<br />
es la que le parecía extraña. “¿Por<br />
qué han cesado de repente?”, se pregun-<br />
Con un poco de ayuda<br />
de mis amigos<br />
taba una y otra vez. Victoria estaba harta<br />
de divagar sobre el mismo tema, pero<br />
tenía que darle la razón, no había respuestas<br />
satisfactorias.<br />
- Cambiemos de tema -dice Gonzalo-.<br />
Pues… yo sigo igual con Eva, por si<br />
os interesa.<br />
- No te hace ni caso, ¿no? -bromea Nacho.<br />
- Pufff… -resopla Gonzalo-. Sí… No…<br />
Depende…<br />
- Eso se traduce en “sólo como amigos”,<br />
vamos -sentencia Victoria.<br />
Gonzalo y Nacho también trabajan<br />
para la Organización, pero no a pie de<br />
calle como Victoria y Manuel. Gonzalo<br />
se encarga de la informática, especializado<br />
en los gadgets y demás artilugios<br />
17
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
18<br />
de utilidad. Nacho, por su parte, trabaja<br />
en el departamento científico: analizando<br />
muestras, buscando indicios, perdiendo<br />
el tiempo en el laboratorio…<br />
Por fin se sientan a la mesa y durante<br />
los quince minutos en “modo devorador”<br />
nadie dice nada. Nacho trae el<br />
postre que ha preparado él mismo: una<br />
tarta de queso.<br />
- Hmm… ¡Qué buena pinta! -comenta<br />
Manu.<br />
El dulce lo toman con calma.<br />
- ¡Por cierto! Vosotros que estáis más<br />
con él, ¿cómo va Ernesto con el reclutamiento?<br />
-pregunta Manu.<br />
- Pues… -Gonzalo traga antes de contestar-,<br />
creo que bien. Ya sabéis que no<br />
es muy conversador, pero he oído que<br />
ya le ha echado el ojo a un posible candidato.<br />
- ¡Ah! ¿Y en qué facultad está?<br />
- En teleco -contesta Nacho.<br />
En las pocas semanas que lleva en<br />
Madrid, Ernesto no ha parado ni un<br />
minuto. Está en un área distinta a la de<br />
Manu y Victoria, y además se está dedicando<br />
intensivamente a la labor corporativa<br />
y no tanto a la caza, como hacía<br />
antes. Por mucho que haga o que aparente,<br />
para Victoria y Manuel siempre<br />
va a ser un rival en todos los aspectos.<br />
- ¿En teleco? ¿Nos faltan técnicos o<br />
ingenieros? -pregunta Victoria antes de<br />
meterse el último trozo de su porción en<br />
la boca.<br />
- Ni idea, pero allí está.<br />
La conversación decae a partir de ahí,<br />
y a las doce y media los tres se van a sus<br />
respectivas casa. Al fin y al cabo es martes,<br />
y mañana hay que madrugar.<br />
Manuel llega a su barrio con relativa<br />
rapidez. Gonzalo le ha dejado a unas<br />
manzanas para no tener que desviarse<br />
demasiado. De todas maneras, a Manuel<br />
le gusta pasear. Siente el frio en su<br />
cara y se sube el cuello del abrigo. La noche<br />
es fría y, al ser entre semana, no hay<br />
ni un alma por la calle. Cruza el paso<br />
de cebra y oye un pitido. El transmisor.<br />
Manuel se pone alerta. Lo saca del<br />
bolsillo de dentro del chaquetón. Pero<br />
el ruido no se repite, y la luz tampoco<br />
está encendida. Le da unos golpecitos.<br />
Nada. Sea lo que sea lo que provocado<br />
el ruido, ya está lejos. Continúa su camino.<br />
En esa zona de Arturo Soria sólo<br />
hay casas y urbanizaciones de pisos, no<br />
se mueve nada en la calle. El parque de<br />
enfrente está oscuro, y el pequeño bulevar<br />
que lleva hacia él no es más que un<br />
pasillo de tierra coronado por árboles<br />
que siembran todo de sombras. Manuel<br />
sostiene el transmisor por si acaso. No<br />
le falta mucho para llegar.<br />
Cuando va a girar a la derecha para<br />
dejar atrás el parque, oye un ruido. Un<br />
ligero roce entre los matorrales. Se pone<br />
en tensión, intenta discernir algo, pero<br />
las farolas apenas desprenden un halo<br />
pequeño de luz solitaria.<br />
Cruza la calle y entra en el parque. El<br />
viento se levanta, y eso hace más difícil<br />
prestar atención a los ruidos. Mira el<br />
transmisor y éste no emite ni un destello.<br />
Si hay algo acechando, tiene que ser<br />
medio humano, sino el aparato estaría<br />
prácticamente echando humo. Muy despacio,<br />
con el brazo a media altura para<br />
percibir el posible parpadeo del led en<br />
caso de captar un rastro leve, inspecciona<br />
el parque atentamente, escrutando<br />
cada rincón. Se detiene en el centro. Silencio,<br />
sólo silencio. Pero Manuel sabe<br />
que no son imaginaciones suyas, ahí,<br />
en algún rincón, hay algo. Un pequeño<br />
destello le indica que el transmisor ha
detectado algo. Manuel, alarmado,<br />
lo observa y sigue la dirección que le<br />
marca. A lo mejor no es tan humano…<br />
Sale del parque, acelerando el paso. El<br />
aparato comienza a emitir un pitido,<br />
que se hace cada vez más intenso. Sube<br />
una pequeña cuesta. El sonido se vuelve<br />
casi continuo. Llega a la rotonda y el<br />
transmisor se apaga de nuevo. Manuel<br />
no puede ocultar su tensión. “¿Qué está<br />
ocurriendo?”, piensa. El transmisor no<br />
puede fallar: o detecta a un demonio o<br />
no lo detecta, pero no puede quedarse<br />
a medias. Mira a su alrededor, sólo hay<br />
pisos y más pisos. En la esquina izquierda<br />
ve un edificio blanco, que identifica<br />
como la iglesia de la zona, una de esas<br />
de diseño modernista que se confunden<br />
con el paisaje urbano. Se dirige ahí, a<br />
paso ligero, en mayor estado de alarma<br />
ante el sinsentido de la situación.<br />
Rodea el edificio, y no encuentra nada.<br />
Durante un segundo le parece percibir<br />
un pequeño destello de luz en el transmisor,<br />
pero se extingue en cuanto dirige<br />
su mirada hacia él. Se aproxima a la<br />
puerta principal e intenta entrar. Cerrada.<br />
Por unos instantes, pierde la noción<br />
del tiempo. Mira a un lado y a otro, y<br />
después al transmisor, esperando ver<br />
algo. Nada. Está claro que ha perdido<br />
el rastro, un rastro extraño y errático.<br />
Permanece unos minutos aguardando,<br />
de pie en las escaleras de la iglesia, vigilando<br />
en una y otra dirección. Después<br />
decide emprender el camino de vuelta.<br />
El desacierto y el desánimo lo acompañan,<br />
junto con una peculiar sensación.<br />
Se siente observado, y por el camino se<br />
gira varias veces para comprobar su espalda<br />
y los alrededores. Por supuesto,<br />
en ninguna de ellas ve nada raro. Sin<br />
embargo, algo se oculta en las sombras,<br />
Cris Miguel - VICTORIA #2<br />
burlando de alguna manera el transmisor,<br />
escondido de su vigilante mirada.<br />
Y Manuel lo sabe. No está solo.<br />
A la mañana siguiente se levanta<br />
pronto. Ha quedado en ir a recoger a<br />
Victoria. Así aprovecha el trayecto para<br />
hablar de lo ocurrido la noche anterior.<br />
Tras desayunar brevemente, se va.<br />
Le resulta imposible evitar el atasco<br />
de todas las mañanas, y tarda prácticamente<br />
media hora en llegar a casa de<br />
Victoria, muy próxima al centro. Ella le<br />
está esperando en la calle. Se sube, se<br />
quita el abrigo y lo deja en los asientos<br />
traseros.<br />
- Poco más y me congelo -se queja<br />
Victoria.<br />
- Ya sabes, el agradable tráfico matinal<br />
-responde sarcásticamente.<br />
- ¿Qué pasa, de qué querías hablar?<br />
-pregunta Victoria frotándose las manos.<br />
- Alguien me siguió ayer al llegar a mi<br />
barrio.<br />
- ¿Cómo que te siguió?<br />
- Sí, al principio creía que era algo sobrenatural,<br />
porque el transmisor pitó<br />
-se para en el semáforo y aprovecha<br />
para mirarla-. Pero luego el sonido cesó,<br />
aunque lo que fuera seguía ahí. Pude<br />
sentirlo.<br />
- ¿Cómo que lo que fuera? A ver… si<br />
el transmisor se apagó tenía que ser humano,<br />
¿no?<br />
- Sí, eso pensé yo… -se pone en marcha<br />
mientras sigue dudando-. Aunque<br />
si hubiera sido humano, lo hubiera visto,<br />
lo hubiese encontrado. Esta cosa se<br />
movía demasiado rápida para ser una<br />
persona.<br />
- ¿Y si el transmisor no es tan infalible<br />
como pensamos?<br />
- No lo sé… Es más, ¿quién lo sabe?<br />
19
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
20<br />
Si es que apenas hemos tenido ocasión<br />
de probarlo en condiciones -se lamenta<br />
Manuel.<br />
- Ya… pero supuestamente en EEUU<br />
sí que han tenido muchas ocasiones, y si<br />
fallara lo sabríamos.<br />
- Puede…<br />
- Se me está ocurriendo… ¿Y si estás<br />
sugestionado y te lo has inventado<br />
todo? –esboza una sonrisa pícara-. Puede<br />
que algo te sentara mal. ¿Te duele el<br />
estómago? ¿Has dormido bien?<br />
- Tranquila, mamá. Ya soy mayorcito,<br />
¿no? –Manuel mira a Victoria alzando<br />
una ceja. Entonces se vuelve a poner serio-.<br />
Fue muy extraño, Vic, y sé que era<br />
sobrenatural.<br />
Resopla y pone el intermitente hacia<br />
la derecha en la rotonda. Ya casi han llegado.<br />
- Hablaremos con Gonzalo, que eche<br />
un vistazo a tu transmisor. Y si no ve<br />
nada, pues estaremos alerta -le intenta<br />
tranquilizar Victoria.<br />
- ¡Qué remedio!<br />
- ¡Oye, no te quejes! Ayer en la cena te<br />
lamentabas de que no había habido más<br />
ataques, ahí tienes tu señal conspiranoica<br />
–sigue tomándole el pelo.<br />
- Sí, pero me conformaba con un demonio<br />
tonto, o con algún indicio de la<br />
ContraOrganización. Pero persecuciones<br />
entre las sombras mientras estoy<br />
volviendo a casa… Qué mal gusto.<br />
- ¡Anda! Si fuera una acosadora no<br />
te quejarías tanto... Pronto tendremos<br />
alguna explicación, ya verás. Pero hasta<br />
entonces, vale ya de lamentaciones.<br />
¡Vamos! -le apremia mientras se bajan<br />
del coche y se dirigen al trabajo, al centro<br />
de la Organización.<br />
La Organización es la versión corta,<br />
su verdadera denominación es “Orga-<br />
nización de Seguridad para el Combate<br />
de lo Antinatural”, aunque están en trámites<br />
de cambiarse el nombre porque<br />
más que antinatural era sobrenatural,<br />
y el nombre en sí es excesivamente largo.<br />
Por el momento, algún lumbrera ha<br />
propuesto ya usar el acrónimo OSCA,<br />
y, a falta de una idea mejor, la gente está<br />
empezando a cogerle el gusto.<br />
Entran en el edificio y cogen el ascensor<br />
para llegar a la tercera planta, la<br />
suya, donde se encargan de las posibles<br />
apariciones, los crímenes, la regulación<br />
de las criaturas… Obviamente, no todas<br />
eran una amenaza. Y aunque en España,<br />
y más concretamente en Madrid, la población<br />
de criaturas sobrenaturales no<br />
era muy grande, cada vez aumentaban<br />
más, desde la “revelación”, las criaturas<br />
que venían a España de vacaciones. Se<br />
puede decir que su planta era como un<br />
pequeño departamento de policía dentro<br />
de la Organización.<br />
Se dirigen al despacho. La estancia<br />
que comparten no es más que un habitáculo<br />
con dos escritorios, una gran<br />
ventana y una pecera encima de la estantería.<br />
Victoria odia ese recipiente con<br />
agua, pero a Manuel le encanta, porque<br />
le relaja contemplar cómo nadan los<br />
cuatro pececillos que tiene.<br />
Se sientan cada uno en sus respectivas<br />
mesas y encienden el ordenador.<br />
Dejan la puerta abierta, les gusta estar<br />
en contacto con el resto de compañeros,<br />
aunque a esas horas sólo han llegado<br />
dos chicas que se encargan básicamente<br />
de la investigación y obtención de datos,<br />
ya que todavía no han terminado<br />
la instrucción en la Academia. A mitad<br />
de la mañana suena el teléfono. Lo coge<br />
Manu. Cuando cuelga, Victoria le mira<br />
inquisitivamente.
- Era la policía… Me han dicho que<br />
les ha llamado una mujer muy asustada<br />
porque cree que su hijo está poseído o<br />
en un raro trance -la informa Manu escépticamente.<br />
- ¡Qué bien! ¿Ahora somos Constantine?<br />
No sabía que también hiciéramos<br />
exorcismos -bromea Victoria. Manu se<br />
encoge de hombros.<br />
- La mañana está tranquila, no perdemos<br />
nada por acercarnos, ¿no?<br />
- Manda a otros -contesta Victoria,<br />
desentendiéndose.<br />
- No. ¡Venga! Sabes que no me gusta<br />
estar encerrado.<br />
- Bueno… Pero como lo único que le<br />
pase al hijo es que esté drogado me invitas<br />
a comer -le reta Victoria, cogiendo<br />
el abrigo.<br />
El edificio es uno más entre miles. En<br />
una zona ni buena ni mala, ni cara ni<br />
barata. Suben al piso de la mujer, que<br />
les está esperando impacientemente.<br />
Les invita al salón y los tres se acomodan<br />
en los sofás. La señora pasa los cincuenta<br />
años y parece que está buscando<br />
algo en la habitación o repasando el<br />
polvo de todos los rincones, porque su<br />
mirada oscila de un lado para otro. Sin<br />
embargo, su lengua no se mueve, y se<br />
sumergen en un silencio incómodo que<br />
Victoria decide romper.<br />
- La policía nos ha dicho que cree que<br />
su hijo está en trance o poseído, ¿qué le<br />
hace pensar eso?<br />
- Pues… Verá… Apenas sale de su habitación,<br />
ya casi no habla. Él… no es el<br />
mismo… -contesta nerviosa la mujer.<br />
- ¿Y desde cuándo está así? -interviene<br />
Manuel.<br />
- Va a hacer prácticamente un mes.<br />
Yo pensaba que estaría disgustado por<br />
alguna muchacha, pero sigue igual y…<br />
Cris Miguel - VICTORIA #2<br />
- ¿Sabe si toma algún tipo de drogas?<br />
-interrumpe Victoria.<br />
- ¡¿Mi hijo?! Por supuesto que no -responde<br />
tajante-. Nunca lo ha hecho, ni se<br />
ha metido en líos.<br />
- ¿Podemos verle? -pregunta con cautela<br />
Manuel.<br />
- Sí, vengan.<br />
Rápidamente, la mujer se levanta y<br />
encara el pasillo. Se vuelve a mirarles<br />
para asegurarse que la siguen. Se detiene<br />
en la segunda puerta. Llama. Victoria<br />
y Manuel se quedan unos segundos<br />
esperando, hasta que finalmente la mujer<br />
se hace un lado y les permite entrar.<br />
Victoria pasa delante. El joven que se<br />
encuentra en la habitación tiene la mirada<br />
perdida. Está sentado en la cama<br />
contemplando la pared de enfrente; ni<br />
se inmuta con su presencia.<br />
- Hola soy Victoria y él es mi compañero<br />
Manuel, trabajamos para la Organización…<br />
¿Me escuchas? -el chico no<br />
hace ningún signo de asentimiento.<br />
- Déjenos solos con él -le dice Manuel<br />
a la señora, que asiente y cierra la puerta<br />
tras de sí-. Muy bien chaval cuéntanos<br />
que te ocurre.<br />
Silencio.<br />
- Estamos aquí para ayudarte, pareces<br />
asustado. ¿Qué te da tanto miedo? -pregunta<br />
Victoria, acuclillándose delante<br />
de él. El chico fija su vista en ella.<br />
- ¡Mira! Empieza a reaccionar -comenta<br />
Manuel.<br />
- Dinos qué te pasa -el joven la mira<br />
fijamente, pero vuelve a bajar la vista-.<br />
Está bien -dice Victoria levantándose-,<br />
no vamos a perder más tiempo. No sé<br />
qué coño te ocurre, pero no somos tus<br />
psicólogos. Supongo que sabes a qué<br />
nos dedicamos, sino míralo en Internet.<br />
Ten mi tarjeta -el chico alarga el brazo y<br />
21
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
22<br />
se la coge-, si cambias de idea y quieres<br />
hablar con nosotros, estaremos encantados<br />
de volver a intentarlo. ¡Hasta luego!<br />
-con una zancada llega hasta la puerta,<br />
y sale de la habitación seguida de Manuel.<br />
Se van a comer cerca del trabajo.<br />
Aunque es más pronto de lo habitual,<br />
apenas dejan algo en sus platos. Comparten<br />
impresiones sobre el muchacho<br />
sin llegar a ninguna conclusión válida.<br />
Su comportamiento es extraño, pero no<br />
hay pruebas de que tenga nada que ver<br />
con la su especialidad. Manuel dice que<br />
igual hubiera sido buena idea pasar el<br />
detector, por si apreciaba algo fuera de<br />
lo normal. Victoria aprovecha entonces<br />
para retomar sus burlas sobre la manía<br />
persecutoria nocturna de Manuel. Así<br />
continúan hasta que acaban, y después<br />
vuelven a la oficina. Al llegar se encuentran<br />
su piso vacío. Ellos se han adelantado<br />
a la hora, así que deducen que estarán<br />
todos en el comedor del edificio.<br />
Se sientan en sus escritorios y disfrutan<br />
del ambiente silencioso, que incluso los<br />
ordenadores respetan, haciendo el mínimo<br />
ruido.<br />
La tarde avanza despacio, pasando<br />
desapercibida. De repente, el teléfono<br />
rompe el silencio, hasta ahora gobernante<br />
absoluto de la habitación.<br />
- ¿Sí? -contesta Victoria-. Ajá… ¿Dónde?...<br />
Está bien, dame la dirección<br />
-apunta los datos en un papel y cuelga–.<br />
Ha aparecido un hombre muerto, Ernesto<br />
va para allá. A nosotros nos toca<br />
su casa -informa a Manuel, al tiempo<br />
que se levanta para ponerse el abrigo.<br />
El sitio está cerca del Paseo de la Castellana.<br />
Tardan algo más de lo habitual<br />
en llegar, ya que son pasadas las seis<br />
seis y prácticamente todos los compo-<br />
nentes del sistema laboral de la zona<br />
intentan volver a la comodidad de sus<br />
casas. Finalmente encuentran la calle<br />
en cuestión. Enseñan la placa para que<br />
el portero les abra y entran a toda prisa.<br />
Éste les facilita la llave de la casa y<br />
después suben por las escaleras, ya que<br />
son sólo tres pisos. En el tramo entre<br />
el segundo y el tercero, se cruzan a un<br />
hombre que baja los escalones de dos en<br />
dos. Pasa a su lado sin saludar ni mirarle<br />
mucho, concentrado en sus asuntos.<br />
Manuel y Victoria se miran. Entonces<br />
arrancan y suben corriendo el tramo<br />
que les queda. La puerta está abierta.<br />
Atraviesan el umbral y ven como el fuego<br />
está devorando gran parte de la estancia.<br />
- ¡Corre! ¡Podremos alcanzarle! -grita<br />
Manuel saliendo velozmente, seguido<br />
de cerca por su compañera.<br />
Ambos se paran en la puerta del<br />
portal. Miran a un lado y a otro. Casi<br />
al llegar a la esquina una mujer se está<br />
quejando del empujón. Esa es su señal.<br />
Emprenden de nuevo la carrera tomando<br />
el camino de la derecha. El sospechoso<br />
les saca bastantes metros, pero aún<br />
pueden verle. El aire frío les empieza<br />
a pinchar en los pulmones. Siguen corriendo.<br />
Conforme se alejan de la Castellana,<br />
las calles se hacen más estrechas<br />
y sinuosas. No ven lo que ocurre a su<br />
alrededor, están concentrados en esquivar<br />
a los transeúntes y no perderle.<br />
Siguen corriendo cuesta arriba. Parece<br />
que le están ganando terreno. Giran a<br />
la izquierda y llegan a un parquecito.<br />
El sospechoso no está. Dan unos pasos<br />
atrás.<br />
- ¡Joder! ¿Pero qué coño…? - exclama<br />
Victoria poniéndose en guardia.<br />
El parque está desierto. Desierto de
presencia humana. Pero sus transmisores<br />
no paran de pitar. Están frente a seis<br />
ghouls. Éstos les rodean poco a poco.<br />
Victoria, que ya tiene su pistola en la<br />
mano, dispara al más alejado, el que<br />
tiene a su derecha. Sabe que los ghouls<br />
pueden saltar desde muy lejos, y cuanto<br />
más lo estén, más fuerte es la embestida.<br />
Manuel la imita y dispara al de<br />
su izquierda. Aunque el disparo no es<br />
mortal, ha servido para tumbarle. Los<br />
cuatro que quedan ilesos se abalanzan<br />
sobre ellos. El reparto es equitativo, dos<br />
para cada uno. Sacan sus cuchillos, ya<br />
que, en distancias cortas, son más efectivos.<br />
Victoria recibe un mordisco en la pierna,<br />
pero es superficial; no le da tiempo<br />
al demonio a hincar más los dientes.<br />
Con el cuchillo de la mano izquierda se<br />
defiende, clavándolo en el cuello y saltando<br />
hacia atrás para zafarse. El otro<br />
aprovecha que se ha alejado unos metros<br />
para lanzarse encima de ella. Ruedan<br />
por el suelo, con Victoria esquivando<br />
una a una las dentelladas mientras<br />
acuchilla como puede. Manuel, está<br />
en una situación de mayor desventaja.<br />
Tiene a un ghoul enganchado del brazo<br />
izquierdo y el otro le mordisquea la<br />
pierna derecha. De un fuerte puñetazo<br />
libera su brazo izquierdo. Aprovecha<br />
los segundos de dispersión para cortarle<br />
la cabeza limpiamente al que le tenía<br />
agarrado por la pierna. Cojeando, intenta<br />
alejarse al mismo tiempo que saca<br />
su pistola. Lamentablemente el ghoul le<br />
golpea antes de poder disparar. Cae de<br />
espaldas sobre el frío suelo, y el arma<br />
cae lejos de su alcance. Nota calor en la<br />
cabeza, debe de estar sangrando. Forcejea<br />
con el demonio pero no consigue<br />
llegar hasta el cinturón, donde tiene los<br />
Cris Miguel - VICTORIA #2<br />
cuchillos. Se retuerce e intenta pegar a<br />
la criatura con los puños, pero le tiene<br />
bien sujeto. Desde el suelo ve que el<br />
ghoul que había herido se acerca también<br />
a él.<br />
- Socorro –lo dice tan entrecortado<br />
que apenas se oye.<br />
Victoria sale a rastras de debajo del<br />
demonio. Le ha costado, pero ha podido<br />
asestar puñaladas en distintas<br />
partes del estrecho cuerpo hasta que,<br />
finalmente, ha muerto. Se levanta. Está<br />
magullada. Recorre con la vista el parque,<br />
y ve a Manuel tirado en el suelo,<br />
defendiéndose como puede del demonio<br />
que está encima intentando morderle.<br />
Victoria saca su arma y dispara.<br />
Éste se desploma sobre él, o eso supone<br />
ella, ya que algo la ataca por la espalda,<br />
impidiendo ver el resultado de su tiro.<br />
El demonio no estaba tan muerto como<br />
aparentaba, únicamente muy malherido.<br />
Esta vez consigue cortarle el cuello,<br />
al mismo tiempo que ve a Manuel chocar<br />
contra un banco. “Mierda”, piensa.<br />
Va a echar mano de la pistola cuando<br />
suena un disparo y el ghoul cae. En la<br />
esquina opuesta del parque hay un<br />
hombre con gabardina empuñando una<br />
pistola. Victoria se levanta y hace amago<br />
de ir hacia él. Éste le hace un gesto<br />
de asentimiento con la cabeza y se va<br />
con paso apresurado. Victoria deja para<br />
más tarde las persecuciones a misteriosos<br />
desconocidos, y corre hacia Manuel.<br />
Han dejado el parque lleno de charcos<br />
burbujeantes. Está inconsciente, pero,<br />
milagrosamente, no tiene ninguna herida<br />
abierta. Llama a emergencias y en<br />
cuestión de minutos están en la ambulancia<br />
camino del hospital.<br />
Manuel consigue irse por su propio<br />
pie. La única herida, la de la cabeza, la<br />
23
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
24<br />
han curado poniéndole un par de grapas,<br />
al mismo tiempo que le recomendaban<br />
quedarse toda la noche en observación.<br />
Pero a la media hora está<br />
saliendo por la puerta acompañado de<br />
Victoria. Mientras se dirigen a la parada<br />
de taxis, suena el móvil de ella.<br />
- Es el chico de esta mañana -le dice a<br />
Manuel, cuando cuelga-, quiere que me<br />
reúna con él en un bar. Pero tú vete a<br />
casa, ya te llamo yo después.<br />
- De eso nada. Estoy perfectamente,<br />
voy contigo -la tozudez habla por Manuel.<br />
Victoria le echa una mirada con condescendencia,<br />
sabe que no le va a convencer<br />
de nada. En eso sí se parecen,<br />
son igual de cabezotas.<br />
El taxi les deja en la puerta del bar.<br />
Es un bar de barrio, sin pretensiones,<br />
con las mesas justas y una barra enorme.<br />
Victoria se sorprende porque para<br />
ser un miércoles hay mucha gente, la<br />
barra está prácticamente llena. Clientes<br />
habituales que se toman una cerveza, o<br />
quizá algo más, antes de subir a casa.<br />
En una de las mesas les espera el joven.<br />
- Ya estamos aquí -dice Victoria a<br />
modo de saludo-. Tú dirás.<br />
- ¿Qué os ha pasado? -pregunta alarmado<br />
el chico.<br />
- ¡Oh! ¿Esto? No es nada -dice Manu<br />
quitándole importancia-. Nos atacaron<br />
por sorpresa.<br />
- ¡Joder! ¿Pasan esas cosas de verdad?<br />
-se sorprende-. Bueno… Vamos a ver…<br />
yo… -de repente se sumerge en el letargo<br />
en el que estaba por la mañana-. Me<br />
daba cosa hablar de esto en casa… Mi<br />
madre piensa que estoy loco… no sé.<br />
- No te preocupes, hemos tenido varias<br />
urgencias que no eran urgencias.<br />
Desde la “revelación” muchas madres<br />
de adolescentes creen que sus hijos están<br />
poseídos, en lugar de saber que tienen<br />
el pavo o van hasta arriba… Los<br />
tiempos cambian -comenta Manu, para<br />
dar confianza al chaval.<br />
- Sí, bueno… Mi madre es un poco<br />
así. No estoy poseído, pero… -se para<br />
y baja la mirada-. Me pasó algo raro…<br />
- Tranquilo, nosotros estamos curados<br />
de espanto. Lo que nos digas nos<br />
lo creeremos, y seguramente podremos<br />
ayudarte -le anima Manu. Victoria observa<br />
recostada en la silla.<br />
- Está bien. Un día conocí a una chica,<br />
era vecina mía, muy guapa. Empezamos<br />
a hablar, nos encontrábamos por<br />
casualidad en el portal… Al final subí<br />
a su casa, y bueno… ¡lo hicimos! Estuvimos<br />
como dos semanas liados, pero<br />
fui notando que cambiaba de humor<br />
mucho, y uno de los días que subí a su<br />
casa, descubrí que no era que cambiara<br />
de humor, sino que eran ¡gemelas!<br />
-Manuel y Victoria escuchan pacientemente-.<br />
Las dos eran muy posesivas y<br />
no querían salir conmigo a ningún sitio,<br />
yo creía que era porque se avergonzaban<br />
de mí… Así que dejamos de vernos.<br />
Como una semana después, me aburría<br />
en casa y subí a verlas, pero… no me<br />
abrió nadie… no estaban -el chico se<br />
para, con la mirada fija en el vaso.<br />
- ¿Qué tiene eso de fantástico? -pregunta<br />
Victoria.<br />
- Veréis, me extrañó que se fueran y<br />
estuve preguntando a todos los vecinos…<br />
Y resulta que allí no vivía nadie<br />
desde hacía cinco años -ahora sí consigue<br />
captar la atención de los dos.<br />
- ¿Cómo que…? ¿Fantasmas? -pregunta<br />
Manuel.<br />
- ¿Me creéis? - dice el chico inseguro.<br />
- Claro que sí. Mañana a… -el teléfono
interrumpe a Victoria-. Perdonad -se<br />
levanta para contestar.<br />
- No te preocupes, mañana iremos a<br />
ver ese piso. Si hay alguna presencia,<br />
del tipo que sea, la captaremos.<br />
- ¿Sí? ¿Cómo los cazafantasmas? -pregunta<br />
el muchacho visiblemente más<br />
animado.<br />
- No como ellos, pero disponemos de<br />
algunos métodos para limpiarlos -dice<br />
Manuel.<br />
- Joder, creía que me estaba volviendo<br />
loco, que me lo había imaginado… -el<br />
volumen de la televisión, que sube de<br />
repente, deja la frase inacabada.<br />
Victoria está en la barra, diciendo al<br />
camarero que ponga las noticias. La televisión<br />
es lo más nuevo de todo el mobiliario,<br />
y es que el fútbol es el fútbol.<br />
Pero ahora no emiten ningún deporte.<br />
Ahora es Ernesto quien sale por la tele,<br />
en una rueda de prensa. Se hace el silencio<br />
y todos escuchan atentamente. Es la<br />
primera vez, desde la “revelación”, que<br />
la Organización sale en los medios. La<br />
actividad sobrenatural en la ciudad no<br />
es muy alta, y nunca habían tenido antes<br />
un crimen. El discurso es directo y<br />
firme, transmite seguridad y diligencia.<br />
Si supieran que todas las pistas que podían<br />
encontrar habían ardido esa misma<br />
tarde… Ernesto termina con una frase<br />
tajante en la que asegura que cogerán al<br />
responsable. El camarero vuelve a bajar<br />
el volumen y Victoria se sienta de nuevo<br />
en la mesa. La gente de su alrededor<br />
comenta el discurso. En general no saben<br />
que pensar, les ha parecido creíble,<br />
pero por otro lado siguen sin fiarse de<br />
lo sobrenatural. Está claro que la imagen<br />
de la Organización… sigue aún por<br />
los suelos; aunque el tiempo ayudará a<br />
cimentar la credibilidad.<br />
Cris Miguel - VICTORIA #2<br />
- ¿Ese era de los vuestros? -pregunta<br />
el chico.<br />
- Sí, y ahora nos tenemos que ir -dice<br />
Victoria-. Pero mañana por la mañana<br />
investigaremos lo que nos has contado,<br />
¿de acuerdo?<br />
Cogen un taxi para recuperar su coche,<br />
que seguía aparcado donde lo habían<br />
dejado esa tarde. Manuel va a casa<br />
de Victoria.<br />
- Tengo tantas cosas en la cabeza que<br />
me va a explotar -se queja Manuel.<br />
- Eso es por el golpe que te ha dado el<br />
ghoul -bromea Victoria.<br />
- Por cierto, ¿cómo has acabado con<br />
ellos?<br />
- He tenido ayuda… Había un hombre<br />
que disparó al que estaba a punto<br />
de morderte -dice Victoria algo consternada.<br />
- ¿Un hombre que disparó? ¿Y de<br />
dónde coño ha sacado el arma?<br />
- No lo sé, cuando me levanté estaba<br />
allí, y me iba a acercar pero se fue. Él sí<br />
que se creía Constantine, con la gabardina<br />
puesta y matando demonios…<br />
- ¿Estás de coña? -Manuel no puede<br />
creerse lo que está oyendo-. ¿Y cómo<br />
supo…?<br />
- No lo sé -Victoria suspira y se acomoda<br />
más en el asiento del copiloto,<br />
mientras mira la las luces de la ciudad.<br />
Cada vez tienen más preguntas.<br />
Al día siguiente van a ver directamente<br />
a Nacho al laboratorio. Le cuentan lo<br />
ocurrido el día anterior. Éste no da crédito,<br />
y les explica qué ha descubierto él.<br />
- Esto no lo sabe aún nadie de por<br />
aquí, así que no alcéis mucho la voz,<br />
por si las moscas –mira por encima del<br />
hombro hacia los otros compañeros que<br />
se hayan enfrente-. Este tipo es Alfredo<br />
25
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
26<br />
Merchán. Es doctor en teología por la<br />
universidad del Vaticano y también licenciado<br />
en psicología, pero por lo que<br />
más se le conoce es por sus estudios y<br />
publicaciones sobre parapsicología y<br />
demonología.<br />
Nacho se calla un segundo, dando un<br />
toque de tensión a la situación.<br />
- El profesor Merchán ha investigado<br />
mucho sobre la esencia demoníaca y<br />
el mundo de lo paranormal. De hecho,<br />
estaba ya metido en el tema antes de<br />
que se hiciera pública la existencia de<br />
la Organización. Sus primeros trabajos<br />
no tienen nada novedoso, son sólo compendios<br />
y análisis de mitos, tradiciones<br />
y otros textos. Pero, en los últimos años,<br />
el profesor ha causado algo de conmoción<br />
en el mundo de lo esotérico. En su<br />
último libro hablaba sobre ciertos descubrimientos<br />
que había hecho en lo que<br />
se refiere a la invocación y dominación<br />
de un demonio. Según él, había encontrado<br />
una manera para realizar este<br />
proceso sin ningún peligro para el invocador,<br />
y de hecho citaba varias fuentes<br />
antiguas en las que algo se habla del<br />
tema.<br />
- ¿Y qué decía en el libro? ¿Explicaba<br />
cómo hacer eso?<br />
- ¡Qué va! El libro era una especie de<br />
anticipo, únicamente para tener a la<br />
gente en ascuas. No ha llegado a publicar<br />
el siguiente, al menos que yo sepa.<br />
Pero lo que sí está claro es que en el último<br />
libro del profesor hay indicios de<br />
que había encontrado algo, cosas que<br />
no podría saber si no fuera así.<br />
Nacho se calla otra vez, mientras<br />
rebusca en unos papeles. Victoria y<br />
Manuel le miran fijamente, esperando<br />
que continúe con la explicación.<br />
Al final, Victoria no puede más.<br />
-¿No nos vas a contar de qué indicios<br />
se trata?<br />
-No –Nacho se encoge de hombros.<br />
Del montón de hojas saca un folio lleno<br />
de gráficas-. Es demasiado engorroso y<br />
largo de explicar, además de que tampoco<br />
es especialmente importante –agita<br />
el papel que tiene en la mano-. Pero<br />
esto sí que es interesante… Oh, sí…<br />
- ¡Al grano, Nacho! –Victoria sube levemente<br />
su puño en señal de amenaza.<br />
- Voy, voy… Ya sabéis que cuando<br />
se encuentra un cuerpo que puede tener<br />
relación con demonios le sometemos<br />
a varias pruebas y mediciones, entre<br />
otras cosas para descubrir posibles<br />
interacciones con seres que no son de<br />
aquí –Nacho coge aire profundamente<br />
y extiende el documento frente a ellos-.<br />
Pues bien, nuestro profesor se ha salido<br />
de las tablas en éste análisis –y señala<br />
con el dedo uno que tiene muchos colores.<br />
- ¿Ese para qué es? –inquiere Manuel.<br />
- No me has dado tiempo a seguir,<br />
déjame explicarte. Este lo usamos para<br />
rastrear un tipo de energía muy rara y<br />
poco habitual: es la marca demoníaca<br />
pura y por excelencia, unos átomos tan<br />
malignos que sólo pueden venir desde<br />
el infierno más profundo –lo dice con<br />
una sonrisa exagerada, dando demasiado<br />
dramatismo a la escena.<br />
- ¿Puede un átomo ser maligno? –pregunta<br />
Manuel al aire. Nacho le ignora y<br />
continúa con su exposición.<br />
- Un ser que deja este rastro debe ser<br />
terriblemente peligroso y anormal, y<br />
desde luego no puede traer buenas intenciones.<br />
No hace mucho que realizamos<br />
este análisis, lo impusieron como<br />
norma hace poco, por lo que en contadas<br />
ocasiones hemos tenido una levísi-
ma señal. Pero este cadáver, amigos, venía<br />
hasta las cejas –y para remarcar ese<br />
hecho, abre mucho los ojos.<br />
- Vale, vale, está bien Nacho –le corta<br />
Victoria antes de que siga enrollándose,<br />
como suele ser habitual-. Lo cogemos.<br />
Se resume a un bicho muy malo y raro<br />
que llena todo de polvo infernal y que<br />
ha tenido relación con un cadáver reciente.<br />
¿Crees posible que sea fruto de<br />
las investigaciones sobre invocación del<br />
profesor?<br />
- No lo descartes, Victoria, es probable<br />
que, si no es por eso, al menos vayan<br />
por ahí los tiros –Nacho comienza a<br />
guardar todos los papeles.<br />
- Bueno, gracias Nacho. Veremos a ver<br />
qué averiguamos por ahí. Si encuentras<br />
algo más dínoslo de inmediato.<br />
Se encaminan a la casa del chico. En<br />
la oficina no les queda nada por hacer,<br />
si permanecieran allí encerrados se subirían<br />
por las paredes.<br />
- ¿Qué piensas del fallecido? -pregunta<br />
Manuel para romper el silencio.<br />
- La verdad es que no lo sé. A ver, está<br />
claro que estaba metido hasta el fondo,<br />
quizás enfadó a quien no debía.<br />
- ¿Hablas de la ContraOrganización?<br />
- ¿Quién si no?<br />
- A lo mejor el hombre de la gabardina…<br />
No sabemos nada de él.<br />
- Entonces, ¿por qué nos ayudó? No<br />
tendría sentido…<br />
- Ese tipo va por libre, mejor no descartar<br />
nada.<br />
Aparcan en un hueco libre y entran<br />
en el portal del día anterior. Suben las<br />
escaleras, ya que el chico les dijo que<br />
era el último piso. Sólo había dos puertas<br />
por cada planta, la suya era la de la<br />
izquierda, la B. Llaman. Es mero formalismo.<br />
Como se esperan, no contesta na-<br />
Cris Miguel - VICTORIA #2<br />
die. Manuel consigue abrir sin forzarla,<br />
gracias a la ganzúa que lleva siempre<br />
encima. Entran. El piso muestra signos<br />
de no haber sido utilizado desde hace<br />
tiempo. Victoria saca el transmisor, éste<br />
emite una señal muy débil.<br />
- Está claro que ha habido algo aquí,<br />
pero se ha ido -se queja Victoria.<br />
Aún así inspeccionan toda la casa. En<br />
la habitación grande, que correspondería<br />
al dormitorio principal encuentran a<br />
un hombre muerto.<br />
- ¿Qué cojones…? -Manuel se dirige<br />
a él.<br />
Victoria está llamando ya a la Organización.<br />
En menos de media hora, se<br />
llevan el cadáver que no superaba los<br />
25 años. El equipo forense fotografía<br />
todo, pero no hayan nada que les vaya<br />
a servir. El chico no ha muerto por causas<br />
naturales. Victoria y Manuel ya no<br />
hacen nada de provecho en la casa y se<br />
disponen a irse. En el descansillo está<br />
el típico vecino curioso que les corta el<br />
paso antes de que puedan empezar a<br />
bajar las escaleras.<br />
- ¿Qué ha ocurrido, señores? -les pregunta<br />
cortésmente.<br />
- Hemos encontrado un cadáver en<br />
la casa -contesta Manuel, saltándose<br />
un poco el protocolo-. ¿Ha visto u oído<br />
algo?<br />
- Se lo advertí a ese muchacho, le dije<br />
que se alejara de ellas… Pero no me<br />
hizo caso -se lamenta negando con la<br />
cabeza-. Ustedes entienden de demonios,<br />
¿no? Entonces sabrán lo que es un<br />
súcubo. Eso es lo que había ahí dentro.<br />
- ¿Súcubos ha dicho? -se gana toda la<br />
atención de Victoria-. ¿Cómo está tan<br />
seguro de que lo eran?<br />
- Los chicos hablaban solos, estaban<br />
en su sueño feliz, les conquistaban…<br />
27
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
28<br />
-mira al techo para recordar mejor-. Básicamente,<br />
lo sé porque a mí también<br />
me pasó. Fui su primer trofeo.<br />
- ¿Y siguen aquí? -pregunta Victoria<br />
con cautela.<br />
- No, señorita. Se fueron hace un mes<br />
aproximadamente.<br />
- ¿Sabía quiénes eran? -pregunta Manuel.<br />
- Sí. Eran dos ancianas que murieron<br />
hará unos cinco años, gemelas. No estaban<br />
muy dispuestas a dejar los placeres<br />
de este mundo…<br />
Victoria apunta sus nombres para<br />
investigarlas. Dos muertos en dos días<br />
por causas totalmente distintas. A los<br />
jefes no les va a gustar nada. Parece<br />
más sencillo hallar a los súcubos. Empezarán<br />
buscando el rastro en antiguas<br />
propiedades, en algún sitio tienen que<br />
estar. De vuelta a la oficina, Victoria escribe<br />
un email al muchacho contándole<br />
lo que han descubierto, ya que por la<br />
mañana no estaba en casa. Seguro que<br />
le tranquilizaría saber que no estaba<br />
loco, y que tenía una explicación, aunque<br />
para él pueda ser un poco surrealista.<br />
La tarde la pasan prácticamente sumergidos<br />
cada uno en sus meditaciones,<br />
nunca se habían sentido con tan<br />
poco control como ahora. La situación<br />
se les está yendo de las manos. Tienen<br />
dos cadáveres de distinta procedencia,<br />
cuyo origen era igual de difícil. Por un<br />
lado estaban los súcubos, que, aunque<br />
sabían a lo que se enfrentaban, tenían<br />
que hallar una forma de atraparlos,<br />
nunca se habían enfrentado a seres incorpóreos.<br />
Por el otro lado estaba la<br />
ContraOrganización, siempre presente,<br />
y ellos iban un paso por detrás.<br />
Victoria y Manuel se disponen a irse<br />
ya a sus casas. Manuel lleva el coche,<br />
esta semana le toca a él. Se ofrece a pasar<br />
la noche con Victoria, pero ésta deniega<br />
la invitación.<br />
- Prefiero organizar mis ideas, hay<br />
tantos cabos sueltos que no sé por dónde<br />
empezar a atarlos.<br />
- Podemos hacerlo juntos -insiste.<br />
- Otro día -firme pero cordial-. Quizás<br />
tenga razón la gente y seamos unos<br />
farsantes… No somos capaces de protegerlos.<br />
- ¡Oh no! No te tortures -Manuel toma<br />
la rotonda que lleva a la calle de Victoria-.<br />
Era imposible anticiparse, pero ya<br />
sabemos lo que buscamos, las atraparemos.<br />
- ¿Y la ContraOrganización? -las dudas<br />
siembran su rostro-. Cada vez nos<br />
demuestran que tienen más poder, se<br />
ríen en nuestra cara…<br />
- Todos cometemos errores. Cuando<br />
ellos los cometan, estaremos preparados<br />
- Victoria asiente, meditabunda.<br />
- ¡Hasta mañana! – y sale del coche.<br />
Victoria piensa en lo que va a poner<br />
en la televisión para desconectar. Necesita<br />
tener la cabeza despejada, está en un<br />
bucle y ella no es así. Es práctica y consecuente.<br />
“¿Pero qué te pasa?”, piensa.<br />
Está actuando como en sus mayores temores,<br />
negativa y escépticamente. “Claro<br />
que las vamos a atrapar”. Sólo tiene<br />
que hacer algunas llamadas, para que<br />
les suministren el material que necesitan.<br />
Victoria entra en casa. Deja el bolso,<br />
va a su habitación, se quita los zapatos<br />
y, acto seguido, se lava las manos en<br />
el baño. Coge un vaso y una Coca-Cola<br />
de la nevera y se va al salón con ella.<br />
Por poco se le cae el vaso. Sentado en el<br />
sillón está el hombre misterioso que le<br />
ayudó la pasada noche.
