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calma –dijo el joven.<br />
- Si lo hubieras hecho, habría sido Fujio<br />
quien hubiese perdido el combate,<br />
ya que al reírse perdió la concentración<br />
y tú podías haberle atacado entonces<br />
con eficacia. Fujio, dime qué es lo que<br />
has hecho tú mal.<br />
- Menospreciar al enemigo riéndome<br />
de él, sensei –contestó con cara compungida.<br />
- ¡Exactamente! No debéis olvidar<br />
que respetando al enemigo os respetáis<br />
vosotros mismos. No debéis dejar que<br />
os gobiernen las pasiones. Y a ti Aiko,<br />
que te tengo dicho.<br />
- Que no me distraiga en los entrenamientos,<br />
sensei.<br />
- Bien, me alegra ver que todos, por<br />
lo menos, recordáis lo que os digo –dijo<br />
Atsuo con ironía–. Ahora vais a hacer<br />
la forma primera entera, con todos sus<br />
golpes. ¡Vamos! Empezad ya.<br />
Atsuo se levantó ocultando una sonrisa.<br />
Comprobó que los tres se alineaban<br />
y comenzaban la serie de golpes y<br />
desplazamientos que conformaban la<br />
forma primera de kenjutsu. Fue a sentarse<br />
con Matsushiro, que miraba sorprendido<br />
como terminaba la práctica<br />
después de verla desarrollarse desde el<br />
principio.<br />
- Atsuo-san, no pensé que enseñar<br />
fuera tan divertido. Siéntese por favor,<br />
será un privilegio.<br />
- Gracias Matsushiro-san, me sentaré<br />
con gusto. En cuanto a la enseñanza –<br />
se quedó pensando un momento–, reconozco<br />
que sí es divertido, sobre todo<br />
con estos tres jovencitos que no dejan<br />
de sorprenderme cada día un poco más.<br />
En ese momento, se acercó una de<br />
las damas para decirles que la señora<br />
Yoko estaría muy agradecida si ambos<br />
Ramón Plana - EL PERGAMINO DE ISAMU - I<br />
quisieran compartir la comida con ella.<br />
- Dígale a la señora que iremos con<br />
mucho gusto -contestó Atsuo por los<br />
dos.<br />
Se acercaron a la zona protegida del<br />
escaso aire por los lienzos y tomaron<br />
asiento en los pequeños taburetes que<br />
portaban los sirvientes de la señora. Les<br />
sirvieron una tacita de sake templado<br />
y empezaron a charlar sobre lo que encontrarían<br />
al final del viaje. La comida<br />
discurrió con armonía, y la conversación<br />
versó sobre la variopinta y amplia<br />
comunidad que se encontraba en la ciudad<br />
de Edo.<br />
Llevaban un buen rato hablando,<br />
casi finalizando la comida, cuando los<br />
sentidos de Atsuo le avisaron de que<br />
algo no iba bien. Disimulando su alarma,<br />
miró alrededor y se dio cuenta de<br />
que el piar de los pájaros había cesado.<br />
Alertó a Matsushiro con la mirada. En<br />
ese momento notó un siseo y una sombra,<br />
y sin pensarlo ejecutó el golpe de la<br />
golondrina. Una flecha de veinte centímetros<br />
se clavó en el suelo, golpeada en<br />
el aire por la katana de Atsuo, a escasa<br />
distancia de Yoko. Matsushiro saltó cubriendo<br />
a la señora con su cuerpo mientras<br />
desenvainaba su espada y alertaba<br />
a los samuráis.<br />
Hubo un revuelo en el campamento.<br />
Se notó un ligero tumulto en la vegetación<br />
próxima, en la zona noreste del<br />
claro. Cuando los samuráis llegaron<br />
allí encontraron entre los matorrales<br />
un cuerpo oscuro tirado en el suelo. Lo<br />
arrastraron hasta el claro. Matsushiro y<br />
Atsuo se acercaron para ver que era un<br />
hombre de unos veinticinco años, fornido,<br />
totalmente vestido de negro y con<br />
una herida profunda en el cuello. En la<br />
espalda llevaba un ninjato (sable corto<br />
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