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Pdf Nº2 (1) - Ánima Barda

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<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> es una<br />

revista literaria en<br />

español, de relatos<br />

y cuentos cortos de<br />

temáticas de terror,<br />

fantasía, ciencia<br />

ficción, policíaca,<br />

noir, aventuras de<br />

todo tipo, incluidas<br />

orientales y eróticas,<br />

héroes misteriosos,<br />

situaciones absurdas,<br />

relato social y<br />

de humor<br />

La revista es de publicación<br />

mensual y<br />

se edita en Madrid,<br />

España.<br />

ISBN<br />

2254-0466<br />

EDITADA POR<br />

J. R. Plana<br />

ASISTENTE ED.<br />

Cristina Miguel<br />

ILUSTR, DISEÑO<br />

Y MAQUET.<br />

J. R. Plana<br />

AUTORES<br />

Ricardo Castillo<br />

Adrián Castro<br />

Miguel C. Olmedo.<br />

M. C. Catalán<br />

Miriam G. Galocha<br />

Víctor M. Yeste<br />

Cristina Miguel<br />

Ramón Plana<br />

EL PERGAMINO DE ISAMU - I<br />

Ramón Plana<br />

Aventura samurái<br />

VICTORIA #2<br />

Cris Miguel<br />

Fantasía urbana<br />

UN BUEN NEGOCIO<br />

J. R. Plana<br />

Ciencia Ficción<br />

HASTA QUE LA MUERTE OS...<br />

Víctor M. Yeste<br />

Fantasía detectivesca<br />

EL MERCENARIO<br />

Ricardo Castillo<br />

Espada y brujería<br />

GORDO, BAJITO Y DURO...<br />

Galocha<br />

Humor<br />

FERGUS FERGUSON<br />

M. C. Catalán<br />

Humor paranormal<br />

VERDE ELÉCTRICO<br />

Cris Miguel<br />

Erótico ciencia ficción<br />

PICADILLY TALES<br />

A. C. Ojeda<br />

Intriga paranormal<br />

Pulp Magazine<br />

Núm. II Marzo 2012<br />

www.animabarda.com<br />

Relatos<br />

7<br />

17<br />

30<br />

39<br />

47<br />

60<br />

67<br />

73<br />

80<br />

3


4<br />

89<br />

95<br />

100<br />

El resto<br />

5<br />

6<br />

110<br />

CON ESAS COSAS...<br />

J. R. Plana<br />

Terror<br />

1+1 SUMAN SIEMPRE 3<br />

Miguel Cristóbal Olmedo<br />

Relato Negro<br />

Búscanos en las redes sociales<br />

CADÁVER EXQUISITO<br />

J. C. Medina<br />

Ciencia ficción<br />

UNAS PALABRAS DEL JEFE<br />

Dediquemos un minuto a leer los desvaríos del editor<br />

HISTORIA DEL PULP<br />

Elaboramos esta sección con el fin de acercar el maravilloso<br />

mundo del pulp a los lectores<br />

BESTIARIO<br />

Cátalogo de las extrañas criaturas que alimentan estas páginas<br />

@animabarda<br />

www.facebook.com/Anima<strong>Barda</strong><br />

Anima <strong>Barda</strong> (google +)<br />

Si quieres contactar con nosotros, escríbenos a respuesta@animabarda.com<br />

Si quieres colaborar en la revista, escríbenos a redaccion@animabarda.com y te informaremos de las condiciones.<br />

<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> es una publicación independiente, todos los autores colaboran de forma desinteresada y voluntaria.<br />

La revista no se hace responsable de las opiniones de los autores.<br />

Copyright © 2012 Jorge R. Plana, de la revista y todo su contenido. Todos los derechos reservados; reproducción<br />

prohibida sin previa autorización.


UNAS PALABRAS DEL JEFE<br />

Unas palabras del jefe<br />

Un gran y negro vacío cósmico ocupa<br />

la cabeza del editor. Aquí compartimos<br />

un somero trocito del abismo<br />

de ese mundo de perdición...<br />

Y aquí estamos por segunda vez. No<br />

es que sea un logro enorme, pero por lo<br />

menos es señal de que las cosas han ido<br />

medianamente bien. La verdad es que<br />

estamos contentos: habéis sido bastantes<br />

lectores, hemos recibido buenas críticas,<br />

unos cuantos colaboradores más y<br />

el perro rabioso no ha incordiado mucho<br />

con sus incoherentes discursos. Así<br />

que la valoración general es bastante<br />

positiva.<br />

Desde esta página quiero agradecer el<br />

trabajo de los escritores que se han puesto<br />

las pilas para cumplir con los cortos<br />

plazos de este mes. También mencionar<br />

a las nuevas incorporaciones y a los<br />

que están por venir, que esperamos que<br />

sean muchos.<br />

Si os fijáis, este mes no hay sección<br />

de cartas a los lectores. Esto se debe a<br />

que hemos contestado directamente a<br />

todo lo que nos ha llegado al correo o<br />

a las redes, así que ¿para qué demonios<br />

íbamos a ponerlo aquí? La rescataremos<br />

cuando recibamos algún mensaje<br />

especialmente llamativo e interesante.<br />

Seguimos remarcando que los insultos<br />

no cuentan.<br />

Y lo cierto es que me hubiera gustado<br />

pensar unas palabras más trascendentes.<br />

Hablar, por ejemplo, del mercado<br />

literario en España y el aumento de los<br />

e-book, del panorama de la literatura<br />

juvenil o de la migración del pájaro<br />

Uyuyui, pero hemos ido un poco justos<br />

de tiempo y he tenido que improvisar<br />

en el autobús de vuelta a casa. Así que...<br />

Hmm... Esto... ¿Vosotros qué tal? ¿Qué<br />

os han parecido las nominaciones de los<br />

Oscar? ¿Y los premios Goya?<br />

Os prometo que para el mes que viene<br />

me prepararé algo más inspirador. De<br />

momento aviso que os mentiría como el<br />

maldito perro rabioso si os dijera que no<br />

nos gustaría ganar algún dinerillo con<br />

la revista; podríamos pagar algo a los<br />

escritores, cubrir los gastos del servidor<br />

y organizar alguna cena. Aprovechad<br />

y decídselo a vuestros familiares, amigos<br />

y conocidos, por si alguien quiere<br />

anunciarse aquí. Y si no, habladles de la<br />

revista, que está bien que la lean.<br />

Gracias por estar ahí otra vez y, de<br />

parte de todo el equipo, esperamos que<br />

os lo paséis bomba con nuestras historietas.<br />

Y no perdáis de vista al perro, por si<br />

las moscas...<br />

J. R. Plana<br />

5


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

6<br />

Historia del Pulp<br />

Robert E. Howard, escritor de principios<br />

del s. XX y creador de Conan.<br />

Como el mes pasado mencionamos<br />

en un par de ocasiones a Robert E.<br />

Howard, esta vez era de obligada necesidad<br />

dedicar la Historia del Pulp a<br />

hablar sobre este autor.<br />

De nombre completo Robert Ervin<br />

Howard, este hombre nació en Texas<br />

allá por 1906. En ese estado vivió, junto<br />

a su familia, hasta morir treinta años<br />

más tarde. De naturaleza enfermiza, de<br />

joven mostró una enorme adicción al<br />

gimnasio y a la introversión, lo que le<br />

costó no tener amigos. A los diecisiete<br />

años sufría depresiones e intentó suicidarse<br />

en varias ocasiones. Esto fue la<br />

antesala de su trágico final: su madre<br />

fue excesivamente protectora con él y,<br />

por ésta estrechísima relación, cuando<br />

ella quedó en coma, Robert se pegó el<br />

tiro que terminó con su vida.<br />

Desde bien pequeño mostró interés<br />

por la lectura y la escritura, y alcanzó un<br />

alto nivel cultural. Con dieciocho años<br />

vendió su primer relato a la pulp magazine<br />

Weird Tales, revista donde publicó<br />

la mayor parte de su obra y que hoy en<br />

día sigue publicándose en Estados Unidos.<br />

Robert Howard era miembro del<br />

Círculo de Lovecraft y mostró un gran<br />

interés por los conflictos entre la civilización<br />

y la barbarie; sus personajes son<br />

casi siempre bárbaros que conquistan el<br />

poder y se vuelven reyes, y quizá es por<br />

ello que Howard es considerado uno de<br />

los padres del subgénero de espada y<br />

hechicería.<br />

Es autor reconocido de fantasía heroica<br />

y creador de personajes muy popu-<br />

lares que han llegado a nuestros días.<br />

De entre estos, el más renombrado,<br />

y para el que Howard escribió sus mejores<br />

letras, es Conan el Bárbaro, que<br />

apareció por primera vez en El Fénix<br />

en la espada, en el año 1932. Junto a él<br />

comparten escena otros como Solomon<br />

Kane, Kull el Conquistador o Sonia la<br />

Roja. Ésta última fue creada para el relato<br />

La sombra del Buitre, situado en el<br />

siglo XVI, y no forma parte del elenco<br />

de personajes de Cimmeria. Sonia fue<br />

adaptada posteriormente para que figurara<br />

en el cómic de Conan el Bárbaro.<br />

Howard tocó muchos géneros: creó<br />

relatos sobre pictos y celtas en el Imperio<br />

Romano, de boxeadores, historias<br />

del oeste, algunas eróticas, de las cuales<br />

se avergonzaba, y, por supuesto, de terror.<br />

En resumen, un autor prolífico con<br />

una magnífica carrera truncada por la<br />

fatalidad.


Ramón Plana - EL PERGAMINO DE ISAMU - I<br />

El pergamino de Isamu - I<br />

A Atsuo le han encomendado la tarea de escoltar a la esposa de su daimio en<br />

el viaje a Edo. Varios ninjas velan por su seguridad, pues el peligro acecha<br />

en los bosques. En esta misión, Atsuo tendrá que estar más alerta que nunca.<br />

por Ramón Plana<br />

I<br />

La luz del amanecer se filtraba en la<br />

sala tiñendo el ambiente con su suave<br />

tonalidad. En el pequeño jardín un pájaro<br />

voló hasta la ventana, y miró curioso<br />

hacia el interior. Dentro, dos hombres<br />

se estudiaban cuidadosamente. En<br />

silencio. Sólo se oía el tenue roce de sus<br />

pies, de vez en cuando.<br />

Ambos llevaban una espada de entrenamiento<br />

y pertenecían al clan Hirotoshi:<br />

Saito Takeshi era instructor de esgrima,<br />

Gonnosuke Atsuo era samurái. Se<br />

conocían desde hacía tres años, y desde<br />

entonces entrenaban juntos todos los<br />

días.<br />

Atsuo deslizó el pie derecho hacía<br />

atrás con un elegante movimiento y<br />

simultáneamente llevó el bokken abajo,<br />

a su espalda, ofreciendo el hombro<br />

izquierdo al ataque de su oponente. El<br />

espíritu de Takeshi vibró. Lentamente,<br />

cambió su guardia adelantando medio<br />

paso y levantando el bokken por encima<br />

de su cabeza. En las formas del arte<br />

marcial, el cielo se preparaba para atacar<br />

a la tierra.<br />

La tensión llegó a su punto álgido<br />

con sus profundas respiraciones, luego<br />

se desencadenó la tormenta. Con tremenda<br />

rapidez, Takeshi trazó un semicírculo<br />

y atacó con una serie de golpes<br />

que representaban elementos del cielo:<br />

lluvia y viento; Atsuo se desplazó por<br />

el semicírculo opuesto y paró los golpes<br />

representando árboles y piedras, realizando<br />

las técnicas con energía.<br />

El pájaro se sobresaltó con los primeros<br />

golpes y voló asustado cruzando<br />

el jardín. La ejecución de la forma de<br />

ataque fue brillante en todos sus movimientos.<br />

Atsuo se vio obligado a tomar<br />

7


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

8<br />

distancia cediendo posición, si bien<br />

paró todos los golpes y terminó con una<br />

postura ligeramente comprometida.<br />

Ambos se estudiaron otra vez valorando<br />

sus nuevas posiciones. Takeshi<br />

abatió el bokken retrocediendo y saludó.<br />

- Enhorabuena, tu estrategia al utilizar<br />

la postura de la tierra ha obtenido<br />

buenos resultados.<br />

- Sí, ha funcionado, pero tu ataque me<br />

ha descentrado y he comprometido mi<br />

posición –dijo Atsuo.<br />

- ¡Vamos, Atsuo! –rió Takeshi–. No<br />

exageres, lo que pasa es que no quieres<br />

combatir más para que yo descanse,<br />

cortesía que te agradezco. Debo decir<br />

que percibo un avance en tu técnica –<br />

añadió–, y ello me alegra, amigo mío.<br />

Tus desplazamientos son impecables.<br />

Gracias por permitirme entrenar contigo.<br />

- Gracias a ti, Takeshi-sensei. Me haces<br />

un gran honor –respondió Atsuo.<br />

Y dando por terminado el ejercicio,<br />

cambiaron el bokken a la mano izquierda<br />

con un ligero movimiento de muñeca,<br />

se saludaron con una inclinación y<br />

abandonaron el dojo, a donde empezaban<br />

a llegar samuráis de menor rango<br />

para ejercitarse en el combate.<br />

El gran aprecio que ambos se tenían<br />

era conocido en todo el clan. Saito<br />

Takeshi era un hombre entrado en años,<br />

instructor de esgrima del jefe del clan,<br />

Hirotoshi Katsuro. Gozaba, además,<br />

de su confianza y amistad. Por su parte<br />

Gonnosuke Atsuo era samurái, y preceptor<br />

de arte y escritura de los hijos de<br />

Katsuro: Saburo y Aiko.<br />

Salieron al patio. Mientras, los habitantes<br />

y servidores de la casa iban apareciendo:<br />

en el establo varios mozos ce-<br />

pillaban y alimentaban a los caballos,<br />

algunos artesanos comenzaban a trabajar<br />

en sus talleres y sus discípulos calentaban<br />

los hornos, en un espacioso jardín<br />

se reunían los samuráis y los aprendices<br />

para que les fueran encomendadas las<br />

tareas, y los asistentes y ayudantes recogían<br />

y ordenaban las habitaciones.<br />

En una de las salas principales se<br />

iban reuniendo los consejeros del clan<br />

Hirotoshi. Tenían que tratar sobre las<br />

repercusiones que la situación política<br />

tendría en su feudo y en la ciudad de<br />

Edo, debían encontrar la postura más<br />

conveniente para el clan en su relación<br />

con los otros clanes y con el Shogun y<br />

estudiar la estrategia más adecuada.<br />

Corría la primavera del año 1632.<br />

Durante el mandato del tercer shogun,<br />

Tokugawa Iemitsu, el shogunato se estableció<br />

en la ciudad de Edo, la fortificó<br />

y convirtió en la sede del gobierno<br />

militar. Para ejercer un mayor control<br />

sobre los daimios, Iemitsu, impuso la<br />

política de que sus familias debían vivir<br />

de manera obligada en Edo con el shogun,<br />

mientras que los daimios debían<br />

alternar su residencia entre ésta y sus<br />

respectivos feudos. De esta manera les<br />

forzaba a mantener los gastos de las dos<br />

residencias, más los frecuentes desplazamientos,<br />

debilitando así su poder económico<br />

y militar, y evitando cualquier<br />

intento de rebelión contra el shogunato.<br />

Lo que no pudo evitar fueron las intrigas<br />

y los pactos entre clanes para arrebatar<br />

sus feudos a otros daimios, llegando<br />

incluso a la agresión y al exterminio de<br />

las familias para quedarse con sus tierras<br />

y sus bienes. En esas circunstancias,<br />

Tokugawa Iemitsu, aceptaba al vencedor<br />

siempre y cuando no fuera lo suficientemente<br />

fuerte para atentar contra él.


Era una manera de tener ocupados y<br />

contentos a los daimios más ambiciosos.<br />

Ante esta situación, los consejeros del<br />

clan Hirotoshi intentaban equilibrar los<br />

dos grupos: el que permanecería en el<br />

feudo y el grupo que iría a Edo acompañando<br />

a la familia del jefe del clan<br />

y a su servidumbre. En ambos lugares<br />

debía quedar una fuerza suficiente para<br />

atender la seguridad de las familias, así<br />

como una fuerza armada capaz de defender<br />

al feudo de los posibles ataques<br />

por parte de bandidos, ladrones y otros<br />

clanes.<br />

El jefe del clan, Katsuro, llamó a Atsuo<br />

para comunicarle personalmente su<br />

decisión: acompañaría a la familia del<br />

daimio y a su servidumbre a Edo, en calidad<br />

de preceptor de sus hijos, pero sin<br />

descuidar la seguridad de los integrantes<br />

del grupo.<br />

Para que pudiese moverse con libertad<br />

le entregó un escrito firmado por la<br />

máxima autoridad militar de la ciudad,<br />

en donde se le autorizaba a pasear por<br />

cualquier parte bajo el pretexto de dibujar<br />

diversas láminas que ilustrarían un<br />

libro para el Shogun. Este libro versaba<br />

sobre Edo, y en él se narraba el origen<br />

de la ciudad, su territorio, su fauna y<br />

flora, su evolución y su gente. Escrito<br />

por varios eruditos, Katsuro había encargado<br />

su edición manual a un taller<br />

de artesanos hacía tres años, y pretendía<br />

regalárselo al Shogun, ya que éste<br />

era un gran aficionado a la historia y a la<br />

pintura, y además le encantaban las sorpresas.<br />

Katsuro, por recomendación de<br />

sus consejeros, pretendía que todas las<br />

sensaciones del Shogun al oír el nombre<br />

del clan Hirotoshi fueran agradables.<br />

En Atsuo, por tanto, descansaría la<br />

seguridad de los integrantes del grupo<br />

Ramón Plana - EL PERGAMINO DE ISAMU - I<br />

y sus familiares en Edo, ayudado por<br />

una treintena de samuráis del clan, cincuenta<br />

soldados y una veintena de servidores.<br />

El grupo partiría por la mañana,<br />

y Katsuro y su séquito se reunirían<br />

con ellos dos meses después. Takeshi<br />

iría en este segundo grupo, protegiendo<br />

a su señor con el resto de los samuráis,<br />

excepto un retén que se quedaría en el<br />

feudo para no dejarlo desprotegido. Atsuo<br />

se retiró para hacer los preparativos<br />

del viaje y seleccionar al personal necesario.<br />

Su asistente, Fujio, le esperaba en la<br />

puerta de la gran sala. Se trataba de un<br />

joven de quince años que Atsuo tomó<br />

como aprendiz por amistad con su padre,<br />

un antiguo samurái que luchó en la<br />

batalla de Sekigahara con el tío de Atsuo.<br />

El muchacho era espigado y bien<br />

parecido, además de atento y resuelto.<br />

Atsuo se había acostumbrado a dejarle<br />

a Fujio la iniciativa en las tareas domésticas<br />

y el trato con los servidores. Todos<br />

los días disponía de un rato para enseñarle<br />

esgrima, y al final de la jornada<br />

continuaban con la caligrafía y la filosofía,<br />

disciplinas en las que ya destacaba<br />

pese a su juventud.<br />

Antes de dirigirse a las dependencias<br />

comunes para hablar con el encargado<br />

de los servidores y el jefe de los samuráis,<br />

Atsuo le encomendó a Fujio sus tareas.<br />

- Prepárate a salir de viaje, tenemos<br />

que ir a Edo por un tiempo. Empaqueta<br />

nuestras cosas y ocúpate de ensillar<br />

nuestras monturas. También necesitaremos<br />

una caballería para que lleve nuestro<br />

equipaje y lo necesario para seguir<br />

allí con los estudios de Saburo y Aiko.<br />

Habla con los muleros.<br />

Fujio salió corriendo con una sonrisa,<br />

9


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

10<br />

esos viajes le gustaban más que la vida<br />

rutinaria en la hacienda. Atsuo fue a las<br />

habitaciones de Takeshi, y allí le encontró<br />

preparando un envoltorio.<br />

- Pasa Atsuo, iba a ir a verte ahora<br />

mismo. Me acabo de enterar que mañana<br />

partes a Edo con la señora Yoko y los<br />

niños.<br />

- Con tu permiso Takeshi, venía a informarte<br />

de ello y a pedirte consejo -dijo<br />

Atsuo.<br />

- Verás, antes de nada quiero pedirte<br />

un gran favor –Takeshi se quedó pensativo<br />

un momento–. Hace tiempo que<br />

quería ir a Edo a visitar a un buen amigo<br />

mío al que también te interesará conocer.<br />

Se llama Okamoto Isamu, lo conocen<br />

como el Armero de Edo.<br />

- He oído hablar de él –dijo Atsuo–.<br />

Ignoraba que le conocieses.<br />

-Sí, hace muchos años –la mirada de<br />

Takeshi se perdió por breves momentos–,<br />

cuando yo era un joven que buscaba<br />

encontrarme a mí mismo en el<br />

camino de la espada. Él me enseñó el<br />

auténtico Bushido –volvió de nuevo a<br />

la conversación–. Necesito que le lleves<br />

esta katana para que la repare y afile. La<br />

reconocerá nada más verla. ¿Me harás<br />

ese favor?<br />

- ¡Por supuesto, Takeshi! –exclamó<br />

Atsuo–. Cuenta con ello, estaré encantado<br />

de hacerte cualquier encargo. Además<br />

será un honor conocerle.<br />

- Bien, te lo agradezco. Ahora vamos<br />

a comentar tu viaje y lo que te espera en<br />

Edo.<br />

II<br />

La mañana encontró al grupo preparado<br />

para la partida. Atsuo se acercó a la<br />

cabecera de la caravana y le cedió la dirección<br />

a Matsushiro, uno de los samu-<br />

ráis con más experiencia en el mando y<br />

un amplio historial de batallas, persona<br />

de confianza de Takeshi. El veterano<br />

samurái se lo agradeció ceremoniosamente<br />

y partió a revisar la colocación<br />

de los estandartes y de los integrantes<br />

de la caravana; hizo comprobar la carga<br />

de las mulas, las barras y enganches<br />

de los palanquines y pasó revista a los<br />

samuráis, soldados y alabarderos. Con<br />

su celo demostró que no quería dejar<br />

nada al azar.<br />

Mientras, los caballos golpeaban el<br />

suelo con los cascos, inquietos por salir.<br />

Sobre ellos, diez jinetes lucían sus<br />

armaduras ligeras, sujetando con firmeza<br />

las bridas. Detrás de ellos iban seis<br />

samuráis a pie y los tres palanquines:<br />

uno con la señora del clan, Yoko, otro<br />

con sus hijos Saburo y Aiko y un tercero<br />

con las damas al servicio de la señora.<br />

Siguiendo a los palanquines iban otros<br />

cuatro samuráis. Luego el personal de<br />

servicio con las caballerías, equipajes,<br />

bultos y víveres; cerrando la comitiva<br />

el grupo de soldados y alabarderos, que<br />

cubrían la retaguardia. En total llevaban<br />

una fuerza de combate de veinte<br />

samuráis y otros tantos entre soldados<br />

y alabarderos.<br />

Atsuo montaba su caballo, y Fujio se<br />

había apropiado de una yegua joven y<br />

nerviosa de las caballerizas. El preceptor<br />

se situó al lado del palanquín de<br />

Yoko, y Fujio junto al de Saburo y Aiko,<br />

con los que se puso a charlar. Por fin<br />

Matsushiro dio la orden de partida y la<br />

caravana comenzó la marcha. Tardarían<br />

alrededor de tres días en llegar a Edo.<br />

Mientras atravesaban el feudo del<br />

clan, Atsuo iba pensando en su conversación<br />

con Takeshi. Le sorprendió<br />

que su amigo conociera a Isamu, el


Armero de Edo, y esperaba con agrado<br />

la oportunidad de conocerlo él también.<br />

Llevaba la katana que aquél le había<br />

confiado, envuelta entre sus ropas como<br />

un fardo más. Dos soldados al final de<br />

la caravana llevaban la orden de no perder<br />

de vista los bultos de Atsuo.<br />

La mañana era luminosa, las tierras<br />

mostraban intensos colores según sus<br />

siembras, bandadas de pájaros iban de<br />

un lado para otro aprovechando las suaves<br />

corrientes de aire llenas de insectos,<br />

los labradores dejaban de trabajar y se<br />

inclinaban al paso de la caravana reconociendo<br />

los estandartes del daimio y el<br />

palanquín de Yoko.<br />

Un par de perros de la hacienda<br />

acompañó al grupo hasta la linde de<br />

las tierras de labor con el bosque, allí se<br />

quedaron contemplando cómo se perdían<br />

en el sendero que atravesaba los<br />

árboles. Luego se volvieron a la casa.<br />

Tres días antes, Katsuro decidió enviar<br />

a su familia a Edo, y acto seguido<br />

mandó en secreto a cinco exploradores<br />

para que fueran revisando el camino<br />

y sus proximidades. Estos exploradores,<br />

expertos en ocultación y artes marciales,<br />

pertenecían a la familia Shinzo,<br />

cuya actividad ninja estaba al servicio<br />

del clan Hirotoshi. Estaban dirigidos<br />

por Kaito, y nadie en el clan sabía cómo<br />

se ponía Katsuro en contacto con ellos.<br />

Nadie, excepto quizá Takeshi, a quién<br />

la familia Shinzo respetaba tanto como<br />

al daimio.<br />

Fue el instructor de esgrima, cuando<br />

le pidió el favor a Atsuo para que le llevara<br />

la katana al armero de Edo, el que<br />

le advirtió en su habitación.<br />

- Mira todas las mañana debajo de tu<br />

silla de montar -le dijo con seriedad-.<br />

Un amigo te dejará mensajes con in-<br />

Ramón Plana - EL PERGAMINO DE ISAMU - I<br />

formación que te será útil para la seguridad<br />

de la caravana. Si quieres ponerte<br />

en contacto con él, utiliza el mismo procedimiento.<br />

Atsuo miraba a su alrededor en el<br />

bosque, preguntándose por donde andarían<br />

los integrantes de la familia<br />

Shinzo. Se sentía más tranquilo sabiendo<br />

que tenía aliados tan expertos por<br />

los alrededores.<br />

El viaje transcurría tranquilo. Dejaron<br />

el bosque llano y entraron en terreno<br />

abrupto, en donde el paso de los palanquines<br />

y las caballerías se hizo más<br />

lento. La vegetación seguía siendo exuberante,<br />

formada principalmente por<br />

abetos, cedros y coníferas; su amplio<br />

porte hacía que el sendero fuera serpenteando<br />

con frecuentes cambios de nivel.<br />

El piar de los pájaros les acompañaba<br />

haciendo más ameno el camino. Atsuo<br />

estaba atento, la compañía de los gorriones<br />

le indicaba que no había ojos indiscretos<br />

cerca del sendero. A pesar de<br />

ello puso la mano con descuido sobre la<br />

empuñadura de la katana.<br />

Un poco más atrás, Fujio seguía en<br />

animada conversación con Aiko y Saburo,<br />

sus risas coreadas por los trinos<br />

rebotaban en la bóveda del bosque.<br />

Matsushiro mandó adelantarse a dos<br />

exploradores, conocía el terreno y sabía<br />

que estaban a poca distancia de una<br />

zona despejada. El caballo de Matsushiro<br />

cabeceó inquieto mientras los dos<br />

hombres se adelantaban en silencio, saliendo<br />

del sendero para dar un pequeño<br />

rodeo.<br />

A los pocos minutos la caravana<br />

entró en un claro. Atsuo reconoció<br />

una señal del clan, tres piedras<br />

blancas colocadas en ángulo apuntaban<br />

a un árbol, en su tronco se veían<br />

11


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

12<br />

dos rayas diagonales cruzadas y en<br />

cada uno de sus cuatro ángulos un circulo.<br />

Era el Kamon o emblema de la familia<br />

Hirotoshi. Los dos exploradores<br />

estaban acondicionando un espacio. La<br />

zona parecía segura.<br />

Los porteadores acercaron los palanquines<br />

al resguardo de un cedro de<br />

enorme circunferencia. Lo servidores se<br />

pusieron a la tarea de encender un fuego<br />

y traer agua para preparar la comida.<br />

Mientras los soldados se ocupaban<br />

de descargar las caballerías, trabarlas y<br />

dejar vigilancia, los samuráis colocaron<br />

los estandartes y se distribuyeron estratégicamente,<br />

estableciendo varios niveles<br />

de protección en torno a las personas<br />

de rango.<br />

Por indicación de Atsuo, Fujio se ocupó<br />

de sus monturas y revisó el equipaje.<br />

Se colocaron unos paneles de lienzo<br />

para cortar el aire a las señoras. Finalmente<br />

Matsushiro distribuyó los puestos<br />

de vigilancia y envió tres soldados<br />

sendero adelante para buscar huellas o<br />

indicios de que alguien se aproximara<br />

al claro.<br />

Llevaban allí un rato cuando aparecieron<br />

de vuelta los exploradores que<br />

había mandado Matsushiro. Su informe<br />

era tranquilizador, no habían visto nada<br />

sospechoso en un amplio tramo del sendero.<br />

Luego de informar, se fueron con<br />

sus compañeros de armas a descansar y<br />

reponer fuerzas.<br />

Atsuo, para aprovechar el tiempo<br />

mientras preparaban la comida, llamó a<br />

Saburo, Aiko y a Fujio, y juntos comenzaron<br />

una sesión de entrenamiento salpicada<br />

con comentarios y observaciones<br />

sobre el código del samurái, el bushido.<br />

Saburo era un muchacho despierto con<br />

el genio de Katsuro, su padre, y cogía el<br />

bokken con excesiva fuerza, lo que restaba<br />

eficacia a su destreza. Akio era inteligente,<br />

prefería el bo, el palo largo, al<br />

bokken y había desarrollado una gran<br />

precisión con esa arma. Fujio utilizaba<br />

el bo y el bokken indistintamente, si<br />

bien sus avances con esta arma eran notables.<br />

Comenzaron emparejándose: Saburo<br />

con Fujio y Aiko con Atsuo. Los cuatro<br />

se saludaron y empezaron a cruzar los<br />

bokken. Fujio amagó un golpe a Saburo,<br />

y cuando éste modificó la postura<br />

para bloquearlo, le atacó con rapidez<br />

buscando penetrar su guardia; Saburo<br />

rectificó mientras retrocedía, parando<br />

los ataques de Fujio a cambio de perder<br />

algo de estabilidad. Fujio empezó a<br />

reír y Saburo encolerizándose atacó con<br />

demasiado ímpetu acabando los dos en<br />

el suelo. Aiko perdió su concentración<br />

ante el escándalo de Fujio y su hermano,<br />

y Atsuo tuvo que intervenir.<br />

- Está bien. Sentaros los tres y vamos<br />

a pensar qué ha pasado para que acabéis<br />

así.<br />

Saburo se controló, y mirando con<br />

furia a Fujio se sentó en el suelo cruzando<br />

las piernas. Fujio miró al suelo,<br />

alternaba las ganas de reír con un gesto<br />

de dolor. Sin poderlo evitar se frotó las<br />

posaderas, la zona que había salido perdiendo<br />

al caerse al suelo con Saburo encima,<br />

mientras se sentaba con cuidado.<br />

Aiko también se sentó, mirándolos con<br />

gesto divertido.<br />

- Saburo, ¿qué te ha ocurrido? –preguntó<br />

Atsuo.<br />

- Me enfadó que Fujio se riera de mí,<br />

sensei –contestó.<br />

- Bien, ¿qué te tengo dicho cuando estás<br />

en combate? –continuó Atsuo.<br />

- Que mantenga la concentración y la


calma –dijo el joven.<br />

- Si lo hubieras hecho, habría sido Fujio<br />

quien hubiese perdido el combate,<br />

ya que al reírse perdió la concentración<br />

y tú podías haberle atacado entonces<br />

con eficacia. Fujio, dime qué es lo que<br />

has hecho tú mal.<br />

- Menospreciar al enemigo riéndome<br />

de él, sensei –contestó con cara compungida.<br />

- ¡Exactamente! No debéis olvidar<br />

que respetando al enemigo os respetáis<br />

vosotros mismos. No debéis dejar que<br />

os gobiernen las pasiones. Y a ti Aiko,<br />

que te tengo dicho.<br />

- Que no me distraiga en los entrenamientos,<br />

sensei.<br />

- Bien, me alegra ver que todos, por<br />

lo menos, recordáis lo que os digo –dijo<br />

Atsuo con ironía–. Ahora vais a hacer<br />

la forma primera entera, con todos sus<br />

golpes. ¡Vamos! Empezad ya.<br />

Atsuo se levantó ocultando una sonrisa.<br />

Comprobó que los tres se alineaban<br />

y comenzaban la serie de golpes y<br />

desplazamientos que conformaban la<br />

forma primera de kenjutsu. Fue a sentarse<br />

con Matsushiro, que miraba sorprendido<br />

como terminaba la práctica<br />

después de verla desarrollarse desde el<br />

principio.<br />

- Atsuo-san, no pensé que enseñar<br />

fuera tan divertido. Siéntese por favor,<br />

será un privilegio.<br />

- Gracias Matsushiro-san, me sentaré<br />

con gusto. En cuanto a la enseñanza –<br />

se quedó pensando un momento–, reconozco<br />

que sí es divertido, sobre todo<br />

con estos tres jovencitos que no dejan<br />

de sorprenderme cada día un poco más.<br />

En ese momento, se acercó una de<br />

las damas para decirles que la señora<br />

Yoko estaría muy agradecida si ambos<br />

Ramón Plana - EL PERGAMINO DE ISAMU - I<br />

quisieran compartir la comida con ella.<br />

- Dígale a la señora que iremos con<br />

mucho gusto -contestó Atsuo por los<br />

dos.<br />

Se acercaron a la zona protegida del<br />

escaso aire por los lienzos y tomaron<br />

asiento en los pequeños taburetes que<br />

portaban los sirvientes de la señora. Les<br />

sirvieron una tacita de sake templado<br />

y empezaron a charlar sobre lo que encontrarían<br />

al final del viaje. La comida<br />

discurrió con armonía, y la conversación<br />

versó sobre la variopinta y amplia<br />

comunidad que se encontraba en la ciudad<br />

de Edo.<br />

Llevaban un buen rato hablando,<br />

casi finalizando la comida, cuando los<br />

sentidos de Atsuo le avisaron de que<br />

algo no iba bien. Disimulando su alarma,<br />

miró alrededor y se dio cuenta de<br />

que el piar de los pájaros había cesado.<br />

Alertó a Matsushiro con la mirada. En<br />

ese momento notó un siseo y una sombra,<br />

y sin pensarlo ejecutó el golpe de la<br />

golondrina. Una flecha de veinte centímetros<br />

se clavó en el suelo, golpeada en<br />

el aire por la katana de Atsuo, a escasa<br />

distancia de Yoko. Matsushiro saltó cubriendo<br />

a la señora con su cuerpo mientras<br />

desenvainaba su espada y alertaba<br />

a los samuráis.<br />

Hubo un revuelo en el campamento.<br />

Se notó un ligero tumulto en la vegetación<br />

próxima, en la zona noreste del<br />

claro. Cuando los samuráis llegaron<br />

allí encontraron entre los matorrales<br />

un cuerpo oscuro tirado en el suelo. Lo<br />

arrastraron hasta el claro. Matsushiro y<br />

Atsuo se acercaron para ver que era un<br />

hombre de unos veinticinco años, fornido,<br />

totalmente vestido de negro y con<br />

una herida profunda en el cuello. En la<br />

espalda llevaba un ninjato (sable corto<br />

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<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

14<br />

propio de ninjas) y varias flechas en una<br />

bolsa a la cintura. En el suelo a su lado<br />

una fukiya (cerbatana) indicaba que el<br />

ataque había partido de él. En sus ropas<br />

y armas lucía un emblema compuesto<br />

por un círculo partido en vertical, en<br />

la mitad de la izquierda mostraba una<br />

mancha negra, la mitad de la derecha<br />

una hoja de árbol.<br />

- Es un ninja de la casa Gensai –dijo<br />

Matsushiro-. ¡Maldito sea! ¿Por qué<br />

querría matar a la señora Yoko?<br />

Miró fijamente a Atsuo, y exclamó:<br />

- ¿Cómo te diste cuenta Atsuo-san?<br />

Sin ti la señora estaría mal herida o tal<br />

vez muerta. Yo no fui capaz de percibirlo,<br />

soy deudor tuyo –y se inclinó con<br />

respeto.<br />

- No me debes nada Matsushiro –dijo<br />

Atsuo-, lo hice porque es mi deber. Hay<br />

que avisar a Katsuro de lo que ha ocurrido<br />

para que estén alerta. Además,<br />

este hombre está muerto y no lo hemos<br />

matado nosotros, por ello debemos redoblar<br />

la vigilancia.<br />

- Si, está muerto. Alguien lo ha matado<br />

de un golpe en el cuello, pero le dio<br />

tiempo a lanzar el dardo –dijo Matsushiro,<br />

luego continuó, bajando la voz–.<br />

Nos están ayudando Atsuo-san, pero…<br />

¿quién?<br />

Atsuo pensó en Shinzo Kaito, pero no<br />

quiso descubrirlo aún. Lo más prudente<br />

era que nadie lo supiese de momento.<br />

Esperaría hasta ver cómo se desarrollaban<br />

los acontecimientos y en quién podía<br />

confiar.<br />

Mientras, los sirvientes recogían el<br />

campamento para continuar la marcha,<br />

acuciados por la sensación de riesgo después<br />

del ataque. Los samuráis recorrieron<br />

las zonas próximas al claro pero no<br />

encontraron huellas ni signos de otras<br />

personas. La señora Yoko agradeció a<br />

Atsuo su rapidez y habilidad que tan<br />

eficazmente la habían ayudado. Matsushiro<br />

envió un mensajero al feudo<br />

para informar del ataque a Katsuro y<br />

tranquilizarlo sobre la salud de Yoko.<br />

Luego partieron con rapidez.<br />

El resto del trayecto lo hicieron con<br />

los soldados desplegados, vigilando<br />

matorrales y árboles. Taparon los palanquines<br />

con los lienzos para que no se<br />

distinguiesen las figuras. Los samuráis<br />

se mantuvieron en alerta, un grupo de<br />

ellos se armaron con arcos para repeler<br />

posibles ataques desde lo alto de los árboles.<br />

Llegaron a la aldea en donde iban a<br />

pasar la noche cuando estaba cayendo el<br />

sol. Las sombras se alargaban y un tono<br />

anaranjado se esparcía por las casas tiñéndolo<br />

todo. El grupo de exploradores<br />

que les precedió habían preparado dos<br />

casas y un establo muy amplio, los tres<br />

en un pequeño cerro que dominaba la<br />

aldea.<br />

La vista era estupenda. Desde la casa<br />

principal se veía el sendero por el que<br />

habían llegado y el inicio del camino<br />

que seguirían al día siguiente, y que<br />

discurría por un valle en cuyo fondo rugía<br />

un caudaloso río. A media jornada<br />

el sendero ascendería por la montaña<br />

para internarse en un bosque con abundante<br />

vegetación.<br />

El grupo se mantenía alerta después<br />

del encuentro en el claro. Matsushiro<br />

esperaba a un mensajero que traería instrucciones<br />

de Katsuro desde el feudo;<br />

mientras, colocó a todos sus hombres<br />

para que nadie pudiera acceder al cerro<br />

sin ser visto. Los soldados y alabarderos<br />

encendieron pequeños fuegos, y se<br />

situaron formando un círculo alrededor


de las dos casas y el establo. Los samuráis<br />

formaron dos anillos de vigilancia,<br />

el primero en torno a la casa principal, y<br />

el segundo en el pequeño patio interior.<br />

Dos samuráis permanecían en la estancia<br />

contigua a la de Yoko en estado de<br />

máxima alerta.<br />

Esa noche los miembros de la caravana<br />

tomaron una cena fría. Poco a poco<br />

las sombras fueron extendiéndose por<br />

toda la aldea, hasta que la única iluminación<br />

fue la que ofrecían las hogueras,<br />

los faroles y las lámparas de aceite. Fujio<br />

estaba en la casa colocando sus equipajes<br />

y preparando las esteras para pasar<br />

la noche. Atsuo se encontraba comprobando<br />

los distintos puestos de vigilancia,<br />

todo se veía en calma. Se acercó al<br />

establo y comprobó que los animales<br />

estaban tranquilos. A pesar de todo,<br />

algo le alertó. Hizo ademán de salir y se<br />

deslizó a un lugar más lóbrego. Permaneció<br />

totalmente inmóvil y en silencio.<br />

De repente observó una zona más oscura<br />

entre las vigas del techo, la que juraría<br />

que se había movido. Un suave roce<br />

a su izquierda le hizo prepararse para<br />

el ataque, cuando un suave susurro le<br />

frenó.<br />

- No Atsuo-san, por favor, no se inquiete<br />

–dijo una voz desconocida para<br />

él–. Soy Shinzo Kaito y me envía el señor<br />

Hirotoshi Katsuro.<br />

- ¡Vaya! Buen susto me ha dado Kaito,<br />

pero me alegro de oírle. Takeshi me dijo<br />

que me dejaría un mensaje bajo la silla<br />

de montar.<br />

- Y así debía haber sido –dijo Kaito.<br />

- ¿Quién nos ataco este mediodía en<br />

el claro? –preguntó Atsuo.<br />

-Era Taiki del clan Gensai, lo vimos<br />

demasiado tarde –dijo Kaito–. Debía<br />

llevar allí desde ayer. No pudimos<br />

Ramón Plana - EL PERGAMINO DE ISAMU - I<br />

impedirlo pero le costó la vida.<br />

- ¿Quién puede tener interés en matar<br />

a la señora Yoko? –inquirió Atsuo.<br />

- No lo sabemos, estamos investigando<br />

ya en Edo para descubrirlo –respondió<br />

Kaito-. Tendremos que ser muy precavidos.<br />

¡Psss cuidado!<br />

Un samurái se acercó al establo haciendo<br />

la ronda de vigilancia. Ambos<br />

dejaron de hablar hasta que se alejó.<br />

- Kaito, si usted ha llegado hasta aquí<br />

-dijo Atsuo-, nuestra vigilancia no debe<br />

ser muy buena.<br />

Kaito sonrió en la penumbra.<br />

- No crea Atsuo-san, usted no sabe<br />

lo que me ha costado. Pero no se preocupe,<br />

cuatro de mis hombres vigilan la<br />

aldea por orden de Katsuro.<br />

Atsuo le miró a la cara. Estaban a menos<br />

de un metro de distancia y, aunque<br />

era de noche, la luz de los fuegos y las<br />

lamparillas de aceite daban un poco de<br />

claridad en algunas zonas del interior<br />

del establo. Pudo apreciar que, aunque<br />

relajado, Kaito estaba vigilante, su postura<br />

le permitiría desenvainar el ninjato<br />

que llevaba a la espalda a la mínima señal<br />

de peligro. A pesar de todo lo ocurrido<br />

ese día parecía mantener una gran<br />

calma. Una cosa le intrigaba aún a Atsuo.<br />

- Dígame Kaito, ¿por qué ha venido<br />

hasta el establo, si podía dejarme el<br />

mensaje debajo de la silla?<br />

El ninja se volvió hacia él y le miró a<br />

los ojos.<br />

- Verá Atsuo-san, sentía mucha curiosidad<br />

por conocerle a usted. He oído<br />

hablar mucho del golpe de la golondrina,<br />

pero no he conocido a nadie capaz<br />

de aplicar esa técnica –le observó con<br />

admiración–. Usted ha tenido que entrenar<br />

mucho para conseguir esa per-<br />

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<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

16<br />

fección en el golpe. Quizá tanto como<br />

nosotros –volvió a mirar hacia el exterior<br />

del establo–, toda una vida entrenando.<br />

Pero no se puede desarrollar<br />

una habilidad así, si no se tiene la facultad<br />

necesaria, por eso le admiro: usted<br />

adivina el golpe y se anticipa.<br />

-Gracias por su apreciación Kaito<br />

-dijo Atsuo–. Por lo que me ha dicho<br />

Takeshi usted también tiene unas cualidades<br />

más que notables.<br />

- Me temo que tendremos que utilizarlas<br />

todas –sonrió Kaito-. Será un placer<br />

luchar a su lado Atsuo-san. Cuando<br />

nos enteremos de algo le avisaré, siempre<br />

estaré cerca de ustedes.<br />

Al momento siguiente Atsuo estaba<br />

solo. Miró hacía las sombras, pero no<br />

vio moverse nada. No le había visto<br />

irse, ni tampoco le había oído.<br />

Dejó pasar un rato y salió por la parte<br />

de atrás. Poco a poco fue acercándose<br />

a los fuegos para charlar con los soldados.<br />

Se aseguró de que no habían visto<br />

nada extraño. Luego se fue hacia la casa<br />

dando un pequeño rodeo. Mientras caminaba,<br />

su cabeza repasaba lo ocurrido<br />

en ese día y recordaba unos comentarios<br />

del jefe del clan unas semanas atrás.<br />

Hacía unos días que Katsuro les había<br />

alertado por un comentario de un<br />

amigo, el cuál le sugirió que un daimio<br />

influyente deseaba sus tierras, y para<br />

conseguirlas había maquinado una estrategia<br />

simultánea en el feudo del clan<br />

Hirotoshi y en la capital, Edo. A grandes<br />

rasgos: pretendía eliminar a una<br />

parte de los miembros de la familia y<br />

hacer caer al clan en desgracia frente al<br />

shogun, para luego justificar un ataque<br />

y posteriormente reclamar su feudo. La<br />

amenaza parecía, entonces, que era cierta.<br />

En ese momento, Atsuo se propuso<br />

descubrir al enemigo y anular sus intenciones.<br />

Con esa determinación, se retiró a<br />

descansar. El viaje a Edo prometía ser<br />

mucho más complicado e interesante de<br />

lo que parecía al principio.