- ¿Cómo coño has entrado? -Victoria<br />
intenta recordar dónde está su arma<br />
más cercana.<br />
- Tranquila, he venido a charlar contigo<br />
-Victoria ve que se ha puesto cómodo,<br />
porque ha dejado la gabardina en la<br />
silla del comedor. “Si quisiera hacerme<br />
daño, ya lo habría hecho”, reflexiona.<br />
- Tú dirás -contesta reticente.<br />
- Os he estado observando y no lo estáis<br />
manejando nada bien -enciende un<br />
cigarro y expulsa el humo-. Son más poderosos<br />
de lo que pensáis. Necesitáis mi<br />
ayuda.<br />
Cris Miguel - VICTORIA #2<br />
29
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
30<br />
Un buen<br />
negocio<br />
por J. R. Plana<br />
Junhai, jefe colonizador del planeta<br />
Perión VII en nombre de Irving&Dou-<br />
Wan minerales y metalurgias espaciales<br />
S.A., corría a trompicones por la colonia<br />
madre. Detrás, a poca distancia, iba<br />
Sarah Fisher, comandante en jefe de las<br />
fuerzas de seguridad de la empresa,<br />
responsable del bienestar de la colonia.<br />
Junhai no podía con su alma, sus piernas<br />
cortas no eran capaces de seguir el<br />
ritmo que desde atrás, a base de empujones,<br />
le marcaba Sarah.<br />
- ¡Corre! ¡Maldita sea, corre!<br />
- No… arf… puedo… con…<br />
- ¡Vamos! ¡Los asiáticos son los mejores<br />
soldados! ¿Cómo puede usted ser<br />
tan blando?<br />
- Hace… mucho… arf… que dejé…<br />
arf… de estar en… forma.<br />
La colonia era un caos. Los edificios<br />
se desmoronaban, la burbuja atmosféri-<br />
La extracción de perionesio es una tarea ardua y<br />
costosa. El equipo del científico Hiresh Mahan ha<br />
descubierto una forma de acelerarla. Sin embargo,<br />
la infravaloración a los habitantes del planeta Perión<br />
VII les costará muy cara, y es que los índigenas<br />
no tienen porqué ser tontos...<br />
ca empezaba a tener pequeñas grietas y<br />
los colonos huían en dirección al puerto<br />
espacial junto con los soldados de Fisher,<br />
que hacía rato que habían decidido<br />
no plantar cara al enemigo. La colonia<br />
madre, y con ella el planeta, estaba perdida.<br />
Junhai y Sarah avanzaban entre<br />
la atemorizada multitud, intentando<br />
alcanzar las escaleras de las oficinas<br />
centrales de la colonia. Custodiando la<br />
puerta permanecían dos soldados de<br />
élite, que mantenían la posición y la disciplina.<br />
- ¡Comandante! ¡Les estábamos esperando!<br />
¡Pasen a dentro, estamos listos<br />
para la evacuación!<br />
Sin perder el ritmo de la carrera, para<br />
desesperación de Junhai, atravesaron<br />
la recepción y accedieron al patio central.<br />
Las oficinas estaban desiertas. Al<br />
otro lado del patio les esperaban dos
soldados más, que les escoltaron de<br />
nuevo al interior del edificio. Luego de<br />
dejar atrás los pasillos de despachos y<br />
pasar dos puertas de seguridad, llegaron<br />
por fin a su objetivo: el hangar de<br />
la nave comandante. Allí se encontraban<br />
dos hombres discutiendo a voces.<br />
Uno era Hiresh Mahan, el responsable<br />
de ciencia y desarrollo del proyecto EP-<br />
V/1129/3034. El otro era el profesor<br />
Vellinni, experto en comunicación alienígena.<br />
- ¡Si se hubiera controlado su afán<br />
humanitario no habrían llegado a este<br />
extremo! –Mahan señalaba con dedo<br />
acusador al rostro de Vellinni-. ¡Usted y<br />
sus malditos ideales absurdos!<br />
- ¡Su ignorancia es sólo comparable a<br />
su falta de sentido común! ¿Qué esperaba<br />
que hicieran ante los abusivos esfuerzos<br />
que les imponían? ¡Y si no sus<br />
crueles experimentos! ¡Estas criaturas<br />
serán salvajes pero no son idiotas!<br />
- ¡Caballeros, basta ya! –la comandante<br />
Fisher, acostumbrada a dar órdenes,<br />
se hizo rápidamente con el control de la<br />
discusión-. ¿Estamos todos, teniente?<br />
- Sí, señora.<br />
- Es hora de irse, ¡todos a la nave!<br />
Sin perder ni un segundo, se dirigieron<br />
a la plataforma de acceso. Se fueron<br />
acomodando en los asientos y preparándose<br />
para el violento despegue. El<br />
piloto manipuló los controles y la enorme<br />
nave se elevó lentamente, enfilando<br />
la apertura del hangar. Cuando los ojos<br />
de los pasajeros se adaptaron a la luminosidad<br />
exterior, el panorama que vieron<br />
fue desolador. Grandes columnas<br />
de humo se elevaban hacia el techo de<br />
la colonia mientras la ciudad se desmoronaba.<br />
A lo lejos, en la zona del puerto<br />
espacial, se veían algunas naves que<br />
J. R. Plana - UN BUEN NEGOCIO<br />
intentaban despegar.<br />
- Señora, las naves están despegando<br />
–el piloto se giró en dirección a Fisher-.<br />
El protocolo establece que…<br />
- Sé lo que dice el protocolo –Sarah<br />
apretó con fuerza la mandíbula-. Active<br />
la cuarentena, teniente.<br />
- A la orden –el soldado, sentado en la<br />
parte trasera, se desabrochó los arneses<br />
y se dirigió hacia un panel. Los demás<br />
permanecieron en su sitio, impasibles.<br />
Sólo Vellinni mostró inquietud, saltando<br />
con la vista de uno a otro.<br />
- ¿Cuarentena? ¿Qué es la cuarentena?<br />
- Se activa ante la pérdida de una colonia<br />
a manos de una raza que aún no<br />
ha desarrollado el vuelo espacial, para<br />
evitar que puedan llegar al espacio –explicó<br />
paciente Sarah-. Consiste en autodestruir<br />
toda la flota restante, y se activa<br />
desde la nave comandante.<br />
- Normalmente el protocolo dice que<br />
hay que volar también las instalaciones<br />
–aclaró Junhai-. Pero en este caso no es<br />
necesario, esperaremos por si se puede<br />
rescatar algo. Hay material de mucho<br />
valor aquí y podríamos…<br />
- ¡No pueden hacer eso! –Vellinni tenía<br />
el rostro pálido y desencajado-. ¡No<br />
pueden segar las vidas de todos esos<br />
hombres! ¡Algunas naves ya están despegando,<br />
ya están a salvo!<br />
- No se puede elegir las naves que se<br />
destruyen, profesor –explicó un piloto.<br />
- El sistema es antiguo y rara vez se<br />
pierde una colonia –continuó Junhai-.<br />
Creo que sólo se han perdido dos en<br />
toda la historia de Irving&Dou-Wan<br />
S.A.<br />
- ¡Están todos locos! ¡No lo permitiré!<br />
–Vellinni se levantó con brusquedad<br />
del asiento.<br />
31
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
32<br />
- ¡Profesor, no puede levantarse!<br />
¡Haga el favor de calmarse! –Sarah intentó<br />
controlar al profesor.<br />
- ¡Deténganse! ¡No pueden matarles!<br />
-Vellinni corrió hacia el teniente, que<br />
había detenido por un segundo su labor<br />
en el panel para observar la escena.<br />
Empujándole, se trabó con él en un forcejeo.<br />
- ¡Profesor! ¡Alto! –Fisher se lanzó tras<br />
el hombre.<br />
Un destello iluminó la cabina, un grito<br />
cesó el alboroto. Mahan sujetaba con<br />
mano firme una pequeña pistola láser,<br />
apuntando hacia el cadáver del profesor<br />
Vellinni.<br />
- ¡Hiresh! ¿Qué hace, descerebrado?<br />
¡No puede usar armas en una cabina y<br />
menos durante el despegue! –el asiático<br />
estaba histérico.<br />
- Cálmate, Junhai. Vellinni era un<br />
inepto y ya no nos era útil. Sólo nos daría<br />
problemas –todo el mundo estaba<br />
en silencio, observando al científico. La<br />
nave proseguía con su lento avance hacia<br />
lo alto de la burbuja-. Teniente, lleve<br />
el cuerpo a la tobera de residuos. Lo mejor<br />
será que se quede aquí –el soldado<br />
miró a Sarah, que le confirmó la orden<br />
asintiendo-. Comandante, acabe de activar<br />
la cuarentena, por favor. Y ahora,<br />
caballeros, que les parece si abandonamos<br />
este asqueroso planeta.<br />
El reflejo de las cuatro personas se<br />
veía en la pulida y metálica superficie<br />
de la mesa.<br />
- Espero que alguno de vosotros pueda<br />
darme una explicación satisfactoria<br />
de este desastre.<br />
El que hablaba era Albor Dalpen, director<br />
ejecutivo de Irving&Dou-Wan<br />
minerales y metalurgias espaciales S.A.,<br />
máximo responsable del área del brazo<br />
de Orión. La gigantesca coalición empresarial,<br />
fruto de la fusión de una compañía<br />
americana con otra china, tenía<br />
intereses dispersos a lo largo y ancho<br />
de la galaxia.<br />
- P-Por supuesto, señor Dalpen, yo ppuedo<br />
explicarlo.<br />
Junhai tomó la palabra, incorporándose<br />
en su asiento. La temperatura en<br />
la sala se mantenía en el nivel justo para<br />
la comodidad de los pasajeros y el correcto<br />
funcionamiento de la nave, lo<br />
que no permitía achacar al frío el ligero<br />
pero persistente temblor en el pulso del<br />
asiático.<br />
- Si m-me hacen el f-favor de conectar<br />
sus terminales oculares, procederé con<br />
la…<br />
- Lo siento, Junhai, pero no vamos a<br />
usarlos –interrumpió Albor.<br />
- ¿P-Por? –preguntó tartamudeando,<br />
mientras abría los ojos desproporcionadamente.<br />
- Muy sencillo, señor Jefe Colonizador<br />
–Albor apoyó los dos codos en la<br />
mesa al tiempo que echaba el peso de<br />
su cuerpo hacia adelante-. Esta reunión<br />
de extrema urgencia la he convocado<br />
a espaldas de la junta directiva y, por<br />
supuesto, de la Delegación Galáctica,<br />
con la intención de arreglar el problema<br />
lo más discreta y rápidamente posible.<br />
Si, por algún casual, esta “complicación”<br />
llega a oídos de alguno de estos<br />
dos órganos puedo darme por muerto.<br />
Empresarialmente hablando, se entiende.<br />
Y, por supuesto, si yo caigo, vosotros<br />
–y señaló uno por uno a los tres<br />
hombres sentados-, caeréis conmigo.<br />
Así que ahora entenderás, señor Junhai,<br />
porqué no vamos a usar los terminales.<br />
No quiero ni un solo registro de este
encuentro.<br />
Dalpen debía rondar por la cincuentena.<br />
Al hablar movía únicamente el labio<br />
inferior y nunca gesticulaba. Poseía un<br />
aura de indiscutible autoridad, con sus<br />
pobladas cejas negras y su pelo blanco<br />
peinado hacia atrás, y las arrugas verticales<br />
contribuían a conferirle esa fama<br />
de inflexible que siempre le precedía.<br />
Miró fijamente a Junhai. Al pobre asiático<br />
se le iba un color y le venía otro.<br />
- B-Bueno, pues prescindiremos de<br />
los terminales… -se aclaró la voz, cerró<br />
los ojos y respiró hondo-. Cuando<br />
llegamos a Perión VII no teníamos forma<br />
de prever nada de esto. Los análisis<br />
previos nos mostraron un planeta hostil,<br />
con una atmósfera inhabitable para<br />
nosotros debido al amoníaco y grandes<br />
yacimientos de perionesio.<br />
- Básicamente, la misma estructura<br />
presente en los otros seis planetas Perión<br />
–matizó Hiresh Mahan.<br />
- Gracias por el apunte, Mahan –no<br />
había nada de gratitud en las palabras<br />
de Albor Dalpen.<br />
- Efectivamente, la estructura era la<br />
misma, salvo con una notable diferencia:<br />
Perión VII está habitado –añadió<br />
con especial dramatismo Junhai.<br />
- Encontramos una especie extremófila<br />
inteligente. Estos seres pueden vivir<br />
perfectamente en la dañina superficie,<br />
aunque no han sido capaces de desarrollar<br />
ningún tipo de tecnología primaria.<br />
Viven en las cuevas y minas que horadan<br />
la corteza, agrupados en pequeñas<br />
tribus de una veintena de criaturas, más<br />
o menos, y muestran signos de jerarquías<br />
sociales.<br />
- Lo pensamos mucho antes de bajar.<br />
Para poder iniciar las operaciones de<br />
explotación teníamos que montar antes<br />
J. R. Plana - UN BUEN NEGOCIO<br />
la protección atmosférica, y no nos podíamos<br />
arriesgar a que los perionitas<br />
fueran agresivos.<br />
- ¿Perionitas? ¿Se lo habéis puesto vosotros?<br />
–la abrupta interrupción de Albor<br />
pilló por sorpresa a Junhai, que dio<br />
un pequeño brinco.<br />
- S-Sí, señor… No existe ningún registro<br />
al respecto y nos pareció buen nombre,<br />
por lo que pensé que quizá…<br />
- De acuerdo, de acuerdo, sigue Junhai.<br />
- Para asegurar las operaciones de<br />
construcción, me encargué personalmente<br />
de evaluar a los habitantes –<br />
Sarah Fisher se irguió en su asiento-.<br />
Mandé varias sondas para establecer<br />
contacto con ellos. No mostraron signo<br />
alguno de agresividad, y reaccionaron<br />
de forma pacífica a las intrusiones. Me<br />
atreví a mandar una pequeña comitiva<br />
que tratara de establecer contacto verbal<br />
con ellos.<br />
- ¿Esos bichos eran capaces de entenderos?<br />
–preguntó Albor.<br />
- No, en absoluto. Parloteaban un dialecto<br />
ininteligible, pero conseguimos<br />
comunicarnos a través de señas muy<br />
básicas. Les dimos a entender que veníamos<br />
en son de paz, y para demostrarlo<br />
les agasajamos con regalos.<br />
- ¿Qué les disteis?<br />
- Despojos de la nave, herramientas<br />
que no funcionaban y algún que otro<br />
ordenador despiezado.<br />
- Mostraron mucho interés y no dieron<br />
ningún tipo de problema, así que<br />
pudimos comenzar la construcción de<br />
la colonia con total tranquilidad. Los<br />
perionitas salían de sus madrigueras<br />
a observarnos y mostraban interés por<br />
nuestras tareas –Junhai había perdido<br />
parte de su inicial nerviosismo-. Fue por<br />
33
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
34<br />
eso por lo que empezamos a pensar en<br />
ellos como una ayuda para nuestro trabajo.<br />
- Los habitantes de Perión poseen dedos<br />
oponibles, lo que los hace completamente<br />
capaces de manejar herramientas<br />
hechas para humanos –volvió a matizar<br />
Mahan.<br />
- Además, los análisis del doctor Mahan<br />
nos revelaron que estas criaturas<br />
poseían unas vías respiratorias hábiles<br />
para nuestro lenguaje, así que hicimos<br />
traer desde Marte a un experto en comunicación<br />
alienígena, con la intención<br />
de que les enseñara a hablar. Se nos<br />
estaban abriendo las puertas de un novedoso<br />
sistema de recolección. Hasta<br />
ahora, para extraer el perionesio, debíamos<br />
hacerlo con maquinas y trajes<br />
de protección, todos ellos de producción<br />
altamente costosa. Si a eso hay que<br />
añadir el alto riesgo de accidente al que<br />
están expuestos los mineros y la contaminación,<br />
el resultado es una extracción<br />
lenta y costosa, plagada de incidentes y<br />
negociaciones con los sindicatos.<br />
» Si conseguíamos “amaestrar” a los<br />
perionitas para que extrajeran el metal<br />
por nosotros, estaríamos dando un paso<br />
de gigante. Ellos se desenvuelven perfectamente<br />
en la atmósfera de Perión<br />
VII, son muy resistentes y no les afecta<br />
para nada la radiación ni el amoníaco.<br />
Nos propusimos negociar con ellos,<br />
aunque el experto en comunicación se<br />
negó en un principio, porque consideraba<br />
que aquello era explotación.<br />
- ¿Dónde se encuentra ahora ese experto,<br />
Junhai? ¿Por qué no está aquí con<br />
nosotros?<br />
- El profesor Vellinni murió. Fue el<br />
primero en caer –apuntó Mahan, manteniendo<br />
su nula expresividad habitual.<br />
Si la noticia produjo alguna sorpresa<br />
a Albor, este no lo dejo ver.<br />
- A Vellinni le convencimos, prometiéndole<br />
ingentes inversiones por parte<br />
de la empresa en su programa de investigación<br />
–continuó Junhai-. Eso aflojó<br />
sus aprensiones. El profesor trabajó en<br />
el entendimiento y para cuando tuvimos<br />
construida la colonia, todo estaba<br />
listo. Negociamos con ellos y se mostraron<br />
encantados de ayudar a cambio<br />
de montones y montones de chatarra.<br />
Supongo que era un poco injusto, pero<br />
a ellos no les suponía un esfuerzo trabajar<br />
en las minas, y realmente se les veía<br />
muy aburridos en este yermo planeta de<br />
cielo verdosa y tierra azulada. Nosotros<br />
les proporcionamos entretenimiento.<br />
- No sólo eso, fuimos un elemento decisivo<br />
en su evolución. Gracias a nuestra<br />
ayuda dominaron la comunicación<br />
y fueron capaces de entender conceptos<br />
complejos, aprendieron a crear y construir<br />
estructuras sencillas, les proporcionamos<br />
acceso a información sobre<br />
el resto del universo… Pocas especies<br />
han contado una ayuda tan inestimable<br />
para el desarrollo.<br />
- ¿No considera, doctor Hiresh, que,<br />
quizá, una intrusión tan agresiva de<br />
tecnología en especies subdesarrolladas<br />
puede tener un efecto negativo?<br />
- Con todo el respeto, señor Dalpen,<br />
son necedades. Les hemos proporcionado<br />
grandes ventajas para ellos, han demostrado<br />
una alta capacidad de adaptación<br />
a las novedades. Por otro lado,<br />
desconocemos si poseían religión alguna<br />
antes de nuestra llegada, no hemos<br />
visto señal alguna que pruebe este punto.<br />
Sin duda, el profesor Vellinni podría<br />
precisar mucho más sobre los hábitos<br />
y costumbres socio-culturales de estas
criaturas.<br />
- Pero el profesor está muerto, así que<br />
tendré que fiarme de su palabra... –Dalpen<br />
meditó unos segundos, mirando fijamente<br />
al doctor Hiresh-. En cualquier<br />
caso, doctor, y si mal no recuerdo, hay<br />
varias leyes restrictivas respecto al curso<br />
natural de los acontecimientos, especialmente<br />
en lo que se refiere a la colonización<br />
intrusiva de especies por debajo<br />
del vuelo espacial. ¿Puedo deducir, por<br />
lo que me ha contado, que se han obviado<br />
descaradamente esas leyes, alterando<br />
no sólo el medio sino también las<br />
estructuras sociales?<br />
- Ha sido por el bien del proyecto y<br />
de la empresa a la que usted representa,<br />
Albor. Se han tomado esas decisiones<br />
porque se han considerado necesarias<br />
para el correcto funcionamiento del<br />
proceso colonizador.<br />
- Si me permite, doctor, seguiré con el<br />
relato de los hechos –Junhai irrumpió<br />
el duelo de miradas entre los dos hombres-.<br />
Hay que tener en cuenta que es<br />
posible, aunque no tenemos datos para<br />
corroborarlo, que exista cierta relación<br />
entre la intrusión y el desastre. Pero insisto<br />
en que son meras conjeturas.<br />
» Los perionitas colaboraron afablemente,<br />
y se entregaron a las tareas de<br />
extracción. Al mismo tiempo, Vellinni<br />
insistía en culturizarles como forma de<br />
compensación, ya que la chatarra no<br />
era, a su juicio, satisfactoria. Aún no<br />
sabemos por qué, pero aquello no duró<br />
demasiado. Hiresh culpa a Vellinni, por<br />
insuflar demasiada capacidad de reflexión<br />
a los perionitas, pero la verdad<br />
es que eso tampoco es demostrable. El<br />
caso es que, en cuestión de un par de semanas,<br />
los perionitas, hasta ahora pertenecientes<br />
a distintas tribus, se habían<br />
J. R. Plana - UN BUEN NEGOCIO<br />
agrupado bajo el mismo liderazgo. Comenzaron<br />
a dar problemas, a quejarse<br />
por los turnos excesivos y a exigir más a<br />
cambio de su trabajo.<br />
- Igualitos que los sindicatos –apostilló<br />
Dalpen con cara de fastidio.<br />
- Exacto. Sólo que eran sindicados<br />
de criaturas que no sabían hablar hace<br />
unos meses. Negociamos con ellos en<br />
varias ocasiones, pero ningún acuerdo<br />
aguantaba más de una o dos semanas,<br />
en seguida volvían las movilizaciones<br />
y las protestas. Vellinni intentaba convencerles<br />
de que eso era peor para ellos,<br />
pero lo único que consiguió fue que le<br />
mataran.<br />
» Al poco tiempo se paralizaron las extracciones,<br />
y los perionitas comenzaron<br />
a tomar el control de las estaciones de<br />
producción más alejadas. Nada podían<br />
hacer los hombres de la comandante<br />
Fisher, les superaban ampliamente en<br />
número y las condiciones atmosféricas<br />
les eran favorables. Al final se nos fue<br />
de las manos. A nuestras amenazas respondían<br />
con violencia desmedida, hasta<br />
que nos acorralaron y consiguieron<br />
entrar en la colonia madre.<br />
- Un momento, Junhai. Haz el favor<br />
de explicarme de qué manera pudieron<br />
hacer frente unos salvajes incivilizados<br />
a las armas y tecnología del cuerpo de<br />
seguridad de la empresa.<br />
- Yo responderé a eso, señor –Sarah<br />
Fisher volvió a erguirse en su asiento-.<br />
Los perionitas supieron aprovecharse<br />
de nuestros avances, robaron nuestras<br />
armas y se hicieron con el control de las<br />
armas. Aunque no fue eso lo que les dio<br />
la victoria. Ellos están menos civilizados<br />
que nosotros, es cierto, pero por eso<br />
mismo gozan de una perspectiva distinta<br />
del sacrificio personal a favor del<br />
35
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
36<br />
bien común. Ninguno mostraba reparos<br />
a la hora de combatir por el bien de su<br />
especie, mientras que nuestros soldados<br />
y mercenarios no estaban dispuestos<br />
a morir esta causa, les importa más<br />
su propio bienestar. Hubo un soldado<br />
que, antes de tirar sus armas y salir corriendo,<br />
tuvo la osadía de decirme que<br />
no le pagaban lo suficiente para que lo<br />
descuartizaran unos alienígenas.<br />
- El resultado fue nuestra huida precipitada<br />
al espacio y la desbandada general<br />
de los cuerpos de seguridad. Dejamos<br />
atrás todas las extracciones, los<br />
centros de producción, las bases de defensa<br />
y varios laboratorios. Escapamos<br />
con lo puesto nada más, y en cuanto<br />
tuvimos esta nave en órbita, me puse<br />
en contacto con usted, señor. Sólo han<br />
pasado dos semanas.<br />
Albor Dalpen, con la mirada fija en la<br />
mesa, negaba con la cabeza una y otra<br />
vez.<br />
- Millones en material e investigación<br />
perdidos… -alzó la vista-. Entonces sólo<br />
quedáis vosotros y la tripulación de esta<br />
nave.<br />
- Correcto, señor. Todos los supervivientes<br />
perecieron en la huida a causa<br />
del protocolo.<br />
- Ya… Mejor que eso no se airee mucho.<br />
¿Cuál es, entonces, la situación actual<br />
en Perión VII?<br />
- Los nativos poseen el control de<br />
toda la tecnología abandonada, incluidos<br />
varios misiles de perionesio que<br />
estaban en pruebas. No hemos podido<br />
hacer un seguimiento de la actividad en<br />
el planeta debido a nuestros reducidos<br />
recursos, pero no parece que hayan tenido<br />
mucha actividad. El protocolo de<br />
precaución establece que en todas las<br />
colonias madres se instale un dispositi-<br />
vo de explosión en el ordenador principal,<br />
el que contiene toda la información<br />
referente al proyecto que se lleve a cabo<br />
en la colonia. Esta colonia no es una<br />
excepción. Si activamos el dispositivo<br />
destruiríamos todas las instalaciones, y,<br />
con toda seguridad, causaríamos grandes<br />
daños a los perionitas, poniendo en<br />
dificultades su capacidad para reponerse<br />
y continuar con la reproducción. Tras<br />
dos semanas de estudio hemos concluido<br />
que no hemos dejado atrás nada que<br />
merezca la pena el esfuerzo de volver.<br />
- Causar la extinción de una raza es<br />
algo muy serio. Supongo que nos permitiría<br />
recolonizar el planeta más adelante<br />
y seguir con las extracciones, ¿correcto?<br />
–Fisher y Junhai asintieron al<br />
mismo tiempo-. Eso inclina la balanza a<br />
favor del dispositivo… No correré riesgos<br />
con Perión VII, la empresa necesita<br />
todo el perionesio disponible, pero si<br />
vamos a hacerlo, hay que hacerlo bien.<br />
Volaremos la colonia y luego llamaremos<br />
a un equipo de exterminación, no<br />
podemos esperar de manos cruzadas<br />
hasta que los perionitas decidan extinguirse.<br />
No daremos parte, ni informe, ni<br />
hablaréis de esto más allá de las paredes<br />
de esta nave, ¿entendido? Es importante<br />
que no quede ni rastro, nadie debe<br />
saberlo –Albor resopló-. De la orden,<br />
comandante.<br />
- Sí, señor.<br />
Sarah salió de la pequeña sala donde<br />
estaban reunidos como una exhalación.<br />
- Hay una cosa que quiero saber por<br />
curiosidad. Ya que vamos a borrar una<br />
especie de la galaxia, ¿realmente los perionitas<br />
suponen una amenaza?<br />
- En absoluto –Hiresh, que había<br />
permanecido un tanto hosco desde<br />
su encontronazo teórico con Albor, se
adelantó en el asiento-, y le explicaré<br />
por qué. A pesar de habernos dejado<br />
toda nuestra tecnología, no le van<br />
a sacar ningún partido. Es posible que<br />
pudieran seguir desarrollando lo que<br />
les dejamos, pero jamás les va a ser de<br />
ninguna utilidad, pues su planeta tiene<br />
dos carencias fundamentales: el agua y<br />
cualquier otra materia que no sea perionesio.<br />
- ¿Agua? ¿No hay agua en Perión VII?<br />
- Oh, claro que la hay, pero tremendamente<br />
contaminada de amoníaco.<br />
- ¿Y para qué diablos necesitan el<br />
agua?<br />
- Para los misiles y las naves, Albor.<br />
No me diga que no sabe cómo funcionan.<br />
- Pues no, no lo sé.<br />
- Pues sí, la necesitan. No voy a entrar<br />
en detalles, es un sistema desarrollado<br />
por esta empresa para ahorrar combustible,<br />
y basta con saber que el agua con<br />
amoníaco no sirve.<br />
- ¿Y no pueden filtrarla?<br />
- Me temo que no -Hiresh sonrió-.<br />
Tuve la precaución, cuando comenzaron<br />
los problemas, de esconder en esta<br />
nave la única filtradora portátil de todo<br />
el planeta.<br />
- ¿No pueden usar otros componentes?<br />
- ¡De ninguna de las maneras! Todo<br />
nuestro equipo está desarrollado en<br />
base a los materiales terrestres, cualquier<br />
otro elemento provocaría un desastre.<br />
Además, en Perión VII no hay<br />
otra cosa que polvo de roca y perionesio,<br />
es un planeta yermo –Hiresh se<br />
echó para atrás en su asiento, cruzando<br />
ambas manos sobre el estómago-. Todo<br />
esto no deja de tener gracia, pues, si los<br />
perionitas consiguieran despegar, les<br />
J. R. Plana - UN BUEN NEGOCIO<br />
sería enormemente fácil llegar hasta<br />
Allion, el siguiente planeta de este sistema,<br />
que es muy similar a la tierra y,<br />
por lo tanto, rico en agua y demás materias<br />
elementales. Pero no pueden, ¡están<br />
condenados a ese horrible planeta!<br />
Y fue una notable sorpresa para Junhai<br />
y Albor, sin duda, que el doctor Hiresh<br />
comenzara a proferir carcajadas<br />
maníacas.<br />
Carl Erebow estaba contento. Pilotaba<br />
su nave de vuelta a Marte mientras<br />
silbaba alegremente. Marcó un número<br />
de videoconferencia y esperó.<br />
- Finanzas Interplanetarias.<br />
Un hombre orondo apareció en la<br />
pantalla<br />
- ¡Enoch! ¡Soy Carl! ¡Tengo la mercancía!<br />
- Tranquilo chico, no chilles, te oigo<br />
igual de bien. Por dónde vas.<br />
- Estoy dejando atrás el brazo de<br />
Orión, voy a dar el salto al hiperespacio<br />
de un momento a otro.<br />
- Te estás dando mucha prisa en volver,<br />
¿eh?<br />
- Enoch, es una estafa en toda regla.<br />
Parecían muy contentos con el trato,<br />
pero, por si acaso, mejor poner espacio<br />
de por medio. Por cierto, he visto una<br />
nave en órbita. No parecía de vigilancia<br />
y estaba sola, pero, por si acaso, he descendido<br />
lo más lejos y oculto posible.<br />
Carl Erebow se encontraba entre la<br />
escoria comerciante, era un tipo sin escrúpulos,<br />
que aprovechaba la mínima<br />
ocasión para engañar y mentir, y luego<br />
salir corriendo con los beneficios. Enoch<br />
basaba su negocio en los tipos como<br />
Carl.<br />
- ¿Has revisado lo que te han dado?<br />
- ¡Sí! ¡Punto por punto! Siete tone-<br />
37
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
38<br />
ladas de perionesio en bruto, ¡nos vamos<br />
a hacer ricos!<br />
- Me sigue pareciendo raro… ¿Y no<br />
han pedido nada más?<br />
- ¡Qué va! Sólo el equivalente en toneladas<br />
de agua pura, como te dije. No<br />
te preocupes, son una especie a medio<br />
desarrollar, por lo que parece lo querían<br />
para lanzar su primer vuelo espacial,<br />
¡son así de simples!<br />
- Sólo espero que sea perionesio<br />
del bueno y que no te estén timando.<br />
¿Cuánto te falta para saltar?<br />
- Un par de minutos.<br />
- Perfecto, así te da tiempo a mandarme<br />
la carga, para comunicárselo al tipo<br />
de la aduana.<br />
- ¡Ok! Toma nota, ahí van.<br />
Se oyeron varios pitidos provenientes<br />
del otro lado del aparato.<br />
- Sáltate la nave, idiota, es mía. Ya sé<br />
qué modelo es.<br />
- Cierto… Ahí va el resto.<br />
Más pitidos.<br />
- Siete mil quinientos veintiocho kilos<br />
de perionesio en bruto… ¿Correcto?<br />
- Correcto.<br />
- Tres generadores para un motor de<br />
lanzadera de repuesto…<br />
- Correcto.<br />
- Vaya. ¿Y esto?<br />
- Una sorpresa para ti, Enoch.<br />
- ¿Es un ordenador central Colonia<br />
Madre de Irving&Dou-Wan? ¡Cielo<br />
santo! ¿De dónde lo has sacado?<br />
- ¡Sabía que te gustaría! Lo tenían esos<br />
tipejos de Perión VII por allí tirado. No<br />
le hacía mucho caso, así que les insistí y<br />
dejaron que me lo llevara. Se mostraron<br />
un poco reticentes, pero al final accedieron.<br />
¿Ves como son unos bobos? ¡Qué<br />
buen negocio! ¡Qué buen negocio!
