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34<br />
des ver, vive en la ciudad, con los otros habitantes,<br />
pero en una casa un poco más lujosa.<br />
Aunque sólo vive allí porque es lo suficientemente<br />
grande como para albergar todos sus<br />
libros y otros cachivaches.<br />
La puerta estaba cerrada a cal y canto,<br />
pero Dahlia no parecía preocupada. Cuando<br />
su sabio cerraba la puerta, Aurora sabía que<br />
no debía molestarlo, porque se encontraba<br />
enfrascado en alguno de sus proyectos. A veces<br />
lo molestaba igual, sólo por el placer de<br />
verlo ponerse rojo como una grana y perder<br />
los nervios, pero muy de vez en cuando.<br />
Dahlia agarró una cuerda y la sacudió<br />
con fuerza. La enorme campana de bronce,<br />
grande como una cabeza de toro, repiqueteó<br />
con energía y resonó a través de todas las<br />
paredes. La puerta tardó unos segundos en<br />
abrirse, entraron por la pequeña rendija que<br />
se hizo y la cerraron tras de sí. En el rellano<br />
había una chiquilla joven, de no más de seis<br />
años, que las esperaba con una reverencia<br />
preparada y una bienvenida en los labios.<br />
—Kara, pequeña, llévanos ante Alej.<br />
—El señor Alej está en su estudio, mi hermano<br />
ha ido a avisarle de que tiene visita,<br />
seguidme.<br />
Los ojos le picaban por los humos que corrían<br />
por la casa, con extraños olores especiados<br />
algunos, otros con fragancias de animales<br />
muertos y líquidos sin nombre. Kara caminaba<br />
dando saltitos, como si sus pies desearan<br />
ponerse a bailar en cualquier momento. Los<br />
guió por pasillos ascendentes por el centro de<br />
la torre, donde no había escaleras, y pasaron<br />
puertas de roble barnizadas recientemente<br />
y arcos que daban a más pasillos, engullidos<br />
por la oscuridad.<br />
Alej, el Sabio, los esperaba en lo alto de la<br />
subida, ataviado con una túnica del mismo<br />
celeste desvaído que el de sus ojos.<br />
Aurora se inclinó a sus pies y le besó el<br />
anillo, que indicaba su rango y la orden a la<br />
que pertenecía. Sus labios tocaron la piedra<br />
fría, el jade pulido en las montañas del Lejano<br />
Continente, más allá de donde se encontraban<br />
Ímila y otros muchos reinos. Alej le<br />
ANA GASULL<br />
<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
colocó las manos en los hombros y la ayudó a<br />
levantarse.<br />
—No te he visto jamás en Amel y conozco a<br />
cada uno de sus habitantes.<br />
—Es mi amiga, Aurora.<br />
—Aurora…<br />
—Princesa de Ímila —aclaró ella cuando<br />
vio el reconocimiento en sus ojos viejos y cansados—,<br />
única heredera al trono, descendiente<br />
de los reyes de la primavera y las princesas<br />
del mar de los delfines. Pupila de otro de<br />
vuestros hermanos de la orden.<br />
—Sí, sí, ya sabía quien eras, niña. ¿Qué<br />
haces aquí, tan lejos de tu reino y tu palacio<br />
de cristal? ¿Dónde están tu escolta y tus doncellas?<br />
¿Y tus padres? ¿Por qué el rey no ha<br />
preparado un gran festín para vosotros? ¿Y<br />
qué haces viva, aun, si hace poco fue tu decimosexto<br />
cumpleaños? Juraría que deberías<br />
estar muerta, ¿no es así, chica?<br />
—Muerta no —siseó, ofendida por su tono<br />
despectivo y la burla en sus ojos—: sólo dormida.<br />
Alej suspiró y se dio la vuelta hacia una<br />
puerta entreabierta. Dentro, una sala circular,<br />
como toda la torre, daba a la ciudad con<br />
vistas al castillo y a su muralla. El estudio<br />
había sido llenado por objetos de valor sólo<br />
para un intelectual, con estanterías repletas<br />
de libros más viejos que los reinos y sus primeros<br />
reyes, y en el centro se había colocado<br />
un escritorio con una silla de patas altas y<br />
delgadas. A duras penas cabía el dueño por sí<br />
solo, pero fue una verdadera proeza cuando<br />
entraron los tres.<br />
—Muerta, dormida… ¿Qué más da? La<br />
única diferencia es que aun se respira. Pero<br />
no te veo muy dormida.<br />
—Lo estoy. En teoría. Maléfica me engañó<br />
y me pinché con una cosa de esas para hilar.<br />
—Un huso —aclaró el sabio.<br />
—Sí, eso.<br />
—Maestro —interrumpió Dahlia, acercándose<br />
más a él y tomándole las manos—, por<br />
favor, debe ayudarla a regresar. Creemos<br />
que, por alguna razón, su mente ha creado a<br />
un yo paralelo y la ha mandado aquí, mien