Victoria #2:<br />

por Cris Miguel<br />

Cris Miguel - VICTORIA #2<br />

Victoria y Manuel pertenecen a una organización que protege a los humanos,<br />

concretamente a los humanos de Madrid. Ambos lucharán contra las<br />

criaturas sobrenaturales que se encuentren en su camino y por lograr una<br />

credibilidad que aún no han podido demostrar.<br />

Lleva otra cerveza al salón. Ha invitado<br />

a los tres, y se están tomando unas<br />

cañas en lo que terminan de hacerse las<br />

pizzas en el horno.<br />

- ...porque no me cuadra. Ya te digo<br />

que es muy raro -está diciendo Manuel.<br />

- ¿Cómo puedes ser tan pesado? ¡Todavía<br />

sigues con lo mismo! -le increpa<br />

Victoria, sentándose en el sillón junto a<br />

Gonzalo.<br />

- ¿Qué pasa? -contesta poniéndose a<br />

la defensiva-. Tú también lo piensas.<br />

Su compañero, Manuel, llevaba semanas<br />

dando vueltas al mismo molino.<br />

Desde el incendio en el polígono no se<br />

habían producido ataques, y esa cuestión<br />

es la que le parecía extraña. “¿Por<br />

qué han cesado de repente?”, se pregun-<br />

Con un poco de ayuda<br />

de mis amigos<br />

taba una y otra vez. Victoria estaba harta<br />

de divagar sobre el mismo tema, pero<br />

tenía que darle la razón, no había respuestas<br />

satisfactorias.<br />

- Cambiemos de tema -dice Gonzalo-.<br />

Pues… yo sigo igual con Eva, por si<br />

os interesa.<br />

- No te hace ni caso, ¿no? -bromea Nacho.<br />

- Pufff… -resopla Gonzalo-. Sí… No…<br />

Depende…<br />

- Eso se traduce en “sólo como amigos”,<br />

vamos -sentencia Victoria.<br />

Gonzalo y Nacho también trabajan<br />

para la Organización, pero no a pie de<br />

calle como Victoria y Manuel. Gonzalo<br />

se encarga de la informática, especializado<br />

en los gadgets y demás artilugios<br />

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<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

18<br />

de utilidad. Nacho, por su parte, trabaja<br />

en el departamento científico: analizando<br />

muestras, buscando indicios, perdiendo<br />

el tiempo en el laboratorio…<br />

Por fin se sientan a la mesa y durante<br />

los quince minutos en “modo devorador”<br />

nadie dice nada. Nacho trae el<br />

postre que ha preparado él mismo: una<br />

tarta de queso.<br />

- Hmm… ¡Qué buena pinta! -comenta<br />

Manu.<br />

El dulce lo toman con calma.<br />

- ¡Por cierto! Vosotros que estáis más<br />

con él, ¿cómo va Ernesto con el reclutamiento?<br />

-pregunta Manu.<br />

- Pues… -Gonzalo traga antes de contestar-,<br />

creo que bien. Ya sabéis que no<br />

es muy conversador, pero he oído que<br />

ya le ha echado el ojo a un posible candidato.<br />

- ¡Ah! ¿Y en qué facultad está?<br />

- En teleco -contesta Nacho.<br />

En las pocas semanas que lleva en<br />

Madrid, Ernesto no ha parado ni un<br />

minuto. Está en un área distinta a la de<br />

Manu y Victoria, y además se está dedicando<br />

intensivamente a la labor corporativa<br />

y no tanto a la caza, como hacía<br />

antes. Por mucho que haga o que aparente,<br />

para Victoria y Manuel siempre<br />

va a ser un rival en todos los aspectos.<br />

- ¿En teleco? ¿Nos faltan técnicos o<br />

ingenieros? -pregunta Victoria antes de<br />

meterse el último trozo de su porción en<br />

la boca.<br />

- Ni idea, pero allí está.<br />

La conversación decae a partir de ahí,<br />

y a las doce y media los tres se van a sus<br />

respectivas casa. Al fin y al cabo es martes,<br />

y mañana hay que madrugar.<br />

Manuel llega a su barrio con relativa<br />

rapidez. Gonzalo le ha dejado a unas<br />

manzanas para no tener que desviarse<br />

demasiado. De todas maneras, a Manuel<br />

le gusta pasear. Siente el frio en su<br />

cara y se sube el cuello del abrigo. La noche<br />

es fría y, al ser entre semana, no hay<br />

ni un alma por la calle. Cruza el paso<br />

de cebra y oye un pitido. El transmisor.<br />

Manuel se pone alerta. Lo saca del<br />

bolsillo de dentro del chaquetón. Pero<br />

el ruido no se repite, y la luz tampoco<br />

está encendida. Le da unos golpecitos.<br />

Nada. Sea lo que sea lo que provocado<br />

el ruido, ya está lejos. Continúa su camino.<br />

En esa zona de Arturo Soria sólo<br />

hay casas y urbanizaciones de pisos, no<br />

se mueve nada en la calle. El parque de<br />

enfrente está oscuro, y el pequeño bulevar<br />

que lleva hacia él no es más que un<br />

pasillo de tierra coronado por árboles<br />

que siembran todo de sombras. Manuel<br />

sostiene el transmisor por si acaso. No<br />

le falta mucho para llegar.<br />

Cuando va a girar a la derecha para<br />

dejar atrás el parque, oye un ruido. Un<br />

ligero roce entre los matorrales. Se pone<br />

en tensión, intenta discernir algo, pero<br />

las farolas apenas desprenden un halo<br />

pequeño de luz solitaria.<br />

Cruza la calle y entra en el parque. El<br />

viento se levanta, y eso hace más difícil<br />

prestar atención a los ruidos. Mira el<br />

transmisor y éste no emite ni un destello.<br />

Si hay algo acechando, tiene que ser<br />

medio humano, sino el aparato estaría<br />

prácticamente echando humo. Muy despacio,<br />

con el brazo a media altura para<br />

percibir el posible parpadeo del led en<br />

caso de captar un rastro leve, inspecciona<br />

el parque atentamente, escrutando<br />

cada rincón. Se detiene en el centro. Silencio,<br />

sólo silencio. Pero Manuel sabe<br />

que no son imaginaciones suyas, ahí,<br />

en algún rincón, hay algo. Un pequeño<br />

destello le indica que el transmisor ha


detectado algo. Manuel, alarmado,<br />

lo observa y sigue la dirección que le<br />

marca. A lo mejor no es tan humano…<br />

Sale del parque, acelerando el paso. El<br />

aparato comienza a emitir un pitido,<br />

que se hace cada vez más intenso. Sube<br />

una pequeña cuesta. El sonido se vuelve<br />

casi continuo. Llega a la rotonda y el<br />

transmisor se apaga de nuevo. Manuel<br />

no puede ocultar su tensión. “¿Qué está<br />

ocurriendo?”, piensa. El transmisor no<br />

puede fallar: o detecta a un demonio o<br />

no lo detecta, pero no puede quedarse<br />

a medias. Mira a su alrededor, sólo hay<br />

pisos y más pisos. En la esquina izquierda<br />

ve un edificio blanco, que identifica<br />

como la iglesia de la zona, una de esas<br />

de diseño modernista que se confunden<br />

con el paisaje urbano. Se dirige ahí, a<br />

paso ligero, en mayor estado de alarma<br />

ante el sinsentido de la situación.<br />

Rodea el edificio, y no encuentra nada.<br />

Durante un segundo le parece percibir<br />

un pequeño destello de luz en el transmisor,<br />

pero se extingue en cuanto dirige<br />

su mirada hacia él. Se aproxima a la<br />

puerta principal e intenta entrar. Cerrada.<br />

Por unos instantes, pierde la noción<br />

del tiempo. Mira a un lado y a otro, y<br />

después al transmisor, esperando ver<br />

algo. Nada. Está claro que ha perdido<br />

el rastro, un rastro extraño y errático.<br />

Permanece unos minutos aguardando,<br />

de pie en las escaleras de la iglesia, vigilando<br />

en una y otra dirección. Después<br />

decide emprender el camino de vuelta.<br />

El desacierto y el desánimo lo acompañan,<br />

junto con una peculiar sensación.<br />

Se siente observado, y por el camino se<br />

gira varias veces para comprobar su espalda<br />

y los alrededores. Por supuesto,<br />

en ninguna de ellas ve nada raro. Sin<br />

embargo, algo se oculta en las sombras,<br />

Cris Miguel - VICTORIA #2<br />

burlando de alguna manera el transmisor,<br />

escondido de su vigilante mirada.<br />

Y Manuel lo sabe. No está solo.<br />

A la mañana siguiente se levanta<br />

pronto. Ha quedado en ir a recoger a<br />

Victoria. Así aprovecha el trayecto para<br />

hablar de lo ocurrido la noche anterior.<br />

Tras desayunar brevemente, se va.<br />

Le resulta imposible evitar el atasco<br />

de todas las mañanas, y tarda prácticamente<br />

media hora en llegar a casa de<br />

Victoria, muy próxima al centro. Ella le<br />

está esperando en la calle. Se sube, se<br />

quita el abrigo y lo deja en los asientos<br />

traseros.<br />

- Poco más y me congelo -se queja<br />

Victoria.<br />

- Ya sabes, el agradable tráfico matinal<br />

-responde sarcásticamente.<br />

- ¿Qué pasa, de qué querías hablar?<br />

-pregunta Victoria frotándose las manos.<br />

- Alguien me siguió ayer al llegar a mi<br />

barrio.<br />

- ¿Cómo que te siguió?<br />

- Sí, al principio creía que era algo sobrenatural,<br />

porque el transmisor pitó<br />

-se para en el semáforo y aprovecha<br />

para mirarla-. Pero luego el sonido cesó,<br />

aunque lo que fuera seguía ahí. Pude<br />

sentirlo.<br />

- ¿Cómo que lo que fuera? A ver… si<br />

el transmisor se apagó tenía que ser humano,<br />

¿no?<br />

- Sí, eso pensé yo… -se pone en marcha<br />

mientras sigue dudando-. Aunque<br />

si hubiera sido humano, lo hubiera visto,<br />

lo hubiese encontrado. Esta cosa se<br />

movía demasiado rápida para ser una<br />

persona.<br />

- ¿Y si el transmisor no es tan infalible<br />

como pensamos?<br />

- No lo sé… Es más, ¿quién lo sabe?<br />

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<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

20<br />

Si es que apenas hemos tenido ocasión<br />

de probarlo en condiciones -se lamenta<br />

Manuel.<br />

- Ya… pero supuestamente en EEUU<br />

sí que han tenido muchas ocasiones, y si<br />

fallara lo sabríamos.<br />

- Puede…<br />

- Se me está ocurriendo… ¿Y si estás<br />

sugestionado y te lo has inventado<br />

todo? –esboza una sonrisa pícara-. Puede<br />

que algo te sentara mal. ¿Te duele el<br />

estómago? ¿Has dormido bien?<br />

- Tranquila, mamá. Ya soy mayorcito,<br />

¿no? –Manuel mira a Victoria alzando<br />

una ceja. Entonces se vuelve a poner serio-.<br />

Fue muy extraño, Vic, y sé que era<br />

sobrenatural.<br />

Resopla y pone el intermitente hacia<br />

la derecha en la rotonda. Ya casi han llegado.<br />

- Hablaremos con Gonzalo, que eche<br />

un vistazo a tu transmisor. Y si no ve<br />

nada, pues estaremos alerta -le intenta<br />

tranquilizar Victoria.<br />

- ¡Qué remedio!<br />

- ¡Oye, no te quejes! Ayer en la cena te<br />

lamentabas de que no había habido más<br />

ataques, ahí tienes tu señal conspiranoica<br />

–sigue tomándole el pelo.<br />

- Sí, pero me conformaba con un demonio<br />

tonto, o con algún indicio de la<br />

ContraOrganización. Pero persecuciones<br />

entre las sombras mientras estoy<br />

volviendo a casa… Qué mal gusto.<br />

- ¡Anda! Si fuera una acosadora no<br />

te quejarías tanto... Pronto tendremos<br />

alguna explicación, ya verás. Pero hasta<br />

entonces, vale ya de lamentaciones.<br />

¡Vamos! -le apremia mientras se bajan<br />

del coche y se dirigen al trabajo, al centro<br />

de la Organización.<br />

La Organización es la versión corta,<br />

su verdadera denominación es “Orga-<br />

nización de Seguridad para el Combate<br />

de lo Antinatural”, aunque están en trámites<br />

de cambiarse el nombre porque<br />

más que antinatural era sobrenatural,<br />

y el nombre en sí es excesivamente largo.<br />

Por el momento, algún lumbrera ha<br />

propuesto ya usar el acrónimo OSCA,<br />

y, a falta de una idea mejor, la gente está<br />

empezando a cogerle el gusto.<br />

Entran en el edificio y cogen el ascensor<br />

para llegar a la tercera planta, la<br />

suya, donde se encargan de las posibles<br />

apariciones, los crímenes, la regulación<br />

de las criaturas… Obviamente, no todas<br />

eran una amenaza. Y aunque en España,<br />

y más concretamente en Madrid, la población<br />

de criaturas sobrenaturales no<br />

era muy grande, cada vez aumentaban<br />

más, desde la “revelación”, las criaturas<br />

que venían a España de vacaciones. Se<br />

puede decir que su planta era como un<br />

pequeño departamento de policía dentro<br />

de la Organización.<br />

Se dirigen al despacho. La estancia<br />

que comparten no es más que un habitáculo<br />

con dos escritorios, una gran<br />

ventana y una pecera encima de la estantería.<br />

Victoria odia ese recipiente con<br />

agua, pero a Manuel le encanta, porque<br />

le relaja contemplar cómo nadan los<br />

cuatro pececillos que tiene.<br />

Se sientan cada uno en sus respectivas<br />

mesas y encienden el ordenador.<br />

Dejan la puerta abierta, les gusta estar<br />

en contacto con el resto de compañeros,<br />

aunque a esas horas sólo han llegado<br />

dos chicas que se encargan básicamente<br />

de la investigación y obtención de datos,<br />

ya que todavía no han terminado<br />

la instrucción en la Academia. A mitad<br />

de la mañana suena el teléfono. Lo coge<br />

Manu. Cuando cuelga, Victoria le mira<br />

inquisitivamente.


- Era la policía… Me han dicho que<br />

les ha llamado una mujer muy asustada<br />

porque cree que su hijo está poseído o<br />

en un raro trance -la informa Manu escépticamente.<br />

- ¡Qué bien! ¿Ahora somos Constantine?<br />

No sabía que también hiciéramos<br />

exorcismos -bromea Victoria. Manu se<br />

encoge de hombros.<br />

- La mañana está tranquila, no perdemos<br />

nada por acercarnos, ¿no?<br />

- Manda a otros -contesta Victoria,<br />

desentendiéndose.<br />

- No. ¡Venga! Sabes que no me gusta<br />

estar encerrado.<br />

- Bueno… Pero como lo único que le<br />

pase al hijo es que esté drogado me invitas<br />

a comer -le reta Victoria, cogiendo<br />

el abrigo.<br />

El edificio es uno más entre miles. En<br />

una zona ni buena ni mala, ni cara ni<br />

barata. Suben al piso de la mujer, que<br />

les está esperando impacientemente.<br />

Les invita al salón y los tres se acomodan<br />

en los sofás. La señora pasa los cincuenta<br />

años y parece que está buscando<br />

algo en la habitación o repasando el<br />

polvo de todos los rincones, porque su<br />

mirada oscila de un lado para otro. Sin<br />

embargo, su lengua no se mueve, y se<br />

sumergen en un silencio incómodo que<br />

Victoria decide romper.<br />

- La policía nos ha dicho que cree que<br />

su hijo está en trance o poseído, ¿qué le<br />

hace pensar eso?<br />

- Pues… Verá… Apenas sale de su habitación,<br />

ya casi no habla. Él… no es el<br />

mismo… -contesta nerviosa la mujer.<br />

- ¿Y desde cuándo está así? -interviene<br />

Manuel.<br />

- Va a hacer prácticamente un mes.<br />

Yo pensaba que estaría disgustado por<br />

alguna muchacha, pero sigue igual y…<br />

Cris Miguel - VICTORIA #2<br />

- ¿Sabe si toma algún tipo de drogas?<br />

-interrumpe Victoria.<br />

- ¡¿Mi hijo?! Por supuesto que no -responde<br />

tajante-. Nunca lo ha hecho, ni se<br />

ha metido en líos.<br />

- ¿Podemos verle? -pregunta con cautela<br />

Manuel.<br />

- Sí, vengan.<br />

Rápidamente, la mujer se levanta y<br />

encara el pasillo. Se vuelve a mirarles<br />

para asegurarse que la siguen. Se detiene<br />

en la segunda puerta. Llama. Victoria<br />

y Manuel se quedan unos segundos<br />

esperando, hasta que finalmente la mujer<br />

se hace un lado y les permite entrar.<br />

Victoria pasa delante. El joven que se<br />

encuentra en la habitación tiene la mirada<br />

perdida. Está sentado en la cama<br />

contemplando la pared de enfrente; ni<br />

se inmuta con su presencia.<br />

- Hola soy Victoria y él es mi compañero<br />

Manuel, trabajamos para la Organización…<br />

¿Me escuchas? -el chico no<br />

hace ningún signo de asentimiento.<br />

- Déjenos solos con él -le dice Manuel<br />

a la señora, que asiente y cierra la puerta<br />

tras de sí-. Muy bien chaval cuéntanos<br />

que te ocurre.<br />

Silencio.<br />

- Estamos aquí para ayudarte, pareces<br />

asustado. ¿Qué te da tanto miedo? -pregunta<br />

Victoria, acuclillándose delante<br />

de él. El chico fija su vista en ella.<br />

- ¡Mira! Empieza a reaccionar -comenta<br />

Manuel.<br />

- Dinos qué te pasa -el joven la mira<br />

fijamente, pero vuelve a bajar la vista-.<br />

Está bien -dice Victoria levantándose-,<br />

no vamos a perder más tiempo. No sé<br />

qué coño te ocurre, pero no somos tus<br />

psicólogos. Supongo que sabes a qué<br />

nos dedicamos, sino míralo en Internet.<br />

Ten mi tarjeta -el chico alarga el brazo y<br />

21


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

22<br />

se la coge-, si cambias de idea y quieres<br />

hablar con nosotros, estaremos encantados<br />

de volver a intentarlo. ¡Hasta luego!<br />

-con una zancada llega hasta la puerta,<br />

y sale de la habitación seguida de Manuel.<br />

Se van a comer cerca del trabajo.<br />

Aunque es más pronto de lo habitual,<br />

apenas dejan algo en sus platos. Comparten<br />

impresiones sobre el muchacho<br />

sin llegar a ninguna conclusión válida.<br />

Su comportamiento es extraño, pero no<br />

hay pruebas de que tenga nada que ver<br />

con la su especialidad. Manuel dice que<br />

igual hubiera sido buena idea pasar el<br />

detector, por si apreciaba algo fuera de<br />

lo normal. Victoria aprovecha entonces<br />

para retomar sus burlas sobre la manía<br />

persecutoria nocturna de Manuel. Así<br />

continúan hasta que acaban, y después<br />

vuelven a la oficina. Al llegar se encuentran<br />

su piso vacío. Ellos se han adelantado<br />

a la hora, así que deducen que estarán<br />

todos en el comedor del edificio.<br />

Se sientan en sus escritorios y disfrutan<br />

del ambiente silencioso, que incluso los<br />

ordenadores respetan, haciendo el mínimo<br />

ruido.<br />

La tarde avanza despacio, pasando<br />

desapercibida. De repente, el teléfono<br />

rompe el silencio, hasta ahora gobernante<br />

absoluto de la habitación.<br />

- ¿Sí? -contesta Victoria-. Ajá… ¿Dónde?...<br />

Está bien, dame la dirección<br />

-apunta los datos en un papel y cuelga–.<br />

Ha aparecido un hombre muerto, Ernesto<br />

va para allá. A nosotros nos toca<br />

su casa -informa a Manuel, al tiempo<br />

que se levanta para ponerse el abrigo.<br />

El sitio está cerca del Paseo de la Castellana.<br />

Tardan algo más de lo habitual<br />

en llegar, ya que son pasadas las seis<br />

seis y prácticamente todos los compo-<br />

nentes del sistema laboral de la zona<br />

intentan volver a la comodidad de sus<br />

casas. Finalmente encuentran la calle<br />

en cuestión. Enseñan la placa para que<br />

el portero les abra y entran a toda prisa.<br />

Éste les facilita la llave de la casa y<br />

después suben por las escaleras, ya que<br />

son sólo tres pisos. En el tramo entre<br />

el segundo y el tercero, se cruzan a un<br />

hombre que baja los escalones de dos en<br />

dos. Pasa a su lado sin saludar ni mirarle<br />

mucho, concentrado en sus asuntos.<br />

Manuel y Victoria se miran. Entonces<br />

arrancan y suben corriendo el tramo<br />

que les queda. La puerta está abierta.<br />

Atraviesan el umbral y ven como el fuego<br />

está devorando gran parte de la estancia.<br />

- ¡Corre! ¡Podremos alcanzarle! -grita<br />

Manuel saliendo velozmente, seguido<br />

de cerca por su compañera.<br />

Ambos se paran en la puerta del<br />

portal. Miran a un lado y a otro. Casi<br />

al llegar a la esquina una mujer se está<br />

quejando del empujón. Esa es su señal.<br />

Emprenden de nuevo la carrera tomando<br />

el camino de la derecha. El sospechoso<br />

les saca bastantes metros, pero aún<br />

pueden verle. El aire frío les empieza<br />

a pinchar en los pulmones. Siguen corriendo.<br />

Conforme se alejan de la Castellana,<br />

las calles se hacen más estrechas<br />

y sinuosas. No ven lo que ocurre a su<br />

alrededor, están concentrados en esquivar<br />

a los transeúntes y no perderle.<br />

Siguen corriendo cuesta arriba. Parece<br />

que le están ganando terreno. Giran a<br />

la izquierda y llegan a un parquecito.<br />

El sospechoso no está. Dan unos pasos<br />

atrás.<br />

- ¡Joder! ¿Pero qué coño…? - exclama<br />

Victoria poniéndose en guardia.<br />

El parque está desierto. Desierto de


presencia humana. Pero sus transmisores<br />

no paran de pitar. Están frente a seis<br />

ghouls. Éstos les rodean poco a poco.<br />

Victoria, que ya tiene su pistola en la<br />

mano, dispara al más alejado, el que<br />

tiene a su derecha. Sabe que los ghouls<br />

pueden saltar desde muy lejos, y cuanto<br />

más lo estén, más fuerte es la embestida.<br />

Manuel la imita y dispara al de<br />

su izquierda. Aunque el disparo no es<br />

mortal, ha servido para tumbarle. Los<br />

cuatro que quedan ilesos se abalanzan<br />

sobre ellos. El reparto es equitativo, dos<br />

para cada uno. Sacan sus cuchillos, ya<br />

que, en distancias cortas, son más efectivos.<br />

Victoria recibe un mordisco en la pierna,<br />

pero es superficial; no le da tiempo<br />

al demonio a hincar más los dientes.<br />

Con el cuchillo de la mano izquierda se<br />

defiende, clavándolo en el cuello y saltando<br />

hacia atrás para zafarse. El otro<br />

aprovecha que se ha alejado unos metros<br />

para lanzarse encima de ella. Ruedan<br />

por el suelo, con Victoria esquivando<br />

una a una las dentelladas mientras<br />

acuchilla como puede. Manuel, está<br />

en una situación de mayor desventaja.<br />

Tiene a un ghoul enganchado del brazo<br />

izquierdo y el otro le mordisquea la<br />

pierna derecha. De un fuerte puñetazo<br />

libera su brazo izquierdo. Aprovecha<br />

los segundos de dispersión para cortarle<br />

la cabeza limpiamente al que le tenía<br />

agarrado por la pierna. Cojeando, intenta<br />

alejarse al mismo tiempo que saca<br />

su pistola. Lamentablemente el ghoul le<br />

golpea antes de poder disparar. Cae de<br />

espaldas sobre el frío suelo, y el arma<br />

cae lejos de su alcance. Nota calor en la<br />

cabeza, debe de estar sangrando. Forcejea<br />

con el demonio pero no consigue<br />

llegar hasta el cinturón, donde tiene los<br />

Cris Miguel - VICTORIA #2<br />

cuchillos. Se retuerce e intenta pegar a<br />

la criatura con los puños, pero le tiene<br />

bien sujeto. Desde el suelo ve que el<br />

ghoul que había herido se acerca también<br />

a él.<br />

- Socorro –lo dice tan entrecortado<br />

que apenas se oye.<br />

Victoria sale a rastras de debajo del<br />

demonio. Le ha costado, pero ha podido<br />

asestar puñaladas en distintas<br />

partes del estrecho cuerpo hasta que,<br />

finalmente, ha muerto. Se levanta. Está<br />

magullada. Recorre con la vista el parque,<br />

y ve a Manuel tirado en el suelo,<br />

defendiéndose como puede del demonio<br />

que está encima intentando morderle.<br />

Victoria saca su arma y dispara.<br />

Éste se desploma sobre él, o eso supone<br />

ella, ya que algo la ataca por la espalda,<br />

impidiendo ver el resultado de su tiro.<br />

El demonio no estaba tan muerto como<br />

aparentaba, únicamente muy malherido.<br />

Esta vez consigue cortarle el cuello,<br />

al mismo tiempo que ve a Manuel chocar<br />

contra un banco. “Mierda”, piensa.<br />

Va a echar mano de la pistola cuando<br />

suena un disparo y el ghoul cae. En la<br />

esquina opuesta del parque hay un<br />

hombre con gabardina empuñando una<br />

pistola. Victoria se levanta y hace amago<br />

de ir hacia él. Éste le hace un gesto<br />

de asentimiento con la cabeza y se va<br />

con paso apresurado. Victoria deja para<br />

más tarde las persecuciones a misteriosos<br />

desconocidos, y corre hacia Manuel.<br />

Han dejado el parque lleno de charcos<br />

burbujeantes. Está inconsciente, pero,<br />

milagrosamente, no tiene ninguna herida<br />

abierta. Llama a emergencias y en<br />

cuestión de minutos están en la ambulancia<br />

camino del hospital.<br />

Manuel consigue irse por su propio<br />

pie. La única herida, la de la cabeza, la<br />

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<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

24<br />

han curado poniéndole un par de grapas,<br />

al mismo tiempo que le recomendaban<br />

quedarse toda la noche en observación.<br />

Pero a la media hora está<br />

saliendo por la puerta acompañado de<br />

Victoria. Mientras se dirigen a la parada<br />

de taxis, suena el móvil de ella.<br />

- Es el chico de esta mañana -le dice a<br />

Manuel, cuando cuelga-, quiere que me<br />

reúna con él en un bar. Pero tú vete a<br />

casa, ya te llamo yo después.<br />

- De eso nada. Estoy perfectamente,<br />

voy contigo -la tozudez habla por Manuel.<br />

Victoria le echa una mirada con condescendencia,<br />

sabe que no le va a convencer<br />

de nada. En eso sí se parecen,<br />

son igual de cabezotas.<br />

El taxi les deja en la puerta del bar.<br />

Es un bar de barrio, sin pretensiones,<br />

con las mesas justas y una barra enorme.<br />

Victoria se sorprende porque para<br />

ser un miércoles hay mucha gente, la<br />

barra está prácticamente llena. Clientes<br />

habituales que se toman una cerveza, o<br />

quizá algo más, antes de subir a casa.<br />

En una de las mesas les espera el joven.<br />

- Ya estamos aquí -dice Victoria a<br />

modo de saludo-. Tú dirás.<br />

- ¿Qué os ha pasado? -pregunta alarmado<br />

el chico.<br />

- ¡Oh! ¿Esto? No es nada -dice Manu<br />

quitándole importancia-. Nos atacaron<br />

por sorpresa.<br />

- ¡Joder! ¿Pasan esas cosas de verdad?<br />

-se sorprende-. Bueno… Vamos a ver…<br />

yo… -de repente se sumerge en el letargo<br />

en el que estaba por la mañana-. Me<br />

daba cosa hablar de esto en casa… Mi<br />

madre piensa que estoy loco… no sé.<br />

- No te preocupes, hemos tenido varias<br />

urgencias que no eran urgencias.<br />

Desde la “revelación” muchas madres<br />

de adolescentes creen que sus hijos están<br />

poseídos, en lugar de saber que tienen<br />

el pavo o van hasta arriba… Los<br />

tiempos cambian -comenta Manu, para<br />

dar confianza al chaval.<br />

- Sí, bueno… Mi madre es un poco<br />

así. No estoy poseído, pero… -se para<br />

y baja la mirada-. Me pasó algo raro…<br />

- Tranquilo, nosotros estamos curados<br />

de espanto. Lo que nos digas nos<br />

lo creeremos, y seguramente podremos<br />

ayudarte -le anima Manu. Victoria observa<br />

recostada en la silla.<br />

- Está bien. Un día conocí a una chica,<br />

era vecina mía, muy guapa. Empezamos<br />

a hablar, nos encontrábamos por<br />

casualidad en el portal… Al final subí<br />

a su casa, y bueno… ¡lo hicimos! Estuvimos<br />

como dos semanas liados, pero<br />

fui notando que cambiaba de humor<br />

mucho, y uno de los días que subí a su<br />

casa, descubrí que no era que cambiara<br />

de humor, sino que eran ¡gemelas!<br />

-Manuel y Victoria escuchan pacientemente-.<br />

Las dos eran muy posesivas y<br />

no querían salir conmigo a ningún sitio,<br />

yo creía que era porque se avergonzaban<br />

de mí… Así que dejamos de vernos.<br />

Como una semana después, me aburría<br />

en casa y subí a verlas, pero… no me<br />

abrió nadie… no estaban -el chico se<br />

para, con la mirada fija en el vaso.<br />

- ¿Qué tiene eso de fantástico? -pregunta<br />

Victoria.<br />

- Veréis, me extrañó que se fueran y<br />

estuve preguntando a todos los vecinos…<br />

Y resulta que allí no vivía nadie<br />

desde hacía cinco años -ahora sí consigue<br />

captar la atención de los dos.<br />

- ¿Cómo que…? ¿Fantasmas? -pregunta<br />

Manuel.<br />

- ¿Me creéis? - dice el chico inseguro.<br />

- Claro que sí. Mañana a… -el teléfono


interrumpe a Victoria-. Perdonad -se<br />

levanta para contestar.<br />

- No te preocupes, mañana iremos a<br />

ver ese piso. Si hay alguna presencia,<br />

del tipo que sea, la captaremos.<br />

- ¿Sí? ¿Cómo los cazafantasmas? -pregunta<br />

el muchacho visiblemente más<br />

animado.<br />

- No como ellos, pero disponemos de<br />

algunos métodos para limpiarlos -dice<br />

Manuel.<br />

- Joder, creía que me estaba volviendo<br />

loco, que me lo había imaginado… -el<br />

volumen de la televisión, que sube de<br />

repente, deja la frase inacabada.<br />

Victoria está en la barra, diciendo al<br />

camarero que ponga las noticias. La televisión<br />

es lo más nuevo de todo el mobiliario,<br />

y es que el fútbol es el fútbol.<br />

Pero ahora no emiten ningún deporte.<br />

Ahora es Ernesto quien sale por la tele,<br />

en una rueda de prensa. Se hace el silencio<br />

y todos escuchan atentamente. Es la<br />

primera vez, desde la “revelación”, que<br />

la Organización sale en los medios. La<br />

actividad sobrenatural en la ciudad no<br />

es muy alta, y nunca habían tenido antes<br />

un crimen. El discurso es directo y<br />

firme, transmite seguridad y diligencia.<br />

Si supieran que todas las pistas que podían<br />

encontrar habían ardido esa misma<br />

tarde… Ernesto termina con una frase<br />

tajante en la que asegura que cogerán al<br />

responsable. El camarero vuelve a bajar<br />

el volumen y Victoria se sienta de nuevo<br />

en la mesa. La gente de su alrededor<br />

comenta el discurso. En general no saben<br />

que pensar, les ha parecido creíble,<br />

pero por otro lado siguen sin fiarse de<br />

lo sobrenatural. Está claro que la imagen<br />

de la Organización… sigue aún por<br />

los suelos; aunque el tiempo ayudará a<br />

cimentar la credibilidad.<br />

Cris Miguel - VICTORIA #2<br />

- ¿Ese era de los vuestros? -pregunta<br />

el chico.<br />

- Sí, y ahora nos tenemos que ir -dice<br />

Victoria-. Pero mañana por la mañana<br />

investigaremos lo que nos has contado,<br />

¿de acuerdo?<br />

Cogen un taxi para recuperar su coche,<br />

que seguía aparcado donde lo habían<br />

dejado esa tarde. Manuel va a casa<br />

de Victoria.<br />

- Tengo tantas cosas en la cabeza que<br />

me va a explotar -se queja Manuel.<br />

- Eso es por el golpe que te ha dado el<br />

ghoul -bromea Victoria.<br />

- Por cierto, ¿cómo has acabado con<br />

ellos?<br />

- He tenido ayuda… Había un hombre<br />

que disparó al que estaba a punto<br />

de morderte -dice Victoria algo consternada.<br />

- ¿Un hombre que disparó? ¿Y de<br />

dónde coño ha sacado el arma?<br />

- No lo sé, cuando me levanté estaba<br />

allí, y me iba a acercar pero se fue. Él sí<br />

que se creía Constantine, con la gabardina<br />

puesta y matando demonios…<br />

- ¿Estás de coña? -Manuel no puede<br />

creerse lo que está oyendo-. ¿Y cómo<br />

supo…?<br />

- No lo sé -Victoria suspira y se acomoda<br />

más en el asiento del copiloto,<br />

mientras mira la las luces de la ciudad.<br />

Cada vez tienen más preguntas.<br />

Al día siguiente van a ver directamente<br />

a Nacho al laboratorio. Le cuentan lo<br />

ocurrido el día anterior. Éste no da crédito,<br />

y les explica qué ha descubierto él.<br />

- Esto no lo sabe aún nadie de por<br />

aquí, así que no alcéis mucho la voz,<br />

por si las moscas –mira por encima del<br />

hombro hacia los otros compañeros que<br />

se hayan enfrente-. Este tipo es Alfredo<br />

25


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

26<br />

Merchán. Es doctor en teología por la<br />

universidad del Vaticano y también licenciado<br />

en psicología, pero por lo que<br />

más se le conoce es por sus estudios y<br />

publicaciones sobre parapsicología y<br />

demonología.<br />

Nacho se calla un segundo, dando un<br />

toque de tensión a la situación.<br />

- El profesor Merchán ha investigado<br />

mucho sobre la esencia demoníaca y<br />

el mundo de lo paranormal. De hecho,<br />

estaba ya metido en el tema antes de<br />

que se hiciera pública la existencia de<br />

la Organización. Sus primeros trabajos<br />

no tienen nada novedoso, son sólo compendios<br />

y análisis de mitos, tradiciones<br />

y otros textos. Pero, en los últimos años,<br />

el profesor ha causado algo de conmoción<br />

en el mundo de lo esotérico. En su<br />

último libro hablaba sobre ciertos descubrimientos<br />

que había hecho en lo que<br />

se refiere a la invocación y dominación<br />

de un demonio. Según él, había encontrado<br />

una manera para realizar este<br />

proceso sin ningún peligro para el invocador,<br />

y de hecho citaba varias fuentes<br />

antiguas en las que algo se habla del<br />

tema.<br />

- ¿Y qué decía en el libro? ¿Explicaba<br />

cómo hacer eso?<br />

- ¡Qué va! El libro era una especie de<br />

anticipo, únicamente para tener a la<br />

gente en ascuas. No ha llegado a publicar<br />

el siguiente, al menos que yo sepa.<br />

Pero lo que sí está claro es que en el último<br />

libro del profesor hay indicios de<br />

que había encontrado algo, cosas que<br />

no podría saber si no fuera así.<br />

Nacho se calla otra vez, mientras<br />

rebusca en unos papeles. Victoria y<br />

Manuel le miran fijamente, esperando<br />

que continúe con la explicación.<br />

Al final, Victoria no puede más.<br />

-¿No nos vas a contar de qué indicios<br />

se trata?<br />

-No –Nacho se encoge de hombros.<br />

Del montón de hojas saca un folio lleno<br />

de gráficas-. Es demasiado engorroso y<br />

largo de explicar, además de que tampoco<br />

es especialmente importante –agita<br />

el papel que tiene en la mano-. Pero<br />

esto sí que es interesante… Oh, sí…<br />

- ¡Al grano, Nacho! –Victoria sube levemente<br />

su puño en señal de amenaza.<br />

- Voy, voy… Ya sabéis que cuando<br />

se encuentra un cuerpo que puede tener<br />

relación con demonios le sometemos<br />

a varias pruebas y mediciones, entre<br />

otras cosas para descubrir posibles<br />

interacciones con seres que no son de<br />

aquí –Nacho coge aire profundamente<br />

y extiende el documento frente a ellos-.<br />

Pues bien, nuestro profesor se ha salido<br />

de las tablas en éste análisis –y señala<br />

con el dedo uno que tiene muchos colores.<br />

- ¿Ese para qué es? –inquiere Manuel.<br />

- No me has dado tiempo a seguir,<br />

déjame explicarte. Este lo usamos para<br />

rastrear un tipo de energía muy rara y<br />

poco habitual: es la marca demoníaca<br />

pura y por excelencia, unos átomos tan<br />

malignos que sólo pueden venir desde<br />

el infierno más profundo –lo dice con<br />

una sonrisa exagerada, dando demasiado<br />

dramatismo a la escena.<br />

- ¿Puede un átomo ser maligno? –pregunta<br />

Manuel al aire. Nacho le ignora y<br />

continúa con su exposición.<br />

- Un ser que deja este rastro debe ser<br />

terriblemente peligroso y anormal, y<br />

desde luego no puede traer buenas intenciones.<br />

No hace mucho que realizamos<br />

este análisis, lo impusieron como<br />

norma hace poco, por lo que en contadas<br />

ocasiones hemos tenido una levísi-


ma señal. Pero este cadáver, amigos, venía<br />

hasta las cejas –y para remarcar ese<br />

hecho, abre mucho los ojos.<br />

- Vale, vale, está bien Nacho –le corta<br />

Victoria antes de que siga enrollándose,<br />

como suele ser habitual-. Lo cogemos.<br />

Se resume a un bicho muy malo y raro<br />

que llena todo de polvo infernal y que<br />

ha tenido relación con un cadáver reciente.<br />

¿Crees posible que sea fruto de<br />

las investigaciones sobre invocación del<br />

profesor?<br />

- No lo descartes, Victoria, es probable<br />

que, si no es por eso, al menos vayan<br />

por ahí los tiros –Nacho comienza a<br />

guardar todos los papeles.<br />

- Bueno, gracias Nacho. Veremos a ver<br />

qué averiguamos por ahí. Si encuentras<br />

algo más dínoslo de inmediato.<br />

Se encaminan a la casa del chico. En<br />

la oficina no les queda nada por hacer,<br />

si permanecieran allí encerrados se subirían<br />

por las paredes.<br />

- ¿Qué piensas del fallecido? -pregunta<br />

Manuel para romper el silencio.<br />

- La verdad es que no lo sé. A ver, está<br />

claro que estaba metido hasta el fondo,<br />

quizás enfadó a quien no debía.<br />

- ¿Hablas de la ContraOrganización?<br />

- ¿Quién si no?<br />

- A lo mejor el hombre de la gabardina…<br />

No sabemos nada de él.<br />

- Entonces, ¿por qué nos ayudó? No<br />

tendría sentido…<br />

- Ese tipo va por libre, mejor no descartar<br />

nada.<br />

Aparcan en un hueco libre y entran<br />

en el portal del día anterior. Suben las<br />

escaleras, ya que el chico les dijo que<br />

era el último piso. Sólo había dos puertas<br />

por cada planta, la suya era la de la<br />

izquierda, la B. Llaman. Es mero formalismo.<br />

Como se esperan, no contesta na-<br />

Cris Miguel - VICTORIA #2<br />

die. Manuel consigue abrir sin forzarla,<br />

gracias a la ganzúa que lleva siempre<br />

encima. Entran. El piso muestra signos<br />

de no haber sido utilizado desde hace<br />

tiempo. Victoria saca el transmisor, éste<br />

emite una señal muy débil.<br />

- Está claro que ha habido algo aquí,<br />

pero se ha ido -se queja Victoria.<br />

Aún así inspeccionan toda la casa. En<br />

la habitación grande, que correspondería<br />

al dormitorio principal encuentran a<br />

un hombre muerto.<br />

- ¿Qué cojones…? -Manuel se dirige<br />

a él.<br />

Victoria está llamando ya a la Organización.<br />

En menos de media hora, se<br />

llevan el cadáver que no superaba los<br />

25 años. El equipo forense fotografía<br />

todo, pero no hayan nada que les vaya<br />

a servir. El chico no ha muerto por causas<br />

naturales. Victoria y Manuel ya no<br />

hacen nada de provecho en la casa y se<br />

disponen a irse. En el descansillo está<br />

el típico vecino curioso que les corta el<br />

paso antes de que puedan empezar a<br />

bajar las escaleras.<br />

- ¿Qué ha ocurrido, señores? -les pregunta<br />

cortésmente.<br />

- Hemos encontrado un cadáver en<br />

la casa -contesta Manuel, saltándose<br />

un poco el protocolo-. ¿Ha visto u oído<br />

algo?<br />

- Se lo advertí a ese muchacho, le dije<br />

que se alejara de ellas… Pero no me<br />

hizo caso -se lamenta negando con la<br />

cabeza-. Ustedes entienden de demonios,<br />

¿no? Entonces sabrán lo que es un<br />

súcubo. Eso es lo que había ahí dentro.<br />

- ¿Súcubos ha dicho? -se gana toda la<br />

atención de Victoria-. ¿Cómo está tan<br />

seguro de que lo eran?<br />

- Los chicos hablaban solos, estaban<br />

en su sueño feliz, les conquistaban…<br />

27


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

28<br />

-mira al techo para recordar mejor-. Básicamente,<br />

lo sé porque a mí también<br />

me pasó. Fui su primer trofeo.<br />

- ¿Y siguen aquí? -pregunta Victoria<br />

con cautela.<br />

- No, señorita. Se fueron hace un mes<br />

aproximadamente.<br />

- ¿Sabía quiénes eran? -pregunta Manuel.<br />

- Sí. Eran dos ancianas que murieron<br />

hará unos cinco años, gemelas. No estaban<br />

muy dispuestas a dejar los placeres<br />

de este mundo…<br />

Victoria apunta sus nombres para<br />

investigarlas. Dos muertos en dos días<br />

por causas totalmente distintas. A los<br />

jefes no les va a gustar nada. Parece<br />

más sencillo hallar a los súcubos. Empezarán<br />

buscando el rastro en antiguas<br />

propiedades, en algún sitio tienen que<br />

estar. De vuelta a la oficina, Victoria escribe<br />

un email al muchacho contándole<br />

lo que han descubierto, ya que por la<br />

mañana no estaba en casa. Seguro que<br />

le tranquilizaría saber que no estaba<br />

loco, y que tenía una explicación, aunque<br />

para él pueda ser un poco surrealista.<br />

La tarde la pasan prácticamente sumergidos<br />

cada uno en sus meditaciones,<br />

nunca se habían sentido con tan<br />

poco control como ahora. La situación<br />

se les está yendo de las manos. Tienen<br />

dos cadáveres de distinta procedencia,<br />

cuyo origen era igual de difícil. Por un<br />

lado estaban los súcubos, que, aunque<br />

sabían a lo que se enfrentaban, tenían<br />

que hallar una forma de atraparlos,<br />

nunca se habían enfrentado a seres incorpóreos.<br />

Por el otro lado estaba la<br />

ContraOrganización, siempre presente,<br />

y ellos iban un paso por detrás.<br />

Victoria y Manuel se disponen a irse<br />

ya a sus casas. Manuel lleva el coche,<br />

esta semana le toca a él. Se ofrece a pasar<br />

la noche con Victoria, pero ésta deniega<br />

la invitación.<br />

- Prefiero organizar mis ideas, hay<br />

tantos cabos sueltos que no sé por dónde<br />

empezar a atarlos.<br />

- Podemos hacerlo juntos -insiste.<br />

- Otro día -firme pero cordial-. Quizás<br />

tenga razón la gente y seamos unos<br />

farsantes… No somos capaces de protegerlos.<br />

- ¡Oh no! No te tortures -Manuel toma<br />

la rotonda que lleva a la calle de Victoria-.<br />

Era imposible anticiparse, pero ya<br />

sabemos lo que buscamos, las atraparemos.<br />

- ¿Y la ContraOrganización? -las dudas<br />

siembran su rostro-. Cada vez nos<br />

demuestran que tienen más poder, se<br />

ríen en nuestra cara…<br />

- Todos cometemos errores. Cuando<br />

ellos los cometan, estaremos preparados<br />

- Victoria asiente, meditabunda.<br />

- ¡Hasta mañana! – y sale del coche.<br />

Victoria piensa en lo que va a poner<br />

en la televisión para desconectar. Necesita<br />

tener la cabeza despejada, está en un<br />

bucle y ella no es así. Es práctica y consecuente.<br />

“¿Pero qué te pasa?”, piensa.<br />

Está actuando como en sus mayores temores,<br />

negativa y escépticamente. “Claro<br />

que las vamos a atrapar”. Sólo tiene<br />

que hacer algunas llamadas, para que<br />

les suministren el material que necesitan.<br />

Victoria entra en casa. Deja el bolso,<br />

va a su habitación, se quita los zapatos<br />

y, acto seguido, se lava las manos en<br />

el baño. Coge un vaso y una Coca-Cola<br />

de la nevera y se va al salón con ella.<br />

Por poco se le cae el vaso. Sentado en el<br />

sillón está el hombre misterioso que le<br />

ayudó la pasada noche.