Víctor M. Yeste - HASTA QUE LA MUERTE OS... <strong>Nº2</strong><br />
Hasta que la muerte os... nº2<br />
Riley Knight, detective privado, prosigue la investigación de los asesinatos<br />
que siembran de terror Winset. ¿Atrapará a tiempo al responsable?<br />
por Víctor M. Yeste<br />
Tras dejar a buen recaudo a Margaret<br />
en su casa, el agente Daylime y Ryley<br />
se pusieron inmediatamente en camino<br />
hacia el lugar de los hechos. Hyron<br />
se adelantaba cada cierta distancia y se<br />
rezagaba oliendo algún matorral, hasta<br />
que lo alcanzaban y volvía a repetir el<br />
mismo ciclo.<br />
- ¿Quién es Legyn? –le preguntó<br />
Ryley, sujetando el sombrero para hacer<br />
frente al fuerte viento que se estaba<br />
levantando.<br />
- El segundo hijo de Cechron, tras<br />
Tim –le explicó el otro.<br />
- ¿Y cuáles han sido las circunstancias<br />
de la muerte?<br />
- Parecido a la de los demás. En su<br />
casa, solo, sin ningún testigo ni nada<br />
que pudiera ayudarnos en nuestras pesquisas.<br />
- ¿En la cama o en la mesa?<br />
- En ninguna de las dos –afirmó el<br />
guardia, haciendo que Ryley enarcara<br />
las cejas-. En un sillón.<br />
El detective afirmó con la cabeza en<br />
un ademán pensativo. El asunto se enturbiaba<br />
cada vez más; el ritmo de las<br />
muertes era alarmantemente peligroso.<br />
Cuando llegó a Winset en ningún<br />
momento se le pasó por la mente que<br />
podría encontrarse con un caso de tales<br />
características.<br />
De improviso, se toparon frente a una<br />
multitud, algo que le devolvió a la realidad.<br />
Las personas estaban congregadas<br />
junto a la casa del difunto, intentando<br />
averiguar si era cierto lo que se estaba<br />
rumoreando: que se había producido<br />
otro misterioso fallecimiento más.<br />
Daylime se abrió paso hacia la entrada<br />
del porche y, una vez allí, se dirigió<br />
a la plebe en voz bien alta.<br />
- ¡Por favor, vuelvan a sus casas!<br />
Ya les informaré si se trata de algo de<br />
39
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
40<br />
carácter público.<br />
- ¿Es cierto, entonces? –le interpeló<br />
una anciana-. ¿Es cierto lo que hemos<br />
oído?<br />
- ¿Y cómo quiere usted que sepa lo<br />
que han oído? Lo mejor que pueden hacer<br />
es irse a sus hogares. No hay nada<br />
de qué preocuparse.<br />
- ¡Lo mismo me dijeron cuando era jovencito!<br />
–gritó otro señor mayor, alzando<br />
un bastón con furia-. ¡A la semana<br />
medio condado estaba muerto! ¡Peste<br />
negra, eso es!<br />
Varios gritos ahogados se esparcieron<br />
por la muchedumbre como ratas en un<br />
callejón.<br />
- ¡Peste! ¡Qué horror…!<br />
- ¡Que quemen la casa antes de que<br />
sea demasiado tarde!<br />
Las voces subieron de volumen hasta<br />
que Daylime se vio obligado a silbar y<br />
pedir silencio.<br />
- No se trata de la peste ni de ninguna<br />
otra enfermedad contagiosa. Por favor,<br />
tranquilícense y regresen a sus viviendas.<br />
En cuanto estemos seguros de lo<br />
ocurrido, se lo haremos saber.<br />
Mientras tanto, Ryley abrió el portillo<br />
de la valla y se acercó a la construcción<br />
acompañado de Hyron. Observaron<br />
durante unos instantes la morada y,<br />
para cuando se les unió el agente, abrieron<br />
la puerta principal y entraron.<br />
No había olor a cadáver. Eso indicaba<br />
que no hacía mucho que el hombre<br />
había muerto. Inmediatamente el perro<br />
comenzó a husmear la habitación, así<br />
que el detective respiró tranquilo y se<br />
quitó el sombrero.<br />
- No permita que los aldeanos hagan<br />
ninguna locura -musitó, observando<br />
atentamente los diferentes muebles y<br />
objetos del lugar-. Si el histerismo sigue<br />
en aumento de ese modo, serían capaces<br />
de incendiar la casa… con nosotros<br />
dentro.<br />
Cuando se giró hacia su interlocutor,<br />
vio que se estaba protegiendo el rostro<br />
con el brazo a modo de máscara.<br />
- No se preocupe, no hay nada perjudicial<br />
en el ambiente.<br />
- ¿Cómo lo sabe? -demandó él sin retirar<br />
la protección de su cara.<br />
- Porque, en tal caso, Hyron hubiera<br />
sido el primero en ponernos sobre aviso.<br />
El can se había cansado de olisquear<br />
todo lo que había en la estancia, una<br />
combinación de sala de estar con cocina,<br />
y estaba rascando con las pezuñas la<br />
otra puerta que había. Sin más dilación,<br />
se acercaron y la abrieron de par en par.<br />
Al otro lado había una habitación con<br />
chimenea, una cama, una mesita de noche<br />
y, junto a ésta y bajo la ventana, un<br />
sillón.Era de color verde, algo raído,<br />
y encima se encontraba el cuerpo del<br />
llamado Legyn, sentado con la cabeza<br />
echada hacia atrás. La mano izquierda<br />
reposaba en el antebrazo del asiento,<br />
mientras que la otra estaba apoyada en<br />
la mesilla de noche.<br />
Daylime hizo amago de dar un paso<br />
hacia el cadáver, pero Ryley apoyó la<br />
mano en el marco de la puerta y le cerró<br />
el paso.<br />
- No toque nada.<br />
- ¿Cómo? -parpadeó éste, perplejo.<br />
- No altere absolutamente nada. No<br />
levante ni pise ningún objeto. No haga<br />
ningún movimiento brusco –le advirtió<br />
Ryley con un semblante muy serio-. Es<br />
más, mejor quédese aquí.<br />
Al principio pareció que iba a protestar,<br />
pero se lo pensó mejor y prefirió<br />
permanecer donde estaba, contemplán
dolo con curiosidad.<br />
Ryley sólo dejaba a Hyron que supervisara<br />
los escenarios de los crímenes,<br />
pues valoraba más su opinión que la<br />
de cualquiera de los mentecatos con los<br />
que se había visto obligado a cooperar.<br />
La cama estaba sin hacer, y bajo ésta<br />
había varios montones de libros que,<br />
a juzgar por la cantidad de polvo, llevaban<br />
un tiempo sin moverse. En los<br />
estantes se hallaban más volúmenes y<br />
algún objeto de decoración sin ningún<br />
valor especial.<br />
Se acercó al cuerpo y le puso un dedo<br />
en la yugular. Era algo un tanto estúpido<br />
a estas alturas, pero formaba parte<br />
del ritual que seguía a rajatabla. Evitaba<br />
más de una sorpresa. Tras certificar la<br />
defunción, comprobó que no había ningún<br />
elemento escondido en la bata ni en<br />
el asiento. Tampoco había sangre. Ni la<br />
más mínima magulladura ni signo de<br />
violencia.<br />
Hyron ladró y apoyó ambas patas en<br />
la mesilla que estaba justo al lado. Se<br />
encontraba atiborrada de objetos: un<br />
pañuelo de tela usado, un par de velas<br />
gastadas, una taza de té y un libro: Mil y<br />
un usos de las espigas de trigo, de MindtusPeck.<br />
Un gran somnífero. Quizá de<br />
los más potentes que conociera.<br />
- Curioso… -murmuró, entrecerrando<br />
los ojos.<br />
Comprobó que la ventana estaba cerrada<br />
y contempló abstraído el exterior,<br />
acariciándose una ceja y mordiéndose<br />
el labio.<br />
- Interesante… muy interesante…<br />
-susurró.<br />
- ¿El qué? –preguntó Daylime.<br />
Había olvidado que tenía público.<br />
Algo frecuente cuando se abandonaba<br />
al fragor de los razonamientos intrínse-<br />
Víctor M. Yeste - HASTA QUE LA MUERTE OS... <strong>Nº2</strong><br />
cos. Asintió para sí y se volvió hacia el<br />
guardia.<br />
- Este lugar ya nos ha regalado todo<br />
lo que podía ofrecernos. No es mucho,<br />
pero quién sabe…<br />
Se dirigió hacia el primer cuarto pero,<br />
al pasar junto a Daylime, éste le cogió<br />
del brazo y se le encaró.<br />
- Si ha averiguado algo, es su obligación<br />
hacérmelo saber.<br />
- Por supuesto -le contestó Ryley sin<br />
inmutarse, liberándose-. Estamos ante<br />
una serie de asesinatos.<br />
- ¿Quién…?<br />
- Lo importante no es quién… -repuso<br />
éste con una mirada penetrante-.<br />
Sino cómo y porqué.<br />
Acto seguido, llamó a Hyron y salió<br />
por la puerta principal. El guardia, algo<br />
descolocado, lo siguió pasados unos segundos.<br />
Ryley, con su habitual andar<br />
renqueante, se había acercado a la gente<br />
y carraspeó con fuerza.<br />
- Señoras, señores… me llamo RyleyKnight<br />
y soy detective privado. Me he<br />
hecho cargo de este caso, y les puedo<br />
asegurar que no hay nada de qué preocuparse.<br />
Si alguien tiene información<br />
que crea que pueda ser valiosa para la<br />
investigación, les estaríamos muy agradecidos.<br />
En cuanto averigüemos quién<br />
es el culpable, serán informados sin dilación,<br />
¿de acuerdo?<br />
Durante unos momentos cada cual<br />
miró con curiosidad a su vecino, pero<br />
al ver que no había nada más que hacer<br />
allí, la mayoría se fue a su hogar.<br />
- ¿Daylime?<br />
- ¿Sí? –respondió éste.<br />
- Voy a necesitar que reúnas a todos<br />
los Freyd y a Margaret en una casa,<br />
pues quizá deba interrogarlos. Cuatro<br />
muertes de una misma familia no<br />
41
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
42<br />
pueden ser fruto de una casualidad.<br />
- Por supuesto… ¿veneno?<br />
- Podría ser… -dijo para sí Ryley,<br />
asintiendo-. Es posible, sí. Ah, ¿y podría<br />
preguntarle por qué no ha avisado todavía<br />
a sus superiores?<br />
- Pues, la verdad es que… -titubeó, visiblemente<br />
nervioso-. No estaba seguro<br />
de que fueran asesinatos, ya que, como<br />
ha podido usted ver, no presentan ningún<br />
signo de violencia… y no quería<br />
arriesgarme a ser el hazmerreír de la<br />
compañía.<br />
- Comprendo.<br />
De pronto, sintió varios toques en la<br />
espalda.<br />
- ¿De dónde eres? -inquirió la misma<br />
anciana que había hablado cuando llegaron.<br />
- ¿Disculpe?<br />
- ¿De dónde eres? –preguntó todavía<br />
más alto.<br />
- Ahora mismo, de ningún sitio.<br />
- Nadie con un mínimo de sentido<br />
común sería de ningún sitio -aseveró,<br />
frunciendo los labios-. Más le vale encontrar<br />
al malvado que haya provocado<br />
esto. ¡O me encargaré de que responda<br />
por ello!<br />
Ryley abrió la boca con sorpresa y,<br />
súbitamente, se rio a carcajadas, lo cual<br />
pareció enfurecer todavía más a la señora.<br />
- ¡Deberían aprobar una ley contra los<br />
forasteros sin educación!<br />
- Sí, no se preocupe. Haré todo lo posible<br />
para encontrar al culpable –la intentó<br />
tranquilizar.<br />
- Espero que eso sea suficiente… -farfulló<br />
ella, dándose la vuelta.<br />
Daylime alzó las manos con resignación<br />
y se alejó hacia el oeste de la aldea.<br />
Ryley, por su parte, se acuclilló y rascó<br />
a Hyron tras las orejas, meditando sobre<br />
todo lo que había ocurrido ese día.<br />
- Todavía no tengo ningún dato concluyente.<br />
Se podría decir que no tengo<br />
nada… -le explicó al perro, que movió<br />
la cola y le lamió la mano-. Pero al comienzo<br />
nunca se tiene demasiado. O<br />
muy pocas veces. Y estoy seguro de<br />
que, tarde o temprano, averiguaremos<br />
qué demonios está ocurriendo aquí…<br />
El Sol se escondía tras las arboledas<br />
en el horizonte, tiñendo las hojas verdes<br />
de carmesí, desangrando el paisaje, encendiéndolo<br />
antes de sumirlo en la oscuridad<br />
nocturna. Una visión pacífica,<br />
como era el caso que tenía entre manos.<br />
Traicioneramente tranquilo.<br />
La mesa bajo la ventana que daba a<br />
semejantes vistas fue la elegida por<br />
Ryley para cenar. Cuando se acercó el<br />
posadero le pidió pollo asado con patatas<br />
cocidas y algo de carne para el perro.<br />
- ¿Quiere también cerveza, señor<br />
Knight?<br />
- No, no puedo beber mientras trabajo.<br />
Me nubla el juicio.<br />
Éste asintió y, en unos minutos, le trajo<br />
la comida que había pedido.<br />
- ¿Entonces ha conseguido usted faena?<br />
–le preguntó mientras depositaba<br />
los platos en la mesa.<br />
- Sí, algo que imagino que ya sabrá,<br />
¿no? –sonrió Ryley, y la cicatriz de su<br />
boca la transformó en una mueca burlona.<br />
- S-sí, claro, Winset no es muy grande,<br />
como ya habrá comprobado -contestó<br />
Rone Lome, rascándose la nuca y<br />
desviando la mirada al suelo-.Y es aquí<br />
donde uno se puede enterar de cualquier<br />
chismorreo… ya sabe.<br />
- Como buena taberna. Por supuesto.
Pero… -su sonrisa aumentó todavía<br />
más-. ¿Por qué cuando le pedí que me<br />
avisara de si había trabajo para mí en<br />
este lugar olvidado por los dioses…no<br />
me dijo nada?<br />
El mesonero dio un paso hacia atrás y<br />
se encogió de hombros.<br />
- Disculpe, pero es que… -susurró-.<br />
Tiene que comprender que no es de mi<br />
incumbencia inmiscuirme en los problemas<br />
de los demás. Imagínese si…<br />
- Si el culpable de los asesinatos fuera<br />
a por usted, ¿no? –completó la frase<br />
dejando de sonreír y entrecerrando los<br />
ojos-. ¿Ha escuchado algo sospechoso<br />
relacionado con todo esto?<br />
- ¡No! –exclamó, y miró alrededor<br />
alarmado. Por suerte, Ryley era el único<br />
cliente en esos momentos.<br />
- ¿Está seguro? –insistió éste.<br />
- Sí, bueno… -suspiró y se sentó a su<br />
lado, acercando la cabeza al detective-.<br />
Mire, yo no quiero problemas, así que<br />
olvide que he sido yo quien se lo he dicho,<br />
¿vale? –se detuvo a esperar la afirmación<br />
de su interlocutor, y prosiguió-.<br />
Esa familia siempre ha tenido problemas<br />
con el dinero. Y no porque tuvieran<br />
poco, sino más bien al contrario. Siempre<br />
ha habido ciertos roces entre ellos<br />
a la hora de repartirse las propiedades<br />
y ahora que el viejo CechronFreyd ha<br />
muerto, se puede imaginar los problemas<br />
que habrán tenido con la herencia…<br />
- Sí, algo normal en la mayoría de las<br />
familias. ¿De dónde proviene el dinero?<br />
- ¿De dónde va a ser? -parpadeó<br />
Lome-. De las tierras. Poseen muchos<br />
acres en las cercanías a la aldea, acres<br />
cultivables, quiero decir.<br />
- Ya veo.<br />
- Recuerde que yo no le he contado<br />
Víctor M. Yeste - HASTA QUE LA MUERTE OS... <strong>Nº2</strong><br />
nada, ¿eh? -perseveró el posadero, levantándose<br />
y cerciorándose de que<br />
tampoco había nadie por la ventana.<br />
- Oh, no se preocupe –le aseguró<br />
Ryley-. Puede confiar en mí.<br />
Cuando el tabernero desapareció tras<br />
la barra, Ryley dio un par de caricias al<br />
can, perdido en sus pensamientos.<br />
- Entonces… Cechron murió y luego<br />
su primogénito, Tim –le musitó a su<br />
mascota, quien, al parecer, estaba mucho<br />
más interesado en la carne que le<br />
quedaba en su platito-. Después el hijo<br />
de éste último, Zax, y ahora es asesinado<br />
el segundo hijo de Cechron, Legyn…<br />
Cuando se hallaba en una batalla<br />
mental contra sí mismo, perdía gran<br />
parte del hambre. Así pues, se comió la<br />
mitad y la otra se la dio a Hyron, quien<br />
la recibió con un sonoro ladrido.<br />
- ¡Knight!<br />
La voz de Daylime le llegó desde la<br />
puerta. El guardia se aproximó y le pidió<br />
que le siguiera.<br />
- Ya he reunido a casi toda la familia<br />
Freyd en la casa de Jon Freyd, el prometido<br />
de Margaret -le explicó, indicándole<br />
la dirección a seguir en una bifurcación<br />
cercana.<br />
- ¿Casi?<br />
- Sí, Jon está a punto de volver de trabajar<br />
y Seamus, su tío y el último hijo<br />
de Cechron, todavía no había llegado<br />
cuando vine a buscarle a usted.<br />
Diez minutos después, arribaron a<br />
una de las casas más grandes del pueblo.<br />
Estaba construida en piedra, con<br />
un jardín en cuya tierra crecían árboles<br />
frutales y zarzas por doquier. Cuando<br />
alcanzaron el porche, Margaret salió a<br />
recibirles.<br />
- Oh, señor Knight, Rick… ¿alguna<br />
43
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
44<br />
novedad?<br />
- Todavía ninguna –Ryley se quitó el<br />
sombrero y entró en la casa, siendo conducido<br />
hasta la sala de estar.<br />
Era, sin duda, la estancia más grande<br />
de la vivienda. Las paredes tenían varias<br />
astas de diferentes animales e incluso<br />
alguno disecado. Al fondo, varios<br />
trozos de leña crepitaban en el fuego de<br />
la chimenea, que alumbraba los sofás<br />
que estaban dispuestos a su alrededor.<br />
En éstos se encontraban sentadas dos<br />
mujeres, una de las cuales se levantó al<br />
verlos. Era Audrey, la madre de Jon,<br />
una señora de unos cincuenta años,<br />
pelo entrecano, gafas y nariz aguileña.<br />
Le saludó y dirigió una mirada triste a<br />
otra mujer de una edad similar, que seguía<br />
en su asiento: Sherley.<br />
El estado en que se encontraba, bañada<br />
en lágrimas, indicaba su identidad<br />
sin asomo de dudas. Había perdido a su<br />
marido y a su hijo en cuestión de días.<br />
No tenía fuerzas, ni voluntad, para ponerse<br />
en pie, ni parecía darse cuenta de<br />
por qué estaba allí. Ryley dudó si acercarse,<br />
e incluso, dirigirle algunas palabras<br />
de consuelo. Pero había pasado<br />
por una situación parecida. Nada que<br />
pudiera decirle serviría para aliviar, ni<br />
remotamente, su sufrimiento. Nada,<br />
salvo encontrar al asesino. Se sentó en<br />
la butaca más cercana, siendo imitado<br />
por los presentes. Sacó un pergamino<br />
del bolso y mojó una pluma en un tintero<br />
que siempre llevaba en un bolsillo<br />
de éste.<br />
- Bien, señora Freyd… -dijo dirigiéndose<br />
a la madre de Jon-. Cuénteme más<br />
sobre Levyn, por favor. Necesito conocer<br />
a la víctima si quiero saber algo más<br />
del responsable.<br />
- Levyn era un hombre… raro.<br />
- ¿Raro? –inquirió Ryley.<br />
- Sí, extraño, pero no en el mal sentido…<br />
-señaló ella, recolocándose las gafas-.<br />
No tenía esposa ni hijos, ni nunca<br />
estuvo interesado en ello. Sólo le gustaba<br />
leer. Libros y más libros. Tenía la<br />
habitación llena de ellos…<br />
- Leer no es algo extraño. Yo mismo<br />
llevo siempre conmigo un libro. No<br />
puedo vivir sin uno -repuso el detective,<br />
dando varios golpecitos a su zurrón.<br />
- No es algo extraño si hace alguna<br />
cosa más, señor Knight –aclaró Audrey-.<br />
En estos lares no está bien visto<br />
tener una vida como la que llevaba Legyn.<br />
Recluido en su casa, sin contacto<br />
con el exterior salvo para ir a trabajar…<br />
No es sano.<br />
- Entonces, ¿por qué no se encontraba<br />
trabajando en el momento del incidente?<br />
- Era su día libre, imagino. Aunque<br />
eso se lo podrá confirmar mi hijo cuando<br />
vuelva.<br />
Justo en ese momento se oyeron unos<br />
pasos en el pasillo que daba a la entrada<br />
principal, y un joven entró en la sala con<br />
las manos en los bolsillos. Se detuvo en<br />
la puerta y vaciló.<br />
- Cuánta gente. ¿Qué…? -Margaret,<br />
que estaba sentada algo alejada de los<br />
demás, se levantó de un salto y lo abrazó<br />
con fuerza.<br />
- ¡Jon! Oh, Jon, ha ocurrido de nuevo…<br />
-le contó con lágrimas en los ojos.<br />
- ¿Cómo? ¿Quién? -Su pareja se separó<br />
y lo miró fijamente.<br />
- Legyn… -susurró.<br />
Jon dejó escapar un juramento y cerró<br />
los ojos. Cuando los abrió, dirigió una<br />
mirada a Daylime y, después, a Ryley.<br />
Éste se levantó y le ofreció la mano, presentándose.
- Siento mucho lo que le está ocurriendo<br />
a su familia en este momento.<br />
- Gracias…<br />
- ¿No le importará si le hago algunas<br />
preguntas?<br />
- Por supuesto –contestó Jon.<br />
- Su padre es…<br />
- Hallam. HallamFreyd, el tercer hijo<br />
de mi abuelo Cechron. Murió de fiebre<br />
hace varios años.<br />
- Margaret me contó que teníais pensado<br />
casaros muy pronto. ¿Cuándo es<br />
la fecha de la boda?<br />
- Dentro de cinco días -contestó el joven,<br />
mirando a su futura esposa-. Aunque<br />
seguramente lo pospongamos…<br />
- ¡No! –exclamó con sorpresa Margaret,<br />
que cogió con ambas manos la de<br />
Jon-. No deberíamos permitir que ese<br />
desalmado consiga fastidiar lo único feliz<br />
que nos queda. ¡Piénsalo! -Jon negó<br />
con la cabeza.<br />
- Cuando encontremos al culpable,<br />
ya veremos. Pero no me pienso casar<br />
mientras mis seres queridos…<br />
Se produjo un silencio incómodo, y<br />
Ryley tomó algunas notas más en su<br />
pergamino.<br />
- Señorita Margaret, hay algo que<br />
llevo todo el día deseando preguntarle<br />
–dijo Ryley, guardando el papel y la<br />
pluma-. ¿Cómo sabía que Legyn sería la<br />
siguiente víctima?<br />
- Pues verá… No me he atrevido a hablar<br />
hasta ahora porque no podía estar<br />
segura de ello… pero creo que sé quién<br />
es el culpable… -admitió ésta, provocando<br />
exclamaciones en todos los presentes-.<br />
El orden de las muertes… todo<br />
parecía indicar que la próxima víctima<br />
sería Legyn…<br />
- Sí, ya había pensado en ello –afirmó<br />
Ryley-. ¿Y quién cree usted que es el<br />
Víctor M. Yeste - HASTA QUE LA MUERTE OS... <strong>Nº2</strong><br />
asesino?<br />
Súbitamente, los ojos de Margaret se<br />
agrandaron y señaló hacia la ventana.<br />
- ¡ÉL! –gritó con todas sus fuerzas.<br />
En un segundo pueden pasar muchas<br />
cosas. Múltiples reacciones ante<br />
un mismo estímulo. Unos se quedaron<br />
paralizados mirando a Margaret. Otros<br />
giraron la cabeza hacia la ventana, sólo<br />
para ver una figura alejarse por el jardín.<br />
Ryley no lo perdió en nada banal.<br />
Se lanzó de cabeza hacia el pasillo y salió<br />
al exterior junto a Hyron. Éste ladró<br />
con fuerza sin parar y corrió hacia la silueta<br />
que acababa de salir del recinto y<br />
se alejaba por el camino.<br />
- ¡Ataca, Hyron! ¡Ataca! –jaleó Ryley,<br />
ganando distancia en su persecución.<br />
El can lo consiguió alcanzar y mordió<br />
la pierna del fugitivo. Éste la agitó<br />
e hizo que lo soltara, para luego virar<br />
hacia la izquierda y meterse en un callejón<br />
entre dos casas pequeñas. El perro<br />
lo persiguió y el detective perdió momentáneamente<br />
de vista a su oponente.<br />
Cuando llegó a la esquina, descubrió al<br />
hombre parado en mitad del corredor.<br />
Hyron lo había adelantado y le gruñía<br />
con fiereza. Aunque su aspecto no era<br />
muy amenazador, la callejuela era bastante<br />
estrecha y, seguramente, el sospechoso<br />
se lo estaba pensando dos veces<br />
antes de atreverse a sobrepasarlo.<br />
No contaba con mucho tiempo. Ryley<br />
se apresuró a toda prisa en dirección a<br />
su contrincante y, de un empujón, ambos<br />
cayeron al suelo, con tan mala suerte<br />
que Ryley se dio un golpe en la cabeza.<br />
La vista se le nubló y su adversario<br />
aprovechó la distracción para colocarse<br />
encima y propinarle varios puñetazos<br />
en la cara. Hyron ladró todavía más<br />
fuerte, pero no era de los que se lanza-<br />
45
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
46<br />
ban a una lucha sino tenía las de ganar.<br />
Ryley intentó zafarse, pero el desconocido<br />
le descargó otro golpe, esta vez en<br />
el riñón. Sin embargo, una voz resonó<br />
en el corredor, amplificándose con el<br />
eco del reducido espacio.<br />
- ¡Alto!<br />
Rick Daylime les había seguido hasta<br />
allí. El fugitivo miró en su dirección e<br />
hizo ademán de levantarse, liberando<br />
momentáneamente a Ryley. Y éste no<br />
desaprovechó la oportunidad. Le dio<br />
un gancho en la sien con todas las fuerzas<br />
que fue capaz de reunir. El hombre<br />
cayó fulminado a un lado, inconsciente.<br />
No podía levantarse. La carrera y la<br />
tunda habían conseguido extenuarle.<br />
Se limpió algo de sangre de la boca y<br />
se incorporó con un quejido. Daylime le<br />
ayudó a levantarse y ambos observaron<br />
al que, según Margaret, era el asesino<br />
que buscaban. El detective hincó un pie<br />
bajo su cuerpo y le dio la vuelta, descubriendo<br />
el rostro del vencido a la luz de<br />
la Luna. Ryley frunció el ceño.<br />
- Hijo de… -murmuró.<br />
Se trataba del calvo barbudo con el<br />
que se había peleado la noche anterior,<br />
al llegar a la posada. Fue el único de su<br />
grupo que huyó e, irónicamente, quien<br />
inició la disputa. Al parecer, armar jaleo<br />
en la posada no era su única afición.<br />
Escupió a un lado con visible desagrado<br />
y levantó la mirada hacia el guardia,<br />
quien, para su sorpresa, tenía los ojos<br />
como platos.<br />
- ¿Lo conoces?<br />
- Es… Seamus. Seamus Fryed.
El mercenario<br />
por Ricardo Castillo<br />
I<br />
Alric Brewersen avanzaba, no sin<br />
dificultad, por la nevada ladera de la<br />
montaña. Hacía un par de días que habíamos<br />
abandonado el camino que conducía<br />
a las cumbres, refugiándonos a la<br />
sombra del bosque para evitar ser vistos<br />
por ojos inadecuados. Alric, de cabello<br />
oscuro muy corto y barba espesa, era un<br />
hombre grande, o al menos lo era para<br />
mí. Debía medir de alto unos tres codos<br />
y medio, y era ancho de espaldas, con<br />
brazos fibrosos y fuertes, pero sin llegar<br />
a parecer uno de esos gigantones montaraces.<br />
Precisamente por ellos nos encontrábamos<br />
allí. Mi nombre es Godert, y mi<br />
casa se encontraba en Norringe, un pueblo<br />
maderero ubicado en la falda de la<br />
sierra, en la parte alta del río Dalalven.<br />
Vivíamos de talar los altos árboles y dejarlos<br />
caer, río abajo, para que los recogieran<br />
en Ramnusfel. Nunca teníamos<br />
problemas y vivíamos bastante tran-<br />
Ricardo Castillo - EL MERCENARIO<br />
Alric Brewersen es un mercenario y<br />
su deber encontrar respuestas, para<br />
las que tendrá que usar su espada si<br />
no quiere morir en el intento.<br />
quilos, hasta que, hace un par de meses,<br />
empezamos a sufrir incursiones de los<br />
montaraces. Nadie en Norringe recordaba<br />
nunca haber tenido conflictos con<br />
la tribu de la montaña, los boriberg, era<br />
un hecho sin precedente. Llegaban a<br />
cualquier hora y atacaban con fiereza.<br />
Las primeras veces nos pillaban desprevenidos,<br />
pero a la tercera empezamos a<br />
patrullar y estar atentos ante su llegada.<br />
Y aunque minimizábamos daños, ellos<br />
seguían haciendo lo mismo. El objetivo<br />
de sus ataques no era matarnos ni robarnos,<br />
lo único que hacían era llevarse<br />
a alguien. Cuando tenían al pobre desgraciado,<br />
volvían corriendo a su refugio<br />
en la montaña. Ante eso da igual que<br />
plantes cara luchando, ya que siempre<br />
conseguían rodear a alguno y capturarlo.<br />
Observamos que los ataques se producían<br />
cada semana, más o menos, así<br />
que decidimos avisar a la capital, Ramnusfel,<br />
para que enviara ayuda. Aldercy,<br />
la Alta Cástor gobernante, nos pro-<br />
47
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
48<br />
metió que enviaría alguna solución.<br />
Ésta consistió en publicar un cartel buscando<br />
alguien que se ofreciera a ir hasta<br />
Norringe para averiguar qué pasaba<br />
con los montaraces y ayudarles a derrotarlos.<br />
Todo esto a cambio de unas cincuenta<br />
monedas de oro.<br />
Y esa era nuestra “ayuda”, Alric<br />
Brewersen, un mercenario aventurero<br />
que se encontraba haciendo de matón<br />
para un comerciante, y que, cansado de<br />
la suprema idiotez de éste, le pegó un<br />
puñetazo y decidió probar suerte como<br />
caza recompensas. Nosotros no éramos<br />
un pueblo de grandes soldados, nuestros<br />
hombres se caracterizaban por su<br />
habilidad cortando árboles y su puntería<br />
con el arco en la caza. Así que, a falta<br />
de un tipo fornido y diestro con las armas,<br />
decidieron enviarme a mí, que era<br />
el joven más hábil con las flechas, amén<br />
de conocer la zona al dedillo y de ser un<br />
buen cazador.<br />
Allí estábamos, pasando a través del<br />
bosque para llegar lo más sigilosamente<br />
posible hasta el asentamiento montaraz,<br />
conocido como Bergen. Yo iba<br />
delante, marcando el camino, con una<br />
flecha y el arco en la mano, por si las<br />
moscas. Detrás iba Brewersen, enfundado<br />
en su capa, con un par de pieles<br />
adicionales encima, la capucha echada<br />
y el rostro tapado a medias para cortar<br />
el frío. Él no estaba tan acostumbrado<br />
como yo a las gélidas temperaturas de<br />
esa zona. La mano izquierda, que lucía<br />
un grueso guante al igual que la derecha,<br />
la llevaba apoyada sobre el mango<br />
de su espada de doble filo. Era un arma<br />
lo suficientemente ligera para blandirla<br />
con un solo brazo y lo suficientemente<br />
larga como para resultar intimidante.<br />
Junto a ella, sujeta sobre el costado<br />
izquierdo, a la altura de los riñones, llevaba<br />
una espada corta, que en combate<br />
empuñaba con la siniestra, amenazando<br />
la vida del oponente mientras lanzaba<br />
precisos tajos con la diestra.<br />
Yo sabía esto porque, además de ver<br />
las armas cuando se apartaba la pesada<br />
capa, a mitad de camino nos habíamos<br />
tropezado con un explorador montaraz,<br />
que no debía de ser muy bueno pues<br />
nos lo encontramos de bocas al rodear<br />
una piedra. Brewersen desenvainó,<br />
intercambió un par de cuchilladas y<br />
luego salió corriendo tras de él, porque<br />
el pobre diablo había salido huyendo al<br />
ver la destreza del mercenario.<br />
- Ya estamos cerca –volví la cabeza<br />
para ver a Alric e hice un gesto en dirección<br />
a las rocas de delante-. Justo detrás<br />
empieza el sendero que se interna entre<br />
las montañas. Hay una pequeña explanada<br />
con varias cuevas, allí los encontraremos.<br />
- Bien. Estoy harto de tener las botas<br />
caladas por la maldita nieve. Acabemos<br />
con esto y volvamos –la áspera voz del<br />
mercenario sonó amortiguada por la<br />
lana burda que le protegía la boca del<br />
frío.<br />
Según nos aproximábamos a las rocas,<br />
nuestro paso se hacía más lento y<br />
cuidadoso. Caminábamos agazapados,<br />
yo con el arco ligeramente tensado, listo<br />
para disparar, y Brewersen con la<br />
mano derecha sobre la empuñadura de<br />
la espada. Al acercarnos, vimos que lo<br />
que desde lejos parecían grandes rocas<br />
eran dos monolitos, hincados verticales<br />
sobre la helada tierra y que tenían pintados<br />
en rojo dos símbolos incomprensibles.<br />
- Esto antes no estaba –le expliqué-.<br />
Los monolitos sí, es la forma que tienen
de marcar su territorio, pero la pintura<br />
no. Lo descubrimos un mes antes del<br />
primer ataque, mientras perseguíamos<br />
a un oso. Llegamos hasta aquí y nos encontramos<br />
con esos dibujos. Nadie sabe<br />
lo que son, ¿los reconoce?<br />
- Jamás he visto esos garabatos –miró<br />
durante unos instantes a la roca, para<br />
luego girarse hacia mí y sonreír-. Vamos<br />
a preguntarles a ellos.<br />
Echó a andar al tiempo que desenvainaba<br />
la espada. Yo tardé unos segundos<br />
en reaccionar, porque esperaba<br />
una aproximación prudente y sigilosa.<br />
Apreté el paso para ponerme a la altura<br />
de Alric.<br />
El asentamiento se encontraba unos<br />
metros más adelante, tras un giro de la<br />
senda. Me resultó extraño no ver ningún<br />
vigía apostado por las rocas, pero<br />
aún así permanecí con la vista en las alturas.<br />
Llegamos al recodo y nos asomamos<br />
con cuidado por entre las rocas. La<br />
tribu consistía en unas cuantas chozas<br />
de madera desperdigadas por una pequeña<br />
explanada rodeada de escarpadas<br />
paredes rocosas. En éstas se veían<br />
varios agujeros, presumiblemente entradas<br />
a las cuevas que discurrían por<br />
debajo de la montaña. Tras unos segundos<br />
de atenta observación, Alric y yo<br />
nos miramos, extrañados. Las hogueras<br />
estaban encendidas, manteniendo su<br />
vigor, pero allí no había nadie, el poblado<br />
estaba vacío. O al menos eso parecía<br />
a simple vista. Brewersen me hizo una<br />
señal con la mano para que mantuviera<br />
mi posición, y aguardamos unos segundos,<br />
a la espera de ver algún montaraz.<br />
No nevaba, y la temperatura no<br />
era lo suficientemente baja como para<br />
que estuvieran todos resguardados. Y<br />
la ausencia de centinelas tampoco era<br />
Ricardo Castillo - EL MERCENARIO<br />
normal.<br />
- ¿Una trampa? –susurré en dirección<br />
al mercenario.<br />
- No lo creo. Es poco probable que<br />
nos hayan visto venir.<br />
Alric decidió abandonar el escondite,<br />
y se internó en la planicie desenvainando<br />
la espada corta. Titubee un segundo,<br />
dudando de qué sería lo más adecuado.<br />
Decidí cubrirle de cerca y salí tras sus<br />
pasos al tiempo que tensaba la cuerda<br />
del arco. Todo estaba muy silencioso.<br />
Brewersen iba delante, asomándose con<br />
cautela al interior de las tiendas.<br />
- Vacío, aquí no hay nadie. ¿Estás seguro<br />
de que es aquí, muchacho? ¿No se<br />
habrán ido?<br />
- No tengo ninguna duda, es el único<br />
sitio de las montañas cercanas donde<br />
poder guarecerse en condiciones. Además<br />
no hemos visto movimiento ni pisadas,<br />
y una tribu montaraz emigrando<br />
hace mucho ruido, créeme.<br />
Brewersen no parecía muy convencido.<br />
Gruñó un poco por lo bajo y señaló<br />
con su espada en dirección a las cavernas.<br />
- Veamos qué hay allí dentro.<br />
Atravesamos la explanada en absoluto<br />
silencio, mirando en todas direcciones<br />
y con los músculos en tensión. A<br />
medio camino Alric se detuvo de golpe,<br />
e indicó con la cabeza una de las cuevas<br />
más grandes; Desde el exterior se percibía<br />
el ligero resplandor de las llamas.<br />
Variando el rumbo, nos dirigimos, a un<br />
ritmo más ligero, hacia allí. Al aproximarnos<br />
alcanzamos a oír el chisporroteo<br />
propio de las antorchas. Brewersen<br />
me miró, dándome a entender que me<br />
preparara para la acción, y luego se asomó<br />
con cautela al interior. No vio nada<br />
al principio de la gruta, así que me hizo<br />
49
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
50<br />
una seña para que avanzara. Eché un<br />
último vistazo a los alrededores, por si<br />
surgía algún visitante inesperado, y fui<br />
tras él.<br />
Las paredes, iluminadas por teas,<br />
mostraban símbolos en rojo muy similares<br />
a los que habíamos visto en los<br />
monolitos. No tuvimos que recorrer<br />
mucha distancia antes de toparnos con<br />
las primeras señales de vida humana en<br />
forma de pesadas respiraciones. En un<br />
lateral del pasaje se formaba un pequeño<br />
ensanchamiento, el cual no tenía otra<br />
salida que la apertura en la que estábamos<br />
nosotros. Cubiertos por las grandes<br />
estalagmitas que crecían del suelo,<br />
miramos a ver qué ocurría en el interior.<br />
La tribu al completo se encontraba<br />
allí reunida. Estaban todos de espaldas<br />
a nosotros, mirando en la misma dirección<br />
y en un silencio que sólo puedes<br />
encontrar en los cementerios. Al frente,<br />
al fondo de la cavidad, se hallaba un<br />
extraño individuo subido a un promontorio<br />
de piedra. Era alto, muy alto, casi<br />
tanto como los montaraces, y mucho<br />
más estrecho de espaldas. Vestía una<br />
especie de túnica negra con mangas y<br />
llevaba echada la capucha. Desde que<br />
puse mis ojos sobre aquel ser supe que<br />
algo no iba bien. Al examinarlo con más<br />
atención me di cuenta de que tanto sus<br />
mangas como la parte bajo del manto<br />
no tenían un final definido, eran como<br />
brumosos. Intenté verle el rostro, pero<br />
únicamente se percibía sombra, una oscuridad<br />
insondable y sin fin. Aquella<br />
criatura era como un agujero en mitad<br />
del espacio, absorbía la luz de su alrededor.<br />
Lancé una rápida ojeada a Brewersen,<br />
y comprobé que mi compañero se<br />
hallaba igual de sorprendido que yo;<br />
arrugaba la nariz en una mezcla de asco<br />
e incomprensión.<br />
Esa distracción nos costó el desastre.<br />
Mi cabeza había asomado más de la<br />
cuenta entre las estalagmitas y ahora los<br />
montaraces se habían girado en nuestra<br />
dirección. La oscura figura levantó un<br />
brazo y todos se pusieron en marcha<br />
hacia nosotros.<br />
- ¡Retrocedamos hacia la salida! –me<br />
apremió Alric-. ¡El estrechamiento de la<br />
cueva volverá el número en su contra!<br />
No me lo pensé dos veces y eché a correr<br />
hacia la entrada. Brewersen me seguía<br />
de cerca. A una orden suya nos detuvimos<br />
para plantar cara al enemigo.<br />
Los gigantones venían detrás, a paso<br />
ligero. Me sorprendió comprobar que<br />
ninguno de ellos portaba arma alguna.<br />
- ¡Dispara ya, Godert!<br />
Las flechas comenzaron a salir sin parar.<br />
Los años de práctica y mi natural<br />
habilidad daban sus frutos en momentos<br />
de tensión como aquel; entraba en<br />
un estado automático de concentración<br />
en el que sólo existían la flecha y mi objetivo.<br />
Los proyectiles impactaban siempre<br />
donde yo quería: ojos, cuello, corazón,<br />
pulmones… Cinco salvajes habían<br />
recibido ya su ración cuando lancé un<br />
vistazo alrededor. Alric había comenzado<br />
su danza mortal. Lanzaba estocadas<br />
y tajos a un ritmo feroz, esquivando<br />
los puñetazos, patadas y agarres de sus<br />
oponentes. El primer desgraciado recibió<br />
un corte que le separó la cabeza del<br />
torso, bañando los alrededores en sangre.<br />
El segundo apartó de un empellón<br />
el cuerpo del caído, lanzándolo contra<br />
Alric, que lo esquivó con facilidad apartándose<br />
de su trayectoria. El montaraz<br />
aprovechó la ocasión para agarrar el<br />
brazo derecho del mercenario. A pesar<br />
de la altura y la fortaleza del hombre,
el bárbaro lo alzó con soltura, como si de<br />
un saco de verduras se tratase. Brewersen<br />
no se revolvió, únicamente descargó<br />
un preciso golpe sobre la muñeca<br />
del brazo que lo atenazaba. Él cayó al<br />
suelo, con la mano aún aprisionando su<br />
brazo derecho. La sangre que manaba<br />
de la extremidad cercenada le salpicó<br />
el rostro y la ropa. Entonces me percaté<br />
de todas las cosas raras y preocupantes<br />
que estaban sucediendo.<br />
La primera era el silencio tan absoluto,<br />
solo roto por nuestros jadeos y las<br />
pesadas respiraciones de los montaraces.<br />
Habíamos herido a varios y no se<br />
oía ni un solo gemido. La segunda eran<br />
los extraños ojos velados de blanco de<br />
nuestros enemigos. Todos parecían tener<br />
los ojos ciegos propios de los más<br />
ancianos, aunque daban claras señales<br />
de ver perfectamente. Y la tercera, y<br />
con seguridad la más inquietante, era<br />
que los contrincantes heridos no disminuían<br />
su marcha. Mis flechas habían<br />
atravesado varios rostros y provocado<br />
heridas mortales, pero ellos seguían<br />
en pie, avanzando en tropel hacia nosotros.<br />
El rival de Alric, al que le había<br />
amputado la mano, no parecía sufrir el<br />
más mínimo dolor. El único que estaba<br />
quieto, y aparentemente muerto, era el<br />
del corte en el cuello. Estas tres cosas hicieron<br />
que mi concentración saltara por<br />
los aires.<br />
Alric blasfemó sonoramente al asimilar<br />
la situación. Sacudió con violencia el<br />
brazo para liberarse de la mano, lanzó<br />
un par de estocadas para estorbar a los<br />
salvajes y se dio la vuelta.<br />
- ¡Corre!<br />
De nuevo no tuve que pensármelo<br />
dos veces. Mis pies volaron hacia el<br />
exterior sin parar a echar la vista atrás.<br />
Ricardo Castillo - EL MERCENARIO<br />
Me giré un poco cuando hube puesto<br />
varios metros de distancia entre la cueva<br />
y yo. Tuve que detenerme en seco,<br />
ya que mi compañero no me seguía.<br />
Brewersen apenas había alcanzado la<br />
nieve cuando los bárbaros cayeron sobre<br />
él. Se debatía a espadazos por la libertad,<br />
pero era inútil contra unos enemigos<br />
que no sufrían dolor ni temían la<br />
mordedura del acero. A sus pies yacían<br />
tres cadáveres decapitados cuando los<br />
demás le rodearon. Reducirle fue mi<br />
simple: haciendo uso de su fuerza y tamaño<br />
superior, uno le agarró el brazo<br />
derecho, otro le sujetó el izquierdo y<br />
un tercero le aporreó con violencia y el<br />
puño cerrado la cabeza. Al cuarto golpe<br />
Alric parecía inconsciente o muerto. No<br />
pude comprobarlo, ya que estaba ocupado<br />
en huir del poblado como alma<br />
que lleva el diablo.<br />
II<br />
He de admitir que el tiempo que siguió<br />
a mi huida de Bergen lo pasé<br />
inundado por una terrible vergüenza.<br />
Cuando atravesé los monolitos que delimitaban<br />
el dominio montaraz, continué<br />
corriendo en dirección a Norringe. Llevaba<br />
sólo unos metros cuando recapacité.<br />
¿Y si Alric seguía vivo? ¿Y si los boriberg<br />
se ofendían por nuestra incursión<br />
y contraatacaban? Mi pueblo estaría<br />
desprevenido, podría ser una masacre.<br />
Además estaba el asunto del misterioso<br />
ser oscuro y los blanquecinos ojos de los<br />
salvajes. La balanza se inclinó a favor de<br />
cumplir con mi obligación, así que forcé<br />
a mis temblorosas piernas a desandar el<br />
camino hecho.<br />
Decidí esconderme entre la nevada<br />
vegetación, para dar un ver cómo reaccionaban<br />
los montaraces y si salían o no<br />
51
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
52<br />
Mapa de la provincia de Ramnusfel
en busca de venganza. Localicé el árbol<br />
con mejor visibilidad, y me encaramé<br />
a sus ramas sin ninguna complicación.<br />
Allí esperé, quieto como una rama, hasta<br />
que, media hora después, vi como el<br />
ser oscuro atravesaba los monolitos de<br />
la entrada. Sentí un escalofrío al verle,<br />
pues a la luz del día resultaba aún más<br />
inquietante que la cueva. La ausencia<br />
de luminosidad de aquella criatura era<br />
espeluznante. Me percaté de que no andaba,<br />
ni tampoco balanceaba los brazos,<br />
sino que, simplemente, se deslizaba totalmente<br />
inmóvil. Parecía flotar sobre el<br />
suelo con las piernas envueltas en esa<br />
extraña bruma, que ahora pude ver que<br />
tenía matices azulones y púrpuras. El<br />
ser pasó de largo por mi lado, descendiendo<br />
sin preocuparse en absoluto por<br />
el terreno. Al volver la vista hacia la entrada<br />
de Bergen, vi que el camino que<br />
había recorrido la criatura estaba marcado.<br />
Tras de sí dejaba un anormal rastro<br />
humeante de nieve derretida. Anoté<br />
el detalle en mi cabeza; si alguien había<br />
visto u oído hablar de alguien así, recordaría<br />
sin duda ese aspecto. Claro que a<br />
lo mejor cambiaba si no se encontraba<br />
sobre terreno nevado.<br />
Tuve que dejar de lado mis cavilaciones,<br />
pues llegó a mis oídos el sonido del<br />
tosco idioma boriberg. Miré sorprendido<br />
hacia la entrada y allí encontré a dos<br />
centinelas apostados entre los monolitos.<br />
Hablan y actuaban de forma normal,<br />
lo que me supuso que la presencia<br />
del ser oscuro y el extraño mutismo de<br />
los montaraces estaban íntimamente<br />
relacionados. Decidí que había llegado<br />
el momento de colarme en el poblado<br />
para averiguar qué había pasado con<br />
Alric. Bajé del árbol, cuidándome mucho<br />
de no partir ni una sola rama, y me<br />
Ricardo Castillo - EL MERCENARIO<br />
dirigí hacia el flanco derecho de la entrada.<br />
Por allí las rocas eran menos escarpadas<br />
que en el otro lado, y eso me<br />
permitiría escalarlas para internarme<br />
sin ser visto en la tribu. La subida no<br />
era fácil, pero con paciencia y mucha<br />
atención, conseguí acceder a la parte<br />
superior del sendero. Desde allí oteé los<br />
alrededores en busca de más centinelas,<br />
pero no encontré ninguno. Con precaución,<br />
avancé saltando entre los peñascos<br />
como una cabra, hasta que llegué a<br />
uno desde el que divisaba todo Bergen.<br />
Suspiré aliviado. Vi que Brewersen<br />
seguía con vida. Después sufrí un vuelco<br />
en el estómago. Se hallaba atado a un<br />
madero vertical, al lado de una figura<br />
en similares condiciones. El vecino de<br />
Alric estaba algo desmejorado: sólo tenía<br />
la mitad superior del cuerpo, que<br />
colgaba desmadejada de una fuerte<br />
soga atada a los brazos. El resto parecía<br />
haber sido arrancado con violencia.<br />
La similitud de la situación hizo que me<br />
temiera lo peor para Brewersen. Colocados<br />
en semicírculo, la tribu le observaba.<br />
Conté al menos veinte varones y<br />
trece mujeres, más los dos guardias de<br />
la entrada. Apartados a un lado, tumbados<br />
en fila, estaban los cadáveres de los<br />
cuatro hombres que Alric había matado.<br />
Cerca de ellos, sentados o tumbados<br />
sobre mantas, estaban otros siete montaraces;<br />
los que habíamos herido durante<br />
el combate. Vi al que perdió la mano<br />
contra Brewersen, y también a otro que<br />
tenía media flecha clavada en el ojo. Al<br />
fin y al cabo nuestro ataque había sido<br />
de alguna utilidad.<br />
Un montaraz especialmente grande y<br />
fuerte, probablemente el jefe, y que agitaba<br />
una poderosa hacha de doble filo,<br />
avanzó hasta ponerse enfrente de Alric,<br />
53
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
54<br />
el cual se retorcía intentando librarse de<br />
sus ligaduras. El boriberg alzó los brazos<br />
al cielo, gritando algo en su lengua,<br />
y todos los demás le corearon a voces.<br />
Un gruñido gutural reverberó en toda<br />
la explanada, haciendo retumbar, incluso,<br />
las piedrecitas de la roca sobre la que<br />
me encontraba. De una de las grutas<br />
cercanas surgió el culpable del estruendo.<br />
Sacaba varias cabezas al más alto de<br />
los montaraces y, aunque parecía tener<br />
forma humana, su rostro era grotesco y<br />
deforme. Los músculos, anchos como el<br />
tórax de un hombre, se marcaban bajo<br />
la pálida piel. Tres boribergs conducían<br />
a la criatura, tirando de gruesas cadenas<br />
que pendían de argollas enganchadas a<br />
manos y cuello. Avanzaron lentamente,<br />
llevando a la bestia hacia los postes. No<br />
había que ser ningún sabio para deducir<br />
lo que ocurriría a continuación.<br />
Sin demora, saqué una flecha del carcaj<br />
y la puse en el arco. No era un tiro<br />
fácil, pero la inmediatez de la catástrofe<br />
me apremiaba a intentar la proeza. Respiré<br />
profundamente al tiempo que tensaba<br />
la cuerda. Ahora no existía nada<br />
más para mi, de nuevo era sólo la flecha<br />
y mi objetivo. Con el chasquido, el proyectil<br />
salió disparado. Recorrió el espacio<br />
que me separaba de Alric y fue a clavarse<br />
con precisión justo a su espalda,<br />
en la parte posterior del poste. Había<br />
una distancia considerable y el disparo<br />
no había sido todo lo certero que pretendía.<br />
La punta de acero había cortado<br />
en parte la atadura de Brewersen, pero<br />
eso no era suficiente para dejarle libre.<br />
Estalló la sorpresa entre los espectadores,<br />
que dirigieron sus ojos hacia mi<br />
posición. El líder irguió el hacha, apuntándome,<br />
mientras bramaba órdenes a<br />
los salvajes. Una terrible confusión se<br />
extendió por el campamento, todos corrían<br />
buscando sus armas. Los únicos<br />
que se mantuvieron en su sitio fueron<br />
el jefe, que seguía vociferando, y los encargados<br />
de mantener sujeta a la bestia.<br />
Alric, por su parte, tensaba y contorsionaba<br />
sus poderosos brazos, tratando de<br />
romper las cuerdas. El cabecilla se percató<br />
de ello, y se giró bramando hacia<br />
la bestia. Los hombres soltaron las cadenas<br />
y el gigante, en un colosal rugido,<br />
estiró sus enormes brazos por encima<br />
de su cabeza.<br />
Mis dedos buscaron otro proyectil<br />
con rapidez. Visto el regular resultado<br />
de mi primer disparo, para el segundo<br />
elegí un objetivo más fácil. Cortando el<br />
aire con un zumbido, la flecha se hincó<br />
profundamente en el cuello del líder,<br />
por encima de la clavícula. Al mismo<br />
tiempo, Alric soltaba de un tirón los restos<br />
de soga que le mantenía preso, para<br />
después abalanzarse sobre el malherido<br />
bárbaro. Sujetó el hacha del enemigo<br />
con una mano, y con la otra descargó<br />
un golpe seco sobre el antebrazo de<br />
éste. Pude oír el crujido del hueso desde<br />
mi elevada posición. Aprovechando la<br />
inercia que generó al encogerse de dolor,<br />
Brewersen arrancó el arma de la mano<br />
laxa del boriberg y le lanzó una patada<br />
al rostro, poniendo fin al forcejeo. El salvaje<br />
deforme avanzaba a trompicones<br />
hacia Alric, aplastando por el camino<br />
a los tres que le sujetaban. Alric mantuvo<br />
la posición hasta tenerle casi encima.<br />
Cuando la bestia llegó a su altura,<br />
intentó aplastar al mercenario con un<br />
golpe descendente de su enorme brazo.<br />
Alric lo esquivó apartándose a un lado,<br />
hacia el lateral de la criatura. Con el<br />
mismo brazo, el gigante trazó una parábola<br />
ascendente hacia Brewersen. Pero
éste ya no se encontraba allí, pues había<br />
visto venir el golpe y lo había evitado<br />
poniéndose fuera de alcance. El descomunal<br />
bárbaro avanzó con todo el peso<br />
de su cuerpo, haciendo un barrido con<br />
brazo que había dejado atrás. Alric lo<br />
evitó por los pelos rodando por el suelo<br />
hacia las piernas de su oponente. Arremetió<br />
con el hacha, hiriéndole en las<br />
costillas, a la vez que se escabullía por<br />
debajo del brazo extendido de la bestia,<br />
para quedar a su espalda.<br />
Profiriendo un bramido de dolor que<br />
helaba la sangre, la criatura se volvió<br />
loca, y empezó a descargar golpes en<br />
todas direcciones sin ton ni son. Uno pilló<br />
desprevenido a Brewersen, que salió<br />
volando por los aires y se estampó contra<br />
el suelo. La bestia, soltando espumarajos<br />
sanguinolentos, se cernió sobre el<br />
conmocionado mercenario. Para evitar<br />
un desastre, tensé la cuerda y disparé<br />
a la criatura. El gigante paró su embestida<br />
al clavársele la flecha en el ojo. Se<br />
retorció, presa de una ira asesina. Ese<br />
tiempo bastó a Alric, que se levantó con<br />
agilidad y lanzó el hacha en un poderoso<br />
tajo ascendente, que abrió en canal a<br />
su enemigo.<br />
La colosal pelea me había distraído<br />
del resto de la batalla. Los bárbaros,<br />
tanto hombres como mujeres, se habían<br />
pertrechado ya con sus armas, y se lanzaban<br />
en carrera hacia Brewersen y hacia<br />
mí. Una lluvia de pivotes con punta<br />
de acero les recibió por mi parte. Los<br />
proyectiles surcaban el cielo, hincándose<br />
en sus extremidades y en sus rostros,<br />
perforando pulmones y órganos vitales.<br />
Cuando hube matado a más de media<br />
docena, los supervivientes se lo pensaron<br />
mejor y comenzaron a buscar cobertura.<br />
En el centro del poblado, junto a<br />
Ricardo Castillo - EL MERCENARIO<br />
los postes, Alric estaba inmerso en su<br />
baile de muerte. El hacha de doble filo<br />
mataba indiscriminadamente, amputando<br />
manos, piernas y cabezas, abriendo<br />
profundas heridas en la carne, segando<br />
la vida de todos aquellos que osaban<br />
enfrentarse al furibundo mercenario.<br />
Mis enemigos seguían acercándose,<br />
así que reanudé mi tarea. Un frío me<br />
atenazó el estómago cuando, al llevar la<br />
mano a la espalda, no encontré ninguna<br />
flecha. Había vaciado el carcaj y no<br />
había recuperado ni un solo proyectil.<br />
A parte del arco, mis únicas armas eran<br />
una hachuela de cortar madera y un pequeño<br />
cuchillo de caza. Aquello sólo me<br />
dejaba una salida posible y satisfactoria:<br />
atravesar corriendo la tribu y unirme a<br />
Brewersen en su vorágine destructiva,<br />
abriéndome paso por el camino con lo<br />
que tenía.<br />
Coloqué el arco a mi espalda y, poniéndome<br />
en pie, empuñé mis armas.<br />
Quizás fue mi instinto de supervivencia<br />
el que me avisó, pero lo cierto es que<br />
me giré bruscamente para encarar a dos<br />
bárbaros que me atacaban por la espalda.<br />
El fragor de la contienda, que sin<br />
duda era lo que les había alertado, me<br />
había hecho olvidar por completo a los<br />
dos centinelas de la entrada. El primero<br />
en llegar trató de ensartarme con su lanza,<br />
la cual desvié por los pelos con mi<br />
hachuela. Sin darle una segunda oportunidad,<br />
proyecté una cuchillada desde<br />
abajo hacia su mandíbula. El arma<br />
penetró con facilidad, y probablemente<br />
le llegó al cerebro, pues quedó muerto<br />
al instante. Me deshice como pude del<br />
cuerpo inerte y planté cara al segundo<br />
centinela, que barría la distancia entre<br />
los dos con feroces mandoblazos.<br />
Me eché para atrás con dos barridos<br />
55
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
56<br />
consecutivos, y en el espacio de tiempo<br />
que tardó en recomponer su postura,<br />
me abalancé sobre él, pegándome a sus<br />
brazos y bloqueándole la posibilidad<br />
de alcanzarme con la espada. Esa maniobra<br />
le pilló desprevenido, y no pudo<br />
hacer nada mientras yo hundía el cuchillo<br />
en sus tripas y la hachuela en su garganta.<br />
Me llamó la atención comprobar<br />
que sus ojos volvían a ser normales, no<br />
tenían ya señal de la neblina blanca.<br />
Liberando mis armas de un tirón antes<br />
de que el cadáver las arrastrara en su<br />
caída, me deslicé pendiente abajo en mi<br />
carrera desesperada por llegar hasta Alric.<br />
Éste mantenía a los bárbaros a distancia<br />
con la poderosa hoja del hacha.<br />
Cuando uno trataba de acercarse, no<br />
tardaba en encontrar la muerte a manos<br />
del mercenario.<br />
Varios boriberg me cerraron al paso,<br />
pero yo era mucho más ágil y ligero,<br />
y les evitaba con facilidad, rodando<br />
por el suelo y desjarretando con precisos<br />
golpes de cuchillo a sus tendones.<br />
Brewersen me vio venir e hizo un hueco<br />
en el círculo de enemigos que le rodeaban,<br />
embistiendo de forma inesperada<br />
contra ellos. Una vez juntos, luchando<br />
espalda contra espalda, hicimos frente<br />
al mermado poblado montaraz. Alric<br />
daba hachazos a diestro y siniestro,<br />
mientras yo fintaba y acuchillaba sin<br />
parar. A pesar de la masacre, el ánimo<br />
de los enemigos no decayó, y, hasta que<br />
no hubimos acabado con el último de<br />
ellos, la batalla no terminó.<br />
Mis músculos estaban agarrotados<br />
por el esfuerzo, apenas me veía capaz<br />
de alzar las armas una vez más. Tenía<br />
varias heridas menores y un corte por<br />
encima de la ceja que me llenaba la cara<br />
de sangre, pero por lo demás estaba<br />
indemne. Alric sangraba profusamente<br />
por un tajo del hombro y otro en la<br />
pierna, pero, aparte de eso y del enorme<br />
hematoma morado de su frente, no parecía<br />
mal herido.<br />
Mientras yo me tambaleaba por el poblado,<br />
rematando enemigos y recogiendo<br />
mis flechas del suelo y de los cuerpos,<br />
Brewersen registró las casuchas<br />
y las cuevas, en busca de sus armas y<br />
de posibles prisioneros. Al pasar por la<br />
zona de los postes de sacrificio, reconocí<br />
en el medio cadáver colgante al hombre<br />
raptado por los boriberg en la última incursión<br />
a Norringe. Corté sus ataduras<br />
y decidí enterrarlo, para que al menos<br />
pudiera alcanzar la casa de los dioses<br />
con algo de dignidad. En esa tarea me<br />
encontraba enfrascado cuando salió Alric<br />
de una de las cuevas, pertrechado<br />
con sus armas y su capa.<br />
- Ya sabemos lo que hacían con los<br />
cautivos –me dijo, haciendo un gesto<br />
con la cabeza al cuerpo del coloso caído-.<br />
Las grutas no son muy profundas.<br />
Allí dentro no queda nadie vivo. Tampoco<br />
hay nada de interés, sólo he visto<br />
huesos y esas extrañas pinturas.<br />
- ¿Alguna pista del extraño visitante?<br />
- Nada, ese rarito no nos ha dejado<br />
ningún recuerdo. Se esfumó en cuanto<br />
me tuvieron prisionero.<br />
- Yo lo vi salir. Estaba encaramado a<br />
un árbol, a la espera de ver qué hacían<br />
los boriberg, cuando se marchó ladera<br />
abajo…<br />
- Ya me lo contarás por el camino –me<br />
miró ceñudo-. Y también hablaremos<br />
de tu heroica huida.<br />
- Estamos vivos, ¿no?<br />
III<br />
Partimos de vuelta a Norringe sin
perder un minuto, dejando a nuestra<br />
espalda una nube negra de humo nacida<br />
del fuego que consumía Bergen.<br />
Por el camino le conté el siniestro comportamiento<br />
del ser sin luz. Intercambiamos<br />
suposiciones sobre la posible<br />
relación entre éste, la neblina de ojos y<br />
la ausencia de dolor de los bárbaros. Él<br />
me comentó que el cabecilla boriberg,<br />
después de sacarle de la inconsciencia<br />
a base de tortazos, le acusó de atacar a<br />
la tribu durante un trance divino, y le<br />
condenó a ser devorado por el “elegido<br />
de los dioses”, que sin duda se trataba<br />
del gigantón animal que casi lo aplasta.<br />
Con una teoría más o menos sólida, llegamos<br />
a mi pueblo.<br />
Allí tuvimos que relatar nuestra<br />
aventura durante el festín de la noche,<br />
y hubo risas y horror a partes iguales.<br />
Procuramos quitar un poco de dramatismo<br />
a la inquietante figura negra,<br />
para no alterar demasiado el sueño de<br />
la gente. La versión completa, incluidas<br />
nuestras conclusiones, se la contamos<br />
a parte al consejo de notables, formado<br />
por jefe del pueblo y a los ancianos, que<br />
fruncieron ceños y se miraron preocupados.<br />
Al día siguiente, tras un sueño de doce<br />
horas, el consejo me ordenó acompañar<br />
a Alric de vuelta a Ramnusfel para justificar<br />
ante la Alta Cástor el cumplimiento<br />
de las obligaciones de Brewersen, así<br />
como para informar de lo acontecido,<br />
del ser sin luz y de la preocupación de<br />
los habitantes de Norringe. Reabastecí<br />
mi carcaj con flechas recién hechas y me<br />
hice con un morral que llené de provisiones<br />
y algo de oro para el camino de<br />
vuelta. La ida no sería problema, ya que<br />
usaríamos una de las balsas que utilizamos<br />
para guiar grandes cantidades de<br />
Ricardo Castillo - EL MERCENARIO<br />
troncos río abajo. En poco tiempo, y<br />
sin esfuerzo, llegaríamos a la capital.<br />
Pero la vuelta tenía que hacerla a pie,<br />
siguiendo el curso del río, y eso me llevaría<br />
algo más de tiempo.<br />
El pueblo entero salió a despedirnos,<br />
y los notables nos rindieron honores de<br />
héroes. El trayecto lo hicimos sin mayor<br />
complicación, disfrutando del paisaje y<br />
del río. Alric aprovechó para contarme<br />
algunas de sus aventuras, y yo por mi<br />
parte alabé la serenidad de la vida en<br />
la montaña. O al menos así había sido<br />
hasta ahora.<br />
IV<br />
En la capital perdí dos días, pues Aldercy,<br />
la gobernante de Ramnusfel, tardó<br />
en concedernos la audiencia. Cada<br />
uno relató su versión en presencia de<br />
la Alta Cástor y sus consejeros, que se<br />
asombraron y alarmaron en los momentos<br />
adecuados. Cuando terminamos,<br />
alabaron nuestra valentía y cumplieron<br />
con el trato, dando a Alric su merecida<br />
recompensa. A mí me despidieron con<br />
promesas de poner en manos de sus<br />
mejores investigadores aquella extraña<br />
aparición. Jamás se me olvidará la forma<br />
en que Alric me habló al salir del<br />
palacio. Sonaba como si cargara a sus<br />
espaldas con todo el peso del mundo.<br />
- No te entusiasmes, muchacho. Anotarán<br />
tu caso y lo archivarán en el olvido,<br />
nunca volverás a saber nada de<br />
investigadores o expertos de Ramnusfel<br />
–suspiró-. Así es como esto funciona<br />
para ellos.<br />
Las palabras de Brewersen me provocaron<br />
una profunda sensación de malestar.<br />
Sin ningún tipo de aspavientos,<br />
con una simple inclinación de cabeza y<br />
un “Suerte en tu camino, hasta la vista”;<br />
57
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
58<br />
dejé al mercenario frente a la puerta de<br />
una taberna y emprendí el camino a<br />
casa.<br />
V<br />
El trayecto de vuelta fue una ocasión<br />
perfecta para reflexionar, practicar con<br />
el arco y disfrutar del silencio y la tranquilidad<br />
del bosque. Las vías que llevaban<br />
hasta Norringe trazaban una curva,<br />
aprovechando para pasar por otras poblaciones<br />
cercanas. Es por ello que, al<br />
coger la ruta del río, estaba seguro de<br />
que iría prácticamente solo.<br />
Efectivamente, así fue, y no me crucé<br />
con un alma en todo el viaje. Sabiendo<br />
que aquello era una ocasión fuera de lo<br />
normal y que no encontraría otra oportunidad<br />
durante el desempeño de mis<br />
labores diarias, me permití el lujo de retrasarme<br />
algo más. No fue mucho, pero<br />
sí fue suficiente.<br />
Supe que algo no iba bien a una media<br />
hora de Norringe. Desde donde<br />
yo estaba podía verse una columna de<br />
humo tan negra como la que habíamos<br />
provocado en Bergen, y salía justo de<br />
donde se suponía que estaba el pueblo.<br />
Apreté a correr, con la sangre golpeándome<br />
en las sienes. El olor a quemado<br />
inundaba mis pulmones, y a cada paso<br />
se volvía más intenso. Cuando estuve<br />
aún más cerca, el ambiente se empezó<br />
a llenar de ceniza y minúsculas brasas<br />
incandescentes. Al poco tiempo alcancé<br />
a oír el crepitar de las llamas.<br />
Norringe ardía. No era un incendio<br />
inicial, ni tampoco parcial; el pueblo<br />
entero se consumía hasta los cimientos<br />
inundado por un fuego absoluto. Todo<br />
estaba envuelto en llamas, nada se había<br />
salvado. En mitad de las calles se<br />
veían cuerpos humanos que parecían<br />
antorchas gigantescas. El calor era sofocante<br />
y el humo me producía ahogo.<br />
Era como ver el infierno.<br />
Recuperando un poco la cordura,<br />
me alejé de Norringe en busca de aire<br />
fresco. Cuando pude volver a respirar<br />
sin toser, lejos ya del incendio, me dejé<br />
caer en el suelo, abandonándome a ese<br />
pozo negro que es la desesperación. Allí<br />
perdí el sentido del tiempo y del espacio,<br />
creo que incluso llegué a quedarme<br />
dormido. Volví a ser consciente de mí<br />
alrededor cuando el fuego desapareció.<br />
Retorné al pueblo para ver el resultado.<br />
Sólo quedaban rescoldos y humo, restos<br />
ennegrecidos y cadáveres calcinados.<br />
Como un fantasma, vagué entre las ruinas,<br />
con la vista flotando de un lado a<br />
otro sin ver nada. Hubo un destello de<br />
lucidez que me advirtió de lo raro que<br />
resultaba la repentina extinción del fuego,<br />
pero aparté ese pensamiento porque<br />
no me importaba lo más mínimo.<br />
Me senté enfrente de la Sala de los Notables,<br />
de la cual no quedaban más que<br />
unas cuantas vigas. Mi mente regresó<br />
para tomar las riendas y se puso a hacer<br />
su trabajo. “¿Qué ha pasado aquí?<br />
¿Quién ha podido hacer esto? ¿Qué voy<br />
a hacer ahora?”. Una tras otra las posibles<br />
respuestas cruzaban por mi cabeza.<br />
Me llevó un rato, pero al final tomé una<br />
decisión.<br />
Lo primero que hice fue intentar<br />
adentrarme en las ruinas de la Sala.<br />
Escondido bajo el suelo, se hallaba un<br />
cofre pequeño con el oro del pueblo, el<br />
que se recaudaba entre los habitantes y<br />
se usaba para fines comunes. Por fortuna,<br />
pude recuperarlo sin dificultad.<br />
Estaba bien protegido y a resguardo,<br />
así que el fuego apenas le había causado<br />
daño. El interior estaba repleto de
monedas de oro y alguna que otra joya.<br />
Era una pequeña fortuna. Lo cerré lo<br />
mejor que pude y lo guardé en mi morral.<br />
Lo siguiente fue examinar los alrededores<br />
del pueblo. Tenía la sospecha de<br />
que sabía quién había sido el culpable.<br />
Se vio confirmado cuando encontré un<br />
rastro que llegaba y otro que se iba en<br />
dirección sur, una especie de senda de<br />
nieve quemada. Maldije en voz baja,<br />
jurando que no descansaría hasta que<br />
diera con aquel maldito ser y le hiciera<br />
pagar por aquello.<br />
Por último, cogí una de las balsas del<br />
río, que no habían sido alcanzadas por<br />
el fuego, y me dejé llevar por la corriente<br />
hacia Ramnusfel.<br />
VI<br />
Alric Brewersen estaba enzarzado en<br />
una pelea. Lo encontré en la misma taberna<br />
que lo había dejado, sólo que ahora<br />
olía a alcohol y tenía los ojos enrojecidos.<br />
Agarraba al otro por la pechera,<br />
zarandeándolo entre voz y voz.<br />
El mercenario se detuvo al verme llegar,<br />
mirándome de hito en hito.<br />
- ¿Qué haces tú aquí?<br />
- Tengo que hablar contigo, Brewersen.<br />
Es urgente.<br />
- Dame un momento, muchacho, en<br />
seguida estoy contigo.<br />
Y, con último zarandeo, atizó un puñetazo<br />
al hombre, tumbándole sobre la<br />
mesa.<br />
- Vamos arriba.<br />
Una vez en su habitación, Alric, que<br />
iba desarmado, se sentó sobre la cama,<br />
dejándome a mí la única silla. Le conté<br />
lo que me había encontrado al llegar<br />
a Norringe, el fuego, los cadáveres y el<br />
rastro del ser sin luz. El ceño de Brewer-<br />
Ricardo Castillo - EL MERCENARIO<br />
sen se fruncía según avanzaba mi relato,<br />
prestándome cada vez más atención.<br />
Cuando acabé, eché mano del morral<br />
y puse el cofre sobre la mesa. Antes de<br />
que el mercenario pudiera decir nada,<br />
seguí hablando.<br />
- Alric, he venido hasta aquí con un<br />
solo objetivo. Quiero contratarte. En este<br />
cofre se encuentra el dinero que el pueblo<br />
de Norringe ha ido ahorrando a lo<br />
largo de los años para situaciones como<br />
esta –abrí la tapa y le mostré el interior-.<br />
Es una pequeña fortuna. Lo único que<br />
quiero es que me ayudes a encontrar a<br />
esa maldita criatura. Ni siquiera te pido<br />
que la mates, únicamente que me acompañes<br />
tras su pista, en dirección al sur.<br />
Tú conoces mejor que yo el mundo, y<br />
necesito alguien que me guíe. ¿Qué me<br />
dices? ¿Te interesa?<br />
Brewersen miró el contenido del cofre,<br />
y después me miró a mí. Se pasó la<br />
mano por la barba un par de veces. Luego<br />
suspiró, negó con la cabeza y, alargando<br />
el brazo, cerró el arca.<br />
- Guárdate eso, chaval –extendí mis<br />
manos en señal de suplica y balbuceé<br />
una queja, pero Alric me cortó en seco,<br />
haciendo un ademán para que me callara-.<br />
Una venganza es muy peligrosa.<br />
-Se levantó de la cama y, echando mano<br />
de la espada y el cinturón, que colgaban<br />
de un clavo en la pared, se dirigió hacia<br />
el armario que contenía sus pertrechos-.<br />
Así que conserva el dinero, lo necesitaremos<br />
por el camino. Encontraremos a<br />
esa sabandija de negro y le enseñarás<br />
a meterse el fuego por donde le quepa.<br />
Prepárate, salimos en una hora.<br />
Y de esta forma dieron comienzo<br />
mis famosas aventuras al lado de Alric<br />
Brewersen.<br />
59
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
60<br />
Gordo, bajito y duro... GG seguro<br />
Laskmi es una supérheroe muy especial. No sólo por sus habilidades, sino<br />
también por sus enemigos, que a más de uno les resultarán conocidos...<br />
por Galocha<br />
Laskmi era una superhéroe en crisis,<br />
que tras haber estado velando por la<br />
Tierra durante años en las misiones más<br />
secretas y espeluznantes que una mente<br />
humana pueda llegar a imaginar, ahora<br />
era una enviada especial. Pronto entenderéis<br />
que Laskmi no era una superhéroe<br />
al uso: tiene unas cualidades que le<br />
hacen única e inimitable.<br />
La mañana era fría pero lucía el sol.<br />
Laskmi acababa de preparar su desayuno<br />
especial, tortitas de achicoria con<br />
mermelada de pesto (receta original de<br />
su planeta natal, Witland) y se disponía<br />
a comerlo cuando recibió una comunicación<br />
urgente en su Gipod 6 que decía<br />
así: Abre bien los ojos Laskmi, os visitan los<br />
Gengibres y no sabemos con qué intención.<br />
Terminó el desayuno más rapida-<br />
mente de lo que le hubiera gustado<br />
mientras pensaba que debía estar preparada<br />
para cualquier cosa, su intervención<br />
podía ser en cualquier momento<br />
y en cualquier lugar. “Nunca se sabe<br />
cuando te puedes encontrar un Gengibre”<br />
(de ahora en adelante un GG) pensó.<br />
Laskmi se estaba poniendo el traje de<br />
superhéroe cuando se dió cuenta que…<br />
¡Había engordado! “No puede ser”, repetía<br />
una y otra vez para sus adentros.<br />
“Me he pasado con las tortitas de achicoria,<br />
y ahora lo voy a lamentar pero<br />
bien, ya que no me queda más remedio<br />
que ir a buscar una braga-faja, es horrible<br />
y además nunca las encuentro en colores<br />
bonitos, ¡mierda!”.<br />
Laskmi, nuestra superhéroe, era una<br />
chica atractiva, pero su precioso cuerpo<br />
de curvas pronunciadas se había vuelto
un poco de campana, las caderas le habían<br />
crecido mucho en proporción con<br />
su pecho y cintura. En su planeta eso<br />
era signo de madurez, pero en la tierra<br />
eso era signo de dejadez. Laskmi no<br />
quería ni por asomo llamar la atención,<br />
por lo tanto no podía permitirse el lujo<br />
de tener un pandero tan grande. Pensó<br />
que de momento iría a comprar una<br />
braga-faja y que esa misma tarde haría<br />
un plan de acción en el que reduciría<br />
sus porciones de ingesta alimentaria.<br />
“Esto no me hubiera pasado en Witland,<br />
allí no tenemos azucares refinados,<br />
esos que acaban alegrando el toque<br />
final de cualquier comida dulce. Además<br />
mi cuerpo no está preparado para<br />
ingerir y digerir alimentos humanoides.<br />
Tendré que volver a mi dieta Tukan”.<br />
La dieta Tukan era muy famosa en<br />
Witland y consistía en comerse todos<br />
los días un tukán que tenías que cazar<br />
tu mismo a la carrera, sin más ayuda<br />
que tus manos y tus pies. Esta carrera<br />
les resultaba tan divertida que ya se habían<br />
propuesto hacerla deporte mundial<br />
en Witland.<br />
Vestida con un discreto chándal de<br />
felpa azul marino, unas deportivas<br />
blancas de última generación y un bolso<br />
Pango de sport blanco a juego con las<br />
deportivas, Laskmi se dispuso a salir a<br />
comprar su braga-faja para poderse embutir<br />
en su traje de superhéroe. Había<br />
elegido el chándal como modelito para<br />
salir porque lo mismo tenía que volver<br />
a la carrera, ya que el mensaje lo ponía<br />
claro: Ya están aquí los Gengibres, y eso<br />
significaba que en cualquier momento<br />
podía pasar lo peor.<br />
Una vez estaba en el hipermercado<br />
decidió parar sólo un momento a mirar<br />
en el pasillo de Lowfat, a ver si encon-<br />
Galocha - GORDO, BAJITO Y DURO... GG SEGURO<br />
traba algo que pudiera ayudarle a rebajar<br />
un par de culones (medida del peso<br />
en Witland que equivale a 4Kg). Fue<br />
en este pasillo, mientras miraba unas<br />
tortitas a base de arroz deshidratado<br />
que intentaría cambiar por sus tortitas<br />
de achicoria, cuando vio pasar a un señor<br />
gordito, bajito y calvo que llamó su<br />
atención. “Creo que estoy al lado de un<br />
GG”.<br />
Se dispararon todas sus alarmas internas<br />
y además se maldecía por no haberse<br />
podido poner su traje de superhéroe.<br />
“Tranquilidad, tranquilidad”.<br />
Hacía tanto tiempo que no tenía una<br />
misión que estaba muy nerviosa. Se repetía<br />
así misma: “no pierdas la calma,<br />
no pierdas la calma y sigue el protocolo”.<br />
Repasó mentalmente la lección:<br />
¿Cómo reconocer a un GG que se ha<br />
convertido en humanoide?<br />
• Apariencia similar a la de un tonel<br />
con patas.<br />
• Estatura media entre 3 y 3 palmos y<br />
medio (un palmo en Witland equivalen<br />
a unos 50cm).<br />
• Calvos.<br />
• Vestigio de cola.<br />
• Piel clara.<br />
• Extremidades ligeramente más largas<br />
de lo que cabe esperar a su cuerpo.<br />
• Manos ligeramente más delgadas<br />
de lo que cabe esperar para su peso.<br />
Laskmi había confirmado todo, salvo<br />
el vestigio de cola. Era necesario hacerlo<br />
y se puso disimuladamente a seguir al<br />
señor que podía ser un GG, y cuya cara<br />
además le era conocida.Echó un vistazo<br />
rápido a su carrito de la compra y pensó:<br />
“¡Ajá! Lleva como cuatro bolsas de<br />
61
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
62<br />
ensaladas, y está en el pasillo de Lowfat,<br />
eso significa que acaba de llegar a la tierra<br />
e intenta integrarse perdiendo unos<br />
culones”.<br />
En ese momento Laskmi recordó un<br />
dicho de Witland que decía: “Gordo,<br />
bajito y duro… Gengibre seguro”.<br />
Laskmi era tan descarada mirando<br />
que el GG la vio, ésta se giro bruscamente<br />
para disimular y agarró unas<br />
barritas hiperprotéicas con cara de entusiasmo.<br />
Por los nervios, se puso a leer<br />
la información nutricional y se olvidó<br />
de su misión. “¡Mierda! Otra vez me ha<br />
vuelto a pasar, lo he perdido de vista.<br />
Piensa, piensa dónde ha podido ir”.<br />
Laskmi sabía por experiencia que<br />
uno de los errores más comunes de humanos<br />
y visitantes era intentar adelgazar<br />
comiendo ensaladas con los mejores<br />
aderezos y salsas, por lo tanto...<br />
¡Voila, ahí estaba el GG en el pasillo<br />
de las salsas! Ojeaba una salsa césar que<br />
no tardó en echar al carrito de la compra.<br />
La salsa de yogurt, salsa de 3 quesos<br />
y la salsa tártara fueron también elegidas<br />
y depositadas en el carrito.<br />
“Ya lo tengo localizado”, pensó. Ahora<br />
comprobaría si tenía un vestigio de<br />
cola y podría comunicar que tenía localizado<br />
un GG.<br />
Mientras Laskmi seguía pensando<br />
cómo acercarse al GG para comprobar<br />
si realmente lo era, decidió ir a buscar<br />
con urgencia su braga-faja. A cada segundo<br />
que pasaba sabía que era más<br />
urgente tenerla ya en su poder. Sabía<br />
que si regresaba al pasillo de las salsas<br />
y allí no estaba el GG, sólo tenía que ir<br />
dos pasillos más adelante, al de las cervezas,<br />
y seguro que se encontraría allí.<br />
Los GG también eran muy conocidos<br />
en el espacio exterior por llevar sus sen-<br />