- ¿Cómo coño has entrado? -Victoria<br />

intenta recordar dónde está su arma<br />

más cercana.<br />

- Tranquila, he venido a charlar contigo<br />

-Victoria ve que se ha puesto cómodo,<br />

porque ha dejado la gabardina en la<br />

silla del comedor. “Si quisiera hacerme<br />

daño, ya lo habría hecho”, reflexiona.<br />

- Tú dirás -contesta reticente.<br />

- Os he estado observando y no lo estáis<br />

manejando nada bien -enciende un<br />

cigarro y expulsa el humo-. Son más poderosos<br />

de lo que pensáis. Necesitáis mi<br />

ayuda.<br />

Cris Miguel - VICTORIA #2<br />

29


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

30<br />

Un buen<br />

negocio<br />

por J. R. Plana<br />

Junhai, jefe colonizador del planeta<br />

Perión VII en nombre de Irving&Dou-<br />

Wan minerales y metalurgias espaciales<br />

S.A., corría a trompicones por la colonia<br />

madre. Detrás, a poca distancia, iba<br />

Sarah Fisher, comandante en jefe de las<br />

fuerzas de seguridad de la empresa,<br />

responsable del bienestar de la colonia.<br />

Junhai no podía con su alma, sus piernas<br />

cortas no eran capaces de seguir el<br />

ritmo que desde atrás, a base de empujones,<br />

le marcaba Sarah.<br />

- ¡Corre! ¡Maldita sea, corre!<br />

- No… arf… puedo… con…<br />

- ¡Vamos! ¡Los asiáticos son los mejores<br />

soldados! ¿Cómo puede usted ser<br />

tan blando?<br />

- Hace… mucho… arf… que dejé…<br />

arf… de estar en… forma.<br />

La colonia era un caos. Los edificios<br />

se desmoronaban, la burbuja atmosféri-<br />

La extracción de perionesio es una tarea ardua y<br />

costosa. El equipo del científico Hiresh Mahan ha<br />

descubierto una forma de acelerarla. Sin embargo,<br />

la infravaloración a los habitantes del planeta Perión<br />

VII les costará muy cara, y es que los índigenas<br />

no tienen porqué ser tontos...<br />

ca empezaba a tener pequeñas grietas y<br />

los colonos huían en dirección al puerto<br />

espacial junto con los soldados de Fisher,<br />

que hacía rato que habían decidido<br />

no plantar cara al enemigo. La colonia<br />

madre, y con ella el planeta, estaba perdida.<br />

Junhai y Sarah avanzaban entre<br />

la atemorizada multitud, intentando<br />

alcanzar las escaleras de las oficinas<br />

centrales de la colonia. Custodiando la<br />

puerta permanecían dos soldados de<br />

élite, que mantenían la posición y la disciplina.<br />

- ¡Comandante! ¡Les estábamos esperando!<br />

¡Pasen a dentro, estamos listos<br />

para la evacuación!<br />

Sin perder el ritmo de la carrera, para<br />

desesperación de Junhai, atravesaron<br />

la recepción y accedieron al patio central.<br />

Las oficinas estaban desiertas. Al<br />

otro lado del patio les esperaban dos


soldados más, que les escoltaron de<br />

nuevo al interior del edificio. Luego de<br />

dejar atrás los pasillos de despachos y<br />

pasar dos puertas de seguridad, llegaron<br />

por fin a su objetivo: el hangar de<br />

la nave comandante. Allí se encontraban<br />

dos hombres discutiendo a voces.<br />

Uno era Hiresh Mahan, el responsable<br />

de ciencia y desarrollo del proyecto EP-<br />

V/1129/3034. El otro era el profesor<br />

Vellinni, experto en comunicación alienígena.<br />

- ¡Si se hubiera controlado su afán<br />

humanitario no habrían llegado a este<br />

extremo! –Mahan señalaba con dedo<br />

acusador al rostro de Vellinni-. ¡Usted y<br />

sus malditos ideales absurdos!<br />

- ¡Su ignorancia es sólo comparable a<br />

su falta de sentido común! ¿Qué esperaba<br />

que hicieran ante los abusivos esfuerzos<br />

que les imponían? ¡Y si no sus<br />

crueles experimentos! ¡Estas criaturas<br />

serán salvajes pero no son idiotas!<br />

- ¡Caballeros, basta ya! –la comandante<br />

Fisher, acostumbrada a dar órdenes,<br />

se hizo rápidamente con el control de la<br />

discusión-. ¿Estamos todos, teniente?<br />

- Sí, señora.<br />

- Es hora de irse, ¡todos a la nave!<br />

Sin perder ni un segundo, se dirigieron<br />

a la plataforma de acceso. Se fueron<br />

acomodando en los asientos y preparándose<br />

para el violento despegue. El<br />

piloto manipuló los controles y la enorme<br />

nave se elevó lentamente, enfilando<br />

la apertura del hangar. Cuando los ojos<br />

de los pasajeros se adaptaron a la luminosidad<br />

exterior, el panorama que vieron<br />

fue desolador. Grandes columnas<br />

de humo se elevaban hacia el techo de<br />

la colonia mientras la ciudad se desmoronaba.<br />

A lo lejos, en la zona del puerto<br />

espacial, se veían algunas naves que<br />

J. R. Plana - UN BUEN NEGOCIO<br />

intentaban despegar.<br />

- Señora, las naves están despegando<br />

–el piloto se giró en dirección a Fisher-.<br />

El protocolo establece que…<br />

- Sé lo que dice el protocolo –Sarah<br />

apretó con fuerza la mandíbula-. Active<br />

la cuarentena, teniente.<br />

- A la orden –el soldado, sentado en la<br />

parte trasera, se desabrochó los arneses<br />

y se dirigió hacia un panel. Los demás<br />

permanecieron en su sitio, impasibles.<br />

Sólo Vellinni mostró inquietud, saltando<br />

con la vista de uno a otro.<br />

- ¿Cuarentena? ¿Qué es la cuarentena?<br />

- Se activa ante la pérdida de una colonia<br />

a manos de una raza que aún no<br />

ha desarrollado el vuelo espacial, para<br />

evitar que puedan llegar al espacio –explicó<br />

paciente Sarah-. Consiste en autodestruir<br />

toda la flota restante, y se activa<br />

desde la nave comandante.<br />

- Normalmente el protocolo dice que<br />

hay que volar también las instalaciones<br />

–aclaró Junhai-. Pero en este caso no es<br />

necesario, esperaremos por si se puede<br />

rescatar algo. Hay material de mucho<br />

valor aquí y podríamos…<br />

- ¡No pueden hacer eso! –Vellinni tenía<br />

el rostro pálido y desencajado-. ¡No<br />

pueden segar las vidas de todos esos<br />

hombres! ¡Algunas naves ya están despegando,<br />

ya están a salvo!<br />

- No se puede elegir las naves que se<br />

destruyen, profesor –explicó un piloto.<br />

- El sistema es antiguo y rara vez se<br />

pierde una colonia –continuó Junhai-.<br />

Creo que sólo se han perdido dos en<br />

toda la historia de Irving&Dou-Wan<br />

S.A.<br />

- ¡Están todos locos! ¡No lo permitiré!<br />

–Vellinni se levantó con brusquedad<br />

del asiento.<br />

31


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

32<br />

- ¡Profesor, no puede levantarse!<br />

¡Haga el favor de calmarse! –Sarah intentó<br />

controlar al profesor.<br />

- ¡Deténganse! ¡No pueden matarles!<br />

-Vellinni corrió hacia el teniente, que<br />

había detenido por un segundo su labor<br />

en el panel para observar la escena.<br />

Empujándole, se trabó con él en un forcejeo.<br />

- ¡Profesor! ¡Alto! –Fisher se lanzó tras<br />

el hombre.<br />

Un destello iluminó la cabina, un grito<br />

cesó el alboroto. Mahan sujetaba con<br />

mano firme una pequeña pistola láser,<br />

apuntando hacia el cadáver del profesor<br />

Vellinni.<br />

- ¡Hiresh! ¿Qué hace, descerebrado?<br />

¡No puede usar armas en una cabina y<br />

menos durante el despegue! –el asiático<br />

estaba histérico.<br />

- Cálmate, Junhai. Vellinni era un<br />

inepto y ya no nos era útil. Sólo nos daría<br />

problemas –todo el mundo estaba<br />

en silencio, observando al científico. La<br />

nave proseguía con su lento avance hacia<br />

lo alto de la burbuja-. Teniente, lleve<br />

el cuerpo a la tobera de residuos. Lo mejor<br />

será que se quede aquí –el soldado<br />

miró a Sarah, que le confirmó la orden<br />

asintiendo-. Comandante, acabe de activar<br />

la cuarentena, por favor. Y ahora,<br />

caballeros, que les parece si abandonamos<br />

este asqueroso planeta.<br />

El reflejo de las cuatro personas se<br />

veía en la pulida y metálica superficie<br />

de la mesa.<br />

- Espero que alguno de vosotros pueda<br />

darme una explicación satisfactoria<br />

de este desastre.<br />

El que hablaba era Albor Dalpen, director<br />

ejecutivo de Irving&Dou-Wan<br />

minerales y metalurgias espaciales S.A.,<br />

máximo responsable del área del brazo<br />

de Orión. La gigantesca coalición empresarial,<br />

fruto de la fusión de una compañía<br />

americana con otra china, tenía<br />

intereses dispersos a lo largo y ancho<br />

de la galaxia.<br />

- P-Por supuesto, señor Dalpen, yo ppuedo<br />

explicarlo.<br />

Junhai tomó la palabra, incorporándose<br />

en su asiento. La temperatura en<br />

la sala se mantenía en el nivel justo para<br />

la comodidad de los pasajeros y el correcto<br />

funcionamiento de la nave, lo<br />

que no permitía achacar al frío el ligero<br />

pero persistente temblor en el pulso del<br />

asiático.<br />

- Si m-me hacen el f-favor de conectar<br />

sus terminales oculares, procederé con<br />

la…<br />

- Lo siento, Junhai, pero no vamos a<br />

usarlos –interrumpió Albor.<br />

- ¿P-Por? –preguntó tartamudeando,<br />

mientras abría los ojos desproporcionadamente.<br />

- Muy sencillo, señor Jefe Colonizador<br />

–Albor apoyó los dos codos en la<br />

mesa al tiempo que echaba el peso de<br />

su cuerpo hacia adelante-. Esta reunión<br />

de extrema urgencia la he convocado<br />

a espaldas de la junta directiva y, por<br />

supuesto, de la Delegación Galáctica,<br />

con la intención de arreglar el problema<br />

lo más discreta y rápidamente posible.<br />

Si, por algún casual, esta “complicación”<br />

llega a oídos de alguno de estos<br />

dos órganos puedo darme por muerto.<br />

Empresarialmente hablando, se entiende.<br />

Y, por supuesto, si yo caigo, vosotros<br />

–y señaló uno por uno a los tres<br />

hombres sentados-, caeréis conmigo.<br />

Así que ahora entenderás, señor Junhai,<br />

porqué no vamos a usar los terminales.<br />

No quiero ni un solo registro de este


encuentro.<br />

Dalpen debía rondar por la cincuentena.<br />

Al hablar movía únicamente el labio<br />

inferior y nunca gesticulaba. Poseía un<br />

aura de indiscutible autoridad, con sus<br />

pobladas cejas negras y su pelo blanco<br />

peinado hacia atrás, y las arrugas verticales<br />

contribuían a conferirle esa fama<br />

de inflexible que siempre le precedía.<br />

Miró fijamente a Junhai. Al pobre asiático<br />

se le iba un color y le venía otro.<br />

- B-Bueno, pues prescindiremos de<br />

los terminales… -se aclaró la voz, cerró<br />

los ojos y respiró hondo-. Cuando<br />

llegamos a Perión VII no teníamos forma<br />

de prever nada de esto. Los análisis<br />

previos nos mostraron un planeta hostil,<br />

con una atmósfera inhabitable para<br />

nosotros debido al amoníaco y grandes<br />

yacimientos de perionesio.<br />

- Básicamente, la misma estructura<br />

presente en los otros seis planetas Perión<br />

–matizó Hiresh Mahan.<br />

- Gracias por el apunte, Mahan –no<br />

había nada de gratitud en las palabras<br />

de Albor Dalpen.<br />

- Efectivamente, la estructura era la<br />

misma, salvo con una notable diferencia:<br />

Perión VII está habitado –añadió<br />

con especial dramatismo Junhai.<br />

- Encontramos una especie extremófila<br />

inteligente. Estos seres pueden vivir<br />

perfectamente en la dañina superficie,<br />

aunque no han sido capaces de desarrollar<br />

ningún tipo de tecnología primaria.<br />

Viven en las cuevas y minas que horadan<br />

la corteza, agrupados en pequeñas<br />

tribus de una veintena de criaturas, más<br />

o menos, y muestran signos de jerarquías<br />

sociales.<br />

- Lo pensamos mucho antes de bajar.<br />

Para poder iniciar las operaciones de<br />

explotación teníamos que montar antes<br />

J. R. Plana - UN BUEN NEGOCIO<br />

la protección atmosférica, y no nos podíamos<br />

arriesgar a que los perionitas<br />

fueran agresivos.<br />

- ¿Perionitas? ¿Se lo habéis puesto vosotros?<br />

–la abrupta interrupción de Albor<br />

pilló por sorpresa a Junhai, que dio<br />

un pequeño brinco.<br />

- S-Sí, señor… No existe ningún registro<br />

al respecto y nos pareció buen nombre,<br />

por lo que pensé que quizá…<br />

- De acuerdo, de acuerdo, sigue Junhai.<br />

- Para asegurar las operaciones de<br />

construcción, me encargué personalmente<br />

de evaluar a los habitantes –<br />

Sarah Fisher se irguió en su asiento-.<br />

Mandé varias sondas para establecer<br />

contacto con ellos. No mostraron signo<br />

alguno de agresividad, y reaccionaron<br />

de forma pacífica a las intrusiones. Me<br />

atreví a mandar una pequeña comitiva<br />

que tratara de establecer contacto verbal<br />

con ellos.<br />

- ¿Esos bichos eran capaces de entenderos?<br />

–preguntó Albor.<br />

- No, en absoluto. Parloteaban un dialecto<br />

ininteligible, pero conseguimos<br />

comunicarnos a través de señas muy<br />

básicas. Les dimos a entender que veníamos<br />

en son de paz, y para demostrarlo<br />

les agasajamos con regalos.<br />

- ¿Qué les disteis?<br />

- Despojos de la nave, herramientas<br />

que no funcionaban y algún que otro<br />

ordenador despiezado.<br />

- Mostraron mucho interés y no dieron<br />

ningún tipo de problema, así que<br />

pudimos comenzar la construcción de<br />

la colonia con total tranquilidad. Los<br />

perionitas salían de sus madrigueras<br />

a observarnos y mostraban interés por<br />

nuestras tareas –Junhai había perdido<br />

parte de su inicial nerviosismo-. Fue por<br />

33


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

34<br />

eso por lo que empezamos a pensar en<br />

ellos como una ayuda para nuestro trabajo.<br />

- Los habitantes de Perión poseen dedos<br />

oponibles, lo que los hace completamente<br />

capaces de manejar herramientas<br />

hechas para humanos –volvió a matizar<br />

Mahan.<br />

- Además, los análisis del doctor Mahan<br />

nos revelaron que estas criaturas<br />

poseían unas vías respiratorias hábiles<br />

para nuestro lenguaje, así que hicimos<br />

traer desde Marte a un experto en comunicación<br />

alienígena, con la intención<br />

de que les enseñara a hablar. Se nos<br />

estaban abriendo las puertas de un novedoso<br />

sistema de recolección. Hasta<br />

ahora, para extraer el perionesio, debíamos<br />

hacerlo con maquinas y trajes<br />

de protección, todos ellos de producción<br />

altamente costosa. Si a eso hay que<br />

añadir el alto riesgo de accidente al que<br />

están expuestos los mineros y la contaminación,<br />

el resultado es una extracción<br />

lenta y costosa, plagada de incidentes y<br />

negociaciones con los sindicatos.<br />

» Si conseguíamos “amaestrar” a los<br />

perionitas para que extrajeran el metal<br />

por nosotros, estaríamos dando un paso<br />

de gigante. Ellos se desenvuelven perfectamente<br />

en la atmósfera de Perión<br />

VII, son muy resistentes y no les afecta<br />

para nada la radiación ni el amoníaco.<br />

Nos propusimos negociar con ellos,<br />

aunque el experto en comunicación se<br />

negó en un principio, porque consideraba<br />

que aquello era explotación.<br />

- ¿Dónde se encuentra ahora ese experto,<br />

Junhai? ¿Por qué no está aquí con<br />

nosotros?<br />

- El profesor Vellinni murió. Fue el<br />

primero en caer –apuntó Mahan, manteniendo<br />

su nula expresividad habitual.<br />

Si la noticia produjo alguna sorpresa<br />

a Albor, este no lo dejo ver.<br />

- A Vellinni le convencimos, prometiéndole<br />

ingentes inversiones por parte<br />

de la empresa en su programa de investigación<br />

–continuó Junhai-. Eso aflojó<br />

sus aprensiones. El profesor trabajó en<br />

el entendimiento y para cuando tuvimos<br />

construida la colonia, todo estaba<br />

listo. Negociamos con ellos y se mostraron<br />

encantados de ayudar a cambio<br />

de montones y montones de chatarra.<br />

Supongo que era un poco injusto, pero<br />

a ellos no les suponía un esfuerzo trabajar<br />

en las minas, y realmente se les veía<br />

muy aburridos en este yermo planeta de<br />

cielo verdosa y tierra azulada. Nosotros<br />

les proporcionamos entretenimiento.<br />

- No sólo eso, fuimos un elemento decisivo<br />

en su evolución. Gracias a nuestra<br />

ayuda dominaron la comunicación<br />

y fueron capaces de entender conceptos<br />

complejos, aprendieron a crear y construir<br />

estructuras sencillas, les proporcionamos<br />

acceso a información sobre<br />

el resto del universo… Pocas especies<br />

han contado una ayuda tan inestimable<br />

para el desarrollo.<br />

- ¿No considera, doctor Hiresh, que,<br />

quizá, una intrusión tan agresiva de<br />

tecnología en especies subdesarrolladas<br />

puede tener un efecto negativo?<br />

- Con todo el respeto, señor Dalpen,<br />

son necedades. Les hemos proporcionado<br />

grandes ventajas para ellos, han demostrado<br />

una alta capacidad de adaptación<br />

a las novedades. Por otro lado,<br />

desconocemos si poseían religión alguna<br />

antes de nuestra llegada, no hemos<br />

visto señal alguna que pruebe este punto.<br />

Sin duda, el profesor Vellinni podría<br />

precisar mucho más sobre los hábitos<br />

y costumbres socio-culturales de estas


criaturas.<br />

- Pero el profesor está muerto, así que<br />

tendré que fiarme de su palabra... –Dalpen<br />

meditó unos segundos, mirando fijamente<br />

al doctor Hiresh-. En cualquier<br />

caso, doctor, y si mal no recuerdo, hay<br />

varias leyes restrictivas respecto al curso<br />

natural de los acontecimientos, especialmente<br />

en lo que se refiere a la colonización<br />

intrusiva de especies por debajo<br />

del vuelo espacial. ¿Puedo deducir, por<br />

lo que me ha contado, que se han obviado<br />

descaradamente esas leyes, alterando<br />

no sólo el medio sino también las<br />

estructuras sociales?<br />

- Ha sido por el bien del proyecto y<br />

de la empresa a la que usted representa,<br />

Albor. Se han tomado esas decisiones<br />

porque se han considerado necesarias<br />

para el correcto funcionamiento del<br />

proceso colonizador.<br />

- Si me permite, doctor, seguiré con el<br />

relato de los hechos –Junhai irrumpió<br />

el duelo de miradas entre los dos hombres-.<br />

Hay que tener en cuenta que es<br />

posible, aunque no tenemos datos para<br />

corroborarlo, que exista cierta relación<br />

entre la intrusión y el desastre. Pero insisto<br />

en que son meras conjeturas.<br />

» Los perionitas colaboraron afablemente,<br />

y se entregaron a las tareas de<br />

extracción. Al mismo tiempo, Vellinni<br />

insistía en culturizarles como forma de<br />

compensación, ya que la chatarra no<br />

era, a su juicio, satisfactoria. Aún no<br />

sabemos por qué, pero aquello no duró<br />

demasiado. Hiresh culpa a Vellinni, por<br />

insuflar demasiada capacidad de reflexión<br />

a los perionitas, pero la verdad<br />

es que eso tampoco es demostrable. El<br />

caso es que, en cuestión de un par de semanas,<br />

los perionitas, hasta ahora pertenecientes<br />

a distintas tribus, se habían<br />

J. R. Plana - UN BUEN NEGOCIO<br />

agrupado bajo el mismo liderazgo. Comenzaron<br />

a dar problemas, a quejarse<br />

por los turnos excesivos y a exigir más a<br />

cambio de su trabajo.<br />

- Igualitos que los sindicatos –apostilló<br />

Dalpen con cara de fastidio.<br />

- Exacto. Sólo que eran sindicados<br />

de criaturas que no sabían hablar hace<br />

unos meses. Negociamos con ellos en<br />

varias ocasiones, pero ningún acuerdo<br />

aguantaba más de una o dos semanas,<br />

en seguida volvían las movilizaciones<br />

y las protestas. Vellinni intentaba convencerles<br />

de que eso era peor para ellos,<br />

pero lo único que consiguió fue que le<br />

mataran.<br />

» Al poco tiempo se paralizaron las extracciones,<br />

y los perionitas comenzaron<br />

a tomar el control de las estaciones de<br />

producción más alejadas. Nada podían<br />

hacer los hombres de la comandante<br />

Fisher, les superaban ampliamente en<br />

número y las condiciones atmosféricas<br />

les eran favorables. Al final se nos fue<br />

de las manos. A nuestras amenazas respondían<br />

con violencia desmedida, hasta<br />

que nos acorralaron y consiguieron<br />

entrar en la colonia madre.<br />

- Un momento, Junhai. Haz el favor<br />

de explicarme de qué manera pudieron<br />

hacer frente unos salvajes incivilizados<br />

a las armas y tecnología del cuerpo de<br />

seguridad de la empresa.<br />

- Yo responderé a eso, señor –Sarah<br />

Fisher volvió a erguirse en su asiento-.<br />

Los perionitas supieron aprovecharse<br />

de nuestros avances, robaron nuestras<br />

armas y se hicieron con el control de las<br />

armas. Aunque no fue eso lo que les dio<br />

la victoria. Ellos están menos civilizados<br />

que nosotros, es cierto, pero por eso<br />

mismo gozan de una perspectiva distinta<br />

del sacrificio personal a favor del<br />

35


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

36<br />

bien común. Ninguno mostraba reparos<br />

a la hora de combatir por el bien de su<br />

especie, mientras que nuestros soldados<br />

y mercenarios no estaban dispuestos<br />

a morir esta causa, les importa más<br />

su propio bienestar. Hubo un soldado<br />

que, antes de tirar sus armas y salir corriendo,<br />

tuvo la osadía de decirme que<br />

no le pagaban lo suficiente para que lo<br />

descuartizaran unos alienígenas.<br />

- El resultado fue nuestra huida precipitada<br />

al espacio y la desbandada general<br />

de los cuerpos de seguridad. Dejamos<br />

atrás todas las extracciones, los<br />

centros de producción, las bases de defensa<br />

y varios laboratorios. Escapamos<br />

con lo puesto nada más, y en cuanto<br />

tuvimos esta nave en órbita, me puse<br />

en contacto con usted, señor. Sólo han<br />

pasado dos semanas.<br />

Albor Dalpen, con la mirada fija en la<br />

mesa, negaba con la cabeza una y otra<br />

vez.<br />

- Millones en material e investigación<br />

perdidos… -alzó la vista-. Entonces sólo<br />

quedáis vosotros y la tripulación de esta<br />

nave.<br />

- Correcto, señor. Todos los supervivientes<br />

perecieron en la huida a causa<br />

del protocolo.<br />

- Ya… Mejor que eso no se airee mucho.<br />

¿Cuál es, entonces, la situación actual<br />

en Perión VII?<br />

- Los nativos poseen el control de<br />

toda la tecnología abandonada, incluidos<br />

varios misiles de perionesio que<br />

estaban en pruebas. No hemos podido<br />

hacer un seguimiento de la actividad en<br />

el planeta debido a nuestros reducidos<br />

recursos, pero no parece que hayan tenido<br />

mucha actividad. El protocolo de<br />

precaución establece que en todas las<br />

colonias madres se instale un dispositi-<br />

vo de explosión en el ordenador principal,<br />

el que contiene toda la información<br />

referente al proyecto que se lleve a cabo<br />

en la colonia. Esta colonia no es una<br />

excepción. Si activamos el dispositivo<br />

destruiríamos todas las instalaciones, y,<br />

con toda seguridad, causaríamos grandes<br />

daños a los perionitas, poniendo en<br />

dificultades su capacidad para reponerse<br />

y continuar con la reproducción. Tras<br />

dos semanas de estudio hemos concluido<br />

que no hemos dejado atrás nada que<br />

merezca la pena el esfuerzo de volver.<br />

- Causar la extinción de una raza es<br />

algo muy serio. Supongo que nos permitiría<br />

recolonizar el planeta más adelante<br />

y seguir con las extracciones, ¿correcto?<br />

–Fisher y Junhai asintieron al<br />

mismo tiempo-. Eso inclina la balanza a<br />

favor del dispositivo… No correré riesgos<br />

con Perión VII, la empresa necesita<br />

todo el perionesio disponible, pero si<br />

vamos a hacerlo, hay que hacerlo bien.<br />

Volaremos la colonia y luego llamaremos<br />

a un equipo de exterminación, no<br />

podemos esperar de manos cruzadas<br />

hasta que los perionitas decidan extinguirse.<br />

No daremos parte, ni informe, ni<br />

hablaréis de esto más allá de las paredes<br />

de esta nave, ¿entendido? Es importante<br />

que no quede ni rastro, nadie debe<br />

saberlo –Albor resopló-. De la orden,<br />

comandante.<br />

- Sí, señor.<br />

Sarah salió de la pequeña sala donde<br />

estaban reunidos como una exhalación.<br />

- Hay una cosa que quiero saber por<br />

curiosidad. Ya que vamos a borrar una<br />

especie de la galaxia, ¿realmente los perionitas<br />

suponen una amenaza?<br />

- En absoluto –Hiresh, que había<br />

permanecido un tanto hosco desde<br />

su encontronazo teórico con Albor, se


adelantó en el asiento-, y le explicaré<br />

por qué. A pesar de habernos dejado<br />

toda nuestra tecnología, no le van<br />

a sacar ningún partido. Es posible que<br />

pudieran seguir desarrollando lo que<br />

les dejamos, pero jamás les va a ser de<br />

ninguna utilidad, pues su planeta tiene<br />

dos carencias fundamentales: el agua y<br />

cualquier otra materia que no sea perionesio.<br />

- ¿Agua? ¿No hay agua en Perión VII?<br />

- Oh, claro que la hay, pero tremendamente<br />

contaminada de amoníaco.<br />

- ¿Y para qué diablos necesitan el<br />

agua?<br />

- Para los misiles y las naves, Albor.<br />

No me diga que no sabe cómo funcionan.<br />

- Pues no, no lo sé.<br />

- Pues sí, la necesitan. No voy a entrar<br />

en detalles, es un sistema desarrollado<br />

por esta empresa para ahorrar combustible,<br />

y basta con saber que el agua con<br />

amoníaco no sirve.<br />

- ¿Y no pueden filtrarla?<br />

- Me temo que no -Hiresh sonrió-.<br />

Tuve la precaución, cuando comenzaron<br />

los problemas, de esconder en esta<br />

nave la única filtradora portátil de todo<br />

el planeta.<br />

- ¿No pueden usar otros componentes?<br />

- ¡De ninguna de las maneras! Todo<br />

nuestro equipo está desarrollado en<br />

base a los materiales terrestres, cualquier<br />

otro elemento provocaría un desastre.<br />

Además, en Perión VII no hay<br />

otra cosa que polvo de roca y perionesio,<br />

es un planeta yermo –Hiresh se<br />

echó para atrás en su asiento, cruzando<br />

ambas manos sobre el estómago-. Todo<br />

esto no deja de tener gracia, pues, si los<br />

perionitas consiguieran despegar, les<br />

J. R. Plana - UN BUEN NEGOCIO<br />

sería enormemente fácil llegar hasta<br />

Allion, el siguiente planeta de este sistema,<br />

que es muy similar a la tierra y,<br />

por lo tanto, rico en agua y demás materias<br />

elementales. Pero no pueden, ¡están<br />

condenados a ese horrible planeta!<br />

Y fue una notable sorpresa para Junhai<br />

y Albor, sin duda, que el doctor Hiresh<br />

comenzara a proferir carcajadas<br />

maníacas.<br />

Carl Erebow estaba contento. Pilotaba<br />

su nave de vuelta a Marte mientras<br />

silbaba alegremente. Marcó un número<br />

de videoconferencia y esperó.<br />

- Finanzas Interplanetarias.<br />

Un hombre orondo apareció en la<br />

pantalla<br />

- ¡Enoch! ¡Soy Carl! ¡Tengo la mercancía!<br />

- Tranquilo chico, no chilles, te oigo<br />

igual de bien. Por dónde vas.<br />

- Estoy dejando atrás el brazo de<br />

Orión, voy a dar el salto al hiperespacio<br />

de un momento a otro.<br />

- Te estás dando mucha prisa en volver,<br />

¿eh?<br />

- Enoch, es una estafa en toda regla.<br />

Parecían muy contentos con el trato,<br />

pero, por si acaso, mejor poner espacio<br />

de por medio. Por cierto, he visto una<br />

nave en órbita. No parecía de vigilancia<br />

y estaba sola, pero, por si acaso, he descendido<br />

lo más lejos y oculto posible.<br />

Carl Erebow se encontraba entre la<br />

escoria comerciante, era un tipo sin escrúpulos,<br />

que aprovechaba la mínima<br />

ocasión para engañar y mentir, y luego<br />

salir corriendo con los beneficios. Enoch<br />

basaba su negocio en los tipos como<br />

Carl.<br />

- ¿Has revisado lo que te han dado?<br />

- ¡Sí! ¡Punto por punto! Siete tone-<br />

37


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

38<br />

ladas de perionesio en bruto, ¡nos vamos<br />

a hacer ricos!<br />

- Me sigue pareciendo raro… ¿Y no<br />

han pedido nada más?<br />

- ¡Qué va! Sólo el equivalente en toneladas<br />

de agua pura, como te dije. No<br />

te preocupes, son una especie a medio<br />

desarrollar, por lo que parece lo querían<br />

para lanzar su primer vuelo espacial,<br />

¡son así de simples!<br />

- Sólo espero que sea perionesio<br />

del bueno y que no te estén timando.<br />

¿Cuánto te falta para saltar?<br />

- Un par de minutos.<br />

- Perfecto, así te da tiempo a mandarme<br />

la carga, para comunicárselo al tipo<br />

de la aduana.<br />

- ¡Ok! Toma nota, ahí van.<br />

Se oyeron varios pitidos provenientes<br />

del otro lado del aparato.<br />

- Sáltate la nave, idiota, es mía. Ya sé<br />

qué modelo es.<br />

- Cierto… Ahí va el resto.<br />

Más pitidos.<br />

- Siete mil quinientos veintiocho kilos<br />

de perionesio en bruto… ¿Correcto?<br />

- Correcto.<br />

- Tres generadores para un motor de<br />

lanzadera de repuesto…<br />

- Correcto.<br />

- Vaya. ¿Y esto?<br />

- Una sorpresa para ti, Enoch.<br />

- ¿Es un ordenador central Colonia<br />

Madre de Irving&Dou-Wan? ¡Cielo<br />

santo! ¿De dónde lo has sacado?<br />

- ¡Sabía que te gustaría! Lo tenían esos<br />

tipejos de Perión VII por allí tirado. No<br />

le hacía mucho caso, así que les insistí y<br />

dejaron que me lo llevara. Se mostraron<br />

un poco reticentes, pero al final accedieron.<br />

¿Ves como son unos bobos? ¡Qué<br />

buen negocio! ¡Qué buen negocio!


Víctor M. Yeste - HASTA QUE LA MUERTE OS... <strong>Nº2</strong><br />

Hasta que la muerte os... nº2<br />

Riley Knight, detective privado, prosigue la investigación de los asesinatos<br />

que siembran de terror Winset. ¿Atrapará a tiempo al responsable?<br />

por Víctor M. Yeste<br />

Tras dejar a buen recaudo a Margaret<br />

en su casa, el agente Daylime y Ryley<br />

se pusieron inmediatamente en camino<br />

hacia el lugar de los hechos. Hyron<br />

se adelantaba cada cierta distancia y se<br />

rezagaba oliendo algún matorral, hasta<br />

que lo alcanzaban y volvía a repetir el<br />

mismo ciclo.<br />

- ¿Quién es Legyn? –le preguntó<br />

Ryley, sujetando el sombrero para hacer<br />

frente al fuerte viento que se estaba<br />

levantando.<br />

- El segundo hijo de Cechron, tras<br />

Tim –le explicó el otro.<br />

- ¿Y cuáles han sido las circunstancias<br />

de la muerte?<br />

- Parecido a la de los demás. En su<br />

casa, solo, sin ningún testigo ni nada<br />

que pudiera ayudarnos en nuestras pesquisas.<br />

- ¿En la cama o en la mesa?<br />

- En ninguna de las dos –afirmó el<br />

guardia, haciendo que Ryley enarcara<br />

las cejas-. En un sillón.<br />

El detective afirmó con la cabeza en<br />

un ademán pensativo. El asunto se enturbiaba<br />

cada vez más; el ritmo de las<br />

muertes era alarmantemente peligroso.<br />

Cuando llegó a Winset en ningún<br />

momento se le pasó por la mente que<br />

podría encontrarse con un caso de tales<br />

características.<br />

De improviso, se toparon frente a una<br />

multitud, algo que le devolvió a la realidad.<br />

Las personas estaban congregadas<br />

junto a la casa del difunto, intentando<br />

averiguar si era cierto lo que se estaba<br />

rumoreando: que se había producido<br />

otro misterioso fallecimiento más.<br />

Daylime se abrió paso hacia la entrada<br />

del porche y, una vez allí, se dirigió<br />

a la plebe en voz bien alta.<br />

- ¡Por favor, vuelvan a sus casas!<br />

Ya les informaré si se trata de algo de<br />

39


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

40<br />

carácter público.<br />

- ¿Es cierto, entonces? –le interpeló<br />

una anciana-. ¿Es cierto lo que hemos<br />

oído?<br />

- ¿Y cómo quiere usted que sepa lo<br />

que han oído? Lo mejor que pueden hacer<br />

es irse a sus hogares. No hay nada<br />

de qué preocuparse.<br />

- ¡Lo mismo me dijeron cuando era jovencito!<br />

–gritó otro señor mayor, alzando<br />

un bastón con furia-. ¡A la semana<br />

medio condado estaba muerto! ¡Peste<br />

negra, eso es!<br />

Varios gritos ahogados se esparcieron<br />

por la muchedumbre como ratas en un<br />

callejón.<br />

- ¡Peste! ¡Qué horror…!<br />

- ¡Que quemen la casa antes de que<br />

sea demasiado tarde!<br />

Las voces subieron de volumen hasta<br />

que Daylime se vio obligado a silbar y<br />

pedir silencio.<br />

- No se trata de la peste ni de ninguna<br />

otra enfermedad contagiosa. Por favor,<br />

tranquilícense y regresen a sus viviendas.<br />

En cuanto estemos seguros de lo<br />

ocurrido, se lo haremos saber.<br />

Mientras tanto, Ryley abrió el portillo<br />

de la valla y se acercó a la construcción<br />

acompañado de Hyron. Observaron<br />

durante unos instantes la morada y,<br />

para cuando se les unió el agente, abrieron<br />

la puerta principal y entraron.<br />

No había olor a cadáver. Eso indicaba<br />

que no hacía mucho que el hombre<br />

había muerto. Inmediatamente el perro<br />

comenzó a husmear la habitación, así<br />

que el detective respiró tranquilo y se<br />

quitó el sombrero.<br />

- No permita que los aldeanos hagan<br />

ninguna locura -musitó, observando<br />

atentamente los diferentes muebles y<br />

objetos del lugar-. Si el histerismo sigue<br />

en aumento de ese modo, serían capaces<br />

de incendiar la casa… con nosotros<br />

dentro.<br />

Cuando se giró hacia su interlocutor,<br />

vio que se estaba protegiendo el rostro<br />

con el brazo a modo de máscara.<br />

- No se preocupe, no hay nada perjudicial<br />

en el ambiente.<br />

- ¿Cómo lo sabe? -demandó él sin retirar<br />

la protección de su cara.<br />

- Porque, en tal caso, Hyron hubiera<br />

sido el primero en ponernos sobre aviso.<br />

El can se había cansado de olisquear<br />

todo lo que había en la estancia, una<br />

combinación de sala de estar con cocina,<br />

y estaba rascando con las pezuñas la<br />

otra puerta que había. Sin más dilación,<br />

se acercaron y la abrieron de par en par.<br />

Al otro lado había una habitación con<br />

chimenea, una cama, una mesita de noche<br />

y, junto a ésta y bajo la ventana, un<br />

sillón.Era de color verde, algo raído,<br />

y encima se encontraba el cuerpo del<br />

llamado Legyn, sentado con la cabeza<br />

echada hacia atrás. La mano izquierda<br />

reposaba en el antebrazo del asiento,<br />

mientras que la otra estaba apoyada en<br />

la mesilla de noche.<br />

Daylime hizo amago de dar un paso<br />

hacia el cadáver, pero Ryley apoyó la<br />

mano en el marco de la puerta y le cerró<br />

el paso.<br />

- No toque nada.<br />

- ¿Cómo? -parpadeó éste, perplejo.<br />

- No altere absolutamente nada. No<br />

levante ni pise ningún objeto. No haga<br />

ningún movimiento brusco –le advirtió<br />

Ryley con un semblante muy serio-. Es<br />

más, mejor quédese aquí.<br />

Al principio pareció que iba a protestar,<br />

pero se lo pensó mejor y prefirió<br />

permanecer donde estaba, contemplán


dolo con curiosidad.<br />

Ryley sólo dejaba a Hyron que supervisara<br />

los escenarios de los crímenes,<br />

pues valoraba más su opinión que la<br />

de cualquiera de los mentecatos con los<br />

que se había visto obligado a cooperar.<br />

La cama estaba sin hacer, y bajo ésta<br />

había varios montones de libros que,<br />

a juzgar por la cantidad de polvo, llevaban<br />

un tiempo sin moverse. En los<br />

estantes se hallaban más volúmenes y<br />

algún objeto de decoración sin ningún<br />

valor especial.<br />

Se acercó al cuerpo y le puso un dedo<br />

en la yugular. Era algo un tanto estúpido<br />

a estas alturas, pero formaba parte<br />

del ritual que seguía a rajatabla. Evitaba<br />

más de una sorpresa. Tras certificar la<br />

defunción, comprobó que no había ningún<br />

elemento escondido en la bata ni en<br />

el asiento. Tampoco había sangre. Ni la<br />

más mínima magulladura ni signo de<br />

violencia.<br />

Hyron ladró y apoyó ambas patas en<br />

la mesilla que estaba justo al lado. Se<br />

encontraba atiborrada de objetos: un<br />

pañuelo de tela usado, un par de velas<br />

gastadas, una taza de té y un libro: Mil y<br />

un usos de las espigas de trigo, de MindtusPeck.<br />

Un gran somnífero. Quizá de<br />

los más potentes que conociera.<br />

- Curioso… -murmuró, entrecerrando<br />

los ojos.<br />

Comprobó que la ventana estaba cerrada<br />

y contempló abstraído el exterior,<br />

acariciándose una ceja y mordiéndose<br />

el labio.<br />

- Interesante… muy interesante…<br />

-susurró.<br />

- ¿El qué? –preguntó Daylime.<br />

Había olvidado que tenía público.<br />

Algo frecuente cuando se abandonaba<br />

al fragor de los razonamientos intrínse-<br />

Víctor M. Yeste - HASTA QUE LA MUERTE OS... <strong>Nº2</strong><br />

cos. Asintió para sí y se volvió hacia el<br />

guardia.<br />

- Este lugar ya nos ha regalado todo<br />

lo que podía ofrecernos. No es mucho,<br />

pero quién sabe…<br />

Se dirigió hacia el primer cuarto pero,<br />

al pasar junto a Daylime, éste le cogió<br />

del brazo y se le encaró.<br />

- Si ha averiguado algo, es su obligación<br />

hacérmelo saber.<br />

- Por supuesto -le contestó Ryley sin<br />

inmutarse, liberándose-. Estamos ante<br />

una serie de asesinatos.<br />

- ¿Quién…?<br />

- Lo importante no es quién… -repuso<br />

éste con una mirada penetrante-.<br />

Sino cómo y porqué.<br />

Acto seguido, llamó a Hyron y salió<br />

por la puerta principal. El guardia, algo<br />

descolocado, lo siguió pasados unos segundos.<br />

Ryley, con su habitual andar<br />

renqueante, se había acercado a la gente<br />

y carraspeó con fuerza.<br />

- Señoras, señores… me llamo RyleyKnight<br />

y soy detective privado. Me he<br />

hecho cargo de este caso, y les puedo<br />

asegurar que no hay nada de qué preocuparse.<br />

Si alguien tiene información<br />

que crea que pueda ser valiosa para la<br />

investigación, les estaríamos muy agradecidos.<br />

En cuanto averigüemos quién<br />

es el culpable, serán informados sin dilación,<br />

¿de acuerdo?<br />

Durante unos momentos cada cual<br />

miró con curiosidad a su vecino, pero<br />

al ver que no había nada más que hacer<br />

allí, la mayoría se fue a su hogar.<br />

- ¿Daylime?<br />

- ¿Sí? –respondió éste.<br />

- Voy a necesitar que reúnas a todos<br />

los Freyd y a Margaret en una casa,<br />

pues quizá deba interrogarlos. Cuatro<br />

muertes de una misma familia no<br />

41


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

42<br />

pueden ser fruto de una casualidad.<br />

- Por supuesto… ¿veneno?<br />

- Podría ser… -dijo para sí Ryley,<br />

asintiendo-. Es posible, sí. Ah, ¿y podría<br />

preguntarle por qué no ha avisado todavía<br />

a sus superiores?<br />

- Pues, la verdad es que… -titubeó, visiblemente<br />

nervioso-. No estaba seguro<br />

de que fueran asesinatos, ya que, como<br />

ha podido usted ver, no presentan ningún<br />

signo de violencia… y no quería<br />

arriesgarme a ser el hazmerreír de la<br />

compañía.<br />

- Comprendo.<br />

De pronto, sintió varios toques en la<br />

espalda.<br />

- ¿De dónde eres? -inquirió la misma<br />

anciana que había hablado cuando llegaron.<br />

- ¿Disculpe?<br />

- ¿De dónde eres? –preguntó todavía<br />

más alto.<br />

- Ahora mismo, de ningún sitio.<br />

- Nadie con un mínimo de sentido<br />

común sería de ningún sitio -aseveró,<br />

frunciendo los labios-. Más le vale encontrar<br />

al malvado que haya provocado<br />

esto. ¡O me encargaré de que responda<br />

por ello!<br />

Ryley abrió la boca con sorpresa y,<br />

súbitamente, se rio a carcajadas, lo cual<br />

pareció enfurecer todavía más a la señora.<br />

- ¡Deberían aprobar una ley contra los<br />

forasteros sin educación!<br />

- Sí, no se preocupe. Haré todo lo posible<br />

para encontrar al culpable –la intentó<br />

tranquilizar.<br />

- Espero que eso sea suficiente… -farfulló<br />

ella, dándose la vuelta.<br />

Daylime alzó las manos con resignación<br />

y se alejó hacia el oeste de la aldea.<br />

Ryley, por su parte, se acuclilló y rascó<br />

a Hyron tras las orejas, meditando sobre<br />

todo lo que había ocurrido ese día.<br />

- Todavía no tengo ningún dato concluyente.<br />

Se podría decir que no tengo<br />

nada… -le explicó al perro, que movió<br />

la cola y le lamió la mano-. Pero al comienzo<br />

nunca se tiene demasiado. O<br />

muy pocas veces. Y estoy seguro de<br />

que, tarde o temprano, averiguaremos<br />

qué demonios está ocurriendo aquí…<br />

El Sol se escondía tras las arboledas<br />

en el horizonte, tiñendo las hojas verdes<br />

de carmesí, desangrando el paisaje, encendiéndolo<br />

antes de sumirlo en la oscuridad<br />

nocturna. Una visión pacífica,<br />

como era el caso que tenía entre manos.<br />

Traicioneramente tranquilo.<br />

La mesa bajo la ventana que daba a<br />

semejantes vistas fue la elegida por<br />

Ryley para cenar. Cuando se acercó el<br />

posadero le pidió pollo asado con patatas<br />

cocidas y algo de carne para el perro.<br />

- ¿Quiere también cerveza, señor<br />

Knight?<br />

- No, no puedo beber mientras trabajo.<br />

Me nubla el juicio.<br />

Éste asintió y, en unos minutos, le trajo<br />

la comida que había pedido.<br />

- ¿Entonces ha conseguido usted faena?<br />

–le preguntó mientras depositaba<br />

los platos en la mesa.<br />

- Sí, algo que imagino que ya sabrá,<br />

¿no? –sonrió Ryley, y la cicatriz de su<br />

boca la transformó en una mueca burlona.<br />

- S-sí, claro, Winset no es muy grande,<br />

como ya habrá comprobado -contestó<br />

Rone Lome, rascándose la nuca y<br />

desviando la mirada al suelo-.Y es aquí<br />

donde uno se puede enterar de cualquier<br />

chismorreo… ya sabe.<br />

- Como buena taberna. Por supuesto.