tidos al límite embriagándose con la bebida<br />
de los dioses. Un caldo amarillento<br />
con un alto contenido en alcohol y de<br />
fabricación similar a la cerveza, lo único<br />
que su elaboración casera era con una<br />
base de jengibre.<br />
Laskmi corrió por los pasillos en busca<br />
de su braga-faja. Cuando llegó hasta<br />
ellas, de su talla sólo tenían el color<br />
“chocho mona” (camel) que tanto odiaba.<br />
“Qué remedio”. ¡Al carrito! Y salió<br />
corriendo al pasillo de las cervezas.<br />
Pensó que si hacía como que estaba mirando<br />
alguna cerveza del estante inferior,<br />
cuando el GG llegara, no dudaría<br />
de ella y no se pondría en alarma.<br />
Recordó cómo descubrió en la última<br />
misión de los GG: Cabezas Rapadas,<br />
el vestigio de cola. De esta misión hacía<br />
ya varios años. Enviaron a la tierra<br />
a cinco GG con el objetivo de integrarse<br />
entre los humanos y seducir a diez<br />
mujeres cada uno. Estas mujeres tenían<br />
que tener el pelo largo y sano. Una vez<br />
que las enamoraban y seducían, tenían<br />
que obtener sus pelos, cortados de raíz,<br />
cuando la mujer estaba profundamente<br />
dormida, para que el pelo no sufriera.<br />
Pelo que les serviría para tejer unas<br />
máscaras especiales que utilizaban los<br />
guerreros del cuerpo a cuerpo. Esta misión<br />
fue desarticulada cuando cuatro<br />
mujeres habían perdido toda su cabellera.<br />
“Llegamos tarde…”, pero ahora no<br />
se podía permitir que nadie sufriera, y<br />
tenía que actuar.<br />
Vio como se aproximaba, se puso de<br />
pie y esperó a que estuviera más cerca,<br />
parado, mirando y comparando<br />
varias cervezas. Se puso justo detrás<br />
disimulando, mirando los ingredientes<br />
de un refresco bajo en azúcares y<br />
dio un paso atrás para intentar que su
trasero golpeara al del GG. Tenía que<br />
sentir su vestigio de cola, si lo tenía.<br />
Pero… fue lenta, tremendamente lenta.<br />
Tan lenta que cayó de culo en medio del<br />
pasillo. Del GG no había ni rastro.<br />
Se levantó avergonzada y con el verde<br />
subido (en Witland la gente no se<br />
pone roja, se pone verde cuando tienen<br />
vergüenza). Se dispuso nuevamente a<br />
buscar al GG. Por la distribución de los<br />
pasillos, lo siguiente que haría sería ir<br />
a comprar algún perfume o colonia que<br />
hiciera de su olor algo más terrenal.<br />
Mientras se dirigía al pasillo de Perfumería<br />
y aseo personal, recordó que<br />
llevaba en el bolso sus gafas especiales<br />
de cuarta dimensión y decidió ponérselas.<br />
Ahora sí que veía bien. “Qué diferencia”,<br />
pensó.<br />
Hacía meses que tenía sólo una visión<br />
bidimensional, ya que sus globos oculares<br />
originales no estaban preparados<br />
para nuestra atmósfera. Les hacían un<br />
implante antes de enviarlos al planeta<br />
tierra, pero estaban perfeccionando los<br />
globos oculares para ver en 3D: “Ocularis<br />
3.0”, y ella, por desgracia, tenía unos<br />
con los que veía en 2D (Ocularis 2.0).<br />
Para que os hagáis una idea, ella veía la<br />
vida como si estuviera en una pantalla<br />
de videojuego del tipo SupeLarioBros,<br />
o como se conoce: “pantalla muñequito<br />
pa´lante”.<br />
La solución era usar unas lentillas o<br />
gafas cuarta Dimensión. Hacía tiempo<br />
que había perdido sus lentillas, en una<br />
desafortunada noche de fiesta en Ibiza.<br />
Pero esta historia os la contaremos otro<br />
día. Ahora sólo le quedaban sus gafas,<br />
gafas que no se ponía porque le hacían<br />
fea, y si algo era nuestra superhéroe era<br />
coqueta. Las gafas que tenía que usar<br />
eran similares a las que ponen en la óp-<br />
Galocha - GORDO, BAJITO Y DURO... GG SEGURO<br />
tica cuando gradúan la vista. Un mazacote<br />
de hierros y lentes conjugadas,<br />
que entierra los ojos como si fueran dos<br />
chinchetas bien apretadas. Gafas nada<br />
discretas, nada favorecedoras. Pero era<br />
una urgencia y necesitaba todos sus poderes<br />
activos, ya que no tenía su traje.<br />
Estaba dispuesta a dar solución al<br />
caso que le mantenía en vilo toda la mañana<br />
y, como el ave fénix que renace de<br />
sus cenizas, ella renació con sus gafas en<br />
el pasillo de higiene íntima femenina.<br />
Corrió por todos los pasillos lo más<br />
rápido que pudo, que la verdad no era<br />
mucho. Y llegó nuevamente al pasillo<br />
de los perfumes. Tropezó con un stand<br />
de lanzamiento del nuevo perfume de<br />
la cantante Lakira y casi lo tiró todo; se<br />
volvió y sujeto varios frascos que iban<br />
derechos al suelo. “Uff, por poco”, pensó<br />
Laskmi.<br />
Se olvidaba que la visión con sus gafas<br />
era tan desarrollada que ejercían un<br />
cambio en el modo de ver el espacio entre<br />
objetos, y que, por tanto, sus torpes<br />
movimientos se podían volver más torpes<br />
con el uso de este instrumento. En<br />
una situación normal hubiera decidido<br />
no llevarlas, pero no era el caso.<br />
El GG se había desplazado por los<br />
pasillos. Laskmi tenía que situarlo, para<br />
ello no tuvo más que dar un giro de 180º<br />
cuando percibió a modo de holograma<br />
su silueta y su temperatura corporal en<br />
el pasillo de los congelados.<br />
Laskmi corrió a su encuentro, con tan<br />
mala suerte que, cuando llegó al pasillo,<br />
resbaló cayendo dentro del congelador<br />
de la sección de verduras. Como si de<br />
un parque de bolas se tratará, allí estaba<br />
Laskmi rodeada de bolsas de guisantes<br />
congelados. Se incorporó dentro del<br />
congelador y miró tímidamente al exte-<br />
63
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
64<br />
rior, tal y como lo hubiera hecho el inspector<br />
Gadget. Parecía que nadie se había<br />
dado cuenta, ni siquiera el GG.<br />
Salió de un salto ¡ale hop! y se sacudió<br />
el chándal disimuladamente.<br />
Otra vez había vuelto a perderle, y<br />
según sus cálculos tenía que estar a<br />
punto de abandonar el supermercado.<br />
Pero aún no había comprado la Lorcilla,<br />
y cualquier GG la compraría sin duda.<br />
Así que se fue al pasillo de Breakfast<br />
& Basket Lunch… y, justo donde esperaba,<br />
el GG tenía en la mano el nuevo<br />
formato de Lorcilla de un kilogramo<br />
Black&White. “Eres mío”, pensó Laskmi<br />
y, ni corta ni perezosa, cogió un bote<br />
y lo metió en su carrito. También pensó<br />
“Eres mío GG”. Quería detenerlo ella si<br />
confirmaba su identidad.<br />
Estaba el GG llegando a la caja para<br />
pagar la compra cuando se entretuvo<br />
en el stand de cabecera; había una oferta<br />
de chicles que cautivó su atención. El<br />
eslogan decía: Los más refrescantes. Laskmi<br />
se acercó a él por la espalda y llevó<br />
a cabo su plan de última hora. Estaba<br />
viendo el stand de los CD de música,<br />
que, como no era muy frecuentado, tenía<br />
bastante polvo. Entonces ella pasó<br />
la mano a modo de paño, iba a manchar<br />
al señor para luego darle unos azotes<br />
en el trasero y comprobar directamente<br />
si tenía o no el vestigio de cola. Como<br />
madre sacudiendo a un niño pequeño<br />
que acaba de salir de un arenal, Laskmi<br />
empezó a darle azotes al GG…<br />
- ¡Ay, cómo te has puesto! Madre mía,<br />
¿pero donde se ha arrimado usted? -zas,<br />
zas…<br />
El GG se dio la vuelta entre incrédulo<br />
y asustado. Laskmi, que había dejado<br />
su súperpistola preparada, empezó<br />
a “verderizarse” (ruborizarse), cuando<br />
notó la ausencia de cola. Pero lo que de<br />
ninguna forma se esperaba era que el,<br />
hasta ahora, GG era el Sr. Segura, de<br />
nombre Santiago, su vecino del 3º. Éste,<br />
que no daba crédito a la situación, se<br />
volvió y dijo:<br />
- Pero Gregoria, si eres tú, ¿verdad?<br />
¿Qué haces con ese artilugio en el careto?<br />
-la peña está fatal, pensó el Sr. Segura-.<br />
No se preocupe Gregoria, me habré<br />
apoyado en algún stand que estaría sucio,<br />
ya me sacudo yo en casa. Gracias,<br />
¿eh?<br />
El Sr. Segura soltó los chicles, anduvo<br />
un poco con el carro, se giró hacia su<br />
vecina, sacudió la cabeza con desaprobación<br />
y se dispuso a pagar su compra<br />
para abandonar el local.<br />
Nuestra superhéroe abatida por su<br />
vago intento y su torpeza de encontrar<br />
a un GG, decidió acabar de hacer la<br />
compra, y diez minutos después estaba<br />
también en la caja pagando. Finalmente<br />
llevaba la braga-faja y otra prenda que<br />
había encontrado en rebajas, y que estaba<br />
muy de moda: la batamanta.<br />
En el camino de vuelta a casa, Laskmi,<br />
nuestra superhéroe particular, iba<br />
un tanto afligida, pensativa y distraída.<br />
Pensaba en llegar, darse una buena ducha<br />
de agua fría y embutirse en la braga-faja<br />
y el traje de superhéroe, ya que<br />
tenía que estar atenta. “Tengo que estar<br />
atenta, tengo que estar atenta…” ¡Plom!<br />
- Perdona, iba distraída y he tropezado<br />
contigo -miró al individuo y éste le<br />
devolvió la mirada con una sonrisa que<br />
esbozaba dos hoyuelos en sus mejillas<br />
rechonchas. Laskmi se aventuró a entonar-.<br />
Peche, cacao, aleyana y azuca…<br />
- Lor-ci-lla -contestó el individuó siguiendo<br />
la melodía.<br />
Laskmi hizo un movimiento rápido
y, antes de que el individuo se diera<br />
cuenta, le apuntaba con su súperpistola<br />
- Te he pillado maldito cerdo -le<br />
arrastró hasta un callejón que le vino al<br />
pelo, y empezó su interrogatorio-. Ya sé<br />
que eres un Gengibre, me acabas de dar<br />
vuestro mistake. Ahora sólo quiero que<br />
no me hagas perder el tiempo o te borro<br />
la memoria y te convierto en una oruga<br />
gigante.<br />
Empezó el interrogatorio.<br />
- ¿Cuántos sois?<br />
- Estoy yo sólo -Laskmi le apretó lo<br />
que ahora era un testículo hasta explotárselo<br />
y, entonces, le hizo de nuevo la<br />
pregunta.<br />
- ¿Cuántos sois?<br />
- ¡Aaaahhh! ¡Qué dolor! Tienes frío,<br />
¿eh perra? Por eso has comprado una<br />
batamanta.<br />
- ¿Estás seguro que te quieres quedar<br />
sin tu otro testículo? Te lo preguntaré<br />
una última vez, ¿cuántos sois?<br />
- Estoy yo sólo, de verdad, tienes que<br />
creerme - al GG le entró el pánico. Tenía<br />
un sudor frío que erizaba el pelo de<br />
todo el que caminaba por la calle, incluso<br />
de dos manzanas alrededor.<br />
- Seré muy clara -dijo Laskmi-. Si<br />
dudo por un sólo momento que lo que<br />
me estás contestado no es cierto, tendré<br />
que matarte. Lo del testículo ha sido<br />
sólo un aviso para que veas que no me<br />
ando con rodeos.<br />
- Si, señora.<br />
- ¿Cuál era tu misión en la Tierra?<br />
- Hacer un reconocimiento de cuantos<br />
infiltrados había aquí del planeta Witland.<br />
- ¿Venías a por los míos?<br />
- Sí… Pero yo no sabía que tú... -Laskmi<br />
le cortó.<br />
- No tienes que saberlo, GG<br />
Galocha - GORDO, BAJITO Y DURO... GG SEGURO<br />
inútil -Laskmi desprendía una agresividad<br />
que no formaba parte de su personalidad<br />
normal.<br />
- No me mate, tengo mujer y engendros.<br />
Por favor, no me mates, no…<br />
¡Pum!<br />
Laskmi no le mato, sólo alteró uno de<br />
sus cromosomas, el 93, para que ahora<br />
fuera por naturaleza una persona correcta<br />
y amable. Le borró la memoria<br />
y le instauró nuevos recuerdos, todos<br />
ellos terrenales.<br />
El GG ahora se llamaba Alex, le había<br />
convertido en un tipo que hace cine,<br />
que con el tiempo quién sabe si llegaría<br />
a ser famoso. Como si nada hubiera pasado<br />
Laskmi le dijo:<br />
- ¿Está usted bien, señor?<br />
- Hmm… ¿Qué ha pasado? Me duele<br />
la cabeza. ¿Me han golpeado?<br />
- No lo sé, señor…<br />
- Deli Glesia. Alex Deli Glesia.<br />
- Señor Deli Glesia, le he encontrado<br />
aquí tumbado, parecía usted mareado,<br />
¿quiere que le ayude o le pida un taxi?<br />
- Hmm… Creo que me estoy volviendo<br />
a marear.<br />
Laskmi estuvo allí un rato más, llamó<br />
a emergencias y cuando el Sr. Deli Glesia<br />
estaba en buenas manos, se marchó.<br />
Tenía que comunicarse con Witland.<br />
Llegó a casa embriagada por todas<br />
las emociones de la mañana y abrió su<br />
Gipod 6. Mientras se probaba su batamanta,<br />
activó el control de voz del Gipod.<br />
- Conexión urgente –dijo-. Aquí la<br />
agente Laskmi 19011979, GG capturado<br />
y GG convertido. Necesito que paréis el<br />
tiempo un segundo y le deis vida. . Lo<br />
he dejado con el servicio de emergencias<br />
hace siete minutos. Identificación:<br />
Alex Deli Glesia. Un tipo que hace cine.<br />
65
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
66<br />
Buscarle casa, hacerle películas y ofrecerle<br />
contactos y amistades. Integrarlo<br />
y listo.<br />
En lo que tardó en llegar al sofá, recibió<br />
confirmación. Proceso terminado,<br />
Alex integrado.<br />
- Conexión con Dirección. Aquí la<br />
agente Laskmi 19011979, GG capturado,<br />
GG convertido, GG integrado. El<br />
sujeto viajó sólo, su misión era espiarnos.<br />
Quieren quitarnos del medio para<br />
hacerse con la tierra. De momento estamos<br />
a salvo, pero no sabemos cuándo<br />
pueden volver a actuar.<br />
Laskmi, satisfecha por un trabajo bien<br />
hecho, se tumbó en el sofá con su batamanta<br />
y estuvo el resto de la mañana<br />
leyendo la novela Diez negritos, de la genial<br />
Alatha Christie, de la cual intentaba<br />
aprender técnicas de espionaje y resolución<br />
de casos. Pronto, muy pronto, seguro<br />
que la veremos en otra.
Fergus Ferguson<br />
nº2 Lengua de<br />
Plata<br />
por M. C. Catalán<br />
¿Qué tiene Poe en común con un<br />
chico de 25 años del 2012? Ambos<br />
escribieron en la misma revista y,<br />
tras un desafortunado accidente,<br />
Fergus se ve atrapado en la casa victoriana<br />
de la redacción, rodeado de<br />
todos los escritores muertos que participaron<br />
en ella.<br />
Había vuelto a traicionarlo su lengua<br />
de plata. Ese Mr. Hyde que habitaba<br />
en su boca y que luchaba por ser<br />
liberado en momentos de tensión. Sin<br />
avisar ni pedir permiso. Igual que no lo<br />
hizo aquella tarde en que Fergus salía<br />
de trabajar, cansado y nervioso, con la<br />
tensión de su primer encargo doliendo<br />
sobre sus hombros.<br />
Abrumado por el incómodo embotamiento<br />
que sigue a toda jornada de<br />
novato, caminaba con las mejillas al<br />
rojo vivo por las baldosas amarillas de<br />
Southwick Street. Y fueron el agotamiento<br />
o su naturaleza despistada los<br />
responsables de que cruzara aquel semáforo<br />
en verde que le ofrecía la oportunidad<br />
de evitar ese tramo de acera.<br />
Unos metros más adelante, apoyados<br />
sobre uno de los coches que había aparcados<br />
en la calzada y armando todo el<br />
barullo que les permitían sus escasas<br />
M. C. Catalán - FERGUS FERGUSON <strong>Nº2</strong><br />
neuronas, se agrupaban unos cuantos<br />
chavs: la especie de pandilleros endémica<br />
de Londres. Por descontado, a juzgar<br />
por la escasa pelusilla que poblaba sus<br />
facciones y por el buen gusto del coche,<br />
ya sea dicho, aquel viejo Cadillac no era<br />
de su propiedad.<br />
No, Fergus dudaba que aquellos chiquillos<br />
pudieran pagar algo así de sus<br />
propios bolsillos. Aunque el peso de<br />
todo el oro que llevaban encima hubiera<br />
bastado al joven para pagar a su casero<br />
durante, al menos, medio año. Gruesas<br />
y brillantes cadenas colgaban de sus<br />
cuellos; gigantes pendientes de oro y<br />
anillos, desgastados por la zona de los<br />
nudillos. “No quiero preguntarme por<br />
qué”, pensó Fergus.<br />
Continuó caminando, tratando de pasar<br />
inadvertido junto a la fachada del<br />
“Monkey Puzzle”, un concurrido bar de<br />
aquella zona. Aquella gente lo sacaba de<br />
sus casillas. La repulsión que sentía hacia<br />
ellos lo transformaba. El corazón comenzó<br />
a latirle con fuerza y notó como<br />
la sangre se acumulaba en sus mejillas.<br />
67
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
68<br />
Pero no era cuestión de meterse en trifulcas.<br />
No hoy, justo cuando todo empezaba<br />
a salirle a pedir de boca. Agachó<br />
la cabeza y optó por dejar las miradas<br />
despectivas para otro día.<br />
Un par de risas de hiena y un “¡Hey,<br />
bruv!” lo sacaron de sus malintencionados<br />
pensamientos. “Maldito karma…”.<br />
El joven se quedó muy quieto, inmóvil,<br />
respirando muy lentamente, mirada<br />
centrada en una pequeña hoja que bailaba<br />
a ras del suelo, tal y como su terapeuta<br />
le había enseñado –sí, tenía algún<br />
que otro problemilla de autocontrol, entre<br />
otros. Pero nada importante.<br />
Quizá si no se movía, aquel cerebro<br />
de nuez no podría detectar su presencia,<br />
como pasaba con el Tiranosaurio<br />
Rex. ¿Quién sabía el patrón que seguía<br />
la mente de un chav?<br />
Durante un largo minuto no pasó<br />
nada. A Fergus comenzaba a dormírsele<br />
la pierna izquierda y decidió tantear<br />
el terreno. Al girarse hacia su derecha,<br />
reparó en que todo el grupo de pequeños<br />
delincuentes lo observaba con la<br />
ausencia de la inteligencia brillando en<br />
sus bocas abiertas y miradas vacías.<br />
Se plantó ante el más alto, un adolescente<br />
arguellado y medio escondido<br />
por las tres tallas más grandes de su<br />
chándal rojo. Y mirando con cautela al<br />
curioso espécimen, Fergus alzó la palma<br />
de la mano a la altura de los ojos del<br />
muchacho y la movió arriba y abajo, valorando<br />
la capacidad de reacción de la<br />
criatura.<br />
La respuesta tardó más de diez segundos<br />
en llegar –procesador lento y<br />
a punto de sobrecalentarse-, en forma<br />
de un coro de preguntas por parte de la<br />
manada al completo.<br />
“¿Qué hace?”, “¿Qué le pasa?”, “¿Qué<br />
se ha creído?”<br />
- Wanna make somin’ of it?! -gritó<br />
el alto, moviendo mucho las manos<br />
y recolocándose la gorra a cuadros de<br />
Burberry’s, como si se preparara para<br />
algo importante. Fergus pestañeó un<br />
par de veces.<br />
- No te entiendo -contestó muy serio.<br />
Y no mentía. Esa era una de esas cosas<br />
por las que se enervaba con aquella gentuza:<br />
destrozaban su lengua materna<br />
sin ningún miramiento. Y él admiraba<br />
la belleza y la complejidad de su idioma<br />
por encima de todas las cosas.<br />
- Freddy, no te enfades. Creo que es<br />
retrasado -contestó una versión de luchadora<br />
de sumo en tamaño reducido,<br />
mientras toqueteaba sin ningún reparo<br />
al de la gorra.<br />
Dove, que así se llamaba la “ricura”<br />
según las letras de su dorada pulsera,<br />
hablaba como si llevara un calcetín sucio<br />
metido en la boca. Cubierta con lo<br />
poco que daban de sí dos pedazos de<br />
tela barata, la pequeña “anglo bitch”<br />
poseía un sentido de la estética de lo<br />
más sofisticado: pelo liso, rubio y cardado<br />
por arriba, lacio y oscuro por la parte<br />
inferior. Los tirantes del sujetador asomando<br />
bajo una ajustadísima camiseta,<br />
que dejaba al descubierto, pese al frío,<br />
un grotesco vientre que Fergus se negó<br />
a mirar demasiado. La minifalda azul<br />
celeste se confundía con el color amoratado<br />
de unas piernas heladas, cubiertas<br />
sólo en parte por aquellas horribles botas<br />
de pelo negro.<br />
- Míralo –dijo con lo que pretendía ser<br />
una voz seductora-, creo que le gusto.<br />
No se atreve a mirarme. ¡Qué vergonzoso!<br />
Fergus reprimió una carcajada ante el<br />
increíble ego de aquella “preciosidad” y
decidió esperar, en silencio, a ver hacia<br />
dónde le conducía todo aquello.<br />
Dove señaló hacia el bar con la cabeza<br />
mientras uno de los muchachos, el<br />
más canijo y escaso de dientes –Fergus<br />
no sabía si por el proceso de dentición<br />
propio de su corta edad o por la pérdida<br />
prematura, fruto de alguna pelea- se<br />
rió histéricamente mientras golpeaba a<br />
otro de sus colegas, que lucía en su cara<br />
el dibujo de los cardenales.<br />
Freddy se acercó un poco más a Fergus<br />
y le susurró, muy despacio, hablando<br />
en un inglés medianamente comprensible.<br />
- Hey, bruv –era su forma de expresar<br />
su recién forjada amistad-. Mira,<br />
nuestros colegas necesitan un favor. Es<br />
fácil. ¿Ves ese bar? -señaló el “Monkey<br />
Puzzle”- Entras. Compras cuatro cervezas.<br />
Nos las traes. Y todo bien. ¿Eh?<br />
-sonrió con autosuficiencia, con la certeza<br />
del que se sabe tremendamente listo.<br />
Y estaba Fergus pensando en cómo<br />
librarse pacíficamente de aquel tipo<br />
cuando “Sin Dientes” siseó, tirando saliva<br />
como un surtidor:<br />
- ¡Que no te entiende, Freddy! Encima<br />
de retrasado, friki. Mira su mochila.<br />
–apuntó con un dedo la bolsa de Aragorn<br />
que el chico llevaba con orgullo<br />
a su espalda y volvió a romper a reír y<br />
después a toser como si fuera a sacar los<br />
pulmones por la boca.<br />
Al cuerno con el autocontrol. Una<br />
chispa de vida recorrió cada centímetro<br />
de su cuerpo mientras la sonrisa de Fergus<br />
se ensanchaba inmensamente para<br />
dar la bienvenida al pequeño demonio<br />
que habitaba muy adentro.<br />
Sin pronunciar palabra se puso rumbo<br />
al bar. Apenas escuchaba las risas de<br />
fondo de aquellos pobres inútiles, obnu-<br />
M. C. Catalán - FERGUS FERGUSON <strong>Nº2</strong><br />
bilado como estaba por la adrenalina.<br />
¡Cómo había echado de menos esa sensación!<br />
Se aproximó a la barra del local, todavía<br />
no demasiado atestado, y se sentó<br />
con cuidada parsimonia en uno de los<br />
taburetes de madera.<br />
- Cuatro latas de Guiness, por favor.<br />
Mientras el camarero, un hombre<br />
alto y robusto como un vikingo, le traía<br />
la cerveza, se deleitó evocando aquella<br />
bebida oscura, fuerte, espumosa. Su favorita.<br />
Y una de las más caras, también.<br />
Pero, ¡qué demonios! Aquella ocasión<br />
con sus nuevos colegas valía de lejos la<br />
pena.<br />
Cuando tuvo las cuatro latas delante,<br />
bebió una de ellas de un solo trago, notando<br />
cómo calmaba la sed de la larga<br />
jornada. La segunda lata, en realidad,<br />
fue la que le dio el valor.<br />
Guardó los recipientes –incluidos los<br />
dos vacíos- en su mochila y se encaminó<br />
hacia los servicios.<br />
“Hay que ver lo rápida que es la Guiness<br />
llenando vejigas”.<br />
Vació por el retrete las latas que aún<br />
no se había bebido y volvió a completar<br />
las cuatro con un líquido similar a la<br />
cerveza.<br />
Salió del local sonriendo y, siendo<br />
amable con sus nuevos amigos, les ofreció<br />
las bebidas con una elegante inclinación<br />
de cabeza.<br />
- A vuestra salud, bruvs.<br />
“Cara de Croquis” rió como un asno<br />
y el resto se puso a cuchichear cosas en<br />
una lengua incomprensible pero hermosa.<br />
Y es que a Fergus todo le parecía<br />
bonito en aquellos momentos. Hasta la<br />
maldita jerga de barrio.<br />
Quizá hubiera sido ese el momento<br />
de correr. Quizá ese y no el segundo<br />
69
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
70<br />
siguiente. Ni el siguiente. Ni los diez<br />
posteriores que tardó el joven en contemplar<br />
cómo Freddy daba el primer<br />
trago, como el genio cuyo orgullo crece<br />
al admirar su obra recién acabada. Quizá<br />
hubiera sido ese el momento. Pero<br />
entonces Mr. Hyde no hubiera sido saciado<br />
y Fergus tampoco se encontraría<br />
en su actual situación, atrapado en una<br />
antigua mansión victoriana junto a uno<br />
de sus ídolos literarios -¡no hay mal que<br />
por bien no venga!<br />
Pero el caso es que el chico tardó demasiado<br />
y sólo reaccionó un segundo<br />
antes de que aquella horda de chavs enfurecidos<br />
se abalanzara tras él soltando<br />
improperios.<br />
Corrió tan rápido como le permitieron<br />
sus torpes piernas, tropezando a<br />
cada zancada y haciendo malabares<br />
para no resbalar en el bonito pero poco<br />
práctico empedrado, que aún brillaba<br />
por la humedad del ambiente.<br />
Si en algo podía ganar a esa panda,<br />
desde luego no era en forma física. Así<br />
que usó el cerebro y, evitando guiar a<br />
los marrulleros hasta su apartamento<br />
en Belgravia, junto a la Embajada Española,<br />
tomó otra ruta, haciendo el máximo<br />
número de requiebros posible.<br />
Ahora Hyde Park Crescent; ahora<br />
Gloucester Square; y en un tiempo récord<br />
para él, giraba la esquina con Radnor<br />
Place.<br />
A punto estuvo su ebria cabeza de<br />
cantar victoria, cuando oyó un ruido<br />
de pisadas y la voz de Freddy gritando<br />
barbaridades –algunas aterradoras y<br />
otras absurdas.<br />
Y Radnor Place se convirtió en un borrón<br />
de fachadas y coches mientras Fergus<br />
corría, lo suficientemente animado<br />
para responder:<br />
- ¡No te enfades, hombre! ¡Ahora estamos<br />
más unidos!<br />
Y tras una carcajada –más fruto del<br />
pánico que de lo cómico de la situación-<br />
se encontró de bruces con Radnow<br />
Mews, una calle estrecha y sin<br />
aceras, atestada de pequeñas casas de<br />
bajos tejados y furgonetas aparcadas de<br />
cualquier manera. Unos cuantos tiestos<br />
llenos de cuidadas flores hacían acogedora<br />
la destartalada estampa.<br />
Fergus divisó un escondrijo perfecto.<br />
Una rampa que descendía hacia un<br />
pequeño callejón en el que descansaba,<br />
tirado en el suelo, un enorme contenedor<br />
de basura.<br />
Se quedó allí agazapado, mirando un<br />
cartel en rojo que decía “Speed Limit<br />
5MPH”. Rezó a Chthulu, al Monstruo<br />
de Espagueti Volador y a todos los dioses<br />
hasta ahora conocidos…y esperó.<br />
- Y eso es lo último que recuerdo –susurró<br />
Fergus, sobrecogido por la noticia<br />
de su reciente defunción.<br />
- Ya sabemos el por qué de tu presencia.<br />
O más bien de tu ausencia –Poe<br />
rompió a reír-. Buena somanta la que<br />
te propinaron, muchacho -El escritor le<br />
tocó el hombro en señal de compasión,<br />
suavizando el agrio carácter de unos<br />
minutos atrás–. Lengua bífida, tunda<br />
rígida. Solía decirlo mi gran amigo<br />
Thomas English. Hasta que aconteció<br />
todo el escándalo con Osgood y Ellet. A<br />
pedirle fui una pistola, aterrado como<br />
estaba por aquel hermano bizco de Elizabeth<br />
Ellet, que amenazaba sin ningún<br />
reparo con acabar con mi vida. ¡Nunca<br />
te fíes de un bizco! Puede que no quiera<br />
matarte, pero nunca sabrás hacia donde<br />
apunta. El caso es que no quería ningún<br />
problema, pero aquel esperpento de
Ellet me importunaba hasta rozar el<br />
acoso. Repugnante. No pude sino rechazarla<br />
con desdén…<br />
Fergus mantenía la mirada fija en el<br />
hombre, que no parecía decir nada coherente.<br />
Nada importante. Salvo el hecho<br />
de que él, a su corta edad, estaba<br />
muerto. Y si sus recuerdos no le fallaban,<br />
a causa de un motivo bien estúpido.<br />
- Me tildó de mentiroso el muy arrogante<br />
de English, empujándome a una<br />
involuntaria pelea a puñetazos… –el<br />
hombre se alteraba más a cada palabra.<br />
Hasta que ocho preciosas y sonoras<br />
campanadas, procedentes del viejo reloj<br />
de pared que se encontraba a sus espaldas,<br />
lo sacaron de su trance.<br />
- ¡Oh! Ya son las ocho –Poe miró a<br />
Fergus con una sonrisa y abrió la puerta<br />
que conducía al exterior-. Ya puedes<br />
salir.<br />
El joven extendió una mano hacia<br />
la entrada, con la precaución de quien<br />
teme encontrarse con una barrera invisible<br />
–aún le dolía el golpe- y sintió la<br />
fría brisa de la mañana sobra su piel.<br />
Sintiéndose más libre que nunca, salió<br />
al exterior, alzó los brazos hacia el cielo<br />
y echó a correr en dirección a Belgravia,<br />
donde lo esperaba su colega Zack.<br />
- ¡No olvides regresar antes de las<br />
ocho de la noche! ¡O desintegrarás lo<br />
poco que queda de ti! –le gritó Poe desde<br />
la lejanía. Y se echó a reír, al tiempo<br />
que cerraba la puerta de la redacción.<br />
Durante el camino a casa, el joven<br />
descubrió que ser un cadáver no estaba<br />
tan mal. Ya no importaban lo semáforos,<br />
ni el tráfico, ni las multitudes. Sólo<br />
estaban él, el viento, su capacidad de<br />
atravesarlo todo y la recién adquirida<br />
velocidad de movimiento.<br />
M. C. Catalán - FERGUS FERGUSON <strong>Nº2</strong><br />
Así que llegó al apartamento sintiéndose<br />
poco más que un superhéroe. Sonrisa<br />
de oreja a oreja y ego por las nubes.<br />
Hasta que trató, fallidamente, de llevar<br />
a cabo algo tan sencillo como abrir la<br />
puerta de su vivienda, tras la que esperaba<br />
un Zack ansioso por la proximidad<br />
de su dueño.<br />
“Un momento. Él sí que nota mi presencia”,<br />
pensó con alivio. Hubiese sido<br />
problemático que una correa flotante<br />
sacara a pasear a su perro.<br />
- Colega, ¿me oyes? –se escuchó un<br />
gruñido al otro lado de la puerta–. Estoy<br />
aquí, chico. Buen chico. –Un ladrido–.<br />
Voy a intentar abrir. Pero está un poco<br />
complicado. -El nerviosismo de Fergus<br />
crecía con cada bufido del animal, que<br />
ahora rascaba la madera con ímpetu.<br />
Trató de concentrarse. Cerró los ojos<br />
y visualizó, como había visto en tantas<br />
películas, la sólida superficie de la puerta,<br />
las vetas de la madera y el tacto liso<br />
y frío de la manilla. Extendió las yemas<br />
de los dedos y…vacío.<br />
Se rindió y atravesó el umbral, desesperado<br />
por la incertidumbre de no saber<br />
si podría sacar a su perro de allí. Se<br />
agachó y, sujetando la cabeza del mestizo<br />
con ambas manos, lo miró directamente<br />
a aquellos ojos inteligentes.<br />
- Voy a buscar una solución –un gruñido–.<br />
Pronto. Antes de las ocho –un<br />
quejido–. Sí. Lo prometo.<br />
Y con un beso en la frente, se despidió<br />
de su amigo con la sensación de ser el<br />
muerto más inútil del mundo. Pese a la<br />
supervelocidad y esas cosas.<br />
De vuelta a la redacción, Poe escuchó<br />
pacientemente el problema del chico y<br />
puso un punto a su explicación con un<br />
“Ajam, ya veo”.<br />
- Entonces, ¿sabes lo que me ocurre?<br />
71
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
72<br />
- Pues claro, zoquete. No sé qué historia<br />
me has contado antes, pero tienes<br />
tanta idea como yo de la causa de tu<br />
muerte: ¡ninguna! Y más te vale averiguarlo<br />
pronto si quieres hacer algo útil<br />
durante las doce horas de realidad de<br />
las que dispones cada día.<br />
A Fergus se le cayó el mundo encima<br />
y, superado por la cantidad de acontecimientos<br />
de las últimas horas, dejó escapar<br />
una lágrima.<br />
- Tu carencia de aplomo me resulta<br />
molesta –sentenció el genio–. Vamos,<br />
chico. Te presentaré a un amigo.
Verde eléctrico<br />
por Cris Miguel<br />
¿Y si un desconocido se colara en tu<br />
coche? ¿Y si confiaras ciegamente<br />
en él? ¿Y si se acabara, inevitablemente,<br />
a la mañana siguiente?<br />
Estaba parada en el semáforo. “Cuantas<br />
más ganas tienes de llegar a casa,<br />
más tarda en ponerse en verde”, pensé.<br />
Me miré en el retrovisor retocándome<br />
el pelo. Llevaba las ventanillas subidas.<br />
Fuera ya hacía frío. La noche había caído<br />
algunas horas antes sobre el asfalto,<br />
sólo las farolas impedían que el negro<br />
inundara todo. El muñeco empezó a<br />
parpadear. Pisé el embrague y metí la<br />
primera. Lo empecé a soltar cuando la<br />
puerta del copiloto se abrió y se cerró<br />
con la misma velocidad. La diferencia<br />
es que había alguien recostado en el<br />
asiento. Me quedé unos segundos paralizada.<br />
No sabía cómo reaccionar. La<br />
razón se impuso finalmente.<br />
- ¿Qué coño haces? ¡Sal de mi coche!<br />
-le grité al desconocido.<br />
- Por favor, arranque, ellos me están<br />
buscando…<br />
- ¿Qué dices? ¿qué ellos? -pregunté.<br />
Parece que la razón como llegó se fue,<br />
porque me quedé pegada a esos ojos suplicantes<br />
que me pedían que confiara en<br />
ellos. Arranqué. El desconocido se sentía<br />
realmente nervioso. No paraba de<br />
mirar hacia atrás, buscando a sus perseguidores,<br />
supuse.<br />
- Nadie viene detrás, ¿dónde quieres<br />
que te deje? -pregunté, confiando en<br />
Cris Miguel - VERDE ELÉCTRICO<br />
que no sacara un cuchillo y me convirtiera<br />
en la enésima chica muerta de una<br />
serie de asesinatos perpetrados a chicas<br />
solitarias y confiadas en su coche.<br />
- No tengo a donde a ir, ellos me<br />
encontrarán. Si pudiera… su casa…<br />
-dudó. No era para menos. Un completo<br />
desconocido quería ir a mi casa.<br />
- ¿Quiénes son ellos? ¿De qué estás<br />
huyendo? -le pregunté. Sabía que no<br />
debía fiarme, pero había algo en él que<br />
hacía que lo creyera.<br />
- Es una larga historia. La prometo<br />
que no la haré daño. Sólo déjeme quedarme<br />
en su casa, sólo esta noche. Mañana<br />
por la mañana ya no estaré.<br />
- Pero… -le miré. Tenía los ojos de un<br />
verde eléctrico, quizás fueran lentillas.<br />
Me sorprendí a mí misma pensando<br />
en sus ojos en vez de preocuparme por<br />
si era, o no, una amenaza. A lo mejor era<br />
un ladrón o algo peor… Volví a mirarle,<br />
estaba tocándose el brazo derecho. Debió<br />
sentir mi mirada porque se giró.<br />
- Por favor -suplicó.<br />
Asentí. Justo a tiempo di un volantazo<br />
para esquivar el coche que venía de<br />
73
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
74<br />
frente. Parecía que no había visto nunca<br />
unos ojos verdes.<br />
Llegamos en diez minutos. Dejé mis<br />
cosas en el mueble de la entrada al mismo<br />
tiempo que le invitaba a pasar. Mi<br />
casa no era muy grande, al vivir sola me<br />
correspondía una con sólo un dormitorio.<br />
Cogí una lata de cerveza de la nevera<br />
y me senté en sofá. Le hice un gesto<br />
al desconocido para que me imitara. No<br />
sabía muy bien qué decirle. Las dudas<br />
navegaban en mi cabeza sin destino.<br />
- ¿Me vas a decir de qué estás huyendo?<br />
–me atreví a preguntar.<br />
- Cuanto menos sepa mejor –alcé las<br />
cejas-. Mire, no pretendo ser enigmático,<br />
pero no quiero meterla en líos. Suficiente<br />
ha hecho trayéndome a su casa.<br />
Me había descolocado completamente.<br />
Sin conocerme parecía que le<br />
preocupaba. Aunque claro yo le estoy<br />
ocultando, era normal que quisiera ser<br />
agradable.<br />
- Tutéame, por favor. A propósito, no<br />
me has dicho tu nombre –caí en la cuenta.-<br />
Yo soy Ana –le tendí la mano.<br />
- J.M. –Me la estrechó. Su tacto era<br />
suave pero firme.<br />
- ¿Quieres tomar algo? –le ofrecí levantándome<br />
y yendo a la cocina.<br />
No estaba segura si lo que hacía era<br />
una locura o civismo puro, pero J.M. me<br />
transmitía seguridad, confianza… Era<br />
realmente extraño, digno de una novela<br />
romántica, un cliché. J.M. había declinado<br />
mi oferta y ahora estaba sentada en<br />
la mesa, cenando lo primero que había<br />
encontrado en la nevera, con el desconocido<br />
enfrente observándome detenidamente.<br />
Me sentía ligeramente incómoda,<br />
pero a la vez tenía la sensación<br />
de que no me estaba juzgando que era<br />
pura curiosidad.<br />
- ¿Vives sola? –me preguntó<br />
- Sí –dije después de tragar.<br />
- ¿Por qué?<br />
- ¡¿Por qué?! –repetí-. Pues… porque<br />
quiero, supongo –su pregunta me había<br />
pillado totalmente desprevenida. ¿Me<br />
querrá sacar información para llamar a<br />
sus secuaces y robarme?<br />
- ¿Y por qué quieres estar sola? ¿No te<br />
gusta la compañía? –deseché la idea anterior,<br />
sus preguntas estaban inundadas<br />
de ingenuidad.<br />
- Sí, me gusta. Pero no he encontrado<br />
a nadie que quiera vivir conmigo. –Le<br />
di un mordisco a la manzana-. ¿Seguro<br />
que no quieres comer nada?<br />
- No… -dudó- No entiendo porqué<br />
nadie quiere vivir contigo, eres amable<br />
–dijo cargado de razones.<br />
- Sí, pero quizás no les baste sólo con<br />
eso –contesté. Me resultaba un poco rara<br />
la conversación, como no vi maldad en<br />
él, decidí seguirle el juego. De perdidos<br />
al río-. ¿Nos sentamos en el sofá?<br />
Había terminado de cenar, así que<br />
nos sentamos en el saloncito. Parecía<br />
que J.M. tenía ganas de hablar, y a mí<br />
no me sentaría mal charlar un poco. Me<br />
preguntó a qué me dedicaba, le expliqué<br />
todo lo concerniente a mi jornada<br />
laboral, qué hacía, cómo… Le hablé de<br />
mis compañeros y de mi jefa. Enlacé<br />
con la historia de mi familia, ya prácticamente<br />
inexistente. En definitiva, le<br />
conté toda mi vida a ese desconocido<br />
que me miraba con tanto interés. Supongo<br />
que es más fácil hablar con gente<br />
que no conoces, que no tiene una idea<br />
predeterminada sobre ti, sin prejuicios,<br />
sólo tu verdad… Sus ojos verdes no se<br />
apartaban de los míos ni un segundo, y<br />
llegué hasta imaginarme cómo sería yacer<br />
con él.
Realmente había perdido la cabeza:<br />
acojo a un completo desconocido en mi<br />
casa, le cuento mi vida en verso y ahora<br />
pensaba cómo sería acostarme con él…<br />
Lo mío era absolutamente patológico.<br />
Supongo que sería una de las muchas<br />
consecuencias de ser una soltera con un<br />
horario laboral extralargo.<br />
- ¿Qué piensas? –me preguntó. Claro,<br />
me había callado, así que le resultaría<br />
raro.<br />
- Nada, que soy una idiota… Te estoy<br />
aburriendo –aparté la mirada, estaba<br />
avergonzada por pensar como una adolescente.<br />
- No eres idiota, eres preciosa –dijo,<br />
acariciándome la mejilla con el dorso de<br />
su mano.<br />
- No… -me aparté incómoda- no te<br />
conozco –conseguí articular, me estaba<br />
poniendo muy…nerviosa.<br />
- Confía en mí –dijo, recuperando el<br />
hueco que había creado yo y cogiéndome<br />
la mano derecha.<br />
Le miré. Sus ojos irradiaban luz, y<br />
deseo, o quizás eso me lo estuviera<br />
imaginando. Entrelacé mis dedos con<br />
los suyos. ¿Por qué me inspiraba tanta<br />
familiaridad? Me gustaba, me gustaba<br />
mucho. ¿Cómo podía gustarme alguien<br />
que no conocía y del que no sabía nada?<br />
Yo no era de esas que creía en la química.<br />
Comprendo que para estar con<br />
alguien te tiene que resultar atractivo,<br />
pero eso no es química es atracción.<br />
Además, atracción salvaje. Lo disfrazan<br />
de química para distanciarse de los<br />
animales, pero realmente somos como<br />
ellos. Respondemos a nuestras necesidades.<br />
Decidí ser sincera, por el mismo<br />
motivo por el que le había contado mi<br />
vida, porque no le conocía. Porque él no<br />
esperaba nada de mí.<br />
Cris Miguel - VERDE ELÉCTRICO<br />
- Tengo miedo, no me van los rollos<br />
de una noche. Además tú tienes pintado<br />
en la cara que me darás problemas, y<br />
yo… estoy cansada, tengo treinta y cuatro<br />
años y ya…<br />
- ¡Olvídate de eso ahora! –me cogió<br />
la cara entre sus manos- Se que te gusto,<br />
deja que te haga feliz. Esta noche, al<br />
menos. –Enarqué las cejas- Te mereces<br />
ser feliz, eres una buena persona, puedo<br />
sentirlo.<br />
Le miré fijamente intentando descifrar<br />
si era un cuento para llevar a las<br />
chicas ingenuas como yo a la cama.<br />
Pero no vi ningún rastro de duda, creía<br />
firmemente lo que decía. Le seguí mirando<br />
fijamente y, aunque no respondí,<br />
supe que me había convencido. ¡Qué le<br />
vamos a hacer! Una es así de fácil, y de<br />
débil.<br />
- No me conoces… -dije por fin.<br />
- Pues déjame hacerlo –y me besó.<br />
Su lengua recorrió mi boca despacio,<br />
sin resultar intrusiva. Me agarré a su<br />
cuello y le besé más vívidamente. Su<br />
mano se deslizó poco a poco por todo<br />
mi cuerpo. Le acaricié su brazo, que<br />
tenía realmente duro. Me sorprendió<br />
porque, aun teniendo envergadura, no<br />
estaba muy musculado; Sin embargo<br />
debía estar tonificado para poseer ese<br />
tacto. Se arrodilló en la alfombra para<br />
quitarme los vaqueros, al mismo tiempo<br />
me desabroché la blusa. Suerte que<br />
siempre reparo en mi ropa interior. Le<br />
atraje hacia mí para quitarle la camiseta,<br />
y él se puso de pie para quitarse los<br />
pantalones; lo que me dio una visión<br />
privilegiada de su cuerpo entero. Mi<br />
deseo aumento. Me mordí el labio. Él se<br />
tendió sobre mí y comenzó un baile de<br />
caricias y besos donde la estrella invitada<br />
era mi cuerpo. Cuerpo que ya se<br />
75
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
76<br />
estaba contrayendo de placer. Debió de<br />
ser la falta de costumbre, pero estaba<br />
tan nerviosa y excitada que le aparté,<br />
incorporándome y sentándome a horcajadas<br />
encima de él. Ahora mis besos<br />
eran mucho más descontrolados. Noté<br />
que también estaba excitado. Y le propuse<br />
continuar nuestra función al dormitorio.<br />
Me cogió y me llevó en brazos hasta<br />
la cama. No dejó de besarme hasta que<br />
me soltó sobre ella. Se tomo un respiro<br />
tumbándose encima de mí, me miró.<br />
La verdad es que yo también necesitaba<br />
un minuto para respirar. Eran tan verdes<br />
que parecían artificiales. Me beso<br />
más dulcemente en la boca, en mi cuello;<br />
mientras me acariciaba, suavemente,<br />
pero a la vez con avidez. Recorrió<br />
mi cuerpo con su boca, prestando más<br />
atención a mis pechos. Siguió bajando<br />
por mi cintura. Yo miraba el techo, intentando<br />
desconectar de la intensidad<br />
que transmitíamos. En algún momento<br />
se las había ingeniado para desnudarme<br />
por completo. Continuó hasta que<br />
llego a mi pelvis. Me beso los muslos,<br />
los mordisqueó. Entró en mí con su<br />
mano, su tacto era frío, pero el contraste<br />
me gustó. Me sentía húmeda, él lo notó,<br />
aumento un poco el ritmo. Jadeé, ya me<br />
costaba respirar. Me acarició con más<br />
ternura y me besó, aunque eso no me<br />
tranquilizaba en absoluto. Me saboreó<br />
sin prisas, como si el reloj se hubiera<br />
congelado. Sin darme cuenta estaba de<br />
nuevo frente a mí. Ya no era consciente<br />
del tiempo y el espacio.<br />
- Eres… -intenté articular. Él me tapó<br />
la boca con la mano, evitando una avalancha<br />
de palabras incoherentes.<br />
Se puso de pie y se quito los bóxer.<br />
Me concentré en él, pero me resultó ex-<br />
tremadamente difícil no hacer comparaciones.<br />
Me besó de nuevo, tendido<br />
sobre mí, me apartó el pelo de la cara.<br />
Le hice girar para quedarme yo encima<br />
de él. Le acaricié el torso. Definitivamente<br />
estaba muy duro. Le besé el cuello,<br />
pero no me dejó seguir. Me colocó<br />
otra vez debajo y me penetró. Pude sentir<br />
que estaba igual de excitado que yo.<br />
Supo mantener el ritmo perfectamente.<br />
Me subió la pierna a su pecho y arremetió<br />
con insistencia. Me daba un poco de<br />
vergüenza, pero no pude evitar gemir.<br />
Realmente ya ni me oía a mí misma.<br />
Aumentó el ritmo, como si fuera capaz<br />
de seguir mi incontrolada respiración.<br />
De repente se paró, abrí los ojos. Me cogió<br />
por la cintura y me sentó encima de<br />
él sin dejar de moverse. Me colocó las<br />
caderas un poco más atrás, y tuve que<br />
apoyarme en la cama para no caerme.<br />
Aumento aún más el ritmo, ¿eso es posible?<br />
Y estalló embriagándome el éxtasis<br />
más puro y más consistente que había<br />
sentido nunca.<br />
Me tumbé desfallecida en la cama,<br />
sumergida en mi paz interior. Ahora<br />
no me importaba si era un desconocido,<br />
si era un ladrón o lo que fuera… Sólo<br />
estábamos él, yo y esta cama. Fuera de<br />
estas cuatro paredes podía estallar una<br />
guerra ahora mismo que yo no me iba a<br />
levantar. J.M. me miró, sonriendo.<br />
- ¿Te ha gustado? –preguntó acariciándome<br />
la mano, tumbándose a mi<br />
lado.<br />
- ¿Bromeas? Creo que todo el edificio<br />
se ha enterado de todo lo que me ha<br />
gustado –contesté, tenía la boca seca e<br />
iba poco a poco recuperando el aire.<br />
- Te traeré agua.<br />
Tras beber, nos dormimos profundamente<br />
abrazados el uno al otro.
La luz ya entraba por las persianas<br />
cuando me desperté. Como si me hubiese<br />
sentido J.M. abrió los ojos y me<br />
abrazó.<br />
- Buenos días –le besé-. Son las diez,<br />
¿quieres desayunar? –Él se desperezó y<br />
negó con la cabeza.- Pues yo necesito un<br />
café.<br />
Me levanté y fui a la cocina. Me calenté<br />
el desayuno mientras J.M. estaba en<br />
el baño, se estaría duchando porque me<br />
dio tiempo a terminarlo antes de que saliera.<br />
Dejé los cacharros en el fregadero<br />
y cuando me volví ya estaba en el salón.<br />
Me apoyé en la barra americana que nos<br />
separaba. Me puse seria, era hora de<br />
volver a la realidad.<br />
- ¿Qué piensas hacer? –noté un ligero<br />
tono de preocupación en mi voz.<br />
- Prefiero no pensar en eso ahora. ¿No<br />
lo has pasado bien conmigo? –asentí-.<br />
Entonces disfrutemos de lo que nos<br />
queda. –Bajé la mirada, negando con<br />
la cabeza- ¡Eh! Te dejaré en paz, me iré<br />
está mañana. –Me sujetaba el mentón-.<br />
Pero antes ven aquí.<br />
Me besó, rodeé la cocina para abrazarle.<br />
Tenía una extraña sensación. La<br />
magia de por la noche se había esfumado.<br />
Por la mañana siempre se ven las<br />
cosas con otros ojos. Notaba un peso en<br />
el estómago, incertidumbre.<br />
- ¿Y si no quiero que te vayas? –tuve<br />
el valor de decir.<br />
- ¿Por qué? –Me miraba extrañado,<br />
como si le hablara en otro idioma- ¿Por<br />
qué quieres que me quede? Si no me conoces…<br />
No soy nada para ti.<br />
- Lo sé, es raro… pero, siento… -No<br />
me dejó continuar, me puso sus manos<br />
en mi corazón, y me miró expectante.<br />
- ¿Cómo puedes sentir algo por mí?<br />
Cris Miguel - VERDE ELÉCTRICO<br />
–Habíamos vuelto a las preguntas ingenuas<br />
de anoche.<br />
- ¿Te parece raro? –dije cogiéndole las<br />
manos-. No digo que esté enamorada<br />
de ti, no soy tonta. Pero, ha sido tan especial…<br />
-No pude evitar sonreír.<br />
J.M. me cogió en brazos, esta vez<br />
como una princesa, y me llevó en volandas<br />
hasta la cama. De nuevo en nuestra<br />
guarida nos fundimos en besos. Habíamos<br />
abandonado el deseo salvaje de la<br />
noche anterior. Ahora lo hacíamos despacio,<br />
suave. Nos besamos sin dejar de<br />
abrazarnos, mirándonos a los ojos. Esa<br />
mañana me hizo el amor de la forma<br />
más romántica de toda mi vida. Fue<br />
preciso, detallista, yo intenté hacer lo<br />
mismo por él. Me dejó más que la noche<br />
anterior, y creo que logré hacerle disfrutar.<br />
La embriaguez duró muchísimo,<br />
como si nuestras esencias tampoco quisieran<br />
despegarse.<br />
- Dime de qué huyes –dije volviéndome<br />
hacia él, me apoyé en su pecho.<br />
- No quiero hacerte daño, es mejor<br />
que no lo sepas.<br />
- Pero… -dudé- quizás pueda ayudarte.<br />
- No, nadie puede ayudarme. –Me estrechó<br />
entre sus brazos.<br />
Estuvimos flotando en nuestra nube<br />
sin movernos, sólo nos acompañaba el<br />
ritmo de nuestra respiración.<br />
- ¿Eres feliz? –me preguntó de improviso.<br />
Le miré, ahora tenía los ojos más<br />
oscuros.<br />
- Sí… -dije sonriendo. Me besó en la<br />
frente.<br />
Dormitamos unos minutos. Volví a<br />
quedarme contemplando el techo. Nunca<br />
el silencio había sido tan placentero.<br />
Miré la hora, tenía que empezar a arreglarme<br />
si no quería llegar tarde a trabajar.<br />
77
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
78<br />
- Me voy a duchar –dije incorporándome,<br />
le miré, parecía ausente-. Puedes<br />
quedarte, no hace falta que te vayas<br />
ahora.<br />
- No quiero darte problemas, me iré<br />
hoy.<br />
- Como quieras –me levanté y me<br />
puse una camiseta, algo decepcionada.<br />
- Gracias por todo lo que has hecho<br />
por mí. –Sus ojos volvían a brillar.<br />
- Ha sido un placer –dije recuperando<br />
la sonrisa desde el cerco de la puerta-.<br />
No te vayas, salgo enseguida.<br />
- Te espero en el salón.<br />
La ducha me sentó genial, oí un ruido<br />
y supuse que había encendido la televisión.<br />
Me sequé el pelo y me maquillé ligeramente.<br />
Salí del baño y fui al dormitorio<br />
para vestirme. Con ropa limpia y<br />
oliendo a jabón llegué al salón. Un grito<br />
ahogado salió de mi garganta. J.M. estaba<br />
sentado como dijo, pero estaba…<br />
Le salía humo del oído derecho. Estaba<br />
desconectado.<br />
Una lágrima corrió rebelde por mi<br />
mejilla. Los pensamientos se agolparon<br />
en mi cabeza. No había comido, ni<br />
bebido… Creía que sería capaz de distinguirlos.<br />
Era tan humano. Me arrodillé<br />
en el suelo junto a sus piernas. No<br />
podía ser cierto. Nunca había tenido la<br />
oportunidad de ver uno de ese tipo tan<br />
de cerca, por eso no lo diferencié. Por<br />
eso huía, era un rebelde. Mi cerebro se<br />
estrujaba intentando buscar todas las<br />
respuestas, cuando llamaron a la puerta.<br />
Me levanté conmocionada y abrí.<br />
- Hola señora, ¿podemos pasar? Hemos<br />
recibido la señal de un robot defectuoso<br />
aquí.<br />
- Sí, pasen. –Me hice a un lado para<br />
dejarles entrar. Eran cuatro. Dos se dedicaron<br />
a examinarle, mientras un tercero<br />
tomaba nota, el cuarto estaba delante de<br />
mí hablándome-. ¿Perdón, qué decía?<br />
- Sí, la preguntaba que cómo era posible<br />
que haya llegado un robot de estas<br />
características a su salón.<br />
- Pues verá… Yo no sabía, creía que<br />
era… -¿un robot?-. ¿Por qué ha escapado<br />
de sus dueños? –me atreví a preguntar.<br />
- No es asunto suyo, pero lamentablemente<br />
la tirada a la que pertenece parece<br />
tener ciertos fallos y tienden a poseer<br />
demasiada independencia y creatividad.<br />
- Pero… Es de los más caros, ¿no?<br />
¿Para qué lo utilizaban?<br />
- Era… digamos el entretenimiento<br />
de una señora rica. –Abrí los ojos de par<br />
en par-. Verá, se está avanzando mucho<br />
en esta materia, los más afortunados<br />
tienen los mejores ejemplares, y los más<br />
parecidos a los humanos; Sin embargo,<br />
como le he dicho, ha habido problemas.<br />
Lamento muchos las molestias que le<br />
haya podido causar.<br />
- Me engañó completamente –disimulé-.<br />
¿Cómo puede manipular un robot?<br />
- Están programados para saber las<br />
necesidades de su dueño, quizá por eso<br />
le haya parecido que la manipulaba,<br />
realmente sólo la estaría leyendo. Así<br />
pueden complacer a sus propietarios<br />
sin que haga falta que éstos lo expresen<br />
en voz alta. Pero estese tranquila, no dejan<br />
de ser máquinas por mucho que su<br />
apariencia diga lo contrario.<br />
- Vaya, estoy un poco desconcertada<br />
–dije, aunque era un gran eufemismo.<br />
- Lo lamentamos mucho, será compensada<br />
por este incidente. Que tenga<br />
un buen día.<br />
Tal como vinieron se fueron, llevándose<br />
con ellos lo que había sido J.M.
No podía hablar más de la cuenta,<br />
rápidamente las fuerzas de la ley te<br />
metían en su programa especial. Pero,<br />
dentro de mí, sabía que las cosas se les<br />
estaban yendo de las manos.<br />
Me senté en el sofá. Me sequé las lágrimas<br />
que caían por mis mejillas. Veía<br />
robots todos los días, se encargaban de<br />
coger las llamadas en el trabajo, había<br />
camareros o asistentas. Pero eran distintos,<br />
eran claramente máquinas. No<br />
como él. Ahora podía entender toda su<br />
actitud. Estaba huyendo de ellos. Había<br />
conseguido desconectar su detector<br />
de posición durante horas, debía de ser<br />
muy autónomo. Absorbí por la nariz.<br />
Dijeran lo que dijeran, pude sentir que<br />
no era una máquina. Sabía que estaba a<br />
punto de conectarse la autodestrucción,<br />
la que se activa tras varias horas de desaparición<br />
del robot, por eso se despidió<br />
de mí. Eso no lo hace una máquina.<br />
Ahora entendía porqué no había comido<br />
ni bebido… Porqué hacía ese tipo de<br />
preguntas. Cogí un pañuelo. ¿Cómo podían<br />
hacerles eso? Eran esclavos. Y, por<br />
lo poco que había visto en JM, tenían<br />
sentimientos<br />
Cris Miguel - VERDE ELÉCTRICO<br />
79
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
80<br />
Picadilly Tales “El laberinto”<br />
Un investigador de lo paranormal, personajes enigmáticos, una chica que<br />
arrastra un misterio, la presencia de “lo extraño” en la niebla, un laberinto…<br />
¡Estás de suerte! Has encontrado una buena historia. ¿Te atreves a entrar?<br />
por A. C. Ojeda<br />
Bendito el que encuentra en la rutina lo<br />
justo y necesario para seguir viviendo. Yo<br />
no. Es esa incapacidad de saciarme con lo<br />
cotidiano lo que me lleva a situaciones como<br />
estas. Tengo que cambiar de hábitos o terminarán<br />
por cambiarme de barrio ellos a mí.<br />
I<br />
Solía quedarme hasta altas horas de<br />
la madrugada encerrado en mi despacho,<br />
poniendo en orden las ideas referentes<br />
al caso que estuviera llevando<br />
en ese momento. Despertar sobre el escritorio<br />
de mi oficina no era nada fuera<br />
de lo normal, pero esa noche tenía otros<br />
planes.<br />
Christine me envió un correo hace<br />
unas semanas insistiendo en la necesidad<br />
urgente de vernos. No podía negarme<br />
a cenar con una vieja compañera<br />
de la facultad a la que no veía desde que<br />
se fue de la ciudad en busca de trabajo.<br />
Siempre hubo una relación especial<br />
entre nosotros, aunque ninguno de los<br />
dos quisiera reconocerlo. No insistí en<br />
el motivo de nuestra cita, me limité a<br />
contestar aceptando su invitación. Era<br />
un placer compartir mesa y mantel con<br />
ella. Además me serviría como excusa<br />
para desconectar durante unas horas<br />
del trabajo. Una cena en la mejor compañía<br />
que pudiera imaginar.<br />
Me encontraba terminando de ordenar<br />
todos los papeles que había sobre la<br />
mesa, cuando sonó el teléfono. Las agujas<br />
del reloj me recordaban que había finalizado<br />
mi jornada laboral hacía unos<br />
quince minutos, así que opté por no hacer<br />
caso a la llamada. Me fui sin ningún<br />
tipo de remordimiento por no descolgar<br />
el auricular. No insistieron, por lo tanto<br />
supuse que no era importante. Segura-
mente llamarían al día siguiente.<br />
Así qué apagué las luces, cerré la<br />
puerta con llave y bajé las escaleras a<br />
toda prisa. Chris me estaba esperando<br />
y yo estaba deseando llegar a nuestro<br />
encuentro.<br />
II<br />
No fui especialmente cuidadoso<br />
en la elección de mi atuendo. Nos conocíamos<br />
desde hace bastante tiempo,<br />
por lo que no necesitábamos aparentar<br />
nada. En cuanto llegué a casa, saqué lo<br />
primero que encontré en el armario y<br />
me lo puse. Sólo había una cosa que no<br />
podía faltar; mi sombrero.<br />
Se ha convertido en un apéndice de<br />
mi cuerpo, me ayuda a meterme en el<br />
papel. Todos los detectives e investigadores<br />
que aparecen en las novelas llevan<br />
uno. Yo no puedo ser menos. Me<br />
gusta llevarlo aunque no esté trabajando.<br />
Además, aunque resulte feo decirlo,<br />
me queda de maravilla.<br />
Armado con mi pequeño sombrero<br />
a lo Sinatra, pulsé el mando a distancia<br />
que abría las puertas de mi coche. Me<br />
acomodé en el asiento del conductor,<br />
metí la llave y giré la muñeca. El motor<br />
rugió como un león de cacería.<br />
Iba tan excitado por la situación que<br />
ni siquiera prestaba atención a la carretera.<br />
A punto estuve de atropellar a una<br />
pareja en un paso de peatones. No vi la<br />
luz roja del semáforo, ni a ellos. Después<br />
de vario sustos conseguí llegar al<br />
restaurante donde habíamos quedado<br />
sin sufrir, ni provocar, ningún accidente.<br />
Dejé mi coche en el aparcamiento y<br />
me dirigí hacia la puerta de entrada.<br />
Mientras me ajustaba la corbata se<br />
acercó una joven, vestida de uniforme,<br />
a preguntarme.<br />
A. C. Ojeda - PICADILLY TALES “EL LABERINTO”<br />
- ¿Espera usted a alguien, caballero?<br />
- En efecto. Tengo una reserva para<br />
esta noche a nombre de Damián Dolz.<br />
- Déjeme comprobar la lista. Así es, si<br />
quiere puede esperar dentro.<br />
- Se lo agradezco, pero prefiero aguardar<br />
aquí a que venga mi acompañante.<br />
- Como usted quiera, señor.<br />
La chica parecía molesta tras oír mis<br />
palabras. Pero necesitaba prepararme<br />
un poco mentalmente antes de recibir a<br />
Christine. Llevábamos demasiado tiempo<br />
sin vernos y, aunque pareciese una<br />
tontería, estaba nervioso como en una<br />
primera cita.<br />
Hacía tiempo que había dejado de<br />
fumar, pero en momentos como este<br />
lo echaba de menos. La espera se hacía<br />
eterna, a ella le gustaba llegar tarde y yo<br />
era un adicto a la puntualidad. El cóctel<br />
perfecto para que un infarto fuese lo<br />
único que me sorprendiese esa noche.<br />
Cuando estaba a punto de ir a por<br />
una cajetilla de cigarrillos, un taxi paró<br />
a escasos centímetros de mis pies. No<br />
podía ver quién iba dentro, aunque lo<br />
intuía. La puerta se abrió y lo único que<br />
pude escuchar del interior fue una voz<br />
femenina dando las gracias al conductor.<br />
Poco después unos tacones asomaban<br />
bajo la puerta trasera del vehículo y<br />
mis venas empezaban a helarse.<br />
“¿Tacones?”, pensé, mientras intentaba<br />
tranquilizarme. Nunca antes la había<br />
visto tan arreglada. ¿Qué tendría de especial<br />
esta ocasión? Todo empezaba a<br />
ser demasiado confuso.<br />
Lo que tenía ante mí no era una alucinación.<br />
Christine estaba irreconocible.<br />
Un vestido largo de color rojo sangre<br />
cubría su cuerpo, el cual no recordaba<br />
tan perfilado. Los tacones, del mismo<br />
tono, debían tener al menos unos diez<br />
81
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
82<br />
centímetros de altura. Era obvio que había<br />
cambiado, aunque no me disgustaba<br />
en absoluto.<br />
- ¡Pareces otra Chris! –dije sin salir del<br />
asombro.<br />
- Me ha sentado bien estar fuera de<br />
este vertedero. Conocer mundo. Ya<br />
estaba cansada de las viejas calles mohosas<br />
y el horrible clima londinense –<br />
sentenció, mientras caminábamos hacia<br />
nuestra mesa.<br />
Llegamos y un camarero muy amable<br />
retiró nuestras sillas. Esperé a que ella<br />
tomase asiento y a continuación hice lo<br />
mismo.<br />
- Tan caballero como siempre, querido<br />
Damián. Nunca aprenderás –lamentaron<br />
aquellos labios inundados de carmín<br />
rojo.<br />
Tengo que reconocer que no me gustó<br />
en absoluto oír esas palabras. Estaba<br />
claro que aquella mujer no era la misma<br />
que un día cruzó las fronteras para<br />
buscarse la vida. Me preguntaba qué le<br />
habría pasado para dar ese cambio radical,<br />
esperaba descubrirlo con un poco<br />
de conversación tras la cena, pero por lo<br />
que pude comprobar no venía a perder<br />
el tiempo.<br />
- Sr. Dolz. ¿Así te llaman tus clientes?<br />
- Parece mentira Chris, tú puedes llamarme<br />
Damián o cómo te dé la gana.<br />
- Por si no te has dado cuenta, pequeño,<br />
vengo a contratar tus servicios.<br />
¿Acaso pensabas que tanta urgencia se<br />
debía a otro asunto?<br />
- Eh... No, claro que no –mentía como<br />
un bellaco. Desde que recibí el correo<br />
fantaseaba con la idea de un encuentro<br />
subido de tono. Como ya dijo ella nada<br />
más vernos, nunca aprenderé.<br />
- Pobre Damián, no has cambiado<br />
desde la última vez que nos vimos.<br />
- ¿Puedes decirme de una vez para<br />
qué me has traído aquí? –tanta vacilación<br />
empezaba a cansarme. Además,<br />
desde el mismo momento en que rompió<br />
todas mis esperanzas, no me apetecía<br />
permanecer allí ni un segundo más.<br />
- No hace falta ponerse tenso, vamos<br />
a tener tiempo para todo.<br />
El reencuentro había perdido todo<br />
el interés. Decidí disfrutar de la cena<br />
y atender a Chris como lo que era, una<br />
clienta más.<br />
Una vez que el camarero hubo tomado<br />
nota de nuestra cena en su lujosa<br />
libreta negra con filigranas doradas, se<br />
marchó. Fue entonces cuando Chris comenzó<br />
a hablar sobre aquello que tanto<br />
le preocupaba.<br />
Dos horas, ese fue el tiempo que estuvo<br />
hablando sin parar. Yo no quería<br />
interrumpirla, no quería que se dejase<br />
en el tintero ningún dato. Si algo había<br />
aprendido después de varios casos es la<br />
importancia de los pequeños detalles.<br />
He resuelto algunos sucesos complicados<br />
basándome exclusivamente en esos<br />
aspectos minúsculos. Había tomado<br />
algunas anotaciones en una servilleta.<br />
No había traído mi habitual agenda de<br />
apuntes porque tenía en la cabeza otro<br />
plan para esa noche, diferente por completo<br />
al que ella me propuso desde el<br />
momento en que se bajó del taxi.<br />
Tras la charla, aceptó mi invitación a<br />
una copa. Quería llevarla a mi terreno,<br />
no me sentía cómodo entre tanto lujo.<br />
Esta vez yo sería su chófer y el destino<br />
era mi bar de cabecera: el Savoy.<br />
Lo que ocurrió esa noche, prefiero no<br />
recordarlo.<br />
III<br />
La mañana después al reencuentro
seguía bastante confuso. Tenía una nube<br />
de ideas que no hacía más que corretear<br />
por mi mente. Decidí no preocuparme<br />
mucho por todo lo acontecido la noche<br />
anterior y me fui al despacho.<br />
No quería pensar en el encargo de<br />
Chris hasta que no estuviera más tranquilo.<br />
Por un día quería ser consciente<br />
del camino que había de casa a la oficina.<br />
Así que encendí la radio y comenzó<br />
a sonar Highway to Hell, la mañana<br />
empezaba bien.<br />
Aún con la cantinela de los rockeros<br />
australianos en mis labios abrí las puertas<br />
del Savoy. Desde la barra, Jerome<br />
me preguntó si quería lo de siempre.<br />
Asentí con la cabeza.<br />
- Menuda juerga la de anoche, Dolz.<br />
- No seas impertinente Jero y sírveme<br />
ese maldito café.<br />
- No se ponga bravo conmigo, no soy<br />
yo su enemigo.<br />
- Lo sé Jero. Tengo la sensación de haber<br />
pasado una mala noche y que el día<br />
puede ser aún peor.<br />
- Hala, ahí tiene. Tenga cuidado que<br />
aún está caliente. Ya verá como después<br />
de esto se siente mucho mejor.<br />
- Gracias Jero, cóbrate. Puedes quedarte<br />
con el cambio.<br />
Se dio la vuelta para guardar las monedas<br />
en la caja registradora. Yo me<br />
tomé el café a toda velocidad, tanta que<br />
casi me quemo el cielo de la boca, y<br />
abandoné el bar en dirección al trabajo.<br />
No había nadie esperando en la puerta.<br />
Nadie para darme una bienvenida<br />
cálida. Un simple escritorio rebosante<br />
de documentos con un ordenador en<br />
uno de sus extremos; El teléfono justo<br />
en la esquina opuesta al monitor y una<br />
silla tras él. En la otra orilla, la que estaba<br />
frente a mí, yacían dos sillas de invitados.<br />
A. C. Ojeda - PICADILLY TALES “EL LABERINTO”<br />
A menudo estaban vacías, raro era<br />
el día que venía alguien a hacerme una<br />
consulta o encargarme alguna investigación.<br />
El mundo de lo paranormal estaba<br />
sufriendo una campaña de descrédito<br />
y eso afectaba seriamente a mis ingresos.<br />
A pesar de todo siempre conseguía<br />
arreglármelas para sobrevivir un mes<br />
más.<br />
Con la esperanza de que esa mañana<br />
fuese productiva, encendí el ordenador<br />
y me dispuse a ojear los expedientes<br />
que tenía sobre la mesa. Algunos eran<br />
casos sin resolver que un buen amigo<br />
de Scotland Yard se encargada de suministrarme<br />
de manera clandestina. Nadie<br />
podía enterarse de la existencia de<br />
esos papeles.<br />
Me sobresaltó el teléfono. En mitad<br />
del silencio el sonido se hace aún más<br />
insoportable, así que rápidamente descolgué.<br />
- Inspector Dolz, ¿qué desea?<br />
- Buenos días, caballero -dijo una voz<br />
masculina bastante grave-. ¿Es usted el<br />
afamado investigador de sucesos extraños?<br />
- Aunque no es esa la definición, si. La<br />
acepto. ¿En qué puedo ayudarle?<br />
- No sé exactamente como decírselo,<br />
llevo días observando algo extraño que<br />
sucede frente a mi casa. -La cosa empezaba<br />
a ponerse interesante.- Vivo en<br />
una zona con bastante trasiego de viandantes<br />
y, por motivos de trabajo, siempre<br />
voy demasiado ocupado como para<br />
fijarme en lo que ocurre a mi alrededor.<br />
- ¿En qué trabaja usted exactamente?<br />
-le pregunté para ver si podía obtener<br />
más información acerca de aquella misteriosa<br />
voz.<br />
- No creo que eso sea relevante, déje-<br />
83
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
84<br />
me seguir sin interrumpirme.<br />
- Lo siento, no pretendía ser grosero.<br />
-No podía cometer ninguna torpeza,<br />
hacía mucho tiempo que no entraba<br />
ningún expediente nuevo entre las paredes<br />
de mi despacho.<br />
- Como iba diciéndole, soy una persona<br />
poco observadora. Pero hace unos<br />
días algo llamó mi atención. Frente a mi<br />
jardín, en una pequeña parcela abandonada,<br />
ha surgido lo que parece ser un<br />
laberinto de setos. Todos perfectamente<br />
podados y alineados.<br />
En aquel momento tenía a un hombre<br />
al teléfono preocupado por la aparición<br />
de un laberinto en un terreno abandonado<br />
junto a su casa. Llegué a pensar<br />
que se trataba de una broma, pero su<br />
voz no daba esa sensación.<br />
- Desde arriba no puede verse nada,<br />
he intentado mirar con unos prismáticos<br />
desde la parte superior de mi casa<br />
pero es imposible. Otra de las cosas que<br />
me inquietan es que sólo parece tener<br />
un acceso.<br />
Eso no me preocupaba, ese tipo de<br />
construcciones no siempre tenían una<br />
entrada y una salida. Había veces que<br />
la entrada se usaba al mismo tiempo<br />
como salida. No comprendo muy bien<br />
cuál es el divertimento de adentrarse en<br />
un lugar así.<br />
- ¿Ha visto usted entrar a alguien?<br />
-lancé mi pregunta.<br />
- Sí, pero sólo eso.<br />
- ¿A qué se refiere con “sólo eso”?<br />
- Señor Dolz, me refiero a que sólo he<br />
visto personas entrando en el laberinto.<br />
Nunca vi a nadie salir de él.<br />
En ese mismo instante un escalofrío<br />
recorrió todo mi cuerpo. Por muy acostumbrado<br />
que estuviese a tratar este<br />
tipo de temas, siempre se me ponía<br />
la piel de gallina cuando me explicaban<br />
las características del caso.<br />
- ¿Está usted seguro de eso que está<br />
diciendo?<br />
- Totalmente seguro.<br />
- Dígame la dirección exacta de su domicilio<br />
y ahora mismo me dirijo hacía el<br />
lugar de los hechos.<br />
Apunté en mi agenda el lugar exacto<br />
dónde se encontraba aquel misterioso<br />
laberinto y sin más dilación me puse en<br />
camino. La verdad sea dicha, este asunto<br />
tenía buena pinta.<br />
IV<br />
Allí estábamos mi coche, mi sombrero<br />
y yo. Estacionados a escasos metros del<br />
punto exacto en el que ocurrían los extraños<br />
acontecimientos. Tenía una vista<br />
privilegiada desde allí. El ángulo alcanzaba<br />
desde la entrada al laberinto hasta<br />
la casa de la que procedía la llamada.<br />
No necesitaba bajar del vehículo para<br />
hacer mi peculiar turno de guardia.<br />
Pasaron las horas y allí no ocurría<br />
nada extraño. Varios perros se acercaron<br />
a los arbustos para descargar su vejiga,<br />
pero nada más.<br />
Alguien dio un par de golpes en el<br />
cristal de la ventanilla. En un primer<br />
momento pensé que era un agente que<br />
venía a multarme, para evitarlo bajé a<br />
toda prisa el cristal.<br />
- No sé preocupe Sr. Dolz -dijo aquel<br />
al que reconocí como la voz misteriosa<br />
con la que había hablado horas antes.<br />
- ¿Cómo me ha reconocido?<br />
- Lleva más de tres horas aparcado en<br />
el mismo sitio sin salir de su automóvil<br />
ni para ir estirar las piernas. ¿Cree qué<br />
es algo habitual por esta zona?<br />
Tenía razón. Si mi intención era pasar<br />
desapercibido estaba consiguiendo to
talmente lo contrario.<br />
- ¿Qué le parece señor si le invito a un<br />
café y le cuento más acerca de ese laberinto?<br />
Acepté, sin rechistar. No había sido<br />
capaz de sacar ninguna prueba concluyente<br />
en todo el tiempo que estuve esperando<br />
dentro del coche, por lo que no<br />
vi ninguna pega en acompañarle.<br />
- No sé si usted ha llegado a creer mis<br />
palabras señor Dolz.<br />
- Claro que le creo. He asistido casos<br />
más extraños que este. Puede estar tranquilo,<br />
ha contactado usted con el mejor<br />
profesional del país en cuanto a fenómenos<br />
paranormales se refiere.<br />
- No sabe cuánto me alegro.<br />
- Mi deber es investigar hasta esclarecer<br />
los hechos. Arrojar luz en todo<br />
aquellos que ignoramos. Desvelar los<br />
misterios que se presentan ante nosotros<br />
sin previo aviso.<br />
- Se le ve todo un profesional en la<br />
materia, Dolz.<br />
- Intento serlo, aunque no siempre se<br />
consigue. Hay veces que las cosas no salen<br />
como están previstas.<br />
- Pensé que un investigador era más<br />
cauteloso en sus actos.<br />
- Ya le he dicho que son las cosas las<br />
que no salen como están previstas, no<br />
las actuaciones humanas. En el mundo<br />
de lo paranormal el problema no está en<br />
lo que se ve, si no en lo que hay tras el<br />
telón que cubre al misterio.<br />
Mientras conversábamos, habíamos<br />
atravesado varias estancias hasta llegar<br />
a una pequeña habitación acogedora<br />
que contrastaba, notablemente, con el<br />
resto de la casa. No había que ser demasiado<br />
avispado para darse cuenta<br />
que era ahí donde este hombre hacía<br />
su vida. El resto de las habitaciones por<br />
A. C. Ojeda - PICADILLY TALES “EL LABERINTO”<br />
las que habíamos transcurrido parecían<br />
estar sin vida, siendo el frío el único habitante<br />
en ellas.<br />
- Siéntese aquí. Desde esta ventana se<br />
puede ver perfectamente la entrada a<br />
ese sitio.<br />
Sin saber bien cómo, la niebla se había<br />
adueñado de la calle. No se veía nada,<br />
sólo la tenebrosa silueta de lo que parecían<br />
ser unos árboles en formación. Intentar<br />
observar algo más desde allí era<br />
inútil.<br />
Me sorprendió con un pequeño carrito<br />
de madera en el que transportaba<br />
una bandeja con dos tazas.<br />
- Aquí tiene, el café que le prometí.<br />
-Al observar que no podía conseguir<br />
nada desde aquella ventana, el café y<br />
una buena charla eran mi único plan.<br />
- Entonces, ¿cada cuanto tiempo suelen<br />
tener lugar esos avistamientos de<br />
los que habla? -le pregunté con descaro.<br />
- Pues si le digo la verdad es algo que<br />
no controlo. Paso mucho tiempo sentado<br />
en el sillón donde usted se encuentra<br />
ahora mismo. Me apasiona la lectura,<br />
una vez que empiezo no paro, pero<br />
últimamente me distraen esas extrañas<br />
visiones.<br />
- No sé preocupe, le doy mi palabra<br />
de que descubriré el secreto escondido<br />
entre esos árboles.<br />
La conversación no dio para mucho<br />
más. El pobre hombre, enredado en la<br />
tinta de aquellos libros, tampoco prestaba<br />
mucha atención a lo que allí pasaba.<br />
Demasiada fue su valentía para llamar<br />
y contarme lo que estaba ocurriendo.<br />
V<br />
Una vez fuera pude contemplar la majestuosidad<br />
de aquel palacete. Me despedí<br />
del empedernido lector, que alzaba<br />
85
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
86<br />
su mano desde la puerta, y empecé a caminar<br />
en dirección al coche.<br />
¿Qué clase de investigador sería si no<br />
me adentrase -literalmente- en el lugar<br />
de los hechos? Me armé de valor y dirigí<br />
mis pasos hacia el laberinto. Tras atravesar<br />
una densa niebla me encontré justo<br />
delante de la puerta. Había un marco<br />
de madera a modo de entrada con una<br />
inscripción en la parte superior en una<br />
lengua incomprensible. He de reconocer<br />
que en ese momento se me pusieron<br />
todos los vellos de punta y no precisamente<br />
por el frío. Una simple mirada al<br />
interior bastaba para ello.<br />
Desde mi posición podía adivinar un<br />
largo pasillo de paredes verdes con el<br />
suelo de arena. Para estar en plena calle,<br />
daba una sensación claustrofóbica inexplicable.<br />
No me gustaba ni un pelo todo<br />
aquello y se me había hecho tarde, por<br />
lo que di marcha atrás sobre mis pasos.<br />
Mis pies iban frenéticos hacia el coche.<br />
Parecían estar ellos más asustados<br />
que yo, no podía controlarlos. Empecé<br />
a buscar las llaves dentro del abrigo y<br />
di con ellas. Justo antes de abrir giré la<br />
cabeza y allí estaba él. En su ventana, en<br />
el mismo sitio donde yo había tomado<br />
una taza de café minutos antes, mirándome.<br />
Abrí corriendo el coche, me senté<br />
y arranqué sin perder más tiempo, quería<br />
salir de allí cuanto antes, todo empezaba<br />
a inquietarme demasiado.<br />
VI<br />
Llegué al despacho después de conducir<br />
como un loco. No quise fijar la<br />
vista en lo que dejaba atrás por miedo<br />
a llevarme una sorpresa aún mayor. No<br />
paré hasta llegar al edificio de oficinas<br />
en el que tenía mi pequeño refugio. Una<br />
vez allí, encendí el ordenador y empecé<br />
a buscar casos parecidos. Un laberinto<br />
no aparece de la noche a la mañana y<br />
si realmente se esconde algo macabro<br />
tras esas supuestas desapariciones, habría<br />
alguna publicación en los tabloides<br />
locales.<br />
Nada, eso es lo que decían los medios.<br />
No había ni rastro de un laberinto misterioso<br />
en el que todo el que entra nunca<br />
sale. Busqué en Internet y no aparecía<br />
nada que me hiciera sospechar. Llamé<br />
a los contactos que tenía en diferentes<br />
redacciones de periódicos, nadie había<br />
oído hablar del asunto.<br />
Entonces pensé que lo mejor sería llamar<br />
a mi confidente en Scotland Yard.<br />
No podía creer lo que el frío auricular<br />
del teléfono me escupía directamente al<br />
oído. Él tampoco sabía nada, sus palabras<br />
fueron: “No hay denuncias que se<br />
aproximen a los parámetros que me comentas”.<br />
Odiaba su maldita jerga protocolaria.<br />
Sin pistas que seguir, la única solución<br />
pasaba por volver al laberinto.<br />
Volver a aquella pequeña mansión e intentar<br />
sacar más información. Si estaba<br />
pasando algo, tendría que entrar para<br />
averiguarlo.<br />
VII<br />
Con todas las ideas aún dando vueltas<br />
en mi cabeza decidí que lo mejor era<br />
ir a casa a descansar. El reloj ya marcaba<br />
las ocho y la única luz que alumbraba<br />
mi ventana era el tímido destello que<br />
conseguía atravesar la espesa niebla.<br />
Entonces, el teléfono sonó de nuevo.<br />
Esta vez un impulso me hizo abalanzarme<br />
sobre él. Quizás era aquel hombre<br />
con noticias nuevas sobre el laberinto.<br />
Quizás alguien había entrado y había<br />
conseguido salir, resolviendo así todo el
misterio que tuviera el asunto.<br />
- Dolz al habla, ¿quién es? -tras unos<br />
segundos, contestó una voz familiar.<br />
- Señor, tengo que marcharme.<br />
- ¿Cómo dice? ¿Quién es usted?<br />
- Soy Williams, ha tomado café en mi<br />
casa esta tarde. -Al fin conocía su nombre,<br />
Williams. No entiendo cómo podía<br />
haber pasado por alto hasta ahora haberle<br />
preguntado cómo se llamaba.<br />
- ¿Dónde tiene que marcharse Williams?<br />
-no entendía nada de lo que estaba<br />
pasando. Tenía muchas preguntas<br />
y él demasiada prisa por lo que pude<br />
comprobar.<br />
- Señor Damián Dolz, encontrará usted<br />
una carta con todo lo que debe saber.<br />
Acuda en cuanto pueda al sitio en<br />
el que nos reunimos por primera y última<br />
vez.<br />
Y después de eso, el silencio.<br />
VIII<br />
No sabía qué hacer. Me quedé totalmente<br />
paralizado después de la llamada<br />
y de repente me di cuenta de que<br />
aquel misterioso hombre, ahora llamado<br />
Williams, me llamó por mi nombre.<br />
¿De dónde había sacado tal información?<br />
No recuerdo haberlo mencionado.<br />
No tengo cartel en la oficina, no tengo<br />
anuncio en ningún periódico. Mis<br />
clientes suelen ser personas demasiado<br />
discretas.<br />
Había muchas cosas que no encajaban,<br />
pero si no las resolvía esa misma<br />
noche iba a ser incapaz de dormir tranquilo.<br />
Y falta me hacía una noche tranquila.<br />
Por el camino intenté atar cabos, pequeñas<br />
pistas que había recogido sobre<br />
el terreno. ¿Qué serían esas letras que se<br />
encontraban justo encima de la puerta?<br />
A. C. Ojeda - PICADILLY TALES “EL LABERINTO”<br />
¿Por qué no vi a nadie cuando estuve<br />
de vigilancia? ¿Qué miraba Williams<br />
cuando me iba de su casa?<br />
IX<br />
En Londres, la niebla apenas deja ver<br />
a más de tres metros de distancia. Ese<br />
fue el motivo por el cual me costó tanto<br />
trabajo regresar del despacho a la casa<br />
de Williams. Bueno, para ser sinceros,<br />
no fue el único motivo que dificultó mi<br />
búsqueda.<br />
Cuando estaba a dos manzanas del<br />
laberinto empecé a notar un olor desagradable<br />
en el ambiente. Si el olor me<br />
parecía repugnante, lo que vi al doblar<br />
la esquina de la última calle fue aún<br />
peor.<br />
Frente a mí, un infierno de llamas<br />
descontrolado; Ése era el nuevo, y desolador,<br />
aspecto del laberinto. No podía<br />
creer lo que mis ojos estaban viendo.<br />
Ese viejo chiflado se había vuelto loco y<br />
había prendido todo el jardín. El misterio<br />
se estaba desvaneciendo frente a mis<br />
ojos. Recé porque Williams simplemente<br />
fuera un demente y no encontrasen<br />
un sólo cadáver una vez que extinguiesen<br />
el incendio.<br />
Recordé entonces que me comentó<br />
algo de una nota. Quité mis ojos del fuego<br />
y empecé a buscar la casa en la que<br />
esa misma tarde, en un cómodo sillón,<br />
frente a una estantería repleta de libros,<br />
me tomé un café. Recorrí la calle un par<br />
de veces, arriba y abajo, no la encontraba.<br />
Llamé a varias puertas buscando la<br />
ayuda de algún vecino, pero nadie reconocía<br />
Williams. El momento en el que<br />
un sudor frío surcó mi frente fue cuando<br />
me dijeron que allí no existía tal casa.<br />
¿Me estaba volviendo loco? ¿Los vecinos<br />
me estaban tomando el pelo?<br />
87
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
88<br />
¿Qué estaba pasando?<br />
Cansado de correr de una calle a otra<br />
y bastante confundido con todo lo que<br />
estaba pasando me acerqué de nuevo al<br />
coche. Me metí dentro para evitar el frío<br />
y fui testigo en primera fila de como los<br />
bomberos intentaban apagar aquel incendio.<br />
Entonces giré la vista y allí estaba. La<br />
carta que tanto ansiaba descansaba sobre<br />
el asiento del copiloto. La abrí con<br />
sumo cuidado y me dispuse a leer.<br />
“Señor Damián Dolz,<br />
Espero que no se haya asustado demasiado<br />
con el fuego. Si ha sido así, acepte mis<br />
disculpas. Yo no las recibí de nadie.<br />
Tenía que llamar su atención de alguna<br />
manera, por eso busqué un aspecto que pudiera<br />
interesarle profesionalmente. No debe<br />
ponerse furioso por mi huída, porque técnicamente<br />
es imposible, nunca he estado aquí.<br />
A veces el misterio no es más que un alma<br />
atormentada en busca de venganza. La de<br />
un viejo al que nadie descolgó el teléfono<br />
cuando pedía ayuda para no morir quemado<br />
en su casa.<br />
Ha sido un placer conocerle, aunque hubiese<br />
preferido que entrase en el laberinto.<br />
Atte. Williams”<br />
Noté como una serpiente gélida recorría<br />
mi espalda. Dejé la carta sobre el<br />
asiento y en un intento por tranquilizarme<br />
empecé a conducir.<br />
No habían pasado ni veinticuatro horas<br />
desde que terminé mi cita con Chris,<br />
y en mi vida habían ocurrido demasiadas<br />
cosas como para asimilarlas. Lo mejor<br />
sería encontrar el consuelo entre las<br />
sábanas de mi cama.<br />
Al día siguiente volvería a salir el sol.<br />
Eso esperaba...