Pero… -su sonrisa aumentó todavía<br />

más-. ¿Por qué cuando le pedí que me<br />

avisara de si había trabajo para mí en<br />

este lugar olvidado por los dioses…no<br />

me dijo nada?<br />

El mesonero dio un paso hacia atrás y<br />

se encogió de hombros.<br />

- Disculpe, pero es que… -susurró-.<br />

Tiene que comprender que no es de mi<br />

incumbencia inmiscuirme en los problemas<br />

de los demás. Imagínese si…<br />

- Si el culpable de los asesinatos fuera<br />

a por usted, ¿no? –completó la frase<br />

dejando de sonreír y entrecerrando los<br />

ojos-. ¿Ha escuchado algo sospechoso<br />

relacionado con todo esto?<br />

- ¡No! –exclamó, y miró alrededor<br />

alarmado. Por suerte, Ryley era el único<br />

cliente en esos momentos.<br />

- ¿Está seguro? –insistió éste.<br />

- Sí, bueno… -suspiró y se sentó a su<br />

lado, acercando la cabeza al detective-.<br />

Mire, yo no quiero problemas, así que<br />

olvide que he sido yo quien se lo he dicho,<br />

¿vale? –se detuvo a esperar la afirmación<br />

de su interlocutor, y prosiguió-.<br />

Esa familia siempre ha tenido problemas<br />

con el dinero. Y no porque tuvieran<br />

poco, sino más bien al contrario. Siempre<br />

ha habido ciertos roces entre ellos<br />

a la hora de repartirse las propiedades<br />

y ahora que el viejo CechronFreyd ha<br />

muerto, se puede imaginar los problemas<br />

que habrán tenido con la herencia…<br />

- Sí, algo normal en la mayoría de las<br />

familias. ¿De dónde proviene el dinero?<br />

- ¿De dónde va a ser? -parpadeó<br />

Lome-. De las tierras. Poseen muchos<br />

acres en las cercanías a la aldea, acres<br />

cultivables, quiero decir.<br />

- Ya veo.<br />

- Recuerde que yo no le he contado<br />

Víctor M. Yeste - HASTA QUE LA MUERTE OS... <strong>Nº2</strong><br />

nada, ¿eh? -perseveró el posadero, levantándose<br />

y cerciorándose de que<br />

tampoco había nadie por la ventana.<br />

- Oh, no se preocupe –le aseguró<br />

Ryley-. Puede confiar en mí.<br />

Cuando el tabernero desapareció tras<br />

la barra, Ryley dio un par de caricias al<br />

can, perdido en sus pensamientos.<br />

- Entonces… Cechron murió y luego<br />

su primogénito, Tim –le musitó a su<br />

mascota, quien, al parecer, estaba mucho<br />

más interesado en la carne que le<br />

quedaba en su platito-. Después el hijo<br />

de éste último, Zax, y ahora es asesinado<br />

el segundo hijo de Cechron, Legyn…<br />

Cuando se hallaba en una batalla<br />

mental contra sí mismo, perdía gran<br />

parte del hambre. Así pues, se comió la<br />

mitad y la otra se la dio a Hyron, quien<br />

la recibió con un sonoro ladrido.<br />

- ¡Knight!<br />

La voz de Daylime le llegó desde la<br />

puerta. El guardia se aproximó y le pidió<br />

que le siguiera.<br />

- Ya he reunido a casi toda la familia<br />

Freyd en la casa de Jon Freyd, el prometido<br />

de Margaret -le explicó, indicándole<br />

la dirección a seguir en una bifurcación<br />

cercana.<br />

- ¿Casi?<br />

- Sí, Jon está a punto de volver de trabajar<br />

y Seamus, su tío y el último hijo<br />

de Cechron, todavía no había llegado<br />

cuando vine a buscarle a usted.<br />

Diez minutos después, arribaron a<br />

una de las casas más grandes del pueblo.<br />

Estaba construida en piedra, con<br />

un jardín en cuya tierra crecían árboles<br />

frutales y zarzas por doquier. Cuando<br />

alcanzaron el porche, Margaret salió a<br />

recibirles.<br />

- Oh, señor Knight, Rick… ¿alguna<br />

43


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

44<br />

novedad?<br />

- Todavía ninguna –Ryley se quitó el<br />

sombrero y entró en la casa, siendo conducido<br />

hasta la sala de estar.<br />

Era, sin duda, la estancia más grande<br />

de la vivienda. Las paredes tenían varias<br />

astas de diferentes animales e incluso<br />

alguno disecado. Al fondo, varios<br />

trozos de leña crepitaban en el fuego de<br />

la chimenea, que alumbraba los sofás<br />

que estaban dispuestos a su alrededor.<br />

En éstos se encontraban sentadas dos<br />

mujeres, una de las cuales se levantó al<br />

verlos. Era Audrey, la madre de Jon,<br />

una señora de unos cincuenta años,<br />

pelo entrecano, gafas y nariz aguileña.<br />

Le saludó y dirigió una mirada triste a<br />

otra mujer de una edad similar, que seguía<br />

en su asiento: Sherley.<br />

El estado en que se encontraba, bañada<br />

en lágrimas, indicaba su identidad<br />

sin asomo de dudas. Había perdido a su<br />

marido y a su hijo en cuestión de días.<br />

No tenía fuerzas, ni voluntad, para ponerse<br />

en pie, ni parecía darse cuenta de<br />

por qué estaba allí. Ryley dudó si acercarse,<br />

e incluso, dirigirle algunas palabras<br />

de consuelo. Pero había pasado<br />

por una situación parecida. Nada que<br />

pudiera decirle serviría para aliviar, ni<br />

remotamente, su sufrimiento. Nada,<br />

salvo encontrar al asesino. Se sentó en<br />

la butaca más cercana, siendo imitado<br />

por los presentes. Sacó un pergamino<br />

del bolso y mojó una pluma en un tintero<br />

que siempre llevaba en un bolsillo<br />

de éste.<br />

- Bien, señora Freyd… -dijo dirigiéndose<br />

a la madre de Jon-. Cuénteme más<br />

sobre Levyn, por favor. Necesito conocer<br />

a la víctima si quiero saber algo más<br />

del responsable.<br />

- Levyn era un hombre… raro.<br />

- ¿Raro? –inquirió Ryley.<br />

- Sí, extraño, pero no en el mal sentido…<br />

-señaló ella, recolocándose las gafas-.<br />

No tenía esposa ni hijos, ni nunca<br />

estuvo interesado en ello. Sólo le gustaba<br />

leer. Libros y más libros. Tenía la<br />

habitación llena de ellos…<br />

- Leer no es algo extraño. Yo mismo<br />

llevo siempre conmigo un libro. No<br />

puedo vivir sin uno -repuso el detective,<br />

dando varios golpecitos a su zurrón.<br />

- No es algo extraño si hace alguna<br />

cosa más, señor Knight –aclaró Audrey-.<br />

En estos lares no está bien visto<br />

tener una vida como la que llevaba Legyn.<br />

Recluido en su casa, sin contacto<br />

con el exterior salvo para ir a trabajar…<br />

No es sano.<br />

- Entonces, ¿por qué no se encontraba<br />

trabajando en el momento del incidente?<br />

- Era su día libre, imagino. Aunque<br />

eso se lo podrá confirmar mi hijo cuando<br />

vuelva.<br />

Justo en ese momento se oyeron unos<br />

pasos en el pasillo que daba a la entrada<br />

principal, y un joven entró en la sala con<br />

las manos en los bolsillos. Se detuvo en<br />

la puerta y vaciló.<br />

- Cuánta gente. ¿Qué…? -Margaret,<br />

que estaba sentada algo alejada de los<br />

demás, se levantó de un salto y lo abrazó<br />

con fuerza.<br />

- ¡Jon! Oh, Jon, ha ocurrido de nuevo…<br />

-le contó con lágrimas en los ojos.<br />

- ¿Cómo? ¿Quién? -Su pareja se separó<br />

y lo miró fijamente.<br />

- Legyn… -susurró.<br />

Jon dejó escapar un juramento y cerró<br />

los ojos. Cuando los abrió, dirigió una<br />

mirada a Daylime y, después, a Ryley.<br />

Éste se levantó y le ofreció la mano, presentándose.


- Siento mucho lo que le está ocurriendo<br />

a su familia en este momento.<br />

- Gracias…<br />

- ¿No le importará si le hago algunas<br />

preguntas?<br />

- Por supuesto –contestó Jon.<br />

- Su padre es…<br />

- Hallam. HallamFreyd, el tercer hijo<br />

de mi abuelo Cechron. Murió de fiebre<br />

hace varios años.<br />

- Margaret me contó que teníais pensado<br />

casaros muy pronto. ¿Cuándo es<br />

la fecha de la boda?<br />

- Dentro de cinco días -contestó el joven,<br />

mirando a su futura esposa-. Aunque<br />

seguramente lo pospongamos…<br />

- ¡No! –exclamó con sorpresa Margaret,<br />

que cogió con ambas manos la de<br />

Jon-. No deberíamos permitir que ese<br />

desalmado consiga fastidiar lo único feliz<br />

que nos queda. ¡Piénsalo! -Jon negó<br />

con la cabeza.<br />

- Cuando encontremos al culpable,<br />

ya veremos. Pero no me pienso casar<br />

mientras mis seres queridos…<br />

Se produjo un silencio incómodo, y<br />

Ryley tomó algunas notas más en su<br />

pergamino.<br />

- Señorita Margaret, hay algo que<br />

llevo todo el día deseando preguntarle<br />

–dijo Ryley, guardando el papel y la<br />

pluma-. ¿Cómo sabía que Legyn sería la<br />

siguiente víctima?<br />

- Pues verá… No me he atrevido a hablar<br />

hasta ahora porque no podía estar<br />

segura de ello… pero creo que sé quién<br />

es el culpable… -admitió ésta, provocando<br />

exclamaciones en todos los presentes-.<br />

El orden de las muertes… todo<br />

parecía indicar que la próxima víctima<br />

sería Legyn…<br />

- Sí, ya había pensado en ello –afirmó<br />

Ryley-. ¿Y quién cree usted que es el<br />

Víctor M. Yeste - HASTA QUE LA MUERTE OS... <strong>Nº2</strong><br />

asesino?<br />

Súbitamente, los ojos de Margaret se<br />

agrandaron y señaló hacia la ventana.<br />

- ¡ÉL! –gritó con todas sus fuerzas.<br />

En un segundo pueden pasar muchas<br />

cosas. Múltiples reacciones ante<br />

un mismo estímulo. Unos se quedaron<br />

paralizados mirando a Margaret. Otros<br />

giraron la cabeza hacia la ventana, sólo<br />

para ver una figura alejarse por el jardín.<br />

Ryley no lo perdió en nada banal.<br />

Se lanzó de cabeza hacia el pasillo y salió<br />

al exterior junto a Hyron. Éste ladró<br />

con fuerza sin parar y corrió hacia la silueta<br />

que acababa de salir del recinto y<br />

se alejaba por el camino.<br />

- ¡Ataca, Hyron! ¡Ataca! –jaleó Ryley,<br />

ganando distancia en su persecución.<br />

El can lo consiguió alcanzar y mordió<br />

la pierna del fugitivo. Éste la agitó<br />

e hizo que lo soltara, para luego virar<br />

hacia la izquierda y meterse en un callejón<br />

entre dos casas pequeñas. El perro<br />

lo persiguió y el detective perdió momentáneamente<br />

de vista a su oponente.<br />

Cuando llegó a la esquina, descubrió al<br />

hombre parado en mitad del corredor.<br />

Hyron lo había adelantado y le gruñía<br />

con fiereza. Aunque su aspecto no era<br />

muy amenazador, la callejuela era bastante<br />

estrecha y, seguramente, el sospechoso<br />

se lo estaba pensando dos veces<br />

antes de atreverse a sobrepasarlo.<br />

No contaba con mucho tiempo. Ryley<br />

se apresuró a toda prisa en dirección a<br />

su contrincante y, de un empujón, ambos<br />

cayeron al suelo, con tan mala suerte<br />

que Ryley se dio un golpe en la cabeza.<br />

La vista se le nubló y su adversario<br />

aprovechó la distracción para colocarse<br />

encima y propinarle varios puñetazos<br />

en la cara. Hyron ladró todavía más<br />

fuerte, pero no era de los que se lanza-<br />

45


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

46<br />

ban a una lucha sino tenía las de ganar.<br />

Ryley intentó zafarse, pero el desconocido<br />

le descargó otro golpe, esta vez en<br />

el riñón. Sin embargo, una voz resonó<br />

en el corredor, amplificándose con el<br />

eco del reducido espacio.<br />

- ¡Alto!<br />

Rick Daylime les había seguido hasta<br />

allí. El fugitivo miró en su dirección e<br />

hizo ademán de levantarse, liberando<br />

momentáneamente a Ryley. Y éste no<br />

desaprovechó la oportunidad. Le dio<br />

un gancho en la sien con todas las fuerzas<br />

que fue capaz de reunir. El hombre<br />

cayó fulminado a un lado, inconsciente.<br />

No podía levantarse. La carrera y la<br />

tunda habían conseguido extenuarle.<br />

Se limpió algo de sangre de la boca y<br />

se incorporó con un quejido. Daylime le<br />

ayudó a levantarse y ambos observaron<br />

al que, según Margaret, era el asesino<br />

que buscaban. El detective hincó un pie<br />

bajo su cuerpo y le dio la vuelta, descubriendo<br />

el rostro del vencido a la luz de<br />

la Luna. Ryley frunció el ceño.<br />

- Hijo de… -murmuró.<br />

Se trataba del calvo barbudo con el<br />

que se había peleado la noche anterior,<br />

al llegar a la posada. Fue el único de su<br />

grupo que huyó e, irónicamente, quien<br />

inició la disputa. Al parecer, armar jaleo<br />

en la posada no era su única afición.<br />

Escupió a un lado con visible desagrado<br />

y levantó la mirada hacia el guardia,<br />

quien, para su sorpresa, tenía los ojos<br />

como platos.<br />

- ¿Lo conoces?<br />

- Es… Seamus. Seamus Fryed.


El mercenario<br />

por Ricardo Castillo<br />

I<br />

Alric Brewersen avanzaba, no sin<br />

dificultad, por la nevada ladera de la<br />

montaña. Hacía un par de días que habíamos<br />

abandonado el camino que conducía<br />

a las cumbres, refugiándonos a la<br />

sombra del bosque para evitar ser vistos<br />

por ojos inadecuados. Alric, de cabello<br />

oscuro muy corto y barba espesa, era un<br />

hombre grande, o al menos lo era para<br />

mí. Debía medir de alto unos tres codos<br />

y medio, y era ancho de espaldas, con<br />

brazos fibrosos y fuertes, pero sin llegar<br />

a parecer uno de esos gigantones montaraces.<br />

Precisamente por ellos nos encontrábamos<br />

allí. Mi nombre es Godert, y mi<br />

casa se encontraba en Norringe, un pueblo<br />

maderero ubicado en la falda de la<br />

sierra, en la parte alta del río Dalalven.<br />

Vivíamos de talar los altos árboles y dejarlos<br />

caer, río abajo, para que los recogieran<br />

en Ramnusfel. Nunca teníamos<br />

problemas y vivíamos bastante tran-<br />

Ricardo Castillo - EL MERCENARIO<br />

Alric Brewersen es un mercenario y<br />

su deber encontrar respuestas, para<br />

las que tendrá que usar su espada si<br />

no quiere morir en el intento.<br />

quilos, hasta que, hace un par de meses,<br />

empezamos a sufrir incursiones de los<br />

montaraces. Nadie en Norringe recordaba<br />

nunca haber tenido conflictos con<br />

la tribu de la montaña, los boriberg, era<br />

un hecho sin precedente. Llegaban a<br />

cualquier hora y atacaban con fiereza.<br />

Las primeras veces nos pillaban desprevenidos,<br />

pero a la tercera empezamos a<br />

patrullar y estar atentos ante su llegada.<br />

Y aunque minimizábamos daños, ellos<br />

seguían haciendo lo mismo. El objetivo<br />

de sus ataques no era matarnos ni robarnos,<br />

lo único que hacían era llevarse<br />

a alguien. Cuando tenían al pobre desgraciado,<br />

volvían corriendo a su refugio<br />

en la montaña. Ante eso da igual que<br />

plantes cara luchando, ya que siempre<br />

conseguían rodear a alguno y capturarlo.<br />

Observamos que los ataques se producían<br />

cada semana, más o menos, así<br />

que decidimos avisar a la capital, Ramnusfel,<br />

para que enviara ayuda. Aldercy,<br />

la Alta Cástor gobernante, nos pro-<br />

47


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

48<br />

metió que enviaría alguna solución.<br />

Ésta consistió en publicar un cartel buscando<br />

alguien que se ofreciera a ir hasta<br />

Norringe para averiguar qué pasaba<br />

con los montaraces y ayudarles a derrotarlos.<br />

Todo esto a cambio de unas cincuenta<br />

monedas de oro.<br />

Y esa era nuestra “ayuda”, Alric<br />

Brewersen, un mercenario aventurero<br />

que se encontraba haciendo de matón<br />

para un comerciante, y que, cansado de<br />

la suprema idiotez de éste, le pegó un<br />

puñetazo y decidió probar suerte como<br />

caza recompensas. Nosotros no éramos<br />

un pueblo de grandes soldados, nuestros<br />

hombres se caracterizaban por su<br />

habilidad cortando árboles y su puntería<br />

con el arco en la caza. Así que, a falta<br />

de un tipo fornido y diestro con las armas,<br />

decidieron enviarme a mí, que era<br />

el joven más hábil con las flechas, amén<br />

de conocer la zona al dedillo y de ser un<br />

buen cazador.<br />

Allí estábamos, pasando a través del<br />

bosque para llegar lo más sigilosamente<br />

posible hasta el asentamiento montaraz,<br />

conocido como Bergen. Yo iba<br />

delante, marcando el camino, con una<br />

flecha y el arco en la mano, por si las<br />

moscas. Detrás iba Brewersen, enfundado<br />

en su capa, con un par de pieles<br />

adicionales encima, la capucha echada<br />

y el rostro tapado a medias para cortar<br />

el frío. Él no estaba tan acostumbrado<br />

como yo a las gélidas temperaturas de<br />

esa zona. La mano izquierda, que lucía<br />

un grueso guante al igual que la derecha,<br />

la llevaba apoyada sobre el mango<br />

de su espada de doble filo. Era un arma<br />

lo suficientemente ligera para blandirla<br />

con un solo brazo y lo suficientemente<br />

larga como para resultar intimidante.<br />

Junto a ella, sujeta sobre el costado<br />

izquierdo, a la altura de los riñones, llevaba<br />

una espada corta, que en combate<br />

empuñaba con la siniestra, amenazando<br />

la vida del oponente mientras lanzaba<br />

precisos tajos con la diestra.<br />

Yo sabía esto porque, además de ver<br />

las armas cuando se apartaba la pesada<br />

capa, a mitad de camino nos habíamos<br />

tropezado con un explorador montaraz,<br />

que no debía de ser muy bueno pues<br />

nos lo encontramos de bocas al rodear<br />

una piedra. Brewersen desenvainó,<br />

intercambió un par de cuchilladas y<br />

luego salió corriendo tras de él, porque<br />

el pobre diablo había salido huyendo al<br />

ver la destreza del mercenario.<br />

- Ya estamos cerca –volví la cabeza<br />

para ver a Alric e hice un gesto en dirección<br />

a las rocas de delante-. Justo detrás<br />

empieza el sendero que se interna entre<br />

las montañas. Hay una pequeña explanada<br />

con varias cuevas, allí los encontraremos.<br />

- Bien. Estoy harto de tener las botas<br />

caladas por la maldita nieve. Acabemos<br />

con esto y volvamos –la áspera voz del<br />

mercenario sonó amortiguada por la<br />

lana burda que le protegía la boca del<br />

frío.<br />

Según nos aproximábamos a las rocas,<br />

nuestro paso se hacía más lento y<br />

cuidadoso. Caminábamos agazapados,<br />

yo con el arco ligeramente tensado, listo<br />

para disparar, y Brewersen con la<br />

mano derecha sobre la empuñadura de<br />

la espada. Al acercarnos, vimos que lo<br />

que desde lejos parecían grandes rocas<br />

eran dos monolitos, hincados verticales<br />

sobre la helada tierra y que tenían pintados<br />

en rojo dos símbolos incomprensibles.<br />

- Esto antes no estaba –le expliqué-.<br />

Los monolitos sí, es la forma que tienen


de marcar su territorio, pero la pintura<br />

no. Lo descubrimos un mes antes del<br />

primer ataque, mientras perseguíamos<br />

a un oso. Llegamos hasta aquí y nos encontramos<br />

con esos dibujos. Nadie sabe<br />

lo que son, ¿los reconoce?<br />

- Jamás he visto esos garabatos –miró<br />

durante unos instantes a la roca, para<br />

luego girarse hacia mí y sonreír-. Vamos<br />

a preguntarles a ellos.<br />

Echó a andar al tiempo que desenvainaba<br />

la espada. Yo tardé unos segundos<br />

en reaccionar, porque esperaba<br />

una aproximación prudente y sigilosa.<br />

Apreté el paso para ponerme a la altura<br />

de Alric.<br />

El asentamiento se encontraba unos<br />

metros más adelante, tras un giro de la<br />

senda. Me resultó extraño no ver ningún<br />

vigía apostado por las rocas, pero<br />

aún así permanecí con la vista en las alturas.<br />

Llegamos al recodo y nos asomamos<br />

con cuidado por entre las rocas. La<br />

tribu consistía en unas cuantas chozas<br />

de madera desperdigadas por una pequeña<br />

explanada rodeada de escarpadas<br />

paredes rocosas. En éstas se veían<br />

varios agujeros, presumiblemente entradas<br />

a las cuevas que discurrían por<br />

debajo de la montaña. Tras unos segundos<br />

de atenta observación, Alric y yo<br />

nos miramos, extrañados. Las hogueras<br />

estaban encendidas, manteniendo su<br />

vigor, pero allí no había nadie, el poblado<br />

estaba vacío. O al menos eso parecía<br />

a simple vista. Brewersen me hizo una<br />

señal con la mano para que mantuviera<br />

mi posición, y aguardamos unos segundos,<br />

a la espera de ver algún montaraz.<br />

No nevaba, y la temperatura no<br />

era lo suficientemente baja como para<br />

que estuvieran todos resguardados. Y<br />

la ausencia de centinelas tampoco era<br />

Ricardo Castillo - EL MERCENARIO<br />

normal.<br />

- ¿Una trampa? –susurré en dirección<br />

al mercenario.<br />

- No lo creo. Es poco probable que<br />

nos hayan visto venir.<br />

Alric decidió abandonar el escondite,<br />

y se internó en la planicie desenvainando<br />

la espada corta. Titubee un segundo,<br />

dudando de qué sería lo más adecuado.<br />

Decidí cubrirle de cerca y salí tras sus<br />

pasos al tiempo que tensaba la cuerda<br />

del arco. Todo estaba muy silencioso.<br />

Brewersen iba delante, asomándose con<br />

cautela al interior de las tiendas.<br />

- Vacío, aquí no hay nadie. ¿Estás seguro<br />

de que es aquí, muchacho? ¿No se<br />

habrán ido?<br />

- No tengo ninguna duda, es el único<br />

sitio de las montañas cercanas donde<br />

poder guarecerse en condiciones. Además<br />

no hemos visto movimiento ni pisadas,<br />

y una tribu montaraz emigrando<br />

hace mucho ruido, créeme.<br />

Brewersen no parecía muy convencido.<br />

Gruñó un poco por lo bajo y señaló<br />

con su espada en dirección a las cavernas.<br />

- Veamos qué hay allí dentro.<br />

Atravesamos la explanada en absoluto<br />

silencio, mirando en todas direcciones<br />

y con los músculos en tensión. A<br />

medio camino Alric se detuvo de golpe,<br />

e indicó con la cabeza una de las cuevas<br />

más grandes; Desde el exterior se percibía<br />

el ligero resplandor de las llamas.<br />

Variando el rumbo, nos dirigimos, a un<br />

ritmo más ligero, hacia allí. Al aproximarnos<br />

alcanzamos a oír el chisporroteo<br />

propio de las antorchas. Brewersen<br />

me miró, dándome a entender que me<br />

preparara para la acción, y luego se asomó<br />

con cautela al interior. No vio nada<br />

al principio de la gruta, así que me hizo<br />

49


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

50<br />

una seña para que avanzara. Eché un<br />

último vistazo a los alrededores, por si<br />

surgía algún visitante inesperado, y fui<br />

tras él.<br />

Las paredes, iluminadas por teas,<br />

mostraban símbolos en rojo muy similares<br />

a los que habíamos visto en los<br />

monolitos. No tuvimos que recorrer<br />

mucha distancia antes de toparnos con<br />

las primeras señales de vida humana en<br />

forma de pesadas respiraciones. En un<br />

lateral del pasaje se formaba un pequeño<br />

ensanchamiento, el cual no tenía otra<br />

salida que la apertura en la que estábamos<br />

nosotros. Cubiertos por las grandes<br />

estalagmitas que crecían del suelo,<br />

miramos a ver qué ocurría en el interior.<br />

La tribu al completo se encontraba<br />

allí reunida. Estaban todos de espaldas<br />

a nosotros, mirando en la misma dirección<br />

y en un silencio que sólo puedes<br />

encontrar en los cementerios. Al frente,<br />

al fondo de la cavidad, se hallaba un<br />

extraño individuo subido a un promontorio<br />

de piedra. Era alto, muy alto, casi<br />

tanto como los montaraces, y mucho<br />

más estrecho de espaldas. Vestía una<br />

especie de túnica negra con mangas y<br />

llevaba echada la capucha. Desde que<br />

puse mis ojos sobre aquel ser supe que<br />

algo no iba bien. Al examinarlo con más<br />

atención me di cuenta de que tanto sus<br />

mangas como la parte bajo del manto<br />

no tenían un final definido, eran como<br />

brumosos. Intenté verle el rostro, pero<br />

únicamente se percibía sombra, una oscuridad<br />

insondable y sin fin. Aquella<br />

criatura era como un agujero en mitad<br />

del espacio, absorbía la luz de su alrededor.<br />

Lancé una rápida ojeada a Brewersen,<br />

y comprobé que mi compañero se<br />

hallaba igual de sorprendido que yo;<br />

arrugaba la nariz en una mezcla de asco<br />

e incomprensión.<br />

Esa distracción nos costó el desastre.<br />

Mi cabeza había asomado más de la<br />

cuenta entre las estalagmitas y ahora los<br />

montaraces se habían girado en nuestra<br />

dirección. La oscura figura levantó un<br />

brazo y todos se pusieron en marcha<br />

hacia nosotros.<br />

- ¡Retrocedamos hacia la salida! –me<br />

apremió Alric-. ¡El estrechamiento de la<br />

cueva volverá el número en su contra!<br />

No me lo pensé dos veces y eché a correr<br />

hacia la entrada. Brewersen me seguía<br />

de cerca. A una orden suya nos detuvimos<br />

para plantar cara al enemigo.<br />

Los gigantones venían detrás, a paso<br />

ligero. Me sorprendió comprobar que<br />

ninguno de ellos portaba arma alguna.<br />

- ¡Dispara ya, Godert!<br />

Las flechas comenzaron a salir sin parar.<br />

Los años de práctica y mi natural<br />

habilidad daban sus frutos en momentos<br />

de tensión como aquel; entraba en<br />

un estado automático de concentración<br />

en el que sólo existían la flecha y mi objetivo.<br />

Los proyectiles impactaban siempre<br />

donde yo quería: ojos, cuello, corazón,<br />

pulmones… Cinco salvajes habían<br />

recibido ya su ración cuando lancé un<br />

vistazo alrededor. Alric había comenzado<br />

su danza mortal. Lanzaba estocadas<br />

y tajos a un ritmo feroz, esquivando<br />

los puñetazos, patadas y agarres de sus<br />

oponentes. El primer desgraciado recibió<br />

un corte que le separó la cabeza del<br />

torso, bañando los alrededores en sangre.<br />

El segundo apartó de un empellón<br />

el cuerpo del caído, lanzándolo contra<br />

Alric, que lo esquivó con facilidad apartándose<br />

de su trayectoria. El montaraz<br />

aprovechó la ocasión para agarrar el<br />

brazo derecho del mercenario. A pesar<br />

de la altura y la fortaleza del hombre,


el bárbaro lo alzó con soltura, como si de<br />

un saco de verduras se tratase. Brewersen<br />

no se revolvió, únicamente descargó<br />

un preciso golpe sobre la muñeca<br />

del brazo que lo atenazaba. Él cayó al<br />

suelo, con la mano aún aprisionando su<br />

brazo derecho. La sangre que manaba<br />

de la extremidad cercenada le salpicó<br />

el rostro y la ropa. Entonces me percaté<br />

de todas las cosas raras y preocupantes<br />

que estaban sucediendo.<br />

La primera era el silencio tan absoluto,<br />

solo roto por nuestros jadeos y las<br />

pesadas respiraciones de los montaraces.<br />

Habíamos herido a varios y no se<br />

oía ni un solo gemido. La segunda eran<br />

los extraños ojos velados de blanco de<br />

nuestros enemigos. Todos parecían tener<br />

los ojos ciegos propios de los más<br />

ancianos, aunque daban claras señales<br />

de ver perfectamente. Y la tercera, y<br />

con seguridad la más inquietante, era<br />

que los contrincantes heridos no disminuían<br />

su marcha. Mis flechas habían<br />

atravesado varios rostros y provocado<br />

heridas mortales, pero ellos seguían<br />

en pie, avanzando en tropel hacia nosotros.<br />

El rival de Alric, al que le había<br />

amputado la mano, no parecía sufrir el<br />

más mínimo dolor. El único que estaba<br />

quieto, y aparentemente muerto, era el<br />

del corte en el cuello. Estas tres cosas hicieron<br />

que mi concentración saltara por<br />

los aires.<br />

Alric blasfemó sonoramente al asimilar<br />

la situación. Sacudió con violencia el<br />

brazo para liberarse de la mano, lanzó<br />

un par de estocadas para estorbar a los<br />

salvajes y se dio la vuelta.<br />

- ¡Corre!<br />

De nuevo no tuve que pensármelo<br />

dos veces. Mis pies volaron hacia el<br />

exterior sin parar a echar la vista atrás.<br />

Ricardo Castillo - EL MERCENARIO<br />

Me giré un poco cuando hube puesto<br />

varios metros de distancia entre la cueva<br />

y yo. Tuve que detenerme en seco,<br />

ya que mi compañero no me seguía.<br />

Brewersen apenas había alcanzado la<br />

nieve cuando los bárbaros cayeron sobre<br />

él. Se debatía a espadazos por la libertad,<br />

pero era inútil contra unos enemigos<br />

que no sufrían dolor ni temían la<br />

mordedura del acero. A sus pies yacían<br />

tres cadáveres decapitados cuando los<br />

demás le rodearon. Reducirle fue mi<br />

simple: haciendo uso de su fuerza y tamaño<br />

superior, uno le agarró el brazo<br />

derecho, otro le sujetó el izquierdo y<br />

un tercero le aporreó con violencia y el<br />

puño cerrado la cabeza. Al cuarto golpe<br />

Alric parecía inconsciente o muerto. No<br />

pude comprobarlo, ya que estaba ocupado<br />

en huir del poblado como alma<br />

que lleva el diablo.<br />

II<br />

He de admitir que el tiempo que siguió<br />

a mi huida de Bergen lo pasé<br />

inundado por una terrible vergüenza.<br />

Cuando atravesé los monolitos que delimitaban<br />

el dominio montaraz, continué<br />

corriendo en dirección a Norringe. Llevaba<br />

sólo unos metros cuando recapacité.<br />

¿Y si Alric seguía vivo? ¿Y si los boriberg<br />

se ofendían por nuestra incursión<br />

y contraatacaban? Mi pueblo estaría<br />

desprevenido, podría ser una masacre.<br />

Además estaba el asunto del misterioso<br />

ser oscuro y los blanquecinos ojos de los<br />

salvajes. La balanza se inclinó a favor de<br />

cumplir con mi obligación, así que forcé<br />

a mis temblorosas piernas a desandar el<br />

camino hecho.<br />

Decidí esconderme entre la nevada<br />

vegetación, para dar un ver cómo reaccionaban<br />

los montaraces y si salían o no<br />

51


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

52<br />

Mapa de la provincia de Ramnusfel


en busca de venganza. Localicé el árbol<br />

con mejor visibilidad, y me encaramé<br />

a sus ramas sin ninguna complicación.<br />

Allí esperé, quieto como una rama, hasta<br />

que, media hora después, vi como el<br />

ser oscuro atravesaba los monolitos de<br />

la entrada. Sentí un escalofrío al verle,<br />

pues a la luz del día resultaba aún más<br />

inquietante que la cueva. La ausencia<br />

de luminosidad de aquella criatura era<br />

espeluznante. Me percaté de que no andaba,<br />

ni tampoco balanceaba los brazos,<br />

sino que, simplemente, se deslizaba totalmente<br />

inmóvil. Parecía flotar sobre el<br />

suelo con las piernas envueltas en esa<br />

extraña bruma, que ahora pude ver que<br />

tenía matices azulones y púrpuras. El<br />

ser pasó de largo por mi lado, descendiendo<br />

sin preocuparse en absoluto por<br />

el terreno. Al volver la vista hacia la entrada<br />

de Bergen, vi que el camino que<br />

había recorrido la criatura estaba marcado.<br />

Tras de sí dejaba un anormal rastro<br />

humeante de nieve derretida. Anoté<br />

el detalle en mi cabeza; si alguien había<br />

visto u oído hablar de alguien así, recordaría<br />

sin duda ese aspecto. Claro que a<br />

lo mejor cambiaba si no se encontraba<br />

sobre terreno nevado.<br />

Tuve que dejar de lado mis cavilaciones,<br />

pues llegó a mis oídos el sonido del<br />

tosco idioma boriberg. Miré sorprendido<br />

hacia la entrada y allí encontré a dos<br />

centinelas apostados entre los monolitos.<br />

Hablan y actuaban de forma normal,<br />

lo que me supuso que la presencia<br />

del ser oscuro y el extraño mutismo de<br />

los montaraces estaban íntimamente<br />

relacionados. Decidí que había llegado<br />

el momento de colarme en el poblado<br />

para averiguar qué había pasado con<br />

Alric. Bajé del árbol, cuidándome mucho<br />

de no partir ni una sola rama, y me<br />

Ricardo Castillo - EL MERCENARIO<br />

dirigí hacia el flanco derecho de la entrada.<br />

Por allí las rocas eran menos escarpadas<br />

que en el otro lado, y eso me<br />

permitiría escalarlas para internarme<br />

sin ser visto en la tribu. La subida no<br />

era fácil, pero con paciencia y mucha<br />

atención, conseguí acceder a la parte<br />

superior del sendero. Desde allí oteé los<br />

alrededores en busca de más centinelas,<br />

pero no encontré ninguno. Con precaución,<br />

avancé saltando entre los peñascos<br />

como una cabra, hasta que llegué a<br />

uno desde el que divisaba todo Bergen.<br />

Suspiré aliviado. Vi que Brewersen<br />

seguía con vida. Después sufrí un vuelco<br />

en el estómago. Se hallaba atado a un<br />

madero vertical, al lado de una figura<br />

en similares condiciones. El vecino de<br />

Alric estaba algo desmejorado: sólo tenía<br />

la mitad superior del cuerpo, que<br />

colgaba desmadejada de una fuerte<br />

soga atada a los brazos. El resto parecía<br />

haber sido arrancado con violencia.<br />

La similitud de la situación hizo que me<br />

temiera lo peor para Brewersen. Colocados<br />

en semicírculo, la tribu le observaba.<br />

Conté al menos veinte varones y<br />

trece mujeres, más los dos guardias de<br />

la entrada. Apartados a un lado, tumbados<br />

en fila, estaban los cadáveres de los<br />

cuatro hombres que Alric había matado.<br />

Cerca de ellos, sentados o tumbados<br />

sobre mantas, estaban otros siete montaraces;<br />

los que habíamos herido durante<br />

el combate. Vi al que perdió la mano<br />

contra Brewersen, y también a otro que<br />

tenía media flecha clavada en el ojo. Al<br />

fin y al cabo nuestro ataque había sido<br />

de alguna utilidad.<br />

Un montaraz especialmente grande y<br />

fuerte, probablemente el jefe, y que agitaba<br />

una poderosa hacha de doble filo,<br />

avanzó hasta ponerse enfrente de Alric,<br />

53


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

54<br />

el cual se retorcía intentando librarse de<br />

sus ligaduras. El boriberg alzó los brazos<br />

al cielo, gritando algo en su lengua,<br />

y todos los demás le corearon a voces.<br />

Un gruñido gutural reverberó en toda<br />

la explanada, haciendo retumbar, incluso,<br />

las piedrecitas de la roca sobre la que<br />

me encontraba. De una de las grutas<br />

cercanas surgió el culpable del estruendo.<br />

Sacaba varias cabezas al más alto de<br />

los montaraces y, aunque parecía tener<br />

forma humana, su rostro era grotesco y<br />

deforme. Los músculos, anchos como el<br />

tórax de un hombre, se marcaban bajo<br />

la pálida piel. Tres boribergs conducían<br />

a la criatura, tirando de gruesas cadenas<br />

que pendían de argollas enganchadas a<br />

manos y cuello. Avanzaron lentamente,<br />

llevando a la bestia hacia los postes. No<br />

había que ser ningún sabio para deducir<br />

lo que ocurriría a continuación.<br />

Sin demora, saqué una flecha del carcaj<br />

y la puse en el arco. No era un tiro<br />

fácil, pero la inmediatez de la catástrofe<br />

me apremiaba a intentar la proeza. Respiré<br />

profundamente al tiempo que tensaba<br />

la cuerda. Ahora no existía nada<br />

más para mi, de nuevo era sólo la flecha<br />

y mi objetivo. Con el chasquido, el proyectil<br />

salió disparado. Recorrió el espacio<br />

que me separaba de Alric y fue a clavarse<br />

con precisión justo a su espalda,<br />

en la parte posterior del poste. Había<br />

una distancia considerable y el disparo<br />

no había sido todo lo certero que pretendía.<br />

La punta de acero había cortado<br />

en parte la atadura de Brewersen, pero<br />

eso no era suficiente para dejarle libre.<br />

Estalló la sorpresa entre los espectadores,<br />

que dirigieron sus ojos hacia mi<br />

posición. El líder irguió el hacha, apuntándome,<br />

mientras bramaba órdenes a<br />

los salvajes. Una terrible confusión se<br />

extendió por el campamento, todos corrían<br />

buscando sus armas. Los únicos<br />

que se mantuvieron en su sitio fueron<br />

el jefe, que seguía vociferando, y los encargados<br />

de mantener sujeta a la bestia.<br />

Alric, por su parte, tensaba y contorsionaba<br />

sus poderosos brazos, tratando de<br />

romper las cuerdas. El cabecilla se percató<br />

de ello, y se giró bramando hacia<br />

la bestia. Los hombres soltaron las cadenas<br />

y el gigante, en un colosal rugido,<br />

estiró sus enormes brazos por encima<br />

de su cabeza.<br />

Mis dedos buscaron otro proyectil<br />

con rapidez. Visto el regular resultado<br />

de mi primer disparo, para el segundo<br />

elegí un objetivo más fácil. Cortando el<br />

aire con un zumbido, la flecha se hincó<br />

profundamente en el cuello del líder,<br />

por encima de la clavícula. Al mismo<br />

tiempo, Alric soltaba de un tirón los restos<br />

de soga que le mantenía preso, para<br />

después abalanzarse sobre el malherido<br />

bárbaro. Sujetó el hacha del enemigo<br />

con una mano, y con la otra descargó<br />

un golpe seco sobre el antebrazo de<br />

éste. Pude oír el crujido del hueso desde<br />

mi elevada posición. Aprovechando la<br />

inercia que generó al encogerse de dolor,<br />

Brewersen arrancó el arma de la mano<br />

laxa del boriberg y le lanzó una patada<br />

al rostro, poniendo fin al forcejeo. El salvaje<br />

deforme avanzaba a trompicones<br />

hacia Alric, aplastando por el camino<br />

a los tres que le sujetaban. Alric mantuvo<br />

la posición hasta tenerle casi encima.<br />

Cuando la bestia llegó a su altura,<br />

intentó aplastar al mercenario con un<br />

golpe descendente de su enorme brazo.<br />

Alric lo esquivó apartándose a un lado,<br />

hacia el lateral de la criatura. Con el<br />

mismo brazo, el gigante trazó una parábola<br />

ascendente hacia Brewersen. Pero


éste ya no se encontraba allí, pues había<br />

visto venir el golpe y lo había evitado<br />

poniéndose fuera de alcance. El descomunal<br />

bárbaro avanzó con todo el peso<br />

de su cuerpo, haciendo un barrido con<br />

brazo que había dejado atrás. Alric lo<br />

evitó por los pelos rodando por el suelo<br />

hacia las piernas de su oponente. Arremetió<br />

con el hacha, hiriéndole en las<br />

costillas, a la vez que se escabullía por<br />

debajo del brazo extendido de la bestia,<br />

para quedar a su espalda.<br />

Profiriendo un bramido de dolor que<br />

helaba la sangre, la criatura se volvió<br />

loca, y empezó a descargar golpes en<br />

todas direcciones sin ton ni son. Uno pilló<br />

desprevenido a Brewersen, que salió<br />

volando por los aires y se estampó contra<br />

el suelo. La bestia, soltando espumarajos<br />

sanguinolentos, se cernió sobre el<br />

conmocionado mercenario. Para evitar<br />

un desastre, tensé la cuerda y disparé<br />

a la criatura. El gigante paró su embestida<br />

al clavársele la flecha en el ojo. Se<br />

retorció, presa de una ira asesina. Ese<br />

tiempo bastó a Alric, que se levantó con<br />

agilidad y lanzó el hacha en un poderoso<br />

tajo ascendente, que abrió en canal a<br />

su enemigo.<br />

La colosal pelea me había distraído<br />

del resto de la batalla. Los bárbaros,<br />

tanto hombres como mujeres, se habían<br />

pertrechado ya con sus armas, y se lanzaban<br />

en carrera hacia Brewersen y hacia<br />

mí. Una lluvia de pivotes con punta<br />

de acero les recibió por mi parte. Los<br />

proyectiles surcaban el cielo, hincándose<br />

en sus extremidades y en sus rostros,<br />

perforando pulmones y órganos vitales.<br />

Cuando hube matado a más de media<br />

docena, los supervivientes se lo pensaron<br />

mejor y comenzaron a buscar cobertura.<br />

En el centro del poblado, junto a<br />

Ricardo Castillo - EL MERCENARIO<br />

los postes, Alric estaba inmerso en su<br />

baile de muerte. El hacha de doble filo<br />

mataba indiscriminadamente, amputando<br />

manos, piernas y cabezas, abriendo<br />

profundas heridas en la carne, segando<br />

la vida de todos aquellos que osaban<br />

enfrentarse al furibundo mercenario.<br />

Mis enemigos seguían acercándose,<br />

así que reanudé mi tarea. Un frío me<br />

atenazó el estómago cuando, al llevar la<br />

mano a la espalda, no encontré ninguna<br />

flecha. Había vaciado el carcaj y no<br />

había recuperado ni un solo proyectil.<br />

A parte del arco, mis únicas armas eran<br />

una hachuela de cortar madera y un pequeño<br />

cuchillo de caza. Aquello sólo me<br />

dejaba una salida posible y satisfactoria:<br />

atravesar corriendo la tribu y unirme a<br />

Brewersen en su vorágine destructiva,<br />

abriéndome paso por el camino con lo<br />

que tenía.<br />

Coloqué el arco a mi espalda y, poniéndome<br />

en pie, empuñé mis armas.<br />

Quizás fue mi instinto de supervivencia<br />

el que me avisó, pero lo cierto es que<br />

me giré bruscamente para encarar a dos<br />

bárbaros que me atacaban por la espalda.<br />

El fragor de la contienda, que sin<br />

duda era lo que les había alertado, me<br />

había hecho olvidar por completo a los<br />

dos centinelas de la entrada. El primero<br />

en llegar trató de ensartarme con su lanza,<br />

la cual desvié por los pelos con mi<br />

hachuela. Sin darle una segunda oportunidad,<br />

proyecté una cuchillada desde<br />

abajo hacia su mandíbula. El arma<br />

penetró con facilidad, y probablemente<br />

le llegó al cerebro, pues quedó muerto<br />

al instante. Me deshice como pude del<br />

cuerpo inerte y planté cara al segundo<br />

centinela, que barría la distancia entre<br />

los dos con feroces mandoblazos.<br />

Me eché para atrás con dos barridos<br />

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<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

56<br />

consecutivos, y en el espacio de tiempo<br />

que tardó en recomponer su postura,<br />

me abalancé sobre él, pegándome a sus<br />

brazos y bloqueándole la posibilidad<br />

de alcanzarme con la espada. Esa maniobra<br />

le pilló desprevenido, y no pudo<br />

hacer nada mientras yo hundía el cuchillo<br />

en sus tripas y la hachuela en su garganta.<br />

Me llamó la atención comprobar<br />

que sus ojos volvían a ser normales, no<br />

tenían ya señal de la neblina blanca.<br />

Liberando mis armas de un tirón antes<br />

de que el cadáver las arrastrara en su<br />

caída, me deslicé pendiente abajo en mi<br />

carrera desesperada por llegar hasta Alric.<br />

Éste mantenía a los bárbaros a distancia<br />

con la poderosa hoja del hacha.<br />

Cuando uno trataba de acercarse, no<br />

tardaba en encontrar la muerte a manos<br />

del mercenario.<br />

Varios boriberg me cerraron al paso,<br />

pero yo era mucho más ágil y ligero,<br />

y les evitaba con facilidad, rodando<br />

por el suelo y desjarretando con precisos<br />

golpes de cuchillo a sus tendones.<br />

Brewersen me vio venir e hizo un hueco<br />

en el círculo de enemigos que le rodeaban,<br />

embistiendo de forma inesperada<br />

contra ellos. Una vez juntos, luchando<br />

espalda contra espalda, hicimos frente<br />

al mermado poblado montaraz. Alric<br />

daba hachazos a diestro y siniestro,<br />

mientras yo fintaba y acuchillaba sin<br />

parar. A pesar de la masacre, el ánimo<br />

de los enemigos no decayó, y, hasta que<br />

no hubimos acabado con el último de<br />

ellos, la batalla no terminó.<br />

Mis músculos estaban agarrotados<br />

por el esfuerzo, apenas me veía capaz<br />

de alzar las armas una vez más. Tenía<br />

varias heridas menores y un corte por<br />

encima de la ceja que me llenaba la cara<br />

de sangre, pero por lo demás estaba<br />

indemne. Alric sangraba profusamente<br />

por un tajo del hombro y otro en la<br />

pierna, pero, aparte de eso y del enorme<br />

hematoma morado de su frente, no parecía<br />

mal herido.<br />

Mientras yo me tambaleaba por el poblado,<br />

rematando enemigos y recogiendo<br />

mis flechas del suelo y de los cuerpos,<br />

Brewersen registró las casuchas<br />

y las cuevas, en busca de sus armas y<br />

de posibles prisioneros. Al pasar por la<br />

zona de los postes de sacrificio, reconocí<br />

en el medio cadáver colgante al hombre<br />

raptado por los boriberg en la última incursión<br />

a Norringe. Corté sus ataduras<br />

y decidí enterrarlo, para que al menos<br />

pudiera alcanzar la casa de los dioses<br />

con algo de dignidad. En esa tarea me<br />

encontraba enfrascado cuando salió Alric<br />

de una de las cuevas, pertrechado<br />

con sus armas y su capa.<br />

- Ya sabemos lo que hacían con los<br />

cautivos –me dijo, haciendo un gesto<br />

con la cabeza al cuerpo del coloso caído-.<br />

Las grutas no son muy profundas.<br />

Allí dentro no queda nadie vivo. Tampoco<br />

hay nada de interés, sólo he visto<br />

huesos y esas extrañas pinturas.<br />

- ¿Alguna pista del extraño visitante?<br />

- Nada, ese rarito no nos ha dejado<br />

ningún recuerdo. Se esfumó en cuanto<br />

me tuvieron prisionero.<br />

- Yo lo vi salir. Estaba encaramado a<br />

un árbol, a la espera de ver qué hacían<br />

los boriberg, cuando se marchó ladera<br />

abajo…<br />

- Ya me lo contarás por el camino –me<br />

miró ceñudo-. Y también hablaremos<br />

de tu heroica huida.<br />

- Estamos vivos, ¿no?<br />

III<br />

Partimos de vuelta a Norringe sin


perder un minuto, dejando a nuestra<br />

espalda una nube negra de humo nacida<br />

del fuego que consumía Bergen.<br />

Por el camino le conté el siniestro comportamiento<br />

del ser sin luz. Intercambiamos<br />

suposiciones sobre la posible<br />

relación entre éste, la neblina de ojos y<br />

la ausencia de dolor de los bárbaros. Él<br />

me comentó que el cabecilla boriberg,<br />

después de sacarle de la inconsciencia<br />

a base de tortazos, le acusó de atacar a<br />

la tribu durante un trance divino, y le<br />

condenó a ser devorado por el “elegido<br />

de los dioses”, que sin duda se trataba<br />

del gigantón animal que casi lo aplasta.<br />

Con una teoría más o menos sólida, llegamos<br />

a mi pueblo.<br />

Allí tuvimos que relatar nuestra<br />

aventura durante el festín de la noche,<br />

y hubo risas y horror a partes iguales.<br />

Procuramos quitar un poco de dramatismo<br />

a la inquietante figura negra,<br />

para no alterar demasiado el sueño de<br />

la gente. La versión completa, incluidas<br />

nuestras conclusiones, se la contamos<br />

a parte al consejo de notables, formado<br />

por jefe del pueblo y a los ancianos, que<br />

fruncieron ceños y se miraron preocupados.<br />

Al día siguiente, tras un sueño de doce<br />

horas, el consejo me ordenó acompañar<br />

a Alric de vuelta a Ramnusfel para justificar<br />

ante la Alta Cástor el cumplimiento<br />

de las obligaciones de Brewersen, así<br />

como para informar de lo acontecido,<br />

del ser sin luz y de la preocupación de<br />

los habitantes de Norringe. Reabastecí<br />

mi carcaj con flechas recién hechas y me<br />

hice con un morral que llené de provisiones<br />

y algo de oro para el camino de<br />

vuelta. La ida no sería problema, ya que<br />

usaríamos una de las balsas que utilizamos<br />

para guiar grandes cantidades de<br />

Ricardo Castillo - EL MERCENARIO<br />

troncos río abajo. En poco tiempo, y<br />

sin esfuerzo, llegaríamos a la capital.<br />

Pero la vuelta tenía que hacerla a pie,<br />

siguiendo el curso del río, y eso me llevaría<br />

algo más de tiempo.<br />

El pueblo entero salió a despedirnos,<br />

y los notables nos rindieron honores de<br />

héroes. El trayecto lo hicimos sin mayor<br />

complicación, disfrutando del paisaje y<br />

del río. Alric aprovechó para contarme<br />

algunas de sus aventuras, y yo por mi<br />

parte alabé la serenidad de la vida en<br />

la montaña. O al menos así había sido<br />

hasta ahora.<br />

IV<br />

En la capital perdí dos días, pues Aldercy,<br />

la gobernante de Ramnusfel, tardó<br />

en concedernos la audiencia. Cada<br />

uno relató su versión en presencia de<br />

la Alta Cástor y sus consejeros, que se<br />

asombraron y alarmaron en los momentos<br />

adecuados. Cuando terminamos,<br />

alabaron nuestra valentía y cumplieron<br />

con el trato, dando a Alric su merecida<br />

recompensa. A mí me despidieron con<br />

promesas de poner en manos de sus<br />

mejores investigadores aquella extraña<br />

aparición. Jamás se me olvidará la forma<br />

en que Alric me habló al salir del<br />

palacio. Sonaba como si cargara a sus<br />

espaldas con todo el peso del mundo.<br />

- No te entusiasmes, muchacho. Anotarán<br />

tu caso y lo archivarán en el olvido,<br />

nunca volverás a saber nada de<br />

investigadores o expertos de Ramnusfel<br />

–suspiró-. Así es como esto funciona<br />

para ellos.<br />

Las palabras de Brewersen me provocaron<br />

una profunda sensación de malestar.<br />

Sin ningún tipo de aspavientos,<br />

con una simple inclinación de cabeza y<br />

un “Suerte en tu camino, hasta la vista”;<br />

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<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

58<br />

dejé al mercenario frente a la puerta de<br />

una taberna y emprendí el camino a<br />

casa.<br />

V<br />

El trayecto de vuelta fue una ocasión<br />

perfecta para reflexionar, practicar con<br />

el arco y disfrutar del silencio y la tranquilidad<br />

del bosque. Las vías que llevaban<br />

hasta Norringe trazaban una curva,<br />

aprovechando para pasar por otras poblaciones<br />

cercanas. Es por ello que, al<br />

coger la ruta del río, estaba seguro de<br />

que iría prácticamente solo.<br />

Efectivamente, así fue, y no me crucé<br />

con un alma en todo el viaje. Sabiendo<br />

que aquello era una ocasión fuera de lo<br />

normal y que no encontraría otra oportunidad<br />

durante el desempeño de mis<br />

labores diarias, me permití el lujo de retrasarme<br />

algo más. No fue mucho, pero<br />

sí fue suficiente.<br />

Supe que algo no iba bien a una media<br />

hora de Norringe. Desde donde<br />

yo estaba podía verse una columna de<br />

humo tan negra como la que habíamos<br />

provocado en Bergen, y salía justo de<br />

donde se suponía que estaba el pueblo.<br />

Apreté a correr, con la sangre golpeándome<br />

en las sienes. El olor a quemado<br />

inundaba mis pulmones, y a cada paso<br />

se volvía más intenso. Cuando estuve<br />

aún más cerca, el ambiente se empezó<br />

a llenar de ceniza y minúsculas brasas<br />

incandescentes. Al poco tiempo alcancé<br />

a oír el crepitar de las llamas.<br />

Norringe ardía. No era un incendio<br />

inicial, ni tampoco parcial; el pueblo<br />

entero se consumía hasta los cimientos<br />

inundado por un fuego absoluto. Todo<br />

estaba envuelto en llamas, nada se había<br />

salvado. En mitad de las calles se<br />

veían cuerpos humanos que parecían<br />

antorchas gigantescas. El calor era sofocante<br />

y el humo me producía ahogo.<br />

Era como ver el infierno.<br />

Recuperando un poco la cordura,<br />

me alejé de Norringe en busca de aire<br />

fresco. Cuando pude volver a respirar<br />

sin toser, lejos ya del incendio, me dejé<br />

caer en el suelo, abandonándome a ese<br />

pozo negro que es la desesperación. Allí<br />

perdí el sentido del tiempo y del espacio,<br />

creo que incluso llegué a quedarme<br />

dormido. Volví a ser consciente de mí<br />

alrededor cuando el fuego desapareció.<br />

Retorné al pueblo para ver el resultado.<br />

Sólo quedaban rescoldos y humo, restos<br />

ennegrecidos y cadáveres calcinados.<br />

Como un fantasma, vagué entre las ruinas,<br />

con la vista flotando de un lado a<br />

otro sin ver nada. Hubo un destello de<br />

lucidez que me advirtió de lo raro que<br />

resultaba la repentina extinción del fuego,<br />

pero aparté ese pensamiento porque<br />

no me importaba lo más mínimo.<br />

Me senté enfrente de la Sala de los Notables,<br />

de la cual no quedaban más que<br />

unas cuantas vigas. Mi mente regresó<br />

para tomar las riendas y se puso a hacer<br />

su trabajo. “¿Qué ha pasado aquí?<br />

¿Quién ha podido hacer esto? ¿Qué voy<br />

a hacer ahora?”. Una tras otra las posibles<br />

respuestas cruzaban por mi cabeza.<br />

Me llevó un rato, pero al final tomé una<br />

decisión.<br />

Lo primero que hice fue intentar<br />

adentrarme en las ruinas de la Sala.<br />

Escondido bajo el suelo, se hallaba un<br />

cofre pequeño con el oro del pueblo, el<br />

que se recaudaba entre los habitantes y<br />

se usaba para fines comunes. Por fortuna,<br />

pude recuperarlo sin dificultad.<br />

Estaba bien protegido y a resguardo,<br />

así que el fuego apenas le había causado<br />

daño. El interior estaba repleto de


monedas de oro y alguna que otra joya.<br />

Era una pequeña fortuna. Lo cerré lo<br />

mejor que pude y lo guardé en mi morral.<br />

Lo siguiente fue examinar los alrededores<br />

del pueblo. Tenía la sospecha de<br />

que sabía quién había sido el culpable.<br />

Se vio confirmado cuando encontré un<br />

rastro que llegaba y otro que se iba en<br />

dirección sur, una especie de senda de<br />

nieve quemada. Maldije en voz baja,<br />

jurando que no descansaría hasta que<br />

diera con aquel maldito ser y le hiciera<br />

pagar por aquello.<br />

Por último, cogí una de las balsas del<br />

río, que no habían sido alcanzadas por<br />

el fuego, y me dejé llevar por la corriente<br />

hacia Ramnusfel.<br />

VI<br />

Alric Brewersen estaba enzarzado en<br />

una pelea. Lo encontré en la misma taberna<br />

que lo había dejado, sólo que ahora<br />

olía a alcohol y tenía los ojos enrojecidos.<br />

Agarraba al otro por la pechera,<br />

zarandeándolo entre voz y voz.<br />

El mercenario se detuvo al verme llegar,<br />

mirándome de hito en hito.<br />

- ¿Qué haces tú aquí?<br />

- Tengo que hablar contigo, Brewersen.<br />

Es urgente.<br />

- Dame un momento, muchacho, en<br />

seguida estoy contigo.<br />

Y, con último zarandeo, atizó un puñetazo<br />

al hombre, tumbándole sobre la<br />

mesa.<br />

- Vamos arriba.<br />

Una vez en su habitación, Alric, que<br />

iba desarmado, se sentó sobre la cama,<br />

dejándome a mí la única silla. Le conté<br />

lo que me había encontrado al llegar<br />

a Norringe, el fuego, los cadáveres y el<br />

rastro del ser sin luz. El ceño de Brewer-<br />

Ricardo Castillo - EL MERCENARIO<br />

sen se fruncía según avanzaba mi relato,<br />

prestándome cada vez más atención.<br />

Cuando acabé, eché mano del morral<br />

y puse el cofre sobre la mesa. Antes de<br />

que el mercenario pudiera decir nada,<br />

seguí hablando.<br />

- Alric, he venido hasta aquí con un<br />

solo objetivo. Quiero contratarte. En este<br />

cofre se encuentra el dinero que el pueblo<br />

de Norringe ha ido ahorrando a lo<br />

largo de los años para situaciones como<br />

esta –abrí la tapa y le mostré el interior-.<br />

Es una pequeña fortuna. Lo único que<br />

quiero es que me ayudes a encontrar a<br />

esa maldita criatura. Ni siquiera te pido<br />

que la mates, únicamente que me acompañes<br />

tras su pista, en dirección al sur.<br />

Tú conoces mejor que yo el mundo, y<br />

necesito alguien que me guíe. ¿Qué me<br />

dices? ¿Te interesa?<br />

Brewersen miró el contenido del cofre,<br />

y después me miró a mí. Se pasó la<br />

mano por la barba un par de veces. Luego<br />

suspiró, negó con la cabeza y, alargando<br />

el brazo, cerró el arca.<br />

- Guárdate eso, chaval –extendí mis<br />

manos en señal de suplica y balbuceé<br />

una queja, pero Alric me cortó en seco,<br />

haciendo un ademán para que me callara-.<br />

Una venganza es muy peligrosa.<br />

-Se levantó de la cama y, echando mano<br />

de la espada y el cinturón, que colgaban<br />

de un clavo en la pared, se dirigió hacia<br />

el armario que contenía sus pertrechos-.<br />

Así que conserva el dinero, lo necesitaremos<br />

por el camino. Encontraremos a<br />

esa sabandija de negro y le enseñarás<br />

a meterse el fuego por donde le quepa.<br />

Prepárate, salimos en una hora.<br />

Y de esta forma dieron comienzo<br />

mis famosas aventuras al lado de Alric<br />

Brewersen.<br />

59


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

60<br />

Gordo, bajito y duro... GG seguro<br />

Laskmi es una supérheroe muy especial. No sólo por sus habilidades, sino<br />

también por sus enemigos, que a más de uno les resultarán conocidos...<br />

por Galocha<br />

Laskmi era una superhéroe en crisis,<br />

que tras haber estado velando por la<br />

Tierra durante años en las misiones más<br />

secretas y espeluznantes que una mente<br />

humana pueda llegar a imaginar, ahora<br />

era una enviada especial. Pronto entenderéis<br />

que Laskmi no era una superhéroe<br />

al uso: tiene unas cualidades que le<br />

hacen única e inimitable.<br />

La mañana era fría pero lucía el sol.<br />

Laskmi acababa de preparar su desayuno<br />

especial, tortitas de achicoria con<br />

mermelada de pesto (receta original de<br />

su planeta natal, Witland) y se disponía<br />

a comerlo cuando recibió una comunicación<br />

urgente en su Gipod 6 que decía<br />

así: Abre bien los ojos Laskmi, os visitan los<br />

Gengibres y no sabemos con qué intención.<br />

Terminó el desayuno más rapida-<br />

mente de lo que le hubiera gustado<br />

mientras pensaba que debía estar preparada<br />

para cualquier cosa, su intervención<br />

podía ser en cualquier momento<br />

y en cualquier lugar. “Nunca se sabe<br />

cuando te puedes encontrar un Gengibre”<br />

(de ahora en adelante un GG) pensó.<br />

Laskmi se estaba poniendo el traje de<br />

superhéroe cuando se dió cuenta que…<br />

¡Había engordado! “No puede ser”, repetía<br />

una y otra vez para sus adentros.<br />

“Me he pasado con las tortitas de achicoria,<br />

y ahora lo voy a lamentar pero<br />

bien, ya que no me queda más remedio<br />

que ir a buscar una braga-faja, es horrible<br />

y además nunca las encuentro en colores<br />

bonitos, ¡mierda!”.<br />

Laskmi, nuestra superhéroe, era una<br />

chica atractiva, pero su precioso cuerpo<br />

de curvas pronunciadas se había vuelto


un poco de campana, las caderas le habían<br />

crecido mucho en proporción con<br />

su pecho y cintura. En su planeta eso<br />

era signo de madurez, pero en la tierra<br />

eso era signo de dejadez. Laskmi no<br />

quería ni por asomo llamar la atención,<br />

por lo tanto no podía permitirse el lujo<br />

de tener un pandero tan grande. Pensó<br />

que de momento iría a comprar una<br />

braga-faja y que esa misma tarde haría<br />

un plan de acción en el que reduciría<br />

sus porciones de ingesta alimentaria.<br />

“Esto no me hubiera pasado en Witland,<br />

allí no tenemos azucares refinados,<br />

esos que acaban alegrando el toque<br />

final de cualquier comida dulce. Además<br />

mi cuerpo no está preparado para<br />

ingerir y digerir alimentos humanoides.<br />

Tendré que volver a mi dieta Tukan”.<br />

La dieta Tukan era muy famosa en<br />

Witland y consistía en comerse todos<br />

los días un tukán que tenías que cazar<br />

tu mismo a la carrera, sin más ayuda<br />

que tus manos y tus pies. Esta carrera<br />

les resultaba tan divertida que ya se habían<br />

propuesto hacerla deporte mundial<br />

en Witland.<br />

Vestida con un discreto chándal de<br />

felpa azul marino, unas deportivas<br />

blancas de última generación y un bolso<br />

Pango de sport blanco a juego con las<br />

deportivas, Laskmi se dispuso a salir a<br />

comprar su braga-faja para poderse embutir<br />

en su traje de superhéroe. Había<br />

elegido el chándal como modelito para<br />

salir porque lo mismo tenía que volver<br />

a la carrera, ya que el mensaje lo ponía<br />

claro: Ya están aquí los Gengibres, y eso<br />

significaba que en cualquier momento<br />

podía pasar lo peor.<br />

Una vez estaba en el hipermercado<br />

decidió parar sólo un momento a mirar<br />

en el pasillo de Lowfat, a ver si encon-<br />

Galocha - GORDO, BAJITO Y DURO... GG SEGURO<br />

traba algo que pudiera ayudarle a rebajar<br />

un par de culones (medida del peso<br />

en Witland que equivale a 4Kg). Fue<br />

en este pasillo, mientras miraba unas<br />

tortitas a base de arroz deshidratado<br />

que intentaría cambiar por sus tortitas<br />

de achicoria, cuando vio pasar a un señor<br />

gordito, bajito y calvo que llamó su<br />

atención. “Creo que estoy al lado de un<br />

GG”.<br />

Se dispararon todas sus alarmas internas<br />

y además se maldecía por no haberse<br />

podido poner su traje de superhéroe.<br />

“Tranquilidad, tranquilidad”.<br />

Hacía tanto tiempo que no tenía una<br />

misión que estaba muy nerviosa. Se repetía<br />

así misma: “no pierdas la calma,<br />

no pierdas la calma y sigue el protocolo”.<br />

Repasó mentalmente la lección:<br />

¿Cómo reconocer a un GG que se ha<br />

convertido en humanoide?<br />

• Apariencia similar a la de un tonel<br />

con patas.<br />

• Estatura media entre 3 y 3 palmos y<br />

medio (un palmo en Witland equivalen<br />

a unos 50cm).<br />

• Calvos.<br />

• Vestigio de cola.<br />

• Piel clara.<br />

• Extremidades ligeramente más largas<br />

de lo que cabe esperar a su cuerpo.<br />

• Manos ligeramente más delgadas<br />

de lo que cabe esperar para su peso.<br />

Laskmi había confirmado todo, salvo<br />

el vestigio de cola. Era necesario hacerlo<br />

y se puso disimuladamente a seguir al<br />

señor que podía ser un GG, y cuya cara<br />

además le era conocida.Echó un vistazo<br />

rápido a su carrito de la compra y pensó:<br />

“¡Ajá! Lleva como cuatro bolsas de<br />

61


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

62<br />

ensaladas, y está en el pasillo de Lowfat,<br />

eso significa que acaba de llegar a la tierra<br />

e intenta integrarse perdiendo unos<br />

culones”.<br />

En ese momento Laskmi recordó un<br />

dicho de Witland que decía: “Gordo,<br />

bajito y duro… Gengibre seguro”.<br />

Laskmi era tan descarada mirando<br />

que el GG la vio, ésta se giro bruscamente<br />

para disimular y agarró unas<br />

barritas hiperprotéicas con cara de entusiasmo.<br />

Por los nervios, se puso a leer<br />

la información nutricional y se olvidó<br />

de su misión. “¡Mierda! Otra vez me ha<br />

vuelto a pasar, lo he perdido de vista.<br />

Piensa, piensa dónde ha podido ir”.<br />

Laskmi sabía por experiencia que<br />

uno de los errores más comunes de humanos<br />

y visitantes era intentar adelgazar<br />

comiendo ensaladas con los mejores<br />

aderezos y salsas, por lo tanto...<br />

¡Voila, ahí estaba el GG en el pasillo<br />

de las salsas! Ojeaba una salsa césar que<br />

no tardó en echar al carrito de la compra.<br />

La salsa de yogurt, salsa de 3 quesos<br />

y la salsa tártara fueron también elegidas<br />

y depositadas en el carrito.<br />

“Ya lo tengo localizado”, pensó. Ahora<br />

comprobaría si tenía un vestigio de<br />

cola y podría comunicar que tenía localizado<br />

un GG.<br />

Mientras Laskmi seguía pensando<br />

cómo acercarse al GG para comprobar<br />

si realmente lo era, decidió ir a buscar<br />

con urgencia su braga-faja. A cada segundo<br />

que pasaba sabía que era más<br />

urgente tenerla ya en su poder. Sabía<br />

que si regresaba al pasillo de las salsas<br />

y allí no estaba el GG, sólo tenía que ir<br />

dos pasillos más adelante, al de las cervezas,<br />

y seguro que se encontraría allí.<br />

Los GG también eran muy conocidos<br />

en el espacio exterior por llevar sus sen-<br />

tidos al límite embriagándose con la bebida<br />

de los dioses. Un caldo amarillento<br />

con un alto contenido en alcohol y de<br />

fabricación similar a la cerveza, lo único<br />

que su elaboración casera era con una<br />

base de jengibre.<br />

Laskmi corrió por los pasillos en busca<br />

de su braga-faja. Cuando llegó hasta<br />

ellas, de su talla sólo tenían el color<br />

“chocho mona” (camel) que tanto odiaba.<br />

“Qué remedio”. ¡Al carrito! Y salió<br />

corriendo al pasillo de las cervezas.<br />

Pensó que si hacía como que estaba mirando<br />

alguna cerveza del estante inferior,<br />

cuando el GG llegara, no dudaría<br />

de ella y no se pondría en alarma.<br />

Recordó cómo descubrió en la última<br />

misión de los GG: Cabezas Rapadas,<br />

el vestigio de cola. De esta misión hacía<br />

ya varios años. Enviaron a la tierra<br />

a cinco GG con el objetivo de integrarse<br />

entre los humanos y seducir a diez<br />

mujeres cada uno. Estas mujeres tenían<br />

que tener el pelo largo y sano. Una vez<br />

que las enamoraban y seducían, tenían<br />

que obtener sus pelos, cortados de raíz,<br />

cuando la mujer estaba profundamente<br />

dormida, para que el pelo no sufriera.<br />

Pelo que les serviría para tejer unas<br />

máscaras especiales que utilizaban los<br />

guerreros del cuerpo a cuerpo. Esta misión<br />

fue desarticulada cuando cuatro<br />

mujeres habían perdido toda su cabellera.<br />

“Llegamos tarde…”, pero ahora no<br />

se podía permitir que nadie sufriera, y<br />

tenía que actuar.<br />

Vio como se aproximaba, se puso de<br />

pie y esperó a que estuviera más cerca,<br />

parado, mirando y comparando<br />

varias cervezas. Se puso justo detrás<br />

disimulando, mirando los ingredientes<br />

de un refresco bajo en azúcares y<br />

dio un paso atrás para intentar que su


trasero golpeara al del GG. Tenía que<br />

sentir su vestigio de cola, si lo tenía.<br />

Pero… fue lenta, tremendamente lenta.<br />

Tan lenta que cayó de culo en medio del<br />

pasillo. Del GG no había ni rastro.<br />

Se levantó avergonzada y con el verde<br />

subido (en Witland la gente no se<br />

pone roja, se pone verde cuando tienen<br />

vergüenza). Se dispuso nuevamente a<br />

buscar al GG. Por la distribución de los<br />

pasillos, lo siguiente que haría sería ir<br />

a comprar algún perfume o colonia que<br />

hiciera de su olor algo más terrenal.<br />

Mientras se dirigía al pasillo de Perfumería<br />

y aseo personal, recordó que<br />

llevaba en el bolso sus gafas especiales<br />

de cuarta dimensión y decidió ponérselas.<br />

Ahora sí que veía bien. “Qué diferencia”,<br />

pensó.<br />

Hacía meses que tenía sólo una visión<br />

bidimensional, ya que sus globos oculares<br />

originales no estaban preparados<br />

para nuestra atmósfera. Les hacían un<br />

implante antes de enviarlos al planeta<br />

tierra, pero estaban perfeccionando los<br />

globos oculares para ver en 3D: “Ocularis<br />

3.0”, y ella, por desgracia, tenía unos<br />

con los que veía en 2D (Ocularis 2.0).<br />

Para que os hagáis una idea, ella veía la<br />

vida como si estuviera en una pantalla<br />

de videojuego del tipo SupeLarioBros,<br />

o como se conoce: “pantalla muñequito<br />

pa´lante”.<br />

La solución era usar unas lentillas o<br />

gafas cuarta Dimensión. Hacía tiempo<br />

que había perdido sus lentillas, en una<br />

desafortunada noche de fiesta en Ibiza.<br />

Pero esta historia os la contaremos otro<br />

día. Ahora sólo le quedaban sus gafas,<br />

gafas que no se ponía porque le hacían<br />

fea, y si algo era nuestra superhéroe era<br />

coqueta. Las gafas que tenía que usar<br />

eran similares a las que ponen en la óp-<br />

Galocha - GORDO, BAJITO Y DURO... GG SEGURO<br />

tica cuando gradúan la vista. Un mazacote<br />

de hierros y lentes conjugadas,<br />

que entierra los ojos como si fueran dos<br />

chinchetas bien apretadas. Gafas nada<br />

discretas, nada favorecedoras. Pero era<br />

una urgencia y necesitaba todos sus poderes<br />

activos, ya que no tenía su traje.<br />

Estaba dispuesta a dar solución al<br />

caso que le mantenía en vilo toda la mañana<br />

y, como el ave fénix que renace de<br />

sus cenizas, ella renació con sus gafas en<br />

el pasillo de higiene íntima femenina.<br />

Corrió por todos los pasillos lo más<br />

rápido que pudo, que la verdad no era<br />

mucho. Y llegó nuevamente al pasillo<br />

de los perfumes. Tropezó con un stand<br />

de lanzamiento del nuevo perfume de<br />

la cantante Lakira y casi lo tiró todo; se<br />

volvió y sujeto varios frascos que iban<br />

derechos al suelo. “Uff, por poco”, pensó<br />

Laskmi.<br />

Se olvidaba que la visión con sus gafas<br />

era tan desarrollada que ejercían un<br />

cambio en el modo de ver el espacio entre<br />

objetos, y que, por tanto, sus torpes<br />

movimientos se podían volver más torpes<br />

con el uso de este instrumento. En<br />

una situación normal hubiera decidido<br />

no llevarlas, pero no era el caso.<br />

El GG se había desplazado por los<br />

pasillos. Laskmi tenía que situarlo, para<br />

ello no tuvo más que dar un giro de 180º<br />

cuando percibió a modo de holograma<br />

su silueta y su temperatura corporal en<br />

el pasillo de los congelados.<br />

Laskmi corrió a su encuentro, con tan<br />

mala suerte que, cuando llegó al pasillo,<br />

resbaló cayendo dentro del congelador<br />

de la sección de verduras. Como si de<br />

un parque de bolas se tratará, allí estaba<br />

Laskmi rodeada de bolsas de guisantes<br />

congelados. Se incorporó dentro del<br />

congelador y miró tímidamente al exte-<br />

63


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

64<br />

rior, tal y como lo hubiera hecho el inspector<br />

Gadget. Parecía que nadie se había<br />

dado cuenta, ni siquiera el GG.<br />

Salió de un salto ¡ale hop! y se sacudió<br />

el chándal disimuladamente.<br />

Otra vez había vuelto a perderle, y<br />

según sus cálculos tenía que estar a<br />

punto de abandonar el supermercado.<br />

Pero aún no había comprado la Lorcilla,<br />

y cualquier GG la compraría sin duda.<br />

Así que se fue al pasillo de Breakfast<br />

& Basket Lunch… y, justo donde esperaba,<br />

el GG tenía en la mano el nuevo<br />

formato de Lorcilla de un kilogramo<br />

Black&White. “Eres mío”, pensó Laskmi<br />

y, ni corta ni perezosa, cogió un bote<br />

y lo metió en su carrito. También pensó<br />

“Eres mío GG”. Quería detenerlo ella si<br />

confirmaba su identidad.<br />

Estaba el GG llegando a la caja para<br />

pagar la compra cuando se entretuvo<br />

en el stand de cabecera; había una oferta<br />

de chicles que cautivó su atención. El<br />

eslogan decía: Los más refrescantes. Laskmi<br />

se acercó a él por la espalda y llevó<br />

a cabo su plan de última hora. Estaba<br />

viendo el stand de los CD de música,<br />

que, como no era muy frecuentado, tenía<br />

bastante polvo. Entonces ella pasó<br />

la mano a modo de paño, iba a manchar<br />

al señor para luego darle unos azotes<br />

en el trasero y comprobar directamente<br />

si tenía o no el vestigio de cola. Como<br />

madre sacudiendo a un niño pequeño<br />

que acaba de salir de un arenal, Laskmi<br />

empezó a darle azotes al GG…<br />

- ¡Ay, cómo te has puesto! Madre mía,<br />

¿pero donde se ha arrimado usted? -zas,<br />

zas…<br />

El GG se dio la vuelta entre incrédulo<br />

y asustado. Laskmi, que había dejado<br />

su súperpistola preparada, empezó<br />

a “verderizarse” (ruborizarse), cuando<br />

notó la ausencia de cola. Pero lo que de<br />

ninguna forma se esperaba era que el,<br />

hasta ahora, GG era el Sr. Segura, de<br />

nombre Santiago, su vecino del 3º. Éste,<br />

que no daba crédito a la situación, se<br />

volvió y dijo:<br />

- Pero Gregoria, si eres tú, ¿verdad?<br />

¿Qué haces con ese artilugio en el careto?<br />

-la peña está fatal, pensó el Sr. Segura-.<br />

No se preocupe Gregoria, me habré<br />

apoyado en algún stand que estaría sucio,<br />

ya me sacudo yo en casa. Gracias,<br />

¿eh?<br />

El Sr. Segura soltó los chicles, anduvo<br />

un poco con el carro, se giró hacia su<br />

vecina, sacudió la cabeza con desaprobación<br />

y se dispuso a pagar su compra<br />

para abandonar el local.<br />

Nuestra superhéroe abatida por su<br />

vago intento y su torpeza de encontrar<br />

a un GG, decidió acabar de hacer la<br />

compra, y diez minutos después estaba<br />

también en la caja pagando. Finalmente<br />

llevaba la braga-faja y otra prenda que<br />

había encontrado en rebajas, y que estaba<br />

muy de moda: la batamanta.<br />

En el camino de vuelta a casa, Laskmi,<br />

nuestra superhéroe particular, iba<br />

un tanto afligida, pensativa y distraída.<br />

Pensaba en llegar, darse una buena ducha<br />

de agua fría y embutirse en la braga-faja<br />

y el traje de superhéroe, ya que<br />

tenía que estar atenta. “Tengo que estar<br />

atenta, tengo que estar atenta…” ¡Plom!<br />

- Perdona, iba distraída y he tropezado<br />

contigo -miró al individuo y éste le<br />

devolvió la mirada con una sonrisa que<br />

esbozaba dos hoyuelos en sus mejillas<br />

rechonchas. Laskmi se aventuró a entonar-.<br />

Peche, cacao, aleyana y azuca…<br />

- Lor-ci-lla -contestó el individuó siguiendo<br />

la melodía.<br />

Laskmi hizo un movimiento rápido


y, antes de que el individuo se diera<br />

cuenta, le apuntaba con su súperpistola<br />

- Te he pillado maldito cerdo -le<br />

arrastró hasta un callejón que le vino al<br />

pelo, y empezó su interrogatorio-. Ya sé<br />

que eres un Gengibre, me acabas de dar<br />

vuestro mistake. Ahora sólo quiero que<br />

no me hagas perder el tiempo o te borro<br />

la memoria y te convierto en una oruga<br />

gigante.<br />

Empezó el interrogatorio.<br />

- ¿Cuántos sois?<br />

- Estoy yo sólo -Laskmi le apretó lo<br />

que ahora era un testículo hasta explotárselo<br />

y, entonces, le hizo de nuevo la<br />

pregunta.<br />

- ¿Cuántos sois?<br />

- ¡Aaaahhh! ¡Qué dolor! Tienes frío,<br />

¿eh perra? Por eso has comprado una<br />

batamanta.<br />

- ¿Estás seguro que te quieres quedar<br />

sin tu otro testículo? Te lo preguntaré<br />

una última vez, ¿cuántos sois?<br />

- Estoy yo sólo, de verdad, tienes que<br />

creerme - al GG le entró el pánico. Tenía<br />

un sudor frío que erizaba el pelo de<br />

todo el que caminaba por la calle, incluso<br />

de dos manzanas alrededor.<br />

- Seré muy clara -dijo Laskmi-. Si<br />

dudo por un sólo momento que lo que<br />

me estás contestado no es cierto, tendré<br />

que matarte. Lo del testículo ha sido<br />

sólo un aviso para que veas que no me<br />

ando con rodeos.<br />

- Si, señora.<br />

- ¿Cuál era tu misión en la Tierra?<br />

- Hacer un reconocimiento de cuantos<br />

infiltrados había aquí del planeta Witland.<br />

- ¿Venías a por los míos?<br />

- Sí… Pero yo no sabía que tú... -Laskmi<br />

le cortó.<br />

- No tienes que saberlo, GG<br />

Galocha - GORDO, BAJITO Y DURO... GG SEGURO<br />

inútil -Laskmi desprendía una agresividad<br />

que no formaba parte de su personalidad<br />

normal.<br />

- No me mate, tengo mujer y engendros.<br />

Por favor, no me mates, no…<br />

¡Pum!<br />

Laskmi no le mato, sólo alteró uno de<br />

sus cromosomas, el 93, para que ahora<br />

fuera por naturaleza una persona correcta<br />

y amable. Le borró la memoria<br />

y le instauró nuevos recuerdos, todos<br />

ellos terrenales.<br />

El GG ahora se llamaba Alex, le había<br />

convertido en un tipo que hace cine,<br />

que con el tiempo quién sabe si llegaría<br />

a ser famoso. Como si nada hubiera pasado<br />

Laskmi le dijo:<br />

- ¿Está usted bien, señor?<br />

- Hmm… ¿Qué ha pasado? Me duele<br />

la cabeza. ¿Me han golpeado?<br />

- No lo sé, señor…<br />

- Deli Glesia. Alex Deli Glesia.<br />

- Señor Deli Glesia, le he encontrado<br />

aquí tumbado, parecía usted mareado,<br />

¿quiere que le ayude o le pida un taxi?<br />

- Hmm… Creo que me estoy volviendo<br />

a marear.<br />

Laskmi estuvo allí un rato más, llamó<br />

a emergencias y cuando el Sr. Deli Glesia<br />

estaba en buenas manos, se marchó.<br />

Tenía que comunicarse con Witland.<br />

Llegó a casa embriagada por todas<br />

las emociones de la mañana y abrió su<br />

Gipod 6. Mientras se probaba su batamanta,<br />

activó el control de voz del Gipod.<br />

- Conexión urgente –dijo-. Aquí la<br />

agente Laskmi 19011979, GG capturado<br />

y GG convertido. Necesito que paréis el<br />

tiempo un segundo y le deis vida. . Lo<br />

he dejado con el servicio de emergencias<br />

hace siete minutos. Identificación:<br />

Alex Deli Glesia. Un tipo que hace cine.<br />

65


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

66<br />

Buscarle casa, hacerle películas y ofrecerle<br />

contactos y amistades. Integrarlo<br />

y listo.<br />

En lo que tardó en llegar al sofá, recibió<br />

confirmación. Proceso terminado,<br />

Alex integrado.<br />

- Conexión con Dirección. Aquí la<br />

agente Laskmi 19011979, GG capturado,<br />

GG convertido, GG integrado. El<br />

sujeto viajó sólo, su misión era espiarnos.<br />

Quieren quitarnos del medio para<br />

hacerse con la tierra. De momento estamos<br />

a salvo, pero no sabemos cuándo<br />

pueden volver a actuar.<br />

Laskmi, satisfecha por un trabajo bien<br />

hecho, se tumbó en el sofá con su batamanta<br />

y estuvo el resto de la mañana<br />

leyendo la novela Diez negritos, de la genial<br />

Alatha Christie, de la cual intentaba<br />

aprender técnicas de espionaje y resolución<br />

de casos. Pronto, muy pronto, seguro<br />

que la veremos en otra.