Ahora no recuerdo bien cómo acabamos<br />
hablando de ese tema, pero la cuestión<br />
es que fui yo el que dijo:<br />
- Venga, hagámoslo. Nunca he probado<br />
uno de esos tableros.<br />
- ¿Pero dónde lo hacemos? – preguntó<br />
Carlos.<br />
- En casa de tu abuela, cuando te toque<br />
quedarte con ella –esa idea fue de<br />
David.<br />
Éramos los cuatro de siempre, era verano,<br />
teníamos quince o dieciséis años<br />
y estábamos hablando de hacer una sesión<br />
de espiritismo. Era una idea que se<br />
encontraba flotando permanentemente<br />
en el aire pero que ninguno quería proponer<br />
de forma oficial. Supongo que en<br />
el fondo nos daba miedo a todos. Ese<br />
día se me cruzaron los cables y me dio<br />
un arrebato de valentía. Quizás fuera<br />
porque Laura me había saludado unos<br />
minutos antes, al pasar por el jardín.<br />
- A mí me parece bien, es el mejor<br />
sitio. La casa es vieja y tu abuela no se<br />
va a enterar. –Las piezas encajaban a la<br />
perfección para mí, tenía claro que si<br />
había un momento y un sitio para hacerlo<br />
eran estos.<br />
- No se… -Carlos se mostraba reticente<br />
-. No me apasiona la idea.<br />
- Venga ya, no seas gallina. Lo has<br />
comentado otras veces y siempre tenías<br />
ganas –David espoleaba el orgullo<br />
J. R. Plana - CON ESAS COSAS...<br />
Este relato está basado en un hecho<br />
Con esas cosas... real. Únicamente se le han añadido<br />
reacciones dramatizadas, libertad<br />
por J. R. Plana<br />
que me he tomado con el fin de ade-<br />
cuar la historia a la narración literaria. A excepción de los nombres, que son<br />
falsos, el suceso ocurrió tal y como aquí se describe.<br />
masculino de nuestro amigo.<br />
- Es una tontería, Carlos, no te preocupes.<br />
Es para pasar el rato y tener algo<br />
que contar por a tus nietos. –Victoriano,<br />
Vito para los amigos, siempre tenía<br />
unos argumentos un poco más sólidos<br />
que los demás.<br />
Quedamos en hacerlo ese mismo viernes.<br />
David dijo que sabía dónde conseguir<br />
lo que necesitábamos, y nosotros<br />
nos quedamos tranquilos y no hicimos<br />
preguntas. Era un tipo muy resuelto y<br />
fiable.<br />
El resto de la semana trascurrió sin<br />
que nadie mencionara el tema. Yo no le<br />
presté más atención, e incluso llegué a<br />
olvidarme de ello hasta el viernes. Ese<br />
día, por la mañana, Carlos me llamó al<br />
teléfono de casa.<br />
- Hola tú – me dijo al contestar -. Todo<br />
marcha bien, me quedo esta tarde con<br />
mi abuela hasta que vuelva mi tía. Tendremos<br />
unas tres horas, más o menos.<br />
Con eso basta, ¿no?<br />
- Claro que sí, tío. Eso es un rato nada<br />
más. Nos basta y nos sobra. ¿A qué hora<br />
quedamos?<br />
- Estaros aquí sobre las cinco, cinco y<br />
media. ¿Te encargas tú de llamar a los<br />
demás?<br />
- Vale.<br />
- No os traigáis nada de comercio<br />
ni bebercio, lo llevo yo de mi casa,<br />
89
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
90<br />
que sobró de la semana pasada.<br />
- Vale.<br />
- Venga, hasta luego.<br />
Y colgó.<br />
Llamé a Victoriano y le encargué que<br />
llamara a David. Así funcionábamos<br />
nosotros, una cadena en perfecta sincronización<br />
mecánica. Si nuestras madres<br />
nos veían mucho rato colgados al teléfono<br />
nos lo quitaban a patadas, que luego<br />
la factura subía un buen pico. Lo que<br />
quedaba de mañana lo empleé en perder<br />
el tiempo tirado en el sofá de casa.<br />
A las cinco salí de casa. A las cinco<br />
y diez estaba ya en casa de Leonor, la<br />
abuela de Carlos. En el pueblo, aunque<br />
es grande, está todo a cinco minutos,<br />
diez como mucho. Tardé cinco minutos<br />
de más porque me paré a comprar<br />
unas chuches, para picotear algo en lo<br />
que llegaban los otros. En el pueblo hay<br />
cierta tendencia a llegar siempre tarde,<br />
y como la gente no se lo toma mal, lo<br />
suyo es llegar con quince minutos de<br />
retraso. Como poco. Yo he sido siempre<br />
una de esas raras excepciones, así que<br />
siempre iba provisto de algo para matar<br />
el tiempo.<br />
Carlos me abrió en seguida.<br />
- Hola. Vamos a ir al piso de arriba,<br />
para estar más tranquilos. Mi abuela<br />
está en la sala, salúdala antes de subir.<br />
La mujer estaba en su mecedora de<br />
siempre, la tele de fondo, el ventilador<br />
enchufado y vestida de negro riguroso.<br />
Creo recordar que por aquel entonces<br />
rondaba ya los noventa años, y como<br />
el abuelo de Carlos había muerto antes<br />
de que él naciera, mi sensación era que<br />
toda la vida ella había ido de luto.<br />
- Buenas tardes Leonor –grité para<br />
que me oyera bien.<br />
- Buenas tardes hijo, ¿cómo estás?<br />
Leonor estaba ciega. Hacía unos<br />
cuantos años que había perdido la vista<br />
totalmente, y ahora escrutaba con sus<br />
blanquecinos ojos la habitación, intentando<br />
localizarme por el sonido de mi<br />
voz.<br />
- Muy bien, aguantando el calor este<br />
que hace. ¿Y usted?<br />
- Pues como siempre, más pa´lla que<br />
pa´cá. ¿Qué vais, a jugar un rato?<br />
- Sí, echaremos unas partidas al parchís<br />
o algo de eso.<br />
- Muy bien, muy bien, vosotros como<br />
si estuvierais en vuestra casa.<br />
- Muchas gracias Leonor.<br />
Solíamos ir mucho a casa de la abuela<br />
de Carlos, y las conversaciones con su<br />
abuela dejaban un matiz de bucle; siempre<br />
nos preguntaba lo mismo. Íbamos<br />
allí porque era donde más tranquilos<br />
estábamos, con la casa para nosotros<br />
solos. Y además a la mujer le alegrábamos<br />
el día, porque sentía el movimiento<br />
de la juventud, y eso a la gente mayor<br />
siempre le gusta. Así que todos ganábamos.<br />
David y Victoriano observaron rigurosamente<br />
la costumbre, y hasta las seis<br />
menos veinticinco no aparecieron. David<br />
venía cargado con una caja grande.<br />
- Vengo matado de subir la cuesta con<br />
el sol en el cogote. ¿A quién se le ocurre<br />
quedar en plena hora de la siesta?<br />
- Deja de quejarte y trae la caja. Pasad<br />
a saludar a mi abuela y luego subid,<br />
que hemos puesto otro ventilador para<br />
nosotros.<br />
Ayudé a Carlos a subir la caja mientras<br />
oíamos las voces de los otros dos<br />
saludando a Leonor. Una vez arriba, cotilleamos<br />
un poco a ver que había traído.<br />
David, siempre previsor, había me
tido todo lo necesario para el ritual y<br />
para crear atmósfera.<br />
- Velas, mantel oscuro, el tablero…<br />
Mira, ha cogido un vaso, el idiota. Como<br />
si aquí no hubiera –me dijo Carlos, alzándolo.<br />
David y Victoriano entraron<br />
en la habitación.<br />
- ¡Te he oído! Es por si acaso –se defendió-.<br />
¿Estáis listos?<br />
- Sí, creo que tengo todo listo.<br />
Estábamos en una habitación que no<br />
se usaba para nada, así que tenía poco<br />
mobiliario. La habíamos despejado,<br />
amontonándolo todo en un rincón. Cerramos<br />
bien los postigos de todas las<br />
ventanas de las habitaciones próximas,<br />
y tapamos las de nuestra estancia con<br />
sábanas para que no entrara nada de<br />
luz. Encendimos una pequeña lámpara<br />
de mesa y la cubrimos con una sábana<br />
fina de color rojo, para dar más dramatismo<br />
al ambiente. Por su lado, David<br />
apagó el ventilador y fue prendiendo<br />
las velas y colocándolas estratégicamente<br />
en grupitos.<br />
- Vito, vacía la caja y ponla bocabajo,<br />
la usaremos de mesa.<br />
Victoriano sacó todo el contenido y<br />
colocó la caja en el centro de la habitación.<br />
Luego David la cubrió con el mantel<br />
oscuro.<br />
- Es marrón, pero sin luz parece negro<br />
–comentó-. Os da lo mismo, ¿no?<br />
- Uff… Yo, si no es con mantel negro,<br />
no hago nada –apunté con voz de quisquilloso.<br />
- ¡“Veste” a la mierda! –me dijo riéndose-.<br />
Venga, sentaos cada uno en un<br />
lado.<br />
Obedecimos y él puso el tablero sobre<br />
la mesa, con el vaso bocabajo en el<br />
centro. Se acomodó en su sitio, con las<br />
piernas cruzadas. No sé si era mi ima-<br />
J. R. Plana - CON ESAS COSAS...<br />
ginación o realmente lo vi, pero percibí<br />
un asomo de duda en David. Repasé<br />
con la mirada a todos y la verdad es que<br />
parecían inquietos. Yo comencé a percatarme<br />
de lo que íbamos a hacer, y un escalofrío<br />
recorrió mi espina dorsal. Sentí<br />
helor en el estómago y me entraron ganas<br />
de salir de allí. Intenté controlarme,<br />
pero el ominoso momento se imponía<br />
a todo dominio. Las piernas dobladas<br />
me temblaban ligeramente. Cielos, yo<br />
no quería hacer eso, ¿para qué narices<br />
habría dicho nada?<br />
- Bueno, vamos a empezar, ¿no? –David<br />
llevaba la batuta.<br />
- Oye, chicos… -Había estado dudando<br />
si hablar, pero al final el miedo pudo<br />
a la vergüenza-. No tengo claro que<br />
quiera hacer esto…<br />
Oído con perspectiva, sonaba a cagalera<br />
de gallina total.<br />
- ¡Venga ya! Ahora no podemos amilanarnos,<br />
ya hemos montado el follón –<br />
Vito era el animador oficial del grupo-.<br />
Tú tranqui, que esto lo hace un montón<br />
de gente y no pasa nada. Vamos, David,<br />
oficias la ceremonia, que sabes qué hay<br />
que hacer.<br />
- Ok… -inhaló aire con teatralidad-.<br />
Esto no es necesario, pero me han dicho<br />
que ayuda. Juntad vuestras manos y cerremos<br />
el círculo. Ahora repetid conmigo.<br />
Casi en susurros, pero con voz imperiosa,<br />
comenzó a dar órdenes al vacío<br />
que teníamos delante.<br />
- Si hay algún espíritu en las cercanías,<br />
pedimos que se muestre.<br />
Unimos nuestras voces en replica.<br />
- Danos una señal de tu presencia a<br />
través de este tablero –tras la repetición<br />
guardó silencio unos segundos-. Ahora,<br />
poned vuestros dedos índices en el vaso,<br />
91
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
92<br />
y vamos a repetir lo mismo varias veces.<br />
Es importante que estéis muy concentrados.<br />
Coreamos al unísono las dos frases<br />
varias veces seguidas. Yo lo repetía con<br />
la boca pequeña, pues a cada segundo<br />
me sentía menos seguro de aquello. Estaba<br />
muy nervioso, tenía la boca enormemente<br />
seca y me temblaba la espalda.<br />
Hacía mucho que no sentía tanto<br />
miedo. Cerré los ojos con fuerza para<br />
intentar mitigar el terror creciente.<br />
- ¡Joder! –David pegó un grito.<br />
- ¡Mierda! ¿Qué ha sido eso? –ese era<br />
Carlos.<br />
- ¿Es una broma? ¡Qué coño estáis haciendo!<br />
–Vito.<br />
- ¡Joder, joder, joder! ¿Qué pasa? –oí<br />
como David se movía.<br />
Sentía muchísimo frío por dentro, y<br />
tenía la sensación de que mis tripas se<br />
estaban deshaciendo. Abrí los ojos para<br />
ver qué pasaba y me encontré con plena<br />
oscuridad.<br />
- ¡Enciende ya, coño! ¡Como estés<br />
gastando una broma te parto el cuello,<br />
gilipollas! –Vito estaba fuera de sí.<br />
- ¡Tranquilo, tío! ¡No he sido yo, joder!<br />
–la débil llama de un mechero iluminó<br />
nuestras caras. Todos estaban blancos<br />
como la pared. Supongo que yo tenía el<br />
mismo aspecto.<br />
David alumbró con el mechero a su<br />
alrededor, buscando una vela para tener<br />
algo más de luz.<br />
- Carlos, tío, es tu casa, sabes donde<br />
están las luces, enciéndelas tú, cojones.<br />
- Y una mierda, yo no me muevo hasta<br />
que tenga una vela o lo que sea.<br />
- Me cago en la leche –David encontró<br />
un grupo de tres velas-. Toma, coge<br />
esta.<br />
Carlos se levantó y, con paso trémulo,<br />
se dirigió hacia la puerta, para dar la<br />
luz.<br />
- Ostras, no funciona.<br />
- Prueba con la del pasillo.<br />
- Habrán saltado los plomos.<br />
- ¡Tú prueba!<br />
Nuestro amigo salió de la habitación,<br />
internándose en el pasillo, al que llegaba<br />
algo de luz gracias al piso de abajo.<br />
Para alivio de todos, la luz de afuera se<br />
encendió.<br />
En tropel, sin orden ni concierto, salimos<br />
corriendo de allí, al estilo sálvese<br />
quien pueda. Carlos, aún pálido, nos<br />
esperaba con la vela encendida en la<br />
mano.<br />
- ¿Qué ha pasado? –preguntó.<br />
- No tengo ni idea, ha sido súper raro<br />
–respondió David.<br />
- No debíamos haber hecho esto, no<br />
debíamos haber hecho esto… –Ahora<br />
era yo, y no la abuela, el que estaba en<br />
un bucle.<br />
- ¿Seguro que no es una broma, David?<br />
–Vito estaba serio como nunca.<br />
- Te lo prometo, no ha sido idea mía<br />
–se paró un minuto a mirarnos a todos,<br />
uno por uno-. Ninguno tenemos cara<br />
de estar disfrutando con una “broma”.<br />
Tenéis pinta de muerto, y yo no me encuentro<br />
especialmente mejor, la verdad.<br />
- ¿Pero qué ha pasado ahí dentro? –<br />
Carlos también estaba en bucle.<br />
- No lo sé, no lo sé. Abramos todas las<br />
ventanas y vamos a ver si hay algo.<br />
Esta vez no nos dividimos el trabajo,<br />
fuimos todos juntos abriendo, uno<br />
por uno, todos los postigos que habíamos<br />
cerrado. Empezamos por las otras<br />
habitaciones, en las que la luz eléctrica<br />
funcionaba, y dejamos para el final en la<br />
que estábamos nosotros.<br />
- Por aquí no hay nada raro…
- No habrá sido tu abuela, ¿eh? –David<br />
intentaba bromear, pero no se le oía<br />
muy seguro.<br />
Le ignoramos. Había demasiada tensión<br />
en el ambiente. Ya sólo faltaba la<br />
última habitación, y ninguno quería<br />
entrar allí. Estábamos los cuatro allí parados,<br />
casi apretujados los unos contra<br />
los otros en medio del pasillo iluminado<br />
por los rayos que entraban por las<br />
ventanas de otros cuartos. Hacía mucho<br />
calor, pero ninguno sudaba. El frío había<br />
anidado bien dentro.<br />
- Tenemos que entrar… Tiene que haber<br />
una explicación.<br />
David se separó de la piña que formábamos,<br />
adentrándose despacio en<br />
la habitación. Era un mar de impenetrable<br />
oscuridad, pues a pesar de la luz<br />
exterior, no veíamos nada más allá del<br />
umbral de la puerta. El sentimiento de<br />
grupo se impuso a nuestro paralizante<br />
terror y avanzamos a una, arropando a<br />
David. La vela de Carlos hacía rato que<br />
se había apagado, pero él seguía sujetándola,<br />
totalmente ajeno.<br />
- Abramos para que entre luz. –Continuamos<br />
todos juntos, en dirección a las<br />
ventanas.<br />
Los escasos metros que separaban<br />
la puerta de los postigos se me antojó<br />
como un avance interminable. Parecía<br />
que, en medio de aquella oscuridad<br />
casi tangible, no íbamos a llegar jamás<br />
a ningún sitio. En el fondo de mi mente<br />
comenzó a crecer un terror a no salir<br />
nunca de allí, que fue inundándome<br />
poco a poco. Por fortuna para todos, alcanzamos<br />
las ventanas y las tinieblas se<br />
rompieron con el sol del verano.<br />
La habitación estaba tal cual la habíamos<br />
dejado antes de que todo se apagara,<br />
nada se había movido de su sitio.<br />
J. R. Plana - CON ESAS COSAS...<br />
Los muebles, las velas, el ventilador<br />
apagado, la mesa improvisada, el<br />
vaso… Todo seguía allí, como si no hubiera<br />
pasado nada.<br />
- Aquí no hay nadie… -Vito parecía<br />
desolado. Quizá esperaba ver alguien<br />
riéndose de nosotros y nuestras caras<br />
de pardillos.<br />
- Las ventanas están totalmente cerradas,<br />
no ha podido ser la corriente. Y el<br />
ventilador está desenchufado… ¿Cómo<br />
coño se han apagado todas las velas de<br />
golpe? –David examinaba con cuidado<br />
la escena.<br />
- ¿Y la lamparilla? ¿Por qué se ha apagado<br />
la lamparilla? Mi tía le cambió la<br />
bombilla hace poco, no se ha podido<br />
fundir.<br />
- Hubiera sido demasiada casualidad.<br />
Es todo muy raro, no me gusta un pelo<br />
–Victoriano miraba ceñudo a la mesa -.<br />
Tíos, ¿qué es eso<br />
No se movió de su sitio, simplemente<br />
estiró el brazo como si tuviera un resorte<br />
y señaló al tablero. El resto nos acercamos<br />
despacio, como si de un momento<br />
a otro fuera a saltar una liebre asesina<br />
contra nosotros. David se paró y soltó<br />
una exclamación ahogada. Carlos también<br />
se paralizó de repente, llevándose<br />
la mano a la boca. Yo seguía andando,<br />
inspeccionando la mesa pero sin terminar<br />
de entender qué pasaba. Entonces<br />
lo vi, y no pude evitar que se me saltaran<br />
las lágrimas de la impresión.<br />
El vaso, el que habíamos usado bocabajo<br />
encima del tablero, lucía sobre su<br />
base cuatro marcas negras. Al prestar<br />
más atención descubrí que eran huellas<br />
digitales perfectamente definidas, una<br />
por cada uno de nosotros.<br />
Lo primero que hice fue mirarme el<br />
dedo índice, esperando encontrar un<br />
93
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
94<br />
manchurrón de tinta. Pero mi dedo estaba<br />
limpio. Estiré todos en busca de<br />
algo, pero estaba impoluta. Miré la otra<br />
mano y me encontré con más de lo mismo.<br />
Dirigí mi vista hacia el resto de mis<br />
amigos, que habían vuelto a perder el<br />
color. Vito seguía en la misma posición,<br />
con el brazo a media altura, señalando<br />
la caja. Carlos parecía al borde de un<br />
ataque de nervios y David farfullaba<br />
algo sobre que el vaso estaba limpio y<br />
que no entendía qué era eso. Con dos<br />
zancadas se acercó y lo revolvió todo,<br />
intentando encontrar una mancha de<br />
grasa o suciedad que explicara el por<br />
qué de las huellas. Pero allí seguía sin<br />
haber una explicación razonable.<br />
- Vamos a recoger, chicos. Quitemos<br />
esto del medio y vámonos a la calle. No<br />
aguanto ni un minuto más aquí –y, dando<br />
la vuelta a la caja, empezó a meter<br />
todo dentro.<br />
Nosotros tardamos un poco en reaccionar,<br />
pero el ímpetu de David nos<br />
despertó del trance. Recogimos como<br />
alma que lleva el diablo. Nunca en mi<br />
vida he vuelto a trabajar tan rápido. En<br />
mucho menos de la mitad de tiempo<br />
que nos llevó montarlo todo, habíamos<br />
dejado la habitación tal y como estaba.<br />
En solemne silencio enfilamos el pasillo<br />
rumbo al piso de abajo.<br />
- No puedo irme muy lejos, mi abuela<br />
no se puede quedar sola.<br />
- Vale, nos quedaremos en la puerta.<br />
Pero fuera, no quiero estar aquí. –David<br />
llevaba la caja con una especie de rabia<br />
contenida.<br />
- ¿Qué vas a hacer con eso? –preguntó<br />
Vito, mirando con aprensión.<br />
- Lo voy a tirar todo al fuego. A la<br />
mierda, yo esto no lo repito en mi vida.<br />
Llegamos al piso de abajo y pasamos<br />
por delante de la sala. Carlos entró a decirle<br />
a su abuela que íbamos a estar en<br />
la puerta de la calle, pero a medio camino<br />
se detuvo. Su abuela estaba mirando<br />
en nuestra dirección, saltando de uno a<br />
otro, como si pudiera vernos. No se mecía<br />
en su asiento, estaba completamente<br />
quieta, abriendo y cerrando la boca<br />
como si cogiera aire al salir del agua.<br />
Entonces habló, casi en un susurro, pero<br />
que todos oímos perfectamente.<br />
- Ay, hijos… Con esas cosas no se juega.