Fergus Ferguson<br />

nº2 Lengua de<br />

Plata<br />

por M. C. Catalán<br />

¿Qué tiene Poe en común con un<br />

chico de 25 años del 2012? Ambos<br />

escribieron en la misma revista y,<br />

tras un desafortunado accidente,<br />

Fergus se ve atrapado en la casa victoriana<br />

de la redacción, rodeado de<br />

todos los escritores muertos que participaron<br />

en ella.<br />

Había vuelto a traicionarlo su lengua<br />

de plata. Ese Mr. Hyde que habitaba<br />

en su boca y que luchaba por ser<br />

liberado en momentos de tensión. Sin<br />

avisar ni pedir permiso. Igual que no lo<br />

hizo aquella tarde en que Fergus salía<br />

de trabajar, cansado y nervioso, con la<br />

tensión de su primer encargo doliendo<br />

sobre sus hombros.<br />

Abrumado por el incómodo embotamiento<br />

que sigue a toda jornada de<br />

novato, caminaba con las mejillas al<br />

rojo vivo por las baldosas amarillas de<br />

Southwick Street. Y fueron el agotamiento<br />

o su naturaleza despistada los<br />

responsables de que cruzara aquel semáforo<br />

en verde que le ofrecía la oportunidad<br />

de evitar ese tramo de acera.<br />

Unos metros más adelante, apoyados<br />

sobre uno de los coches que había aparcados<br />

en la calzada y armando todo el<br />

barullo que les permitían sus escasas<br />

M. C. Catalán - FERGUS FERGUSON <strong>Nº2</strong><br />

neuronas, se agrupaban unos cuantos<br />

chavs: la especie de pandilleros endémica<br />

de Londres. Por descontado, a juzgar<br />

por la escasa pelusilla que poblaba sus<br />

facciones y por el buen gusto del coche,<br />

ya sea dicho, aquel viejo Cadillac no era<br />

de su propiedad.<br />

No, Fergus dudaba que aquellos chiquillos<br />

pudieran pagar algo así de sus<br />

propios bolsillos. Aunque el peso de<br />

todo el oro que llevaban encima hubiera<br />

bastado al joven para pagar a su casero<br />

durante, al menos, medio año. Gruesas<br />

y brillantes cadenas colgaban de sus<br />

cuellos; gigantes pendientes de oro y<br />

anillos, desgastados por la zona de los<br />

nudillos. “No quiero preguntarme por<br />

qué”, pensó Fergus.<br />

Continuó caminando, tratando de pasar<br />

inadvertido junto a la fachada del<br />

“Monkey Puzzle”, un concurrido bar de<br />

aquella zona. Aquella gente lo sacaba de<br />

sus casillas. La repulsión que sentía hacia<br />

ellos lo transformaba. El corazón comenzó<br />

a latirle con fuerza y notó como<br />

la sangre se acumulaba en sus mejillas.<br />

67


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

68<br />

Pero no era cuestión de meterse en trifulcas.<br />

No hoy, justo cuando todo empezaba<br />

a salirle a pedir de boca. Agachó<br />

la cabeza y optó por dejar las miradas<br />

despectivas para otro día.<br />

Un par de risas de hiena y un “¡Hey,<br />

bruv!” lo sacaron de sus malintencionados<br />

pensamientos. “Maldito karma…”.<br />

El joven se quedó muy quieto, inmóvil,<br />

respirando muy lentamente, mirada<br />

centrada en una pequeña hoja que bailaba<br />

a ras del suelo, tal y como su terapeuta<br />

le había enseñado –sí, tenía algún<br />

que otro problemilla de autocontrol, entre<br />

otros. Pero nada importante.<br />

Quizá si no se movía, aquel cerebro<br />

de nuez no podría detectar su presencia,<br />

como pasaba con el Tiranosaurio<br />

Rex. ¿Quién sabía el patrón que seguía<br />

la mente de un chav?<br />

Durante un largo minuto no pasó<br />

nada. A Fergus comenzaba a dormírsele<br />

la pierna izquierda y decidió tantear<br />

el terreno. Al girarse hacia su derecha,<br />

reparó en que todo el grupo de pequeños<br />

delincuentes lo observaba con la<br />

ausencia de la inteligencia brillando en<br />

sus bocas abiertas y miradas vacías.<br />

Se plantó ante el más alto, un adolescente<br />

arguellado y medio escondido<br />

por las tres tallas más grandes de su<br />

chándal rojo. Y mirando con cautela al<br />

curioso espécimen, Fergus alzó la palma<br />

de la mano a la altura de los ojos del<br />

muchacho y la movió arriba y abajo, valorando<br />

la capacidad de reacción de la<br />

criatura.<br />

La respuesta tardó más de diez segundos<br />

en llegar –procesador lento y<br />

a punto de sobrecalentarse-, en forma<br />

de un coro de preguntas por parte de la<br />

manada al completo.<br />

“¿Qué hace?”, “¿Qué le pasa?”, “¿Qué<br />

se ha creído?”<br />

- Wanna make somin’ of it?! -gritó<br />

el alto, moviendo mucho las manos<br />

y recolocándose la gorra a cuadros de<br />

Burberry’s, como si se preparara para<br />

algo importante. Fergus pestañeó un<br />

par de veces.<br />

- No te entiendo -contestó muy serio.<br />

Y no mentía. Esa era una de esas cosas<br />

por las que se enervaba con aquella gentuza:<br />

destrozaban su lengua materna<br />

sin ningún miramiento. Y él admiraba<br />

la belleza y la complejidad de su idioma<br />

por encima de todas las cosas.<br />

- Freddy, no te enfades. Creo que es<br />

retrasado -contestó una versión de luchadora<br />

de sumo en tamaño reducido,<br />

mientras toqueteaba sin ningún reparo<br />

al de la gorra.<br />

Dove, que así se llamaba la “ricura”<br />

según las letras de su dorada pulsera,<br />

hablaba como si llevara un calcetín sucio<br />

metido en la boca. Cubierta con lo<br />

poco que daban de sí dos pedazos de<br />

tela barata, la pequeña “anglo bitch”<br />

poseía un sentido de la estética de lo<br />

más sofisticado: pelo liso, rubio y cardado<br />

por arriba, lacio y oscuro por la parte<br />

inferior. Los tirantes del sujetador asomando<br />

bajo una ajustadísima camiseta,<br />

que dejaba al descubierto, pese al frío,<br />

un grotesco vientre que Fergus se negó<br />

a mirar demasiado. La minifalda azul<br />

celeste se confundía con el color amoratado<br />

de unas piernas heladas, cubiertas<br />

sólo en parte por aquellas horribles botas<br />

de pelo negro.<br />

- Míralo –dijo con lo que pretendía ser<br />

una voz seductora-, creo que le gusto.<br />

No se atreve a mirarme. ¡Qué vergonzoso!<br />

Fergus reprimió una carcajada ante el<br />

increíble ego de aquella “preciosidad” y


decidió esperar, en silencio, a ver hacia<br />

dónde le conducía todo aquello.<br />

Dove señaló hacia el bar con la cabeza<br />

mientras uno de los muchachos, el<br />

más canijo y escaso de dientes –Fergus<br />

no sabía si por el proceso de dentición<br />

propio de su corta edad o por la pérdida<br />

prematura, fruto de alguna pelea- se<br />

rió histéricamente mientras golpeaba a<br />

otro de sus colegas, que lucía en su cara<br />

el dibujo de los cardenales.<br />

Freddy se acercó un poco más a Fergus<br />

y le susurró, muy despacio, hablando<br />

en un inglés medianamente comprensible.<br />

- Hey, bruv –era su forma de expresar<br />

su recién forjada amistad-. Mira,<br />

nuestros colegas necesitan un favor. Es<br />

fácil. ¿Ves ese bar? -señaló el “Monkey<br />

Puzzle”- Entras. Compras cuatro cervezas.<br />

Nos las traes. Y todo bien. ¿Eh?<br />

-sonrió con autosuficiencia, con la certeza<br />

del que se sabe tremendamente listo.<br />

Y estaba Fergus pensando en cómo<br />

librarse pacíficamente de aquel tipo<br />

cuando “Sin Dientes” siseó, tirando saliva<br />

como un surtidor:<br />

- ¡Que no te entiende, Freddy! Encima<br />

de retrasado, friki. Mira su mochila.<br />

–apuntó con un dedo la bolsa de Aragorn<br />

que el chico llevaba con orgullo<br />

a su espalda y volvió a romper a reír y<br />

después a toser como si fuera a sacar los<br />

pulmones por la boca.<br />

Al cuerno con el autocontrol. Una<br />

chispa de vida recorrió cada centímetro<br />

de su cuerpo mientras la sonrisa de Fergus<br />

se ensanchaba inmensamente para<br />

dar la bienvenida al pequeño demonio<br />

que habitaba muy adentro.<br />

Sin pronunciar palabra se puso rumbo<br />

al bar. Apenas escuchaba las risas de<br />

fondo de aquellos pobres inútiles, obnu-<br />

M. C. Catalán - FERGUS FERGUSON <strong>Nº2</strong><br />

bilado como estaba por la adrenalina.<br />

¡Cómo había echado de menos esa sensación!<br />

Se aproximó a la barra del local, todavía<br />

no demasiado atestado, y se sentó<br />

con cuidada parsimonia en uno de los<br />

taburetes de madera.<br />

- Cuatro latas de Guiness, por favor.<br />

Mientras el camarero, un hombre<br />

alto y robusto como un vikingo, le traía<br />

la cerveza, se deleitó evocando aquella<br />

bebida oscura, fuerte, espumosa. Su favorita.<br />

Y una de las más caras, también.<br />

Pero, ¡qué demonios! Aquella ocasión<br />

con sus nuevos colegas valía de lejos la<br />

pena.<br />

Cuando tuvo las cuatro latas delante,<br />

bebió una de ellas de un solo trago, notando<br />

cómo calmaba la sed de la larga<br />

jornada. La segunda lata, en realidad,<br />

fue la que le dio el valor.<br />

Guardó los recipientes –incluidos los<br />

dos vacíos- en su mochila y se encaminó<br />

hacia los servicios.<br />

“Hay que ver lo rápida que es la Guiness<br />

llenando vejigas”.<br />

Vació por el retrete las latas que aún<br />

no se había bebido y volvió a completar<br />

las cuatro con un líquido similar a la<br />

cerveza.<br />

Salió del local sonriendo y, siendo<br />

amable con sus nuevos amigos, les ofreció<br />

las bebidas con una elegante inclinación<br />

de cabeza.<br />

- A vuestra salud, bruvs.<br />

“Cara de Croquis” rió como un asno<br />

y el resto se puso a cuchichear cosas en<br />

una lengua incomprensible pero hermosa.<br />

Y es que a Fergus todo le parecía<br />

bonito en aquellos momentos. Hasta la<br />

maldita jerga de barrio.<br />

Quizá hubiera sido ese el momento<br />

de correr. Quizá ese y no el segundo<br />

69


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

70<br />

siguiente. Ni el siguiente. Ni los diez<br />

posteriores que tardó el joven en contemplar<br />

cómo Freddy daba el primer<br />

trago, como el genio cuyo orgullo crece<br />

al admirar su obra recién acabada. Quizá<br />

hubiera sido ese el momento. Pero<br />

entonces Mr. Hyde no hubiera sido saciado<br />

y Fergus tampoco se encontraría<br />

en su actual situación, atrapado en una<br />

antigua mansión victoriana junto a uno<br />

de sus ídolos literarios -¡no hay mal que<br />

por bien no venga!<br />

Pero el caso es que el chico tardó demasiado<br />

y sólo reaccionó un segundo<br />

antes de que aquella horda de chavs enfurecidos<br />

se abalanzara tras él soltando<br />

improperios.<br />

Corrió tan rápido como le permitieron<br />

sus torpes piernas, tropezando a<br />

cada zancada y haciendo malabares<br />

para no resbalar en el bonito pero poco<br />

práctico empedrado, que aún brillaba<br />

por la humedad del ambiente.<br />

Si en algo podía ganar a esa panda,<br />

desde luego no era en forma física. Así<br />

que usó el cerebro y, evitando guiar a<br />

los marrulleros hasta su apartamento<br />

en Belgravia, junto a la Embajada Española,<br />

tomó otra ruta, haciendo el máximo<br />

número de requiebros posible.<br />

Ahora Hyde Park Crescent; ahora<br />

Gloucester Square; y en un tiempo récord<br />

para él, giraba la esquina con Radnor<br />

Place.<br />

A punto estuvo su ebria cabeza de<br />

cantar victoria, cuando oyó un ruido<br />

de pisadas y la voz de Freddy gritando<br />

barbaridades –algunas aterradoras y<br />

otras absurdas.<br />

Y Radnor Place se convirtió en un borrón<br />

de fachadas y coches mientras Fergus<br />

corría, lo suficientemente animado<br />

para responder:<br />

- ¡No te enfades, hombre! ¡Ahora estamos<br />

más unidos!<br />

Y tras una carcajada –más fruto del<br />

pánico que de lo cómico de la situación-<br />

se encontró de bruces con Radnow<br />

Mews, una calle estrecha y sin<br />

aceras, atestada de pequeñas casas de<br />

bajos tejados y furgonetas aparcadas de<br />

cualquier manera. Unos cuantos tiestos<br />

llenos de cuidadas flores hacían acogedora<br />

la destartalada estampa.<br />

Fergus divisó un escondrijo perfecto.<br />

Una rampa que descendía hacia un<br />

pequeño callejón en el que descansaba,<br />

tirado en el suelo, un enorme contenedor<br />

de basura.<br />

Se quedó allí agazapado, mirando un<br />

cartel en rojo que decía “Speed Limit<br />

5MPH”. Rezó a Chthulu, al Monstruo<br />

de Espagueti Volador y a todos los dioses<br />

hasta ahora conocidos…y esperó.<br />

- Y eso es lo último que recuerdo –susurró<br />

Fergus, sobrecogido por la noticia<br />

de su reciente defunción.<br />

- Ya sabemos el por qué de tu presencia.<br />

O más bien de tu ausencia –Poe<br />

rompió a reír-. Buena somanta la que<br />

te propinaron, muchacho -El escritor le<br />

tocó el hombro en señal de compasión,<br />

suavizando el agrio carácter de unos<br />

minutos atrás–. Lengua bífida, tunda<br />

rígida. Solía decirlo mi gran amigo<br />

Thomas English. Hasta que aconteció<br />

todo el escándalo con Osgood y Ellet. A<br />

pedirle fui una pistola, aterrado como<br />

estaba por aquel hermano bizco de Elizabeth<br />

Ellet, que amenazaba sin ningún<br />

reparo con acabar con mi vida. ¡Nunca<br />

te fíes de un bizco! Puede que no quiera<br />

matarte, pero nunca sabrás hacia donde<br />

apunta. El caso es que no quería ningún<br />

problema, pero aquel esperpento de


Ellet me importunaba hasta rozar el<br />

acoso. Repugnante. No pude sino rechazarla<br />

con desdén…<br />

Fergus mantenía la mirada fija en el<br />

hombre, que no parecía decir nada coherente.<br />

Nada importante. Salvo el hecho<br />

de que él, a su corta edad, estaba<br />

muerto. Y si sus recuerdos no le fallaban,<br />

a causa de un motivo bien estúpido.<br />

- Me tildó de mentiroso el muy arrogante<br />

de English, empujándome a una<br />

involuntaria pelea a puñetazos… –el<br />

hombre se alteraba más a cada palabra.<br />

Hasta que ocho preciosas y sonoras<br />

campanadas, procedentes del viejo reloj<br />

de pared que se encontraba a sus espaldas,<br />

lo sacaron de su trance.<br />

- ¡Oh! Ya son las ocho –Poe miró a<br />

Fergus con una sonrisa y abrió la puerta<br />

que conducía al exterior-. Ya puedes<br />

salir.<br />

El joven extendió una mano hacia<br />

la entrada, con la precaución de quien<br />

teme encontrarse con una barrera invisible<br />

–aún le dolía el golpe- y sintió la<br />

fría brisa de la mañana sobra su piel.<br />

Sintiéndose más libre que nunca, salió<br />

al exterior, alzó los brazos hacia el cielo<br />

y echó a correr en dirección a Belgravia,<br />

donde lo esperaba su colega Zack.<br />

- ¡No olvides regresar antes de las<br />

ocho de la noche! ¡O desintegrarás lo<br />

poco que queda de ti! –le gritó Poe desde<br />

la lejanía. Y se echó a reír, al tiempo<br />

que cerraba la puerta de la redacción.<br />

Durante el camino a casa, el joven<br />

descubrió que ser un cadáver no estaba<br />

tan mal. Ya no importaban lo semáforos,<br />

ni el tráfico, ni las multitudes. Sólo<br />

estaban él, el viento, su capacidad de<br />

atravesarlo todo y la recién adquirida<br />

velocidad de movimiento.<br />

M. C. Catalán - FERGUS FERGUSON <strong>Nº2</strong><br />

Así que llegó al apartamento sintiéndose<br />

poco más que un superhéroe. Sonrisa<br />

de oreja a oreja y ego por las nubes.<br />

Hasta que trató, fallidamente, de llevar<br />

a cabo algo tan sencillo como abrir la<br />

puerta de su vivienda, tras la que esperaba<br />

un Zack ansioso por la proximidad<br />

de su dueño.<br />

“Un momento. Él sí que nota mi presencia”,<br />

pensó con alivio. Hubiese sido<br />

problemático que una correa flotante<br />

sacara a pasear a su perro.<br />

- Colega, ¿me oyes? –se escuchó un<br />

gruñido al otro lado de la puerta–. Estoy<br />

aquí, chico. Buen chico. –Un ladrido–.<br />

Voy a intentar abrir. Pero está un poco<br />

complicado. -El nerviosismo de Fergus<br />

crecía con cada bufido del animal, que<br />

ahora rascaba la madera con ímpetu.<br />

Trató de concentrarse. Cerró los ojos<br />

y visualizó, como había visto en tantas<br />

películas, la sólida superficie de la puerta,<br />

las vetas de la madera y el tacto liso<br />

y frío de la manilla. Extendió las yemas<br />

de los dedos y…vacío.<br />

Se rindió y atravesó el umbral, desesperado<br />

por la incertidumbre de no saber<br />

si podría sacar a su perro de allí. Se<br />

agachó y, sujetando la cabeza del mestizo<br />

con ambas manos, lo miró directamente<br />

a aquellos ojos inteligentes.<br />

- Voy a buscar una solución –un gruñido–.<br />

Pronto. Antes de las ocho –un<br />

quejido–. Sí. Lo prometo.<br />

Y con un beso en la frente, se despidió<br />

de su amigo con la sensación de ser el<br />

muerto más inútil del mundo. Pese a la<br />

supervelocidad y esas cosas.<br />

De vuelta a la redacción, Poe escuchó<br />

pacientemente el problema del chico y<br />

puso un punto a su explicación con un<br />

“Ajam, ya veo”.<br />

- Entonces, ¿sabes lo que me ocurre?<br />

71


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

72<br />

- Pues claro, zoquete. No sé qué historia<br />

me has contado antes, pero tienes<br />

tanta idea como yo de la causa de tu<br />

muerte: ¡ninguna! Y más te vale averiguarlo<br />

pronto si quieres hacer algo útil<br />

durante las doce horas de realidad de<br />

las que dispones cada día.<br />

A Fergus se le cayó el mundo encima<br />

y, superado por la cantidad de acontecimientos<br />

de las últimas horas, dejó escapar<br />

una lágrima.<br />

- Tu carencia de aplomo me resulta<br />

molesta –sentenció el genio–. Vamos,<br />

chico. Te presentaré a un amigo.


Verde eléctrico<br />

por Cris Miguel<br />

¿Y si un desconocido se colara en tu<br />

coche? ¿Y si confiaras ciegamente<br />

en él? ¿Y si se acabara, inevitablemente,<br />

a la mañana siguiente?<br />

Estaba parada en el semáforo. “Cuantas<br />

más ganas tienes de llegar a casa,<br />

más tarda en ponerse en verde”, pensé.<br />

Me miré en el retrovisor retocándome<br />

el pelo. Llevaba las ventanillas subidas.<br />

Fuera ya hacía frío. La noche había caído<br />

algunas horas antes sobre el asfalto,<br />

sólo las farolas impedían que el negro<br />

inundara todo. El muñeco empezó a<br />

parpadear. Pisé el embrague y metí la<br />

primera. Lo empecé a soltar cuando la<br />

puerta del copiloto se abrió y se cerró<br />

con la misma velocidad. La diferencia<br />

es que había alguien recostado en el<br />

asiento. Me quedé unos segundos paralizada.<br />

No sabía cómo reaccionar. La<br />

razón se impuso finalmente.<br />

- ¿Qué coño haces? ¡Sal de mi coche!<br />

-le grité al desconocido.<br />

- Por favor, arranque, ellos me están<br />

buscando…<br />

- ¿Qué dices? ¿qué ellos? -pregunté.<br />

Parece que la razón como llegó se fue,<br />

porque me quedé pegada a esos ojos suplicantes<br />

que me pedían que confiara en<br />

ellos. Arranqué. El desconocido se sentía<br />

realmente nervioso. No paraba de<br />

mirar hacia atrás, buscando a sus perseguidores,<br />

supuse.<br />

- Nadie viene detrás, ¿dónde quieres<br />

que te deje? -pregunté, confiando en<br />

Cris Miguel - VERDE ELÉCTRICO<br />

que no sacara un cuchillo y me convirtiera<br />

en la enésima chica muerta de una<br />

serie de asesinatos perpetrados a chicas<br />

solitarias y confiadas en su coche.<br />

- No tengo a donde a ir, ellos me<br />

encontrarán. Si pudiera… su casa…<br />

-dudó. No era para menos. Un completo<br />

desconocido quería ir a mi casa.<br />

- ¿Quiénes son ellos? ¿De qué estás<br />

huyendo? -le pregunté. Sabía que no<br />

debía fiarme, pero había algo en él que<br />

hacía que lo creyera.<br />

- Es una larga historia. La prometo<br />

que no la haré daño. Sólo déjeme quedarme<br />

en su casa, sólo esta noche. Mañana<br />

por la mañana ya no estaré.<br />

- Pero… -le miré. Tenía los ojos de un<br />

verde eléctrico, quizás fueran lentillas.<br />

Me sorprendí a mí misma pensando<br />

en sus ojos en vez de preocuparme por<br />

si era, o no, una amenaza. A lo mejor era<br />

un ladrón o algo peor… Volví a mirarle,<br />

estaba tocándose el brazo derecho. Debió<br />

sentir mi mirada porque se giró.<br />

- Por favor -suplicó.<br />

Asentí. Justo a tiempo di un volantazo<br />

para esquivar el coche que venía de<br />

73


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

74<br />

frente. Parecía que no había visto nunca<br />

unos ojos verdes.<br />

Llegamos en diez minutos. Dejé mis<br />

cosas en el mueble de la entrada al mismo<br />

tiempo que le invitaba a pasar. Mi<br />

casa no era muy grande, al vivir sola me<br />

correspondía una con sólo un dormitorio.<br />

Cogí una lata de cerveza de la nevera<br />

y me senté en sofá. Le hice un gesto<br />

al desconocido para que me imitara. No<br />

sabía muy bien qué decirle. Las dudas<br />

navegaban en mi cabeza sin destino.<br />

- ¿Me vas a decir de qué estás huyendo?<br />

–me atreví a preguntar.<br />

- Cuanto menos sepa mejor –alcé las<br />

cejas-. Mire, no pretendo ser enigmático,<br />

pero no quiero meterla en líos. Suficiente<br />

ha hecho trayéndome a su casa.<br />

Me había descolocado completamente.<br />

Sin conocerme parecía que le<br />

preocupaba. Aunque claro yo le estoy<br />

ocultando, era normal que quisiera ser<br />

agradable.<br />

- Tutéame, por favor. A propósito, no<br />

me has dicho tu nombre –caí en la cuenta.-<br />

Yo soy Ana –le tendí la mano.<br />

- J.M. –Me la estrechó. Su tacto era<br />

suave pero firme.<br />

- ¿Quieres tomar algo? –le ofrecí levantándome<br />

y yendo a la cocina.<br />

No estaba segura si lo que hacía era<br />

una locura o civismo puro, pero J.M. me<br />

transmitía seguridad, confianza… Era<br />

realmente extraño, digno de una novela<br />

romántica, un cliché. J.M. había declinado<br />

mi oferta y ahora estaba sentada en<br />

la mesa, cenando lo primero que había<br />

encontrado en la nevera, con el desconocido<br />

enfrente observándome detenidamente.<br />

Me sentía ligeramente incómoda,<br />

pero a la vez tenía la sensación<br />

de que no me estaba juzgando que era<br />

pura curiosidad.<br />

- ¿Vives sola? –me preguntó<br />

- Sí –dije después de tragar.<br />

- ¿Por qué?<br />

- ¡¿Por qué?! –repetí-. Pues… porque<br />

quiero, supongo –su pregunta me había<br />

pillado totalmente desprevenida. ¿Me<br />

querrá sacar información para llamar a<br />

sus secuaces y robarme?<br />

- ¿Y por qué quieres estar sola? ¿No te<br />

gusta la compañía? –deseché la idea anterior,<br />

sus preguntas estaban inundadas<br />

de ingenuidad.<br />

- Sí, me gusta. Pero no he encontrado<br />

a nadie que quiera vivir conmigo. –Le<br />

di un mordisco a la manzana-. ¿Seguro<br />

que no quieres comer nada?<br />

- No… -dudó- No entiendo porqué<br />

nadie quiere vivir contigo, eres amable<br />

–dijo cargado de razones.<br />

- Sí, pero quizás no les baste sólo con<br />

eso –contesté. Me resultaba un poco rara<br />

la conversación, como no vi maldad en<br />

él, decidí seguirle el juego. De perdidos<br />

al río-. ¿Nos sentamos en el sofá?<br />

Había terminado de cenar, así que<br />

nos sentamos en el saloncito. Parecía<br />

que J.M. tenía ganas de hablar, y a mí<br />

no me sentaría mal charlar un poco. Me<br />

preguntó a qué me dedicaba, le expliqué<br />

todo lo concerniente a mi jornada<br />

laboral, qué hacía, cómo… Le hablé de<br />

mis compañeros y de mi jefa. Enlacé<br />

con la historia de mi familia, ya prácticamente<br />

inexistente. En definitiva, le<br />

conté toda mi vida a ese desconocido<br />

que me miraba con tanto interés. Supongo<br />

que es más fácil hablar con gente<br />

que no conoces, que no tiene una idea<br />

predeterminada sobre ti, sin prejuicios,<br />

sólo tu verdad… Sus ojos verdes no se<br />

apartaban de los míos ni un segundo, y<br />

llegué hasta imaginarme cómo sería yacer<br />

con él.


Realmente había perdido la cabeza:<br />

acojo a un completo desconocido en mi<br />

casa, le cuento mi vida en verso y ahora<br />

pensaba cómo sería acostarme con él…<br />

Lo mío era absolutamente patológico.<br />

Supongo que sería una de las muchas<br />

consecuencias de ser una soltera con un<br />

horario laboral extralargo.<br />

- ¿Qué piensas? –me preguntó. Claro,<br />

me había callado, así que le resultaría<br />

raro.<br />

- Nada, que soy una idiota… Te estoy<br />

aburriendo –aparté la mirada, estaba<br />

avergonzada por pensar como una adolescente.<br />

- No eres idiota, eres preciosa –dijo,<br />

acariciándome la mejilla con el dorso de<br />

su mano.<br />

- No… -me aparté incómoda- no te<br />

conozco –conseguí articular, me estaba<br />

poniendo muy…nerviosa.<br />

- Confía en mí –dijo, recuperando el<br />

hueco que había creado yo y cogiéndome<br />

la mano derecha.<br />

Le miré. Sus ojos irradiaban luz, y<br />

deseo, o quizás eso me lo estuviera<br />

imaginando. Entrelacé mis dedos con<br />

los suyos. ¿Por qué me inspiraba tanta<br />

familiaridad? Me gustaba, me gustaba<br />

mucho. ¿Cómo podía gustarme alguien<br />

que no conocía y del que no sabía nada?<br />

Yo no era de esas que creía en la química.<br />

Comprendo que para estar con<br />

alguien te tiene que resultar atractivo,<br />

pero eso no es química es atracción.<br />

Además, atracción salvaje. Lo disfrazan<br />

de química para distanciarse de los<br />

animales, pero realmente somos como<br />

ellos. Respondemos a nuestras necesidades.<br />

Decidí ser sincera, por el mismo<br />

motivo por el que le había contado mi<br />

vida, porque no le conocía. Porque él no<br />

esperaba nada de mí.<br />

Cris Miguel - VERDE ELÉCTRICO<br />

- Tengo miedo, no me van los rollos<br />

de una noche. Además tú tienes pintado<br />

en la cara que me darás problemas, y<br />

yo… estoy cansada, tengo treinta y cuatro<br />

años y ya…<br />

- ¡Olvídate de eso ahora! –me cogió<br />

la cara entre sus manos- Se que te gusto,<br />

deja que te haga feliz. Esta noche, al<br />

menos. –Enarqué las cejas- Te mereces<br />

ser feliz, eres una buena persona, puedo<br />

sentirlo.<br />

Le miré fijamente intentando descifrar<br />

si era un cuento para llevar a las<br />

chicas ingenuas como yo a la cama.<br />

Pero no vi ningún rastro de duda, creía<br />

firmemente lo que decía. Le seguí mirando<br />

fijamente y, aunque no respondí,<br />

supe que me había convencido. ¡Qué le<br />

vamos a hacer! Una es así de fácil, y de<br />

débil.<br />

- No me conoces… -dije por fin.<br />

- Pues déjame hacerlo –y me besó.<br />

Su lengua recorrió mi boca despacio,<br />

sin resultar intrusiva. Me agarré a su<br />

cuello y le besé más vívidamente. Su<br />

mano se deslizó poco a poco por todo<br />

mi cuerpo. Le acaricié su brazo, que<br />

tenía realmente duro. Me sorprendió<br />

porque, aun teniendo envergadura, no<br />

estaba muy musculado; Sin embargo<br />

debía estar tonificado para poseer ese<br />

tacto. Se arrodilló en la alfombra para<br />

quitarme los vaqueros, al mismo tiempo<br />

me desabroché la blusa. Suerte que<br />

siempre reparo en mi ropa interior. Le<br />

atraje hacia mí para quitarle la camiseta,<br />

y él se puso de pie para quitarse los<br />

pantalones; lo que me dio una visión<br />

privilegiada de su cuerpo entero. Mi<br />

deseo aumento. Me mordí el labio. Él se<br />

tendió sobre mí y comenzó un baile de<br />

caricias y besos donde la estrella invitada<br />

era mi cuerpo. Cuerpo que ya se<br />

75


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

76<br />

estaba contrayendo de placer. Debió de<br />

ser la falta de costumbre, pero estaba<br />

tan nerviosa y excitada que le aparté,<br />

incorporándome y sentándome a horcajadas<br />

encima de él. Ahora mis besos<br />

eran mucho más descontrolados. Noté<br />

que también estaba excitado. Y le propuse<br />

continuar nuestra función al dormitorio.<br />

Me cogió y me llevó en brazos hasta<br />

la cama. No dejó de besarme hasta que<br />

me soltó sobre ella. Se tomo un respiro<br />

tumbándose encima de mí, me miró.<br />

La verdad es que yo también necesitaba<br />

un minuto para respirar. Eran tan verdes<br />

que parecían artificiales. Me beso<br />

más dulcemente en la boca, en mi cuello;<br />

mientras me acariciaba, suavemente,<br />

pero a la vez con avidez. Recorrió<br />

mi cuerpo con su boca, prestando más<br />

atención a mis pechos. Siguió bajando<br />

por mi cintura. Yo miraba el techo, intentando<br />

desconectar de la intensidad<br />

que transmitíamos. En algún momento<br />

se las había ingeniado para desnudarme<br />

por completo. Continuó hasta que<br />

llego a mi pelvis. Me beso los muslos,<br />

los mordisqueó. Entró en mí con su<br />

mano, su tacto era frío, pero el contraste<br />

me gustó. Me sentía húmeda, él lo notó,<br />

aumento un poco el ritmo. Jadeé, ya me<br />

costaba respirar. Me acarició con más<br />

ternura y me besó, aunque eso no me<br />

tranquilizaba en absoluto. Me saboreó<br />

sin prisas, como si el reloj se hubiera<br />

congelado. Sin darme cuenta estaba de<br />

nuevo frente a mí. Ya no era consciente<br />

del tiempo y el espacio.<br />

- Eres… -intenté articular. Él me tapó<br />

la boca con la mano, evitando una avalancha<br />

de palabras incoherentes.<br />

Se puso de pie y se quito los bóxer.<br />

Me concentré en él, pero me resultó ex-<br />

tremadamente difícil no hacer comparaciones.<br />

Me besó de nuevo, tendido<br />

sobre mí, me apartó el pelo de la cara.<br />

Le hice girar para quedarme yo encima<br />

de él. Le acaricié el torso. Definitivamente<br />

estaba muy duro. Le besé el cuello,<br />

pero no me dejó seguir. Me colocó<br />

otra vez debajo y me penetró. Pude sentir<br />

que estaba igual de excitado que yo.<br />

Supo mantener el ritmo perfectamente.<br />

Me subió la pierna a su pecho y arremetió<br />

con insistencia. Me daba un poco de<br />

vergüenza, pero no pude evitar gemir.<br />

Realmente ya ni me oía a mí misma.<br />

Aumentó el ritmo, como si fuera capaz<br />

de seguir mi incontrolada respiración.<br />

De repente se paró, abrí los ojos. Me cogió<br />

por la cintura y me sentó encima de<br />

él sin dejar de moverse. Me colocó las<br />

caderas un poco más atrás, y tuve que<br />

apoyarme en la cama para no caerme.<br />

Aumento aún más el ritmo, ¿eso es posible?<br />

Y estalló embriagándome el éxtasis<br />

más puro y más consistente que había<br />

sentido nunca.<br />

Me tumbé desfallecida en la cama,<br />

sumergida en mi paz interior. Ahora<br />

no me importaba si era un desconocido,<br />

si era un ladrón o lo que fuera… Sólo<br />

estábamos él, yo y esta cama. Fuera de<br />

estas cuatro paredes podía estallar una<br />

guerra ahora mismo que yo no me iba a<br />

levantar. J.M. me miró, sonriendo.<br />

- ¿Te ha gustado? –preguntó acariciándome<br />

la mano, tumbándose a mi<br />

lado.<br />

- ¿Bromeas? Creo que todo el edificio<br />

se ha enterado de todo lo que me ha<br />

gustado –contesté, tenía la boca seca e<br />

iba poco a poco recuperando el aire.<br />

- Te traeré agua.<br />

Tras beber, nos dormimos profundamente<br />

abrazados el uno al otro.


La luz ya entraba por las persianas<br />

cuando me desperté. Como si me hubiese<br />

sentido J.M. abrió los ojos y me<br />

abrazó.<br />

- Buenos días –le besé-. Son las diez,<br />

¿quieres desayunar? –Él se desperezó y<br />

negó con la cabeza.- Pues yo necesito un<br />

café.<br />

Me levanté y fui a la cocina. Me calenté<br />

el desayuno mientras J.M. estaba en<br />

el baño, se estaría duchando porque me<br />

dio tiempo a terminarlo antes de que saliera.<br />

Dejé los cacharros en el fregadero<br />

y cuando me volví ya estaba en el salón.<br />

Me apoyé en la barra americana que nos<br />

separaba. Me puse seria, era hora de<br />

volver a la realidad.<br />

- ¿Qué piensas hacer? –noté un ligero<br />

tono de preocupación en mi voz.<br />

- Prefiero no pensar en eso ahora. ¿No<br />

lo has pasado bien conmigo? –asentí-.<br />

Entonces disfrutemos de lo que nos<br />

queda. –Bajé la mirada, negando con<br />

la cabeza- ¡Eh! Te dejaré en paz, me iré<br />

está mañana. –Me sujetaba el mentón-.<br />

Pero antes ven aquí.<br />

Me besó, rodeé la cocina para abrazarle.<br />

Tenía una extraña sensación. La<br />

magia de por la noche se había esfumado.<br />

Por la mañana siempre se ven las<br />

cosas con otros ojos. Notaba un peso en<br />

el estómago, incertidumbre.<br />

- ¿Y si no quiero que te vayas? –tuve<br />

el valor de decir.<br />

- ¿Por qué? –Me miraba extrañado,<br />

como si le hablara en otro idioma- ¿Por<br />

qué quieres que me quede? Si no me conoces…<br />

No soy nada para ti.<br />

- Lo sé, es raro… pero, siento… -No<br />

me dejó continuar, me puso sus manos<br />

en mi corazón, y me miró expectante.<br />

- ¿Cómo puedes sentir algo por mí?<br />

Cris Miguel - VERDE ELÉCTRICO<br />

–Habíamos vuelto a las preguntas ingenuas<br />

de anoche.<br />

- ¿Te parece raro? –dije cogiéndole las<br />

manos-. No digo que esté enamorada<br />

de ti, no soy tonta. Pero, ha sido tan especial…<br />

-No pude evitar sonreír.<br />

J.M. me cogió en brazos, esta vez<br />

como una princesa, y me llevó en volandas<br />

hasta la cama. De nuevo en nuestra<br />

guarida nos fundimos en besos. Habíamos<br />

abandonado el deseo salvaje de la<br />

noche anterior. Ahora lo hacíamos despacio,<br />

suave. Nos besamos sin dejar de<br />

abrazarnos, mirándonos a los ojos. Esa<br />

mañana me hizo el amor de la forma<br />

más romántica de toda mi vida. Fue<br />

preciso, detallista, yo intenté hacer lo<br />

mismo por él. Me dejó más que la noche<br />

anterior, y creo que logré hacerle disfrutar.<br />

La embriaguez duró muchísimo,<br />

como si nuestras esencias tampoco quisieran<br />

despegarse.<br />

- Dime de qué huyes –dije volviéndome<br />

hacia él, me apoyé en su pecho.<br />

- No quiero hacerte daño, es mejor<br />

que no lo sepas.<br />

- Pero… -dudé- quizás pueda ayudarte.<br />

- No, nadie puede ayudarme. –Me estrechó<br />

entre sus brazos.<br />

Estuvimos flotando en nuestra nube<br />

sin movernos, sólo nos acompañaba el<br />

ritmo de nuestra respiración.<br />

- ¿Eres feliz? –me preguntó de improviso.<br />

Le miré, ahora tenía los ojos más<br />

oscuros.<br />

- Sí… -dije sonriendo. Me besó en la<br />

frente.<br />

Dormitamos unos minutos. Volví a<br />

quedarme contemplando el techo. Nunca<br />

el silencio había sido tan placentero.<br />

Miré la hora, tenía que empezar a arreglarme<br />

si no quería llegar tarde a trabajar.<br />

77


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

78<br />

- Me voy a duchar –dije incorporándome,<br />

le miré, parecía ausente-. Puedes<br />

quedarte, no hace falta que te vayas<br />

ahora.<br />

- No quiero darte problemas, me iré<br />

hoy.<br />

- Como quieras –me levanté y me<br />

puse una camiseta, algo decepcionada.<br />

- Gracias por todo lo que has hecho<br />

por mí. –Sus ojos volvían a brillar.<br />

- Ha sido un placer –dije recuperando<br />

la sonrisa desde el cerco de la puerta-.<br />

No te vayas, salgo enseguida.<br />

- Te espero en el salón.<br />

La ducha me sentó genial, oí un ruido<br />

y supuse que había encendido la televisión.<br />

Me sequé el pelo y me maquillé ligeramente.<br />

Salí del baño y fui al dormitorio<br />

para vestirme. Con ropa limpia y<br />

oliendo a jabón llegué al salón. Un grito<br />

ahogado salió de mi garganta. J.M. estaba<br />

sentado como dijo, pero estaba…<br />

Le salía humo del oído derecho. Estaba<br />

desconectado.<br />

Una lágrima corrió rebelde por mi<br />

mejilla. Los pensamientos se agolparon<br />

en mi cabeza. No había comido, ni<br />

bebido… Creía que sería capaz de distinguirlos.<br />

Era tan humano. Me arrodillé<br />

en el suelo junto a sus piernas. No<br />

podía ser cierto. Nunca había tenido la<br />

oportunidad de ver uno de ese tipo tan<br />

de cerca, por eso no lo diferencié. Por<br />

eso huía, era un rebelde. Mi cerebro se<br />

estrujaba intentando buscar todas las<br />

respuestas, cuando llamaron a la puerta.<br />

Me levanté conmocionada y abrí.<br />

- Hola señora, ¿podemos pasar? Hemos<br />

recibido la señal de un robot defectuoso<br />

aquí.<br />

- Sí, pasen. –Me hice a un lado para<br />

dejarles entrar. Eran cuatro. Dos se dedicaron<br />

a examinarle, mientras un tercero<br />

tomaba nota, el cuarto estaba delante de<br />

mí hablándome-. ¿Perdón, qué decía?<br />

- Sí, la preguntaba que cómo era posible<br />

que haya llegado un robot de estas<br />

características a su salón.<br />

- Pues verá… Yo no sabía, creía que<br />

era… -¿un robot?-. ¿Por qué ha escapado<br />

de sus dueños? –me atreví a preguntar.<br />

- No es asunto suyo, pero lamentablemente<br />

la tirada a la que pertenece parece<br />

tener ciertos fallos y tienden a poseer<br />

demasiada independencia y creatividad.<br />

- Pero… Es de los más caros, ¿no?<br />

¿Para qué lo utilizaban?<br />

- Era… digamos el entretenimiento<br />

de una señora rica. –Abrí los ojos de par<br />

en par-. Verá, se está avanzando mucho<br />

en esta materia, los más afortunados<br />

tienen los mejores ejemplares, y los más<br />

parecidos a los humanos; Sin embargo,<br />

como le he dicho, ha habido problemas.<br />

Lamento muchos las molestias que le<br />

haya podido causar.<br />

- Me engañó completamente –disimulé-.<br />

¿Cómo puede manipular un robot?<br />

- Están programados para saber las<br />

necesidades de su dueño, quizá por eso<br />

le haya parecido que la manipulaba,<br />

realmente sólo la estaría leyendo. Así<br />

pueden complacer a sus propietarios<br />

sin que haga falta que éstos lo expresen<br />

en voz alta. Pero estese tranquila, no dejan<br />

de ser máquinas por mucho que su<br />

apariencia diga lo contrario.<br />

- Vaya, estoy un poco desconcertada<br />

–dije, aunque era un gran eufemismo.<br />

- Lo lamentamos mucho, será compensada<br />

por este incidente. Que tenga<br />

un buen día.<br />

Tal como vinieron se fueron, llevándose<br />

con ellos lo que había sido J.M.


No podía hablar más de la cuenta,<br />

rápidamente las fuerzas de la ley te<br />

metían en su programa especial. Pero,<br />

dentro de mí, sabía que las cosas se les<br />

estaban yendo de las manos.<br />

Me senté en el sofá. Me sequé las lágrimas<br />

que caían por mis mejillas. Veía<br />

robots todos los días, se encargaban de<br />

coger las llamadas en el trabajo, había<br />

camareros o asistentas. Pero eran distintos,<br />

eran claramente máquinas. No<br />

como él. Ahora podía entender toda su<br />

actitud. Estaba huyendo de ellos. Había<br />

conseguido desconectar su detector<br />

de posición durante horas, debía de ser<br />

muy autónomo. Absorbí por la nariz.<br />

Dijeran lo que dijeran, pude sentir que<br />

no era una máquina. Sabía que estaba a<br />

punto de conectarse la autodestrucción,<br />

la que se activa tras varias horas de desaparición<br />

del robot, por eso se despidió<br />

de mí. Eso no lo hace una máquina.<br />

Ahora entendía porqué no había comido<br />

ni bebido… Porqué hacía ese tipo de<br />

preguntas. Cogí un pañuelo. ¿Cómo podían<br />

hacerles eso? Eran esclavos. Y, por<br />

lo poco que había visto en JM, tenían<br />

sentimientos<br />

Cris Miguel - VERDE ELÉCTRICO<br />

79


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

80<br />

Picadilly Tales “El laberinto”<br />

Un investigador de lo paranormal, personajes enigmáticos, una chica que<br />

arrastra un misterio, la presencia de “lo extraño” en la niebla, un laberinto…<br />