1 + 1 suman<br />
siempre 3<br />
por<br />
Miguel Cristóbal Olmedo<br />
Yo no soy detective; si lo fuera, no<br />
estaría muerto ni me dispondría a confesar.<br />
Y es que los muertos deberíamos<br />
tener voz y voto en estas historias, aunque<br />
pocas veces se nos dé carrete. Somos<br />
los protagonistas a pesar de que<br />
simplemente estemos ahí, tumbados sobre<br />
el proverbial baño de sangre, mientras<br />
junto a nosotros alguien traza un<br />
dibujo de tiza y la gente forma un corro<br />
y dispara fotografías.<br />
En mi caso, fui encontrado en la cocina,<br />
con la puerta de la nevera abierta,<br />
los restos de un sándwich de atún sobre<br />
la vitrocerámica. Podría ser peor. La<br />
muerte pudo encontrarme en el baño,<br />
con los pantalones bajados y la mierda<br />
partida por la mitad por una contracción<br />
de los músculos del culo. Tardaron<br />
un rato en darme la vuelta, allí donde<br />
una vez estuvo mi ojo derecho, había<br />
ahora el orificio de entrada de una bala.<br />
Escuchaba las voces discurriendo nebulosamente<br />
hacia temas de conversación<br />
que no tenían nada que ver conmigo.<br />
El detective Raúl Martínez, del departamento<br />
de Homicidios, estaba en<br />
trámites de separación. Su compañero,<br />
Damián Arjona, sacudía la cabeza<br />
y porfiaba contra las mujeres, especialmente<br />
las mujeres casadas, para mostrar<br />
empatía por su compañero. “Putas<br />
y chantajistas. Te hacen elegir: el dinero<br />
o la vida”. Luego salieron al portal<br />
Miguel Cristóbal Olmedo - 1+1 SUMAN SIEMPRE 3<br />
En las historias policíacas, los culpables<br />
suelen tener la última palabra...<br />
a menos que la víctima se les<br />
adelante y plantee su versión del crimen.<br />
para cederle el espacio al equipo científico<br />
–vaya risa, sólo era uno-. Raúl<br />
encendió un cigarrillo y le ofreció otro<br />
a Damián que hizo no con la cabeza,<br />
lentamente. Se quedaron mirando los<br />
edificios que hay al otro lado de la calle<br />
y muestran una fachada desabrida<br />
con todas esas cuerdas de tender y la<br />
ropa interior expuesta de manera triste,<br />
como si fueran los pañales de un niño<br />
y no el sujetador de una mujer que alguien<br />
ha mirado con deseo.<br />
Me sacaron por la puerta, dentro<br />
de lo que parecía una bolsa de gimnasio.<br />
Y yo nunca he ido a un gimnasio, con<br />
que fíjense en la ironía. Los vecinos se<br />
agolpaban para verme salir, como una<br />
celebridad, sin saber si era yo o Sabrina.<br />
La televisión de la cadena autonómica<br />
ya estaba allí, raudos como nadie gracias<br />
al soborno del sargento de guardia<br />
y filmaban mi entrada en la ambulancia,<br />
hacían preguntas a los curiosos que<br />
siempre decían lo mismo: es una tragedia.<br />
Los detectives se mezclaban con los<br />
periodistas y escuchaban las respuestas<br />
que daban a la televisión. El ansia de<br />
protagonismo desenreda más lenguas<br />
que la sala de interrogatorios.<br />
Unos minutos después sacaron el<br />
segundo cadáver. Una señora que no<br />
nos conocía se puso a llorar por la histeria.<br />
Los periodistas giraron sobre sus<br />
talones y la empezaron a fotografiar.<br />
95
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
96<br />
Los que de verdad nos habían conocido,<br />
no lloraban; en realidad, más de uno<br />
se habría alegrado o buscaba la forma<br />
de robar en el piso. “Eran tan jóvenes”<br />
farfulló alguien inopinadamente, porque<br />
la edad no tiene nada que ver con<br />
la muerte.<br />
Raúl y Damián se montaron en<br />
la misma ambulancia. Me hubiera gustado<br />
volverme hacia uno de ellos y con<br />
un estertor susurrarle el nombre de mi<br />
asesino.<br />
Esa tarde Raúl discutió con su mujer<br />
porque ninguno de los dos quería dejar<br />
la casa. “¡Búscate un hotel!”, se gritaban<br />
mutuamente. Finalmente fue la mujer<br />
quien salió porque tenía miedo de recibir<br />
una paliza. “Pero sólo por un par de<br />
noches”, le advirtió, y encontró asilo en<br />
brazos de su amante, un crápula adinerado,<br />
con buen gusto con la ropa y las<br />
mujeres.<br />
Al detective la casa se le volvió enorme.<br />
Rompió el espejo del baño y se rajó<br />
el antebrazo con la punta de uno de los<br />
pedazos. Una leve tentativa de llamar la<br />
atención, pero lo pensó mejor y se lavó<br />
la herida. La sangre dejó de brotar por<br />
sí sola. Buscó el desinfectante pero no<br />
estaba en su sitio porque su mujer se lo<br />
había llevado en su maleta, así como el<br />
dinero de su cartera, ausencia que no<br />
notó hasta una hora después, cuando<br />
fue a pagar en el bar su tercer whisky.<br />
Damián se estaba masturbando delante<br />
del televisor, desarrollando una<br />
fantasía sexual que incluía a Raúl sacándose<br />
la ropa, cuando le llamaron al<br />
móvil. “¿Quieres tomarte algo conmigo?”.<br />
Era la voz de su compañero, que<br />
empezaba a sonar como la de un borracho.<br />
Damián se lavó los dientes y se ins-<br />
peccionó su pecho trabajado en el gimnasio.<br />
Salió volando preguntándose si<br />
aquella noche sería la noche. Raúl, por<br />
supuesto, sólo quería a alguien que le<br />
pagara las copas que tenía intención de<br />
seguir tomándose. Ninguno de los dos<br />
se acordaba ya más de nosotros.<br />
Sabrina y yo nos amábamos. O<br />
nos seguimos amando con la distancia<br />
de los muertos y el resentimiento de los<br />
muertos. Nuestra historia es demasiado<br />
vulgar. Al principio, sólo follábamos y<br />
nos quedábamos mirando cómo el gotelé<br />
se iba desgajando del techo. Pasábamos<br />
de compromisos porque sabíamos<br />
demasiado sobre ellos. Una noche<br />
me propuso que durmiera en su casa.<br />
Se había hecho tarde y no era plan de<br />
ir gastándose el dinero en taxis. Haber<br />
aceptado cambió para siempre las bases<br />
de nuestra relación. Desperté de madrugada<br />
y sentí que Sabrina andaba a<br />
tientas hasta el baño. Por la puerta cerrada<br />
se colaba una rendija de luz que<br />
entraba hasta su dormitorio. La escuché<br />
moviéndose de un lado para otro, manipulando<br />
cosas, abriendo y cerrando<br />
el grifo. Pasó demasiado tiempo y la<br />
llamé con voz queda, preguntando si se<br />
encontraba bien. Finalmente me atreví<br />
a abrir puerta, que no tenía echado el<br />
cerrojo, y la encontré adormilada sobre<br />
la taza del váter, con los pantalones bajados,<br />
la mierda partida por la contracción<br />
de los músculos del culo y la aguja<br />
todavía en el brazo.<br />
El resultado de la autopsia se demoró<br />
más de lo debido porque éramos<br />
unos yonkis en un barrio marginal. Había<br />
restos de pólvora en las manos de<br />
Sabrina. El arma estaba a su lado. Era<br />
fácil anticipar una deducción: se había
volado la cabeza después de abrir fuego<br />
contra mí. La cosa era de manual. “1 +<br />
1 suman 2”, pensó Raúl, que se negaba<br />
a hablar de lo que había pasado la<br />
otra noche con Damián. La ventaja de<br />
solucionar homicidios entre yonkis es<br />
que no son demasiado imaginativos y<br />
no tardarían mucho en dar con el móvil<br />
del crimen, que sólo podía ser dinero,<br />
drogas o celos.<br />
Sabrina me enseñó a usar la heroína.<br />
Como es costumbre decir, yo solamente<br />
deseaba probarla, totalmente<br />
advertido de los peligros de la adición y<br />
con el respaldo de la fobia que siempre<br />
he sentido por las agujas. Les diré algo<br />
que deberían saber ya: todos los drogadictos<br />
empezamos con la misma premisa<br />
de no volverlo a hacer. Es como hacer<br />
el amor. Uno no se engancha así como<br />
así de una persona, se acuesta una vez<br />
y no pasa nada, entonces decide volver<br />
a hacerlo porque se ha perdido el sentido<br />
del riesgo. Mi primera experiencia<br />
con la heroína fue nefasta. Ni siquiera<br />
me hizo sentir bien. Vomité (y yo odio<br />
vomitar) hasta que casi perdí el conocimiento.<br />
Luego me quedé dormido y<br />
creo que entre sueños me dio por volver<br />
a vomitar. ¿Cómo podía eso enganchar<br />
a nadie? ¿Cuánta verdad había en eso<br />
de que la droga era mejor que el sexo?<br />
Me parecía una comparación desproporcionada.<br />
Pero eso fue antes de saber<br />
que uno puede vivir sin sexo, sin amor,<br />
sin dinero, pero no se puede vivir sin<br />
heroína. Quizá les parezca poco educativo<br />
pero eso es porque la educación<br />
nunca tuvo nada que ver con la verdad.<br />
Yo lo sé. Mi asesino lo sabe.<br />
Esa noche Raúl se acostó asqueado,<br />
reviviendo la sorpresa del primer beso<br />
Miguel Cristóbal Olmedo - 1+1 SUMAN SIEMPRE 3<br />
áspero de Damián, protagonizado por<br />
su barbilla sin afeitar y sus labios arrugados,<br />
ya en el dormitorio, los dos borrachos<br />
y cantando melodías obscenas.<br />
La pelea, la disculpa, los insultos. Y, entonces,<br />
cuando Damián estaba girando<br />
el pomo de la puerta, surgió la voz de<br />
Raúl, pidiéndole increíblemente que se<br />
quedase, como si se tratara de una damisela<br />
desguarecida y fuera aullasen<br />
los lobos. Raúl no quería acordarse pero<br />
cerraba los ojos y volvía a sentir su cuerpo<br />
apretado al del otro, los gemidos, los<br />
sollozos, la inconsciencia de la necesidad,<br />
los dedos de Damián metidos en su<br />
boca, unos dedos que sabían a pólvora,<br />
alcohol y atún. Esa noche su mujer estaba<br />
follando en la casa del amante crápula.<br />
Él la hacía adoptar las posturas más<br />
vejatorias. Ella se quejaba: duele. Pero<br />
se avino a todo mientras por la rendija<br />
del armario la cámara lo filmaba. Esa<br />
noche Damián estaba llorando. Por una<br />
parte se sentía feliz y por otra, más desdichado<br />
que nunca. La conciencia y el<br />
deseo le hacían un nudo en la cabeza.<br />
El tiempo pasa y la vida continúa. Eso<br />
dicen, hasta que deja de ocurrir.<br />
Sabrina y yo empezamos a traficar.<br />
Le vendíamos al panadero, al cartero de<br />
la zona, a la vecina del primero y a los<br />
drogatas habituales del barrio. Sabrina<br />
también les vendía a su madre y a su<br />
prima. Eran una familia de consumidores<br />
formidables. No nos iba mal y tampoco<br />
sentíamos miedo aunque por la<br />
calle sonaban voces de una nueva mafia<br />
que estaba eliminando o comprando<br />
a la competencia. Con nosotros no<br />
podrían, y le dábamos al jaco, que era<br />
como nuestra poción mágica para luchar<br />
contra los invasores.<br />
97
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
98<br />
El día de mi muerte desperté tarde<br />
y con dolor de cabeza a causa del grito<br />
de Sabrina. Pensé que estaba sufriendo<br />
alguna paranoia. Sabrina siempre tuvo<br />
unos buenos pulmones, amén de una<br />
envidiable estructura ósea. Fui hasta la<br />
cocina dando tumbos, con la necesidad<br />
de un chute oprimiéndome el estómago.<br />
En el rellano de la puerta había un<br />
tipo que no había visto nunca. Se disculpó<br />
por presentarse así, nos pidió que<br />
nos sentáramos en la cocina, tranquilitos,<br />
y me preguntó si le podía preparar<br />
alguna cosa sencilla, como un sándwich<br />
de atún. Y yo se lo hice porque lo pidió<br />
con las maneras correctas y una Beretta<br />
semiautomática en la mano.<br />
Damián sugirió a su compañero que<br />
salieran un momento de la comisaría.<br />
Raúl aceptó porque le apetecía fumar<br />
y mantenerse por un rato lejos del papeleo.<br />
Fue Damián, por supuesto, el<br />
primero en hablar y Raúl, revolviéndose<br />
bruscamente, lo detuvo con un<br />
gesto: “Aquí no, después”. En la oficina<br />
alguien quiso saber cómo iban las<br />
pesquisas. Todo encajaba, le dijeron,<br />
la pistola, las balas... Sólo que Sabrina<br />
y yo nos queríamos. Pero eso, claro, no<br />
sale en las autopsias. Damián no dejaba<br />
de mirar el reloj, impaciente por tener<br />
la ocasión de enfrentar los ojos de Raúl<br />
y confesarle lo que sentía. Raúl se iba a<br />
acobardar, echarle la culpa a la botella<br />
y le iba a partir la boca. Uno de los dos<br />
pediría el traslado. Así se acabaría todo.<br />
Damián lo sabía y, sin embargo, tenía<br />
que decírselo.<br />
El tipo de la Beretta nos hizo las amenazas<br />
acostumbradas mientras daba<br />
cuenta del sándwich. La conversación<br />
que estábamos teniendo la llevamos en<br />
un tono bastante civilizado. Todo iba<br />
bien. A partir de ahora le compraríamos<br />
la mercancía a él. Más cara y de menos<br />
calidad, pero el mercado siempre fluctúa.<br />
Entonces, no sé por qué, le salté encima.<br />
Quiero decir que todo iba camino<br />
de un final feliz y no había necesidad de<br />
atacarle, pero el tipo no se terminaba de<br />
ir y la tensión de mi estómago se agudizó<br />
hasta el punto de que ya no pude<br />
pensar más. Si hubiera sido un detective,<br />
no estaría muerto. Habría sabido que<br />
no se trataba de un gangster cualquiera,<br />
que este tipo sabía apretar al gatillo aun<br />
con las manos atadas. Sentí una fuerza<br />
invisible empujándome con violencia<br />
hacia atrás. Escuché la detonación, sonando<br />
de forma festiva muy cerca de la<br />
cara. Sabrina se puso a gritar otra vez.<br />
Tiene buenos pulmones, ese fue mi último<br />
pensamiento antes de que se hiciera<br />
momentáneamente la oscuridad.<br />
A la hora de salir, Damián busca por<br />
todas partes a su compañero. “Ha salido<br />
antes, ¿no le has visto?” le responden<br />
otros agentes que empiezan su turno de<br />
patrulla. Por supuesto nadie contesta<br />
cuando marca su número de móvil. Va<br />
hasta la casa de Raúl y puede ver las<br />
ventanas iluminadas del salón pero no<br />
se atreve a tocar el timbre de la puerta,<br />
se queda como un gato mirando la<br />
luna, mira y mira y mira. Entonces distingue<br />
el perfil de dos personas que se<br />
hablan muy de cerca. Y el brazo de una<br />
de ellas descansa en los hombros de la<br />
otra. No puede soportarlo más y acude<br />
al bar donde Raúl y él compartieron la<br />
otra noche las cervezas. Los parroquianos<br />
ni siquiera advierten su entrada.<br />
Todos ellos, piensa, tienen el aspecto
de ser hombres lúcidos y, sin embargo,<br />
también están ahí, matando las horas,<br />
sin subir los peldaños de casa, todos tienen<br />
una araña negra reconcomiéndoles<br />
el pecho, un secreto turbio, una confesión<br />
que no pueden sino hacerle al vaso<br />
que tienen delante.<br />
La mujer de Raúl llora desconsoladamente,<br />
pide perdón, se le arruga la<br />
cara como si fueran los labios secos de<br />
Damián. Raúl aparta ese pensamiento.<br />
Mira a su mujer, deshecha en lágrimas,<br />
verdaderamente arrepentida de todo, y<br />
Raúl, claro, qué puede hacer él si en el<br />
fondo no ha dejado de quererla, ni de<br />
odiarla, pero eso también forma parte<br />
de su forma de quererla. La sacude una<br />
bofetada y ella resiste impertérrita. Le<br />
anima: eso, eso, lo merezco, pero déjame<br />
volver. Raúl no tiene fuerzas para<br />
seguir. La pone la mano en el hombro y<br />
espera a que su corazón se tranquilice.<br />
Al fin y al cabo ya hay cosas entre ellos<br />
que no se dirán jamás. Raúl piensa en<br />
Damián un segundo, pero lo hace con<br />
asco, y sabe que no va a poder seguir<br />
trabajando con él. Su esposa ha vuelto.<br />
Tampoco sabe por qué pero es lo de<br />
menos. La mujer había encontrado la<br />
cámara y las cintas que el crápula guardaba<br />
en el armario de la ropa. Se dedicaba<br />
a subir las grabaciones por Internet<br />
y a ganar dinero con ellas. Así que<br />
ella ha salido a la intemperie dándose<br />
cuenta de que no tenía a dónde ir. Ha<br />
roto las cintas y ha entrado en la casa<br />
de Raúl con sus propias llaves. Y allí, al<br />
lado de la ventana, tiene lugar la escena<br />
de reconciliación, en el que los dos han<br />
decidido que para seguir juntos deben<br />
seguir mintiéndose.<br />
Damián está borracho. Persigue a un<br />
perro con una botella rota. Entra en el<br />
Miguel Cristóbal Olmedo - 1+1 SUMAN SIEMPRE 3<br />
salón y pone la tele pero no oye ni mira<br />
nada de lo que echan. Juega con su polla<br />
para lograr una erección, pero esa<br />
noche no hay ganas más que para olvidar<br />
el día de ayer. Va hasta el aparador<br />
de las bebidas donde también guarda<br />
sus armas no reglamentarias. Se sirve<br />
un whisky y mira las armas, se sirve<br />
otro whisky y mira las armas. Pasan las<br />
horas pero es como si no pasase nada.<br />
Cuando está de camino a la cama se detiene<br />
y regresa a la cocina porque le ha<br />
entrado antojo de sándwich de atún.<br />
99
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
100<br />
Cadáver exquisito<br />
por J. C. Medina<br />
Muchos sabréis en qué consiste un<br />
cadáver exquisito. Para los que no lo<br />
sepan, se trata de un cuadro pintado<br />
por varios artistas en la que cada<br />
uno realiza su parte sin saber qué<br />
han hecho los demás. Esta técnica,<br />
que empezaron a usar los surrealistas,<br />
ha sido llevada a otras artes, entre<br />
ellas la escritura.<br />
Nosotros hemos querido hacer algo<br />
parecido a esto, es una historia continuada<br />
a modo de concurso.<br />
Lo que vamos a hacer es la siguiente:<br />
leeros lo que viene a continuación.<br />
Luego os damos una serie de<br />
requisitos y vosotros seguís con ello.<br />
Nos lo mandáis, elegimos el que más<br />
nos guste y cada mes el cadáver sigue<br />
con un autor distinto.<br />
¡Esperamos vuestros relatos!<br />
Sam contempla intimidado la enorme<br />
muralla que rodea la Gran Ciudad.<br />
Siempre le produce la misma impresión,<br />
con sus altas torres y su grueso<br />
muro mecánico.<br />
Está escondido entre las rocas, a una<br />
prudente distancia de los robo-vigías<br />
defensivos. Si alguien se acerca demasiado<br />
a ellos y no posee un identificador<br />
insertado, éstos empiezan a disparar<br />
rayos de advertencia hasta que deciden<br />
que ya es suficiente y te dan de verdad.<br />
Por desgracia, a Sam le habían quitado<br />
el suyo cuando le mandaron a las mon-<br />
tañas, así que era mejor mantenerse a<br />
una distancia prudente de esos cacharros.<br />
Cogiendo los binoculares, Sam echa<br />
un vistazo a la puerta de acceso principal.<br />
Allí se aglomera todo los días una<br />
larga fila de personas provenientes del<br />
exterior, probablemente de las minas<br />
cercanas, que acuden a la Gran Ciudad<br />
con alguna tarea. En la entrada, robots<br />
limpiadores analizan la radiación y la<br />
identificación de los que llegan, y si no<br />
encuentran nada sospechoso, eliminan<br />
la contaminación de sus cuerpos y les<br />
dejan pasar. Por supuesto, tanto Sam<br />
como Archie Moloch, el alienígena misterioso<br />
que le había encomendado la<br />
misión, han descartado esa vía, pues<br />
resulta demasiado engorroso burlar la<br />
vigilancia.<br />
También estaban fuera del plan todas<br />
las vías de acceso restantes: agua, alcan-
tarillado y entrada de mercancías y comercios.<br />
En todos existen complicados<br />
detectores de radiación para evitar que<br />
entren en la ciudad elementos contaminados.<br />
Sam no está especialmente sucio,<br />
pero ha estado fuera el tiempo suficiente<br />
como para hacer saltar las alarmas y<br />
que le descubran acurrucado entre los<br />
cajones de comida.<br />
Así que la única forma de entrar posible<br />
consiste en lanzar un impacto electromagnético<br />
con un aparato de Archie<br />
hacia las torretas defensivas, para poder<br />
aproximarse sin riesgo de ser volatilizado,<br />
y una vez allí pasar al otro lado con<br />
un transportador de materia de corta<br />
distancia, también cortesía del inventario<br />
del alienígena.<br />
Sam se prepara, decido a conseguir el<br />
éxito en la misión o perecer en el intento.<br />
Apoyándose en la roca sobre la que<br />
se esconde, sujeta el lanzador de IE con<br />
las dos manos, apuntando con cuidado<br />
a la zona más próxima de la muralla.<br />
Respira profundamente y dispara con<br />
decisión.<br />
Le sorprende que no pase nada. Sólo<br />
se ha oído el “clic” del gatillo, no ha salido<br />
nada disparado: ni rayos, ni ondas,<br />
ni explosiones. Ni tan siquiera un ligero<br />
chisporroteo en los robots de defensa.<br />
Sam duda unos instantes. Piensa<br />
que puede resultar lógico que el trasto<br />
de Archie, que es el colmo del avance<br />
tecnológico, esté diseñado para ser totalmente<br />
discreto y silencioso, prácticamente<br />
indetectable. “Tiene sentido”, se<br />
dice a sí mismo. Enfundando el lanzador,<br />
Sam se pone en pie y estrecha los<br />
ojos intentando ver algún movimiento<br />
en los robo-vigías. Nada. Las armas están<br />
completamente inmóviles.<br />
Se encoge ligeramente de hombros,<br />
J. C. Medina - CADÁVER EXQUISITO<br />
como resignándose, y entonces aprieta<br />
a correr hacia la muralla. Su vida en<br />
las montañas le mantiene en forma, por<br />
lo que recorre como una exhalación la<br />
distancia que hay entre las rocas y el<br />
punto estimado en el que te detectan las<br />
defensas. Al llegar no se detiene, sigue<br />
corriendo a toda velocidad para evitar<br />
que nadie le vea allí en medio.<br />
Entonces un destello revienta el suelo<br />
a pocos metros por delante de él, haciendo<br />
que frene en seco y se caiga de<br />
bocas. Ha sido uno de los disparos de<br />
advertencia de las torretas cercanas, que<br />
ahora están apuntando en su dirección.<br />
Son dos, y no parecen nada amistosas.<br />
Antes de que Sam se pueda levantar,<br />
otro destello hace volar tierra por los aires<br />
muy cerca de su cara. Ese segundo<br />
aviso basta para que se incorpore deprisa<br />
y salga huyendo en dirección a la<br />
roca.<br />
Como si quisieran meterle prisa, los<br />
robots lanzan rayos a sus pies, haciendo<br />
a Sam avanzar a trompicones y dando<br />
saltitos. Llega como puede y de un salto<br />
pasa por encima de la piedra, dándose<br />
contra el suelo justo cuando un último<br />
tiro, quizá demasiado próximo, se estrella<br />
contra la roca. Sam se arrebuja detrás,<br />
haciéndose un ovillo. Allí se queda<br />
unos segundos, a la espera del siguiente<br />
disparo.<br />
Cuando ve que no ocurre nada, asoma<br />
con lentitud la cabeza por encima<br />
del pedrusco. Los robo-vigías han cesado<br />
su acoso, aunque siguen apuntando<br />
en su dirección, como medida disuasoria.<br />
Algo le golpea de repente en el hombro.<br />
- ¡Ah! -Sam brinca del susto.<br />
Las torretas siguen su salto, atentos a<br />
101
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
102<br />
su movimiento. Antes de que puedan<br />
volver a disparar, el hombre vuelve a<br />
su posición a toda prisa, al tiempo que<br />
se gira para ver quién está detrás.<br />
- Hola -Archie habla en voz baja, casi<br />
en un susurro. Está agazapado en la<br />
misma posición que Sam, moviendo la<br />
mano abierta en señal de saludo.<br />
- ¡¿Qué narices haces aquí?! -la voz de<br />
Sam suena más aguda de lo normal debido<br />
a la tensión y el susto.<br />
- Ha habido un imprevisto -Archie sigue<br />
hablando en susurros-. Te has dejado<br />
esto en casa y tenía que traértelo.<br />
En la mano sostiene un objeto cilíndrico,<br />
parecido a una pila.<br />
- ¿Eso qué es? -Sam sigue sonando<br />
anormalmente agudo.<br />
- Una pila.<br />
Justo lo que parecía.<br />
- ¿Una pila? ¿Y para qué quiero yo<br />
una pila?<br />
- Para el IE, si no, no funciona.<br />
Sam mira a la pila y después a Archie.<br />
Repite el movimiento varias veces antes<br />
de ponerse rojo de ira. Antes de que se<br />
ponga a chillar, Archie le quita el lanzador<br />
de la funda y lo manipula con destreza,<br />
quitando la culata e introduciendo<br />
la pequeña batería.<br />
- Toma, prueba ahora -le dice sonriendo.<br />
Sam le arranca el aparato de las manos<br />
de un tirón, mirándole con ojos de<br />
asesino.<br />
De nuevo vuelve a tumbarse sobre la<br />
piedra, con el IE sujeto. Apunta hacia<br />
los robo-vigías, que ya han dejado de<br />
mirar en su dirección. Aprieta el gatillo<br />
y... no sale nada.<br />
Ya se está girando hacia Archie para<br />
gritarle cuando oye un ruido en la muralla.<br />
Dirige su vista hacia allí y ve como<br />
las dos torretas que casi le matan cuelgan<br />
de sus brazos mecánicos.<br />
- Excelente puntería, Sam. ¡Vamos!<br />
Archie sale de detrás de la roca agarrando<br />
a Sam de un brazo. Pero, en vez<br />
de ir hacia la muralla, echa a correr paralelamente<br />
a ésta.<br />
- ¿Qué haces? –pregunta el hombre,<br />
que está siendo medio arrastrado por<br />
Moloch.<br />
- ¡Vamos hacia allí! –dice señalando<br />
con el otro brazo a una sección alejada<br />
de la muralla -. Los robots han disparado<br />
contra algo y luego han sufrido una<br />
sobrecarga, así que eso llamará la atención<br />
de los técnicos, que acudirán a ver<br />
qué ocurre. Hay riesgo de que nos descubran,<br />
así que lo que vamos a hacer es<br />
provocar dos sobrecargas más y entrar<br />
después de la tercera. Con suerte esto<br />
les pillará por sorpresa, y no serán capaces<br />
de acudir a los tres sitios tan rápido.<br />
El plan de Archie tiene sentido, así<br />
que Sam decide no cuestionarlo y correr<br />
detrás de él.<br />
No tardan mucho en llegar a la siguiente<br />
sección, donde Sam se tumba<br />
en el suelo y apunta de nuevo hacia la<br />
muralla.<br />
- Procura que alcance otra vez a dos<br />
–le susurra Archie.<br />
De nuevo aprieta el gatillo y no se oye<br />
nada. Pasados unos segundos, otras dos<br />
torretas se sobrecargan y quedan colgando.<br />
Archie se levanta de un salto y<br />
apremia a Sam para que le siga. Continúan<br />
la carrera rodeando a la ciudad<br />
hasta alejarse unos cuantos metros. Esta<br />
vez Sam no se tumba, sino que clava<br />
una rodilla en el suelo y dispara con celeridad.<br />
En cuanto ven caer los dos robots corren<br />
hacia la ciudad. Van a toda prisa,
esquivando piedras y procurando no<br />
torcerse nada en el abrupto terreno.<br />
Llegan al pie del enorme muro mecánico<br />
y entonces Archie se dirige a Sam.<br />
- Saca el teleportador que te di.- Sam<br />
obedece y echa mano del pequeño disco<br />
que lleva en el cinturón -. Dirige el dibujo<br />
de la flecha hacia el interior, como te<br />
he dicho. Así. Ahora los dos ponemos el<br />
dedo índice aquí, y, cuando yo te avise,<br />
pulsas el botón que tienes en ese lado.<br />
Archie toquetea una pequeña pantalla<br />
de la parte de arriba del disco, que<br />
emite suaves pitidos con el contacto.<br />
- Listo. ¿Es tu primera teleportación?<br />
–Sam asiente-. Entonces prepárate, es<br />
probable que cuando lleguemos al otro<br />
lado sientas unas fuertes náuseas y la<br />
necesidad de tumbarte, pero no debemos<br />
pararnos. En cuanto aparezcamos,<br />
tendremos que alejarnos lo máximo posible<br />
de esta zona sin llamar la atención.<br />
Sam le mira pensativo.<br />
- Archie… Cuando me diste este cacharro<br />
no me explicaste nada de esto.<br />
Sólo me dijiste que apuntara y le diera<br />
al botón, ¿pensabas dejarme saltar con<br />
el disco a medio configurar y sin avisarme<br />
de los efectos secundarios?<br />
- Hmmm… Sí, creo que sí. –Archie dirige<br />
la mirada a lo alto, como sopesando<br />
las probabilidades de lluvia en las<br />
próximas horas-. Lo cierto es que no iba<br />
dejarte hacerlo solo. Explicarte cómo<br />
funciona era mi excusa, pero por suerte<br />
te dejaste la pila –dibuja una amplia<br />
sonrisa en su rostro-. ¿Saltamos?<br />
- Eres un manipula…<br />
Con un ruido de succión, los dos sujetos<br />
se contraen en el aire, dejando vacío<br />
donde estaban ellos.<br />
Sam tiene la sensación de haber es-<br />
J. C. Medina - CADÁVER EXQUISITO<br />
tado dando vueltas sobre sí mismo durante<br />
horas, unido con el vacío en el estómago<br />
del ayuno y el asco que provoca<br />
el olor de un cadáver de varios días. Da<br />
tumbos por la estrecha callejuela, apoyándose<br />
de pared en pared. Archie está<br />
en la esquina, asomándose con precaución<br />
y mirando de vez en cuando a su<br />
compañero.<br />
- Vamos, no podemos pararnos –le<br />
urge.<br />
Sam intenta caminar, pero sólo consigue<br />
dar dos pasos antes de caerse de<br />
bruces. Moloch suspira y vuelve a ayudarle.<br />
Le levanta sin dificultad a pesar<br />
de la fuerte estructura de Sam. Cuando<br />
consigue ponerse en pie, mira al alienígena<br />
mientras se bambolea.<br />
- No podemos salir así… -respira con<br />
pesadez y le cuesta pronunciar las palabras-.<br />
No vamos… vestidos como los<br />
demás… Van a ver que…<br />
- Es verdad, no había caído. –Archie<br />
muestra una expresión de perplejidad-.<br />
¿Cómo se me pudo haber pasado?<br />
Soltando el brazo de Sam, hurga en<br />
uno de sus bolsillos. De él saca una pequeña<br />
pulsera.<br />
- Toma, ponte esto en la muñeca. Es<br />
un camuflador, crea un aura de ilusión<br />
a tu alrededor disfrazándote de lo que<br />
quieras. Tienes que apretar este botón<br />
mientras te concentras en la imagen de<br />
en lo que te quieres transformar. Mantelo<br />
durante cinco segundos y lo sueltas.<br />
- ¿Y tú? –pregunta Sam mientras intenta<br />
atarse el aparato a la muñeca.<br />
- Yo no tengo problema –sonríe-. Lo<br />
llevo en la sangre.<br />
Y delante de los ojos de Sam, la ropa<br />
de Archie cambió por completo. Ahora<br />
parecía un pulcro ciudadano de la Gran<br />
Ciudad.<br />
103
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
104<br />
- Vaya… -balbucea Sam.<br />
- ¿Nos vamos?<br />
El hombre aprieta el botón de la pulsera<br />
mientras cierra los ojos con fuerza<br />
y focaliza su imagen de hace unos años.<br />
Luego se da cuenta de que es poco útil<br />
disfrazarse de sí mismo, así que inmediatamente<br />
intenta pensar en el rostro y<br />
aspecto de una persona cualquiera, una<br />
de las muchas que se cruzaba a diario.<br />
- ¿Sam? ¿Qué haces?<br />
- ¿Eh? –pregunta, abriendo los ojos y<br />
soltando la pulsera.<br />
- ¿Ese es tu disfraz?<br />
- ¿Qué pasa?<br />
- Nada, nada… Tú verás. Vámonos,<br />
nos hemos retrasado demasiado.<br />
Archie empieza a andar en dirección<br />
a la calle, que está llena de gente. Sam<br />
le sigue de cerca, pero se detiene un<br />
momento por el camino para mirar su<br />
reflejo en el espejo de un local cerrado.<br />
- Mierda… -dice por lo bajo.<br />
Sam no tiene muy claro por qué, pero<br />
se ha convertido en una mujer rubia y<br />
de sinuosa silueta.<br />
Por las calles de la Gran Ciudad se<br />
mezclan las viejas estructuras con los<br />
nuevos y altísimos rascacielos. El aire<br />
y el suelo están llenos de aerodeslizadores,<br />
capaces de planear a cierta distancia<br />
del suelo, y que han reducido el<br />
problema del tráfico notoriamente.<br />
Han pasado un buen rato observando<br />
el edificio de ciento veinte plantas<br />
dónde está su objetivo. La oficina de<br />
Permisos y Concesiones se encuentra<br />
en el piso ciento once, y es un hervidero<br />
de idas y venidas, de gente que entra y<br />
sale.<br />
- Va a ser difícil… -dice Sam-. ¿Alguna<br />
idea?<br />
- No, pero entraremos de noche. Hay<br />
menos posibilidades de que nos detecten.<br />
- De noche sacan a los robots de guardia.<br />
No habrá personas en el edificio,<br />
pero estará lleno de vigilantes nocturnos<br />
metálicos.<br />
- Sí, pero a los vigilantes podremos<br />
neutralizarlos.<br />
- ¿Có…? –Sam abre mucho los ojos y<br />
eleva las cejas-. Aaaaaah… El IE, ¿correcto?<br />
- Correcto.<br />
- Bien, bien… Eso hace las cosas más<br />
sencillas.<br />
Para hacer tiempo, Sam y Archie dan<br />
vueltas por las cercanías. Comen en un<br />
restaurante, visitan una galería de arte<br />
mecánica y contemplan la construcción<br />
del nuevo rascacielos, mucho más alto<br />
y mucho más avanzado que cualquiera<br />
de los construidos hasta ahora.<br />
Cuando empieza a oscurecer y la gente<br />
comienza a irse para casa, se ocultan<br />
en una callejuela oscura entre dos viejos<br />
edificios, para evitar llamar la atención.<br />
No hay ningún tipo de toque de queda,<br />
pero podría resultar sospechoso ver a<br />
dos hombres sin rumbo fijo, vagando<br />
por las calles alrededor de la oficina de<br />
Permisos y Concesiones.<br />
Esperan agazapados en la oscuridad<br />
a que se apaguen todas las luces del edificio,<br />
y entonces trazan el plan de acceso.<br />
- Entraremos por el conducto de ventilación.<br />
Es un clásico. Tan clásico que<br />
nadie los vigila –cuenta Sam, recordando<br />
sus tiempos de político.<br />
- Me parece bien.<br />
- Y cuando lleguemos arriba, ¿qué hacemos?<br />
¿Cómo conseguiremos el permiso<br />
de la Burocracia?
- Yo accederé al ordenador y falsearé<br />
la identificación, para que una vez allí te<br />
dejen pasar. Tú usarás el clonador para<br />
crear una copia exacta de un permiso<br />
físico.<br />
- ¿Clonador, eh? Muy listo, así no notan<br />
la ausencia de un permiso.<br />
- Exacto. Una cosa más, Sam. Si los<br />
guardias nos detectan, tendrás que inutilizarles<br />
con el IE. No malgastes su<br />
energía, la pila no tiene capacidad para<br />
muchas cargas y se agota con rapidez.<br />
Sam le mira atónito.<br />
- ¿Y no te has traído otra?<br />
- No –Archie se encoge de hombros-.<br />
Pensé que con una era suficiente. ¡Vamos!<br />
Los dos se dirigen al edificio muy juntos,<br />
caminando entre las sombras para<br />
evitar ser detectados. Alcanzan el lateral<br />
del edificio, y buscan en la pared<br />
la entrada al conducto de ventilación.<br />
Cuando lo encuentran, acercan un contenedor<br />
para llegar hasta él. La rejilla se<br />
desprende con facilidad y el conducto<br />
es lo suficientemente ancho como para<br />
que entren arrastrándose.<br />
Primero Sam y luego Archie, los dos<br />
entran al edificio a través del tubo. Recorren<br />
unos metros deslizándose con<br />
los brazos, hasta que llegan a otra rejilla<br />
y Sam se para. Moviéndose lentamente<br />
debido al poco espacio, tira de la reja<br />
y la deja con cuidado en el interior del<br />
conducto. Después asoma la cabeza y<br />
escruta el interior.<br />
- Limpio –le dice a Moloch.<br />
Para salir sin estamparse contra el<br />
suelo, Sam pasa por encima del hueco al<br />
otro lado, hasta poder sacar las piernas<br />
primero y descolgarse sujetándose con<br />
los brazos. Amortigua el golpe rodando<br />
al caer y se levanta con agilidad inspec-<br />
J. C. Medina - CADÁVER EXQUISITO<br />
cionando la sala. Es uno de los cuartos<br />
del servicio, donde hay varios sillones<br />
para descansar y estanterías llenas de<br />
artilugios de limpieza y mantenimiento.<br />
Archie baja detrás de él. Sam se gira y<br />
le dice en voz baja:<br />
- No hemos pensado como vamos a<br />
subir.<br />
Moloch se detiene en seco.<br />
- Pues en ascensor, ¿cómo lo vamos a<br />
hacer?<br />
- ¿Y los robots?<br />
- Es un riesgo que estoy dispuesto a<br />
correr.<br />
- ¿No tienes algún aparato que nos<br />
lleve hasta arriba?<br />
- No. Vamos –y sale decidido por la<br />
única puerta de la habitación.<br />
El edificio está a oscuras, pero las suaves<br />
luces de emergencia se mantienen<br />
encendidas, permitiéndoles ver a su alrededor.<br />
Después de perderse un par de<br />
veces, consiguen llegar hasta los ascensores.<br />
Archie pulsa el botón de llamada<br />
y cruza los brazos por delante, mientras<br />
tararea una cancioncilla por lo bajo.<br />
El ascensor llega y se abre con un toque<br />
de campanilla. El interior está iluminado,<br />
y Sam recuerda entonces que<br />
en los edificios gubernamentales, cuando<br />
se apagan las luces por la noche, se<br />
dejan encendido los sistemas eléctricos<br />
alternativos, para que si alguien se ha<br />
quedado en el interior pueda salir a la<br />
calle.<br />
A pesar de estar más de cien plantas<br />
arriba, llegan rápidamente a su destino.<br />
Nada más salir ven un letrero que pone<br />
“oficina de Permisos y Concesiones”, y<br />
dos puertas de cristal a cada lado. Cada<br />
uno se dirige en una dirección. Las<br />
puertas dan a la misma habitación, una<br />
gran sala con un mostrador y llena de<br />
105
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
106<br />
puestos de trabajo.<br />
- Busquemos el despacho de permisos<br />
de exterior.<br />
Aceleran el paso, acercándose a cada<br />
puerta que ven. Finalmente, tras un giro<br />
en un pasillo, encuentran la habitación.<br />
Dentro hay grandes archivadores y un<br />
avanzado ordenador táctil.<br />
- Tú a los archivos, yo al ordenador<br />
–dice Archie, pasándole un pequeño<br />
aparato que debe de ser el clonador-.<br />
Acércalo a lo que quieras copiar y pulsa<br />
el botón.<br />
- ¿Y dónde sale la copia?<br />
- En otro lado, de eso no te preocupes<br />
ahora.<br />
Sam no tarda mucho en encontrar los<br />
permisos oficiales de exterior, que se<br />
encuentran ordenados en un cajón con<br />
ese nombre. Saca uno y posa el clonador<br />
sobre él. Una ensordecedora alarma<br />
le hiela la sangre en las venas.<br />
- Ups –dice Archie-. Creo que he sido<br />
yo.<br />
En el pasillo comienzan a oír un ruido<br />
metálico.<br />
- Yo ya estoy. ¿Cuánto te falta? –pregunta<br />
Sam.<br />
- En seguida acabo.<br />
- De acuerdo, les entretendré.<br />
Sam sale afuera y se encuentra de<br />
bocas con un armazón metálico con aspecto<br />
humanoide. Tiene luces por ojos y<br />
un aspecto amable. De su interior surge<br />
una voz que dice:<br />
- Por favor, ciudadano, tendrá que venir<br />
a…<br />
No le da tiempo a terminar. Sam desenfunda<br />
el IE y aprieta el gatillo en dirección<br />
al robot, que cae de espaldas<br />
soltando algunas chispas.<br />
- Vete al infierno, chatarra –espeta<br />
Sam.<br />
“De acuerdo”, piensa, “esa frase sobra”.<br />
Por la esquina aparecen dos vigilantes<br />
más, emitiendo destellos de color<br />
rojo y azul. Sam dispara sobre ellos tres<br />
veces. Los dos robots caen con estruendo<br />
al suelo.<br />
- ¡Ya está! –Archie sale de la habitación-.<br />
¡Vámonos!<br />
Corren hacia afuera y en la entrada<br />
se encuentra con siete robots de seguridad<br />
en formación avanzando hacia<br />
ellos. Sam hace algunos disparos, pero<br />
el frenetismo de la situación disminuye<br />
su puntería.<br />
- ¿Qué hacemos? –pregunta a Archie-.<br />
¡Son demasiados!<br />
Un robot es alcanzado por el IE y se<br />
inclina hacia un lado, cayendo encima<br />
de uno de sus compañeros. Archie<br />
mira en todas direcciones, tratando de<br />
encontrar un plan. Dos disparos más y<br />
otro robot que cae. El lanzador empieza<br />
a parpadear con una luz naranja.<br />
- Archie… Parece que esto se acaba,<br />
¡vámonos volando!<br />
Moloch da un brinco y grita.<br />
- ¡Eso es! ¡Volando! ¿Cómo no se me<br />
había ocurrido? –Tira del brazo de Sam,<br />
que sigue haciendo clic en dirección a<br />
los robots-. ¡Rápido, a la azotea! ¡Por las<br />
escaleras de atrás!<br />
Los dos corren, tropezando con mesas<br />
y sillas en su camino. Alcanzan la escalera,<br />
que está sucia y mal iluminada.<br />
Suben a trompicones y sin resuello las<br />
nueve plantas, hasta llegar a una puerta<br />
metálica. Empujan, hombro con hombro,<br />
mientras oyen subir a los robots.<br />
Sam se inclina y dispara dos clics más.<br />
Un robot cae escaleras abajo, mientras<br />
otros nueve más siguen subiendo.<br />
Un último empujón de Archie hace<br />
ceder la puerta, que se abre al exterior.
La azotea está iluminada por cuatro<br />
lucecitas situadas en los vértices de un<br />
cuadrado trazado en el suelo. En su interior<br />
hay un avanzado helicóptero carente<br />
de aspas.<br />
- ¡Ese es nuestro billete de huida! ¡Vamos!<br />
–grita Archie.<br />
Los dos corren como pueden, intentando<br />
alcanzar el vehículo antes de que<br />
les alcancen a ellos los robots. El IE se<br />
ha quedado sin batería y los guardias<br />
comienzan a aparecer por la puerta.<br />
- ¡Yo conduzco! –dice Archie. Sam se<br />
sube en el asiento de copiloto.<br />
- ¿Sabes llevar uno de estos?<br />
- Pff… Es como preguntar si sabes llevar<br />
un A-34 después de haber pilotado<br />
un 515 de treinta motores.<br />
Sam no entiende nada de lo que Archie<br />
le dice, pero asiente y se arnés de<br />
seguridad.<br />
- ¡Nos vamos! –ruge Archie, coreado<br />
por el ruido de los motores traseros.<br />
El aparato se eleva y Moloch lo dirige<br />
hacia la burbuja atmosférica que protege<br />
la Gran Ciudad.<br />
- Archie, nos estrellaremos.<br />
- No te preocupes, Sam. La burbuja es<br />
un campo de energía, lo atravesaremos<br />
sin problema. ¿No lo sabías?<br />
- No… La gente de por aquí no suele<br />
volar mucho.<br />
La nave alcanza una velocidad considerable<br />
y sigue su trayectoria ascendente.<br />
De repente, varias explosiones les<br />
desestabilizan. Los robo-vigías aéreos<br />
han detectado una actividad no permitida,<br />
y disparan en señal de aviso. Sam<br />
grita como un poseso; odia esos cacharros.<br />
Archie empieza a mover palancas y la<br />
nave pega un brusco tirón. Con un destello,<br />
atraviesa la burbuja atmosférica<br />
J. C. Medina - CADÁVER EXQUISITO<br />
y se aleja a toda velocidad de la Gran<br />
Ciudad.<br />
- Lo conseguimos –resopla Archie-.<br />
Ahora, a por la mina.<br />
INSTRUCCIONES<br />
- Debe estar ambientado en el universo<br />
creado en el primero.<br />
- El protagonista tiene que ser Sam,<br />
con estos rasgos: agresivo, atormentado,<br />
irónico, con habilidad política, leal, desenvuelto,<br />
hábil en el combate y muestra<br />
intensos sentimientos hacia Lisa, que en<br />
ningún momento se ha de desvelar qué<br />
tipo de relación mantienen.<br />
- Archibald “Archie” Moloch es el<br />
co-protagonista. Es un alienígena cambiaforma<br />
enviado por el Consorcio para<br />
descubrir a los que manipulan los gobiernos<br />
terrestres. Posee una gran variedad<br />
de gadgets y no termina de entender<br />
bien las costumbres humanas. A<br />
veces es redicho en las construcciones<br />
gramaticales.<br />
- Han huido de la Gran Ciudad. Ahora<br />
van a la mina. Está llena de tipos duros<br />
y peligrosos, y se encontrarán con problemas<br />
en los que tendrán que recurrir<br />
a su ingenio. Terminará con que ellos<br />
son capturados por el malo, un extraterrestre<br />
camuflado de político humano.<br />
- La extensión del documento debe<br />
ser de entre 5 y 10 páginas, con un espaciado<br />
posterior de 10 ptos, interlineado<br />
sencillo y la fuente en calibrí 11.<br />
- El archivo se manda a redacción@<br />
animabarda.com con el asunto “Cadaver<br />
exquisito”.<br />
107
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
108<br />
Bestiario<br />
Revisión en rima de las extrañas y retorcidas criaturas responsables de las<br />
desgracias de esta publicación. Recomendamos leer imaginando el tañido de<br />
una lira.<br />
Nada escapa a su filo,<br />
Y si mal está decirlo,<br />
¡Pobre de ti! Si te pilla,<br />
Con su afilada cuchilla.<br />
Si algo no le gusta o agrada,<br />
No duda en liarla parda.<br />
Noble y fiel como un Stark,<br />
Pero si le enfadas te vas a enterar.<br />
Así que cuidadito has de tener,<br />
Si al verduguito no quieres ver.<br />
Víctor M. Yeste<br />
Consejero - @VictorMYeste<br />
Apasionado en gente reuniendo,<br />
Mejor alrededor de una mesa comiendo.<br />
Placeres banales, diréis.<br />
Con los que regocijo sentiréis.<br />
¡Ay de ti! Si te habla de su obsesión,<br />
No te soltará hasta que te dé el tostón.<br />
Y si de madrugada un finde despierto estás,<br />
¡Corre!, ¡huye! Mejor la radio esconderás.<br />
Cuentos de terror y cuarto milenio,<br />
Sus preferencias después del silencio.<br />
Diego F. Villaverde<br />
Verdugo - @LordAguafiestin<br />
Importante es su profesión<br />
Aunque esta no es la cuestión<br />
A Kvothe le tiene presente,<br />
Como él en su venganza, es persistente.<br />
A su misión concentrado y entregado.<br />
A su vida un poco despistado.<br />
Pero tal es su corazón,<br />
Que sirve de compensación.<br />
J. R. Plana<br />
Posadero - @jrplana
Ramón Plana<br />
Juglar - @DocZero48<br />
Si acudimos a ella siempre nos ayuda,<br />
Sea la hora que sea sin ninguna duda.<br />
Encontrarla, o no, esa es otra historia;<br />
Viaja por mundos de manera notoria.<br />
Fiel y dedicada, a todo pone esfuerzo,<br />
Pero si la enfadas perderás el pescuezo.<br />
Katniss en Panem, Marta en Valencia,<br />
Las dos con el arco apuntan con vehemencia.<br />
Mas en ella dulzura también hallas,<br />
Querrás su compañía donde vayas.<br />
Cris Miguel<br />
Pregonera - @Cris_MiCa<br />
No va con mallas,<br />
A su lado te callas.<br />
Dotado de humor e ingenio,<br />
En sus historias pone empeño.<br />
Si de entretener se trata,<br />
Una velada con el pacta.<br />
Mas difícil luego callarle es,<br />
Y perdido en las nubes te halles.<br />
M. C. Catalán<br />
Curandera - @mccatalan<br />
Enfadada siempre parece,<br />
Pegando su rabia enriquece.<br />
¡No sólo a esto se dedica!<br />
Su odio contra el universo predica.<br />
Escritora es, luego pregonera,<br />
Si no haces lo que quiere, busca la correa.<br />
Caza sombras y vampiros también,<br />
Cuidado has de tener, para no cazar su desdén.<br />
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BESTIARIO
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
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Ricardo Castillo<br />
RicardoCastillo68@hotmail.com<br />
Miguel Cristóbal Olmedo<br />
miguelcristobalolmedo@hotmail.com<br />
A. C. Ojeda<br />
@AC_Ojeda<br />
Galocha<br />
@GomezGalocha