¡Estás de suerte! Has encontrado una buena historia. ¿Te atreves a entrar?<br />

por A. C. Ojeda<br />

Bendito el que encuentra en la rutina lo<br />

justo y necesario para seguir viviendo. Yo<br />

no. Es esa incapacidad de saciarme con lo<br />

cotidiano lo que me lleva a situaciones como<br />

estas. Tengo que cambiar de hábitos o terminarán<br />

por cambiarme de barrio ellos a mí.<br />

I<br />

Solía quedarme hasta altas horas de<br />

la madrugada encerrado en mi despacho,<br />

poniendo en orden las ideas referentes<br />

al caso que estuviera llevando<br />

en ese momento. Despertar sobre el escritorio<br />

de mi oficina no era nada fuera<br />

de lo normal, pero esa noche tenía otros<br />

planes.<br />

Christine me envió un correo hace<br />

unas semanas insistiendo en la necesidad<br />

urgente de vernos. No podía negarme<br />

a cenar con una vieja compañera<br />

de la facultad a la que no veía desde que<br />

se fue de la ciudad en busca de trabajo.<br />

Siempre hubo una relación especial<br />

entre nosotros, aunque ninguno de los<br />

dos quisiera reconocerlo. No insistí en<br />

el motivo de nuestra cita, me limité a<br />

contestar aceptando su invitación. Era<br />

un placer compartir mesa y mantel con<br />

ella. Además me serviría como excusa<br />

para desconectar durante unas horas<br />

del trabajo. Una cena en la mejor compañía<br />

que pudiera imaginar.<br />

Me encontraba terminando de ordenar<br />

todos los papeles que había sobre la<br />

mesa, cuando sonó el teléfono. Las agujas<br />

del reloj me recordaban que había finalizado<br />

mi jornada laboral hacía unos<br />

quince minutos, así que opté por no hacer<br />

caso a la llamada. Me fui sin ningún<br />

tipo de remordimiento por no descolgar<br />

el auricular. No insistieron, por lo tanto<br />

supuse que no era importante. Segura-


mente llamarían al día siguiente.<br />

Así qué apagué las luces, cerré la<br />

puerta con llave y bajé las escaleras a<br />

toda prisa. Chris me estaba esperando<br />

y yo estaba deseando llegar a nuestro<br />

encuentro.<br />

II<br />

No fui especialmente cuidadoso<br />

en la elección de mi atuendo. Nos conocíamos<br />

desde hace bastante tiempo,<br />

por lo que no necesitábamos aparentar<br />

nada. En cuanto llegué a casa, saqué lo<br />

primero que encontré en el armario y<br />

me lo puse. Sólo había una cosa que no<br />

podía faltar; mi sombrero.<br />

Se ha convertido en un apéndice de<br />

mi cuerpo, me ayuda a meterme en el<br />

papel. Todos los detectives e investigadores<br />

que aparecen en las novelas llevan<br />

uno. Yo no puedo ser menos. Me<br />

gusta llevarlo aunque no esté trabajando.<br />

Además, aunque resulte feo decirlo,<br />

me queda de maravilla.<br />

Armado con mi pequeño sombrero<br />

a lo Sinatra, pulsé el mando a distancia<br />

que abría las puertas de mi coche. Me<br />

acomodé en el asiento del conductor,<br />

metí la llave y giré la muñeca. El motor<br />

rugió como un león de cacería.<br />

Iba tan excitado por la situación que<br />

ni siquiera prestaba atención a la carretera.<br />

A punto estuve de atropellar a una<br />

pareja en un paso de peatones. No vi la<br />

luz roja del semáforo, ni a ellos. Después<br />

de vario sustos conseguí llegar al<br />

restaurante donde habíamos quedado<br />

sin sufrir, ni provocar, ningún accidente.<br />

Dejé mi coche en el aparcamiento y<br />

me dirigí hacia la puerta de entrada.<br />

Mientras me ajustaba la corbata se<br />

acercó una joven, vestida de uniforme,<br />

a preguntarme.<br />

A. C. Ojeda - PICADILLY TALES “EL LABERINTO”<br />

- ¿Espera usted a alguien, caballero?<br />

- En efecto. Tengo una reserva para<br />

esta noche a nombre de Damián Dolz.<br />

- Déjeme comprobar la lista. Así es, si<br />

quiere puede esperar dentro.<br />

- Se lo agradezco, pero prefiero aguardar<br />

aquí a que venga mi acompañante.<br />

- Como usted quiera, señor.<br />

La chica parecía molesta tras oír mis<br />

palabras. Pero necesitaba prepararme<br />

un poco mentalmente antes de recibir a<br />

Christine. Llevábamos demasiado tiempo<br />

sin vernos y, aunque pareciese una<br />

tontería, estaba nervioso como en una<br />

primera cita.<br />

Hacía tiempo que había dejado de<br />

fumar, pero en momentos como este<br />

lo echaba de menos. La espera se hacía<br />

eterna, a ella le gustaba llegar tarde y yo<br />

era un adicto a la puntualidad. El cóctel<br />

perfecto para que un infarto fuese lo<br />

único que me sorprendiese esa noche.<br />

Cuando estaba a punto de ir a por<br />

una cajetilla de cigarrillos, un taxi paró<br />

a escasos centímetros de mis pies. No<br />

podía ver quién iba dentro, aunque lo<br />

intuía. La puerta se abrió y lo único que<br />

pude escuchar del interior fue una voz<br />

femenina dando las gracias al conductor.<br />

Poco después unos tacones asomaban<br />

bajo la puerta trasera del vehículo y<br />

mis venas empezaban a helarse.<br />

“¿Tacones?”, pensé, mientras intentaba<br />

tranquilizarme. Nunca antes la había<br />

visto tan arreglada. ¿Qué tendría de especial<br />

esta ocasión? Todo empezaba a<br />

ser demasiado confuso.<br />

Lo que tenía ante mí no era una alucinación.<br />

Christine estaba irreconocible.<br />

Un vestido largo de color rojo sangre<br />

cubría su cuerpo, el cual no recordaba<br />

tan perfilado. Los tacones, del mismo<br />

tono, debían tener al menos unos diez<br />

81


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

82<br />

centímetros de altura. Era obvio que había<br />

cambiado, aunque no me disgustaba<br />

en absoluto.<br />

- ¡Pareces otra Chris! –dije sin salir del<br />

asombro.<br />

- Me ha sentado bien estar fuera de<br />

este vertedero. Conocer mundo. Ya<br />

estaba cansada de las viejas calles mohosas<br />

y el horrible clima londinense –<br />

sentenció, mientras caminábamos hacia<br />

nuestra mesa.<br />

Llegamos y un camarero muy amable<br />

retiró nuestras sillas. Esperé a que ella<br />

tomase asiento y a continuación hice lo<br />

mismo.<br />

- Tan caballero como siempre, querido<br />

Damián. Nunca aprenderás –lamentaron<br />

aquellos labios inundados de carmín<br />

rojo.<br />

Tengo que reconocer que no me gustó<br />

en absoluto oír esas palabras. Estaba<br />

claro que aquella mujer no era la misma<br />

que un día cruzó las fronteras para<br />

buscarse la vida. Me preguntaba qué le<br />

habría pasado para dar ese cambio radical,<br />

esperaba descubrirlo con un poco<br />

de conversación tras la cena, pero por lo<br />

que pude comprobar no venía a perder<br />

el tiempo.<br />

- Sr. Dolz. ¿Así te llaman tus clientes?<br />

- Parece mentira Chris, tú puedes llamarme<br />

Damián o cómo te dé la gana.<br />

- Por si no te has dado cuenta, pequeño,<br />

vengo a contratar tus servicios.<br />

¿Acaso pensabas que tanta urgencia se<br />

debía a otro asunto?<br />

- Eh... No, claro que no –mentía como<br />

un bellaco. Desde que recibí el correo<br />

fantaseaba con la idea de un encuentro<br />

subido de tono. Como ya dijo ella nada<br />

más vernos, nunca aprenderé.<br />

- Pobre Damián, no has cambiado<br />

desde la última vez que nos vimos.<br />

- ¿Puedes decirme de una vez para<br />

qué me has traído aquí? –tanta vacilación<br />

empezaba a cansarme. Además,<br />

desde el mismo momento en que rompió<br />

todas mis esperanzas, no me apetecía<br />

permanecer allí ni un segundo más.<br />

- No hace falta ponerse tenso, vamos<br />

a tener tiempo para todo.<br />

El reencuentro había perdido todo<br />

el interés. Decidí disfrutar de la cena<br />

y atender a Chris como lo que era, una<br />

clienta más.<br />

Una vez que el camarero hubo tomado<br />

nota de nuestra cena en su lujosa<br />

libreta negra con filigranas doradas, se<br />

marchó. Fue entonces cuando Chris comenzó<br />

a hablar sobre aquello que tanto<br />

le preocupaba.<br />

Dos horas, ese fue el tiempo que estuvo<br />

hablando sin parar. Yo no quería<br />

interrumpirla, no quería que se dejase<br />

en el tintero ningún dato. Si algo había<br />

aprendido después de varios casos es la<br />

importancia de los pequeños detalles.<br />

He resuelto algunos sucesos complicados<br />

basándome exclusivamente en esos<br />

aspectos minúsculos. Había tomado<br />

algunas anotaciones en una servilleta.<br />

No había traído mi habitual agenda de<br />

apuntes porque tenía en la cabeza otro<br />

plan para esa noche, diferente por completo<br />

al que ella me propuso desde el<br />

momento en que se bajó del taxi.<br />

Tras la charla, aceptó mi invitación a<br />

una copa. Quería llevarla a mi terreno,<br />

no me sentía cómodo entre tanto lujo.<br />

Esta vez yo sería su chófer y el destino<br />

era mi bar de cabecera: el Savoy.<br />

Lo que ocurrió esa noche, prefiero no<br />

recordarlo.<br />

III<br />

La mañana después al reencuentro


seguía bastante confuso. Tenía una nube<br />

de ideas que no hacía más que corretear<br />

por mi mente. Decidí no preocuparme<br />

mucho por todo lo acontecido la noche<br />

anterior y me fui al despacho.<br />

No quería pensar en el encargo de<br />

Chris hasta que no estuviera más tranquilo.<br />

Por un día quería ser consciente<br />

del camino que había de casa a la oficina.<br />

Así que encendí la radio y comenzó<br />

a sonar Highway to Hell, la mañana<br />

empezaba bien.<br />

Aún con la cantinela de los rockeros<br />

australianos en mis labios abrí las puertas<br />

del Savoy. Desde la barra, Jerome<br />

me preguntó si quería lo de siempre.<br />

Asentí con la cabeza.<br />

- Menuda juerga la de anoche, Dolz.<br />

- No seas impertinente Jero y sírveme<br />

ese maldito café.<br />

- No se ponga bravo conmigo, no soy<br />

yo su enemigo.<br />

- Lo sé Jero. Tengo la sensación de haber<br />

pasado una mala noche y que el día<br />

puede ser aún peor.<br />

- Hala, ahí tiene. Tenga cuidado que<br />

aún está caliente. Ya verá como después<br />

de esto se siente mucho mejor.<br />

- Gracias Jero, cóbrate. Puedes quedarte<br />

con el cambio.<br />

Se dio la vuelta para guardar las monedas<br />

en la caja registradora. Yo me<br />

tomé el café a toda velocidad, tanta que<br />

casi me quemo el cielo de la boca, y<br />

abandoné el bar en dirección al trabajo.<br />

No había nadie esperando en la puerta.<br />

Nadie para darme una bienvenida<br />

cálida. Un simple escritorio rebosante<br />

de documentos con un ordenador en<br />

uno de sus extremos; El teléfono justo<br />

en la esquina opuesta al monitor y una<br />

silla tras él. En la otra orilla, la que estaba<br />

frente a mí, yacían dos sillas de invitados.<br />

A. C. Ojeda - PICADILLY TALES “EL LABERINTO”<br />

A menudo estaban vacías, raro era<br />

el día que venía alguien a hacerme una<br />

consulta o encargarme alguna investigación.<br />

El mundo de lo paranormal estaba<br />

sufriendo una campaña de descrédito<br />

y eso afectaba seriamente a mis ingresos.<br />

A pesar de todo siempre conseguía<br />

arreglármelas para sobrevivir un mes<br />

más.<br />

Con la esperanza de que esa mañana<br />

fuese productiva, encendí el ordenador<br />

y me dispuse a ojear los expedientes<br />

que tenía sobre la mesa. Algunos eran<br />

casos sin resolver que un buen amigo<br />

de Scotland Yard se encargada de suministrarme<br />

de manera clandestina. Nadie<br />

podía enterarse de la existencia de<br />

esos papeles.<br />

Me sobresaltó el teléfono. En mitad<br />

del silencio el sonido se hace aún más<br />

insoportable, así que rápidamente descolgué.<br />

- Inspector Dolz, ¿qué desea?<br />

- Buenos días, caballero -dijo una voz<br />

masculina bastante grave-. ¿Es usted el<br />

afamado investigador de sucesos extraños?<br />

- Aunque no es esa la definición, si. La<br />

acepto. ¿En qué puedo ayudarle?<br />

- No sé exactamente como decírselo,<br />

llevo días observando algo extraño que<br />

sucede frente a mi casa. -La cosa empezaba<br />

a ponerse interesante.- Vivo en<br />

una zona con bastante trasiego de viandantes<br />

y, por motivos de trabajo, siempre<br />

voy demasiado ocupado como para<br />

fijarme en lo que ocurre a mi alrededor.<br />

- ¿En qué trabaja usted exactamente?<br />

-le pregunté para ver si podía obtener<br />

más información acerca de aquella misteriosa<br />

voz.<br />

- No creo que eso sea relevante, déje-<br />

83


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

84<br />

me seguir sin interrumpirme.<br />

- Lo siento, no pretendía ser grosero.<br />

-No podía cometer ninguna torpeza,<br />

hacía mucho tiempo que no entraba<br />

ningún expediente nuevo entre las paredes<br />

de mi despacho.<br />

- Como iba diciéndole, soy una persona<br />

poco observadora. Pero hace unos<br />

días algo llamó mi atención. Frente a mi<br />

jardín, en una pequeña parcela abandonada,<br />

ha surgido lo que parece ser un<br />

laberinto de setos. Todos perfectamente<br />

podados y alineados.<br />

En aquel momento tenía a un hombre<br />

al teléfono preocupado por la aparición<br />

de un laberinto en un terreno abandonado<br />

junto a su casa. Llegué a pensar<br />

que se trataba de una broma, pero su<br />

voz no daba esa sensación.<br />

- Desde arriba no puede verse nada,<br />

he intentado mirar con unos prismáticos<br />

desde la parte superior de mi casa<br />

pero es imposible. Otra de las cosas que<br />

me inquietan es que sólo parece tener<br />

un acceso.<br />

Eso no me preocupaba, ese tipo de<br />

construcciones no siempre tenían una<br />

entrada y una salida. Había veces que<br />

la entrada se usaba al mismo tiempo<br />

como salida. No comprendo muy bien<br />

cuál es el divertimento de adentrarse en<br />

un lugar así.<br />

- ¿Ha visto usted entrar a alguien?<br />

-lancé mi pregunta.<br />

- Sí, pero sólo eso.<br />

- ¿A qué se refiere con “sólo eso”?<br />

- Señor Dolz, me refiero a que sólo he<br />

visto personas entrando en el laberinto.<br />

Nunca vi a nadie salir de él.<br />

En ese mismo instante un escalofrío<br />

recorrió todo mi cuerpo. Por muy acostumbrado<br />

que estuviese a tratar este<br />

tipo de temas, siempre se me ponía<br />

la piel de gallina cuando me explicaban<br />

las características del caso.<br />

- ¿Está usted seguro de eso que está<br />

diciendo?<br />

- Totalmente seguro.<br />

- Dígame la dirección exacta de su domicilio<br />

y ahora mismo me dirijo hacía el<br />

lugar de los hechos.<br />

Apunté en mi agenda el lugar exacto<br />

dónde se encontraba aquel misterioso<br />

laberinto y sin más dilación me puse en<br />

camino. La verdad sea dicha, este asunto<br />

tenía buena pinta.<br />

IV<br />

Allí estábamos mi coche, mi sombrero<br />

y yo. Estacionados a escasos metros del<br />

punto exacto en el que ocurrían los extraños<br />

acontecimientos. Tenía una vista<br />

privilegiada desde allí. El ángulo alcanzaba<br />

desde la entrada al laberinto hasta<br />

la casa de la que procedía la llamada.<br />

No necesitaba bajar del vehículo para<br />

hacer mi peculiar turno de guardia.<br />

Pasaron las horas y allí no ocurría<br />

nada extraño. Varios perros se acercaron<br />

a los arbustos para descargar su vejiga,<br />

pero nada más.<br />

Alguien dio un par de golpes en el<br />

cristal de la ventanilla. En un primer<br />

momento pensé que era un agente que<br />

venía a multarme, para evitarlo bajé a<br />

toda prisa el cristal.<br />

- No sé preocupe Sr. Dolz -dijo aquel<br />

al que reconocí como la voz misteriosa<br />

con la que había hablado horas antes.<br />

- ¿Cómo me ha reconocido?<br />

- Lleva más de tres horas aparcado en<br />

el mismo sitio sin salir de su automóvil<br />

ni para ir estirar las piernas. ¿Cree qué<br />

es algo habitual por esta zona?<br />

Tenía razón. Si mi intención era pasar<br />

desapercibido estaba consiguiendo to


talmente lo contrario.<br />

- ¿Qué le parece señor si le invito a un<br />

café y le cuento más acerca de ese laberinto?<br />

Acepté, sin rechistar. No había sido<br />

capaz de sacar ninguna prueba concluyente<br />

en todo el tiempo que estuve esperando<br />

dentro del coche, por lo que no<br />

vi ninguna pega en acompañarle.<br />

- No sé si usted ha llegado a creer mis<br />

palabras señor Dolz.<br />

- Claro que le creo. He asistido casos<br />

más extraños que este. Puede estar tranquilo,<br />

ha contactado usted con el mejor<br />

profesional del país en cuanto a fenómenos<br />

paranormales se refiere.<br />

- No sabe cuánto me alegro.<br />

- Mi deber es investigar hasta esclarecer<br />

los hechos. Arrojar luz en todo<br />

aquellos que ignoramos. Desvelar los<br />

misterios que se presentan ante nosotros<br />

sin previo aviso.<br />

- Se le ve todo un profesional en la<br />

materia, Dolz.<br />

- Intento serlo, aunque no siempre se<br />

consigue. Hay veces que las cosas no salen<br />

como están previstas.<br />

- Pensé que un investigador era más<br />

cauteloso en sus actos.<br />

- Ya le he dicho que son las cosas las<br />

que no salen como están previstas, no<br />

las actuaciones humanas. En el mundo<br />

de lo paranormal el problema no está en<br />

lo que se ve, si no en lo que hay tras el<br />

telón que cubre al misterio.<br />

Mientras conversábamos, habíamos<br />

atravesado varias estancias hasta llegar<br />

a una pequeña habitación acogedora<br />

que contrastaba, notablemente, con el<br />

resto de la casa. No había que ser demasiado<br />

avispado para darse cuenta<br />

que era ahí donde este hombre hacía<br />

su vida. El resto de las habitaciones por<br />

A. C. Ojeda - PICADILLY TALES “EL LABERINTO”<br />

las que habíamos transcurrido parecían<br />

estar sin vida, siendo el frío el único habitante<br />

en ellas.<br />

- Siéntese aquí. Desde esta ventana se<br />

puede ver perfectamente la entrada a<br />

ese sitio.<br />

Sin saber bien cómo, la niebla se había<br />

adueñado de la calle. No se veía nada,<br />

sólo la tenebrosa silueta de lo que parecían<br />

ser unos árboles en formación. Intentar<br />

observar algo más desde allí era<br />

inútil.<br />

Me sorprendió con un pequeño carrito<br />

de madera en el que transportaba<br />

una bandeja con dos tazas.<br />

- Aquí tiene, el café que le prometí.<br />

-Al observar que no podía conseguir<br />

nada desde aquella ventana, el café y<br />

una buena charla eran mi único plan.<br />

- Entonces, ¿cada cuanto tiempo suelen<br />

tener lugar esos avistamientos de<br />

los que habla? -le pregunté con descaro.<br />

- Pues si le digo la verdad es algo que<br />

no controlo. Paso mucho tiempo sentado<br />

en el sillón donde usted se encuentra<br />

ahora mismo. Me apasiona la lectura,<br />

una vez que empiezo no paro, pero<br />

últimamente me distraen esas extrañas<br />

visiones.<br />

- No sé preocupe, le doy mi palabra<br />

de que descubriré el secreto escondido<br />

entre esos árboles.<br />

La conversación no dio para mucho<br />

más. El pobre hombre, enredado en la<br />

tinta de aquellos libros, tampoco prestaba<br />

mucha atención a lo que allí pasaba.<br />

Demasiada fue su valentía para llamar<br />

y contarme lo que estaba ocurriendo.<br />

V<br />

Una vez fuera pude contemplar la majestuosidad<br />

de aquel palacete. Me despedí<br />

del empedernido lector, que alzaba<br />

85


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

86<br />

su mano desde la puerta, y empecé a caminar<br />

en dirección al coche.<br />

¿Qué clase de investigador sería si no<br />

me adentrase -literalmente- en el lugar<br />

de los hechos? Me armé de valor y dirigí<br />

mis pasos hacia el laberinto. Tras atravesar<br />

una densa niebla me encontré justo<br />

delante de la puerta. Había un marco<br />

de madera a modo de entrada con una<br />

inscripción en la parte superior en una<br />

lengua incomprensible. He de reconocer<br />

que en ese momento se me pusieron<br />

todos los vellos de punta y no precisamente<br />

por el frío. Una simple mirada al<br />

interior bastaba para ello.<br />

Desde mi posición podía adivinar un<br />

largo pasillo de paredes verdes con el<br />

suelo de arena. Para estar en plena calle,<br />

daba una sensación claustrofóbica inexplicable.<br />

No me gustaba ni un pelo todo<br />

aquello y se me había hecho tarde, por<br />

lo que di marcha atrás sobre mis pasos.<br />

Mis pies iban frenéticos hacia el coche.<br />

Parecían estar ellos más asustados<br />

que yo, no podía controlarlos. Empecé<br />

a buscar las llaves dentro del abrigo y<br />

di con ellas. Justo antes de abrir giré la<br />

cabeza y allí estaba él. En su ventana, en<br />

el mismo sitio donde yo había tomado<br />

una taza de café minutos antes, mirándome.<br />

Abrí corriendo el coche, me senté<br />

y arranqué sin perder más tiempo, quería<br />

salir de allí cuanto antes, todo empezaba<br />

a inquietarme demasiado.<br />

VI<br />

Llegué al despacho después de conducir<br />

como un loco. No quise fijar la<br />

vista en lo que dejaba atrás por miedo<br />

a llevarme una sorpresa aún mayor. No<br />

paré hasta llegar al edificio de oficinas<br />

en el que tenía mi pequeño refugio. Una<br />

vez allí, encendí el ordenador y empecé<br />

a buscar casos parecidos. Un laberinto<br />

no aparece de la noche a la mañana y<br />

si realmente se esconde algo macabro<br />

tras esas supuestas desapariciones, habría<br />

alguna publicación en los tabloides<br />

locales.<br />

Nada, eso es lo que decían los medios.<br />

No había ni rastro de un laberinto misterioso<br />

en el que todo el que entra nunca<br />

sale. Busqué en Internet y no aparecía<br />

nada que me hiciera sospechar. Llamé<br />

a los contactos que tenía en diferentes<br />

redacciones de periódicos, nadie había<br />

oído hablar del asunto.<br />

Entonces pensé que lo mejor sería llamar<br />

a mi confidente en Scotland Yard.<br />

No podía creer lo que el frío auricular<br />

del teléfono me escupía directamente al<br />

oído. Él tampoco sabía nada, sus palabras<br />

fueron: “No hay denuncias que se<br />

aproximen a los parámetros que me comentas”.<br />

Odiaba su maldita jerga protocolaria.<br />

Sin pistas que seguir, la única solución<br />

pasaba por volver al laberinto.<br />

Volver a aquella pequeña mansión e intentar<br />

sacar más información. Si estaba<br />

pasando algo, tendría que entrar para<br />

averiguarlo.<br />

VII<br />

Con todas las ideas aún dando vueltas<br />

en mi cabeza decidí que lo mejor era<br />

ir a casa a descansar. El reloj ya marcaba<br />

las ocho y la única luz que alumbraba<br />

mi ventana era el tímido destello que<br />

conseguía atravesar la espesa niebla.<br />

Entonces, el teléfono sonó de nuevo.<br />

Esta vez un impulso me hizo abalanzarme<br />

sobre él. Quizás era aquel hombre<br />

con noticias nuevas sobre el laberinto.<br />

Quizás alguien había entrado y había<br />

conseguido salir, resolviendo así todo el


misterio que tuviera el asunto.<br />

- Dolz al habla, ¿quién es? -tras unos<br />

segundos, contestó una voz familiar.<br />

- Señor, tengo que marcharme.<br />

- ¿Cómo dice? ¿Quién es usted?<br />

- Soy Williams, ha tomado café en mi<br />

casa esta tarde. -Al fin conocía su nombre,<br />

Williams. No entiendo cómo podía<br />

haber pasado por alto hasta ahora haberle<br />

preguntado cómo se llamaba.<br />

- ¿Dónde tiene que marcharse Williams?<br />

-no entendía nada de lo que estaba<br />

pasando. Tenía muchas preguntas<br />

y él demasiada prisa por lo que pude<br />

comprobar.<br />

- Señor Damián Dolz, encontrará usted<br />

una carta con todo lo que debe saber.<br />

Acuda en cuanto pueda al sitio en<br />

el que nos reunimos por primera y última<br />

vez.<br />

Y después de eso, el silencio.<br />

VIII<br />

No sabía qué hacer. Me quedé totalmente<br />

paralizado después de la llamada<br />

y de repente me di cuenta de que<br />

aquel misterioso hombre, ahora llamado<br />

Williams, me llamó por mi nombre.<br />

¿De dónde había sacado tal información?<br />

No recuerdo haberlo mencionado.<br />

No tengo cartel en la oficina, no tengo<br />

anuncio en ningún periódico. Mis<br />

clientes suelen ser personas demasiado<br />

discretas.<br />

Había muchas cosas que no encajaban,<br />

pero si no las resolvía esa misma<br />

noche iba a ser incapaz de dormir tranquilo.<br />

Y falta me hacía una noche tranquila.<br />

Por el camino intenté atar cabos, pequeñas<br />

pistas que había recogido sobre<br />

el terreno. ¿Qué serían esas letras que se<br />

encontraban justo encima de la puerta?<br />

A. C. Ojeda - PICADILLY TALES “EL LABERINTO”<br />

¿Por qué no vi a nadie cuando estuve<br />

de vigilancia? ¿Qué miraba Williams<br />

cuando me iba de su casa?<br />

IX<br />

En Londres, la niebla apenas deja ver<br />

a más de tres metros de distancia. Ese<br />

fue el motivo por el cual me costó tanto<br />

trabajo regresar del despacho a la casa<br />

de Williams. Bueno, para ser sinceros,<br />

no fue el único motivo que dificultó mi<br />

búsqueda.<br />

Cuando estaba a dos manzanas del<br />

laberinto empecé a notar un olor desagradable<br />

en el ambiente. Si el olor me<br />

parecía repugnante, lo que vi al doblar<br />

la esquina de la última calle fue aún<br />

peor.<br />

Frente a mí, un infierno de llamas<br />

descontrolado; Ése era el nuevo, y desolador,<br />

aspecto del laberinto. No podía<br />

creer lo que mis ojos estaban viendo.<br />

Ese viejo chiflado se había vuelto loco y<br />

había prendido todo el jardín. El misterio<br />

se estaba desvaneciendo frente a mis<br />

ojos. Recé porque Williams simplemente<br />

fuera un demente y no encontrasen<br />

un sólo cadáver una vez que extinguiesen<br />

el incendio.<br />

Recordé entonces que me comentó<br />

algo de una nota. Quité mis ojos del fuego<br />

y empecé a buscar la casa en la que<br />

esa misma tarde, en un cómodo sillón,<br />

frente a una estantería repleta de libros,<br />

me tomé un café. Recorrí la calle un par<br />

de veces, arriba y abajo, no la encontraba.<br />

Llamé a varias puertas buscando la<br />

ayuda de algún vecino, pero nadie reconocía<br />

Williams. El momento en el que<br />

un sudor frío surcó mi frente fue cuando<br />

me dijeron que allí no existía tal casa.<br />

¿Me estaba volviendo loco? ¿Los vecinos<br />

me estaban tomando el pelo?<br />

87


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

88<br />

¿Qué estaba pasando?<br />

Cansado de correr de una calle a otra<br />

y bastante confundido con todo lo que<br />

estaba pasando me acerqué de nuevo al<br />

coche. Me metí dentro para evitar el frío<br />

y fui testigo en primera fila de como los<br />

bomberos intentaban apagar aquel incendio.<br />

Entonces giré la vista y allí estaba. La<br />

carta que tanto ansiaba descansaba sobre<br />

el asiento del copiloto. La abrí con<br />

sumo cuidado y me dispuse a leer.<br />

“Señor Damián Dolz,<br />

Espero que no se haya asustado demasiado<br />

con el fuego. Si ha sido así, acepte mis<br />

disculpas. Yo no las recibí de nadie.<br />

Tenía que llamar su atención de alguna<br />

manera, por eso busqué un aspecto que pudiera<br />

interesarle profesionalmente. No debe<br />

ponerse furioso por mi huída, porque técnicamente<br />

es imposible, nunca he estado aquí.<br />

A veces el misterio no es más que un alma<br />

atormentada en busca de venganza. La de<br />

un viejo al que nadie descolgó el teléfono<br />

cuando pedía ayuda para no morir quemado<br />

en su casa.<br />

Ha sido un placer conocerle, aunque hubiese<br />

preferido que entrase en el laberinto.<br />

Atte. Williams”<br />

Noté como una serpiente gélida recorría<br />

mi espalda. Dejé la carta sobre el<br />

asiento y en un intento por tranquilizarme<br />

empecé a conducir.<br />

No habían pasado ni veinticuatro horas<br />

desde que terminé mi cita con Chris,<br />

y en mi vida habían ocurrido demasiadas<br />

cosas como para asimilarlas. Lo mejor<br />

sería encontrar el consuelo entre las<br />

sábanas de mi cama.<br />

Al día siguiente volvería a salir el sol.<br />

Eso esperaba...


Ahora no recuerdo bien cómo acabamos<br />

hablando de ese tema, pero la cuestión<br />

es que fui yo el que dijo:<br />

- Venga, hagámoslo. Nunca he probado<br />

uno de esos tableros.<br />

- ¿Pero dónde lo hacemos? – preguntó<br />

Carlos.<br />

- En casa de tu abuela, cuando te toque<br />

quedarte con ella –esa idea fue de<br />

David.<br />

Éramos los cuatro de siempre, era verano,<br />

teníamos quince o dieciséis años<br />

y estábamos hablando de hacer una sesión<br />

de espiritismo. Era una idea que se<br />

encontraba flotando permanentemente<br />

en el aire pero que ninguno quería proponer<br />

de forma oficial. Supongo que en<br />

el fondo nos daba miedo a todos. Ese<br />

día se me cruzaron los cables y me dio<br />

un arrebato de valentía. Quizás fuera<br />

porque Laura me había saludado unos<br />

minutos antes, al pasar por el jardín.<br />

- A mí me parece bien, es el mejor<br />

sitio. La casa es vieja y tu abuela no se<br />

va a enterar. –Las piezas encajaban a la<br />

perfección para mí, tenía claro que si<br />

había un momento y un sitio para hacerlo<br />

eran estos.<br />

- No se… -Carlos se mostraba reticente<br />

-. No me apasiona la idea.<br />

- Venga ya, no seas gallina. Lo has<br />

comentado otras veces y siempre tenías<br />

ganas –David espoleaba el orgullo<br />

J. R. Plana - CON ESAS COSAS...<br />

Este relato está basado en un hecho<br />

Con esas cosas... real. Únicamente se le han añadido<br />

reacciones dramatizadas, libertad<br />

por J. R. Plana<br />

que me he tomado con el fin de ade-<br />

cuar la historia a la narración literaria. A excepción de los nombres, que son<br />

falsos, el suceso ocurrió tal y como aquí se describe.<br />

masculino de nuestro amigo.<br />

- Es una tontería, Carlos, no te preocupes.<br />

Es para pasar el rato y tener algo<br />

que contar por a tus nietos. –Victoriano,<br />

Vito para los amigos, siempre tenía<br />

unos argumentos un poco más sólidos<br />

que los demás.<br />

Quedamos en hacerlo ese mismo viernes.<br />

David dijo que sabía dónde conseguir<br />

lo que necesitábamos, y nosotros<br />

nos quedamos tranquilos y no hicimos<br />

preguntas. Era un tipo muy resuelto y<br />

fiable.<br />

El resto de la semana trascurrió sin<br />

que nadie mencionara el tema. Yo no le<br />

presté más atención, e incluso llegué a<br />

olvidarme de ello hasta el viernes. Ese<br />

día, por la mañana, Carlos me llamó al<br />

teléfono de casa.<br />

- Hola tú – me dijo al contestar -. Todo<br />

marcha bien, me quedo esta tarde con<br />

mi abuela hasta que vuelva mi tía. Tendremos<br />

unas tres horas, más o menos.<br />

Con eso basta, ¿no?<br />

- Claro que sí, tío. Eso es un rato nada<br />

más. Nos basta y nos sobra. ¿A qué hora<br />

quedamos?<br />

- Estaros aquí sobre las cinco, cinco y<br />

media. ¿Te encargas tú de llamar a los<br />

demás?<br />

- Vale.<br />

- No os traigáis nada de comercio<br />

ni bebercio, lo llevo yo de mi casa,<br />

89


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

90<br />

que sobró de la semana pasada.<br />

- Vale.<br />

- Venga, hasta luego.<br />

Y colgó.<br />

Llamé a Victoriano y le encargué que<br />

llamara a David. Así funcionábamos<br />

nosotros, una cadena en perfecta sincronización<br />

mecánica. Si nuestras madres<br />

nos veían mucho rato colgados al teléfono<br />

nos lo quitaban a patadas, que luego<br />

la factura subía un buen pico. Lo que<br />

quedaba de mañana lo empleé en perder<br />

el tiempo tirado en el sofá de casa.<br />

A las cinco salí de casa. A las cinco<br />

y diez estaba ya en casa de Leonor, la<br />

abuela de Carlos. En el pueblo, aunque<br />

es grande, está todo a cinco minutos,<br />

diez como mucho. Tardé cinco minutos<br />

de más porque me paré a comprar<br />

unas chuches, para picotear algo en lo<br />

que llegaban los otros. En el pueblo hay<br />

cierta tendencia a llegar siempre tarde,<br />

y como la gente no se lo toma mal, lo<br />

suyo es llegar con quince minutos de<br />

retraso. Como poco. Yo he sido siempre<br />

una de esas raras excepciones, así que<br />

siempre iba provisto de algo para matar<br />

el tiempo.<br />

Carlos me abrió en seguida.<br />

- Hola. Vamos a ir al piso de arriba,<br />

para estar más tranquilos. Mi abuela<br />

está en la sala, salúdala antes de subir.<br />

La mujer estaba en su mecedora de<br />

siempre, la tele de fondo, el ventilador<br />

enchufado y vestida de negro riguroso.<br />

Creo recordar que por aquel entonces<br />

rondaba ya los noventa años, y como<br />

el abuelo de Carlos había muerto antes<br />

de que él naciera, mi sensación era que<br />

toda la vida ella había ido de luto.<br />

- Buenas tardes Leonor –grité para<br />

que me oyera bien.<br />

- Buenas tardes hijo, ¿cómo estás?<br />

Leonor estaba ciega. Hacía unos<br />

cuantos años que había perdido la vista<br />

totalmente, y ahora escrutaba con sus<br />

blanquecinos ojos la habitación, intentando<br />

localizarme por el sonido de mi<br />

voz.<br />

- Muy bien, aguantando el calor este<br />

que hace. ¿Y usted?<br />

- Pues como siempre, más pa´lla que<br />

pa´cá. ¿Qué vais, a jugar un rato?<br />

- Sí, echaremos unas partidas al parchís<br />

o algo de eso.<br />

- Muy bien, muy bien, vosotros como<br />

si estuvierais en vuestra casa.<br />

- Muchas gracias Leonor.<br />

Solíamos ir mucho a casa de la abuela<br />

de Carlos, y las conversaciones con su<br />

abuela dejaban un matiz de bucle; siempre<br />

nos preguntaba lo mismo. Íbamos<br />

allí porque era donde más tranquilos<br />

estábamos, con la casa para nosotros<br />

solos. Y además a la mujer le alegrábamos<br />

el día, porque sentía el movimiento<br />

de la juventud, y eso a la gente mayor<br />

siempre le gusta. Así que todos ganábamos.<br />

David y Victoriano observaron rigurosamente<br />

la costumbre, y hasta las seis<br />

menos veinticinco no aparecieron. David<br />

venía cargado con una caja grande.<br />

- Vengo matado de subir la cuesta con<br />

el sol en el cogote. ¿A quién se le ocurre<br />

quedar en plena hora de la siesta?<br />

- Deja de quejarte y trae la caja. Pasad<br />

a saludar a mi abuela y luego subid,<br />

que hemos puesto otro ventilador para<br />

nosotros.<br />

Ayudé a Carlos a subir la caja mientras<br />

oíamos las voces de los otros dos<br />

saludando a Leonor. Una vez arriba, cotilleamos<br />

un poco a ver que había traído.<br />

David, siempre previsor, había me


tido todo lo necesario para el ritual y<br />

para crear atmósfera.<br />

- Velas, mantel oscuro, el tablero…<br />

Mira, ha cogido un vaso, el idiota. Como<br />

si aquí no hubiera –me dijo Carlos, alzándolo.<br />

David y Victoriano entraron<br />

en la habitación.<br />

- ¡Te he oído! Es por si acaso –se defendió-.<br />

¿Estáis listos?<br />

- Sí, creo que tengo todo listo.<br />

Estábamos en una habitación que no<br />

se usaba para nada, así que tenía poco<br />

mobiliario. La habíamos despejado,<br />

amontonándolo todo en un rincón. Cerramos<br />

bien los postigos de todas las<br />

ventanas de las habitaciones próximas,<br />

y tapamos las de nuestra estancia con<br />

sábanas para que no entrara nada de<br />

luz. Encendimos una pequeña lámpara<br />

de mesa y la cubrimos con una sábana<br />

fina de color rojo, para dar más dramatismo<br />

al ambiente. Por su lado, David<br />

apagó el ventilador y fue prendiendo<br />

las velas y colocándolas estratégicamente<br />

en grupitos.<br />

- Vito, vacía la caja y ponla bocabajo,<br />

la usaremos de mesa.<br />

Victoriano sacó todo el contenido y<br />

colocó la caja en el centro de la habitación.<br />

Luego David la cubrió con el mantel<br />

oscuro.<br />

- Es marrón, pero sin luz parece negro<br />

–comentó-. Os da lo mismo, ¿no?<br />

- Uff… Yo, si no es con mantel negro,<br />

no hago nada –apunté con voz de quisquilloso.<br />

- ¡“Veste” a la mierda! –me dijo riéndose-.<br />

Venga, sentaos cada uno en un<br />

lado.<br />

Obedecimos y él puso el tablero sobre<br />

la mesa, con el vaso bocabajo en el<br />

centro. Se acomodó en su sitio, con las<br />

piernas cruzadas. No sé si era mi ima-<br />

J. R. Plana - CON ESAS COSAS...<br />

ginación o realmente lo vi, pero percibí<br />

un asomo de duda en David. Repasé<br />

con la mirada a todos y la verdad es que<br />

parecían inquietos. Yo comencé a percatarme<br />

de lo que íbamos a hacer, y un escalofrío<br />

recorrió mi espina dorsal. Sentí<br />

helor en el estómago y me entraron ganas<br />

de salir de allí. Intenté controlarme,<br />

pero el ominoso momento se imponía<br />

a todo dominio. Las piernas dobladas<br />

me temblaban ligeramente. Cielos, yo<br />

no quería hacer eso, ¿para qué narices<br />

habría dicho nada?<br />

- Bueno, vamos a empezar, ¿no? –David<br />

llevaba la batuta.<br />

- Oye, chicos… -Había estado dudando<br />

si hablar, pero al final el miedo pudo<br />

a la vergüenza-. No tengo claro que<br />

quiera hacer esto…<br />

Oído con perspectiva, sonaba a cagalera<br />

de gallina total.<br />

- ¡Venga ya! Ahora no podemos amilanarnos,<br />

ya hemos montado el follón –<br />

Vito era el animador oficial del grupo-.<br />

Tú tranqui, que esto lo hace un montón<br />

de gente y no pasa nada. Vamos, David,<br />

oficias la ceremonia, que sabes qué hay<br />

que hacer.<br />

- Ok… -inhaló aire con teatralidad-.<br />

Esto no es necesario, pero me han dicho<br />

que ayuda. Juntad vuestras manos y cerremos<br />

el círculo. Ahora repetid conmigo.<br />

Casi en susurros, pero con voz imperiosa,<br />

comenzó a dar órdenes al vacío<br />

que teníamos delante.<br />

- Si hay algún espíritu en las cercanías,<br />

pedimos que se muestre.<br />

Unimos nuestras voces en replica.<br />

- Danos una señal de tu presencia a<br />

través de este tablero –tras la repetición<br />

guardó silencio unos segundos-. Ahora,<br />

poned vuestros dedos índices en el vaso,<br />

91


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

92<br />

y vamos a repetir lo mismo varias veces.<br />

Es importante que estéis muy concentrados.<br />

Coreamos al unísono las dos frases<br />

varias veces seguidas. Yo lo repetía con<br />

la boca pequeña, pues a cada segundo<br />

me sentía menos seguro de aquello. Estaba<br />

muy nervioso, tenía la boca enormemente<br />

seca y me temblaba la espalda.<br />

Hacía mucho que no sentía tanto<br />

miedo. Cerré los ojos con fuerza para<br />

intentar mitigar el terror creciente.<br />

- ¡Joder! –David pegó un grito.<br />

- ¡Mierda! ¿Qué ha sido eso? –ese era<br />

Carlos.<br />

- ¿Es una broma? ¡Qué coño estáis haciendo!<br />

–Vito.<br />

- ¡Joder, joder, joder! ¿Qué pasa? –oí<br />

como David se movía.<br />

Sentía muchísimo frío por dentro, y<br />

tenía la sensación de que mis tripas se<br />

estaban deshaciendo. Abrí los ojos para<br />

ver qué pasaba y me encontré con plena<br />

oscuridad.<br />

- ¡Enciende ya, coño! ¡Como estés<br />

gastando una broma te parto el cuello,<br />

gilipollas! –Vito estaba fuera de sí.<br />

- ¡Tranquilo, tío! ¡No he sido yo, joder!<br />

–la débil llama de un mechero iluminó<br />

nuestras caras. Todos estaban blancos<br />

como la pared. Supongo que yo tenía el<br />

mismo aspecto.<br />

David alumbró con el mechero a su<br />

alrededor, buscando una vela para tener<br />

algo más de luz.<br />

- Carlos, tío, es tu casa, sabes donde<br />

están las luces, enciéndelas tú, cojones.<br />

- Y una mierda, yo no me muevo hasta<br />

que tenga una vela o lo que sea.<br />

- Me cago en la leche –David encontró<br />

un grupo de tres velas-. Toma, coge<br />

esta.<br />

Carlos se levantó y, con paso trémulo,<br />

se dirigió hacia la puerta, para dar la<br />

luz.<br />

- Ostras, no funciona.<br />

- Prueba con la del pasillo.<br />

- Habrán saltado los plomos.<br />

- ¡Tú prueba!<br />

Nuestro amigo salió de la habitación,<br />

internándose en el pasillo, al que llegaba<br />

algo de luz gracias al piso de abajo.<br />

Para alivio de todos, la luz de afuera se<br />

encendió.<br />

En tropel, sin orden ni concierto, salimos<br />

corriendo de allí, al estilo sálvese<br />

quien pueda. Carlos, aún pálido, nos<br />

esperaba con la vela encendida en la<br />

mano.<br />

- ¿Qué ha pasado? –preguntó.<br />

- No tengo ni idea, ha sido súper raro<br />

–respondió David.<br />

- No debíamos haber hecho esto, no<br />

debíamos haber hecho esto… –Ahora<br />

era yo, y no la abuela, el que estaba en<br />

un bucle.<br />

- ¿Seguro que no es una broma, David?<br />

–Vito estaba serio como nunca.<br />

- Te lo prometo, no ha sido idea mía<br />

–se paró un minuto a mirarnos a todos,<br />

uno por uno-. Ninguno tenemos cara<br />

de estar disfrutando con una “broma”.<br />

Tenéis pinta de muerto, y yo no me encuentro<br />

especialmente mejor, la verdad.<br />

- ¿Pero qué ha pasado ahí dentro? –<br />

Carlos también estaba en bucle.<br />

- No lo sé, no lo sé. Abramos todas las<br />

ventanas y vamos a ver si hay algo.<br />

Esta vez no nos dividimos el trabajo,<br />

fuimos todos juntos abriendo, uno<br />

por uno, todos los postigos que habíamos<br />

cerrado. Empezamos por las otras<br />

habitaciones, en las que la luz eléctrica<br />

funcionaba, y dejamos para el final en la<br />

que estábamos nosotros.<br />

- Por aquí no hay nada raro…


- No habrá sido tu abuela, ¿eh? –David<br />

intentaba bromear, pero no se le oía<br />

muy seguro.<br />

Le ignoramos. Había demasiada tensión<br />

en el ambiente. Ya sólo faltaba la<br />

última habitación, y ninguno quería<br />

entrar allí. Estábamos los cuatro allí parados,<br />

casi apretujados los unos contra<br />

los otros en medio del pasillo iluminado<br />

por los rayos que entraban por las<br />

ventanas de otros cuartos. Hacía mucho<br />

calor, pero ninguno sudaba. El frío había<br />

anidado bien dentro.<br />

- Tenemos que entrar… Tiene que haber<br />

una explicación.<br />

David se separó de la piña que formábamos,<br />

adentrándose despacio en<br />

la habitación. Era un mar de impenetrable<br />

oscuridad, pues a pesar de la luz<br />

exterior, no veíamos nada más allá del<br />

umbral de la puerta. El sentimiento de<br />

grupo se impuso a nuestro paralizante<br />

terror y avanzamos a una, arropando a<br />

David. La vela de Carlos hacía rato que<br />

se había apagado, pero él seguía sujetándola,<br />

totalmente ajeno.<br />

- Abramos para que entre luz. –Continuamos<br />

todos juntos, en dirección a las<br />

ventanas.<br />

Los escasos metros que separaban<br />

la puerta de los postigos se me antojó<br />

como un avance interminable. Parecía<br />

que, en medio de aquella oscuridad<br />

casi tangible, no íbamos a llegar jamás<br />

a ningún sitio. En el fondo de mi mente<br />

comenzó a crecer un terror a no salir<br />

nunca de allí, que fue inundándome<br />

poco a poco. Por fortuna para todos, alcanzamos<br />

las ventanas y las tinieblas se<br />

rompieron con el sol del verano.<br />

La habitación estaba tal cual la habíamos<br />

dejado antes de que todo se apagara,<br />

nada se había movido de su sitio.<br />

J. R. Plana - CON ESAS COSAS...<br />

Los muebles, las velas, el ventilador<br />

apagado, la mesa improvisada, el<br />

vaso… Todo seguía allí, como si no hubiera<br />

pasado nada.<br />

- Aquí no hay nadie… -Vito parecía<br />

desolado. Quizá esperaba ver alguien<br />

riéndose de nosotros y nuestras caras<br />

de pardillos.<br />

- Las ventanas están totalmente cerradas,<br />

no ha podido ser la corriente. Y el<br />

ventilador está desenchufado… ¿Cómo<br />

coño se han apagado todas las velas de<br />

golpe? –David examinaba con cuidado<br />

la escena.<br />

- ¿Y la lamparilla? ¿Por qué se ha apagado<br />

la lamparilla? Mi tía le cambió la<br />

bombilla hace poco, no se ha podido<br />

fundir.<br />

- Hubiera sido demasiada casualidad.<br />

Es todo muy raro, no me gusta un pelo<br />

–Victoriano miraba ceñudo a la mesa -.<br />

Tíos, ¿qué es eso<br />

No se movió de su sitio, simplemente<br />

estiró el brazo como si tuviera un resorte<br />

y señaló al tablero. El resto nos acercamos<br />

despacio, como si de un momento<br />

a otro fuera a saltar una liebre asesina<br />

contra nosotros. David se paró y soltó<br />

una exclamación ahogada. Carlos también<br />

se paralizó de repente, llevándose<br />

la mano a la boca. Yo seguía andando,<br />

inspeccionando la mesa pero sin terminar<br />

de entender qué pasaba. Entonces<br />

lo vi, y no pude evitar que se me saltaran<br />

las lágrimas de la impresión.<br />

El vaso, el que habíamos usado bocabajo<br />

encima del tablero, lucía sobre su<br />

base cuatro marcas negras. Al prestar<br />

más atención descubrí que eran huellas<br />

digitales perfectamente definidas, una<br />

por cada uno de nosotros.<br />

Lo primero que hice fue mirarme el<br />

dedo índice, esperando encontrar un<br />

93


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

94<br />

manchurrón de tinta. Pero mi dedo estaba<br />

limpio. Estiré todos en busca de<br />

algo, pero estaba impoluta. Miré la otra<br />

mano y me encontré con más de lo mismo.<br />

Dirigí mi vista hacia el resto de mis<br />

amigos, que habían vuelto a perder el<br />

color. Vito seguía en la misma posición,<br />

con el brazo a media altura, señalando<br />

la caja. Carlos parecía al borde de un<br />

ataque de nervios y David farfullaba<br />

algo sobre que el vaso estaba limpio y<br />

que no entendía qué era eso. Con dos<br />

zancadas se acercó y lo revolvió todo,<br />

intentando encontrar una mancha de<br />

grasa o suciedad que explicara el por<br />

qué de las huellas. Pero allí seguía sin<br />

haber una explicación razonable.<br />

- Vamos a recoger, chicos. Quitemos<br />

esto del medio y vámonos a la calle. No<br />

aguanto ni un minuto más aquí –y, dando<br />

la vuelta a la caja, empezó a meter<br />

todo dentro.<br />

Nosotros tardamos un poco en reaccionar,<br />

pero el ímpetu de David nos<br />

despertó del trance. Recogimos como<br />

alma que lleva el diablo. Nunca en mi<br />

vida he vuelto a trabajar tan rápido. En<br />

mucho menos de la mitad de tiempo<br />

que nos llevó montarlo todo, habíamos<br />

dejado la habitación tal y como estaba.<br />

En solemne silencio enfilamos el pasillo<br />

rumbo al piso de abajo.<br />

- No puedo irme muy lejos, mi abuela<br />

no se puede quedar sola.<br />

- Vale, nos quedaremos en la puerta.<br />

Pero fuera, no quiero estar aquí. –David<br />

llevaba la caja con una especie de rabia<br />

contenida.<br />

- ¿Qué vas a hacer con eso? –preguntó<br />

Vito, mirando con aprensión.<br />

- Lo voy a tirar todo al fuego. A la<br />

mierda, yo esto no lo repito en mi vida.<br />

Llegamos al piso de abajo y pasamos<br />

por delante de la sala. Carlos entró a decirle<br />

a su abuela que íbamos a estar en<br />

la puerta de la calle, pero a medio camino<br />

se detuvo. Su abuela estaba mirando<br />

en nuestra dirección, saltando de uno a<br />

otro, como si pudiera vernos. No se mecía<br />

en su asiento, estaba completamente<br />

quieta, abriendo y cerrando la boca<br />

como si cogiera aire al salir del agua.<br />

Entonces habló, casi en un susurro, pero<br />

que todos oímos perfectamente.<br />

- Ay, hijos… Con esas cosas no se juega.


1 + 1 suman<br />

siempre 3<br />

por<br />

Miguel Cristóbal Olmedo<br />

Yo no soy detective; si lo fuera, no<br />

estaría muerto ni me dispondría a confesar.<br />

Y es que los muertos deberíamos<br />

tener voz y voto en estas historias, aunque<br />

pocas veces se nos dé carrete. Somos<br />

los protagonistas a pesar de que<br />

simplemente estemos ahí, tumbados sobre<br />

el proverbial baño de sangre, mientras<br />

junto a nosotros alguien traza un<br />

dibujo de tiza y la gente forma un corro<br />

y dispara fotografías.<br />

En mi caso, fui encontrado en la cocina,<br />

con la puerta de la nevera abierta,<br />

los restos de un sándwich de atún sobre<br />

la vitrocerámica. Podría ser peor. La<br />

muerte pudo encontrarme en el baño,<br />

con los pantalones bajados y la mierda<br />

partida por la mitad por una contracción<br />

de los músculos del culo. Tardaron<br />

un rato en darme la vuelta, allí donde<br />

una vez estuvo mi ojo derecho, había<br />

ahora el orificio de entrada de una bala.<br />

Escuchaba las voces discurriendo nebulosamente<br />

hacia temas de conversación<br />

que no tenían nada que ver conmigo.<br />

El detective Raúl Martínez, del departamento<br />

de Homicidios, estaba en<br />

trámites de separación. Su compañero,<br />

Damián Arjona, sacudía la cabeza<br />

y porfiaba contra las mujeres, especialmente<br />

las mujeres casadas, para mostrar<br />

empatía por su compañero. “Putas<br />

y chantajistas. Te hacen elegir: el dinero<br />

o la vida”. Luego salieron al portal<br />

Miguel Cristóbal Olmedo - 1+1 SUMAN SIEMPRE 3<br />

En las historias policíacas, los culpables<br />

suelen tener la última palabra...<br />

a menos que la víctima se les<br />

adelante y plantee su versión del crimen.<br />

para cederle el espacio al equipo científico<br />

–vaya risa, sólo era uno-. Raúl<br />

encendió un cigarrillo y le ofreció otro<br />

a Damián que hizo no con la cabeza,<br />

lentamente. Se quedaron mirando los<br />

edificios que hay al otro lado de la calle<br />

y muestran una fachada desabrida<br />

con todas esas cuerdas de tender y la<br />

ropa interior expuesta de manera triste,<br />

como si fueran los pañales de un niño<br />

y no el sujetador de una mujer que alguien<br />

ha mirado con deseo.<br />

Me sacaron por la puerta, dentro<br />

de lo que parecía una bolsa de gimnasio.<br />

Y yo nunca he ido a un gimnasio, con<br />

que fíjense en la ironía. Los vecinos se<br />

agolpaban para verme salir, como una<br />

celebridad, sin saber si era yo o Sabrina.<br />

La televisión de la cadena autonómica<br />

ya estaba allí, raudos como nadie gracias<br />

al soborno del sargento de guardia<br />

y filmaban mi entrada en la ambulancia,<br />

hacían preguntas a los curiosos que<br />

siempre decían lo mismo: es una tragedia.<br />

Los detectives se mezclaban con los<br />

periodistas y escuchaban las respuestas<br />

que daban a la televisión. El ansia de<br />

protagonismo desenreda más lenguas<br />

que la sala de interrogatorios.<br />

Unos minutos después sacaron el<br />

segundo cadáver. Una señora que no<br />

nos conocía se puso a llorar por la histeria.<br />

Los periodistas giraron sobre sus<br />

talones y la empezaron a fotografiar.<br />

95


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

96<br />

Los que de verdad nos habían conocido,<br />

no lloraban; en realidad, más de uno<br />

se habría alegrado o buscaba la forma<br />

de robar en el piso. “Eran tan jóvenes”<br />

farfulló alguien inopinadamente, porque<br />

la edad no tiene nada que ver con<br />

la muerte.<br />

Raúl y Damián se montaron en<br />

la misma ambulancia. Me hubiera gustado<br />

volverme hacia uno de ellos y con<br />

un estertor susurrarle el nombre de mi<br />

asesino.<br />

Esa tarde Raúl discutió con su mujer<br />

porque ninguno de los dos quería dejar<br />

la casa. “¡Búscate un hotel!”, se gritaban<br />

mutuamente. Finalmente fue la mujer<br />

quien salió porque tenía miedo de recibir<br />

una paliza. “Pero sólo por un par de<br />

noches”, le advirtió, y encontró asilo en<br />

brazos de su amante, un crápula adinerado,<br />

con buen gusto con la ropa y las<br />

mujeres.<br />

Al detective la casa se le volvió enorme.<br />

Rompió el espejo del baño y se rajó<br />

el antebrazo con la punta de uno de los<br />

pedazos. Una leve tentativa de llamar la<br />

atención, pero lo pensó mejor y se lavó<br />

la herida. La sangre dejó de brotar por<br />

sí sola. Buscó el desinfectante pero no<br />

estaba en su sitio porque su mujer se lo<br />

había llevado en su maleta, así como el<br />

dinero de su cartera, ausencia que no<br />

notó hasta una hora después, cuando<br />

fue a pagar en el bar su tercer whisky.<br />

Damián se estaba masturbando delante<br />

del televisor, desarrollando una<br />

fantasía sexual que incluía a Raúl sacándose<br />

la ropa, cuando le llamaron al<br />

móvil. “¿Quieres tomarte algo conmigo?”.<br />

Era la voz de su compañero, que<br />

empezaba a sonar como la de un borracho.<br />

Damián se lavó los dientes y se ins-<br />

peccionó su pecho trabajado en el gimnasio.<br />

Salió volando preguntándose si<br />

aquella noche sería la noche. Raúl, por<br />

supuesto, sólo quería a alguien que le<br />

pagara las copas que tenía intención de<br />

seguir tomándose. Ninguno de los dos<br />

se acordaba ya más de nosotros.<br />

Sabrina y yo nos amábamos. O<br />

nos seguimos amando con la distancia<br />

de los muertos y el resentimiento de los<br />

muertos. Nuestra historia es demasiado<br />

vulgar. Al principio, sólo follábamos y<br />

nos quedábamos mirando cómo el gotelé<br />

se iba desgajando del techo. Pasábamos<br />

de compromisos porque sabíamos<br />

demasiado sobre ellos. Una noche<br />

me propuso que durmiera en su casa.<br />

Se había hecho tarde y no era plan de<br />

ir gastándose el dinero en taxis. Haber<br />

aceptado cambió para siempre las bases<br />

de nuestra relación. Desperté de madrugada<br />

y sentí que Sabrina andaba a<br />

tientas hasta el baño. Por la puerta cerrada<br />

se colaba una rendija de luz que<br />

entraba hasta su dormitorio. La escuché<br />

moviéndose de un lado para otro, manipulando<br />

cosas, abriendo y cerrando<br />

el grifo. Pasó demasiado tiempo y la<br />

llamé con voz queda, preguntando si se<br />

encontraba bien. Finalmente me atreví<br />

a abrir puerta, que no tenía echado el<br />

cerrojo, y la encontré adormilada sobre<br />

la taza del váter, con los pantalones bajados,<br />

la mierda partida por la contracción<br />

de los músculos del culo y la aguja<br />

todavía en el brazo.<br />

El resultado de la autopsia se demoró<br />

más de lo debido porque éramos<br />

unos yonkis en un barrio marginal. Había<br />

restos de pólvora en las manos de<br />

Sabrina. El arma estaba a su lado. Era<br />

fácil anticipar una deducción: se había


volado la cabeza después de abrir fuego<br />

contra mí. La cosa era de manual. “1 +<br />

1 suman 2”, pensó Raúl, que se negaba<br />

a hablar de lo que había pasado la<br />

otra noche con Damián. La ventaja de<br />

solucionar homicidios entre yonkis es<br />

que no son demasiado imaginativos y<br />

no tardarían mucho en dar con el móvil<br />

del crimen, que sólo podía ser dinero,<br />

drogas o celos.<br />

Sabrina me enseñó a usar la heroína.<br />

Como es costumbre decir, yo solamente<br />

deseaba probarla, totalmente<br />

advertido de los peligros de la adición y<br />

con el respaldo de la fobia que siempre<br />

he sentido por las agujas. Les diré algo<br />

que deberían saber ya: todos los drogadictos<br />

empezamos con la misma premisa<br />

de no volverlo a hacer. Es como hacer<br />

el amor. Uno no se engancha así como<br />

así de una persona, se acuesta una vez<br />

y no pasa nada, entonces decide volver<br />

a hacerlo porque se ha perdido el sentido<br />

del riesgo. Mi primera experiencia<br />

con la heroína fue nefasta. Ni siquiera<br />

me hizo sentir bien. Vomité (y yo odio<br />

vomitar) hasta que casi perdí el conocimiento.<br />

Luego me quedé dormido y<br />

creo que entre sueños me dio por volver<br />

a vomitar. ¿Cómo podía eso enganchar<br />

a nadie? ¿Cuánta verdad había en eso<br />

de que la droga era mejor que el sexo?<br />

Me parecía una comparación desproporcionada.<br />

Pero eso fue antes de saber<br />

que uno puede vivir sin sexo, sin amor,<br />

sin dinero, pero no se puede vivir sin<br />

heroína. Quizá les parezca poco educativo<br />

pero eso es porque la educación<br />

nunca tuvo nada que ver con la verdad.<br />

Yo lo sé. Mi asesino lo sabe.<br />

Esa noche Raúl se acostó asqueado,<br />

reviviendo la sorpresa del primer beso<br />

Miguel Cristóbal Olmedo - 1+1 SUMAN SIEMPRE 3<br />

áspero de Damián, protagonizado por<br />

su barbilla sin afeitar y sus labios arrugados,<br />

ya en el dormitorio, los dos borrachos<br />

y cantando melodías obscenas.<br />

La pelea, la disculpa, los insultos. Y, entonces,<br />

cuando Damián estaba girando<br />

el pomo de la puerta, surgió la voz de<br />

Raúl, pidiéndole increíblemente que se<br />

quedase, como si se tratara de una damisela<br />

desguarecida y fuera aullasen<br />

los lobos. Raúl no quería acordarse pero<br />

cerraba los ojos y volvía a sentir su cuerpo<br />

apretado al del otro, los gemidos, los<br />

sollozos, la inconsciencia de la necesidad,<br />

los dedos de Damián metidos en su<br />

boca, unos dedos que sabían a pólvora,<br />

alcohol y atún. Esa noche su mujer estaba<br />

follando en la casa del amante crápula.<br />

Él la hacía adoptar las posturas más<br />

vejatorias. Ella se quejaba: duele. Pero<br />

se avino a todo mientras por la rendija<br />

del armario la cámara lo filmaba. Esa<br />

noche Damián estaba llorando. Por una<br />

parte se sentía feliz y por otra, más desdichado<br />

que nunca. La conciencia y el<br />

deseo le hacían un nudo en la cabeza.<br />

El tiempo pasa y la vida continúa. Eso<br />

dicen, hasta que deja de ocurrir.<br />

Sabrina y yo empezamos a traficar.<br />

Le vendíamos al panadero, al cartero de<br />

la zona, a la vecina del primero y a los<br />

drogatas habituales del barrio. Sabrina<br />

también les vendía a su madre y a su<br />

prima. Eran una familia de consumidores<br />

formidables. No nos iba mal y tampoco<br />

sentíamos miedo aunque por la<br />

calle sonaban voces de una nueva mafia<br />

que estaba eliminando o comprando<br />

a la competencia. Con nosotros no<br />

podrían, y le dábamos al jaco, que era<br />

como nuestra poción mágica para luchar<br />

contra los invasores.<br />

97


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

98<br />

El día de mi muerte desperté tarde<br />

y con dolor de cabeza a causa del grito<br />

de Sabrina. Pensé que estaba sufriendo<br />

alguna paranoia. Sabrina siempre tuvo<br />

unos buenos pulmones, amén de una<br />

envidiable estructura ósea. Fui hasta la<br />

cocina dando tumbos, con la necesidad<br />

de un chute oprimiéndome el estómago.<br />

En el rellano de la puerta había un<br />

tipo que no había visto nunca. Se disculpó<br />

por presentarse así, nos pidió que<br />

nos sentáramos en la cocina, tranquilitos,<br />

y me preguntó si le podía preparar<br />

alguna cosa sencilla, como un sándwich<br />

de atún. Y yo se lo hice porque lo pidió<br />

con las maneras correctas y una Beretta<br />

semiautomática en la mano.<br />

Damián sugirió a su compañero que<br />

salieran un momento de la comisaría.<br />

Raúl aceptó porque le apetecía fumar<br />

y mantenerse por un rato lejos del papeleo.<br />

Fue Damián, por supuesto, el<br />

primero en hablar y Raúl, revolviéndose<br />

bruscamente, lo detuvo con un<br />

gesto: “Aquí no, después”. En la oficina<br />

alguien quiso saber cómo iban las<br />

pesquisas. Todo encajaba, le dijeron,<br />

la pistola, las balas... Sólo que Sabrina<br />

y yo nos queríamos. Pero eso, claro, no<br />

sale en las autopsias. Damián no dejaba<br />

de mirar el reloj, impaciente por tener<br />

la ocasión de enfrentar los ojos de Raúl<br />

y confesarle lo que sentía. Raúl se iba a<br />

acobardar, echarle la culpa a la botella<br />

y le iba a partir la boca. Uno de los dos<br />

pediría el traslado. Así se acabaría todo.<br />

Damián lo sabía y, sin embargo, tenía<br />

que decírselo.<br />

El tipo de la Beretta nos hizo las amenazas<br />

acostumbradas mientras daba<br />

cuenta del sándwich. La conversación<br />

que estábamos teniendo la llevamos en<br />

un tono bastante civilizado. Todo iba<br />

bien. A partir de ahora le compraríamos<br />

la mercancía a él. Más cara y de menos<br />

calidad, pero el mercado siempre fluctúa.<br />

Entonces, no sé por qué, le salté encima.<br />

Quiero decir que todo iba camino<br />

de un final feliz y no había necesidad de<br />

atacarle, pero el tipo no se terminaba de<br />

ir y la tensión de mi estómago se agudizó<br />

hasta el punto de que ya no pude<br />

pensar más. Si hubiera sido un detective,<br />

no estaría muerto. Habría sabido que<br />

no se trataba de un gangster cualquiera,<br />

que este tipo sabía apretar al gatillo aun<br />

con las manos atadas. Sentí una fuerza<br />

invisible empujándome con violencia<br />

hacia atrás. Escuché la detonación, sonando<br />

de forma festiva muy cerca de la<br />

cara. Sabrina se puso a gritar otra vez.<br />

Tiene buenos pulmones, ese fue mi último<br />

pensamiento antes de que se hiciera<br />

momentáneamente la oscuridad.<br />

A la hora de salir, Damián busca por<br />

todas partes a su compañero. “Ha salido<br />

antes, ¿no le has visto?” le responden<br />

otros agentes que empiezan su turno de<br />

patrulla. Por supuesto nadie contesta<br />

cuando marca su número de móvil. Va<br />

hasta la casa de Raúl y puede ver las<br />

ventanas iluminadas del salón pero no<br />

se atreve a tocar el timbre de la puerta,<br />

se queda como un gato mirando la<br />

luna, mira y mira y mira. Entonces distingue<br />

el perfil de dos personas que se<br />

hablan muy de cerca. Y el brazo de una<br />

de ellas descansa en los hombros de la<br />

otra. No puede soportarlo más y acude<br />

al bar donde Raúl y él compartieron la<br />

otra noche las cervezas. Los parroquianos<br />

ni siquiera advierten su entrada.<br />

Todos ellos, piensa, tienen el aspecto


de ser hombres lúcidos y, sin embargo,<br />

también están ahí, matando las horas,<br />

sin subir los peldaños de casa, todos tienen<br />

una araña negra reconcomiéndoles<br />

el pecho, un secreto turbio, una confesión<br />

que no pueden sino hacerle al vaso<br />

que tienen delante.<br />

La mujer de Raúl llora desconsoladamente,<br />

pide perdón, se le arruga la<br />

cara como si fueran los labios secos de<br />

Damián. Raúl aparta ese pensamiento.<br />

Mira a su mujer, deshecha en lágrimas,<br />

verdaderamente arrepentida de todo, y<br />

Raúl, claro, qué puede hacer él si en el<br />

fondo no ha dejado de quererla, ni de<br />

odiarla, pero eso también forma parte<br />

de su forma de quererla. La sacude una<br />

bofetada y ella resiste impertérrita. Le<br />

anima: eso, eso, lo merezco, pero déjame<br />

volver. Raúl no tiene fuerzas para<br />

seguir. La pone la mano en el hombro y<br />

espera a que su corazón se tranquilice.<br />

Al fin y al cabo ya hay cosas entre ellos<br />

que no se dirán jamás. Raúl piensa en<br />

Damián un segundo, pero lo hace con<br />

asco, y sabe que no va a poder seguir<br />

trabajando con él. Su esposa ha vuelto.<br />

Tampoco sabe por qué pero es lo de<br />

menos. La mujer había encontrado la<br />

cámara y las cintas que el crápula guardaba<br />

en el armario de la ropa. Se dedicaba<br />

a subir las grabaciones por Internet<br />

y a ganar dinero con ellas. Así que<br />

ella ha salido a la intemperie dándose<br />

cuenta de que no tenía a dónde ir. Ha<br />

roto las cintas y ha entrado en la casa<br />

de Raúl con sus propias llaves. Y allí, al<br />

lado de la ventana, tiene lugar la escena<br />

de reconciliación, en el que los dos han<br />

decidido que para seguir juntos deben<br />

seguir mintiéndose.<br />

Damián está borracho. Persigue a un<br />

perro con una botella rota. Entra en el<br />

Miguel Cristóbal Olmedo - 1+1 SUMAN SIEMPRE 3<br />

salón y pone la tele pero no oye ni mira<br />

nada de lo que echan. Juega con su polla<br />

para lograr una erección, pero esa<br />

noche no hay ganas más que para olvidar<br />

el día de ayer. Va hasta el aparador<br />

de las bebidas donde también guarda<br />

sus armas no reglamentarias. Se sirve<br />

un whisky y mira las armas, se sirve<br />

otro whisky y mira las armas. Pasan las<br />

horas pero es como si no pasase nada.<br />

Cuando está de camino a la cama se detiene<br />

y regresa a la cocina porque le ha<br />

entrado antojo de sándwich de atún.<br />

99


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

100<br />

Cadáver exquisito<br />

por J. C. Medina<br />

Muchos sabréis en qué consiste un<br />

cadáver exquisito. Para los que no lo<br />

sepan, se trata de un cuadro pintado<br />

por varios artistas en la que cada<br />

uno realiza su parte sin saber qué<br />

han hecho los demás. Esta técnica,<br />

que empezaron a usar los surrealistas,<br />

ha sido llevada a otras artes, entre<br />

ellas la escritura.<br />

Nosotros hemos querido hacer algo<br />

parecido a esto, es una historia continuada<br />

a modo de concurso.<br />

Lo que vamos a hacer es la siguiente:<br />

leeros lo que viene a continuación.<br />

Luego os damos una serie de<br />

requisitos y vosotros seguís con ello.<br />

Nos lo mandáis, elegimos el que más<br />

nos guste y cada mes el cadáver sigue<br />

con un autor distinto.<br />

¡Esperamos vuestros relatos!<br />

Sam contempla intimidado la enorme<br />

muralla que rodea la Gran Ciudad.<br />

Siempre le produce la misma impresión,<br />

con sus altas torres y su grueso<br />

muro mecánico.<br />

Está escondido entre las rocas, a una<br />

prudente distancia de los robo-vigías<br />

defensivos. Si alguien se acerca demasiado<br />

a ellos y no posee un identificador<br />

insertado, éstos empiezan a disparar<br />

rayos de advertencia hasta que deciden<br />

que ya es suficiente y te dan de verdad.<br />

Por desgracia, a Sam le habían quitado<br />

el suyo cuando le mandaron a las mon-<br />

tañas, así que era mejor mantenerse a<br />

una distancia prudente de esos cacharros.<br />

Cogiendo los binoculares, Sam echa<br />

un vistazo a la puerta de acceso principal.<br />

Allí se aglomera todo los días una<br />

larga fila de personas provenientes del<br />

exterior, probablemente de las minas<br />

cercanas, que acuden a la Gran Ciudad<br />

con alguna tarea. En la entrada, robots<br />

limpiadores analizan la radiación y la<br />

identificación de los que llegan, y si no<br />

encuentran nada sospechoso, eliminan<br />

la contaminación de sus cuerpos y les<br />

dejan pasar. Por supuesto, tanto Sam<br />

como Archie Moloch, el alienígena misterioso<br />

que le había encomendado la<br />

misión, han descartado esa vía, pues<br />

resulta demasiado engorroso burlar la<br />

vigilancia.<br />

También estaban fuera del plan todas<br />

las vías de acceso restantes: agua, alcan-


tarillado y entrada de mercancías y comercios.<br />

En todos existen complicados<br />

detectores de radiación para evitar que<br />

entren en la ciudad elementos contaminados.<br />

Sam no está especialmente sucio,<br />

pero ha estado fuera el tiempo suficiente<br />

como para hacer saltar las alarmas y<br />

que le descubran acurrucado entre los<br />

cajones de comida.<br />

Así que la única forma de entrar posible<br />

consiste en lanzar un impacto electromagnético<br />

con un aparato de Archie<br />

hacia las torretas defensivas, para poder<br />

aproximarse sin riesgo de ser volatilizado,<br />

y una vez allí pasar al otro lado con<br />

un transportador de materia de corta<br />

distancia, también cortesía del inventario<br />

del alienígena.<br />

Sam se prepara, decido a conseguir el<br />

éxito en la misión o perecer en el intento.<br />

Apoyándose en la roca sobre la que<br />

se esconde, sujeta el lanzador de IE con<br />

las dos manos, apuntando con cuidado<br />

a la zona más próxima de la muralla.<br />

Respira profundamente y dispara con<br />

decisión.<br />

Le sorprende que no pase nada. Sólo<br />

se ha oído el “clic” del gatillo, no ha salido<br />

nada disparado: ni rayos, ni ondas,<br />

ni explosiones. Ni tan siquiera un ligero<br />

chisporroteo en los robots de defensa.<br />

Sam duda unos instantes. Piensa<br />

que puede resultar lógico que el trasto<br />

de Archie, que es el colmo del avance<br />

tecnológico, esté diseñado para ser totalmente<br />

discreto y silencioso, prácticamente<br />

indetectable. “Tiene sentido”, se<br />

dice a sí mismo. Enfundando el lanzador,<br />

Sam se pone en pie y estrecha los<br />

ojos intentando ver algún movimiento<br />

en los robo-vigías. Nada. Las armas están<br />

completamente inmóviles.<br />

Se encoge ligeramente de hombros,<br />

J. C. Medina - CADÁVER EXQUISITO<br />

como resignándose, y entonces aprieta<br />

a correr hacia la muralla. Su vida en<br />

las montañas le mantiene en forma, por<br />

lo que recorre como una exhalación la<br />

distancia que hay entre las rocas y el<br />

punto estimado en el que te detectan las<br />

defensas. Al llegar no se detiene, sigue<br />

corriendo a toda velocidad para evitar<br />

que nadie le vea allí en medio.<br />

Entonces un destello revienta el suelo<br />

a pocos metros por delante de él, haciendo<br />

que frene en seco y se caiga de<br />

bocas. Ha sido uno de los disparos de<br />

advertencia de las torretas cercanas, que<br />

ahora están apuntando en su dirección.<br />

Son dos, y no parecen nada amistosas.<br />

Antes de que Sam se pueda levantar,<br />

otro destello hace volar tierra por los aires<br />

muy cerca de su cara. Ese segundo<br />

aviso basta para que se incorpore deprisa<br />

y salga huyendo en dirección a la<br />

roca.<br />

Como si quisieran meterle prisa, los<br />

robots lanzan rayos a sus pies, haciendo<br />

a Sam avanzar a trompicones y dando<br />

saltitos. Llega como puede y de un salto<br />

pasa por encima de la piedra, dándose<br />

contra el suelo justo cuando un último<br />

tiro, quizá demasiado próximo, se estrella<br />

contra la roca. Sam se arrebuja detrás,<br />

haciéndose un ovillo. Allí se queda<br />

unos segundos, a la espera del siguiente<br />

disparo.<br />

Cuando ve que no ocurre nada, asoma<br />

con lentitud la cabeza por encima<br />

del pedrusco. Los robo-vigías han cesado<br />

su acoso, aunque siguen apuntando<br />

en su dirección, como medida disuasoria.<br />

Algo le golpea de repente en el hombro.<br />

- ¡Ah! -Sam brinca del susto.<br />

Las torretas siguen su salto, atentos a<br />

101


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

102<br />

su movimiento. Antes de que puedan<br />

volver a disparar, el hombre vuelve a<br />

su posición a toda prisa, al tiempo que<br />

se gira para ver quién está detrás.<br />

- Hola -Archie habla en voz baja, casi<br />

en un susurro. Está agazapado en la<br />

misma posición que Sam, moviendo la<br />

mano abierta en señal de saludo.<br />

- ¡¿Qué narices haces aquí?! -la voz de<br />

Sam suena más aguda de lo normal debido<br />

a la tensión y el susto.<br />

- Ha habido un imprevisto -Archie sigue<br />

hablando en susurros-. Te has dejado<br />

esto en casa y tenía que traértelo.<br />

En la mano sostiene un objeto cilíndrico,<br />

parecido a una pila.<br />

- ¿Eso qué es? -Sam sigue sonando<br />

anormalmente agudo.<br />

- Una pila.<br />

Justo lo que parecía.<br />

- ¿Una pila? ¿Y para qué quiero yo<br />

una pila?<br />

- Para el IE, si no, no funciona.<br />

Sam mira a la pila y después a Archie.<br />

Repite el movimiento varias veces antes<br />

de ponerse rojo de ira. Antes de que se<br />

ponga a chillar, Archie le quita el lanzador<br />

de la funda y lo manipula con destreza,<br />

quitando la culata e introduciendo<br />

la pequeña batería.<br />

- Toma, prueba ahora -le dice sonriendo.<br />

Sam le arranca el aparato de las manos<br />

de un tirón, mirándole con ojos de<br />

asesino.<br />

De nuevo vuelve a tumbarse sobre la<br />

piedra, con el IE sujeto. Apunta hacia<br />

los robo-vigías, que ya han dejado de<br />

mirar en su dirección. Aprieta el gatillo<br />

y... no sale nada.<br />

Ya se está girando hacia Archie para<br />

gritarle cuando oye un ruido en la muralla.<br />

Dirige su vista hacia allí y ve como<br />

las dos torretas que casi le matan cuelgan<br />

de sus brazos mecánicos.<br />

- Excelente puntería, Sam. ¡Vamos!<br />

Archie sale de detrás de la roca agarrando<br />

a Sam de un brazo. Pero, en vez<br />

de ir hacia la muralla, echa a correr paralelamente<br />

a ésta.<br />

- ¿Qué haces? –pregunta el hombre,<br />

que está siendo medio arrastrado por<br />

Moloch.<br />

- ¡Vamos hacia allí! –dice señalando<br />

con el otro brazo a una sección alejada<br />

de la muralla -. Los robots han disparado<br />

contra algo y luego han sufrido una<br />

sobrecarga, así que eso llamará la atención<br />

de los técnicos, que acudirán a ver<br />

qué ocurre. Hay riesgo de que nos descubran,<br />

así que lo que vamos a hacer es<br />

provocar dos sobrecargas más y entrar<br />

después de la tercera. Con suerte esto<br />

les pillará por sorpresa, y no serán capaces<br />

de acudir a los tres sitios tan rápido.<br />

El plan de Archie tiene sentido, así<br />

que Sam decide no cuestionarlo y correr<br />

detrás de él.<br />

No tardan mucho en llegar a la siguiente<br />

sección, donde Sam se tumba<br />

en el suelo y apunta de nuevo hacia la<br />

muralla.<br />

- Procura que alcance otra vez a dos<br />

–le susurra Archie.<br />

De nuevo aprieta el gatillo y no se oye<br />

nada. Pasados unos segundos, otras dos<br />

torretas se sobrecargan y quedan colgando.<br />

Archie se levanta de un salto y<br />

apremia a Sam para que le siga. Continúan<br />

la carrera rodeando a la ciudad<br />

hasta alejarse unos cuantos metros. Esta<br />

vez Sam no se tumba, sino que clava<br />

una rodilla en el suelo y dispara con celeridad.<br />

En cuanto ven caer los dos robots corren<br />

hacia la ciudad. Van a toda prisa,


esquivando piedras y procurando no<br />

torcerse nada en el abrupto terreno.<br />

Llegan al pie del enorme muro mecánico<br />

y entonces Archie se dirige a Sam.<br />

- Saca el teleportador que te di.- Sam<br />

obedece y echa mano del pequeño disco<br />

que lleva en el cinturón -. Dirige el dibujo<br />

de la flecha hacia el interior, como te<br />

he dicho. Así. Ahora los dos ponemos el<br />

dedo índice aquí, y, cuando yo te avise,<br />

pulsas el botón que tienes en ese lado.<br />

Archie toquetea una pequeña pantalla<br />

de la parte de arriba del disco, que<br />

emite suaves pitidos con el contacto.<br />

- Listo. ¿Es tu primera teleportación?<br />

–Sam asiente-. Entonces prepárate, es<br />

probable que cuando lleguemos al otro<br />

lado sientas unas fuertes náuseas y la<br />

necesidad de tumbarte, pero no debemos<br />

pararnos. En cuanto aparezcamos,<br />

tendremos que alejarnos lo máximo posible<br />

de esta zona sin llamar la atención.<br />

Sam le mira pensativo.<br />

- Archie… Cuando me diste este cacharro<br />

no me explicaste nada de esto.<br />

Sólo me dijiste que apuntara y le diera<br />

al botón, ¿pensabas dejarme saltar con<br />

el disco a medio configurar y sin avisarme<br />

de los efectos secundarios?<br />

- Hmmm… Sí, creo que sí. –Archie dirige<br />

la mirada a lo alto, como sopesando<br />

las probabilidades de lluvia en las<br />

próximas horas-. Lo cierto es que no iba<br />

dejarte hacerlo solo. Explicarte cómo<br />

funciona era mi excusa, pero por suerte<br />

te dejaste la pila –dibuja una amplia<br />

sonrisa en su rostro-. ¿Saltamos?<br />

- Eres un manipula…<br />

Con un ruido de succión, los dos sujetos<br />

se contraen en el aire, dejando vacío<br />

donde estaban ellos.<br />

Sam tiene la sensación de haber es-<br />

J. C. Medina - CADÁVER EXQUISITO<br />

tado dando vueltas sobre sí mismo durante<br />

horas, unido con el vacío en el estómago<br />

del ayuno y el asco que provoca<br />

el olor de un cadáver de varios días. Da<br />

tumbos por la estrecha callejuela, apoyándose<br />

de pared en pared. Archie está<br />

en la esquina, asomándose con precaución<br />

y mirando de vez en cuando a su<br />

compañero.<br />

- Vamos, no podemos pararnos –le<br />

urge.<br />

Sam intenta caminar, pero sólo consigue<br />

dar dos pasos antes de caerse de<br />

bruces. Moloch suspira y vuelve a ayudarle.<br />

Le levanta sin dificultad a pesar<br />

de la fuerte estructura de Sam. Cuando<br />

consigue ponerse en pie, mira al alienígena<br />

mientras se bambolea.<br />

- No podemos salir así… -respira con<br />

pesadez y le cuesta pronunciar las palabras-.<br />

No vamos… vestidos como los<br />

demás… Van a ver que…<br />

- Es verdad, no había caído. –Archie<br />

muestra una expresión de perplejidad-.<br />

¿Cómo se me pudo haber pasado?<br />

Soltando el brazo de Sam, hurga en<br />

uno de sus bolsillos. De él saca una pequeña<br />

pulsera.<br />

- Toma, ponte esto en la muñeca. Es<br />

un camuflador, crea un aura de ilusión<br />

a tu alrededor disfrazándote de lo que<br />

quieras. Tienes que apretar este botón<br />

mientras te concentras en la imagen de<br />

en lo que te quieres transformar. Mantelo<br />

durante cinco segundos y lo sueltas.<br />

- ¿Y tú? –pregunta Sam mientras intenta<br />

atarse el aparato a la muñeca.<br />

- Yo no tengo problema –sonríe-. Lo<br />

llevo en la sangre.<br />

Y delante de los ojos de Sam, la ropa<br />

de Archie cambió por completo. Ahora<br />

parecía un pulcro ciudadano de la Gran<br />

Ciudad.<br />

103


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

104<br />

- Vaya… -balbucea Sam.<br />

- ¿Nos vamos?<br />

El hombre aprieta el botón de la pulsera<br />

mientras cierra los ojos con fuerza<br />

y focaliza su imagen de hace unos años.<br />

Luego se da cuenta de que es poco útil<br />

disfrazarse de sí mismo, así que inmediatamente<br />

intenta pensar en el rostro y<br />

aspecto de una persona cualquiera, una<br />

de las muchas que se cruzaba a diario.<br />

- ¿Sam? ¿Qué haces?<br />

- ¿Eh? –pregunta, abriendo los ojos y<br />

soltando la pulsera.<br />

- ¿Ese es tu disfraz?<br />

- ¿Qué pasa?<br />

- Nada, nada… Tú verás. Vámonos,<br />

nos hemos retrasado demasiado.<br />

Archie empieza a andar en dirección<br />

a la calle, que está llena de gente. Sam<br />

le sigue de cerca, pero se detiene un<br />

momento por el camino para mirar su<br />

reflejo en el espejo de un local cerrado.<br />

- Mierda… -dice por lo bajo.<br />

Sam no tiene muy claro por qué, pero<br />

se ha convertido en una mujer rubia y<br />

de sinuosa silueta.<br />

Por las calles de la Gran Ciudad se<br />

mezclan las viejas estructuras con los<br />

nuevos y altísimos rascacielos. El aire<br />

y el suelo están llenos de aerodeslizadores,<br />

capaces de planear a cierta distancia<br />

del suelo, y que han reducido el<br />

problema del tráfico notoriamente.<br />

Han pasado un buen rato observando<br />

el edificio de ciento veinte plantas<br />

dónde está su objetivo. La oficina de<br />

Permisos y Concesiones se encuentra<br />

en el piso ciento once, y es un hervidero<br />

de idas y venidas, de gente que entra y<br />

sale.<br />

- Va a ser difícil… -dice Sam-. ¿Alguna<br />

idea?<br />

- No, pero entraremos de noche. Hay<br />

menos posibilidades de que nos detecten.<br />

- De noche sacan a los robots de guardia.<br />

No habrá personas en el edificio,<br />

pero estará lleno de vigilantes nocturnos<br />

metálicos.<br />

- Sí, pero a los vigilantes podremos<br />

neutralizarlos.<br />

- ¿Có…? –Sam abre mucho los ojos y<br />

eleva las cejas-. Aaaaaah… El IE, ¿correcto?<br />

- Correcto.<br />

- Bien, bien… Eso hace las cosas más<br />

sencillas.<br />

Para hacer tiempo, Sam y Archie dan<br />

vueltas por las cercanías. Comen en un<br />

restaurante, visitan una galería de arte<br />

mecánica y contemplan la construcción<br />

del nuevo rascacielos, mucho más alto<br />

y mucho más avanzado que cualquiera<br />

de los construidos hasta ahora.<br />

Cuando empieza a oscurecer y la gente<br />

comienza a irse para casa, se ocultan<br />

en una callejuela oscura entre dos viejos<br />

edificios, para evitar llamar la atención.<br />

No hay ningún tipo de toque de queda,<br />

pero podría resultar sospechoso ver a<br />

dos hombres sin rumbo fijo, vagando<br />

por las calles alrededor de la oficina de<br />

Permisos y Concesiones.<br />

Esperan agazapados en la oscuridad<br />

a que se apaguen todas las luces del edificio,<br />

y entonces trazan el plan de acceso.<br />

- Entraremos por el conducto de ventilación.<br />

Es un clásico. Tan clásico que<br />

nadie los vigila –cuenta Sam, recordando<br />

sus tiempos de político.<br />

- Me parece bien.<br />

- Y cuando lleguemos arriba, ¿qué hacemos?<br />

¿Cómo conseguiremos el permiso<br />

de la Burocracia?


- Yo accederé al ordenador y falsearé<br />

la identificación, para que una vez allí te<br />

dejen pasar. Tú usarás el clonador para<br />

crear una copia exacta de un permiso<br />

físico.<br />

- ¿Clonador, eh? Muy listo, así no notan<br />

la ausencia de un permiso.<br />

- Exacto. Una cosa más, Sam. Si los<br />

guardias nos detectan, tendrás que inutilizarles<br />

con el IE. No malgastes su<br />

energía, la pila no tiene capacidad para<br />

muchas cargas y se agota con rapidez.<br />

Sam le mira atónito.<br />

- ¿Y no te has traído otra?<br />

- No –Archie se encoge de hombros-.<br />

Pensé que con una era suficiente. ¡Vamos!<br />

Los dos se dirigen al edificio muy juntos,<br />

caminando entre las sombras para<br />

evitar ser detectados. Alcanzan el lateral<br />

del edificio, y buscan en la pared<br />

la entrada al conducto de ventilación.<br />

Cuando lo encuentran, acercan un contenedor<br />

para llegar hasta él. La rejilla se<br />

desprende con facilidad y el conducto<br />

es lo suficientemente ancho como para<br />

que entren arrastrándose.<br />

Primero Sam y luego Archie, los dos<br />

entran al edificio a través del tubo. Recorren<br />

unos metros deslizándose con<br />

los brazos, hasta que llegan a otra rejilla<br />

y Sam se para. Moviéndose lentamente<br />

debido al poco espacio, tira de la reja<br />

y la deja con cuidado en el interior del<br />

conducto. Después asoma la cabeza y<br />

escruta el interior.<br />

- Limpio –le dice a Moloch.<br />

Para salir sin estamparse contra el<br />

suelo, Sam pasa por encima del hueco al<br />

otro lado, hasta poder sacar las piernas<br />

primero y descolgarse sujetándose con<br />

los brazos. Amortigua el golpe rodando<br />

al caer y se levanta con agilidad inspec-<br />

J. C. Medina - CADÁVER EXQUISITO<br />

cionando la sala. Es uno de los cuartos<br />

del servicio, donde hay varios sillones<br />

para descansar y estanterías llenas de<br />

artilugios de limpieza y mantenimiento.<br />

Archie baja detrás de él. Sam se gira y<br />

le dice en voz baja:<br />

- No hemos pensado como vamos a<br />

subir.<br />

Moloch se detiene en seco.<br />

- Pues en ascensor, ¿cómo lo vamos a<br />

hacer?<br />

- ¿Y los robots?<br />

- Es un riesgo que estoy dispuesto a<br />

correr.<br />

- ¿No tienes algún aparato que nos<br />

lleve hasta arriba?<br />

- No. Vamos –y sale decidido por la<br />

única puerta de la habitación.<br />

El edificio está a oscuras, pero las suaves<br />

luces de emergencia se mantienen<br />

encendidas, permitiéndoles ver a su alrededor.<br />

Después de perderse un par de<br />

veces, consiguen llegar hasta los ascensores.<br />

Archie pulsa el botón de llamada<br />

y cruza los brazos por delante, mientras<br />

tararea una cancioncilla por lo bajo.<br />

El ascensor llega y se abre con un toque<br />

de campanilla. El interior está iluminado,<br />

y Sam recuerda entonces que<br />

en los edificios gubernamentales, cuando<br />

se apagan las luces por la noche, se<br />

dejan encendido los sistemas eléctricos<br />

alternativos, para que si alguien se ha<br />

quedado en el interior pueda salir a la<br />

calle.<br />

A pesar de estar más de cien plantas<br />

arriba, llegan rápidamente a su destino.<br />

Nada más salir ven un letrero que pone<br />

“oficina de Permisos y Concesiones”, y<br />

dos puertas de cristal a cada lado. Cada<br />

uno se dirige en una dirección. Las<br />

puertas dan a la misma habitación, una<br />

gran sala con un mostrador y llena de<br />

105


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

106<br />

puestos de trabajo.<br />

- Busquemos el despacho de permisos<br />

de exterior.<br />

Aceleran el paso, acercándose a cada<br />

puerta que ven. Finalmente, tras un giro<br />

en un pasillo, encuentran la habitación.<br />

Dentro hay grandes archivadores y un<br />

avanzado ordenador táctil.<br />

- Tú a los archivos, yo al ordenador<br />

–dice Archie, pasándole un pequeño<br />

aparato que debe de ser el clonador-.<br />

Acércalo a lo que quieras copiar y pulsa<br />

el botón.<br />

- ¿Y dónde sale la copia?<br />

- En otro lado, de eso no te preocupes<br />

ahora.<br />

Sam no tarda mucho en encontrar los<br />

permisos oficiales de exterior, que se<br />

encuentran ordenados en un cajón con<br />

ese nombre. Saca uno y posa el clonador<br />

sobre él. Una ensordecedora alarma<br />

le hiela la sangre en las venas.<br />

- Ups –dice Archie-. Creo que he sido<br />

yo.<br />

En el pasillo comienzan a oír un ruido<br />

metálico.<br />

- Yo ya estoy. ¿Cuánto te falta? –pregunta<br />

Sam.<br />

- En seguida acabo.<br />

- De acuerdo, les entretendré.<br />

Sam sale afuera y se encuentra de<br />

bocas con un armazón metálico con aspecto<br />

humanoide. Tiene luces por ojos y<br />

un aspecto amable. De su interior surge<br />

una voz que dice:<br />

- Por favor, ciudadano, tendrá que venir<br />

a…<br />

No le da tiempo a terminar. Sam desenfunda<br />

el IE y aprieta el gatillo en dirección<br />

al robot, que cae de espaldas<br />

soltando algunas chispas.<br />

- Vete al infierno, chatarra –espeta<br />

Sam.<br />

“De acuerdo”, piensa, “esa frase sobra”.<br />

Por la esquina aparecen dos vigilantes<br />

más, emitiendo destellos de color<br />

rojo y azul. Sam dispara sobre ellos tres<br />

veces. Los dos robots caen con estruendo<br />

al suelo.<br />

- ¡Ya está! –Archie sale de la habitación-.<br />

¡Vámonos!<br />

Corren hacia afuera y en la entrada<br />

se encuentra con siete robots de seguridad<br />

en formación avanzando hacia<br />

ellos. Sam hace algunos disparos, pero<br />

el frenetismo de la situación disminuye<br />

su puntería.<br />

- ¿Qué hacemos? –pregunta a Archie-.<br />

¡Son demasiados!<br />

Un robot es alcanzado por el IE y se<br />

inclina hacia un lado, cayendo encima<br />

de uno de sus compañeros. Archie<br />

mira en todas direcciones, tratando de<br />

encontrar un plan. Dos disparos más y<br />

otro robot que cae. El lanzador empieza<br />

a parpadear con una luz naranja.<br />

- Archie… Parece que esto se acaba,<br />

¡vámonos volando!<br />

Moloch da un brinco y grita.<br />

- ¡Eso es! ¡Volando! ¿Cómo no se me<br />

había ocurrido? –Tira del brazo de Sam,<br />

que sigue haciendo clic en dirección a<br />

los robots-. ¡Rápido, a la azotea! ¡Por las<br />

escaleras de atrás!<br />

Los dos corren, tropezando con mesas<br />

y sillas en su camino. Alcanzan la escalera,<br />

que está sucia y mal iluminada.<br />

Suben a trompicones y sin resuello las<br />

nueve plantas, hasta llegar a una puerta<br />

metálica. Empujan, hombro con hombro,<br />

mientras oyen subir a los robots.<br />

Sam se inclina y dispara dos clics más.<br />

Un robot cae escaleras abajo, mientras<br />

otros nueve más siguen subiendo.<br />

Un último empujón de Archie hace<br />

ceder la puerta, que se abre al exterior.


La azotea está iluminada por cuatro<br />

lucecitas situadas en los vértices de un<br />

cuadrado trazado en el suelo. En su interior<br />

hay un avanzado helicóptero carente<br />

de aspas.<br />

- ¡Ese es nuestro billete de huida! ¡Vamos!<br />

–grita Archie.<br />

Los dos corren como pueden, intentando<br />

alcanzar el vehículo antes de que<br />

les alcancen a ellos los robots. El IE se<br />

ha quedado sin batería y los guardias<br />

comienzan a aparecer por la puerta.<br />

- ¡Yo conduzco! –dice Archie. Sam se<br />

sube en el asiento de copiloto.<br />

- ¿Sabes llevar uno de estos?<br />

- Pff… Es como preguntar si sabes llevar<br />

un A-34 después de haber pilotado<br />

un 515 de treinta motores.<br />

Sam no entiende nada de lo que Archie<br />

le dice, pero asiente y se arnés de<br />

seguridad.<br />

- ¡Nos vamos! –ruge Archie, coreado<br />

por el ruido de los motores traseros.<br />

El aparato se eleva y Moloch lo dirige<br />

hacia la burbuja atmosférica que protege<br />

la Gran Ciudad.<br />

- Archie, nos estrellaremos.<br />

- No te preocupes, Sam. La burbuja es<br />

un campo de energía, lo atravesaremos<br />

sin problema. ¿No lo sabías?<br />

- No… La gente de por aquí no suele<br />

volar mucho.<br />

La nave alcanza una velocidad considerable<br />

y sigue su trayectoria ascendente.<br />

De repente, varias explosiones les<br />

desestabilizan. Los robo-vigías aéreos<br />

han detectado una actividad no permitida,<br />

y disparan en señal de aviso. Sam<br />

grita como un poseso; odia esos cacharros.<br />

Archie empieza a mover palancas y la<br />

nave pega un brusco tirón. Con un destello,<br />

atraviesa la burbuja atmosférica<br />

J. C. Medina - CADÁVER EXQUISITO<br />

y se aleja a toda velocidad de la Gran<br />

Ciudad.<br />

- Lo conseguimos –resopla Archie-.<br />

Ahora, a por la mina.<br />

INSTRUCCIONES<br />

- Debe estar ambientado en el universo<br />

creado en el primero.<br />

- El protagonista tiene que ser Sam,<br />

con estos rasgos: agresivo, atormentado,<br />

irónico, con habilidad política, leal, desenvuelto,<br />

hábil en el combate y muestra<br />

intensos sentimientos hacia Lisa, que en<br />

ningún momento se ha de desvelar qué<br />

tipo de relación mantienen.<br />

- Archibald “Archie” Moloch es el<br />

co-protagonista. Es un alienígena cambiaforma<br />

enviado por el Consorcio para<br />

descubrir a los que manipulan los gobiernos<br />

terrestres. Posee una gran variedad<br />

de gadgets y no termina de entender<br />

bien las costumbres humanas. A<br />

veces es redicho en las construcciones<br />

gramaticales.<br />

- Han huido de la Gran Ciudad. Ahora<br />

van a la mina. Está llena de tipos duros<br />

y peligrosos, y se encontrarán con problemas<br />

en los que tendrán que recurrir<br />

a su ingenio. Terminará con que ellos<br />

son capturados por el malo, un extraterrestre<br />

camuflado de político humano.<br />

- La extensión del documento debe<br />

ser de entre 5 y 10 páginas, con un espaciado<br />

posterior de 10 ptos, interlineado<br />

sencillo y la fuente en calibrí 11.<br />

- El archivo se manda a redacción@<br />

animabarda.com con el asunto “Cadaver<br />

exquisito”.<br />

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<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

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Bestiario<br />

Revisión en rima de las extrañas y retorcidas criaturas responsables de las<br />

desgracias de esta publicación. Recomendamos leer imaginando el tañido de<br />

una lira.<br />

Nada escapa a su filo,<br />

Y si mal está decirlo,<br />

¡Pobre de ti! Si te pilla,<br />

Con su afilada cuchilla.<br />

Si algo no le gusta o agrada,<br />

No duda en liarla parda.<br />

Noble y fiel como un Stark,<br />

Pero si le enfadas te vas a enterar.<br />

Así que cuidadito has de tener,<br />

Si al verduguito no quieres ver.<br />

Víctor M. Yeste<br />

Consejero - @VictorMYeste<br />

Apasionado en gente reuniendo,<br />

Mejor alrededor de una mesa comiendo.<br />

Placeres banales, diréis.<br />

Con los que regocijo sentiréis.<br />

¡Ay de ti! Si te habla de su obsesión,<br />

No te soltará hasta que te dé el tostón.<br />

Y si de madrugada un finde despierto estás,<br />

¡Corre!, ¡huye! Mejor la radio esconderás.<br />

Cuentos de terror y cuarto milenio,<br />

Sus preferencias después del silencio.<br />

Diego F. Villaverde<br />

Verdugo - @LordAguafiestin<br />

Importante es su profesión<br />

Aunque esta no es la cuestión<br />

A Kvothe le tiene presente,<br />

Como él en su venganza, es persistente.<br />

A su misión concentrado y entregado.<br />

A su vida un poco despistado.<br />

Pero tal es su corazón,<br />

Que sirve de compensación.<br />

J. R. Plana<br />

Posadero - @jrplana


Ramón Plana<br />

Juglar - @DocZero48<br />

Si acudimos a ella siempre nos ayuda,<br />

Sea la hora que sea sin ninguna duda.<br />

Encontrarla, o no, esa es otra historia;<br />

Viaja por mundos de manera notoria.<br />

Fiel y dedicada, a todo pone esfuerzo,<br />

Pero si la enfadas perderás el pescuezo.<br />

Katniss en Panem, Marta en Valencia,<br />

Las dos con el arco apuntan con vehemencia.<br />

Mas en ella dulzura también hallas,<br />

Querrás su compañía donde vayas.<br />

Cris Miguel<br />

Pregonera - @Cris_MiCa<br />

No va con mallas,<br />

A su lado te callas.<br />

Dotado de humor e ingenio,<br />

En sus historias pone empeño.<br />

Si de entretener se trata,<br />

Una velada con el pacta.<br />

Mas difícil luego callarle es,<br />

Y perdido en las nubes te halles.<br />

M. C. Catalán<br />

Curandera - @mccatalan<br />

Enfadada siempre parece,<br />

Pegando su rabia enriquece.<br />

¡No sólo a esto se dedica!<br />

Su odio contra el universo predica.<br />

Escritora es, luego pregonera,<br />

Si no haces lo que quiere, busca la correa.<br />

Caza sombras y vampiros también,<br />

Cuidado has de tener, para no cazar su desdén.<br />

109<br />

BESTIARIO


<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />

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Ricardo Castillo<br />

RicardoCastillo68@hotmail.com<br />

Miguel Cristóbal Olmedo<br />

miguelcristobalolmedo@hotmail.com<br />

A. C. Ojeda<br />

@AC_Ojeda<br />

Galocha<br />

@GomezGalocha

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